Filosofía en español 
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Tomo quinto Discurso XV

Solución del gran problema histórico sobre la población de la América, y revoluciones del orbe terráqueo

§. I

1. La arduísima cuestión de la población de la América; esto es, cómo, o por donde pasaron a aquellos vastísimos países sus primeros habitadores, ha sido tratada por muchas plumas con bastante diligencia y aplicación; mas no con igual felicidad; porque después de haberse discurrido mucho y por diferentes sendas en esta materia, no se ha encontrado hasta ahora idea capaz de aquietar a un entendimiento que sinceramente busca la verdad.

2. De este mismo sentir es el docto Anónimo, que poco ha dio de nuevo a luz el libro intitulado: Origen de los Indios del Nuevo Mundo, compuesto a principios del siglo pasado por el Padre Presentado Dominicano Fray Gregorio García, ilustrándole con muchas Adiciones, donde reinan una acertada crítica y una copiosa erudición. Es cierto que en aquel libro, ya por el estudio del que le compuso, ya por la diligencia del que le aumentó, se hallan recogidas y esforzadas (cuanto en ellas cabe) todas las [322] opiniones que hasta ahora se han inventado sobre la primera población de la América. Pero séame lícito decir, que entre tanta variedad de sentencias, ninguna encuentro que haya acertado con la verisimilitud. Algunas ni aun tocaron en la posibilidad. Esto me ha estimulado a proponer al Orbe Literario un nuevo sistema sobre el asunto. El juzgará, si el mío es más bien fundado que todos los que hasta aquí parecieron en su dilatadísimo Teatro.

§. II

3. Esta cuestión es de mucho mayor importancia, que la que a primera vista ocurre. Parece una mera curiosidad histórica; y es punto en que se interesa infinito la Religión; porque los que niegan que los primeros pobladores de la América hayan salido de este nuestro Continente para aquel, consiguientemente niegan, contra lo que como dogma de Fe tiene recibido la Iglesia, y está revelado en la Escritura, que todos los hombres que hay en el mundo, sean descendientes de Adán: de donde se sigue, que todas las dificultades que ocurren en la transmigración de los primeros habitadores de la América desde nuestro Continente a aquel, sirven de argumentos a los espíritus incrédulos, para impugnar el dogma de que Adán y Eva fueron padres universales del humano linaje.

4. Hay hoy no pocos en el mundo, que contradicen dicho dogma, y fue su Caudillo Heresiarca, Isaac de la Peyrere, Francés, el cual, a la mitad del siglo pasado, vomitó tan pernicioso error en un libro escrito a este intento. Era entonces la Peyrere Protestante; después de redujo al Gremio de la Iglesia Católica, y abjuró, juntamente con los errores comunes de su Secta, el delirio particular de quien fue primer Autor. Esto es lo que afirman nuestros Escritores. Los Protestantes aseguran al contrario, que su reconciliación con la Iglesia fue solo aparente, y ejecutada por motivo político; y que hasta la muerte perseveró obstinado en su particular herejía, aunque manifestando su sentir sólo a sus íntimos, o a [323] sujetos de quienes hacía especial confianza. Sea lo que fuere de este hecho particular, es constante que el error de la Peyrere hizo algún progreso; de modo que ha ascendido al grado de Secta, y se llaman los que la siguen Herejes Preadamitas, o Preadamíticos, porque afirman que Dios crió otros hombres en el mundo antes que formase a Adán.

§. III

5. El sistema, pues, de la Peyrere, y los demás Preadamitas, es, que el sexto día de la Creación del mundo crió Dios al Hombre, varón y hembra; esto es, (como ellos lo entienden) no un varón sólo y una sola hembra, sino muchos varones y hembras, repartidos por las varias Regiones del Orbe; del mismo modo que no produjo una planta sola, sino muchas de cada especie en varios parajes de la tierra: Que mucho tiempo después crió a Adán y Eva; y que esta creación es la que se expresa en el segundo capítulo del Génesis, como diferente de la otra que se refiere en el primero: Que Adán por consiguiente, no es cabeza o progenitor de todos los hombres, sí sólo del Pueblo Judaico; y por eso Moisés, cuyo designio no era escribir historia general del mundo, sí sólo de aquel Pueblo, refiriendo primero de paso y en términos generales la producción de las demás gentes, después más individualmente expresó la formación de Adán y Eva, tomando de ellos, como padres únicos y privativos de la gente Israelítica, el principio de la serie histórica de aquella Nación: Que el dar padres particulares e independientes de la común creación a la gente Judaica, fue consiguiente al designio Divino de constituirla por su Pueblo escogido, y singularmente destinado a recibir y mantener la Religión verdadera, y sincero culto de la Deidad.

§. IV

6. Los apoyos de tan detestable sistema se toman lo primero de un pasaje de San Pablo, en el capítulo [324] quinto de la Carta a los Romanos, perversamente interpretado. Lo segundo, de la repetición de la formación de Adán y Eva, hecha en el segundo capítulo del Génesis, la cual, como hemos dicho, quieren los Preadamitas no sea repetición, sino relación de otra creación diversa de la que se noticia en el capítulo primero. Lo tercero, de las Crónicas fabulosas de los Caldeos y los Egipcios, los cuales se fingen una antigüedad portentosa, y anterior muchos millares de años a la formación de Adán: cuya impostura, en orden a los Caldeos, se averiguó ya en tiempo de Alejandro, luego que este Príncipe conquistó a Babilonia; porque el Filósofo Calístenes, que era de la comitiva de Alejandro, a solicitación de Aristóteles registró todos los monumentos de las observaciones Astronómicas de los Caldeos, conservados en aquella Ciudad, y halló que su mayor antigüedad era de mil novecientos y tres años, en lugar de cuatrocientos y setenta mil años de edad, que los Caldeos atribuían a sus primeras observaciones.

7. Últimamente forman los Preadamitas prueba para su sistema sobre los Pueblos de la América: porque suponiendo, como suponen, que de nuestro Continente al de la América no hay comunicación alguna por tierra, antes median grandes mares entre uno y otro Continente, infieren, que ni de Europa, ni de Asia, ni de África pudieron pasar hombres algunos a la América antes de la invención de la Aguja Náutica, cuyo uso es absolutamente necesario para los viajes de mar, en que las Embarcaciones pierden de vista las orillas. Siendo, pues, constante, que la América estaba poblada mucho tiempo antes de la invención de la Aguja Náutica, infieren, como consecuencia fija, que sus habitadores no son descendientes de los de nuestro Continente; por consiguiente no deben su primer origen a Adán y Eva, sino a otros varones y hembras, que Dios crió en aquellos países. [325]

§. V

8. A este argumento puede responderse de tres maneras. Puede decirse lo primero, que los antiquísimos pobladores de la América, no con designio formado pasaron de este Continente al otro, sí arrebatados de alguna tempestad, cuya violencia pudo transponerlos a él, cuando su intento sólo era navegar a vista de tierra, según la limitación de la Náutica, antes que se descubriese el uso de la Aguja Magnética. Puede decirse lo segundo, que acaso los antiguos conocieron y usaron la Aguja; pero perdido después, e ignorado por muchos siglos este arte, se restituyó otra vez al mundo, creyéndose ser invención nueva la que sólo fue recuperación. Puede en fin, responderse, que los dos Continentes no están en todas partes divididos por los Mares; antes en alguna se comunican por tierra.

