Filosofía en español 
Filosofía en español


Justa Repulsa de inicuas acusaciones
en carta del Maestro Feijoo a un amigo suyo

Muy Señor mío: habiéndome V. md. escrito no ha muchos días, que suponía hubiesen llegado a mi mano los dos Tomos, que con el título Reflexiones Apologéticas dio a luz contra mí el R.P. Mro. Fr. Francisco de Soto y Marne, Cronista de la Religión Seráfica, y pedídome en consecuencia le expresase el dictamen que hacía de dicha Obra, le respondí, que aún no la había visto, y acaso no la vería: ahora le aviso, que pocos días ha me vino de Salamanca por el Ordinario de aquella Ciudad a esta, sin Carta alguna, ni otro aviso que el que me dio el mismo Ordinario, de que se la había entregado el Librero. Y porque ya leí en el primer Tomo lo bastante para hacer concepto del todo de la Obra, se le expondré a V. md. con la sinceridad que me es tan connatural.

Digo, pues, que éste es el más miserable Escrito de cuantos hasta ahora parecieron contra mí. Esto por cuatro Capítulos: primero por su irrisible estilo: segundo por, su groserísima dicacidad: tercero, por sus contradicciones: cuarto, por sus insignes y frecuentes imposturas. ¿Pero es posible, dirá V. md. que Obra compuesta por un Cronista General de la Religión Seráfica abunde de tan enormes vicios? Sí señor; es posible, y es existente. Y no me atreviera a afirmarlo con tanta seguridad, si no pudiese probarlo [2] con la mayor evidencia. ¿Qué quiere V. md.? Sale tal vez un monstruo de la matriz de donde menos se esperaba.

La Obra está dedicada a mí. Y éste es el más extraño modo de insultarme; porque dedicarme un escrito todo lleno de los más torpes dicterios, y más groseras injurias contra mí, ¿qué otra cosa es sino una declarada y civil irrisión? No le responderé en esta parte; porque tal género de desquite, sobre ser muy impropio en mi persona, en ningún modo me desagravia. Voy, pues, a lo que importa exponiendo a V. md. en varios §§. el concepto que merece la Obra.

§. I
Motivo del P. Soto para escribir contra mí

Este manifiesta en el que llama Prólogo, Introducción, y Dedicatoria, por las siguientes palabras: Patente es a cuantos manejan las Obras de V. Rma. el justísimo sentimiento de la Religión Seráfica, que no habiéndole desmerecido los más afectuosos respetos, se mira ofendida en el honor de muchos de sus ilustrísimos Hijos. Expresa luego quiénes son éstos, prosiguiendo así:

Sin más fundamento que el que abulta la voluntariedad, la preocupación, o el engaño, infama V. Rma. la juiciosa sabiduría, y sólida crítica del clarísimo Doctor, el famoso, y Venerable Fray Nicolao de Lyra; la celebrada erudición, y veracidad histórica del Ilustrísimo, y Venerable D. Fr. Antonio de Guevara; la prodigiosa sabiduría, y constante pureza de fe del iluminado Doctor, y esclarecido Mártir el B. Raimundo Lulio, y el antiquísimo siempre venerado milagro de las Flores de S. Luis del Monte.

Estas injurias, dice, le mueven a tomar la pluma para resistir la fuerza con la fuerza (y aquí, pensando que se eleva al estilo sublime, se enloda en el estrafalario) disipando a fogosas radiaciones de la verdad las densas nubes, que compactadas a vaporosas preocupaciones del engaño, vaguean sostenidas del más injustificable empeño.[3]

Voy a dar satisfacción al P. Cronista sobre estos cargos. Y lo primero digo, que es falsísimo que yo haya infamado la juiciosa sabiduría, y sólida crítica de Nicolao de Lyra. Venero este Autor, como muy sabio, y de vida ejemplar. Nada obsta a esto haber dicho que me parece totalmente improbable su exposición de aquel lugar de Ezequiel: Sed & Pygmaei, qui erant in turribus tuis, entendiéndole de los Pigmeos propiamente tales, cuales los pintan Plinio, Filóstrato, y otros antiguos; esto es, una progenie o nación de hombrecillos de no mayor altura que un codo. La fama de un sabio que escribió libros, no se denigra por haber proferido alguna proposición totalmente improbable. ¿Adónde está el docto, que habiendo escrito muchos, no incurrió en uno u otro desacierto? ¿No se ve a cada paso improbar los Expositores Sagrados esta o aquella exposición, ya de este, ya de aquel Santo Padre, sin que por esto nadie entienda que le infaman y faltan a su respeto? ¿Qué flechero hay, por diestro que sea, que flechando toda la vida, siempre hiera el blanco?

