Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo octavo Discurso cuarto

Argumentos de autoridad

§. I

1. Los grandes hombres son acreedores, no sólo a que respetemos sus virtudes, mas a que disimulemos, cuanto sea posible, sus faltas. No es este a la verdad, el común estilo del mundo; antes aquellos, que el Cielo más llenó de resplandores, son en quienes la envidia, y la emulación suelen dar realce a los defectos [42]. El amor propio, impaciente de los excesos, que nos hacen los sujetos eminentes, busca en ellos eclipses, que contrapesando las luces, los dejen iguales, o si puede ser, inferiores a nosotros. Algunos hay, que inciden en la misma torpeza, por la golosina de verse aplaudidos de ingeniosos, como que, por su mucha penetración descubren tachas, donde los demás no ven sino perfecciones, o que, como Aguilas, no los deslumbran los rayos para examinar en los luminares la mezcla de algunas sombras. Más aún cuando sea verdadero su informe, no debe minorar nuestro respeto. Los hombres grandes, no por tener uno, u otro defecto dejan de ser grandes; y si no tuviesen alguno, dejarían de ser hombres. Gozó el Sol por muchos siglos la buena opinión de ser todo luz, hasta que a los principios del pasado descubrió manchas en él el sabio Astrónomo Jesuita Christophoro Scheinero. Mas no por eso el Sol dejó de ser Sol, ni por eso los hombres dejaron de apreciarle como el más benéfico, y más brillante de todos los Astros.

2. Esta ojeriza, o de la envidia, o de otra cualquiera pasión contra los sujetos eminentes, sólo dura mientras ellos duran. Luego que mueren, la lápida que cubre sus cenizas, cubre también sus faltas. Los mismos, que maliciosamente cercenaban su gloria, empiezan entonces a engrandecer su mérito más de lo justo: al modo de lo Romanos, que murmuraban los vicios de sus Emperadores vivos, y los adoraban como Deidades luego que eran muertos. Así parece que la vida, y la gloria se han como dos formas opuestas, en quienes la corrupción de la primera es generación de la segunda.

§. II

3. Entre todos los hombres grandes los que lo son por su Ciencia, y Escritos, son los que más experimentan esta alternativa de detracción, y de aplauso. Rarísimo ha habido, que mientras vivió, lograse mucho séquito. Como una especie de milagro literario [43] se celebra la dicha del subtilísimo Inglés Isaac Newton, que habiendo introducido tantas novedades en la Filosofía, o por mejor decir, habiéndola innovado toda, todos los Filósofos de su Nación se le rindieron al momento, y se constituyeron Discípulos, y Sectarios suyos. Los demás Ingenios eminentes, por mucho que lo sean, padecen mil oposiciones mientras viven; y sólo empiezan a gozar los aplausos, cuando ya no los gozan.

4. No sólo nace la gloria de los hombres grandes cuando muere la vida; pero cuanto más se alejan de la vida, tanto más crece su gloria. Puede decirse con alguna verdad, que no sólo cuando mueren empiezan a ser elogiados; sino que son más elogiados, cuanto más muertos. Cuanto más va deshaciendo el tiempo sus cenizas, tanto más va aumentando sus estimaciones. Los escritos del que murió ayer, se consideran como unos frutos verdes, que es menester guardarse mucho tiempo para sazonarse respectivamente al gusto de los hombres; y como los vinos, si no se pierden enteramente, son más apreciados cuanto más añejos.

5. Ese mayor aprecio no tiene fundamento alguno razonable. La senectud de los hombres puede hacer los hombres más sabios; pero no a los Escritos la senectud de los mismos Escritos. En ningún libro de hallará más Ciencia, diez siglos después que se escribió, que la que contenía en aquel momento, en que acabó de formarle su Artífice.