9. Empezando por esta última solución, juzgo que enteramente carece de probabilidad. Innumerables relaciones de viajes marítimos destruyen la sospecha de comunicación por tierra entre los dos Continentes. Ni en esto es razón detenernos, porque sería materia de mucha prolijidad, si sobre ella instituyésemos una exacta discusión.

10. La primera respuesta nada contiene, ni de imposible, ni de inverisímil. Sabido es, que el primer origen del descubrimiento de las Indias Orientales, hecho a los fines del siglo decimoquinto, se debió a una tempestad que arrojó hacia aquellas partes al Piloto Vizcaino, llamado Andalouza; el cual, muriendo después en los brazos del famoso Colón, le pagó la caridad del hospedaje con la noticia bien reglada de aquel hallazgo.

11. Tampoco en la segunda respuesta hay cosa que choque la razón. En el Discurso duodécimo del cuarto Tomo dimos noticia de varios artificios, cuyo conocimiento había logrado el mundo en los antiguos tiempos, y perdiéndole en los subsiguientes, le recobró en los últimos siglos. Esto pudo suceder en el uso de la Aguja Náutica, [326] especialmente si entre los antiguos fue conocido de pocos su uso, y se guardaba como secreto.

§. VI

12. La verdad, si el argumento propuesto arriba a favor de los Preadamitas no se adelanta más, bastan para quebrantar toda su fuerza las dos respuestas dadas, y aún cada una por sí sola. Pero resta lo más arduo de la dificultad, cuyo mayor apuro consiste en el tránsito de los brutos a la América, lo cual declaro así. Es constante por testimonio de la Escritura Sagrada, que en el Diluvio Universal perecieron cuantas bestias terrestres y volátiles había en el Universo, a la reserva de aquellas pocas de cada especie, que se salvaron en el Arca. Es asimismo constante, que únicamente de aquellos individuos que se salvaron en al Arca, se propagaron después todas las especies; de modo, que no hubo desde entonces acá, ni hay hoy bruto alguno sobre la haz de la tierra (por lo menos si se habla de los que sólo pueden ser engendrados por la mixtión de los dos sexos), que no descienda de aquellos. Todo esto consta claramente del capítulo sexto, y séptimo del Génesis. Y en fin es hecho irrefragable, que cuando los Españoles entraron la primera vez en la América, hallaron en varios Países de aquel Continente muchos brutos, unos conocidos, y de las mismas especies que hay acá, otros que no habían visto jamás. Pues aquellos brutos descienden sin duda de los que se recogieron en el Arca de Noé, se pregunta ahora, ¿cómo pasaron de nuestro Continente a aquel? Y la dificultad tendría fácil salida, si en la América sólo se hallasen, o aves de largo vuelo que pudiesen atravesar muchas leguas de piélago; o solo aquellos brutos que son útiles al hombre, como Caballos, Buyes, Ovejas, Gallinas, Perros, de quienes se podría discurrir que los llevaron para su uso los primeros hombres, que, o por accidente o por designio pasaron a la América. Pero el negocio está en que en muchas tierras del Nuevo Mundo se hallaron al descubrirlas los Españoles, [327] como también se hallan ahora, Leones, Tigres, Osos, Lobos, Zorras, y otras bestias que incomodan infinito al hombre, de quienes por consiguiente no es creíble que los primeros pobladores de la América las transportasen allá en Navíos. Y si alguno se echase a adivinar, que las transportarían para lograr en ellas el deleite de la caza, se le preguntará, ¿quién hasta ahora pensó en transplantar Lobos, y Zorras de un País a otro, o poblar selvas de estas fieras para cazarlas? El Padre Acosta, que en el libro primero de su Historia de las Indias se hizo cargo de la dificultad que vamos proponiendo, llegando a apuntar esta solución, hace burla de ella, y añade, que hay en el Perú una especie de Zorras, que llaman Añas, animales muy sucios y hediondos. ¿No es extrema ridiculez pensar que haya habido jamás hombres, que pasando de un País a otro, quisiesen transportar en su compañía tales animalejos, para que se multiplicasen en la Colonia que iban a fundar?

13. Desestimada, pues, como es justo, esta solución, no hallo en lo que he leído sobre la materia otra alguna, que pueda abrazarse; porque lo de que hay camino por tierra de un Continente a otro, es inverisímil, como ya apuntamos arriba: y lo que dicen algunos, que fueron conducidos los brutos por ministerio de los Ángeles al Nuevo Mundo, es un recurso, a que sólo se debe acudir en la extrema necesidad; esto es, no siendo posible hallar otro alguno. Ni los dos ejemplares, que pueden alegarse, de que por ministerio de los Ángeles fueron conducidos los brutos a Adán para que les pusiese nombres, y al Arca de Noé para salvarse en ella, persuaden algo. Lo primero, porque es incierto el asunto de que los Ángeles interviniesen en aquellas conducciones, pues ni tal se expresa en la Escritura, ni eran necesarios los Ángeles para una ni para otra conducta, pudiendo ejecutarse todo con sólo un impulso que Dios imprimiese a los brutos, moviéndolos con él, ya hacia Adán, ya hacia el Arca. Lo segundo, porque en aquellos dos casos era necesario que Dios usase [328] de alguna providencia extraordinaria a falta de los medios naturales y comunes; y no hay esta necesidad en el nuestro, como veremos más abajo.

§. VII

14. Nada de lo dicho incomoda a los Herejes Preadamitas; porque éstos, para ir consiguientes, cerrando los ojos, y echándose en todo y por todo con la carga, no solo niegan que el Diluvio Noético inundase toda la tierra; pero afirman, que sólo cubrió la Judea, y acaso algunas Regiones vecinas. De este modo, no sólo salvan de aquel estrago los hombres y brutos, que suponen criados y existentes en la América, mas reservan también de la ruina nuestro propio Continente, exceptuando una pequeña parte de él. ¡Qué ceguera tan voluntaria! cuando está expresado con la mayor claridad posible en la Escritura, que el Diluvio fue universalísimo, y que cubrieron las aguas la superficie de todo el Orbe Terráqueo: Omnia repleverunt in superficie terrae... opertique sunt omnes montes excelsi sub universo Coelo. En fin, que perecieron cuantos hombres, y brutos terrestres y volátiles había en toda la tierra: Consumptaque est omnis caro, quae movebatur super terram, volucrum, animantium, bestiarum, omniumque reptilium, quae reptant super terram: universi homines, & cuncta, in quibus spiraculum vitae est in terra, mortua sunt.

15. Debiendo, pues, suponer por una parte la infalible verdad de la Historia Sagrada, y buscar por otra el modo más verisímil con que pudiesen pasar a la América, no sólo descendientes de Noé, mas también los de muchos brutos que se salvaron en el Arca, y no hallando esta verisimilitud en alguna de las opiniones comunes, propondré y fundaré, a mi parecer eficazmente, lo que siento sobre la materia.

