Tomo quinto ❦ Discurso XIV
Intransmutabilidad de los elementos
§. I
1. Tomamos aquí por elementos (séanlo, o no) aquellas cuatro especies de cuerpos, que en la Escuela Peripatética están admitidos como tales, Aire, Fuego, Tierra, y Agua. Que estos cuatro cuerpos, por la acción recíproca de unos contra otros, pueden mutuamente transmutarse, de modo que la materia de cualquier elemento pase inmediatamente a tomar forma y especie de otro cualquiera, por la acción de éste sobre aquel, es comunísimo en la misma Escuela. Algunos pocos lo niegan de los elementos disímbolos. Llaman así a los que en ninguna de las cuatro calidades primeras convienen; como símbolos, a los que concuerdan en alguna de ellas; v. gr. la Tierra, y el Agua son elementos símbolos, porque aunque uno es seco y otro húmedo, convienen en que ambos son fríos. El fuego, y el Agua son disímbolos, porque aquel es caliente y seco; la agua fría y húmeda, y así discrepan en todas las cualidades primeras. Pero no tengo noticia de Autor alguno que haya negado la transmutabilidad inmediata de [314] todos los Elementos, tanto símbolos como disímbolos, sino el Padre Arriaga, a quien en este Discurso subscribo, aunque fundado principalmente en algunas razones particulares, que un en este Autor se hallan, ni acaso en otro alguno, porque son tomadas de algunos nuevos experimentos Físicos.
2. Aunque tengo en parte por falsa, y en parte por incierta la distribución que hacen los Aristotélicos de las cuatro primeras cualidades en los cuatro Elementos, no me meto ahora en impugnarla: lo uno porque en orden a algunos miembros suyos lo hicimos ya en las otras Paradojas Físicas: lo otro, porque para el asunto que seguimos ahora, nada nos perjudica el admitirla.
§. II
3. La razón más plausible con que los Aristotélicos prueban que el fuego puede transmutar a su especie otro cualquiera Elemento, pongo por ejemplo el Agua, es porque puede calentarla más y más, hasta llegar al octavo grado de calor, o al calor in summo; y siendo éste disposición conexa necesariamente con la forma de fuego, precisamente se ha de introducir ésta en la materia del Agua, cuando llegue a calentarse en aquel grado. En este argumento dan por supuesto infalible el que el Agua pueda adquirir aquel supremo grado de calor. Pero el mal es, que la experiencia ha mostrado, no una sino muchas veces, que el supuesto es falso. En la Academia Real de las Ciencias se ha averiguado con repetidos experimentos que el Agua en llegando a hervir, adquiere todo el calor que puede adquirir: de modo, que aunque después la apliquen fuego mucho más violento y en mucho mayor copia, no se calienta más. Así han tomado el calor del Agua hirviendo por regla uniforme para graduar los Termómetros. También consta por muchos experimentos hechos con la mayor exactitud, tanto en la Academia Real de las Ciencias como en la Sociedad Regia de Londres, que la Agua hirviendo no calienta el Aire más que una sexta parte de lo [315] que calienta un fuego mediano; por consiguiente no tiene más que una sexta parte de los grados de calor que tiene el Fuego. Ve aquí, pues, el supuesto en que fundan los Aristotélicos su grande argumento, totalmente arruinado.
§. III
4. Pero ya que el Fuego no pueda convertir en fuego el Agua, que es elemento disímbolo respecto de él, ¿podrá por lo menos convertir a la Tierra, y al Aire, con quienes, según los Aristóteles, simboliza con aquella por la sequedad, y con éste por el calor? Tampoco.
5. Lo primero se prueba: Porque ¿qué Tierra (hablando de la que vemos acá en la superficie del Globo) es atormentada por el Fuego tan diuturnamente, ni con tanto rigor, como la de los ladrillos de que se forman los hornos? Sin embargo, aquella subsiste muchísimo años sin que un átomo suyo se transmute.
6. Si extendemos la consideración a la que circunda los Volcanes, aún es más fuerte el argumento. Si el Fuego transmutase la Tierra en Fuego, ya por la actividad de tantos Volcanes estaría abrasado todo el mundo. Acaso se responderá, que en el continuado combate de estos dos elementos se alternan los triunfos: de modo, que unas veces el Fuego transmuta la Tierra, otras la Tierra el Fuego, y por consiguiente subsistan sensiblemente en equilibrio. Pero esta respuesta carece de toda verisimilitud, pues se sabe, que al Fuego, una vez que empiece a vencer, no le debilita el combate; antes le aumenta las fuerzas, de suerte que no cesa hasta destruir enteramente a su enemigo.
