Tomo séptimo ❦ Discurso quinto
Venida del Ante-Christo, y fin del Mundo
§. I
1. Consta claramente de las Sagradas Letras, que llegará tiempo, en que cortando la Providencia el hilo al largo tejido de las generaciones humanas, vendrá el Hijo de Dios a juzgar vivos, y muertos. Este término fatal será precedido de funestas turbaciones en los Cielos, en los Elementos, en los negocios humanos. Pero la primera de todas será la terrible persecución, que padecerán todos los justos, y verdaderos creyentes debajo de la opresión de un tirano iniquísimo, y poderosísimo, que obrará en la tierra con amplísimos poderes de todo el Infierno; y cuyo carácter expresó el Apóstol S. Juan, dándole previamente el nombre de Anti-Christus, esto es, Contra Christo; porque todas sus acciones se dirigirán a desterrar enteramente del mundo el culto del Redentor.
2. ¿Mas cuándo será esto? Nadie lo sabe. Aun a los Angeles del Cielo se esconde este secreto {(a) Matth. cap. 24.}, porque Dios le reservó para sí sólo: De die autem illa, 6 hora nemo scit, neque Angeli Coelorum, nisi solus Pater. Con todo, a tanto se arroja la temeridad humana, que lo que es incomprehensible a los Angeles, presumen averiguar los hombres. [121]
§. II
3. Los que más descaminadamente discurrieron en esta materia son los que por observaciones Astronómicas, o Astrológicas quisieron determinar la duración del mundo. De este número fue el Cardenal Pedro Aliacense, Varón por otra parte doctísimo, pero tan encaprichado de la vanidad Astrológica, que pretendía, que aun los sucesos sobrenaturales, y sólo dependientes de la absoluta, y extraordinaria Potencia de Dios, como el Diluvio Universal, Nacimiento, y Milagros del Redentor, se podían adivinar por las estrellas. Este, pues, sin otro principio, o fundamento, determinó el fin del mundo para el año de 1789: Jerónimo Cardano, que, alejándose poco del Aliacense, le señaló para el año de 1800; y Arnaldo de Villanova, que, anticipando a aquella cuenta más de cuatrocientos años, le colocó, dicen unos en el de 1326: otros en el de 1335: otros en el de 1345: otros en el de 1376; no consultaron para sus predicciones otros oráculos, que los mismos del Aliacense; esto es, los Luminares Celestes. Puede agregarse a éstos un Rabí, llamado Isaac Azan, que floreció en tiempo del Rey D. Alonso el Sabio, el cual medía la duración del mundo por la del año magno de Platón. Dan este nombre a aquel espacio de tiempo, que se requiere para que todos los Astros vuelvan al sitio, y positura, que tenían al principio, y unos le componen de quince mil años Solares, otros de treinta y seis mil, otros de más, y otros de menos.
4. Con motivo, aunque no tan ridículo, harto insubsistente, computaron otros la duración del mundo, ya por levísimas conjeturas, ya por siniestra interpretación de las Sagradas Letras. S. Jerónimo dice, que Apolinario Laodiceno interpretaba las Semanas de Daniel de modo, que resultaba la venida del Ante-Christo el año 490 de la Encarnación del Verbo. Filiastro cita otros, que anticipaban el fin del mundo al año 365 de nuestra Redención. Otros, regulando la duración del mundo por una proporción numérica, voluntaria a la de su Creación, decían, [122] que como la Creación había sido hecha en seis días, su existencia duraría seis mil años. S. Ambrosio, y el Venerable Beda citan otros, que proporcionando también a cada día un milenario de años, echaban la cuenta por otro camino para sacar, que pasados siete mil años, sería el Juicio Final. Otros, de quien hace mención el P. Benito Pereira en el libro primero de su Comento sobre el Génesis, discurriendo que desde la venida de Cristo hasta el fin del mundo, correría igual espacio de tiempo, que desde la Creación hasta el Diluvio, pronosticaban la ruina del Orbe para el año de 1656 de nuestra Redención. S. Agustín refiere otras tres sentencias; la primera, que señalaba por término de la duración del mundo el año de 400 de Cristo; la segunda, el de 500: la tercera, el de 1000. Finalmente, otros de quienes habla San Vicente Ferrer, querían (no sé por qué) que el número de años desde el Nacimiento de Cristo hasta su segunda Venida, fuese no mayor, ni menor que el de los versos de los Salmos de David; de modo que en el sentir de éstos, la colección de aquellos versos constituyen una serie sucesiva de profecías, relativa según el orden numérico, en que están colocados todos los años después del Nacimiento de Cristo hasta el fin del mundo; esto es, el primer verso es profecía para el primer año, el segundo para el segundo, &c.
5. Todos estos son sueños de gente despierta, y es la más benigna censura, que se les puede aplicar. Muchos de los cómputos referidos se hallan ya falsificados. Lo mismo sucederá a todos los demás, salvo que una mera casualidad haga encontrar el pronóstico con el suceso.
§. III
6. Con algo más de verosimilitud discurrieron los que ponen igual distancia de tiempo entre la venida del Redentor, y fin del mundo, a la que hubo desde el principio del mundo hasta la venida de Cristo. Fúndanse éstos en aquellas palabras del Profeta Habacuc, cap. 3: [123] Domine opus tuum in medio annorum vivifica illud, in medio annorum notum facies; cum iratus fueris, misericordiae recordaberis. La obra de Dios por antonomasia, dicen, es la Encarnación del Verbo, y mediante ella, la Redención del hombre. Luego en medio de los años, esto es, con igual distancia de tiempo, respecto al principio, y fin del mundo, hizo Dios esta gran obra. Pero las dos expresiones, la primera opus tuum, y la segunda in medio annorum, son tan equívocas, obscuras, y de tan varios modos interpretan los Expositores Sagrados, que queda en una suma incertidumbre el cómputo, que por este Texto se hace de la distancia del Juicio final.
§. IV
7. Otro modo de errar distinto, y mucho más frecuente, hubo en esta materia, que fue el de imaginar próximo el Juicio final, ya por creer revelaciones fabulosas, o rumores vanos, ya por juzgar, que en los sucesos ocurrentes se hallaba el carácter propio de aquellos, que, según el testimonio de las Sagradas Letras, precederán la ruina del Orbe.
8. Prevaleció en algunos tiempos un prurito notable de anunciar, o ya existente en el mundo, o próximo, a venir el Ante-Christo. Hasta los sagrados Púlpitos se atrevió a subir esta patraña en las lenguas de Predicadores temerarios, que desahogaban su imprudente, o fingido celo, aterrando con ella a sus oyentes. Propagóse tanto este desorden, que el Sumo Pontífice León X le halló digno de remediarse en un Concilio General, el último Lateranense, donde en su Bula Supernae majestatis, eficacísimamente íntima a todos los Predicadores, que por ningún caso anuncien al Pueblo la venida del Ante-Christo, o el tiempo fijo del Juicio final. Aun este remedio no debió de ser suficiente a atajar el mal; pues vemos, cerca de cincuenta años después, que el primer Concilio Provincial Mediolanense, que presidió S. Carlos Borromeo, en la Constitución sexta de Praedicatione verbi Dei, trató de corregir este abuso, [124] entre otros, en que caían muchos Predicadores, Ne certum tempus Anti-Christus adventus, & extremi judicii diem praedicent.
9. Ya en los principios de la Iglesia había empezado a oírse esta cantinela; pues de S. Pablo en la carta 2 a los de Tesalónica, cap. 2, consta, que en su tiempo había impostores, que anunciaban próximo el Juicio final; y el Apóstol en el lugar citado rebate esta ficción.