§. VIII

16. Digo, pues, que este negocio cómodamente se compone, suponiendo, que en virtud de [329] muchas alteraciones que hubo en el discurso de tantos siglos, la disposición exterior del Orbe Terráqueo es hoy bastantemente distinta de la que hubo en otro tiempo. Puesto esto, es fácil concebir, que aunque hoy los dos Continentes están separados, en los tiempos antiquísimos estuviesen unidos, o se comunicasen por tierra; por consiguiente, que por aquella parte donde había la comunicación por tierra, pasasen hombres y brutos a la América.

17. A la posibilidad del supuesto que hacemos, nadie puede contradecir; porque ¿qué repugnancia, ni aún dificultad hay en que en aquel sitio donde se creyó estar el Estrecho de Anian, o en otro alguno de los más septentrionales de Asia, u de Europa, hubiese un Istmo, o estrecho de tierra, que sirviese como de puente para transitar de un Continente a otro, y al cual, después los continuos y violentos embates del Océano fuesen rompiendo poco a poco hasta abrirle del todo, y hacer piélago lo que antes era tierra firme? Ni era menester la reiterada batería del mar por el dilatado espacio de tantos siglos. Un terremoto en poco momento podía hacer todo ese estrago. En Plinio, Estrabón, Séneca, y otros Autores hay repetidos testimonios, de que varios terremotos, dividiendo o precipitando en anchísimas cavernas grandes espacios de tierra, dieron lugar a que los cubriese el Océano. Así fueron sumergidas con sus territorios, las dos Ciudades de Pyrra, y Antusa, cuyas ruinas cubre hoy la Laguna Meotis; y las de Elice, y Bura en el Seno de Corinto. Así robó el mar más de treinta mil pasos a la Isla de Cea. Consta por la relación de antiguos Escritores, que estuvo un tiempo unida la Sicilia a Italia; la Euboea, que hoy llamamos Negroponte a la Beocia; la de Chipre a la Siria; la Leucosia al Promontorio de las Sirenas. Que estas disrupciones fuesen hechas, o por terremotos o por el porfiado impulso de las olas en algunas grandes tempestades, no nos hace al caso. De cualquiera modo que fuese, es cierto que la misma causa que rompió aquellas tierras para dar paso al mar entre ellas, pudo, siendo más continuada [330] o más vehemente, romper la unión que había entre nuestro Continente y la América, substituyendo por la tierra que los enlazaba, o un estrecho de Mar, como juzgan algunos que hay hoy, o un anchuroso piélago.

18. En el primer tomo de las Memorias de Trevoux del año de 31 se da noticia de un libro poco ha impreso en Holanda, cuyo Autor o Autores escriben, que hoy subsisten indicios de que hubo un Continente o pasaje de tierra de mil leguas o algo más, que unía la extremidad de la Tartaria Oriental con la extremidad de la California, península de la América Septentrional. Mas como en las citadas memorias no se expresa, ni cuales son estos indicios, ni en qué fundamentos estriba la noticia, nada quiero firmar sobre ella, y tampoco la he menester para nada.

19. Aún con mayor desestimación miro la decantada Historia de la Atlántida de Platón; aunque, porque algunos Autores la aprecian más que debieran, la expondré para impugnarla. Hablando Platón (en el Timeo) de la conversación que tuvo con Solón un Sacerdote Egipcio, sobre las más remotas antigüedades de Atenas, dice como con ocasión de ellas le refirió el Sacerdote a Solón, que en tiempos muy anteriores había habido una grandísima Isla, mayor que la África y la Asia juntas, colocada a la vista del Estrecho, que hoy llamamos de Gibraltar, y extendida hacia el Poniente por todo aquel espacio que hoy tiene el nombre de Mar Atlántico; pero que esta Isla, desecha con un gran terremoto, había sido sorbida toda del Mar.

20. Digo que algunos Autores hacen para el asunto, que seguimos, más aprecio de esta noticia que debieran, porque, suponiéndola verdadera, se imaginan haber hallado en la Isla Atlántida fácil paso a los primeros pobladores de la América. Pero que la referida Historia es fabulosa, se probará eficazmente. Lo primero, porque siendo la Atlántida mayor que la Asia y la África juntas, no podía caber en el espacio que hay entre nuestro Continente y el de la América, como es fácil demostrar geométricamente, [331] mayormente, porque en la relación del Sacerdote Egipcio la Atlántida no se avecinaba por la otra extremidad, o llegaba a vista del otro Continente, sí solo de otras Islas que mediaban entre él, y ella. Lo segundo, porque en el mismo coloquio con Solón daba el Egipcio nueve mil años de antigüedad a la Ciudad de Atenas, que era hacerla algunos millares de años más antigua que el Mundo, según lo que por precisa consecuencia resulta de las Sagradas Letras. Y quien mentía, o erraba tan torpemente en esto, ¿qué fe merece en lo demás? Lo tercero, por otra circunstancia fabulosa que se envuelve en aquella narración; esto es, que habiendo salido inmensas gentes de la Atlántida, con el designio de subyugar todo el Mundo, y teniendo conquistada ya toda la África hasta Egipto, y todo lo que hay de Europa hasta el Mar Tirreno, fueron resistidas y expugnadas por solos los Griegos, y aún por solos los Atenienses. ¿Quién creerá, que una pequeña República destruyese la mayor Potencia que jamás hubo en el Mundo? Así se debe hacer juicio de que toda la narración de aquel venerado Sacerdote fue un tejido de fábulas.

§. IX

21. Pero aun cuando la Isla Atlántida no fuese fabulosa, no bastaría su existencia para resolver la dificultad en el punto en que arriba la hemos propuesto. Quiero decir, que daría tránsito suficiente a los hombres para el Continente de la América, mas no a los brutos. La razón es, porque entre la Atlántida, y el otro Continente mediaban, según la relación del Egipcio, otras Islas: per quam ad alias proximas Insulas patebat aditus, atque ab Insulis ad omnem continentem e conspectu jacentem. (Plat. in Timeo.) Estas Islas intermedias quieren los Autores que suponen la Historia del Egipcio verdadera, que sean las de Barlovento. Sean éstas u otras, fácil sería a los hombres navegar de una a otra, y de la última al Continente; podrían también llevar consigo las bestias domésticas, y [332] útiles. Asimismo podrían volar las aves de la Atlántida a las otras Islas, y de éstas a la tierra firme. Mas para las bestias terrestres, feroces, y nocivas, las cuales no es creíble fuesen conducidas por aquellos pobladores, ni pudiesen, o quisiesen pasar a nado los espacios intermedios de mar, siempre queda la dificultad en pie.

