Filosofía en español 
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Tomo quinto Discurso doce

Nuevas propiedades de la luz

1. Ya en otra parte dije que para los ojos del entendimiento no hay cosa más obscura que la luz. Algunos de los Filósofos más sutiles de este siglo y del pasado, que trabajaron con infatigable aplicación en el examen de esta bellísima criatura, hicieron dudoso (y en parte hallaron falso) casi cuanto de ella creyó la antigüedad. De suerte, que como poco ha la Astronomía halló no pocas manchas en el Sol, la Filosofía descubrió muchas sombras en la luz. Dígolo así, porque mucho de lo que la antigua Filosofía tenía por claro y evidente, en fuerza de la investigación de los Modernos se ha visto ser obscuro y dudoso. Bien que por otra parte, en fuerza de la misma investigación, se ha dado nueva luz a la luz, descubriendo en ella, ya por lo que toca a la Filosofía, ya por lo que mira a la Óptica, algunas verdades que ignoraron los pasados siglos. En este Discurso propondremos para instrucción y deleite del Lector, lo más delicado, curioso, y exquisito que nos ocurre sobre la materia, dividiéndolo en diferentes Conclusiones.

Primera Conclusión
La Luz es pesada
§. I

2. Esta conclusión se prueba eficazmente con los experimentos de Mr. Duclos, y Mr. Homberg, de [291] la Academia Real de las Ciencias. El primero, habiendo calcinado el Régulo de Antimonio en cantidad de cuatro onzas con el Espejo Ustorio, le halló aumentado de dos dracmas, hecha la operación. El segundo, halló mucho mayor aumento en el Régulo de Marte expuesto al vidrio ardiente. Uno y otro aseguraron haber ejecutado las operaciones de modo que ninguna otra materia más que la de la luz podía haberse introducido en los minerales expresados. Véanse las Memorias de la Academia Real de las Ciencias del año 1705.

3. Compruébase la verdad de los experimentos expresados con los que alega el famoso Boyle en el tratado de Ponderabilitate flammae, por los cuales consta, que los metales incluidos en vasos sellados herméticamente, y reducidos a fusión o calcinación por el fuego, aumentan sensiblemente su peso; lo cual no puede venir sino de las partículas sutilísimas del fuego, que penetrando los poros del vaso se incorporan con el metal derretido o calcinado. Digo, que no puede venir de otra cosa, por la sagaz precaución con que Boyle hizo aquellos experimentos, hasta usar de gruesos vasos de vidrio, que se sabe son totalmente impenetrables al humo y a otro cualquiera cuerpo extraño que se mezcle con la llama; y pesando el vaso después de la operación, en el cual nunca se halló la más leve disminución en el peso, la que si se encontrase, daría lugar a la conjetura de que algunos ramentos o partículas desgajadas de su superficie interna habían aumentado el peso de los metales.

4. No sólo con metales, mas con otros cuerpos no metálicos, como la cal, y el coral, hizo Boyle experiencia, y en todos experimentó el aumento referido.

5. Ni se me oponga, que los experimentos de Boyle no prueban nuestra conclusión, pues aquellos se hicieron con el fuego impuro y grueso de acá abajo, y nuestra conclusión habla de la luz o llama purísima del Sol. Esta distinción no sirve aquí para respuesta; pues aunque debemos conceder que este fuego elemental, es impuro; pero [292] la llama que penetra el vidrio, va desprendida de toda impureza, y se puede asegurar que es tan pura como los rayos del Sol, siendo el vidrio impenetrable a todos otros corpúsculos que puedan considerarse incorporados en la llama, sean de azufre, humo, aire, tierra, &c. Así es constante, cuanto hay de heterogéneo en la llama si queda fuera, y lo que entra por los poros del vidrio es llama simplicísima y purísima.