10. El error de creer próximo el Juicio final, por imaginar estampadas en los sucesos ocurrentes algunas señas de las que la Escritura insinúa como previas a aquel día fatal, comprehendió en diferentes tiempos a muchos hombres grandes en virtud, y letras. Las persecuciones de la Iglesia, la relajación grande de costumbres, guerras sangrientas, esterilidades, terremotos, y otras calamidades públicas, se les representaban preludios de la tragedia universal. Este juicio hicieron las Iglesias de León de Francia, y de Viena del Delfinado, con ocasión de la persecución de Marco Aurelio, y se lo escribieron a las Iglesias Asiáticas, como refiere Eusebio. En la persecución de Septimio Severo creyó también Tertuliano próxima la venida del Ante-Christo, como consta de él mismo en el libro de Fuga in persecutione, cap. 2. S. Dionisio, Obispo de Alejandría, cayó en la misma aprehensión en la persecución de Decio. S. Cipriano, al ver la persecución de Galo, y Volusiano, no como quiera aprehendió cercana la venida del Ante-Christo, sino que la dio por fija, y constante. Así escribe en la epístola 66 a los Tibaritanos: Debéis saber, y creer como cosa cierta, que el día fatal ya empezó a estar sobre nuestras cabezas, y se ha acercado el ocaso del siglo, y tiempo del Ante-Christo. Lo propio sucedió a S. Hilario en la persecución movida por el Emperador Valente, que favorecía la secta de Arrio contra los Católicos. S. Juan Crisóstomo, S. Jerónimo, S. Ambrosio, y S. Gregorio el Grande, cada uno respectivamente en su tiempo, se creyeron cercanos al fin del mundo, pareciéndoles ver en las calamidades públicas las notas de su próxima ruina. Consta [125] esto de muchas expresiones formalísimas de los cuatro Padres citados. S. Martín, Sumo Pontífice, sintió lo propio, con ocasión de la persecución de Constante, Emperador Monotelita. S. Bernardo, contemplando la corrupción de costumbres, que reinaba en su tiempo, juzgó haber llegado el común desorden a tal extremo, que ya no podía tardar el Ante-Christo: Superest ut reveletur homo peccati, filius perditionis {(a) Serm. 6 in Psalm. 90.}. Otros muchos, que omito, y en diversos tiempos, fueron del mismo sentir.
§. V
11. Mas no puedo dejar en silencio dos casos singularísimos pertenecientes a este asunto. Son dos fenómenos raros de la Historia, que pueden motivar algunas útiles reflexiones a la más delicada crítica. Entre los que creyeron (al parecer) próximo en su tiempo el fin del mundo, son comprehendidos dos Sujetos eminentísimos en santidad: S. Martín de Turón, y S. Vicente Ferrer, con la singularidad de juzgar existente ya en el mundo al Ante-Christo. Consta lo primero de Sulpicio Severo, que dice habérselo oído al mismo S. Martín. Estas son sus palabras, como las copian el Dominicano Maluenda, lib. 1 de Anti-Christo, cap. 36, y el Benedictino Calmet, Dissert. de Anti-Christo, art. 4: Non esse autem dubium, quin Anti-Christus malo spiritu conceptus, esset etiam in annis puerilibus constitutus, aetate legitima sumpturus imperium. Quod autem haec ab illo audivimus annus octavus est. Vos autem aestimate, quo in praecipitio consistunt, quae futura sunt. Según este testimonio de Sulpicio Severo, aquel gran Santo estuvo en la creencia de que ya el Ante-Christo era nacido, y estaba en los años pueriles, cuando le participó esta especie al mismo Autor, que la escribe. ¿Qué diremos a esto? ¿Que aquel incomparable espejo de virtud, y prudencia padeció en esta materia alguna especie de ilusión? ¿Quién se atrevería a pensarlo? Que faltase a la verdad el Autor que lo [126] refiere, ¿quién lo creerá de la gravedad, y vida ejemplar de Sulpicio, digno discípulo del mismo S. Martín de Turón? Puede ser que el Maestro lo pronunciase sólo como una falible conjetura, fundada en algunas observaciones de los sucesos de aquel tiempo, y el discípulo equivocado lo recibiese como aserción positiva.
§. VI
12. Lo de S. Vicente Ferrer no es menos admirable, y está la noticia fuera de toda duda; porque consta de carta del mismo Santo a Benedicto XIII, o D. Pedro de Luna, a quien entonces creía verdadero Papa. En dicha carta no sólo propone su opinión, mas también los fundamentos que tiene para ella. Traduciré en Castellano lo que de esta carta copia el P. Maluenda; el cual, omitiendo los tres primeros fundamentos, empieza por el cuarto. «Lo cuarto (dice el Santo), se muestra la misma conclusión por otra revelación, que me refirió cierto Varón, a lo que me parece, devoto, y santo. Porque predicando yo la primera vez en las partes de la Lombardía, ahora hace nueve años cumplidos, vino a mí de la Toscana aquel Varón, enviado, según él decía, por ciertos Ermitaños santísimos, que en las partes de la Toscana vivían con grandísima austeridad, refiriéndome, que aquellos Varones habían tenido expresas revelaciones de que el Ante-Christo era ya nacido, y que esto debía denunciarse al mundo, para que los fieles se preparasen para tan terrible guerra; y que por tanto, dichos santos Ermitaños me enviaban aquel mensajero, para que yo denunciase esto al mundo. Infiérese, pues, claramente de dichas revelaciones, si son verdaderas, que ya el Ante-Christo es nacido, y tiene cumplidos nueve años de su maldita edad.»
13. «Lo quinto, se prueba la misma conclusión por cierta otra revelación expresa, que oí en el Piamonte por relación de un Mercader Veneciano muy fidedigno, a lo que creo. Este me dijo, que estando él en las partes Ultramarinas [127] en un Monasterio de Frailes Menores, asistiendo a unas Vísperas solemnes, al fin de ellas dos Novicios del mismo Monasterio, habiendo cantado, según la costumbre, Benedicamus Domino, inmediatamente arrebatados, a vista de todo el Pueblo que asistía, visiblemente por gran espacio de tiempo, finalmente concordes clamaron con voz terrible: Hoy a esta hora nació el Ante-Christo, destruidor del mundo... y yo, preguntando, y haciendo pesquisa del tiempo de esta visión, manifiestamente hallé, que ya pasaron desde ella acá nueve años cumplidos.»
14. «Lo sexto, se infiere la misma conclusión por otras muchas revelaciones hechas a muchísimas personas devotas, y espirituales. Porque andando yo predicando por diversas Regiones, Provincias, Reinos, Ciudades, Villas, y Aldeas, me ocurrieron frecuentemente diversas personas devotas, y espirituales, refiriéndome, y aseverándome con certeza diversas revelaciones suyas, concordes a lo que se ha dicho, acerca del tiempo del Ante-Christo, y fin del mundo.»
15. «Lo séptimo, se prueba la misma conclusión por forzada confesión de innumerables demonios. Porque habiendo yo visto en muchas partes del mundo muchos energúmenos, que eran traídos a un Sacerdote de nuestra compañía, para que los conjurase, luego que empezaba a conjurarlos, manifiestamente decían del tiempo del Ante-Christo, concordando con lo que se dijo arriba, voceando terriblemente a todos los circunstantes, que por la virtud de Cristo contra la propia voluntad, y malicia, se veían forzados a predicar esta verdad a los hombres, para que se preparasen por una verdadera penitencia... Pero preguntados los demonios, y conjurados para que dijesen el lugar del nacimiento del Ante-Christo, jamás quisieron declararlo.»
16. «Lo octavo se muestra la misma conclusión por los anuncios del Ante-Christo, que ya empiezan a predicar por el mundo contra la Doctrina Evangélica: de los [128] cuales muchos son demonios en hábitos de Ermitaños, de Religiosos, y de personas honestas, apareciéndose a los hombres; los cuales, cuando parece que los fieles los aprehenden, y juzgan los tienen cogidos, de repente se desaparecen, como frecuentísimamente se ha experimentado en muchos lugares. Por lo cual, de todos los motivos dichos formo para mí la opinión, y creencia verosímil, aunque no ciencia cierta, o predicable, de que ha ya nueve años que nació el Ante-Christo. Pero la conclusión, que dice, que presto, y muy presto, y brevísimamente será el tiempo del Ante-Christo, y fin del mundo, en todas partes la predico cierta, y seguramente... Esto es, Santísimo Padre, lo que del tiempo del Ante-Christo, y fin del mundo predico, discurriendo por la tierra, bajo la corrección, y determinación de vuestra Santidad, la cual el Altísimo conserve felizmente lo que deseáis. Amen. Escrita en la Villa de Alcañiza a 17 de Julio del año de 1412.»