7. No ignoro que en el Etna, y otros volcanes se ha observado que sus aberturas son hoy mucho mayores que eran algunos siglos ha. Mas de aquí no puede inferirse, que aquella porción de tierra que falta, se convirtió en fuego. Lo que se infiere, y lo que hace evidente la experiencia, es, que el ímpetu de la llama, cuando se desborda, arrebata siempre, eleva, y arroja fuera alguna cantidad de la tierra que la circunda. En la relación, que como testigo de vista [316] hizo Plinio el Menor de la trágica muerte, que a su tío Plinio el Mayor ocasionó la ardiente curiosidad de examinar de cerca los incendios del Vesubio en una de sus mayores furias, se lee, que hasta las Naves de la Armada Romana, ancoradas en el Puerto vecino, llegaban las piedras que la violencia de la llama arrancaba de la concavidad, y hacía volar por grandes espacios de aire. ¿Qué no hará con la tierra un ímpetu que rompe y dispara peñascos?
8. Si fuese verdad lo del Fuego central, o grandioso depósito de llamas, que en centro de la tierra quisieron establecer los Padres Kirker, Casati, Castel, y con ellos otros muchos, subiría mucho de punto la eficacia de esta razón probativa; pues siendo aquel como un Océano de fuego que ocupa dilatadísimo espacio, y de quien se derivan hasta la superficie del Globo estos arroyos de llamas que llamamos Volcanes, a pocos días sería fuego todo el Orbe, y a pocos más sería todo ceniza, si el Fuego tuviese actividad para transmutar la tierra en su especie. Pero nada debemos fundar en lo que sólo se permite a físicas conjeturas.
§. IV
9. Contra la transmutación del Aire en Fuego ya es argumento anciano el que toda la Esfera del Aire mucho tiempo ha estaría hecha Esfera de Fuego. A esto responden, que el Fuego que tenemos acá abajo, por ser muy impuro, necesita pábulo más denso o craso que el Aire. A los ojos se viene la réplica que contra los Aristotélicos se puede hacer con el Fuego que constituyen entre la Esfera del Aire, y el Cielo de la Luna; pues siendo aquel, como ellos quieren, purísimo, podrá muy bien cebarse con el delicado aliento del Aire vecino, y de allí ir bajando sucesivamente hasta encender nuestra Atmósfera.
10. Es de advertir, que cuando a los Aristotélicos se les propone contra la existencia de la Esfera del Fuego el inconveniente de que abrasaría el Aire, responden, que aquel es un fuego tenuísimo, y rarísimo, por tanto incapaz de quemar. Mas cuando aquí se les representa el mismo [317] inconveniente en el Fuego de acá abajo, ocurren con que es impuro, y craso; y así el Aire, por ser tan raro y tenue, no es para él alimento proporcionado. Con que unas veces por puro, otras por impuro, unas por tenue otras por craso, deja el Aire como se estaba. ¿Cuál se puede llamar contradicción, si ésta no lo es? Y el caso, que aun admitidas estas soluciones, dejan el campo al enemigo; pues ya por una razón, ya por otra, nunca llegará el caso, ni puede llegar, de trasmutarse el Aire en Fuego. ¿Cómo, pues, defienden, que no hay elemento alguno que no pueda trasmutarse inmediatamente en otro cualquiera Elemento, y mucho más fácilmente siendo Elementos símbolos, como lo son en su sentir el Aire, y el Fuego?
11. Pero demos un nuevo y eficacísimo golpe en esta contienda, que atajará toda evasión, proponiéndoles otro Fuego, que ni tiene la impureza del de acá abajo, ni la falta de actividad del que imaginan allá arriba, y que con todo no convierte jamás el Aire en Fuego. Este Fuego distinto es el del Sol congregado en el foco del Espejo Ustorio. Todos asientan que éste es un Fuego purísimo; y nadie ignora, que es extremadamente activo, tan puro por lo menos como el de allá arriba, y más activo que el acá abajo. Ve aquí un Fuego que tiene bien hechas las pruebas de estar exento de las dos nulidades que los Aristotélicos atribuyen a los otros dos Fuegos, y que con todo jamás convirtió en fuego una pulgarada de Aire. Es claro: pues si empezase a encenderle, proseguiría en el de toda una Región, y después en el de todo el Mundo, salvo que acudiese a tiempo una copiosa lluvia al socorro.
§. V
12. Si el Fuego, que es el más activo, y eficaz de todos los Elementos, no puede transmutar otro alguno a su especie, parece que ni los demás podrán recíprocamente transmutarse. Creo firmemente, que si en un vaso de agua, por grande que sea, se echa un poco de arena, ésta se irá al fondo, y allí se estará años enteros en su ser de arena. Del mismo modo, si alguna cantidad de arena [318] seca se rocía y humedece con un poco de agua, y se cierra de modo que el calor no pueda disipar o vaporar la humedad, me parece infalible que la arena se conservará siempre húmeda; lo que no sucedería, si convirtiese en su propia substancia la agua con que la humedecieron.
