Filosofía en español 
Filosofía en español


Dedicatoria
que hizo el Autor al R. P. M. Fr. Miguel de Herce, General de la Congregación de S. Benito de España, Inglaterra, &c.

Rmo. P. N.

Presento a V. Rma. un Libro, y es lo único que a V. Rma. puedo ofrecer, porque es lo único que V. Rma. no rehusa admitir. La indiferencia, y aun repugnancia de V. Rma. hacia todo aquello con que pueden obsequiar unos hombres a otros, no tienen otra excepción que ésta. Conozco la pequeñez del don; y conozco más, que siendo tan corto, aun se representará menor puesto en las manos de un hombre tan sabio; porque ¿qué bulto hará la mísera pobreza de este escrito a la vista de ese Gazofilacio Literario? Pero también sé que esto no estorba la benigna aceptación de V. Rma. Basta ser Libro para que V. Rma. le mire con amor. Veo tan apasionada la inclinación de V. Rma. a todo lo que es estudio, o lectura, que puedo esperar que aun esta desestimable producción mía le sea agradable, por dar alguna materia a ese ejercicio: que cuando es muy ardiente la sed, el licor más ingrato lisonjea el apetito. Con grande admiración mía he notado, que cuantos intervalos deja a V. Rma. libres la tarea del gobierno, enteramente son ocupados en la lectura. En el espacio de dos meses que V. Rma. estuvo en este Colegio, por interesarme tanto en la conversación de V. Rma. la he [142] solicitado siempre que sabía que no le ocupaban las dependencias de otros súbditos; y así fueron innumerables las veces que logré a V. Rma. solo en la celda; ¿pero cómo? Jamás sin la pluma, o el libro en la mano: siempre, o dando luces a la Religión con sus cartas, o aumentando las propias con los libros. Seguramenta, y en todo tiempo, a cualquiera que pregunte, qué hace V. Rma. en los ratos que dejan a su elección las pensiones del oficio, se dará respuesta ajustada con las palabras de nuestro sabio Monje Don Bernardo de Montfaucon, hablando de la Minerva, que está en la Galería Justiniana: Sedet, volumenque tenet {(a) Montfauc. Suplem. de la Antigüed. explicada, tom.1. l.3. c.7.}. Así está siempre aquella Minerva. Así hallamos siempre a este Apolo: Sedet, volumenque tenet. Este es su reposo, éste es su descanso, sedet. Este es todo el alivio que se toma de las fatigas del gobierno.

Pero P. Rmo. si he de decirlo todo, no sólo se extiende mi esperanza a que V. Rma. reciba este Libro con agrado, mas aun a que lo lea sin desabrimiento. No ignora V. Rma. el famoso dicho de Plinio el Mayor testificado por el Menor: Dicere solebat, nullum esse librum tam malum, ut non aliqua parte prodesset {(b) Plin. lib. 3, epist. 5.}. Y yo creo que esto se verifica con más rigor, y con más generalidad en los hombres sabios. Un entendimiento ilustrado y perspicaz suele hallar en los libros más que lo que hay en ellos, o por lo menos más que lo que el Autor mismo entendió, y quiso dar a entender. Penetra los fondos de esta, o aquella máxima, en que el Escritor no había visto más que la superficie. Mejora las especies, trasladándolas del papel al discurso. [143] De los más groseros rasgos con cierta especie de Química mental extracta preciosas sutilezas. De la mina del metal más vasto sabe sacar algunas partículas de oro. Los mismos yerros suelen servirle, excitando algunas ingeniosas reflexiones, que sin esa causa ocasional nunca lograrían su existencia. Y finalmente el hombre más docto puede adquirir una, u otra noticia en el libro más inepto: pues ninguno hay en el mundo tan sabio, a quien no se oculte algo de lo que alcanza uno, u otro ignorante.