17. No han faltado quienes, blasfemamente atrevidos, hayan discurrido, y aun osado propalar, que San Vicente fingió todas estas cosas, movido del celo de aterrar los Pueblos, y traerlos por medio del terror a la penitencia de los vicios, y reforma de costumbres. Es cierto que se han visto, y aun acaso se ven hoy, no pocos Predicadores, que usaron del indigno artificio de amenazar a los oyentes con algunas graves calamidades, que los esperaban; en términos de tal modo compuestos, que les dejaban entender, que lo sabían por revelación, y con cierta ambigüedad misteriosa para precaverse de ser reconvenidos de impostura. Detestable abuso, y sumamente injurioso al sagrado ministerio de la predicación, tomar la mentira, que tiene por padre al demonio, por instrumento, para intimar la verdad, que es hija de Dios? Quae conventio Christi ad Belial? {(a) Paul. epist. 2. ad Corinth. cap. 6.} La palabra de Dios, que como clama el mismo Apóstol en otra parte, es viva, eficaz, y más penetrante [129] que el más afilado cuchillo de dos cortes, ¿necesita del auxilio de la ficción para insinuarse en las almas? Numquid Deus indiget vestro mendacio, ut pro illo loquamini dolos? {(a) Job. cap. 13.} Mas por lo mismo que un tal abuso es pernicioso, y abominable, cuanto tiene de abominable, otro tanto tiene de increíble en el santísimo Apóstol de Valencia. Bien sé que han escrito algunas Apologías a favor suyo sobre este punto; pero sólo he visto la justificación, que hace por él San Antonio.
18. Lo que este Santo dice, en suma se reduce, a que muchas veces las revelaciones no se entienden plenamente, y aunque se entiendan plenamente, Dios, tal vez, por juntísimos motivos, abrevia, o alarga los plazos prescriptos a los sucesos revelados. De esto segundo no faltan ejemplares canonizados. Son formalísimos el de la profecía de la muerte del Rey Ezequías, intimada por Isaías. Y el de la predicción de la ruina de Ninive, clamada por Jonás. Pero como estos ejemplares son rarísimos, así no se debe frecuentar la aplicación de ellos a fin de justificar predicciones, cuyo cumplimiento falta al término señalado; ¿y quién no ve que este es un recurso bellísimo para librarse de todo embarazo cualesquiera Impostores, que se metan a Profetas?
19. Cuanto a lo primero, aun conviniendo en que tal vez suceda así, no basta para evacuar la presente dificultad. Bien está que aquel, a quien Dios revela alguna cosa, no entienda plenamente la revelación; pero que la entienda en un sentido, en que la revelación es falsa, no es creíble, siendo evidente, que Dios la propondrá de modo, que no induzca error alguno en el que la recibe; y el error es inevitable, si la revelación tiene por objeto alguna cosa diversa de lo que sus expresiones natural, y literalmente significan. Este es el caso en que estamos. Dos aserciones, o conclusiones hay en la Carta de S. Vicente Ferrer. La primera propone el Ante-Christo existente ya en el mundo: [130] la segunda muy próxima su venida. La primera se funda en revelaciones hechas a otras personas: la segunda, según parece del contexto, así de la carta, como de la Apología de San Antonino, en revelación hecha al mismo San Vicente. Tanto en aquélla, como en ésta, el error sería inevitable, siendo concebidas en aquellos términos.
20. A la verdad, en cuanto a las primeras no nos ofrece el contexto de la Carta dificultad alguna de momento. El mismo Santo duda de su verdad. Y ahora nadie puede dudar de que todas aquellas revelaciones fueron supuestas. La revelación propia del Santo es la que puede angustiar, y en efecto angustia el discurso. San Antonino responde, que aquella expresión, presto, y muy presto, y brevísimamente será el tiempo del Ante-Christo, y fin del mundo, no significaba en la intención de Dios un plazo tan breve, como San Vicente entendió, sino algo más dilatado. Pero esta solución podía ser admitida en tiempo de San Antonino, no ahora. San Antonino escribió su Apología (como él mismo expresa) cuarenta años después que S. Vicente predicó próxima la ruina del mundo; y así aún podía entonces tenerse por verdadera la profecía, entendiendo, que, la expresión presto, y muy presto, &c. podía comprehender plazo algo más dilatado, que los cuarenta años que habían pasado. Pero desde que San Vicente escribió la Carta a Don Pedro de Luna, hasta nuestro tiempo, pasaron ya trescientos veintitres años. ¿Quién dirá que la proposición, y expresiones, presto, y muy presto, y muy brevemente será el tiempo del Ante-Christo, y fin del mundo, se verifican, o pueden verificar, no habiendo venido el Ante-Christo hasta ahora?
21. Es cierto, como advierte el gran Director de Espíritus nuestro Maestro Fr. Antonio de Alvarado, lib. 2 del Arte de bien vivir, cap. 61, que aun los Santos están expuestos a padecer una, u otra vez engaños en materia de visiones, y revelaciones, singularmente los que son muy abstinentes, y de poco sueño: circunstancias que a veces disponen el cerebro para recibir una impresión tan viva de [131] las especies imaginadas, como si fuesen reales sus objetos. Así parece, que sin inconveniente se podría decir, que San Vicente Ferrer en esta materia se engañó, juzgando revelada una noticia, que no lo era.
22. Si esta solución no agradare, confieso, que no hallo otro modo de desatar el nudo, sino el que practicó Alejandro con el Gordiano; esto es, cortarle, diciendo, que lo que toca a la predicción positiva de la próxima venida del Ante-Cristo, y fin del mundo, no fue escrito por San Vicente Ferrer, sino intruso en su Carta por algún Copiante infiel. San Antonino es cierto que insinúa tener alguna duda en orden a esto.
23. La manifiesta falsedad de las demás revelaciones, que San Vicente refiere, y a él le refirieron de otras personas conspirantes todas a persuadir existente en aquel tiempo el Ante-Christo, es un insigne ejemplar de las muchas ilusiones, y engaños, que hay en materia de revelaciones, y profecías particulares, y que es bien tener presente para no caer en la indiscreta facilidad de muchos, que respetan como voces de Dios las imaginaciones de cualquier Beata. También es razón tener presente la multitud de Energúmenos, que afirmaban lo mismo que aquellas revelaciones, como preservativo contra los frecuentes engaños, que se padecen en esta materia, y a que da motivo la ciega credulidad de muchos Exorcistas. No recae la nota de crédulo, o de fácil en el gloriosísimo Apóstol de Valencia, el cual aun con tantas noticias, adquiridas por varias partes, de revelaciones, testificaciones de Energúmenos, apariciones, y desapariciones de demonios, no pasó de una creencia verosímil, como él mismo la llama, de la existencia del Ante-Cristo; antes resplandece la alta prudencia del Santo, en que con tantos, y tan repetidos motivos no colocase su asenso en el grado de certeza moral.
24. Y no se debe omitir aquí, que la calamitosa cismática constitución, en que se hallaba la Iglesia en aquel tiempo, dividida primero en dos facciones, y después en [132] tres, por la duda de cuál era verdadero Papa, al principio entre dos, y al fin entre tres Contendientes, era ocasionadísima para creer próxima la venida del Ante-Cristo, como se juntasen algunos adminículos al mismo fin. Es cierto, que San Vicente no apartaba los ojos de aquel estado funesto de la Iglesia, cuando pensaba, o asentía a la próxima ruina del mundo; lo que se colige de una ingeniosa alusión, que hace en un Sermón de la segunda Dominica de Adviento, de aquel gran Cisma, a las señales, que según consta del Evangelio precederán el Juicio final. Como una de ellas es la obscuridad del Sol, dice el Santo, que esta señal ya la tenían presente; pues siendo el Vicario de Cristo el Sol místico, que ilustra la Iglesia, este Sol estaba entonces obscurecido a la vista de los hombres, ignorando estos, de tres, que se decían Papas, cuál era el verdadero. Debemos suponer al Santo afligidísimo, por la grave dolencia, que entonces padecía la Iglesia. Su dolor, en este caso, se debe medir por la grandeza de su celo; y la tristeza, que causa algún mal grave, es una disposición del ánimo para temer, y creer otros males diversos. No hay que admirar, que viendo al Santo en esta disposición, llegasen a él muchos, o ilusos, o embusteros, con varios cuentos de revelaciones, apariciones, y prodigios, que afirmaban, y confirmaban la existencia, o próxima venida del Ante-Cristo. Añádese que el candor propio de los Varones de eminente virtud, suele dar osadía a los Autores de fábulas, debajo del supuesto, que hacen, de que quien nunca miente, con dificultad cree que otros mienten.
