Tomo séptimo
Aprobación
del R. P. M. D. Juan Crisóstomo Benito de Oloriz, Monje Benedictino Cisterciense, de la Congregación de Aragón, y Catedrático de Teología en el Real Colegio de S. Bernardo de la Universidad de Huesca
De comisión del señor Licenciado D. Antonio Vázquez Goyanes y Quiroga, Teniente Vicario de esta Villa de Madrid, y su Partido, &c. he visto el Tomo séptimo del Teatro Crítico, compuesto por el Rmo. P. M. Fr. Benito Jerónimo Feijoo, &c. asunto tan distante de mi pequeñez, que descubre los lejos aun mi cortedad. Obras de Autor tan gigante sólo puede censurarlas el mismo numen, que acertó a escribirlas: porque si, como dijo el Paciente Príncipe de Idumea, sólo debe censurar una Obra, quien sabe forjar otra con su pluma {(a) Job cap. 31, v. 35. Librum scribat ipse qui judicat.}, siendo casi imposible escribir con semejante pluma, será casi imposible hallar quien censure la Obra.
Esta reflexión me constituyó en tanta perplejidad, que se me huyera trémula la pluma, al contemplar la elevación de esta Obra, a no tener presente la que hizo Proclo en semejante caso, admirando las Obras de mi venerado Crisóstomo: porque si, como él dice, sólo puede aplaudir a un Crisóstomo dignamente quien sea otro Crisóstomo en lo elegante {(b) Procl. Orat. in laud. S. Joan Chrys. Nullus enim digne laudabit Joannem, dum non est alius Joannes.}, al Rmo. Feijoo sólo le había de censurar quien fuese otro Feijoo en el discurrir: pero como hallar otro Feijoo es más difícil, que encontrar el hombre, que buscaba Diógenes, [XXI] es preciso, que apruebe esta Obra, quien no puede remontar los elogios a su esfera.
Siendo, pues, forzoso expresar mi sentimiento sobre el séptimo Tomo del Teatro Crítico, señalaré mi dictamen, aunque mi cortedad agravie su crecida magnitud, si no me enmudece la admiración, como sucedió, cuando se rompió el séptimo sello, que manifestó los arcanos de aquel libro prodigioso, que vió el Evangelista Juan en Pathmos {(a) Apoc. cap. 8. Cum aperuisset sigillum septimum, factum est silentium in Coelo.}. Salió a luz lo que ocultaba el séptimo nema de aquel Libro celestial; y todas las aclamaciones, que merecieron los seis antecedentes, se trocaron en un silencio profundo, ocasionado de mucha admiración, y asombro {(b) Silveir. t. 1. in Ap. Expos. 1. in cap. 8. Per silentium indicatur admiratio, & stupor.}, porque salieron a luz tales maravillas, que pasaron a asombro las alabanzas.
No fuera, pues, mucho, que ocasionase el mismo asombro el séptimo Tomo del Teatro Crítico; pues si como siente S. Bernardino de Sena, lo que motivó aquella admiración en el Cielo, fue un tratado sobre el Ante-Cristo, que dio a luz el sello séptimo {(c) D. Bernardin. tom. 4, serm. Quia tunc omnes clamabunt: vivat Anti-Christus, fiet silentium in Coelo.}, no falta esta circunstancia en este séptimo volumen, para que todos se admiren, enmudezcan, y pasmen: fuera de que los seis Tomos antecedentes han merecido tantos aplausos, y admiraciones, que para el séptimo Tomo sólo queda ya elogiador el pasmo {(d) Aristot. ap. Franc. Gonz. Magnorum non est laus, sed admiratio.}.
Es, pues, esta séptima intelectual fábrica la séptima maravilla del país de la sabiduría, correspondiendo en el número a las siete, que ilustraron el Universo: y si [XXII] Templos, Colosos, y Pirámides, fabricados por tantos Artífices, y Reyes, fueron maravillas para los ojos de los hombres, es consiguiente, que siete maravillas intelectuales, fabricadas por un solo Artífice, sean dulce embeleso para los discursos, y asombroso portento para los doctos: mayormente siendo cada una de estas mentales fábricas maravilla, que incluye maravillas: pues no sólo son maravillas los Discursos de cada Tomo unidos, sino que son maravilla, aun separados: y a la verdad, considérese cada uno de por sí: ¿quién podrá negar, que cada Discurso es una prodigiosa obra, que merece admirarse como maravilla? Hubiese, supongo, dado a luz el Rmo. P. M. Feijoo sólo el primer Discurso de este séptimo Tomo de su Teatro: es constante, que todo verdadero sabio le celebraría como parto maravilloso de un ingenio sublime, despejado, y singularísimo; pues vemos algunas Obras sobre un sólo asunto, y que no deben colocarse en tan elevada esfera, que han agitado muchos clarines a la Fama. He aquí cómo todas las Obras de este inimitable Autor son maravillas de condición tan singular, que aun hecho trozos cada Libro, queda una maravilla entera en cada Discurso.