Digo, pues, que me ratifico en que tengo el sentir de Lyra por enteramente improbable, y que ésta es hoy la exposición más desvalida de todas. Y si el P. Cronista hubiera notado la partícula hoy, de que he usado en esta proposición, viera que era importunísimo para el caso el número de Expositores antiguos que acumula a favor de la exposición de Lyra.

Es el caso, que la improbabilidad de la opinión de Lyra no nace de lo que se supo en los tiempos anteriores a Lyra, ni en tiempo de Lyra, ni aun en dos siglos después. Antes por falta de noticias de Geografía, y de la Historia Natural, en fe de los Autores que afirmaban la existencia de los Pigmeos, se tenía ésta, si no por cierta, por probable; y así no había inconveniente en entender la voz Pigmeos como está en la Vulgata. Hoy ya se sabe, y se sabe con toda certeza que no hay tal Nación en el mundo, porque no hay parte habitable en él (por lo menos de nuestro Continente, donde ponían los antiguos los Pigmeos), que no hayan [4] pisado algunos de tantos Misioneros, o Comerciantes, como se han esparcido por el Orbe, y ninguno halló en él tal Nación.

A esto opone el P. Cronista la corta estatura de los Groelandos, Lapones, Samoyedos, y otras Naciones Septentrionales, como si estos fuesen verdaderos Pigmeos. Pero el P. Cronista tomó muy mal la medida a la estatura de esas Naciones. El Geógrafo la Martiniere, que es el que más correcta, y más ampliamente escribió hasta ahora en la facultad Geográfica, después de decir que los Lapones son los hombres más pequeños de todo el Septentrión, añade inmediatamente que su estatura común es de tres codos; lo que es ser tres veces más alto que los Pigmeos, a quienes no dieron más que un codo de estatura los Autores que hablaron de ellos, y eso significa la voz Pigmaeus; esto es, cubitalis. Con que de poco le sirvió al P. Cronista andar para este, y otros muchísimos puntos de los dos libros, haciendo cuesta en los Escritos de D. Salvador Mañer, sin hacerse cargo de lo que se respondió a este Escritor. Et haec de Nicolao Lyrano.

En cuanto a la poca sinceridad histórica del Ilustrísimo Guevara (dejando a salvo muchas excelentes prendas que por otra parte tuvo), lo dicho dicho; y allá se avenga el P. Cronista con el Jesuita Andrés Scoto, y el Bibliotecario D. Nicolás Antonio, pues yo nada más digo en este punto que lo que estos dos famosos Críticos dijeron; y lo dije por el mismo motivo que ellos; esto es cumplir con la obligación de Crítico, dando luz a los Lectores para que en materia de historia no se engañen, aceptando noticias falsas por verdaderas.

Lo mismo proporcionalmente, y aun con más razón, puedo aplicar a lo que dije del Arte de Raimundo Lulio. Muchos años antes de escribir en este asunto, me lastimaba de los que fundados en unas noticias vagas de que dicho Arte servía para instruir en todas las Ciencias, y discurrir con acierto en todo género de asuntos, pensando hallar en él un amplísimo tesoro intelectual, perdían malamente el tiempo [5] en mandar a la memoria aquel agregado de inútiles combinaciones, sucediéndoles lo mismo que a los investigadores de la piedra filosofal, cuyo trabajo se va todo en humo, sin ganancia alguna, antes con pérdida; cuando si el tiempo que gastan en eso empleasen en aprender algún Arte útil, no dejarían de lograr algún fruto. Digo, que si los que se aplican a aprender el Arte de Lulio, empleasen el tiempo que gastan en ello en leer otros Libros buenos, se hallarían al fin de la cuenta con muchas útiles noticias, cuando de Lulio no pueden sacar conocimiento alguno, sí sólo explicar (mejor diría implicar) con una misteriosa jerigonza lo que ya saben por otro estudio. Esta compasión me movió a la obra de misericordia de desengañar a los pobres que caen, o en adelante pueden caer en error tan nocivo, para que no malogren miserablemente el tiempo.