§. VII
25. Aún nos resta otra clase de errores muy extravagantes en orden al Ante-Cristo. Estos son de los que llegaron a señalar persona, de quien decían que lo era, o sería. San Agustín {(a) Lib. 20 de Civit. cap. 19.} refiere, que algunos sentían, que el Emperador Nerón había de resucitar, y sería [133] el Ante-Cristo; pero otros consintiendo en que Nerón sería el Ante-Cristo, afirmaban, que no era muerto, sino que milagrosamente se conservaba oculto, manteniendo siempre el vigor juvenil, hasta que llegase el tiempo de mostrarse al mundo, y ejercer en él su impía, y tirana dominación. Sulpicio Severo, Varón por otra parte muy grave, se mostró inclinado a esta ridícula opinión en el libro segundo de Sacra Historia.
26. En el Tomo IV, Discurso XIV, núm. 73, copiamos la noticia, que nuestro Abad Tritemio da de aquel portentoso Español Fernando de Córdoba, refiriendo, que en consideración de su milagrosa extensión en Ciencias, Artes, y Lenguas, algunos imaginaron, que era el Ante-Cristo.
27. Pero a cuantas opiniones extravagantes ha habido en orden al tiempo, y persona del Ante-Cristo, excede el delirio de los Herejes modernos, del cual trataremos con alguna extensión, porque se vea, a qué absurdos, o quimeras despeña a estos miserables el ciego, y furioso odio, que profesan a la Santa Iglesia Católica Romana.
Opinión de los Herejes modernos en orden al Ante-Cristo
§. VIII
28. Aunque en la gran Oficina de errores, la Escuela digo de Lutero, comprehendiendo en ella para este efecto la de Calvino, se fraguaron tantos, y tan agigantados mentales monstruos, entiendo que ninguno, cuya deformidad sea más visible, y palpable, que la designación del Ante-Cristo. Prepárese el Lector para entender una cosa admirable, que no sé si le moverá más a indignación, o a risa. ¿Quién pensará que en la Escuela Luterana es el Ante-Cristo (ya lo digo) el Pontífice [134] Romano? Así lo afirmó Lutero, así Calvino; siguiendo a estos dos Jefes innumerables Doctores de ambas Sectas, cuyas citas podrá ver el curioso en el gran Belarmino {(a) Lib. 3. de Summ. Pontif.}, y en el Obispo Bosuet {(b) Hist. de Variat. lib. 13.}. Donde se debe advertir, que ninguno de ellos aplicaba este carácter a la persona de tal, o cual Papa en particular, sino al Oficio, o por razón del Oficio, a todos los Papas que hubo de muchos siglos a esta parte.
29. Juzgarán muchos, que ésta sería acaso sólo una expresión metafórica, para denotar, o error de doctrina, o perversidad de costumbres, semejante a aquellas del Evangelista S. Juan: Nunc Anti-Christi multi facti sunt {(c) Epist. 1. cap. 2.}: no es así. Con todo rigor, y propiedad usaban de la voz Anti Christo al aplicársela al Romano Pontífice. Así pretendían los Sectarios, como aún hoy lo pretenden, que de él se verifican literalmente todas las notas distintivas del Ante-Cristo, que se expresan proféticamente en las Sagradas Letras.
30. A la verdad, mucho antes de Lutero, Wiclef, y mucho antes de Wiclef, Gerberto, intruso Obispo de Rems, habían dado al Soberano Pontífice el nombre de Ante-Cristo. Consta lo primero de la proposición 30 de aquel Heresiarca, condenada en el Concilio Constanciense: y lo segundo de Baronio al año de Cristo de 992. Pero parece claro, que uno y otro hablaron en tono declamatorio, y con locuciones figuradas. Así no se debe quitar a Lutero la gloria de tan bella invención, aunque en las blasfemas expresiones de aquellos dos Precursores suyos hállase como un apuntamiento, o vestigio de tan soberana máxima.
31. No sólo clamoreó Lutero en sus escritos, que el Papa era el Ante-Cristo; mas hizo introducir esta fatuidad entre los Artículos del Sínodo de Smalcalda, celebrado por [135] él, y los demás Luteranos el año de 1537, sin embargo de la oposición, que a ello hizo Felipe Melancton, el cual, no sólo no quiso subscribir a este Artículo, pero ni aun negar la suprema autoridad en la Iglesia al Papa; bien que poniéndole la restricción de que esta superioridad era de Derecho Humano, y no Divino. Consta esto de varios escritos de Melancton, que publicó a vista de Lutero, y de todo el Partido Luterano. Por lo cual no podemos asentir al gran Belarmino en la conjetura que hizo de que el libelo de Potestate, & Primatu Papae, seu Regno Anti-Christi, que salió a luz en nombre del Sínodo de Smalcalda, era compuesto por Melancton. Fue este hombre el más templado de cuantos Herejes hubo hasta ahora. Perplejo siempre en algún modo entre la verdad, y el error, seguía el partido de Lutero, ni bien impelido, ni bien voluntario. Metido entre tinieblas, recibía a tiempos algunos débiles rayos de luz, con que distinguía las tinieblas mismas. Deseaba ardientemente la paz de la Iglesia, lloraba amargamente la discordia; pero quería un medio entre la Doctrina Romana, y Luterana: un medio digo, en que él juzgaba estar el punto de la verdad; siendo realmente no más que una disminución del error.
32. Si el Lector se admira (como sin duda se admirará, y con muchísima razón) de ver autorizada por un Sínodo la quimera de graduar al Papa de Ante-Cristo; ¿qué hará cuando sepa que en otro Sínodo, celebrado mucho tiempo después, no sólo se confirmó la misma máxima, mas se declaró como Artículo de Fe, y como fundamento substancial de la separación que de la Iglesia Romana hicieron los Sectarios? En efecto este portento se vio en el Sínodo de Calvinistas, congregado en Gap, Ciudad del Delfinado, el año de 1603. En el Artículo 31 de la confesión de Fe de dicho Sínodo se lee la magistral decisión, de que el Papa es propiamente el Ante-Cristo, y el hijo de perdición señalado en las Sagradas Letras, y la bestia vestida de púrpura, que el Señor despedazará, &c. Y en el capítulo de Disciplina pronuncian aquellos dementados lo que se sigue: Porque [136] muchos se han inquietado de que se haya nombrado al Papa Ante-Cristo, el Sínodo protesta, que ésta es la creencia, y confesión común de todos nosotros, y que éste es el fundamento de nuestra separación de la Iglesia Romana; fundamento tomado de la Escritura, y sellado con la sangre de tantos Mártires. ¡Y qué buenos Mártires!
33. Las pruebas en que fundan los Protestantes este disparatado dogma, son tan ridículas, tan despreciables, que no puedo menos de admirar, que algunos de nuestros Controversistas hayan tomado muy de intento su impugnación, y respuesta. Todo se reduce a que las señas, y expresiones, con que en las Sagradas Letras se caracteriza el Ante-Cristo, convienen con toda propiedad al Papa. Daniel llama al Ante-Cristo la abominación de desolación sentada en el Templo. San Pablo {(a) 2 ad Thessal. cap. 2.} le llama el hombre del pecado, el hijo de perdición, contrario a Dios; que se ensalza sobre todo lo que se dice Dios, y que sentado en el Templo, se muestra como Dios, y hace adorar como tal. Todo esto, dicen los Protestantes, cuadra con toda propiedad al Papa. ¡Raro modo de delirar! ¿Es contrario a Dios quien es el más firme apoyo de su culto, quien procura conservarle, y aumentarle, y cuanto es de su parte le extendería por toda la haz de la tierra? ¿Ensálzase sobre Dios, y quiere ser adorado como tal, quien se postra delante de sus Altares, quien humildemente en el Sacrificio de la Misa le reconoce, adora, y pide humildemente perdón de sus pecados; quien finalmente en los instrumentos públicos se nombra Siervo de los Siervos de Dios? No paran aquí las blasfemias de estos frenéticos: la bestia del Apocalipsis, vestido de púrpura, en quien reconocen los Expositores figurado el Ante-Cristo, es, dicen puntualísimamente el Papa. El vestido de púrpura significa su regia, y tiránica potestad; los siete cuernos de la bestia, los siete Sacramentos; el carácter, que imprime en la frente de los suyos, es la señal de la Cruz, y el Santo Crisma, con que se imprime; la gran Babilonia, de [137] que se hace memoria hablando de la bestia, es Roma; los prodigios engañosos de la bestia, son los milagros que Roma atribuye a los Santos, y a sus reliquias. Sólo la impudencia incitada del furor puede exponer de este modo la Escritura; y sólo con el desprecio, con la mofa, con el asco se debe responder a tal especie de argumentos.
