Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo séptimo Discurso duodécimo

De lo que conviene quitar y poner en la Lógica y Metafísica

§. I

1. Si la Lógica es un Arte instrumental, cuyo fin es dirigir el entendimiento para adquirir las demás ciencias, no veo por qué se hayan de tratar en la Lógica con tanta difusión, cuestiones totalmente inútiles para ese fin. En aquellas Oficinas donde se fabrican los instrumentos de varias Artes mecánicas, no se trabajan sino precisamente aquellos que tienen algún uso en ellas. ¿Por qué en las Aulas de Lógica, que son las Oficinas de los instrumentos mentales, con que ha de trabajar el discurso en las materias de otras ciencias, se ha de sudar en cavilaciones, que jamás han de servir, ni en la Física, ni en la Jurisprudencia, ni en la Teología, ni en la Medicina?

2. Estoy bien con que en el Tratado que llaman de Proemiales de Lógica, se enseñe con toda distinción, qué es hábito científico, en qué se distingue el práctico del especulativo; que se expliquen exactamente todo lo que pertenece a la razón de objeto, tanto de la potencia, como de la ciencia, y todas sus divisiones; de modo, que los principiantes queden con una idea clara de lo que es objeto motivo, terminativo, próximo, remoto, adecuado, inadecuado; qué es en él razón quae, qué razón sub qua, &c. porque toda esta doctrina se aplica, y sirve a las demás [300] facultades Teóricas. Estoy bien asimismo con que a vueltas de ella se mueva alguna cuestión para dar ejercicio, y uso en la disputa. ¿Pero qué conducencia tendrán tantas, y tan prolijas controversias, como se agitan en aquella parte de la Lógica, llegando a dividir Escuelas, sobre puntos, que en saliendo de la Lógica, jamás se tocan en otra parte? Dispútase porfiadísimamente, sobre si el objeto de la Lógica es ente real, o de razón? Si es el modo de saber formal, o el objetivo? Jamás en otra facultad se tocan estos asuntos, ni otros que necesiten su inteligencia.

3. ¿Qué diré de los amplios tratados del ente de razón? ¿Qué escolástico negará que Aristóteles fue un gran Dialéctico? ¿Ni que trató en varios libros de cuanto juzgó importante para hacer completo este Arte? Sin embargo, ni una palabra nos dejó escrita del ente de razón. ¿Pues cómo se quiebran tanto las cabezas sus Sectarios, por averiguar los progenitores, el nacimiento, la educación; y las travesuras de este imaginario Duende? De los autores extranjeros, que han escrito Cursos enteros de Filosofía, algunos, ni una palabra hablan del ente de razón; otros con notable parsimonia, y rarísimo muy de intento. ¿Dejan por eso en las demás Naciones de adelantar tanto en todas las ciencias Teóricas, como en España? Antes pueden adelantar más, porque no consumiendo tiempo, o consumiendo poquísimo en lo superfluo, les queda más espacio para emplearse en lo útil.

4. De los Universales, tanto en común, como en particular, es preciso se trate, porque sin algún conocimiento de ellos, mal se puede averiguar la esencia metafísica de los objetos de cualquiera de las ciencias Teóricas. Pero casi todas las cuestiones, que unos, y otros se introducen, debieran excusarse (exceptuando una, u otra para ejercicio de los oyentes en la disputa, como se dijo arriba), o tocarse muy ligeramente, para dar alguna noticia de ellas.

5. Dicen, que todas esas cuestiones son útiles para aguzar los ingenios. Pero yo repongo, que los ingenios hacen [301] lo que los cuchillos, que de demasiado aguzarse se gastan, se destruyen, se aniquilan.

Si nimis exacuas ferrum, non ensis acutus,
Nullus erit.

6. Yo no sé si una invectiva del P. Rapin, Jesuita Francés, contra el modo que tienen los Españoles de tratar la Dialéctica, pretendiendo que de ella contraen un hábito vicioso de raciocinar vanamente, o por mejor decir, quimerizar, será absolutamente verdadera. Pero en todo caso vaya allá, para que el Lector haga el juicio que quisiere. Los españoles, dice, que son los Maestros de los demás Pueblos en materia de reflexiones, refinaron tanto sobre la Lógica en el siglo pasado, que alteraron la pureza de la razón natural por la sutileza de sus raciocinios, arrojándose a especulaciones vanas, y abstractas, que nada tenían de realidad. Sus filósofos hallaron el Arte de tener razón contra lo que dicta el buen juicio, y dar no sé qué color especioso a lo que más dista de lo razonable. No era en examen de las cosas mismas donde apuraban el discurso, sino en los conceptos, y en los términos, &c. Es verdad, que el P. Rapin habla de los Filósofos Españoles, que florecieron ha un siglo, o siglo y medio. ¿Pero quiénes eran aquellos, sino los mismos, cuyo método se sigue hoy como regla en nuestras Escuelas?