Pero quiero dar graciosamente, que la Crítica que hice del Arte de Lulio, no haya sido justa. ¿No hicieron la misma, y algunos mucho más acre, el Canciller Bacon, el Padre Ronato Rapin, el P. Juan de Mariana, el mismo Lucas Wadingo, insigne Analista Franciscano, el Premonstratense Eusebio Amort, D. Nicolás Antonio, D. Diego Saavedra, el Marqués de S. Aubin, nuestro D. Juan de Mabillon, y novísimamente el doctísimo Modenés Luis Antonio Muratori, todos Autores famosos en la República Literaria? ¿Pues por qué no riñe con ellos? ¿Sí sólo conmigo? Es el caso, que quiere hacer el desentendido (como los dos Apologistas Capuchinos que le precedieron) de que hubo otros Autores, y Autores célebres, que desestimaron totalmente a Lulio, haciendo la cuenta de que la autoridad de uno solo poca fuerza puede hacer al público. ¿Qué fuera, si yo añadiera lo que dicen de Lulio Nicolás Eymerico, Natal Alejandro y otros, y subscribiera a su dictamen? Si el P. Cronista General sabe, como es verisímil, lo que estos dos Autores escribieron de Lulio, en vez de quejarse de mi Crítica, debiera darme las gracias por mi moderación. Y ahora mucho más, cuando aun tan provocado, no lo hago. Es, pues, una de las muchas del P. Cronista, decir que yo he infamado [6] la pureza de fe de Raimundo Lulio, cuando de esto enteramente me abstuve, aunque pudiera seguir el dictamen de Nicolás Eymerico, que en la segunda parte del Directorio de Inquisidores especifica hasta cien proposiciones erroóeas que se hallan en las Obras de Lulio; o por lo menos el del famoso Analista Franciscano, que dice que la mayor y principal parte de las proposiciones notadas por Eymerico, realmente están en los Libros de Lulio, de las cuales añade, algunas son dignas de censura. Véase sobre este punto, y sobre todo lo que toca a Raimundo Lulio, la Carta trece de mi segundo tomo per totam.

Cuanto a las Flores de S. Luis del Monte, en mi segundo Tomo de Cartas tengo evidentísimamente probado, que el decantado milagro es falso y supuesto; que lo que dicen los Escritores Franciscanos sobre este asunto, permitiendo que se verifique de algunas flores milagrosas que hubiese en otro tiempo (pues pudo haber milagro en otro tiempo, y faltar en éste) es evidentemente inadaptable a las flores que se ven en éste: ya porque es mucho más probable que no son flores, ya porque aunque lo sean, no son azucenas, o lirios azules como dicen los expresados Autores, sino unos cuasi átomos blancos: ya porque no sólo se hallan en esa Ermita, de modo que en toda la redondez de la tierra no haya otras semejantes a ellas, como afirma Wadingo, quibus similes nullibi conspiciuntur, y lo mismo el Sr. Cornejo en Castellano; antes se ven en innumerables sitios, así de este País, como de otros, especialmente donde hay humedad, como bodegas, lagares, y en algunas leguas del territorio; donde está la Ermita de S. Luis, son comunísimas: ya porque en la misma Ermita no sólo se descubren el día del Santo, y mientras se canta su Misa, como dicen los Escritores citados; pero en otras horas y días. Todo esto consta plenísimamente de la Información auténtica, que de orden del Ilustrísimo Sr. D. Juan Avello, Obispo de Oviedo, hizo su Provisor (que hoy lo es del Arzobispado de Santiago, y Arcediano Cardenal de aquella Iglesia). D. Policarpo de Mendoza, desde el día 16 al 21 del mes de Agosto del año de 1744, [7] y se conserva en el Archivo Episcopal de esta Iglesia. Y aunque en el año antecedente se había hecho otra en que se pretendía probar la existencia del milagro, no se logró el intento por las evidentes nulidades, dolos, y falencias que hubo en ella, como tengo demostrado en el segundo Tomo de Cartas desde la pag. 361 hasta 392.

Y ésta es toda la satisfacción que debo dar al P. Cronista sobre los cuatro crímenes de que me acusa, y que tanto han irritado su humor bilioso.

§. II
Del estilo del Padre Cronista

Este es el más infeliz y despreciable del mundo; lo cual consiste, en que queriendo a cada paso elevarse al elegante y culto, para lo cual ciertamente no le hizo Dios, con la misma frecuencia cae en el extravagante, y ridículo. La extravagancia y ridiculez pende, no de un capítulo o vicio sólo, sino de diferentes. El primero viene de la provisión que hizo de unas cuantas voces que le parecieron o altisonantes, o más harmoniosas que otras, para introducirlas en esta o aquella cláusula, como, y cuando pudiese; v. gr. radiaciones, esplendoroso, infundamentable, infundamentabilidad, robustar, incontextable, incontextabilidad, omniscibilidad (por omniscencia), presuntuoso, presuntuosidad, coacción, temosidades, pavoroso, cecuciente, agitar, congruencialidades, asuntar, desfilos, &c. Estas voces alguna vez entran sin violencia, muchas con calzador, y otras se acomodan a Dios te la depare buena, vengan o no vengan; v. gr. pavorosa verificación, generosas coacciones; que viene a ser el cuento de la Damisela, que habiéndola caído muy en gracia las voces, exterior, y infaliblemente, reventaba por lucir con ellas en la conversación, y no halló cómo, hasta que estando en visita, a un gato que llegó a enredar cerca de ella, dijo con indignación: Zape aquí infaliblemente, ¿hay gato más exterior?