6. Advierto aquí, por excusar más objeciones, que no todos los metales o materias son igualmente susceptivas del aumento de peso por la llama. El metal que en los experimentos de Boyle adquirió mayor porción de peso fue el hierro, y el que menos la plata. Aquel se aumentó más de una quinta parte; ésta apenas adquirió una centésima vigésima parte de peso. Y aun Boyle sospechó que este leve aumento se hiciese en alguna pequeña porción de cobre, que frecuentemente está incorporada con la plata vulgar. Del oro nada dice en el tratado citado; pero por lo que asegura en otra parte, que después de tener dos meses en continua fusión al fuego una porción de oro, le halló sin disminución ni aumento en el peso, se infiere que por lo menos este fuego elemental así como no se lo disminuye, tampoco se lo aumenta.

7. Esta desigualdad se debe creer que depende de ser la textura de los cuerpos más o menos proporcionada para detener y fijar las sutilísimas partículas de la llama.

Segunda Conclusión
La Luz no sólo se propaga por línea recta, mas también por líneas corvas
§. II

8. La propagación de la luz por línea recta se ha tenido por máxima inconcusa en la Óptica, y en la [293] Filosofía, y aun hoy está comúnmente recibida como tal por ignorancia de las observaciones que persuaden lo contrario. El Padre Francisco María Grimaldi, célebre Jesuita, fue el primero que observó que los rayos del Sol, al encuentro de cuerpos opacos, se doblan un poco; de modo, que los que tocan sus lados opuestos, ya no prosiguen paralelos sino algo divergentes, y así la sombra del cuerpo opaco interpuesto es de más anchura que el mismo cuerpo. El experimento que hace más sensible esta verdad, es el de un cabello, puesto a un agujero muy pequeño por donde entren los rayos del Sol a un cuarto obscuro. En él se ve, que la sombra del cabello es mucho más ancha que el mismo cabello, lo cual no pudiera ser, si los rayos que tocan los dos lados opuestos del cabello, prosiguiesen observando el paralelismo. El Caballero Newton confirmó, e ilustró en gran manera las observaciones del Padre Grimaldi. A esta mudanza de determinación del curso de la luz dieron el nombre de inflexión, a distinción de las dos que eran únicamente conocidas antes; conviene a saber, Reflexión, y Refracción.

9. Siendo esto así, me parece que nunca la luz del Sol se nos comunica por línea recta, pues los corpúsculos opacos, que nunca faltan en la Atmósfera, deben dar alguna inflexión a sus rayos; bien que esta es tan poca, que si la materia no examina con particulares observaciones parecen venir por línea recta.

10. El Caballero Newton, que a fuerza de muchos experimentos, acompañados de agudísimas reflexiones estableció, o pretendió establecer la heterogeneidad de los rayos del Sol, constituyendo en la diversidad intrínseca de ellos toda la diversidad de los colores, y no en la diferente modificación que les dan las superficies de los cuerpos opacos en quienes inciden, asimismo pretende, que unos rayos padecen más inflexión que otros; pongo por ejemplo, los rayos rojos, o que constituyen el color rojo, son los que se doblan más, y los de color violado son los menos flexibles. Es de fácil ejecución un experimento con que lo [294] prueba. Abierto un pequeño agujero por donde entre la luz del Sol en un cuarto obscuro, póngase en él un cuerpo opaco que no le ocupe todo, sí que quede algún espacio por donde entre la luz, entre las extremidades del cuerpo y las del agujero; verase que en la semisombra formada a las extremidades de la sombra total (llamémosla así) del cuerpo interpuesto, se forman tres bandas distintas de diferentes colores, en que el más cercano a la sombra total es violado, y el más distante rojo. Para que no yerre el experimento alguno que quiera hacerle, advierto, que si el agujero por donde entra la luz se ensancha algo más, los tres colores se pierden o confunden, y sólo queda a las extremidades de la sombra total una banda de semisombra, en la forma misma que la vemos cotidianamente en las sombras de todos los cuerpos que no están colocados con la precaución dicha de dejar estrecha entrada a la luz.

11. Pero a mi me parece, que así la inflexión de la luz, como la mayor inflexión de unos rayos, que de otros (prescindiendo de que esto provenga de su misma naturaleza o de otra causa) se pueden probar bien con el fenómeno regular de la semisombra misma que ciñe las extremidades de la sombra total de los cuerpos opacos dejados libremente a toda la plenitud de la luz; quiero decir colocados, no en algún agujero por donde la luz entre estrechada, como propone Newton, sino en sitio totalmente ilustrado o a Cielo descubierto.