Confieso, que este monstruo de Sabiduría no deja dilatar mi humilde pluma; pues a más de tener el vuelo tan abatido, que jamás pierde de vista el suelo, se entorpece cobarde la mano, al mirar la altura por donde gira el Libro, y darla aire para ofender la Autor con borrones, cuando todas sus cláusulas son superiores luces, será formar un elogio más ofensivo por el conocimiento de Aprobante, y Aprobado {(a) Cicer. in resp. ad Crisip. Salust. Majus enim mihi dicendi onus Imponiturm, quod notior est uterque nostrum.}. [XXIII]
En esta congoja no hallo otro arbitrio para la alabanza, que robar los colores a su pluma; y humedeciéndola en su primer Discurso, ya descubre otra maravilla digna del mayor reparo. Prueba con la solidez, y delicadeza, que acostumbra, que en lo que luce más la Ciencia Divina, es en una fábrica pequeña: de modo, que así, dice, como los hombres ostentan su poder en edificios Máximos, la Majestad de Dios muestra su Ciencia en entes Mínimos. Pues ésta es una de las maravillas dignas de asombro, que luce en todo el Teatro Crítico: porque los siete Tomos son siete maravillas del orbe literario, por el contrario camino que las siete maravillas del mundo, pues así como las Pirámides, el Coloso, y la Estatua de Júpiter Olímpico fueron maravillas, por ser de corpulencia tan agigantada, las de nuestro gran Feijoo lo son, por de extensión tan reducida. De suerte, que en mi sentimiento, una de las circunstancias, en que luce el Rmo. Feijoo Máximo, es en reducir las Ciencias a un volumen Mínimo; porque para estrechar asuntos tan dilatados a unos Discursos tan breves, y ceñidos, es menester alambicar razones, especies, y argumentos, que no es pequeña maravilla entre las muchas, y grandes de esta Obra; pues en el Augusto Sacramento del Altar, que es la Maravilla de las Maravillas, en frase de David {(a) Psalm. 110. v. 4. Memoriam fecit mirabilium suorum.}, dice Augustino, que lo más digno de asombro es estrecharse lo Máximo en lo Mínimo {(b) D. August. in Psalm. 21. Maximus in Minimo.}. Y esto ejecuta el Rmo. Feijoo, semejantemente en esta Obra, con tanta claridad, y energía, con tanta viveza, profundidad, [XXIV] y elocuencia, que parece que se destilan las ciencias por su pluma {(a) Politian. in laud. Paneg. Plin. In hoc uno totam credimus insudasse Minervam.}.
Semejante diferencia, que la que nota su discreción profunda entre los hombres, que afectan hacer obras Máximas; y Dios, que manifiesta su Ciencia en cosas Mínimas, se descubre entre el Rmo. P. M. y otros, que dan a luz partos de su discurso: pues así como otros se ostentan grandes hombres, trabajando la Prensa con crecidísimos volúmenes, el Rmo. Feijoo se muestra más que hombre grande en su Teatro, reduciendo volúmenes enteros a un Discurso {(b) PP. Hibern. ad Prag. Ill. Caram. Hic plus doctrinae, & sufficientiae ostendit in uno folliolo, quam alii in turgidis voluminibus.}. Por lo que yo dijera, que así como sintió un discreto, que cada hombre parece un mundo abreviado, cada volumen del M. Feijoo parece un Cielo reducido; fundándome en que la Majestad Divina comparó el Cielo a un granito de mostaza: porque si este grano Mínimo, en dictamen de mi Bercorio, es semejante a la grandeza del Cielo, porque es Máximo en la virtud, apareciendo Mínimo en la cantidad {(c) Berc. ver. Sinapi. Est Minimum in quantitate, sed Maximum in virtute.}, estos volúmenes, apareciendo Mínimos en la cantidad, brillan como Máximos en la virtud. No parezca impropia la comparación; no sólo porque los Cielos enseñan como libros, y los Libros de este Autor lucen como Cielos, sino porque no será la primera vez, que se hace un Cielo Máximo, Libro Mínimo, para mostrar los errores de todo el mundo {(d) Apoc. cap. 6. n. 14. Coelum recessit sicut Liber involutus.}.