Hallará V. Rma. sin duda muchos defectos en esta Obra. Yo, sin distinguirlos, por la reflexión que hago sobre mi cortedad, conozco que no puede menos de haberlos. V. Rma. percibirá cuáles son. ¿Pero a qué ojos podrán llegar mis yerros, donde tengan más segura una indulgencia piadosa? ¿Cómo podré yo temer a V. Rma. rígido sobre yerros de entendimiento, cuando todos sus súbditos le experimentamos tan compasivo, aun en aquellos en que tiene parte la voluntad? Toco un punto, en que no tengo libertad para detener la pluma. ¿Quién no ha conocido, y quién no ha admirado esa nobilísima afabilidad, esas entrañas llenas de misericordia, ese espíritu todo dulzura, ese corazón todo amor, que está derramando leche, y miel sobre todas las acciones, sobre todas las palabras de V. Rma.? Pero lo que más asombra, es ver conciliada tanta benignidad con tanto celo; tanta propensión a la clemencia con tanta inclinación a la observancia; y sobre todo que la explicación de aquélla no impida, antes promueva el influjo de ésta. Es extremamente difícil, que en un Prelado la benevolencia muy tierna no degenere en condescendencia viciosa; porque el ímpetu que da aquella al corazón, no [144] le permite parar en los límites que señala la rectitud. No sé si diga, que sólo V. Rma. halló el raro secreto, de que un grande amor a los súbditos, bien lejos de fomentar en ellos la licencia, coopere eficazmente con el celo para desviarlos de la relajación. Pero ya que no sea V. Rma. el único en ajustar este peregrino consorcio, es por lo menos, en cuanto yo he visto, quien supo ponerle en el punto más alto.

Ninguno más atento que V. Rma. a precaver todo desorden; ninguno más puntual en corregir los que no pudo precaver. Pero viene siempre la corrección tan endulzada, que ganando enteramente el corazón, hace infalible la enmienda. Sabe V. Rma. tocar las llagas del alma con tan exquisito tino, que alaga al paciente la aplicación del remedio. Hablo por noticia de los mismos que lograron la experiencia. Hace V. Rma. tan amables las reprehensiones, como los demás las alabanzas. Virga tua, & baculus tuus ipsa me consolata sunt, decía a Dios el Santo Rey David. Lo mismo puede decir a V. Rma. cualquiera de aquellos, en quienes ejerce su autoridad coercitiva. Verdaderamente es una gracia muy singular, que la vara que corrige, al mismo tiempo consuele; pero creo que Dios puede comunicar este excelentísimo don a los hombres, porque veo que se le ha comunicado a V. Rma. Corrige V. Rma. y con la corrección misma consuela, porque respirando siempre amor el corazón de V. Rma. aun en las acciones que dicta el celo, se hace visible el cariño.

De aquí viene la paz más que Octaviana, que goza la Religión debajo del mando de V. Rma.

...Dilectio semper in ore
Fructum pacis habet.
[145]

Dijo el Poeta Arator {(a) Arat. lib. 1 in Act. Apost.}. El amor de V. Rma. extendiéndose a todos sus súbditos, los une a todos. ¿Cómo pueden estar divididos entre sí, si ninguno está dividido de V. Rma.? Arriba se me representaba V. Rma. en la Minerva, sentada con el Libro en la mano: Sedet, volumenque tenet. Ahora se me representa en la misma Minerva, como se halla en algunas monedas antiguas, teniendo en la mano un ramo de Oliva. Ramum Olivae tenet, dice el mismo Autor que cité arriba {(b) Montfauc. tom. Antiq. p. 1. cap. 11.}. Es la Oliva símbolo de la Paz, y era consagrada a Minerva, porque según los Mitológicos, Minerva la había inventado, o producido:

Adsis o Tegae favens, oleaeque Minerva
Inventrix.
(Virg. 1 Georg.)

Esta tranquilidad apacible, que hoy, con alguna ventaja a otros tiempos, reina en la Religión, al influjo de ese pacífico Numen se debe. La entrada de V. Rma. en el gobierno fue como la de la Paloma en el Arca de Noé: Portans ramum olivae virentibus foliis. La circunstancia, en que trajo aquella Paloma el ramo de Oliva con hojas frescas, y pomposas, persuadió a algunos que su producción hubiese sido milagrosa; porque lo natural era, que la tormenta antecedente hubiese destrozado la Oliva, como todos los demás árboles. Pero sacando el caso del sentido literal al místico, se puede decir, que aun cuando la Oliva, a los combates de la tempestad, estuviese ajada, y marchita, reverdecería en el pico de la Paloma. Es esta ave de un genio sumamente amoroso, por lo que dijo Propercio {(c) Propert. lib. 1.}: [146]

Non me Chaoniae vincent in amore Columbae.