6. Es pues, conforme a razón, que a la doctrina de los hombres grandes, que florecieron en los siglos anteriores a nosotros, concedamos toda aquella diferencia, que merecen como grandes; pero acordándonos siempre de que fueron hombres. La antigúedad nos lo ha deificado. Pudieron errar algo, como hombres, cuando escribieron; y si dejaron tal cual yerro en sus Escritos, cuando salieron de esta vida, es cierto, que no le enmendaron después. [44]

§. III

7. ¿Qué persuade todo lo dicho, sino que en las disputas debe preferirse la razón a la autoridad? Aún la misma autoridad concede la preferencia a la razón. Alego en primer lugar la del grande Augustino, el cual en varias partes de sus Obras establece esta máxima; pero con más generalidad en el lib. 2. de Ordine, cap. 9: Ad discendum necessario dupliciter ducimur, Auctoritate, atque Ratione. Tempore auctoritas, re autem ratio potior est. En segundo, la de San Gerónimo, quien en la Epístola 62 a Teófilo, ningún Doctor, fuera de los Canónicos, conoce exento de algún yerro: Scio, dice, me aliter habere Apostolos, aliter reliquos Tractatores: illos semper vera dicere; istos in quibusdam ut homines aberrare. En tercer lugar, la de Santo Tomás, el cual, I. part. quaest. I, art. 8 después de proponer contra su conclusión una Máxima de Boecio Severino, que dice, que el argumento tomado de la autoridad, es el más débil de todos: Locus ab auctoritate est infirmissimus; la aprueba respecto de toda autoridad humana; lo que no obsta a la conclusión del Santo, que procede del argumento tomado de la autoridad Divina. Y así prosigue: Invitur enim Fides nostra revelationi Apostolis, & Prophetis factae, qui Canonicos libros scripserunt; non autem revelationi, si qua fuit alijs Doctoribus facta. Unde dicit Augustinus in Epistola ad Hieronymum: Solis enim scripturam libris, qui Canonici appellantur, didici hunc honorem deferre, ut nullum Auctorem eorum in scribendo errase aliquid firmissime credam. Alios autem ita lego, ut quantalibet Sanctitate, Doctrinaque praepolleant, non ideo verum putem quod ipsi ita senserunt, vel scripserunt.

8. Estas últimas palabras, que Santo Tomás toma de San Agustín, incluyen cuanto se puede decir en la materia. Por grandes, por eminentes, por sublimes que sean, o hayan sido, la doctrina, y santidad de los [45] Escritores, quantalibet Sanctitate, Doctrinaque praepolleant, no por eso se ha de tener por cierto lo que hayan escrito. Será por consiguiente lícito apartarse de su sentir en una u otra cosa, cuando la razón no persuade lo contrario.

9. ¿Más qué? ¿Por eso suponemos todos los Escritores iguales? ¿O a los Santos Padres confundimos en la turba de los demás Doctores, sin más prerrogativa, o autoridad que ellos? En ninguna manera. Alia claritas Solis, alia claritas Lunae, & alia claritas Stellarum {(a): I. ad Corinth. cap. I5.} Todos los doctos Escritores son Astros, que nos alumbran; mas con notable desigualdad: unos como Soles, otros como Lunas, otros como Estrellas. A esta desigualdad se debe proporcionar nuestra veneración.

10. La que merecen los Santos Doctores, explicó con mayor exactitud el Ilustrísimo Cano en su famosa Obra de Locis Theologicis, lib. 7. cap. I, donde, después de distinguir tres clases de cuestiones, o materias; la primera de las que tocan a la Fe: la segunda, de las Teológicas; pero inconexas con los Dogmas revelados: la tercera, de las que pertenecen a las Ciencias Naturales; en seis conclusiones va señalando el grado de autoridad, que tienen los Santos Doctores, ya unidos, ya divididos, respectivamente a cada una de estas clases. Las conclusiones son como siguen.

11. Primera. Sanctorum auctoritas, sive paucorum, sis ve plurium, cum ad eas facultates affertur, quae naturali lumine continentur, certa argumenta non suppeditat; sed tantum pollet, quantum ratio naturae consentanea persuaserit.