Siete son los Cielos, en que lucen los siete principales Astros: y siete son los Tomos, que ha dado a luz [XXV] el Rmo. Feijoo, todos verdaderamente llenos de Estrellas, que alumbran, y de antorchas resplandecientes, que iluminan: pero el séptimo, que da a luz, me excita la más crecida admiración, porque después de haber escrito seis volúmenes, que bastan a agotar el caudal de muchos sabios hombres, no parece que cabe aun en quien es un Archivo de sabiduría, tener tesoros para dar a luz otra Obra. La Majestad de Dios dio en seis ocasiones sus Obras a la pública luz; pero después, permitiendo descanso a su Omnipotencia, cesó de ostentar su Sabiduría. Dio a luz a este gran Teatro del mundo en las cinco primeras ocasiones, Cielos, Astros, Elementos, Brutos, Angeles: en la sexta forjó al Hombre, a que se siguió el descanso inmediatamente {(a) Genes. cap. 2. v. 1. Requievit die septimo ab universo opere, quod patrarat.}, porque hecha esta primorosa fábrica, ya quedaban manifiestos su Poder, y Sabiduría.
Pues miremos de paso los seis Tomos del Teatro Crítico. En los cinco primeros se deja ver el Rmo. P. M. Feijoo, ya escalando las esferas, ya girando la hondura de las aguas, ya penetrando los senos de la tierra, ya calándose dentro de la mayor antorcha, ya desatando en nuevos aromas a las flores, ya descubriendo algo de discurso en los irracionales, ya numerando al aire los átomos, ya pesando sus invisibles cuerpos: llega al sexto Tomo, y en su último Discurso se manifiesta Artífice tan diestro, que basta lo que en él escribe, para formar de un hombre bruto un hombre: porque es constante, que toda nuestra sinrazón se origina de aquel error universal. Pues échese a descansar el Rmo. Feijoo, que ya ha mostrado el poder de su sabiduría [XXVI] en esta sexta primorosa fábrica: no Señor, todavía no se fatiga su brazo; aún fluye a su pluma Océanos su discurso: ni convenía, que descansase su pluma, porque faltaba esta columna hermosa, para que constase al mundo, que el M. Feijoo es un órgano de la sabiduría, que erige con siete columnas el Teatro de su fama. {(a) Prov. cap. 11. v. 1. Sapientia adificavit sibi domum, excedit columnas septem.}.
De Autor tan altamente sabio necesitaba el Discurso undécimo para su patrocinio; porque el concepto, que tienen los secos Aristotélicos, de que no sobra lo que verdaderamente sobra, y que no falta lo que realmente falta, es tan difícil de desimpresionar, que sólo un Feijoo les puede convencer, y es, que los errores de los presumidos de sabios no se desvanecen con raciocinios. Cosa verdaderamente extraña, que los que se alimentan de silogismos en la Escuela, no cedan a una razón demostrativa. Discurso este, que ejecuta las gracias de todas las Universidades, que ilustran los ingenios Españoles, pues desperdician la edad más florida en aprender lo que enseña nada. Porque, Señor, ¿de qué aprovecha fatigar el discurso, por saber, o hablar de si se da signo de sí mismo? ¿Si la Lógica es simple cualidad? ¿Si su objeto es el ente de razón? Sabidas estas cuestiones, ¿qué se sabe? Que se malogró el tiempo inútilmente: y ojalá sacasen todos este desengaño, que no se habría aprendido poco. Ni es respuesta la de algunos Maestros, que sólo han registrado cuatro cartapacios, que así se labran los Discursos. Yo no dijera que se labran, sino que se descalabran, y desmoronan: porque para excitarse los ingenios, como dice [XXVII] discretísimo el P. D. Juan Mabillon en sus Estudios Monásticos, se pueden proponer cuestiones, que enseñen, al mismo tiempo que ejerciten {(a) Part. 2. cap. 9.}. Pero en España, no sólo se desperdicia el tiempo con estas cuestiones, sino que se introducen otras menos convenientes, como lo son en la Física la Premoción, y Conexión con la Omnipotencia: cuestiones muy principales de la Teología. ¿Pero adónde me arrebata en alas del dolor esta disputa, si persuadir el asunto pisa las márgenes del atrevimiento, habiéndole alentado el Rmo. Feijoo? Después que este gran Maestro en todas Facultades mueve su delicada pluma contra los errores, más ocioso es querer esforzar el partido de lo que abona, que estudiar las cuestiones, que condena: por cuyo motivo sólo diré, que si el aire de su pluma no disipa estas nieblas de la Escuela, ni se dejarán las cuestiones, que sobran, ni se añadirán las cuestiones, que faltan: porque es más fácil deshacer la estatua de Palas, sin borrar la imagen de Fidias, que arrancar este abuso de nuestras Universidades.