12. Nótese lo primero, que aquella semisombra no es igualmente obscura en toda su latitud, sí que es más obscura a proporción que se va acercando a la sombra total, y se va aclarando a proporción que se aleja de ella; de modo, que de la sombra total a la luz total se va disminuyendo la obscuridad por grandes insensibles. Nótese lo segundo, que la semisombra tiene más latitud, cuanto es mayor su distancia del cuerpo opaco interpuesto.

13. Este fenómeno se explica perfectamente supuesta la inflexión de la luz mayor en unos rayos que en otros, y parece imposible explicarle sin ella. Lo primero, si la luz no [295] padeciera inflexión al encuentro del cuerpo opaco, y desigual ésta en distintos rayos, no resultaría de él semisombra alguna, sí sólo sombra perfecta, perfectamente y sensiblemente terminada. La razón es, porque si los rayos que vienen por el lado del cuerpo opaco, siguiesen la misma dirección que antes traían, ilustrarían el espacio que ocupa la semisombra, del mismo modo que ilustraban otro espacio de igual latitud, antes de llegar al cuerpo opaco: luego como al espacio anterior ilustraban perfectamente, ilustrarían perfectamente a éste; por consiguiente no habría en él semisombra alguna. La consecuencia es clara, y no lo es menos el antecedente; porque dos espacios iguales, heridos de igual cantidad de rayos (que en el grado de luz se suponen ser iguales, y aun los mismos) igualmente son iluminados.

14. Lo segundo, el espacio que ocupa la semisombra, es iluminado de algunos rayos, porque si no, sería totalmente sombrío, como el que está inmediatamente a las espaldas del cuerpo opaco; pero no de tantos como otro igual espacio que es perfectamente iluminado; pues siendo así, también él estaría iluminado perfectamente: luego en aquel espacio hubo disgregación de rayos, doblándose unos, o haciéndose más afuera que otros. Y lo que el fenómeno persuade es, que son muy pocos los que se doblan poco, o se hacen más hacia la sombra total, pues la parte de faja inmediata a la sombra total es más obscura que el resto.

15. Lo tercero, el aumento sucesivo de la latitud de la semisombra, al paso que se va alejando del cuerpo, confirma dicha inflexión de la luz, pues doblándose ésta de la línea recta que seguía, es preciso que su desvío de la sombra total, cuya margen es continuación de aquella misma recta, sea menor en el principio que en el progreso. Esto es general a toda línea que se aparta de la recta, con cualquiera determinación que sea.

16. Todo esto se haría más claro, usando de figura. Pero esta especie de figura para explicar todas las circunstancias de la semisombra, pide un género de dibujo artificioso y delicado, de que es capaz mi idea, mas no mi mano. [296]

Tercera Conclusión
La Luz tiene fuerza impulsiva
§. III

17. Pruébase esta conclusión eficacísimamente con dos experimentos de Mr. Homberg, de que da noticia la Historia de la Academia Real de las Ciencias, al año de 1703. El primero fue, que poniendo una materia muy ligera, como el Amianto, en bastante cantidad al foco del Espejo Ustorio, los rayos del Sol unidos en él la arrojaban del carbón donde estaba colocada. El segundo, que habiendo fijado en un madero el muelle de una muestra por una de sus dos extremidades, y dejado la otra extremidad libre, enderezó contra ésta varias veces los rayos del Sol recogidos en el foco de un vidrio ardiente, cuyo diámetro era de doce a trece pulgaradas, y vio que siempre la extremidad libre del muelle se movía con vibraciones muy sensibles, como si la hubiesen impelido con un palo. Estos dos experimentos juzgo que no dejan en la conclusión propuesta alguna duda.