22. Y verdaderamente yo no puedo dejar de admirar, que los Autores, que buscando camino a los primeros pobladores de la América, encontraron la especie de la Atlántida, no hiciesen mejor uso de ella. No sólo erraron en imaginar verdadera una Isla fabulosa, y en creerla cómoda para el tránsito de todos los animales que hay en el otro Continente, aun cuando fuese verdadera; mas también padecieron la infelicidad de que aquella noticia no excitase en ellos (siendo esto naturalísimo) la idea más oportuna, que es la que yo sigo, para desatar el nudo de la cuestión. Luego que tratando este asunto se encuentra la especie de una grande Isla, que ocupó todo el espacio que hay desde España a las Islas de la América, y fue enteramente destruida por un terremoto, hallando por otra parte poca o ninguna verisimilitud en el hecho, y aún poca o ninguna comodidad para el intento, ¿qué cosa más natural ni más razonable, que trasladar con la idea el suceso a otra parte, donde sea más posible, más verisímil, y más oportuno para resolver la dificultad? Todos tienen comprehendido que el espacio de Océano que media entre la parte más Septentrional de la Tartaria, y la extremidad también Septentrional de la América, es sin comparación menor, u de incomparablemente menor anchura, que el que media entre el Estrecho de Gibraltar, y la América. Que un terremoto enteramente hiciese sorber de las aguas una Isla que ocupaba todo este espacio, o lo que es más, una Isla mayor que la África, y Asia juntas, si no imposible, es a lo menos sumamente inverisímil. Pero que un terremoto, o muchos terremotos, y aún sin ellos el continuado impulso de las olas rompiesen algún Istmo, que atravesase por la parte del Septentrión de uno a otro Continente, [333] no contiene al menos vestigio de inverisimilitud.

{(a) Las grandes inmutaciones que en la superficie del Globo Terráqueo pueden ocasionar los terremotos, se confirman con las ruinas que ocasionó uno en la Canadá el año de 1663 en más de cuatrocientas leguas de País. Chocaron unas montañas con otras. Algunas arrancadas enteramente de sus sitios, fueron precipitadas en el gran Río de San Lorenzo. Otras se sepultaron en los senos de la tierra abierta debajo de ellas. Una montaña de rocas, que ocupaba más de cien leguas, se hundió, dejando en su lugar una dilatada planicie. Después de dicho terremoto se ven en aquella Región Ríos, y Lagos en sitios donde antes no había sino montes inaccesibles. (Regnault tom. 2. Convers. 8.)}

23. Si acaso se me opusiere, que esto es discurrir lo que pudo ser, no lo que fue; respondo, que en esta parte todas las opiniones van iguales. Del tránsito de hombre y brutos a la América no hay hoy en el mundo testigo alguno de vista, ni aún de oídas. Tampoco ha quedado monumento alguno del suceso en escrituras, libros, o mármoles. Lo más, pues, que se puede hacer, es buscar el hecho por el rodeo de la posibilidad; y aquel se debe juzgar que le encuentra, que propone un modo, no sólo posible, sino el más verisímil que salva todos los inconvenientes, y ocurre a todas las dificultades. Esta substancial ventaja creo goza nuestra opinión, o ninguna otra se puede jactar de tanto; pues aunque en otra se proponga modo probable para el tránsito de los hombres a la América, en ninguna sino en la nuestra se abre camino para todos los brutos que hay en aquellas Regiones.

§. X

24. La fuerza de esta razón, que cuanto permite la materia parece demostrativa, se hace más sensible con varias pruebas experimentales que hay de que la superficie del Orbe Terráqueo padeció muchas alteraciones semejantes a la que proponemos. Arriba vimos, como por el testimonio de muchos Escritores consta que el mar ocupa hoy varios y grandes espacios, que antes eran de tierra firme. Ahora veremos como hay hoy muchos y [334] grandes espacios de tierra firme, que en otros siglos fueron cubiertos del agua del mar.

25. Estos dos Elementos Tierra y Agua son dos contendientes, que desde que el mundo es mundo se han estado haciendo continua guerra, y alternando represalias o usurpaciones uno sobre otro. En un tiempo, y en un País roba el mar algún espacio a la tierra; en otro tiempo, y otro País recobra la tierra la pérdida, robando algún espacio al mar: de modo, que no hay siglo en que no pueda decir el que observáre estas recíprocas hostilidades de los dos Elementos, lo que Ovidio en el quintodécimo de los Metamorfóseos pone en la boca de Pitágoras.

Vidi ego quod fuerat quondam solidisssima telus
Esse fretum, vidi factas ex aequore terras.

La producción de nuevas Islas en diferentes tiempos y sitios, es un hecho tan constante, que nadie puede negarle. En nuestro días se formó una nueva Isla de bastante extensión en el Archipiélago, cerca de la de Santorín, o Santerín; y lo que es muy admirable, en un sitio donde el mar era profundísimo. Hízose manifiesto, que la violencia de los fuegos subterráneos, levantando la tierra y peñascos que estaban en el fondo del mar, produjo aquella Isla. Algunos creen, que antes del Diluvio no había Isla alguna, sí que Dios crió toda la tierra firme unida, y después, ya por aquella general inundación, ya por otras causas, y en otros tiempos se formaron todas las Islas: materia en que nada se puede afirmar o negar con bastante fundamento.

26. Asimismo es constante, que por el discurso de algunos siglos el mar se ha retirado a bastante distancia de muchas Playas. Ravena fue un tiempo Puerto de mar, y el principal que tenían los Romanos sobre el Adriático. Aún hoy se ven en la parte de sus muros que mira aquel Golfo, argollas donde amarraban las Naos. Hoy dista del mar tres millas, y todo el espacio intermedio es muy fértil. En [335] algunas partes de esta Costa de Asturias hay señas manifiestas de que el mar se ha retirado bastantemente, como yo mismo lo he notado en un paraje a media legua de Avilés, hacia Poniente. Y en el Río que corre junto a nuestro Monasterio de San Salvador de Cornellana, subsiste en las ruinas de un Puente algunas argollas, como las de Ravena, donde estaban los Bajeles, siendo así que hoy no pueden arribar, ni aún una legua más abajo.

§. XI

27. Las alteraciones dichas son de poco momento, comparadas con otras mucho mayores que nos restan. Baptista Fulgoso, Baltasar Moreto, y otro, refieren que el año de 1460 (el P. Zahn cita el de 1542), cerca de Verona, no la Ciudad de Italia, sino otra del mismo nombre que hay en los Suizos, cavando una mina a la profundidad de cincuenta brazas, fue hallado un Navío entero, con sus áncoras, rotos los mástiles, y en él los esqueletos de cuarenta hombres. Este suceso, mirado a primera luz, parece persuade que donde están hoy los Suizos, hubo un tiempo mar navegable, porque si no, ¿cómo podía haber parado en aquel sitio un Navío con los cadáveres de los navegantes?

28. Sin embargo confieso, que esta prueba es muy equívoca. Edmundo Dichison, Filósofo Inglés, usó de ella para muy diferente intento; esto es, para confirmar su opinión de la circulación de las aguas marítimas, y comunicación subterránea, por donde fluyen de uno a otro Polo. Esta sentencia, que hoy tiene mediano número de Sectarios, se funda en algunas observaciones de que hacia el Polo Ártico hay una corriente continua, dirigida al mismo Polo, tanto más impetuosa, cuanto es menor la distancia de él; y al contrario hacia el Antártico se experimenta otra corriente que repele las Naos, y no las permite acercarse a aquel Polo. Lo cual supuesto, parece preciso, que en el Polo Ártico haya una abertura o tragadero, donde sepultándose las aguas por un canal subterráneo, o acaso [336] muchos, corran hasta salir por el Antártico. Añaden para confirmación la historia de que surcando unas Naves (no me acuerdo en qué tiempo ni con qué designio) en un paraje muy avanzado del Norte, reconocieron la corriente hacia el Polo tan impetuosa, que dificultosamente podían resistirla; mas al fin pudieron retroceder, exceptuando una, algo más avanzada, que fue arrebatada sin remedio, para no parecer jamás, y se colige que dio consigo en aquel horrendo sumidero.