12. Segunda. Unius, aut duorum Sanctorum auctoritas, etiam in his quae ad Sacras litteras, & doctrinam Fidei pertinent probabile quidem argumentum subministrare potest; firmum vero non potest. Ita despicere, & pro nihilo habere, imprudentis erit: Suspicere & habere pro certo, erit omnino imprudentis. [46]

13. Tercera. Plurium Sanctorum auctoritas, reliquis licet paucioribus reclamantibus, firma argumenta Theologo sufficere, & praestare non valet.

14. Cuarta. Omnium etiam Sanctorum auctoritas in eo genere quaestionum, quas ad Fidem diximus minime pertinere, fidem quidem probabilem facit; certam tamen non facit.

15. Quinta. In expositionem Sacrarum Litterarum communis omnium Sanctorum veterum intelligentia certissimum argumentum Theologo praestat ad Theologicas asertiones corroborandas.

16. Sexta. Sancti simul omnes in Fidei dogmate errare non possunt. Todas estas conclusiones apoya el Autor citado en firmísimos fundamentos, siendo por la mayor parte los que prueban las cuatro primeras varios ejemplares de muchos Santos Doctores, que erraron cerca de las más materias expresadas en ellas.

17. Todas seis aserciones son necesarias para una instrucción completa, y adecuada, del uso que se debe hacer de la doctrina de los Santos en todo género de materias disputadas. Pero la cuarta es la más digna de reflexionarse en orden a nuestro asunto. Dice el Ilustrísimo Cano, que en aquel género de controversias, que no pertenece a la Fe, la autoridad de todos los Santos Doctores, aún unidos, y contestes, no funda asenso cierto, sí solamente probable, u opinativo. Añado yo: Sí la autoridad de todos juntos no funda asenso cierto, ¿cuánto menos la autoridad de la mayor parte de ellos? ¿Cuánto menos la autoridad de cinco, o seis? ¿Cuánto menos la de dos, o tres? ¿Cuánto menos la de uno solo?

18. De modo, que no sólo al paso que se va rebajando del número, se va alejando más la certeza; mas por riguroso cálculo Matemático se va disminuyendo más, y más la probabilidad. De aquí es, que, prescindiendo de la desigualdad de doctrina que hay en ellos, si cincuenta Doctores Santos, unánimes, y conformes fundan una probabilidad de cien grados, la autoridad de dos solos [47] fundará una probabilidad de cuatro grados; y la de uno probabilidad de dos grados no más. Dije, prescindiendo de la desigualdad de doctrina, que hay entre ellos; porque no es dudable que se podrán señalar entre los Santos Doctores dos, o tres, que juntos no funden tanta probabilidad, como sólo un San Agustín.

§. IV

19. Supuesto este indefectible cálculo, no puedo menos de improbar la conducta de aquellos Escolásticos, que al ver algún Presidente de disputa pública, a la autoridad de algún Santo, que se le objeta como argumento, no da interpretación alguna, ni otra respuesta, que el que no se conforma con su dicho, se exacerban furiosamente, como si oyesen negar algún Artículo de Fe. Convengo, en que siempre que quepa interpretación probable, o verosímil, se debe usar de ella; porque los Santos Doctores son de justicia acreedores a nuestra deferencia, siempre que la razón no nos precise a llevar opinión contraria a la suya, o hallemos modo verisimil de conciliar la suya con la nuestra. Pero no encontrando interpretación, que no conozcamos ser violenta, darla como legítima, y procurar persuadir al arguyente, y a todo el auditorio, que lo es, ¿no es faltar a la sinceridad? O por decirlo con las voces más propias, ¿no es mentira, no es trampa literaria? Indubitablemente. ¿Y será obsequio de los Santos ir contra la verdad, que ellos tanto amaron, aman, y amarán eternamente? ¿Quién osará decir tal?