34. Es más claro que la luz meridiana, que las expresiones, de que usa la Escritura, hablando del Ante-Cristo, denotan un individuo, una persona determinada; no una serie sucesiva de sujetos, revestidos de una misma dignidad. Mas ya que los Herejes quieren que sea lo segundo, es preciso nos digan cuándo empezó esa serie Ante-Cristiana. Punto es este, en que han variado tanto, como desvariado. No hay que extrañar, porque se ven metidos en tal estrecho, que no pueden revolverse en él, sin hacerse pedazos. Ya se ve, que no pueden empezar esta serie desde los tres, o cuatro siglos, primeros, por dos razones: la una, que en esos primeros siglos, según ellos, la Iglesia estaba incorrupta, y todos sus Pastores seguían, y mantenían la doctrina sana, y verdadera. La otra, que si se pone tan atrás la venida del Ante-Cristo, no sale bien la cuenta de la duración de su reinado, que señala el Apocalipsis, para acomodarse al sistema de los Protestantes. En este sagrado Libro se expresa, que la tiránica dominación del Ante-Cristo durará mil doscientos sesenta días. Los Protestantes quieren, que estos días sean años, porque no pueden salvar su sistema, sin sacar a cada paso los pasajes de la Escritura de sus quicios. Con que, si pusiesen la venida del Ante-Cristo en los primeros siglos, era preciso, para ir consiguientes, decir, que ya el reinado del Ante-Cristo se había acabado, lo que ellos no dirán, mientras ven subsistir el Imperio Pontificio. De hecho por este capítulo se ven ya falsificados los cómputos de algunos de los primeros Protestantes.
35. La gran dificultad de la materia está en que quieren señalar los Protestantes, para el nacimiento del Ante-Cristo, aquel tiempo, en que según ellos, la Doctrina de la [138] Iglesia se corrompió, y los Obispos de Roma (éste es su lenguaje) se intrusaron en la dominación tiránica sobre todos los demás Obispos. Este punto de tiempo no está bien ajustado entre ellos: unos le ponen más allá, otros más acá. Pero el caso es, que el inconveniente de que se hayan pasado los mil doscientos sesenta años del reinado del Ante-Cristo, no sólo le incurren los primeros, mas aun los segundos. Quieren ellos, que el reinado del Ante-Cristo haya empezado en el primer Obispo de Roma, que se arrogó el título de Obispo Universal, o la monárquica dominación sobre toda la Iglesia. Esta universal dominación se hallan precisados a reconocerla ya establecida en tiempo de S. León el Grande; con que la data más atrasada que pueden señalar al nacimiento del Ante-Cristo, debe ser algo anterior al Pontificado de S. León, o por lo menos coetánea al mismo S. León, constituyendo a este Santísimo Pontífice el primer Ante-Cristo. En efecto en el Pontificado de San León colocó el nacimiento del Ante-Cristo el famoso Ministro de Rotterdam Pedro Juriú, el más ardiente Partidario de la facción Protestante, que hubo en estos últimos tiempos.
36. Pedro Juriú, Calvinista, natural de Francia, y refugiado en Holanda, viendo el infeliz, y mísero estado a que se había reducido en Francia su Secta por la revocación del Edicto de Nantes, hecha el año de 1685, procuró desde luego buscar algún consuelo a su dolor, y al de todos los Calvinistas desterrados, y le halló en la pronta, o inminente ruina del Imperio Pontificio, e Iglesia Romana, viéndola, a su parecer, claramente delineada en la duración, que a la tiranía del Ante-Cristo señala el Apocalipsis. Suponía para esto, que en el año de 450, o a la mitad del siglo V, había empezado el imperio del Ante-Cristo; con que sumando aquel número con el de 1260 años de la duración de su reinado, concluía, que por buena cuenta en el año de 1710 había de arruinarse el Imperio Pontificio, y con él toda la Iglesia Romana, empezando desde entonces a triunfar gloriosa la Religión Protestante. [139]
37. A la verdad, no fue original en este cómputo el Ministro Juriú. Ya había hecho el mismo el Inglés José Mede a los principios del siglo pasado, en un libro, que intituló: Clave del Apocalipsis. Mas con esta diferencia, que José Mede había formado, como problemáticamente, cuatro cálculos diferentes. El primero sentenciaba la ruina de la Iglesia Romana, para el año 1620. El segundo para el de 1653. El tercero para el de 1690. Y el último para el de 1710. Pero Juriú, que escribía su Cumplimiento de las Profecías el año de 1686, ya no podía adoptar, ni el primero, ni el segundo cálculo, cuyos plazos habían expirado, subsistiendo muchos años después el Imperio Pontificio. El plazo del tercer cálculo, le veía muy cercano, y no reconocía las cosas dispuestas para que en tan breve acaeciese tan grande revolución. Así se explica el mismo: No parece que las cosas están maduras el día de hoy para un suceso tan grande, ni se debe imaginar, que el Imperio del Ante-Cristo, y de la Idolatría se derribe tan fácilmente, y sea destruido en cuatro, o cinco años. {(a) Acompliss. des Propheties, tom. 2, cap. 2.}. Por esta razón se atuvo al último cálculo, que fijaba esta gran revolución para el año de 1710. Bien que Juriú no tomó con tanta precisión este plazo, que no alargase probablemente a cuatro, o cinco años más adelante. Ve aquí otro pasaje suyo: Este Imperio (Ante-Cristiano) nació cerca del año 450, morirá cerca del año 1710, justamente 1260 años después de su nacimiento. Puede ser que muera algún tiempo antes... pero no veo que pueda durar más, sino es acaso hasta el año 1714. Murió Juriú el año de 1713. Si hubiera vivido uno, o dos años más, padecería la vergüenza de ver enteramente falsificado su cómputo.
38. Entiendo, que Dios con especialísima providencia, para beneficio nuestro permite, que estos desdichados abracen como verdades tan visibles quimeras. Su ceguedad nos sirve de luz para conocer más claramente el error, y advertir, que los que se separan de la Iglesia Católica, parece [140] que no sólo pierden la fe, mas el juicio, y el sentido común. Asombran las monstruosidades de tan desatinado dogma. Con él constituyen los Sectarios por Ante-Cristo, no a un hombre, o individuo determinado, como las expresiones de la Escritura claramente demuestran, sino a una serie sucesiva de muchísimos Pastores. Hacen la venida del Ante-Cristo anterior muchos siglos al fin del mundo, cuando con igual evidencia consta de las mismas Sagradas Letras, que precederá pocos años al Juicio Universal. Comprehenden en la serie de Ante-Cristos a muchos Varones de eminentísima santidad. ¿Quién no se horroriza al ver que los epítetos de hijos de la perdición, de hombre del pecado, de contrario a Dios, de voracísima bestia, se adaptan a un San León el Grande, a un San Gelasio, a un San Gregorio el Magno, y otros semejantes? Finalmente se obstinan en cerrar los ojos, aun cuando experiencias repetidas les dan en ellos con sus mismos errores. Ven los Sectarios de hoy, que cuantos tuvieron la osadía de pronosticar, como deducida de la Sagrada Página, la ruina del Imperio Pontificio, todos erraron. Esto convence demostrativamente, que todo su sistema va errado, y que entienden al revés los Santos Vaticinios de la Escritura. Mas ni por eso se desengañan, o enmiendan; antes temerosamente acumulan errores a errores, queriendo reparar los antiguos con otros nuevos. Como el Ministro Juriú alargó el último plazo de la ruina del Papismo señalado por José Mede; Monsieur Allix, viendo el infeliz suceso de los pronósticos, de uno, y otro, alargó también el último plazo de Juriú; pero con alguna latitud, anunciando al público, que el Ante-Cristo Pontificio perecería el año de 1716, o el de 1720, o a más tardar, en el de 1736. Ya pasaron los dos primeros plazos, y el último le estamos tocando con el dedo, sin apariencia, o disposición alguna para esta revolución. Pero ya está en la palestra otro Protestante, Nicolás Gutlero, Profesor de Teología en Deventer, alargando el plazo de Monsieur Allix a todo el curso del siglo en que estamos.