29. Sea lo que fuere la probabilidad de esta opinión, y de la verdad de las observaciones en que se funda, en orden a las cuales sit fides penes Auctores: el citado Dickinson acomoda oportunamente a ella el hallazgo del Navío mencionado, discurriendo, que éste sin duda, navegando por los mares del Septentrión en una grande altura de Polo, padecería la desgracia del otro, de quien acabamos de hablar, o acaso sería el mismo, y por alguno de los muchos conductos subterráneos en que se reparten las aguas sorbidas por aquel boquerón, vino a parar a aquella parte en algún sitio estrecho, donde fue preciso quedar clavado. Si se opone, que en el sitio no se descubrió corriente alguna, o Río subterráneo; responde el Autor, que la misma corriente fue amontonando allí arena, lodo, y broza (lo que era natural, siendo el sitio estrecho, y sobre eso embarazado con la Nave) con que cegándose del todo aquel conducto, la agua que fluía por él, se divirtió a otra parte, para salir, después de varios giros, como sucede a la que va por las demás canales, por el boquerón Austral.

30. No hay, a la verdad, en todo este Discurso implicación alguna; pero tampoco motivo que precise el asenso; antes bien examinado todo, debe suspenderse el juicio. Lo primero, porque el hecho del hallazgo del Navío debe darse por incierto, siendo ésta una de aquellas cosas extraordinarísimas, que según la regla establecida en el Discurso primero de este Tomo, piden, para conciliarse nuestra fe, segurísimas testificaciones. Lo segundo, porque sin el gran [337] rodeo del Polo Ártico, y con mucho más breve viaje subterráneo, pudo parar allí la Nao. ¿No pudo sumergirse en la parte más vecina del Mediterráneo, y por un canal que comunique hasta aquel sitio, ser conducida a él? Y aún podemos abreviar mucho más el viaje, suponiéndola sumergida en el Lago Lemano, que es navegable, y está en los términos de los mismos Suizos.

31. De las razones que alegamos contra Dickinson, debemos concluir también, que así como la historia del descubrimiento de aquel Navío no prueba la pretendida circulación de las lagunas, tampoco puede probar que estuviese algún tiempo inundado del mar el País donde se encontró. Probaremos, pues, con más firme apoyo las grandes revoluciones que ha habido en el Orbe Terráqueo en orden a abandonar el mar grandes espacios de tierra.

§. XII

32. Este se toma del repetido hallazgo de conchas marinas, y peces petrificados en varios parajes de la tierra muy distantes del mar. Es constante por innumerables testimonios fidedignos, que en el centro de Inglaterra, y de Sicilia, en diferentes territorios de la Francia, y otros muchos de Europa, y Asia, bien alejados de todos los mares, se hallan en gran copia conchas marinas de peces conocidos, los cuales sólo deben su origen y educación a las aguas salobres. Asimismo, aunque no con tanta abundancia, se hallan en el centro de las tierras peces petrificados, cuya perfecta semejanza en la configuración a algunas especies de animales marítimos, no permite la menos duda de que siendo un tiempo individuos de aquellas especies, al tiempo que por quedar en seco les fue faltando la vida y el movimiento, se fueron introduciendo por sus poros varios corpúsculos térreos, o salínos, o metálicos, con que haciéndose como piedras organizadas, se preservaron de corrupción; si ya su mismo humor substantífico no se petrificó por algún agente, cuya especie y virtud ignoramos: pues tampoco conocemos la causa que engendra piedras en los riñones, [338] vejiga de la orina, cestilla de la hiel, y celebro de los hombres, y de otros animales.

33. Este tan repetido Fenómeno parece prueba eficazmente, que aquellos sitios donde se hallan tales conchas y peces, fueron en tiempos antiquísimos inundados de las aguas del Mar, el cual después se retiró de ellos, o porque dichos sitios se elevaron sobre el nivel que antes tenían, o porque otros donde después de recogieron las aguas, bajaron del nivel de aquellos.

§. XIII

34. No ignoro que algunos Eruditos recurren, para explicar este Fenómeno, al Diluvio Universal. Y sin duda, que a primera vista parece esta explicación la más fácil y natural: pues constando de las Sagradas Letras, que en aquella general inundación se elevaron las aguas sobre las mayores alturas de la tierra, se representa como natural y aún como forzoso, que al paso que después se secaron, o recogieron a su antiguo lecho, quedasen en la superficie de la tierra innumerables peces de todas especies, de los cuales la mayor porción se corrompiese enteramente; pero algunos se petrificasen en la forma que arriba se explicó; y de las conchas, o ya también petrificadas (como se ven no pocas), o aún sin ese beneficio, se conservasen muchas.

35. Digo, que aunque esta explicación parece la más fácil y natural, padece algunas graves objeciones, que nos mueven a abandonarla, y por consiguiente a mantener el sistema que hemos establecido. La más fuerte se toma de los peces conchudos, los cuales por el peso de las conchas están siempre en el fondo del Mar, si que aun en las mayores alteraciones de éste suban jamás a la superficie de él. Luego mucho menos podrían ascender en el Diluvio a tanta altura, cuanta era menester para ser conducidos a algunas cumbres de la tierra, donde hoy se encuentran.

36. Otro argumento de bastante peso se forma sobre un hecho referido en las Memorias de la Academia Real de las Ciencias del año de 1718; y es, que Mr. Jussieu, Académico [339] de aquel Nobilísimo Congreso, había algunos años antes presentado a la Academia verdaderas Madreporas; (plantas pedrosas que sólo nacen en el fondo del Mar) las cuales el mismo Jussieu había arrancado de unas rocas, a quienes eran adherentes, en el País de Chaumont, muy distante de uno y otro Mar. Esta parece prueba concluyente de que el Mar dominó un tiempo aquel País, pues la agitación de las aguas del Diluvio no era capaz de conducir muchas leguas dentro de tierra las peñas donde estaban radicadas las Madreporas.

37. Otras pruebas al mismo asunto se pueden deducir de la misma Memoria de Mr. Jussieu, presentada a la Academia, como es haber notado este Académico vestigios de las mareas en unas Montañas del Delfinado, que están entre Cap, y Sisterón, y haber hallado en otra parte muy tierra adentro, entreveradas con conchas gran cantidad de aquellas piedrecillas muy lisas, de que están cubiertos los lechos de casi todos los Mares.