No obstante, aunque el Rmo. P. M. más propone, que arguye en este Discurso, espero, que ha de triunfar de muchos, que están poseídos de este error: porque son tan poderosas las razones con que persuade, que aun sin intento de triunfar, convence. Esto tienen todas sus Obras: sobre ingeniosas, y doctas, convincentes, y utilísimas. Nada escribe, que no sea para la utilidad común; pues cuando menos, hace patente el error: y esto es común a todos sus Discursos; que otros son conveniencia especial de muchos individuos, como lo es el en que descubre la falsa Urbanidad, pues quitando [XXVIII] el rebocillo a la cortesanía, pone delante de los ojos la modestia: para que no se ignore, que los discretos tienen por molestia lo que se juzga obsequio, y cortesanía. Hay muy extraños caminos de ostentarse los hombres gloriosamente vanos: uno de ellos, que se toca en este Discurso, es escribir repetidas Cartas a los que hacen ruido en el Templo de Minerva, a quienes se pudiera responder con propiedad lo que un ingenioso Aragonés a un molestísimo Escritor.
Escríbesme, que escribiste,
Y escribirás de manera,
Que por escribir más Cartas,
Te escribirás la respuesta.
Glórianse de que tienen correspondencia epistolar con los sujetos de mayor aceptación: y como hay tanto botarate, que en viendo en mano de otro letra de un hombre afamado, ya le numera entre los de la esfera del aplaudido: desvanecido el que mostró la Carta, solicita continuar la correspondencia, molestando a los que logran aplauso, y robándolos por su elación el tiempo: pues claro está, que si alguien escribe a un sabio una Carta, asegura en su cortesanía la respuesta. Estos entes, pues, o porque no tienen precisa ocupación, o porque les halaga esta hueca vanidad, escriben muy de intento, notando la Carta en tono de Sermón, o Libro, para ostentarse hombres eminentes, a los que en realidad son eminentes hombres: de que se origina, que como éstos saben, que es una vanidad necia llenar de relumbrones, y citas una Carta, y responden por este motivo, como se debe en estilo familiar, ya juzgan aquellos, que son unos en la erudición. Preciso es, que al Rmo. P. M. le haya cabido gran parte de este enfado, porque como ninguno tiene a la fama más empleada, [XXIX] de ninguno será la correspondencia más apetecida.
Ya, pues, que solicita el Rmo. P. M. el alivio de los grandes ingenios en este Discurso, quiero darle las gracias por todos los de este número, insinuando lo que ha de ejecutar su Rma. en este caso: y aunque es conveniencia para el Rmo. P. M. y para cuantos nos ilustramos con su Teatro, le pido venia, antes de proponer mi súplica; ¿porque, qué puede ofrecerse a mi discurso, que no lo tenga presente el P. M.? Pero como es propia la causa, no querrá faltar a esta admitida cortesanía: con que es forzoso rasgar el velo a su modestia.
El Rmo. M. Feijoo, como sujeto tan útil, y necesario para ilustrar nuestra Nación con sus Escritos, no debe estar ligado a esta admitida cortesanía, de dar respuesta cumplida a cada Carta. Como es su ingenio singular entre todos, es justo, que tenga singular privilegio entre los ingeniosos: y así no había de dar más respuesta a las Cartas, que la que dio al Padre de Alejandro el Senado de Atenas. Pidió Felipo por Carta a aquella República, que franquease paso a su numerosa tropa; a que sólo respondió el Senado un No, que negó lo pedido: pues así el Autor de esta Obra, sólo debe dar un No, o un Sí por respuesta. Los motivos, razones, porqués del No, y del Sí, ya quedan supuestos en su discreción. De esta suerte no le usurparían tanto tiempo las Cartas, a quien es dolor, que no haya Josués, para dilatarle los días.
No permite la estrechez de una Aprobación celebrar todos los Discursos de este Tomo, ni aplaudir lo que contiene cada Discurso; pues con el dulce embeleso de todo lo que en él se trata, no dejaría abordar al puerto a quien le aprueba, mayormente no habiendo [XXX] estorbo, que no le hay, en toda la Obra, que embarace el vuelo de la pluma, porque en nada se opone a lo que nuestra Santa Fe previene; antes bien destierra un error entre otros errores, alentando a las buenas costumbres, pues ésta es una de las excelentes del ayuno {(a) P. meus Dulcis. Bernard. in c. Jes. serm. 4. Eonum, & salutare jejunium. Non solum abolitio est peccatorum, sed extirpatio vitiorum.}, a que promueve en todo el Discurso nono.