Entre las voces del P. Cronista, que he señalado, hay [8] unas que son exóticas, y otras estrambóticas, o unas mismas son uno y otro; v. gr. esplendoroso, robustar, asuntar, infundamentabilidad, incontextabilidad, desfilos, congruencialidades. Lástima es que entre los Académicos que compusieron el Diccionario Castellano, no hubiese uno del genio inventivo del P. Cronista, que sin duda le tendríamos mucho más copioso; mayormente cuando debo suponer, que nos dejaría en él las voces que teníamos antes, con la misma significación que atribuye a las nuevas que introduce, añadiendo éstas a aquéllas; v. gr. a la voz congruencia añadiría congruencialidad; a la voz omniscio, añadiría omniscible. Especialmente para los Poetas sería una gran conveniencia tener voces de sobra; porque tal vez en la voz nueva hallarían la consonancia, y número de sílabas que necesitasen, y no tenían en la antigua. Pongo por ejemplo, cuando se necesitase un consonante de luminoso, que por el contexto debiese aludir en la significación a esta misma voz, como en las de lucido, brillante, resplandeciente, no hallaba la consonancia, sería un tesoro para el Poeta tener a mano la voz esplendoroso.

Esta, y la de radiaciones, son las dos más dilectas que tiene, y vienen a ser como cabeza de mayorazgo de su estilo pomposo: así le vienen varias veces al caso, o él procura que vengan. También la voz presuntuoso es muy de su cariño, porque usa de ella con frecuencia. En su primera reflexión, que aun no llega a dos hojas, demás del abstracto presuntuosidad, se repite cuatro veces el adjetivo presuntuoso.

El segundo capítulo que constituye ridículo su estilo, cuando quiere elevarse al culto, es la extravagante aplicación de las voces, para erigir sobre ellas cláusulas sonoras; v. gr. la pavorosa verificación de este infaustísimo principio. El adjetivo pavoroso viene con el substantivo verificación, como el don con el teruleque de Quevedo. Proporcional imitación de las fanáticas Phébades. Esto vale un millón para atolondrar a simples. ¡Qué glorioso quedaría de ser el primero que introduce la voz Phébades en el Castellano, cuando [9] se encuentra rarísima vez aun en los Poetas Latinos! Azorada la vana curiosidad a inmoderaciones de la presuntuosidad ambiciosa, atropella aquellas sobriedades del saber. No era, ni con mucho, tan irrisible como ésta, aquella cultedad de quien por escarnio dijo Quevedo: ¡Qué linda recancanilla! Pues ahí es barro, no es mi ánimo ofender la intencional veracidad de su palabra. Y júntesele esotra, venera la vulgaridad la Crítica de V. Rma. como ilustrada de una omniscibilidad comprehensiva. No es tampoco malo, los apoyos que robusta la autoridad. Pero a todo excede la pompa del clausulón siguiente: Me resolví a tomar la pluma para resistir la fuerza con la fuerza, disipando a fogosas radiaciones de la verdad las densas nubes, que compactadas a vaporosas preocupaciones del engaño vaguean sostenidas del más injustificable empeño. ¿Cuándo llegó a esto la más culta latiniparla? Las fogosas radiaciones, nubes compactadas, y vaporosas preocupaciones, son capaces de hacer estremecer a un Fierabrás. Pero cuales sean estas fogosas radiaciones del P. Cronista, abajo se lo explicaré a V. md. en párrafo aparte.

El tercer vicio del estilo del P. Cronista, y frecuentísimo en él, consiste en los retruécanos insípidos, y afectados sonsonetes, propios de Predicadorcillos barbiponientes; y aun entre estos los más, con desdeñoso tedio, huyen de esta puerilidad. Tales son, de una circunspección piadosa, o una piedad sabiamente circunspecta. Dirige las rectitudes del juicio a las infalibilidades del asenso. Hacer pasar por penetración de entendimiento las temosidades de un preocupado capricho. Desfilo tan pernicioso, como eversivo de las rectitudes del juicio. La libertad presuntuosa del discurso, facilita el paso a los errores del asenso. Criminosos desfilos del racional apetito, a mal reprimidos ímpetus del antojo. Entregando con terca tenacidad su asenso a la obcecada voluntariedad de su presuntuoso discurso. Obras tan verdaderamente útiles al Público, como esplendorosas al honor de su santo Hábito. Aspirando a la vanidad de una erudición aparente, por las superfluidades de una curiosidad indiscreta. Tan [10] extraño a las sabias circunspecciones de un religioso consejo, como propio de las perversiones del juicio. Haciendo más poderoso el engaño a veneradas sublimidades de ingenio. Para introducir, como preciosas producciones del acierto, las infundamentables novedades de un preocupado capricho. Y recelando, que éste aumentase infecciones a lo dogmático, tuvieron por sospechosa esta presuntuosa libertad hasta en lo físico.