§. II

7. Pero norabuena que con la frecuencia de la disputa se afilen, y se afilen bien los ingenios (porque no es ahora ocasión de explicar el modo que debe haber en esto), qué son menester para eso tantas cuestiones como se excitan en la Lógica, especialmente tratadas con tanta prolijidad? Tres, o cuatro bastarían para tener en qué ejercitarse, mientras dura la doctrina de todos los preceptos logicales; pues para estos, si no se entreverasen en ellos tantas cuestiones, bastaría el tiempo de dos meses.

8. Y nótese, que respecto de algunas cuestiones, que [302] se tratan en la Lógica, les falta a los principiantes la luz necesaria para discurrir en ellas; con que es preciso disputen a ciegas. Pongo por ejemplo: en los Proemiales se disputa, si la Lógica Docente y Utente se distinguen realmente, o si son un mismo hábito con identidad real, y sólo distintos per rationum. Para esto es menester tener bien entendido, qué cosa es identidad real, qué distinción real, qué distinción de razón. ¿Y esto se les enseña antes? No por cierto. Toda esta doctrina se guarda para mucho después, y se les enseña en la Metafísica: otros la dan en el tratado de los Universales, que para el caso es lo mismo, porque es posterior al de Proemiales. Esto viene a ser como si a unos principiantes en Astronomía se les hiciese disputar sobre qué Planetas tienen paralaje, y cuanto cada uno; pero no se les enseñáse qué cosa es paralaje, hasta cinco, o seis meses después. Dispútase en el tratado de Ente de razón, si la imaginativa los hace. Pero qué facultad es esta, que llamamos imaginativa, en qué se distingue del entendimiento, qué oficio tiene, no se les explica hasta lo último del Curso, en los que llaman Libros de Anima. Más. El tratado de los Predicables de Porfirio, por tanto se ingiere en la Lógica, por cuanto se juzga indispensablemente necesario para evitar toda confusión en la disputa, la cual frecuentemente se incurriría, si no se supiese bien qué es lo que se predica como género, qué como especie, qué como diferencia, &c. Pero es bueno que esta materia se trata allí hacia lo último de la Lógica, y antes de llegar allí, los hacen contender a los muchachos en continuas disputas.

9. Júzgase acaso, que aquella brevísima noticia, que se da en los notables de la cuestión, de los términos de ella, basta para que los principiantes se hagan bastantemente capaces del asunto. Pero realmente no es así. Lo que he visto, y palpado, es, que en queriendo salir en el argumento de aquellos precisos silogismos, o entimemas, que tienen escritos en el cartapacio, todo es desbarrar, y lo que tienen escrito lo recitan casi sin más inteligencia, que si fuesen papagayos. [303]

10. Por esto yo fuera de sentir, que todo lo que pertenece a la Dialéctica, o Arte de raciocinar, se les diese en preceptos seguidos, explicados lo más claramente que se pudiese con ejemplos oportunos; sin introducir cuestión alguna. Todo esto se podría hacer en dos meses, o poco más. ¿Qué importaría, que entre tanto no disputasen? Más adelantarían después en poquísimo tiempo, bien instruidos en todas las noticias necesarias, que antes en mucho sin ellas. La disputa es una guerra mental, y en la guerra aun los ensayos, o ejercicios militares, no se hacen sin prevenir de Armas a los Soldados.

§. III

11. En la Metafísica abstracta, especialmente como la tratan muchos, también hay harto que cercenar. El famoso Revbau ha abierto campo a largísimos tratados, y muchísimas cuestiones, que sin perder nada pudieran omitirse, porque no conducen, ni para la Física, ni para la Etica, ni para la Teología, ni para otra alguna ciencia. Es bien que se de una noticia clara de las propiedades del Ente, singularmente de aquella a quien se da el nombre de Bondad, en que hay bastante que decir muy sustancial, y muy útil para varios asuntos Teológicos. De la perfecta identidad, que hay entre la Bondad, y la Entidad, bien entendida la entidad, y bien entendidos los dos extremos, colijo yo por consecuencias, o inmediatas, o mediatas, muchas verdades importantes.