20. Es menester, pues, conciliar la reverencia que se debe a los Santos, con la verdad que se debe a Dios. Este consorcio nada tiene de difícil. El disenso a la opinión de algún Santo Doctor, no se opone a aquel asenso, con que en general se reconoce su eminencia en Santidad, y Doctrina; así como de parte del objeto no se opone la eminencia en santidad, y doctrina con uno, u otro yerro particular. A mí me sucedió mil veces en diferentes [48] materias, leyendo este o aquel Autor de los más clásicos, notar alguna sentencia, a que me era imposible conformar el entendimiento, por hallarla opuesta a lo que claramente me dictaba la razón, sin que por eso dejase de conocer, y confesar, que en lo general la ciencia del mismo Autor era muy superior a la mía. ¿Quién quita practicar lo mismo con los Santos? ¿Ni qué necesidad hay, para salvar la estimación que merecen, de violentar sus dichos, y traerlos arrastrados, para que se conformen a nuestras opiniones? Uno, u otro yerro no desacredita la excelencia de un Artífice, que ha hecho mil obras admirables. Una, u otra falta en la piedad, no borra la veneración, que merecieron algunos insignes ejemplares de virtud. Al Rey David confesamos santísimo, sin que por eso neguemos el adulterio con Bersabé, ni el homicidio de Urias, o nos empeñemos en violentar las palabras de la Escritura, para traerlas a un sentido inadaptable, en que no signifiquen aquellos delitos. ¿Por qué uno, u otro descuido en la doctrina, ha de difamar la alta sabiduría de los que en sus Escritos nos dejaron estampados muchos millares de aciertos?

21. El Ilustrísimo Autor que hemos citado arriba, y que es el Príncipe entre todos los modernos, en orden a señalar las reglas por donde debemos medir nuestra veneración a la autoridad de lo Santos, nos ministra dos famosos ejemplares de la práctica propuesta, uno en su misma persona, otro en la de su Maestro el Doctísimo Francisco Victoria. Aunque es el pasaje algo largo, contra mi costumbre le transcribiré todo por importantísimo. Theologo, dice, {(a): Lib. I2. de Locis cap. I.} nihil est necesse in cuiusquam iurare leges. Maius enim est opus, atque praestantius ad quod ipse tendit, quam ut Magistri debat vestigiis semper insistere, siquidem est futurus Theologiae laude perfectus. Memini de praeceptore meo ipso (Magistro [49] Victoria) audire, cum nobis Secundam Secundae partem coepisset exponere, tanti divi Thomae sententiam esse faciendam, ut si potior alia ratio non succurreret, sanctissimi, & doctissimi viri satis nobis esset auctoritas. Sed admonebat rursum, non oportet Sancti Doctoris verba sine delectu, & examine accipere, imo vero si quid aut durius, aut improbabilius dixerit, imitaturos nos eiusdem in simili re modestiam, & industriam, qui nec Auctoribus Antiquitatis suffragio comprobatis fidem abrogat, nec in sententiam eorum, ratione in contrarium vocante, transit. Quod ergo praeceptum diligentissime tenui. Non enim ullam, non Divi Thomae dico, sed nec Magistri mei opinationem revocavi ad arbitrium meum: nec cordi tamen fuit iurare in verba Magistri. Nam & vir erat ille natura ipsa moderatus; at cum Divo etiam Thoma aliquando dissensit. Maioremque meo iudicio laudem dissentiendo, quam consentiendo assequebatur: tanta erat in dissentiendo reverentia.

22. Si dos famosos Escolásticos Dominicanos no hallan inconveniente en desviarse una, u otra vez del sentir de Santo Tomás, Oráculo del mundo, y Príncipe de su Escuela, podrán sin duda los demás regular su respeto a este Santo Doctor, y a otro cualquiera, por la misa pauta. Si aquelloos conciliaban la alta reverencia debida al Angel de las Escuelas con el disenso a su dictamen, en uno, u otro punto particular, abierta está la puerta para que todos, usando de la misma moderación, y veneración, se aparten una, u otra vez de la sentencia del Angélico Maestro. Finalmente, el Maestro Victoria no se adjudica, como privilegio particular de su mucha sabiduría, el examen de las Sentencias de Santo Tomás, y la licencia para apartarse de ellas, ratione in contrarium vocante; sino que propone esto como regla general para todos los Teólogos. Luego cualquiera que asciende al Magisterio, podrá usar de dicha regla.