El cuarto vicio consiste en haber emplastado las cláusulas de nombres abstractos, algunos de su propia fábrica, y otros substantivos, cuya superfluidad y aun cuya deformidad se viene a los ojos; v. gr. presuntuosidad, respetuosidades, incontextabilidades, congruencialidades, rectitudes, infalibilidades, temosidades, superficialidades, circunspecciones, perversiones, sublimidades, infecciones, &c. en que no sólo disuena la redundancia, mas también la impropiedad; v. gr. circunspección, no dice bien con piadosa, sino con prudente, o discreta. ¿Y cuáles son las superfluidades de la curiosidad? ¿Ni quién aspira a la vanidad de una erudición aparente? ¿O quién hace vanidad de erudición sólo aparente? El que aspira a la erudición, pretende la verdadera, aunque por infelicidad suya sólo consiga la aparente. Así como el P. Cronista no aspira al estilo ridículo, sino al culto; pero aspirando al culto, se deja caer en el ridículo. Lo que quiso el P. Cronista decir con aquella cláusula disparatada, se explicaría oportuna, y limpiamente con ésta: Logrando sólo una erudición aparente por medio de una curiosidad mal regida. Asimismo lo que quiere decir aquélla: Recelando que éste aumentase infecciones a lo dogmático, tuvieron por sospechosa esta presuntuosa libertad hasta en lo físico, echando fuera la borra, se explicaría clara y concisamente con ésta: Temieron que la nimia libertad en lo físico se extendiese hasta lo dogmático: lo que es un temor bien fundado. Pero de este modo se perdía la costra de aumentar infecciones, y quedaba fuera su amada presuntuosa. De modo, que el P. Cronista con la redundancia, y impropiedad de tantas voces superfluas, lo que logró fue hacer [11] un estilo que da asco, lleno de verrugas, costras, diviesos, turumbones, y lobanillos. Y aun algunas veces es el tumor tan grande, que viene a ser papera de la cláusula. Sin embargo, todo esto es bueno para payos, y tontos, que tienen por gala de la pluma esta suciedad del idioma. Pero si Dios no le dio habilidad para más, ¿qué pudo hacer el pobre, sino suplir la elegancia que le falta, con la extravagancia que le sobra?

§. III
De las fogosas radiaciones del P. Cronista

Estas fogosas radiaciones empiezan en la misma Dedicatoria. Y ésta es una cosa nunca vista, dedicarme a mí sus dos Tomos. Y aunque en cuantas Dedicatorias de libros hubo en el mundo, o la total, o principal materia fue elogios, o merecidos, o no merecidos de los sujetos a quienes se dedicaron, aquí es al revés. En vez de las aromáticas exhalaciones del incienso laudatorio, se me presentan los hediondos humos de groseras calumnias, de viles dicterios, de atroces injurias, de testimonios falsos, de imposturas enormes. Y esto en los términos de que usa la más baja Plebe, cuando la ira le perturba la razón. A este fin, dice en la cuarta página, dirijo cuatro Disertaciones, en que demuestro la infundamentabilidad, error, preocupación, o ignorancia con que V. Rma. infama la gran sabiduría de &c. Y aquí entran los grandes crímenes, que he cometido en la justa Crítica que hice de Nicolao de Lira, del Ilustrísimo Guevara, de Raimundo Lulio, y de las Flores de S. Luis del Monte. En la página quinta, es preciso hacerle ver, me dice, el gran número de sus preocupaciones, errores, ignorancias, contradicciones, y falsedades. En la sexta, me pareció conveniente y aun necesario poner a los ojos del público el contraveneno a los engaños, errores, y falsedades que representa el Teatro. En la séptima, el honor de mi Religión Sagrada, coligado con el amor a la verdad, y la defensa de la justicia, [12] me precisa a evidenciar al público los muchos errores, ignorancias, falsedades, y contradicciones que incurre V. Rma. En la octava, es necesario evidenciar al público los tan muchos, como graves yerros que oculta la brillante amenidad de sus Escritos. En la nona, disparando por otro lado, dice, que mi Crítica por todos sus poros está respirando una complexión acre, tenaz, biliosa y adusta. Debiera decir transpirando, no respirando, pues por los poros se transpira, no se respira, siendo la respiración correlativa a la inspiración, la cual no se hace por los poros, sino por la boca, y áspera arteria. Pero buscar propiedades en el estilo del P. Cronista, es pedir manzanas al roble.