12. De aquí deduzco, que la malicia, así como es carencia de bondad, es también carencia de entidad, y todo lo que es malo, se denomina tal, no por lo que tiene, sino por lo que le falta; que la limitación de la criatura no es otra cosa que una carencia de toda la entidad, que le falta; por consiguiente que toda criatura es un pequeñísimo ente, y un casi infinito no ente, que tiene infinito más de mala, que de buena, porque así como carece de la entidad de todas las demás criaturas existentes, y posibles, carece también de su bondad; que Dios al contrario, como ilimitado, no [304] solo es ente excelentísimo, sino que él por sí solo es toda la entidad: no sólo bonísimo, sino toda la bondad, sin que se pueda decir, que hay entidad, o bondad posible, de la cual Dios carezca. De aquí con sólo un brevísimo paso del discurso, me avanzo a la inteligencia de aquella sublimísima, divinísima definición, que Dios dio de sí mismo, hablando con Moisés: Yo soy el que soy; definición que en la superficie dice nada, y examinado el fondo, explica infinito. Si sólo Dios es el que es, las criaturas son las que no son. Dios es el que es, porque es todo el ser, comprehendido en una indivisible simplicidad, todo el ser sin que le falte ni un indivisible de todo lo que puede llamarse entidad. Las criaturas son las que no son, porque el ser que tienen es como nada, respecto del ser de que carecen.

13. Esta máxima de que Dios es el que es, que es el ser mismo, que es toda la plenitud del ser, no sólo da a quien lo reflexiona un concepto digno de la Deidad; mas es un principio fecundísimo para deducir de él todas las perfecciones divinas, permitidas a nuestra inteligencia; como en efecto infirió muchas de este principio el Angélico entendimiento de Santo Tomás. Y el cotejo de esta plenitud de ser, con el no ser de la criatura, nos coloca en la inteligencia justa de nuestra extremada pequeñez, y oprime nuestro orgullo hasta aquel profundo abatimiento correspondiente a un ser, que dista casi nada de la nada.

14. Infiero también del mismo principio Metafísico (aun separados los Teológicos, que eficacisimamente prueban lo mismo) que Dios no puede ser Autor de ningún mal, ni Físico, ni Moral, tomado formalmente; porque siendo el mal en esta acepción una mera carencia de entidad, un mero defecto de bondad, no puede venir de una causa, que es plenitud de ser, y de bondad; pues así como no puede producir algún ser quien en sí no tiene ser, tampoco puede causar alguna carencia de ser quien en sí no tiene alguna carencia de ser; sin que de aquí se infiera, que hay otro Dios avieso, y maligno, como pretendían los pérfidos Maniqueos, Autor de todos los males: [305] pues el mal para la existencia, de que es capaz, esto es, de pura carencia, no ha menester causa eficiente, sino deficiente, cual es la criatura, por la mucha nada, o infinitas carencias de que está llena. De modo, que el ser Dios causa universalísima, está tan lejos de inferir, que como tal haya de producir, no sólo los bienes, más también los males, que antes prueba lo contrario. Es la razón, porque el ser causa universalísima, lo tiene por comprehender en su indivisible ser todo el ser, y quien es todo el ser, sin mezcla de carencia alguna, no puede producir el mal, que es carencia de ser.

15. A este modo, y siguiendo el mismo hilo, con la debida penetración de aquellos predicados universalísimos, y transcendentes, entidad y bondad, se pueden adquirir utilísimas luces para varios puntos muy esenciales de Teología Escolástica, Dogmática y Etica, en que me extendería más, si no fuese salir de mi asunto. Pero los que forman Cursos de Artes para leer en las Aulas, sin dar siquiera una azadonada en un suelo tan fértil, se extienden latísima y fastidiosísimamente en las cuestiones de si el ente transciende las diferencias, si es unívoco, equívoco, o análogo, y otras aun de inferior utilidad.