23. Siempre la virtud está colocada entre dos extremos [50] viciosos. Los de la materia que tratamos, son por una parte el desprecio de la doctrina de los Santos, y por otra la veneración excesiva. Peca en el primero, quien no atiende más la autoridad de los Santos Doctores, que de otros Escritores muy inferiores a ellos en virtud y doctrina. Esta es insolencia común en los Herejes. Peca en el segundo, el que toma a éste, o a aquel Santo Doctor por regla infalible de su asenso. Esta es pasión desordenada de algunos Católicos: cuales eran aquellos contra quienes declama el Docto Padre Alfonso de Castro, que desde los Púlpitos intimaban al Pueblo, que cualquiera que se apartaba de la sentencia de Santo Tomás, se constituía sospechoso de herejía: Quales ergo vidi in tantam insaniam devenisse, ut non sint veriti ad Populum in publica concione hoc effundere: quisquis a Beati Thomae setentia discesserit, suspectus de haeresi est censendus. {(a): Lib. I. de Heres. cap. 7.}

24. Entre estos dos extremos está el medio de la razón, el cual consiste en venerar a los Santos, como a unos Maestros de especialísimo carácter, que ya por la excelencia de su ingenio, ya por su insigne aplicación a la Doctrina Sagrada, ya por alguna particular influencia, con que Dios, en atención a su eminente virtud, los asistía, se hallaron más proporcionados, que los demás hombres, para acertar en las materias Teológicas, que trataron de intento, pero considerándolos al mismo tiempo hombres, que como tales pudieron errar en algo, como en efecto algunos manifiestamente erraron en uno, u otro punto. ¿Pero qué mucho? Así como no hay necio tan necio, que yerre en cuanto dice, no hay sabio tan sabio, que acierte en cuanto escribe.

25. La práctica de los Teólogos Expositivos, debiera en esta materia servir de regla a los Escolásticos. Aquellos, cuando hallan opuestos en la exposición de algún lugar de la Escritura a dos Santos Padres, no se [51] empeñan en conciliarlos con interpretaciones violentas; antes resueltamente siguen a uno, abandonando a otro. Estas oposiciones de los Sagrados Intérpretes, aunque no muy frecuentes, tampoco son muy raras; y es preciso que alguno de ellos errase, cuando hay tales encuentros. Si en la exposición de la Escritura puede una, u otra vez errar un Santo Padre: ¿por qué no en una cuestión Teológica, en que ni la Fe, ni las buenas costumbres se interesan? Y si los Teólogos Expositivos no reputan por injuria a un Santo Padre apartarse abiertamente una, u otra vez de su opinión, ¿por qué han de tener esa escrupulosa delicadeza los Escolásticos? Todo lo dicho (porque importa repetirlo) se debe entender de los Padres, tomados divisivamente; pues su uniforme consentimiento, tanto en las cuestiones Teológicas, como en la exposición de la Sagrada Escritura, es regla inviolable de nuestra creencia.

§. V

26. Esto es por lo que mira a la Teología. En orden a la Filosofía, y demás ciencias naturales gozamos más amplia libertad, y es la que nos declara la primera regla de Cano, estampada arriba: La autoridad de los Santos, que muchos, que pocos, en orden a la materia de las Ciencias naturales, sólo persuade a proporción del valor de la razón, en que se fundan.