Estas son las que el P. Cronista llama fogosas radiaciones, cuando no son otra cosa que sulfúreas, y nitrosas exhalaciones de un corazón abrasado en ira, negros hollines del humor atrabiliario que le quema, efluvios pestilentes de un ánimo encancerado. Y a esto dio nombre de Dedicatoria. Pero ya está entendido que éste fue un doloso artificio para vender sus libros.

Es el caso, que sabe el P. Cronista, como nadie hay que lo ignore, la desestimación en que han caído hacia el público todos los Escritos (siendo tantos), que se han estampado contra mí. De que es prueba evidentísima, y a que no hay respuesta, el que ninguno se ha reimpreso ni una sola vez, según se me ha asegurado; cuando de mis libros, sin cesar se hacen reimpresiones sobre reimpresiones. Esto es por lo que mira al público de España. En orden a otras Naciones, es igual demostración de lo mismo, el que ninguno se ha traducido en otra lengua, siendo así que de mis libros se han hecho muchas traducciones en varios idiomas. Sólo dentro de Italia, y en Idioma Italiano se han hecho tres traducciones, una en Roma, otra en Venecia, otra en Nápoles. ¿Qué se infiere de aquí? Que viendo el P. Cronista la poca, o ninguna aceptación que han tenido mis impugnadores, se hizo la cuenta de que si publicaba su Escrito con título que sonase a impugnación, nadie había de dar por él seis maravedís. ¿Qué hizo, pues? Recurrió a la trampa de salir al [13] público disfrazado con capa de amigo, en vez de ostentarse contrario. El título de Reflexiones apologéticas sobre el Teatro Crítico, es indiferente a uno y otro, porque puede ser la apología a favor mío, o contra mí. En esta duda el obsequio de dedicarme a mí la obra, determinaba el asenso de ser a favor mío. Como en efecto, al ver en la Gaceta el título de los libros que se me dedicaban, casi universalmente se creyó que el Autor era un auxiliar mío, que salía a confirmar cuanto tengo escrito. Persuadido, pues, que saliendo al público con esta capa habían de acudir los compradores; como al contrario, descubriéndose enemigo, por lo común le habían de dejar apolillar en las tiendas, usó del astuto arbitrio de los compañeros de Eneas, que en la noche de la ruina de Troya para engañar a sus enemigos, se apropiaron las señas exteriores de los Griegos.

Matemus clypeos, Danaumque insignia nobis
Aptemus...

Y en efecto se ve, y lo haré ver a V. md. que el P. Cronista en cuanto escribe sigue la máxima de aquellos Troyanos:

Dolus, an virtus, quis in hoste requirat?

o la del Romano Cornelio Syla, que aprobaba que el que careciese de las fuerzas de León, se valiese de las fraudes de la Zorra.

Ahora pasaré a demostrar que las preocupaciones, errores, ignorancias, contradicciones, y falsedades, que inicua y falsamente me atribuye el P. Cronista, numerosísimamente se hallan amontonadas en cuanto él escribe. Esto ejecutaré, discurriendo por la Dedicatoria y sus nueve Reflexiones generales sobre el todo de mis Obras, en otros tantos párrafos. [14]

§. IV
Dedicatoria

Aquí hay contradicción visible entre los elogios con que me inciensa, y las injurias con que me ultraja. Las injurias se vieron en el §.3. Véanse ahora los elogios número 2: Aquella celosa aplicación con que V. Rma. promueve el cultivo de los brillantes Jardines de Minerva, le ha recomendado el Mecenas Español de la República Literaria; y nadie ignora, que ésta eterniza la protección de sus plumas en el sagrado de aquellas benignas aras. Dos sonsonetes llenos de impropiedades, pero sumamente honoríficos.

Num. 12. Reconozco, amo, y aprecio a V. Rma. por sujeto de ilustres prendas, y digno de la veneración común.

Quisiera que nos dijera el P. Cronista, ¿cómo puede ser dotado de ilustres prendas, y mucho menos digno de la veneración común un sujeto que en cuanto escribe frecuentemente cae en preocupaciones, errores, ignorancias, contradicciones, y falsedades? Más: ¿cómo ama, y aprecia a quien tan ignominiosamente ultraja? Más: ¿cómo promueve el cultivo de los brillantes Jardines de Minerva, quien siembra en ellos preocupaciones, errores, ignorancias, contradicciones, y falsedades?

En el num. 4. profiere una insigne impostura, que es la siguiente: Ansioso de esquivar una disputa, que sobre la tediosa aversión que infunde lo espinoso de su carácter, cortaba el curso a la prosecución de mis principales tareas, manejé cuantos medios me supo inspirar la prudencia, a fin de reducir a V. Rma. a la justa convención de una satisfacción religiosa. Cualquiera que lea esto, tendrá por cierto que este Religioso me escribió y reiteró algunas Cartas o Papeles, dirigidos al fin que expresa. Protesto, que no sólo no recibí jamás letra suya, mas ni aun sabía que tal hombre había en el mundo; ni oí, o leí su nombre, hasta que salió a luz pública esta Obra suya.