§. XIV

38. No disimularé una grave dificultad que se me puede oponer, y que parece destruye la prueba principal de mi sistema. Las conchas marinas de que hemos hablado arriba, no sólo se hallan en sitios humildes o bajos de la tierra, mas también, y en gran número, sobre altas montañas, las cuales no es verisímil hayan sido cubiertas jamás del Mar, pues éste no podía cubrir aquellas cumbres sin inundar todos los valles o sitios más humildes, por consiguiente sin hacer inhabitable toda la tierra, exceptuando las cumbres de algunos elevadísimos montes. Es constante por las Sagradas Letras, que después del Diluvio nunca la tierra estuvo tan generalmente, o casi generalmente inundada del Mar, que sólo se viesen los cerros de las más elevadas cumbres. Cuando se edificó la Torre de Babel, cuya fábrica no fue posterior dos siglos enteros al Diluvio, la tierra de Sennaar, parte de la Región que después se llamó Caldea, que es de poca u ninguna elevación, no estaba cubierta [340] del mar, pues en ella echaron los cimientos de la Torre. Por consiguiente lo mismo sucedía a todas las demás tierras puestas al mismo nivel. Luego es preciso recurrir a que las aguas del Diluvio condujeron tanta multitud de conchas a las eminencias donde hoy se hallan.

39. Lo mismo que de las conchas se debe decir de varias especies de peces, o ya petrificados, o perfectamente desecados y sepultados dentro de peñascos, que se encuentran o encontraron en muchas montañas. En la famosa Galería del Gran Duque de Florencia hay unas piedras, arrancadas de una Montaña casi inaccesible de Fenicia, distante quince millas del mar, en cuyos senos se hallan algunos peces desecados. Dentro de otros muchos peñascos y canteras colocadas en parajes elevados se encontraron innumerables veces, ya conchas, ya peces, y en algunas piedras sólo el diseño de éstos; pero tan perfectamente delineado, que excluía toda duda de que los mismos peces se habían estampado allí, cuando estaba en consistencia de blanda pasta la materia, que después tomó dureza de piedra.

40. Confieso la gravedad de la objeción, y al mismo tiempo la estimo; porque sin obligarme a abandonar mi opinión, me conduce a establecer un pensamiento particular sobre la formación de los montes, que ha de servir de fundamento para la solución.

§. XV

41. Dispútase entre los Eruditos, si los Montes fueron criados en el principio del mundo, u ocasionados del Diluvio Universal. Asienten muchos a lo primero. Otros afirman que Dios crió la tierra uniforme, o en igual distancia del centro por todas partes; mas después las aguas del Diluvio, removiendo tierra, piedras, y plantas de unos sitios, y agregándolas en otros, levantaron estas agigantadas masas, que llamamos Montes.

42. Esta segunda opinión juzgo absolutamente inverisímil, por dos razones: La primera es, que la tierra no pudo tener antes del Diluvio la igual altura que se supone, pues, [341] siendo así, no habría declividad alguna para dar curso a las aguas de las fuentes, por consiguiente todas quedarían estancadas, o todas se sumirían por los poros de la tierra; siendo cierto que las aguas no corren por terreno que no tiene alguna caída, y este estancamiento de las aguas (concediéndole gratuitamente la posibilidad) ahogaría la fecundidad de la tierra, y sería sumamente incómodo a la salud de hombres, brutos, y plantas. La segunda razón es, porque el cuerpo de los montes es casi todo piedra, o por mejor decir, no es cada monte otra cosa que un peñasco continuado; pues aunque algunos estén cubiertos de tierra, se experimenta que ésta baja a muy poca profundidad, encontrándose luego la peña. Pregunto yo ahora, ¿cómo es posible que las aguas del Diluvio (aunque se finja en ellas el ímpetu más violento) arrancasen de las entrañas de la tierra, y volcasen sobre la superficie de ella aquellas continuadas series de peñascos, que forman, ya la gran cordillera de los Pirineos; ya la de los Alpes en Europa; ya la del Monte Tauro en la Asia; y mucho menos la de los Andes en la América, a quien se dan más de ochocientas leguas de longitud.

43. Añádase la autoridad de la Escritura, pues en el capítulo 7 del Génesis se lee, que las aguas del Diluvio cubrieron todos los montes de la tierra: Opertique sunt omnes montes excelsi sub universo Caelo. Luego antes del Diluvio había montes.

44. La primera opinión tiene contra sí la nota de superfluidad. Quiero decir, que aunque fue preciso que criase Dios la tierra con alguna sensible desigualdad, o con algunos montes, ya para dar nacimiento y curso a las fuentes, ya para otros fines; en ningún modo era necesario que desde entonces quedasen formadas tantas elevadísimas eminencias como hay hoy, especialmente las infecundas e inhabitables, sin las cuales podrían pasar los hombres, y comerciar unas gentes con otras con más comodidad que interpuestos esos estorbos. [342]

§. XVI

45. ¿Pero cuándo, me dirás, se formaron estas montañas, si ni Dios las crió al principio, ni las ocasionó después el Diluvio? Aquí entra mi particular opinión. Digo, que ni uno ni otro era necesario; sino que ellas poco a poco se pudieron ir formando por sí mismas, o hablando más filosóficamente, las causas segundas con solo el concurso general de la causa primera las fueron formando paulatinamente en la sucesión de muchos siglos. Para probar esto, no he menester más que hacer tres suposiciones, todas verdaderísimas. La primera, ya insinuada arriba, es, que el cuerpo de las montañas por la mayor parte es de piedra. La segunda, que no todas las piedras fueron criadas al principio, sino que muchas, o las más se fueron formando en la sucesión de los tiempos, y se están formando cada día. La tercera, que ya formadas crecen, y se van aumentando a mayor mole.

46. En la primera suposición nadie pienso pondrá duda. La segunda consta de mil experimentos. En varias cavernas se ve irse convirtiendo en piedra el agua que se destila poco a poco por la junturas de las peñas. Dentro de muchas canteras se hallan conchas marinas. En el centro de algunos peñascos se han encontrado, no sólo los cadáveres de otros animales, mas también cosas fabricadas por el arte, como tal vez un cuchillo, y otros instrumentos de hierro. Esto no podía suceder, si aquellos peñascos siempre hubiesen sido peñascos; porque ¿cómo se había de introducir a su centro aquellos cuerpos forasteros? En los cuerpos de los animales se engendran piedras cada día: ¿por qué no fuera de ellos? Gasendo tratando de la generación de las piedras, cita el memorable ejemplo de su amigo Fabricio, que estudiando en Aviñón, solía por el Estío bañarse en la margen del Ródano, donde el agua tenía poco fondo; y en el mismo sitio donde otras veces se había bañado, y hallado el suelo igual y blando, vio un día, con grande admiración suya, unos pequeños bultos separados del suelo, y tocándolos los [343] experimentó en aquel grado de consistencia, que tiene un huevo muy cocido separada la cáscara. Llevó algunos de aquellos bultos a casa, y dentro de pocos días halló, tanto a éstos, como los que habían quedado en el Río, hechos verdaderos guijarros.

