Filosofía en español 
Filosofía en español


Prólogo

Lector mío: Si eres uno de los muchos que vieron dos Tomos, que poco ha, con el título de Reflexiones Apologéticas sobre todas mis Obras, salieron de las tinieblas a la luz en la Imprenta de Salamanca, eres también uno de los muchos que vieron el más feo atentado que se cometió en la República literaria desde que hay pluma, tinta, y papel en el mundo. Viste un Escrito donde cada letra es un borrón. Viste un Escrito donde la ira, la rabia, el odio vertieron toda su ponzoña. Viste un Escrito de pies a cabeza organizado de rusticidades, ficciones, y quimeras. Viste un Escrito cuyos cuatro elementos son la ignorancia, la rudeza, la maledicencia, y el embuste.

Mas siendo tal el escrito, me dirás, ¿a qué propósito me fatigo en impugnarle? ¿Su propia indignidad no dará a conocer a todos lo que es? ¿No fuera mejor asentir con un silencio desdeñoso al desprecio que de él hará el público? ¿No dirán al contrario muchos, que algún valor tiene este Escrito cuando yo juzgo conveniente rebatirle? ¿No dirán muchos asimismo, que algo debe de ser en la República Literaria el P. Soto Marne cuando no tengo por indecoroso salir a medir con él la pluma? ¡Oh qué poco te haces cargo, Lector mío, de que los más de los hombres no estiman, u desestiman las cosas en atención a su valor intrínseco, sino a varias circunstancias muy extrínsecas! Yo te protesto, que si el P. Soto Marne no fuese más que el P. Soto Marne, con gran serenidad le dejaría llenar el Público de libros sobre libros. Si el P. Soto Marne no fuese más que el P. Soto Marne, haría yo de él el caso que hice de otros impugnadores mucho menos infelices que él. Pero ese P. Soto Marne suena ser Cronista General de la Religión de S. Francisco. Ese P. Soto Marne es miembro de la más numerosa Familia Regular que tiene la Iglesia de Dios. Si aún no me has entendido, me explicaré más. Los más de los hombres no son [*XVI] capaces de hacer juicio de un Escrito por lo que él es, sino por unos accidentes inconexos con su legítimo precio, entre los cuales tiene el primer lugar lo que suena el carácter del Autor. Advierte, pues, que suena mucho la cualidad de Cronista General de una Religión tan dilatada; y a este gran sonido proporciona el innumerable vulgo el concepto de la Obra.

Aun sin atender a esta cualidad, halla motivo para formar de ella una idea ventajosa, si es verdad lo que se dice, que el P. Cronista escribió por encargo de su Religión, y que ésta costeó el gasto de la Imprenta. Si es verdad, digo condicionalmente, que yo no puedo creerlo. Mas aunque yo no lo crea, ni lo crean los que hacen la reflexión debida, son infinitos los que lo creen. Puesto lo cual, se hace la suposición innegable, de que a la numerosísima Religión de S. Francisco nunca le faltan algunos sujetos muy hábiles. Y de ella resulta, que si el P. Soto Marne entre todos fue elegido para esta empresa, fue considerado por el más hábil de todos, o a lo menos por uno de los más hábiles. Cualquiera que sólo discurra sobre estos principios (y son infinitos los que no pueden discurrir sobre otros), ¿cómo puede menos de contemplar la producción del P. Cronista como digna del aprecio de todo el mundo?

Es el P. Soto Marne miembro de una Religión numerosísima, y de esta circunstancia resulta hacia el vulgo una ventaja notable al crédito de su Obra, porque de aquí le viene tener más de cincuenta mil Panegiristas de ella dentro del ámbito de España; y tales Panegiristas, que son oídos de todo el mundo, porque su propio Instituto les da ocasión para tratar con todo género de gentes, y les congrega infinito número de devotos. Con que por todas partes suena una tumultuante gritería, de que la Obra de su Cronista es una cosa grande; siendo, por cualquiera parte que se mire, la más despreciable que hasta ahora salió de las Imprentas de España. Considera, pues, ¿qué dirán los que gritan esto, si a su vocería no respondiese yo más que con mi silencio? Levantarían más el grito, clamando que yo callaba [*XVII] de convencido, porque no tenía qué responder.