¿Y qué diremos sobre que en el número 18 llama, o bien a la Dedicatoria, o bien a toda la Obra, ingenua, obsequiosa, [15] fraternal, justa satisfacción? Pero ésta, dígase la verdad, podrá eximirse de falsedad, tomándola por ironía, y interpretándola en esta forma: ingenua, significa falsa: obsequiosa, injuriosa: fraternal, enemiga capital: justa, inicua: satisfacción, satirización.

§. V
Reflexión primera

Esta se reduce a un lugar comunísimo; y es, que son peligrosas las novedades en materia de doctrina. En este asunto sigue el P. Cronista a muchos de los que antes escribieron contra mí. Pero aquellos fueron descaminados, y el P. Cronista se descamina con ellos. Son peligrosas las novedades en materia de doctrina: ¿pero qué doctrina? De la Teológica, de la Sagrada. Y esta sola novedad condenaron los Santos Doctores; por lo cual el P. Cronista los cita siniestramente, como si condenasen la novedad doctrinal en todas materias. Y su mala fe se evidencia en el único pasaje que copia en orden al asunto, dándole truncado para ocultar su sentido. Este es de mi P.S. Bernardo en la Epístola 174, y le traduce así el P. Cronista: La novedad en opinar es hija de las levedades del discurso, hermana de las supersticiones del asenso, y madre de las temeridades del juicio. Vamos ahora a ver cómo está este pasaje en el original del Santo. Alioquin, dice, nulla ei ratione placebit (aquel ei es relativo a María Santísima, porque se trata en aquella Epístola de una novedad perteneciente a su culto) contra Ecclesiae ritum praesumpta novitas, mater temeritatis, soror superstitionis, filia levitatis. ¿No se ve claro, que aquella parte de la cláusula contra Ecclesiae ritum se dejó fuera con estudio, y muy de intento, porque en ella se descubría que S. Bernardo sólo hablaba allí de novedad en materia Sagrada? ¡Que Religiosos y Religiosos de algún carácter usen de tales supercherías! ¿Esto no es una clara impostura contra el Santo, y notoria clasificación de su doctrina? Como el P. Cronista no nos da copiado otro pasaje de algún Santo Padre, [16] sólo eso puedo notar. ¿Cuáles serán los que deja en el tintero, cuando es tan fuera de propósito el que nos pone a los ojos?

Ni por eso negaré yo, que puede haber, y hay novedades en lo Físico, que son arriesgadas en lo Teológico. A entendimientos perspicaces, y bien instruidos en lo Teológico, y en lo Físico, toca discernir cuáles lo son, y cuáles no. Los rudos no disciernen; o toda novedad dan por descaminada como contrabando, o toda admiten como género lícito. De los segundos, rarísimo hay en España; de los primeros, innumerables; y en el siglo pasado también los hubo en Francia, y otras Naciones. ¡Qué tumultos no se excitaron contra Harveo por el descubrimiento de la circulación de la sangre! ¡Qué riesgos no se imaginaron en admitir las manchas del Sol que descubrió el Jesuita Cristóforo Scheinero! Aun la invención de nuevos remedios en la Medicina padeció horrendas contradicciones. Poco faltó, o faltó nada para decir que era fuego infernal el de los hornos de la Química. ¡Qué persecuciones no sufrió la introducción de la Quina de parte de los Médicos que no querían admitir medicamentos que no hubiesen sido recetados por los antiguos! Médico hubo tan cerrilmente obstinado sobre esta materia (Francisco Blondel, Profesor de la Universidad de París), que viendo por la experiencia innegables los buenos efectos de la Quina en las fiebres intermitentes, persistió en que no se podía, en buena conciencia, usar de este remedio, diciendo que la sanidad que mediante él lograban los enfermos, era efecto del pacto que para este fin habían hecho los Americanos con el diablo.

Esto se reduce a que los que no tienen el alcance y instrucción necesaria para señalar los límites en que deben contenerse las Ciencias naturales, de modo que no hagan hostiles excursiones sobre la Sagrada Teología, a bulto disparan contra toda novedad, usando de frívolas razones, y adulteradas autoridades. [17]

§. VI
Reflexión II

En ésta no hay otra cosa que proseguir con broza inútil el asunto de la pasada, a excepción del testimonio que me levanta en el num. 24, que es el primero de dicha Reflexión, de que en el Teatro Crítico se miran las opiniones por antiguas y comunes, despreciadas: por nuevas y singulares, aplaudidas: y no prefiero las opiniones por más fundadas, sino porque gozan el atractivo de nuevas. Todo va por sonsonetes.