16. El dejar de tratar de intento del ente infinito en la Metafísica, es faltar no sólo a lo conducente, y útil, mas también a lo necesario y esencial. La razón es, porque Dios es objeto de la Metafísica, no sólo debajo de la razón común de ente; mas también debajo de la de tal ente: y no como quiera objeto, sino objeto, aunque inadecuado, principal. Esta es la sentencia más corriente entre los Filósofos; y aun Aristóteles la enseña claramente en el lib. II de los Metafísicos, cap. 6, donde da a la Metafísica el nombre de Teología, y consiguientemente añade, que mira por objeto al más excelente de todos los entes: Circa namque honorabilissimum entium est. Ni tiene duda, que la Metafísica es verdaderamente Teología: Teología, digo natural, que estriba en principios dictados por la luz natural del hombre, a diferencia [306] de la Sagrada, que se funda toda en principios revelados: porque el que hay entre las ciencias naturales una a quien se da este nombre, porque mira a Dios en razón de tal, como principal objeto, nadie lo duda ni puede dudarlo. Sería sin duda un portentoso defecto, que habiendo hábitos científicos naturales para todos los objetos criados, faltase para el Criador. Pregunto ahora, en qué parte del mundo se enseña esa Teología natural, si es distinta de la Metafísica? Así esto debe suponerse; y por consiguiente extrañarse mucho, que tantos que se llaman Metafísicos, y leen en las Aulas la Ciencia, que llaman Metafísica, tan poco, o tan nada hablen de su principal objeto, que es el Ente increado.

17. Diráseme, que por esta parte no están defectuosos los Cursos de Artes, pues aunque en la Metafísica nada se enseña, o casi nada del Ente infinito, se suple este defecto en la Física, donde se trata de la primera causa, de su acción principal, que es la creación, de la subordinación que a ellas tienen las causas, segundas, &c. Respondo lo primero, que este es abuso. A la Física no toca tratar de Dios, porque su objeto adecuado es el Ente moble, fuera de cuya esfera está Dios constituido como motor de inmoble, y por la misma razón pertenece éste derechamente a la Metafísica, a quien toca tratar del primer principio, como en efecto de él trató muy de intento Aristóteles en los libros de los Metafísicos. ¿Y cómo nuestros Escolásticos dan a la Metafísica el nombre de Sabiduría, y definiendo a la Sabiduría Scientia rerum per altissimas causas, con todo no tratan de la causa Altísima entre todas en la Metafísica? Cómo, diciendo Aristóteles {I Metaph. cap. 20} que la Metafísica es contemplativa de los primeros principios, y causas: Oportet primorum principiorum, & causarum eam speculativam esse, todo lo de causas, tanto primera, como segundas, reservan la Física? No solo de la primera causa debieran tratar en la Metafísica; más también de la razón común de causa, de la causa eficiente [307] en general, la ejemplar y la final. La razón es clara, pues todos ellos, o casi todos convienen en que el objeto adecuado de la Metafísica comprende todo lo que abstrae de toda materia; esto es, de materia singular, sensible, e inteligible; y las razones de causa en común, de causa eficiente, ejemplar, y final, pues se verifican de Dios, es manifiesto que abstraen de toda materia.

18. Respondo lo segundo, que lo que en la Física se trata de Dios, mira precisamente a sus operaciones, o a su potencia activa, nada a su ser, y perfecciones absolutas: y de aquel, y de éstas se debiera tratar primera, y principalmente, porque como de parte del objeto primero es el ser, que el obrar, también de parte de la ciencia, antes es tratar de lo primero, que de lo segundo.

19. De lo que acabamos de decir, que el objeto de la Metafísica comprende todo lo que se abstrae de materia singular, sensible e inteligible, se infiere, que a esta ciencia toca tratar no sólo de Dios, mas de todas las sustancias espirituales, por lo menos de las completas, y separadas esencialmente de la materia, como son los Angeles. Pero aun al alma racional la extienden los más, y mejores Metafísicos, entendiendo aquella abstracción del objeto de la Metafísica de las tres materias, no sólo de la abstracción precisiva, o Lógica; mas también de la abstracción real, que es la que compete a las sustancias espirituales, según todo su ser. ¿Pero quién trata de los Angeles en la Metafísica? De los Cursos que se leen en las Aulas, ninguno he visto que diga una palabra de ellos. De los impresos, muy raro, y ese muy raro muy poco. Del alma racional se trata algo; pero con tanta escasez, que quedan los oyentes casi tan ignorantes de qué es alma racional, y cuáles sus potencias, y operaciones, como estaban antes.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo séptimo (1736). Texto según la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo séptimo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 299-307.}