No quiero yo decir que esta voz sea general en la Religión Seráfica, donde hay tantos hombres doctísimos y discretísimos, y en el mismo grado desapasionados y amantes de la verdad. ¿Mas qué han de hacer éstos, sino callar, cuando su voz no puede ser oída entre el tropel de la multitud que vocea? Yo sé muy bien que algunos prorrumpieron en dolorosos gemidos, y se les llenó de rubor el semblante al mostrarles parte de las infinitas citas falsas de su Cronista. Pero esto es todo lo que pueden hacer, viendo su causa deplorada, y aun esto se ven casi precisados a ocultar de los que constituyen Pueblo en su República.

Ni yo me atrevo, o puedo culpar a ese mismo Pueblo, el cual procede sin duda con buena fe, por lo menos hasta ahora. Los puntos en que me impugna el P. Cronista, son tan distantes de su conocimiento, como de su estudio. ¿Qué importará que muchos de los que componen ese Pueblo sean buenos Escolásticos, buenos Teólogos Morales, buenos Predicadores, si son extrañas a esas Facultades las materias sobre que rueda la disputa? ¿Si no han visto, ni tienen los libros de donde les había de venir el desengaño? Por otra parte se les hace increíble (y no lo extraño), que su Cronista hable con tanta arrogancia, y satisfacción, si no estuviese muy cierto de todo lo que pronuncia. Digo que no lo extraño, porque aun a muchos de los que miran con indiferencia la cuestión, engañó esa afectada jactancia. Y en efecto, ¿quién creyera que a la hinchada pompa de un parturiunt montes, no había de corresponder otra producción que la de un ridiculus mus? ¿Quién creyera que un Religioso, y Religioso de tal carácter, había de ostentar como verdades evidentes las que para los que manejan los libros conducentes al asunto, son visibles falsedades? Verdaderamente éste es un fenómeno muy raro en el Orbe Literario, y que por tan raro nadie debe extrañar que a muchos se hiciese increíble, mucho menos a los que eran interesados en que esas falsedades fuesen verdades evidentes.

Mas sin embargo de haberte expresado las razones que [*XVIII] tengo para rebatir al P. Soto Marne, no pienses que esto sea para mí un empeño muy serio. Entre los motivos que hay para responderle, y los que hay para despreciarle, tomaré un rumbo medio, que es representar al Público el examen que hice de algunas pocas hojas de su primer Tomo, porque esto es lo que basta para que se haga juicio del todo de la Obra. En esas pocas hojas verá el Público tantas calumnias groseras, tantas imposturas malignas, tantos falsos, y sucios dicterios, que no podrá menos de avergonzarse, por el honor de la Nación Española, de que en España se haya dado a luz pública una Obra de tan vil, y baja condición. Juntamente verá el concepto que se debe hacer de cuanto haya escrito, o cuanto escriba en adelante el P. Soto Marne.

Accipe nunc Danaum insidias, & crimine ab uno
Disce omnes.

Decía el gran Virgilio, cuando se disponía a referir los embustes del Griego Sinón. Yo puedo decir mucho más del P. Soto Marne, que Virgilio del engañador Griego. Y así apropiaré a mi asunto el pasaje, variado de este modo:

Accipe nunc Soti insidias, & crimine a multo
Disce omnes.

De muchas imposturas en pocas hojas ¿qué se puede esperar en dos Tomos sino imposturas innumerables? No tengo, Lector mío, más que decirte por ahora. Y así VALE.


{Benito Jerónimo Feijoo, Justa Repulsa de Inicuas Acusaciones (Madrid 1749). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas *XV-*XVIII.}