Y es verisímil, que en atención a esta propiedad la tomase por imagen suya el Espíritu Divino, que es todo Amor. Siendo así, es consiguiente a la venida de la Paloma el anuncio de una paz floreciente en el ramo verde de Oliva. Dilectio semper in ore fructum pacis habet. ¿Qué podíamos esperar del amante, y benévolo corazón de V. Rma. sino este precioso fruto? Digo la apacible tranquilidad que hoy goza toda la Religión. Hubo al principio circunstancias, que hicieron temer a algunos que la paz no fuese tan serena en este Cuatrienio, como en los antecedentes. No extraño aquel temor; porque atenta la condición humana, la diversidad en los dictámenes es muy ocasionada a producir división en los corazones. Pero la dulzura, y benevolencia de V. Rma. regidas una y otra por una consumada discreción, disiparon luego aquellos miedos; y en virtud de su benigno influjo, no sólo se conservó la unión de los ánimos, mas aun se concilió a un dictamen uniforme (lo que parecía imposible) la contrariedad de opiniones. Parecíame estar viendo en V. Rma. a los principios de su Prelacía aquel Venerable Varón, que Virgilio pinta, sosegando los individuos de un Pueblo conmovido, como símil de Neptuno, aquietando las olas del Piélago perturbado.

Tum pietate gravem ac meritis, si forte virum quem
Conspexere silent, arrectisque auribus adstant:
Ille regit dictis animos, & pectora mulcet.

Digo, que se concilió a un dictamen uniforme la contrariedad de opiniones; porque los mismos que, por no tener bien conocido a V. Rma. querían llevar a otra parte la elección, luego que se hizo, la aprobaron en [147] sus corazones. Pensaban hacerlo mejor, haciendo otra cosa, pero a las primeras experiencias del gobierno de V. Rma. vieron que no se podía haber hecho cosa mejor.

Este concepto hicieron todos entonces. Este mismo permanece hoy más fortificado, y evidente cada día, porque incesantemente, en todo el discurso del Cuatrienio, nos ha estado dando V. Rma. nuevas pruebas de su certeza. Bien lejos de fastidiarnos la conducta de V. Rma. cuanto es mayor su duración, se nos hace más apetecible; y el que ya ha de durar muy poco, no puede considerarse sin mucho sentimiento. Pero otra consideración puede consolarnos mucho; y es, que quede a todos los sucesores de V. Rma. un tan perfecto ejemplo para la imitación. Yo desde ahora exhortaré a cada uno de ellos con aquel Lema, que Felipe Picineli puso al espejo colocado a la vista: Aspice ut emendes. Todos podrán, y deberán mirar en este espejo el celo sin aspereza, la afabilidad sin afectación, la discreción sin vanidad, la sabiduría sin pompa, la austeridad sin desabrimiento, la entereza sin ceño, la fortaleza sin arrogancia, la humildad sin abyección, la corrección sin estrépito, la vigilancia sin afán, la amistad sin pasión, la sagacidad sin astucia, la reserva sin dolo, el secreto sin misteriosidad, la veracidad sin ofensión, la condescendencia sin apocamiento, la justicia sin rigor, la economía sin escasez, la parsimonia sin melindres, la solicitud sin congoja, la penetración sin suspicacia, la actividad sin inquietud, el sosiego sin flojedad, la política sin falacia, el juicio sin pesadez, la devoción sin figurada, la benignidad sin relajación; en fin, cuantas prendas deben [148] concurrir para constituir un perfecto Prelado. Nuestro Señor guarde a V. Rma. muchos años, para que muchos años tengan presente este espejo los que Dios destine al gobierno de la Religión. San Vicente de Oviedo, y Octubre 20 de 1740.

Rmo. P. N.
B. L. M. de V. Rma.
Su más rendido súbdito y siervo.
Fr. Benito Feijoo.


{Benito Jerónimo Feijoo, Suplemento de el Teatro Crítico, o Adiciones y Correcciones a muchos de los Asuntos, que se tratan en los ocho Tomos de el dicho Teatro. Tomo IX (Madrid 1740), los principios reeditados en Justa Repulsa..., texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 141-148.}