27. Tres son los fundamentos de esta regla. El primero, la poca aplicación de muchos Santos Doctores a las Doctrinas Filosóficas, como nota el mismo Cano; y aún pudiera añadirse el desprecio, que algunos hicieron de ellas: sobre que puede verse lo que hemos escrito en nuestro IV. Tomo, Disc. VII. §. IX. El segundo, que en orden a las Ciencias naturales, no es verisimil que gozasen alguna particular asistencia del Espíritu Divino: pues así como Cristo, aunque vino al mundo a enseñar a los hombres, no les dio lección alguna de Filosofía natural, ni el Espíritu Santo después la enseñó por medio [52] de los Apóstoles, es consiguiente forzoso, que tampoco la inspirase, ni en todo, ni en parte, a los Santos Doctores. El tercer fundamento es la división entre ellos en orden a las doctrinas Filosóficas. Unos siguieron a Platon, otros a Aristoteles. ¿Quién podría ajustar con cuenta segura cuáles deben ser preferidos?

28. Mas aún supuesta la libertad de disentir a las opiniones de los Santos en las Ciencias Naturales, siempre se ha de salvar la reverencia debida, ya a su eminente virtud, ya a su doctrina en las materias Teológicas. Esta reverencia pide dos cosas; la primera, que nunca sin necesidad saquemos al público aquella opiniones de los Santos, en que nos parece que erraron. La segunda, que cuando nos veamos precisados a ello, el disenso se endulce con todas las expresiones de la más rendida veneración.

Corolario

29. He visto algunos Escritores de Curso de Artes hacer grande aprecio de la autoridad de Avicena, y Averroes; pues ya los alegan a favor de esta, o aquella opinión que siguen; ya, cuando se los objetan por la contraria, los interpretan con profundo respeto, sin atreverse a contradecirlos abiertamente. Yo no sé por dónde merezcan tanta contemplación esos dos Autores Árabes, en la Religión Mahometanos, en la doctrina inferiores a muchos Autores Católicos, más modernos que ellos. Yo me atengo al juicio que hizo de entrambos nuestro Sapientísimo Luis Vives, sin comparación, más docto que los dos Árabes, aunque se les agregasen otros diez como ellos. Aberrois doctrina, dice, & Metaphysica Avicenae, omnia denique illa Arabica mihi videntur resipere deliramenta Alcorani. Nihil potest fieri illis insulsius, frigidiusque {(a): Lib. 5. de Causa corrupt. art. } [53]

30. Es imponderable el daño que padeció la Filosofía, por estar tantos siglos oprimida debajo del yugo de la autoridad. Era esta, en el modo que se usaba de ella, una tirana cruel, que a la razón humana tenía vendados los ojos, y atadas las manos, porque le prohibía el uso del discurso, y de la experiencia. Cerca de dos mil años estuvieron los que se llamaban Filósofos estrujándose los sesos; no sobre el examen de la Naturaleza, sino sobre la averiguación de la mente de Artistoteles. Y como si fuese poco indecorosa para los Filósofos Cristianos, la denominación de un Gentil, le añadieron por Ministros, o por Consortes del Imperio dos Mahometanos. Ya se alteró mucho el gobierno de la República Literaria, por lo menos en las demás Naciones. Desposeyósele a Aristoteles del Trono, pero señalándole un honrado asiento. A Avicena, y a Averroes no les han dejado ni un rincón en el Aula. Creo, que esto es poner las cosas en razón; espero, que los Filósofos Españoles se conformen a una disposición tan justa. Si se me opusiere sobre esto la autoridad de Santo Tomás, veáse la respuesta en mi cuarto Tomo, Discurso VII. num. 7, y 34.

31. Generalmente conviene desembarazar, así los Escritos, como las disputas Escolásticas, de todos los argumentos tomados de autoridad, que no deba hacernos fuerza; porque el tiempo que se ocupa en combinar doctrinas del Autor que se alega, para interpretarle, ya a favor del que arguye, ya en beneficio del que responde, se emplearía mejor en apurar las pruebas a ratione, que son las que más eficazmente determinan a seguir, o esta, o aquella opinión.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo octavo (1739). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Pedro Marí, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo octavo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 41-53.}