39. Parece entremés, comedia, o juego instituido por [141] los Protestantes, a fin de divertir, y dar que reír a los Católicos. Aun si esto fuese una materia de leve importancia, en que el yerro, o el acierto se aventurase poco, o nada, no había tanto que reír, o que admirar. Pero, como ya vimos arriba, la doctrina del Ante-Cristianismo Papal se estableció como dogma fundamental del Protestantismo en el Sínodo de Gap: y poco ha el famoso Partidario Juriú, respetado entre los Calvinistas, como Héroe de su Secta, le reconoció por tan capital, que sin él no podía subsistir su creencia. Véanse estas sentencias suyas extraídas del Tomo primero: Avisos a los refugiados. Primera: Si los Reformados (así se llaman a sí mismos los Protestantes) tuviesen continuamente delante de los ojos esta gran, e importante verdad, que el Papismo es el Ante-Cristianismo, no hubieran caído en la relajación, en que los vemos el día de hoy. Segunda, hablando de la misma máxima: Esta es una verdad tan capital, que sin ella nadie puede ser verdadero Cristiano. Tercera: Francamente yo miro con tanta firmeza esto como Artículo de Fe, que no tendría por buenos Cristianos los que negasen esta verdad. Cuarta: Este es el fundamento de toda nuestra Reforma. No se ha menester saber más, para comprehender, que todo lo que llaman Reforma, es un tejido de doctrina disparatada, sin fundamento, sin apoyo, sin pies, ni cabeza.
Apéndice primero
Sobre el origen del Ante-Cristo
§. IX
40. Siendo siempre nuestro principal intento desterrar errores populares, no es razón, que tratando del Ante-Cristo, omitamos uno, que sobre su origen ha tomado mucho vuelo entre la gente desnuda de doctrina. Este es, que el Ante-Cristo nacerá de padre, y madre, consagrados a Dios con el voto de castidad. Este vulgar error [142] no tiene otro fundamento más, que la idea general, de que la perversidad singularísima del Ante-Cristo, que el Apóstol explica admirablemente con el atributo antonomásico de Hombre del Pecado, parece que pide con cierto modo de proporción, que aun su generación sea pecaminosa; y pecaminosa, no como quiera, sino gravísima, y enormísimamente.
41. En efecto, la feísima idea, que la Escritura da del Ante-Cristo, por este principio conjetural, ha ocasionado varias opiniones, algunas bien extrañas, en orden a su nacimiento. No faltaron quienes dijesen, que como Cristo nació de Madre Virgen por obra del Espíritu Santo, el Ante-Cristo nacerá de madre-virgen por obra del demonio. Pero éste es error manifiesto; porque siendo la generación uno de los milagros mayores de la Omnipotencia, y tanto, según S. Agustín {(a) Epist. 3 ad Volusianum.}, que no se puede discurrir otro mayor, es imposible ejecutarse por influjo del demonio.
42. Otros dijeron, que nacería de una mujer perdidísima, por la detestable cooperación de un demonio íncubo. Algunos impugnan esta opinión, por juzgar el hecho físicamente imposible. Otros, por el inconveniente Teológico, de que debilita la prueba, de que Jesús es el verdadero Mesías, tomada de su Nacimiento de Madre Virgen. Mas a lo primero decimos, que no hay razón física, que pruebe la imposibilidad de aquella generación; antes sí algunas muy fuertes, que prueban la posibilidad, como tenemos demostrado en una Carta, que, con otras Doctrinales, saldrá a luz en algún tiempo, queriendo Dios. A lo segundo, que no veo por donde se deduce tal inconveniente. Si la milagrosa generación de Cristo no nos constara, sino por fe humana; esto es, por deposición de testigos, que afirmasen, que María Señora nuestra, en el tiempo de su Concepción, no había tenido comercio con hombre alguno, es cierto, que podría refundir aquella [143] opinión alguna incertidumbre en nuestra creencia; porque podrían oponer los que la impugnasen, que sin milagro, y sin comercio alguno con el otro sexo, podía haber concebido, sólo por la operación de un Angel, o bueno, o malo. Pero como la milagrosa generación de Cristo, a influjo mero, y puro de la Omnipotencia, nos consta por fe sobrenatural, ¿qué inconveniente nos trae para esto aquella opinión? Así la generación del Ante-Cristo por obra de demonio íncubo la tenemos por posible. Lo que será, Dios lo sabe.
43. Otros, por hacerle aun de peor condición, no quisieron, que fuese hijo del demonio en ninguno de los dos modos dichos, sino él mismo un demonio encarnado, o vestido de carne humana; de suerte, que en la misma forma, que la alma racional informa nuestros cuerpos, se imaginaron, que un Espíritu infernal informará y animará un cuerpo orgánico de nuestra especie, y éste será el Ante-Cristo. Esta opinión, ni aun como hipótesis puede ser admitida, por incluir el error de Filón, Orígenes, y Tertuliano, de que los demonios pueden unirse a los cuerpos humanos, e informarlos del mismo modo que el alma racional.
44. Otros, atendiendo a la proporción de contrariedad del Ante-Cristo a Cristo, o por hacerle contrario en todo, dijeron, que como Cristo nació de una Madre purísima, y castísima, el Ante-Cristo nacerá de una vilísima prostituta, manchada con todo género de lascivia, y la más libidinosa que jamás ha habido. Otros por la regla de hacer muy pecaminosa su generación, quieren que nazca del incestuoso concúbito de padre con hija, o madre con hijo. Finalmente, por la misma regla, se ha venido a dar en la opinión, o aprehensión, de que nacerá de padre, y madre ligados con profesión Religiosa.
45. Entre todas estas opiniones hay, como ya se ha notado, algunas damnables, y ninguna que tenga positiva probabilidad. Cuanto se ha dicho, y cuanto se dirá sobre los padres del Ante-Cristo, es, y será, cuando no otra [144] cosa peor, una mera voluntariedad, por carecer de fundamento en las Sagradas Letras. El que él haya de ser perversísimo, no tiene conexión con que su generación sea torpe en esta, o en aquella manera. La providencia no se gobierna por las proporciones, que nosotros ideamos. A cada paso se ven hijos malísimos de padres bonísimos; y al contrario.
46. A las opiniones damnables, que arriba hemos notado, podemos agregar la última, que es la que ahora tratamos de impugnar. La razón es, porque los PP. de la Iglesia unánimemente convienen, en que el Ante-Cristo será de la progenie Judaica; y aun añaden la especificación de que nacerá del Tribu de Dan. Así entienden del Ante-Cristo aquello de Jeremías {(a) Jerem. cap. 8.}: A Dan auditus est fremitus equorum ejus, a voce hinnituum ejus commota est omnis terra, & venerunt, & devoraverunt terram, &c. Y la profecía de Jacob {(b) Genes. cap. 46.}: Fiat Dan coluber in via, Cerastes in semita, &c. El venerable Beda, Ruperto, y otros muchos Expositores discurren, que el omitir San Juan el Tribu de Dan en el cap. 7 del Apocalipsis, numerando todas las demás Tribus, procedió, de que con espíritu profético sabía, que de aquella Tribu había de nacer el Ante-Cristo.
47. Sea de esto último lo que se fuere, y prescindiendo de las razones que tuvieron los Padres, para sentir uniformemente, que el Ante-Cristo ha de nacer de Padres Judíos, que sin duda no se convinieran en ello, a no juzgarlas muy fuertes, el unánime consentimiento de los Padres debe ser siempre regla inviolable de nuestra creencia. Este es, pues, el argumento grande con que impugnamos aquella vulgar opinión. Según el unánime consentimiento de los Padres de la Iglesia, del cual no podemos apartarnos, el Ante-Cristo ha de nacer de padres Judíos; luego no ligados con profesión Religiosa, porque ésta, ni [145] la hay, ni se admite entre la gente Judaica. Así la opinión dicha se debe despreciar, como vana hablilla de la ignorante plebe.