Por cuyo motivo, pues nada hay que censurar, debe convertirse la Censura en elogio del Autor, de quien quisiera decir lo que concibo, ya que no puede llegar mi cortedad a lo que debo. Y no me veo poco embarazado, sobre ser tan anchuroso el camino, que franquea el Rmo. Feijoo para su elogio: porque no ha dejado senda la adulación desmedida de los aprobantes, que no haya llenado de pomposos laureles: con que para no tropezar en elogios ya infamados, y dar a nuestro Autor los merecidos, me he de descaminar de la senda de otros Aprobantes, porque las alabanzas, que han logrado otros Autores, son para éste tan nada correspondientes, que más que le elevan, le abaten; más que le engrandecen, le disminuyen.
No tiene trompa la Fama, en que el Rmo. Feijoo no haya sonado eruditísimo, Crítico delicado, de clarísimo entendimiento, de dulce estilo: y en fin, aquí suena el aplauso mayor, que es un ingenio, que ha desagraviado a los Españoles de la opinión, en que están las Naciones Extranjeras, de que escriben con groseras, y pesadas plumas. No estoy bien con estos elogios, porque para el Rmo. P. M. son agravios. Cierto es, que es eruditísimo; pero este superlativo se ha de colocar sobre otro; esto es, que respecto de los eruditísimos, es [XXXI] eruditísimo: porque si no, no le daremos antelación a otros Autores, que logran estos elogios de sus Aprobantes. Lo mismo digo de la alta penetración de su entendimiento, y de su crisis perfectísima sobre todo asunto. El estilo no hallo expresiones para celebrarle, ni descubro comparación para aplaudirle; porque en cada letra se exprime una alma {(a) Arist. lib. 1. Periher. c. 1. Verba animi speciem gerunt.}, y alma como la de su Autor, que no deja ya que añadir. No hace falta su lengua en los rasgos, que dio su pluma, porque la valentía, y dulzura de cada período tiene toda la energía, que puede dar el labio. Hasta su opositor pretendido acechó en él los visos de un oro acendrado: y no lo admiro, porque aunque turba la vista el enojo, en todo lo que ha escrito el Rmo. P. M. se divisan las razones, con tan abultadas, y vivas efigies, que ya se descubre a los ojos lo que sólo se permite a los discursos: a que se añade, no habrá hombre discreto, que lo niegue, que aquellas especies, que travesean como fantasmas por los entendimientos de los que les logran muy aventajados, en hacer el bosquejo la pluma de este Sabio agigantado, ya se ve hermosa, y clara pintura, lo que asomaba en la mente como sombra.
Ultimamente digo, que no sólo vindica a España, sino que puede dar envidia a los Ingenios de toda Europa. Los que han leído alguna cosita en Fleury, Moreri, &c. para ostentarse versados en el Idioma Francés, cuando aplauden al Rmo. P. M. ciñen el elogio, a que sabe escribir como Extranjero: alabanza propísima de Españoles, enamoradizos de todo lo que no nace dentro de sus Países. El Mro. Feijoo, no sólo es monstruo en el ingenio, en la erudición, en la [XXXII] crisis, y en el estilo, sino que uno de los mayores elogios, que se puede dar a un Escritor Extranjero, es, que parece en una de estas circunstancias a Feijoo, a quien le viene más estrecho que ajustado, el que hizo de mí Caramuel Fraunerdorpio {(a) Joan. Fraun. in laud. Ilust. Caram. Labore, & studio obtinent in Schola Poetae, Rhetores, Mathematici, Philosophi, Theologi; Mexicani, Hispani, Itali, Galli, Belgae. Absint a nobis peregrinae, & exterae Nationes labio, convenient tandem sub ingenioso N. Imperio.}; pues a más de poseer todas las ciencias, luce con tan singularísimas ventajas, que para aplaudirle, sólo hallo el medio de decir que Feijoo es Feijoo; porque sólo su ingenio puede ser su debido elogio, que dijo en otra ocasión el Damiano {(b) D. Petr. Damian. serm. 64. Ipse est ejus laus.}. Quien quisiere, pues, saber lo que es el Rmo. P. M. sepa lo que es su Teatro; y quien quiera saber lo que es su Teatro, sepa lo que es el Rmo. P. M.
Hoc opus Auctorem laudat, hic Autor opus.
Este es mi sentimiento, salvo meliori judicio. En este Real Colegio de San Bernardo. Huesca 27 de Enero de 1736.