13. Acaso se me argüirá con las concreciones que del agua se hacen en cristales, piedras comunes, y preciosas. Pero a eso digo lo primero, que ni los cristales ni las piedras son tierra; y así la objeción no es del caso, cuando se disputa si la tierra puede hacerse del agua. Lo segundo, que aunque en el cristal y las piedras entre alguna porción de agua, concurren otros principios, como Ácidos, y Alkalis, que íntimamente y por minutísimas partículas mezclados con ella, la fijan. Lo de que el cristal no sea otra cosa que agua congelada, es error vulgar. Si lo fuera, se derretiría al fuego y sería más ligero que el agua, pues la agua helada es más leve que la fluida, y así nada sobre ella. Lo tercero, que aun cuando admitiésemos alguna conversión de agua en tierra, o de tierra en agua, no por eso lograrían nada los contrarios, mientras no nos prueben que en la conversión de agua en tierra es el agente la misma tierra, y en la de tierra en agua lo es el agua: pues lo que aquí se disputa, no es si absolutamente un Elemento se puede transmutar en otro; sino si la virtud activa de la transmutación reside en el Elemento a cuya especie se transmuta el otro. El que haya otro agente en la naturaleza que pueda hacerlo, no es del caso, y así puede permitirse sin riego.
§. VI
14. La conversión de la agua en aire, y del aire en agua está muy admitida. Pero no veo experiencia alguna que la pruebe. La vulgar de la Eolípila, con que pretenden establecer la transmutación del agua en aire, está muy lejos de concluir cosa alguna. Dase el nombre de Eolípila a un vaso de cobre o hierro, cerrado por todas partes, exceptuando un pequeño agujero que se le deja a la punta de un pico, o cola de bastante longitud. El uso [319] de él es el siguiente. Caliéntase bien al fuego, para que se enrarezca el aire que tiene dentro. Luego, metiendo el pico en el agua, recibe toda la que es menester para ocupar el espacio que deja el aire enrarecido, al condenarse de nuevo con la frialdad del agua. En este estado se aplica otra vez al fuego, y luego que empieza a calentarse empieza a soplar por el agujero, creciendo la fuerza del soplo a proporción de lo que crece el calor: de modo, que está soplando con vehementísimo ímpetu por un buen rato, que es lo que tarda en disiparse totalmente el agua contendida en el vaso. La vehemencia del soplo, continuada por tanto tiempo que puede encender toda una buena fragua, ha hecho creer que toda la agua contenida en la Eolípila se convierte en aire.
15. Aun cuando ello fuese así, nada lograban los Aristotélicos para su pretensión; pues la supuesta transmutación del agua en aire en el caso presente no se haría por el aire sino por el fuego, que con la fuerza del calor, enrareciendo mucho la agua llegaría a darle tenuidad aérea; y lo que los Aristotélicos pretenden, es, que cada Elemento transmute a su símbolo, o disímbolo, no es otro tercer Elemento distinto de los dos, sino en la substancia del mismo Elemento agente de la transmutación.
16. Pero realmente en el caso propuesto, ni por el aire, ni por el fuego, ni por otro algún agente se hace la transmutación de agua en aire. Esto se hace manifiesto; porque el agua se ve salir de la Eolípila resuelta en vapor bastantemente denso, guardando figura cónica exactamente formada, cuya cúspide está en la entrada del agujero, y de allí se va extendiendo en torno con gran regularidad, y ocupando sucesivamente mayor espacio, hasta que enteramente se pierde de vista, como sucede a todos los vapores cuando sus partículas se disgregan mucho unas de otras. Es evidente, que aquel visible pirámide no es de aire: lo uno porque el aire no es visible; lo otro, porque si al encuentro del pirámide se pone prontamente cualquiera cuerpo denso y frío, se ve al momento bañada de agua su superficie, volviendo a congregarse en ella las partículas dispersas del vapor. Por otra parte, el vapor que sale, es tanto, cuanto verisímilmente corresponde a toda la agua contenida en la Eolípila: por lo cual no queda lugar a discurrir razonablemente, que alguna porción de agua, ya que no toda, se haya convertido en aire.
17. Si se me opone, que aquel soplo violento que enciende el fuego con tanta actividad, no puede ser sino de aire impelido, pues el vapor sólo no puede hacer este efecto; por consiguiente alguna porción considerable de agua se convierte en aire: respondo, concediendo el antecedente, y negando la consecuencia; porque sin recurrir a ese aire imaginario, término de la transmutación del agua, hay el que es menester, parte dentro de la Eolípyla, parte fuera de ella. Dentro de la Eolípila hay aquel aire que antes se condensó al introducir la agua fría, y enrareciéndose después con el calor del fuego sale con notable ímpetu, por necesitar mayor espacio. Pero concurre también el ambiente que está enfrente del agujero de la Eolípyla, el cual es arrebatado con violencia, ya del aire de ella, ya del vapor, que también se mueve con mucha rapidez.
18. En cuanto a la transmutación del aire en agua, convence, al parecer, que no la hay, el que en toda agua se ha hallado incluida alguna porción de aire dividida en minutísimas partículas, las cuales se perciben claramente, congregándose cuando el agua se hiela, y enrareciéndose cuando hierve. También en la Máquina Pneumática, de cualquiera agua que se introduzca en ella, se saca alguna cantidad de aire. ¿Pues si el agua no puede convertir en substancia aquellas minutísimas partículas de aire, cuándo llegará el caso de que le transmute?