Cuarta Conclusión
Es muy probable que la propagación de la Luz no se hace instantáneamente
§. IV

18. Hasta estos últimos tiempos nadie puso duda en la propagación instantánea de la luz. Todos han creído que no obstante la enormísima distancia que hay de los más remotos Astros a nosotros, en aquel momento mismo que se coloca cualquier Astro sobre nuestro Horizonte, llega su luz a la tierra. [297]

19. Algunos insignes Astrónomos modernos, como Romer, Newton, Huighens, y otros, pretenden haber demostrado claramente lo contrario, hasta llegar a calcular los minutos que tarda en venir la luz del Sol desde su superficie a la tierra. La demostración es como se sigue: Sábese por las Tablas Astronómicas el punto fijo en que se deben eclipsar aquellos Planetas menores, o secundarios, compañeros de Júpiter, que llaman Satélites suyos. Hállase empero, que hay tiempos en que estos Eclipses se ven de acá siete u ocho minutos primeros más temprano, y tiempos en que se ven siete u ocho minutos más tarde de lo que deben arribar según las Tablas. Dicen estos Astrónomos, que la anticipación sucede cuando, según el sistema Copernicano, la tierra con su movimiento ánnuo se pone entre el Sol, y Júpiter; y la retardación, cuando según el mismo sistema, el Sol está colocado entre Júpiter, y la Tierra; esto es, cuando la Tierra con su revolución ánnua está en la mayor cercanía, y en la mayor distancia que puede tener, respecto de Júpiter. De que se sigue, que la luz tarda de catorce a dieciséis minutos primeros en correr todo el diámetro del Orbe ánnuo, o del círculo que forma la Tierra con su revolución ánnua, que se computa tener sesenta y seis millones de leguas; y siendo la mitad de este diámetro la distancia que hay del Sol a la Tierra, sale, que la luz tarde de siete a ocho minutos en correr esta distancia; por consiguiente en cada minuto primero anda cuatro millones de leguas con corta diferencia.

20. Es verdad, que estos Astrónomos envuelven en la demostración el movimiento ánnuo de la tierra, porque siguen el sistema Copernicano; pero en la realidad la demostración es independiente de él, y se verifica del mismo modo en los demás sistemas que suponen la Tierra inmóvil, siendo cierto que según los más ajustados cómputos, Júpiter se aleja de la Tierra de sesenta y dos a sesenta y seis millones de leguas más en unos tiempos que en otros. Que esta gran diferencia de distancias provenga [298] del movimiento de la Tierra por el Orbe ánnuo, como quería Copérnico, o del movimiento de Júpiter y sus Satélites por un círculo muy excéntrico a la tierra, como pone Tico Brahe, o en fin de hacer los Planetas su curso por líneas espirales, como hoy después de Keplero está muy recibido, no hace al caso. Del mismo modo corresponden las observaciones en cualquier sistema. Por consiguiente, si ni en ellas ni en la constitución de las Tablas Astronómicas hubo error, sale por consecuencia fija, que la luz tarda los minutos que se ha dicho, en la distancia referida. Pero el error en tantos minutos primeros que hacen la cuarta parte de una hora, sería tan grande y monstruoso, que se hace increíble en unos Astrónomos tan hábiles. Adviértase, que las leguas de que aquí hablamos, son de las que caben veinte en un grado.

21. Fuera de la demostración dicha, se prueba la propagación sucesiva de la luz por los mismos experimentos con que probamos la tercera Conclusión; pues se imposible tener la luz fuerza impulsiva, o ejercerla sin movimiento local, como es claro. Para que un cuerpo impela o mueva localmente a otro, es preciso que tenga en sí el mismo movimiento; sin que sea posible señalar en toda la naturaleza algún ejemplar contrario. Ahora prosigo así: Ningún movimiento local se puede hacer en instante: luego la luz no se propaga instantáneamente. Lo primero, porque el movimiento local, en confesión de todos los Filósofos, o esencialmente es sucesivo, o por lo menos, sin milagro no puede dejar de serlo. Lo segundo, porque de ser instantáneo, se seguiría necesariamente estar el cuerpo movido en el mismo instante en dos lugares: conviene a saber, en el lugar de donde se mueve, y en el lugar adonde se mueve.

22. Puede probarse lo mismo por la primera Conclusión; pues los corpúsculos de la luz que aumentan el peso a los cuerpos con quienes se mezclan, no pueden introducirse en sus poros sin movimiento local, como parece [299] evidente: por consiguiente hay en esta progresión alguna sucesión, aunque cortísima de tiempo.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo quinto (1733). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 290-299.}