Apéndice segundo
Sobre la esperanza Judaica del Mesías
§. X
48. Aunque el asunto de este Apéndice, mirado a primera vista, no parece tener la menor conveniencia con cosa alguna de lo que hemos tratado en el cuerpo del Discurso, si se hace alguna reflexión, se hallará, que tiene mucha, y muchísima con la opinión ya refutada de los Herejes, en orden al Ante-Cristo. Propónense los Judíos, como futuro, un Cristo que no habrá: como los Herejes, como existente, un Ante-Cristo, que no hay. Esperan los Judíos en la venida de su Cristo la exaltación de su abatida Secta; como los Herejes en la ruina de su imaginado Ante-Cristo, el triunfo de la Herejía. El suceso ha desmentido muchas veces, y mostrado engañosa la esperanza de los Herejes, en orden a la ruina de su Ante-Cristo; y muchas han desmentido la esperanza de los Judíos en orden a la venida de su Cristo. Lo ajustado de este paralelo, junto con el interés de nuestra Religión común a ambos asuntos, nos mueve a tocar este, como Apéndice del otro, aunque casi precisamente reducido a términos históricos. Esto es, como arriba hemos visto, que la esperanza de los Herejes, en orden a la ruina del Imperio Pontificio, se ha frustrado en todos los plazos, que hasta ahora le señalaron; veremos ahora, que la esperanza de los Judíos, en orden al Mesías, se frustró en muchos sujetos, que sucesivamente fueron creyendo, que lo eran. Seguiremos, en la enumeración de ellos, a varios Autores bien acreditados, pero especialmente al P.D. José Imbonato, Monje Cisterciense, que prosiguió, y acabó la Biblioteca [146] Rabínica del P. Bartoloccio; y en la segunda parte del Tomo V de dicha Biblioteca trata por modo de digresión de Pseudo-Mesiis a Judaeis post Jesu-Christi adventum recepctis.
49. El primer falso Mesías, admitido por los Judíos, fue Herodes Ascalonita; bien que parece que a este Príncipe más le erigió en Mesías la adulación, que la ilusión. Pero la adulación logró una bella coyuntura. Es el caso, que los Judíos veían cumplido el plazo de la profecía de Jacob {(a) Gen. cap. 49.}, de que el Mesías vendría, luego que el Cetro Judaico saliese del Tribu de Judá: Non auferetur Sceptrum de Juda, & Dux de femore ejus, donec veniat qui mittendus est, & ipse erit expectatio gentium. Viendo ya el Cetro de Judea en la mano de un forastero, a ese mismo forastero hicieron su Mesías, que fue lo mismo que aclamar por Redentor suyo al que era Tirano suyo. Es verdad, que esta opinión no fue de todos, sino de una particular facción de los Judíos, que de aquí tomaron la denominación de Herodianos. Ni aun esto es tan constante, que no haya Autores, que deriven de otro principio esta denominación.
50. Poco después se vendieron por Mesías los dos impíos Samaritanos Dositeo, y Simón Mago, como testifica Orígenes, sin que les faltasen secuaces.
51. Reinando el Emperador Adriano el año de Cristo de 130, se levantó a hacer el papel de Mesías un Judío llamado Bar-cochab (otros dicen Barco chebas), sirviéndose de su mismo nombre, que significa hijo de la Estrella, para insinuar su embuste; porque decía, que en él se verificaba el Vaticinio de Balaam: Orietur Stella ex Jacob. Este impostor, autorizado por el crédito de Akiba, célebre Rabino, se hizo gran número de Sectarios, conquistó cincuenta Fortalezas, y muchos más Pueblos abiertos; persiguió furiosamente a los Cristianos, en quienes ejerció grandes crueldades. Aprovechóse de una coyuntura favorable, para concitar a los Judíos a revolverse contra la [147] dominación Romana. El Emperador Adriano había hecho construir en Jerusalén un Templo a Júpiter en el mismo sitio, que había ocupado el Templo del Verdadero Dios, edificado por Salomón, y colocado su estatua en el mismo lugar donde había estado el Santuario. Esta abominación encendió en furia a los Judíos, y la sedición llegó a tal punto, que no pudiendo apagarla Rufo, Gobernador de Judea, se vio precisado Adriano a enviar, sacándole de Inglaterra, a Julio Severo, famoso Capitán; el cual, después de una porfiadísima resistencia de Bar-cochab, y los suyos, hizo en ellos tan terrible destrozo, que cuentan los Autores hasta quinientos ochenta mil sacrificados al furor de Marte, en quienes fue incluido el Jefe, fuera de otros infinitos, que acabaron la hambre, las enfermedades, y el fuego. Los Judíos desengañados en parte, ya no le nombraban de ahí adelante Bar-cochab; esto es, hijo de la Estrella, sino Bar-coziba, que significa hijo de la mentira.
52. El año de 432, imperando Teodosio el Junior se apareció en la Isla de Creta otro Impostor, que decía ser Moisés venido del Cielo, a fin de conducir los Judíos, que había en gran número en aquella Isla, a Palestina, haciendo que caminasen sobre las ondas sin riesgo alguno, así como había hecho a sus antecesores romper por el Mar Bermejo a pie enjuto, para lograr el arribo al mismo País. Aquella gente igualmente crédula, que incrédula, pero siempre para su mal, dio asenso a la magnífica promesa; y en el día señalado por el Moisés Cretense, fueron todos los Judíos de la Isla siguiéndole hasta la cumbre de un promontorio avanzado sobre el mar, de donde les dijo se arrojasen seguramente a las olas. Ejecutáronlo los delanteros en no poco número, que serían los más crédulos, o los que con más impaciencia deseaban arribar cuanto antes a la Tierra de Promisión, ahogándose miserablemente los más; y se hubieran ahogado todos, si algunos Pescadores Cristianos, que estaban en el sitio, no hubiesen salvado a los más que pudieron. Los Judíos, que quedaban sobre el [148] promontorio, desengañados con la tragedia de sus compañeros, fueron a echar mano a su Moisés para matarlo; pero éste ya se había escabullido. Esta aventura tuvo la resulta feliz, de que muchos Judíos de la Isla, desengañados, se convirtieron a nuestra Santa Fe.
53. El año de 522 Dunaan Hebreo, en la Etiopía persuadió a muchos, que era hijo de Moisés, enviado de Dios para libertar a su Pueblo. Ejecutó crueldades inauditas con los Cristianos, entre quienes padecieron martirio Aretas, y un niño de cinco años, de que hace memoria el Martirologio Romano al día 24 de Octubre. En fin, a ruego del Patriarca de Alejandría, Elesbaam, Rey de Etiopía, y Cristiano, movió contra él, y hechas pedazos sus Tropas, le cogió, e hizo morir.
54. El año de 529 los Judíos, y Samaritanos se amotinaron en Palestina contra el Emperador Justiniano. Eligieron a un tal Juliano por Rey, y le proclamaban por Mesías. En breve él, y muchos de sus secuaces fueron vencidos, y muertos.
55. El año de 721 engañó a muchos Hebreos un embustero Sirio, persuadiéndoles que era el Mesías prometido.
56. El año de 933, un Judío Mago, llamado David el Rey de Persia, con sus embustes, y encantamientos, adquirió la reputación de Mesías entre todos los Judíos. El Rey de Persia Razi-Bila le hizo prender; pero él, usando de sus diabólicas artes, salió de la prisión, y tendiendo su capa sobre las aguas, pasó sobre ella un gran río llamado Gozen. Añádese, que caminó ocho jornadas de un golpe, sin detenerse para comer, ni para dormir. El Rey de Persia, irritado de que se le hubiese escapado el Impostor, escribió a todas las Sinagogas, establecidas en sus Estados, que si no le impedían el ejercicio de la Magia, las exterminaría a todas. Amedrentados los Judíos, procuraron persuadirle, que no usase más de sus encantamientos. Mas no dejando él de continuarlos, su suegro, ganado con una gran suma de dinero, cogiéndole dormido dentro de su casa, le mató a puñaladas. Esta relación es del Rabino [149] Español Benjamín de Tudela. Por su cuenta, y no por la mía, quedan los encantos, y diabluras de David el Rey.
57. El Doctísimo Rabino Moisés Maimónides refiere que otro embustero, que en Francia se metió a hacer papel de Mesías el año de 1137, y pagó el embuste con la vida.
58. En el año de 1138 salió otro fingido Mesías en Persia, que se hizo creer verdadero de muchos Judíos, y fue degollado por orden del Rey.
59. En Córdoba se apareció otro el año de 1157. Pero así él, como los Judíos, que le proclamaban, lo pagaron. De éste da también noticia el Rabino Maimónides, que alcanzó en su tiempo, así a este, como al otro de Francia.