47. La tercera suposición nos abría un espacioso campo para filosofar sobre la nueva opinión de la vegetación de las piedras, que a los fines del siglo pasado procuró establecer en Roma el famoso Médico Jorge Ballivo, y en París el celebérrimo Herborista Joseph Pitton de Tournefort; aquel en un tratadillo de Vegetatione Lapidum, que anda mezclado entre sus Obras Médicas; y éste en dos Memorias presentadas a la Academia Real de las Ciencias, la primera el año de 1700, la segunda el año de 1702. Pero por caminar derechamente a mi asunto, solo tomaré de uno, y otro Físico lo que prueba invenciblemente la suposición hecha de que las piedras crecen, prescindiendo de si este incremento se haga por verdadera vegetación. Esto es lo que convencen sin duda varios experimentos, que propone Ballivo, de Canteras, ya de Mármol, ya de Alabastro, ya de piedra común, que estando cavadas, por la extracción que se hacía en ellas para edificios, hasta bastante profundidad, y dejadas ya por la incomodidad que se padecía en extraer la piedra, fueron después creciendo y llenando el hueco, de modo, que pasados bastante número de años, llegaban a igualar la superficie de la tierra vecina. El citado Autor visitó por sí mismo algunas de estas Canteras, y dice, que los Oficiales que trabajaban ellas, estaban conformes en la testificación del incremento de ellas. No es menos eficaz lo que refiere, que habiendo los Romanos hecho cavar en peña viva dos grandes canales de veinte y cuatro palmos de profundidad, para dar libre curso a las aguas de los dos Ríos Velino, y Nera, y evitar el daño que a veces estancándose ocasionaban a unos Pueblos del Ducado de Espoleto, por el discurso del tiempo fue creciendo la piedra en las concavidades hechas, que modo, que las llenó y allanó, y fue preciso abrirlas de nuevo en tiempo de Clemente VIII. [344]

48. Las observaciones de Mr. Tournefort pasan más adelante por lo que mira a la Física; pues no sólo prueban el incremento de las piedras, mas también que éste se hace por un jugo nutricio, que penetrando los poros de la peña y concretándose en ella, le va dando siempre mayor extensión: Ni en esto hay más dificultad, que en que el jugo nutricio penetre el durísimo corazón de las Encinas viejas, y los huesos de todos los animales, entre los cuales hay algunos más duros y compactos que las piedras comunes. No hay cuerpo alguno, el mas duro del mundo, que no tenga poros; por consiguiente no es menester más, que suponer más sutil el jugo para penetrar los cuerpos que tienen los poros más angostos.

49. Verdaderamente suponiendo como cosa innegable el incremento de las piedras en las Canteras parece preciso confesar, que éste se hace, no por la adición de alguna materia extraña conducida del ambiente vecino a su superficie, o per extra positonem, como hablan los Filósofos; sí solo per intus sumptionem, o en virtud de un jugo que chupa la peña de la tierra donde está como radicada, el cual difundiéndose por toda ella, la nutre y aumenta, en la misma proporción que a los árboles el jugo comunicado por sus raíces. Digo, que parece esto preciso; porque si el incremento se hiciese per extra positionem, se aumentarían también las piedras cortadas y arrancadas de la Cantera; lo cual nunca sucede. Parece, pues, que en cuanto a esto hay una perfecta analogía entre las plantas y piedras, observándose, que así éstas como aquellas, no nacen ni crecen, sino dentro de su matriz, donde reciben jugo proporcionado para su alimento; y separadas de ella, cesa, o se extingue en unas y otras la facultad de aumentarse.

50. Mr. Tournefort observó más en varias piedras, (entre ellas algunas preciosas) que cuando dentro de su matriz padecen alguna desunión, el jugo nutricio acude a soldarla, formando un género de callo en aquel hueco, del mismo modo que sucede esto en los huesos de los animales, y en las ramas de los árboles que se atan o vendan, después de hecha la desunión. [345]

51. Si esta se debe llamar vegetación propiamente tal, es cosa muy indiferente para nuestro intento. Mr. Homberg no dudó avanzar su sistema hasta la conjetura de que las piedras se forman de verdadera semilla, como las plantas. El común modo de filosofar atribuye su producción al espíritu lapidífico que reside en determinadas matrices o mineras. Pero esta es una expresión tan ambigua, que nada explica; y del mismo modo se podrá decir, que los Pinos se producen por un espíritu pinífero, los Laureles por un espíritu laurífero, y las Berzas por un espíritu bercífero. Lo cierto es, que si la conjetura de las semillas de las piedras se esforzase bien, sería de una gran comodidad en la Física, pues con ella se explicaría bellamente la formación de las piedras que tienen una regular y constante configuración, (de que hay muchísimas) y de las plantas lapidosas, como el Coral, la Seta marina, y la Madrepora, que nacen y crecen en el fondo del Mar; lo que, sin suponer semilla, es dificultosísimo. Por mejor decir, esto mismo por sí solo funda una fuerte conjetura, ya porque una organización constante y regular apenas puede concebirse, sino como un indicio natural de la semilla; ya porque la semejanza en conformación de la plantas marinas ya expresadas (las cuales, sin dejar de ser piedras, tienen todas las señas de plantas) con las terrestres persuade lo mismo; especialmente después que el Conde Marsilli (como se refiere en la Historia de la Academia Real de las Ciencias de 1710) descubrió las flores del Coral.

§. XVII

52. Dejando ya cuestiones físicas, y reduciéndonos sólo a lo que constantemente resulta de los experimentos, tenemos cuanto es menester para probar la formación de las montañas, que insinuamos arriba. Éstas constan, por la mayor parte, de piedra; o por mejor decir, no son otra cosa, por la mayor parte, que unos grandísimos peñascos. Las piedras nacen y crecen con la sucesión de los tiempos. De estos antecedentes sale por consecuencia forzosa, que con la sucesión de los tiempos se formaron muchas [346] montañas, y que hoy hay muchas y muchísimas, que ni existían al principio del mundo, ni inmediatamente después del Diluvio.

53. Para explicación de lo que discurrimos ha sucedido, pongamos lo que puede suceder. Pongamos, digo, que enfrente de esta Costa, a seis u ocho leguas de mar, debajo del mar, y aún debajo de la tierra que le sirve de lecho, se forma ahora un peñasco, cuya posibilidad es consiguiente necesario de la segunda suposición probada arriba. Pongamos también (por la tercera suposición, que asimismo se probó) que este peñasco va creciendo sucesivamente, así hacia arriba, como a los lados. Sucederá, que pasando algún considerable tiempo toque con su cima la superficie del agua, y que pasando más tiempo se eleve sobre ella. ¿Qué dificultad hay en que suponiendo el incremento continuado por dos o tres mil años, vea el mundo una elevadísima montaña en aquel paraje mismo, donde a nuestros ojos no se presenta ahora sino Coelum undique, & undique Pontus?