60. En el Reino de Fez se levantó otro en el año de 1167.
61. El mismo año se mostró otro en Persia, llamado David el David. Pero éste, más que embustero, debía ser iluso, o loco; porque en prueba de que era el verdadero Mesías, se ofreció a que le degollasen, asegurando que luego resucitaría. Degolláronle, y hasta ahora está muerto, y lo estará hasta el Juicio final.
62. Poco tiempo después un Judío, más allá del Eufrates se metió a Mesías, y lo quería persuadir, refiriendo el milagro de que una noche se había acostado leproso, y había amanecido sano; pero no cogió cuerpo su embuste.
63. El año de 1174 apareció otro Mago en la Persia con el mismo carácter. Bien lejos de lograr el intento de redimir los Judíos, fue ocasión de que esta gente padeciese mucho.
64. El año de 1176 se levantó otro en la Moravia. Llamábase David Almuser. Fingíase invisible. Pero le cogieron, y mataron; y a los Judíos en pena de su credulidad, sacaron una multa.
65. En este mismo siglo, sin que se sepa el año, dice Imbonato, que Juan Lentio pone otro Pseudo Mesías.
66. El año de 1497 vio España otro falso Mesías, que se llamaba Ismael Sophi. No se expresa su paradero.
67. A otro embustero, llamado David Leemleim, creyeron [150] los Judíos, que ya había venido el Mesías, y con tan firme asenso, que deshicieron los hornos, que tenían para cocer los ázimos, con la esperanza de cocerlos en la Palestina. Pero viendo frustrada su esperanza, quiso mantener en algún modo el embuste, diciendo que su redención se había retardado por los nuevos pecados de los Judíos.
68. El año de 1532 en España otro Judío, llamado Rabí Salomón Molcho, se erigió en Mesías. Tuvo atrevimiento para sugerir a Carlos V, y a Francisco I, que abrazasen la Religión Judaica. Por lo cual fue condenado al fuego, y quemado en Mantua el año de 1533.
69. El de 1615 se obstentó otro Mesías en la India Oriental, a quien creyeron muchos de los Indios Portugueses.
70. De Esmirna salió otro el año de 1666, que alucinó a todos los de su secta; lo que no es mucho de admirar, porque en efecto era doctísimo en la doctrina Hebrea. Pero acusado ante el Gran Señor por revoltoso, para evitar el castigo, mudando Religión, se hizo Mahometano.
71. Finalmente, de Eysenstadt, Lugar de Alemania salió otro a luz el año de 1682. Llamábase Rabí Mardochai. Pretendía, no sólo respetos, sino admiraciones. Mas los mismos Judíos muy presto se desengañaron, y le declararon embustero.
{(a) Juan Cristóforo Wagenselio me ministra la especie de otra nueva ilusión Judaica, extremamente ridícula, sobre su esperado Mesías. Esta fue, que tuvieron por tal al famoso Oliverio Cromuel, Protector que se dijo, y Tirano que fue de la Gran Bretaña. Tuvo su origen dicha ilusión, de que habiendo sido expelida la Nación Hebrea de Inglaterra en tiempo de Eduardo I, Cromuel, por intereses políticos, y acaso más personales, que públicos, trató de restablecerla en aquella Isla. No llegó a la ejecución, por haberle prevenido la muerte. Pero los Judíos, que cuando lo trazaba, no ignoraban su intento, considerando por otra parte el gran poder, y habilidad de Cromuel (como en efecto el poder era grande, y la habilidad mayor) empezaron a lisonjearse con el alegre pensamiento de que aquel sería su suspirado Mesías. Elevó el pensamiento al grado de persuasión no sé qué impostor, que les embutió, que Cromuel era hijo de cierto Judío, a quien había amado su madre. Testifica el Autor, que cito, haber leído algunas cartas de Judíos sobre este [151] asunto. Añade, que cómodamente, para radicar más en ellos tan grata esperanza, pareció por aquel tiempo un libro de Isaac la Peyrere (aquel Autor de la herejía de los Pre-Adamitas, de quien hablamos en el Tom. V, Disc. XV), en que su Autor, en tono cuasi, o sin casi, profético, hace una magnífica apóstrofe a los Judíos, prometiéndoles su pronta restauración. Parte de ella son las siguientes cláusulas, que copió aquí, porque el Lector se entere más de la extravagante fantasía de aquel Visionario: Natio sancta, & electa! Filii Adam, qui fuit filius Dei, atque adeo, & ipsi filii Dei. Salutem vestram vobis petatur nescio quis: atque utinam ex vobis unum. Magna sunt quae de vobis dixi in tractatu hoc, ubi egi de electione vestra. Multo majora, quae de vobis dicam in sequenti, ubi agam de restauratione vestra: quam futuram esse scio, & si quid Deus agit secretis cogitationibus apud nos quam brevi futuram spero, & confido. Esta apóstrofe, traducida en la lengua Hebrea, como si hubiera bajado del Cielo, con sumo consuelo suyo, fueron pasando los Judíos de una mano en otra. Agnoscimus interim ex istis (concluye Wagenselio) quantopere Judaei, longae, immanisque servitutis pertaesi, libertatem suspirent, ac omnes etiam minimos rumusculos, meliorem sortem, vel leviter, & quomodocumque pollicentes, aucupentur. {(*) Synopsis Geograph. tom. 4, lib. 2, cap. 1.}}
§. XI
72. En la propuesta serie de falsos Mesías, admitidos como verdaderos por los Judíos, se ve con la mayor claridad a qué punto suben la ceguedad, y obstinación de esta gente. De error en error camina, palpando tinieblas, abrazando sombras por realidades. Vio al verdadero Mesías, tratóle, oyóle, vio sus prodigios, y prodigios cuales, y cuantos no había ejecutado alguno de cuantos Profetas le precedieron. Hallaron en él todas las señas de Redentor del mundo, que estaban, y están estampadas en las Divinas Escrituras. Para mayor cumplimiento del desengaño, el tiempo en que vino este Redentor al mundo, fue puntualmente el que correspondía como plazo a la famosa predicción de las setenta Semanas de Daniel. Nada de esto bastó para que reconociesen por Mesías al que verdaderamente lo era, y es. Y después de aquel sacrílego desconocimiento, para hacerle la risa, y oprobio de las gentes, reciben por Mesías a cuantos osados Impostores se les presentan [152] con este nombre, sin que los errores pasados los escarmienten para evitar los venideros.
73. Y ya que se tocó el punto de las Semanas de Daniel, no será inútil advertir aquí, que en orden a la inteligencia de aquel Divino Oráculo, y cómputo que se puede hacer por él, en orden al tiempo de la Venida del Mesías, ya ha tiempo que perdieron el tino los Judíos. Los antiguos es cierto que le esperaban para aquel tiempo, poco más, o menos, en que vino Cristo al mundo; porque el plazo de las Semanas de Daniel, genuina, y literalmente entendidas, caía en aquel tiempo. Fueron alargándole después los Judíos que se siguieron; y alargándole más, y más, a proporción, que su esperado Mesías pereceaba más, y más, la venida: hasta que ya la setenta Semanas, por más que pospusiesen su principio, o estirasen su espacio, no podían alcanzar al tiempo en que le esperaban. ¿Qué resultó de aquí? Una gran variedad de errores, o delirios entre estos desdichados. Unos, sin hacer memoria, ni darse por entendidos de la Profecía de Daniel, se obstinan en esperar; otros, no pudiendo sacudir de sí el remordimiento, que les ocasiona aquella Profecía, como desesperados, arrojan maldiciones sobre todos los que se detienen a calcular las setenta Semanas: Alii diris devovent (dice nuestro Calmet) quicumque tempora supputarint. Otros dicen, que el Mesías vino ya en tiempo de Ezequías. Otros, que el Mesías, según los Divinos Oráculos, ya ha mucho tiempo, que debía haber venido, pero se detuvo, y detiene por los nuevos pecados de los Judíos. Otros dan en otros dislates.
74. Lo que parece se debe tener por cierto, en virtud de ser sentencia unánime de los Santos Padres, es, que cuando venga el Ante-Cristo, los Judíos le recibirán, y adorarán como Mesías. Así se reciprocan los errores de Judíos, y Herejes. Estos tienen por Ante-Cristo al Cristo visible, o Vicario de Cristo, que hay en la tierra; aquéllos tendrán por Cristo suyo al que verdaderamente será Ante-Cristo.