54. He supuesto, que el peñasco no solo crecerá hacia arriba, más también a los lados; o no sólo en altura sino en grosor, porque a todos los vegetables sucede lo mismo, aunque con diferente proporción; y es posible, que en algunas peñas el aumento hacia los lados exceda en tal proporción el que tienen hacia arriba, que a veinte varas de altura correspondan dos o tres mil de circunferencia. De este modo un peñasco que nazca, y empiece a crecer ahora dentro del mar, a tres leguas de distancia de estas Costas, podrá, pasados dos o tres mil años, tener una milla de altura perpendicular, (que es sin duda una elevación muy grande) y cien millas de circunferencia, que hoy tiene dominado el mar. Si no se quisiere admitir tanto exceso en el incremento de circunferencia sobre el de la elevación, (materia, en que por no haber regla que nos guíe, cada uno podrá imaginar lo que quisiere) fácil es suplir el defecto, suponiendo que otros peñascos nazcan y crezcan a alguna distancia del primero, y entre muchos ocupen tantas leguas de mar, cuantas cada uno quiera. [347]

§. XVIII

55. Trayendo ya a nuestro principal intento este nuevo sistema de la formación de las montañas, es fácil concebir en él cómo hoy se hallen en las cimas de algunas, conchas marinas, peces petrificados, o sus esqueletos sepultados en las peñas, y aún áncoras, y mástiles, si es verdad, que también éstos se han hallado; pues lo de Ovidio, & vetus inventa est in montibus anchora summis, no me hace fuerza. Digo, que es fácil concebir, puesto nuestro sistema, cómo hoy se hallen todas esas cosas en las cimas de algunas montañas, sin recurrir a las aguas del Diluvio. Supongamos, que la tierra que sirve de lecho al mar, en el espacio de una milla de circunferencia va subiendo hacia arriba, impelida de varios peñascos que están debajo de ella, y van creciendo. Supongamos también, que no sube con igualdad o a un mismo nivel en todas partes, sino que al tiempo que algunas de sus partes llega a la superficie del agua o montan algo sobre ella, otras aún quedan sumergidas, formando varios pozos o lagos, en los cuales estén, no solo conchas, pero peces grandes y pequeños de varias especies; pero que no pueden ya salir de dichos lagos, porque ha cogido el paso por todas partes la tierra que ha montado sobre el agua alrededor de dichos lagos subiendo más la tierra y los peñascos que la levantan, de modo, que el suelo de los mismos lagos se ponga sobre el nivel del Mar, los lagos se irán secando poco a poco, disipando el Sol parte del agua, y parte sumiéndose por los poros de la tierra. Ya tenemos en seco conchas y peces. De estos supongo, que los más se corromperán y harán cenizas; pero algunos, supuesto que el suelo donde los coge la desgracia de quedar en seco, abunde de espíritu lapidífico (démosle este nombre al agente transmutante, sea el que fuere) se petrificarán: otros quedarán sepultados (como también muchas conchas) en lodo, u otra masa blanda, que luego se convierta en piedra, en la forma que dijimos arriba, refiriendo la Historia del amigo [348] de Gasendo. Si en aquel distrito hay alguna áncora o mástil, u otro cualquier despojo de Navío, irá subiendo también, hasta que formada la montaña, quede depositado en la cumbre de ella.

56. Este naturalísimo, y casi demostrativo discurso se confirma con algunos hechos que constan de las Historias. Marco Antonio Sabelico refiere, que en el año octavo del Imperio de Lotario nació en Sajonia, o se levantó un collado largo seis millas. El Padre Zahn, citando a Zeilero, dice que en los Suizos un monte vecino al Lugar llamado Interlaco, palpable y diariamente se ve crecer; de modo, que no permanece allí edificio alguno: Hic (mons) quotidie nova sumit incrementa, ita ut nullum ibi constare queat edificium.

57. Debe suponerse, para inteligencia de este fenómeno, y obviar dificultades, que el incremento de las montañas necesariamente es mayor en unas partes que en otras, según la mayor copia o eficacia que tiene el espíritu lapidífico en unos que en otros sitios; o también, según la mayor abundancia de jugo, proporcionado para lapidificarse. Así unas montañas crecerán mucho, otras poco, y otras, por agotarse enteramente el jugo proporcionado, o evaporarse el espíritu lapidífico, cesarán totalmente de crecer.

58. Con esta advertencia se cortan algunos argumentos que pudieran oponerse; y entre ellos (que parece el principal) el de que llegarían a ser tantas, y crecer tanto las montañas, que vendría en fin a hacerse la tierra inhabitable, o por lo menos se rompería enteramente el comercio entre las gentes que habitan distintos Valles. Digo, que este inconveniente no se seguirá, no sólo por la razón expresada de que cesa y habrá cesado ya el incremento de muchos montes; mas también porque otros por varias causas se rebajarán de la altura a que ascendieron, de lo cual hay en lo pasado no pocos ejemplares. Pueden verse en el citado Padre Zahn varias Historias, no solo de montes rebajados, más también enteramente sorbidos de la tierra, [349] en cuyos sitios sucedieron anchurosos lagos. Con estas alternaciones de hacerse unos montes, deshacerse otros, subir sobre el mar una tierra, bajarse otra a que el mar la bañe, se va conservando el Mundo sensiblemente en igual estado, en cuanto a la comodidad de los hombres.

59. Y no debe omitirse, que en muchas tierras, aun sin el transcurso de muchos años, se ha observado levantarse el suelo en una parte y humillarse en otra, advirtiendo, que de tal sitio se descubría antes un collado, o torre, o población, y después se encubre; y al contrario.

{(a) 1. En la Historia de la Academia Real de las Ciencias del año de 1725, por noticia comunicada por Monsieur Scheuzer a la Academia, se refiere que el año de 1714 por el mes de Junio cayó súbitamente la parte Occidental de la montaña de Blaveret en los Alpes, de que resultó formarse en el sitio Lagos muy profundos. No se descubrió vestigio alguno de betún, ni azufre, ni cal cocida; por consiguiente no hubo terremoto. Así parece, que la montaña cayó por haber flaqueado su basa.

2. En una Gaceta de Madrid se refirió, que a mediado de Junio del año de 1733, en la Provincia de Auvergna, entre Clremon, y Aurillac, en tres cuartos de hora se aplanó una gran montaña que ocupaba dos leguas de terreno.}

§. XIX

60. De todo lo dicho resulta, que ha habido muchas y grandes mutaciones en el teatro del Orbe Terráqueo: que mucho de lo que hoy es tierra fue mar, y mucho de lo que hoy es mar fue tierra; ya porque la violencia de terremotos y fuegos subterráneos levantó grandes masas de Islas, u de montes en unas partes, y las demolió en otras: ya porque el ímpetu de las olas del mar, rompiendo algunas tierras, quitó la comunicación que por aquella parte tenían a pie enjuto las Naciones: ya porque muchos montones de arena y cieno acumulados por el mar, en unos sitios hicieron extender las aguas por otros: ya porque el espíritu lapidífico que está extendido por toda la tierra, pero con gran predominio reina en algunas porciones de ella, levantó extendidos espacios de suelo, hasta superar con muchas ventajas el nivel del mar: ya, en fin, [350] porque otras muchas causas ocultas levantas el suelo en unas partes, y le rebajan en otras.

61. Estos antecedentes infieren como consecuencia necesaria, que es ocioso buscar en los Mapas el rumbo por donde los primeros pobladores de la América pasaron a aquellas Regiones. Estaba la superficie del Globo diferentísima entonces que ahora. El tránsito de los animales inútiles, feroces, o nocivos, prueba invenciblemente que había paso por tierra. No se halla ahora. ¿Qué contradicción hay en esto? Ninguna. Distingue tempora, & concordabis jura. Así se resuelve fácilmente esta cuestión, tenida hasta ahora por dificilísima, y se corta de un golpe el nudo Gordiano que tantas Plumas tentaron inútilmente desatar.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo quinto (1733). Texto según la edición de Madrid 1778 (por D. Blas Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo quinto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 321-350.}