Uno y otro es falso: el hecho, y el motivo. El hecho de que prefiero con la generalidad que expresa la proposición las opiniones nuevas a las antiguas; y el motivo, de que esto lo hago no por juzgarlas más fundadas, sino por el atractivo de nuevas. Si la novedad fuese mi determinativo para la preferencia de las opiniones, hubiera abrazado alguno de los sistemas filosóficos modernos, el de Descartes, el de Gasendo, o el de Newton. De ninguno de los tres me constituyo sectario. El de Newton le toco por incidencia, sin mostrar asenso ni disenso. Hablo del sistema universal de la pesantez; que el particular de la Optica le juzgo probabilísimo. En ninguna parte de mis Escritos muestro la más leve inclinación al de Gasendo. Y si esto no basta, desde luego declaro que le tengo por poco o nada probable. El de Descartes, no en una parte sola impugno con toda la fuerza posible no sólo como improbable en lo Físico, mas también como peligroso en algunas de sus partes hacia lo Teológico. Más: en el Tom. II, Disc. I, §.3 me explico con amargura contra los modernos, que tratan con desprecio a Aristóteles. Y para mayor evidencia de que no estoy reñido con las opiniones antiguas, por tales, quisiera que el Padre Cronista tuviera presente aquella cláusula mía en el mismo párrafo, num. 17: En el dibujo de la Filosofía Aristotélica hay el abuso de pintar la ancianidad como oprobio, pues la larga edad, aunque a las mujeres hace menos atendidas, a las doctrinas hace más respetables. En fin, todos mis Escritos [18] vocean que ni prefiero para el asenso, ni la antigüedad ni la novedad, sino la verdad, en cuanto me parece serlo; y que procuro imitar al Padre de Familias del Evangelio, qui profert de thesauro suo nova, & vetera.

En el num. 25 me acusa como crimen el asentir a los experimentos que publican los Novelistas Extranjeros. Cierto que la voz Novelistas es muy propia para adaptarse, o a los Filósofos que hacen los experimentos, o a los Autores que nos dan noticia de ellos. Según esto, el cuerpo augusto de la Academia Real de las Ciencias, que en las Naturales se puede decir que echa el compás y da el tono a toda la Europa, no será más que una patrulla de Novelistas. Novelistas se llaman los que andan esparciendo historietas y cuentecillos tomados de rumores populares. Pero la propiedad con que habla y escribe el P. Cronista, ya está bastantemente conocida.

Condenar la Filosofía experimental, es reprobar la unidad Física que hay segura, y que ha servido a otras Naciones para adelantar o perfeccionar muchas Artes factivas utilísimas. Si ésta no se cultiva en España, ¿de quiénes hemos de tomar las noticias de los experimentos, sino de los Extranjeros?

Lo que añade el P. Cronista, que yo uso de esas noticias sin recelo de equivocación, va a Dios y a dicha. Tendré ese recelo, cuando haya motivo para él; y cuando no, no. Y cuando le tenga, es muy cierto que no consultaré al P. Cronista para salir de la duda.

En el num. 26 y 27 anda arriba, y abajo el amadísimo epíteto esplendoroso, entrando en cuesta, para repetirme de nuevo que cuanto he escrito son impertinencias, fruslerías, errores, y contradicciones, y para dar de paso al Teatro Crítico el honroso nombre de Pepitoria. [19]

§. VII
Reflexión III

Es aquí el asunto del P. Cronista persuadir al mundo que los créditos que en él lograron mis Obras, no son debidos al mérito, sino al arte, a una discreta sagacidad, que dice fue una de las más bellas maniobras que ha manejado lo astutamente ingenioso, a fin de ganar la deferencia del público. ¿Y en qué consiste esta maniobra? Al momento lo explica. En una arrogante verbosidad, agitada con destreza (el verbo agitar es uno de los que tiene en la gaveta de las voces selectas, para lucir) una majestuosa, amena introducción de curiosas novedades, propuestas con estilo elegante, y aire magistralmente decisivo. Lo que explica más en el número siguiente, diciendo: A violentos impulsos de esta tirana máxima, juega V. Rma. con tan vigorosa destreza los atractivos de la novedad, los embelesos de la erudición, las flores de la Retórica, y las elocuentes persuasivas de la elegancia, que hecho el Zeuxis, y Parrasio de la intelectual pintura, ha representado uvas verdaderas las fingidas, y manejables cortinas los colores, engañando con esta hermosa perspectiva, no sólo al cecuciente vulgo de las simples avecillas, sí también a la perspicaz clase de muchos racionales.

¡Oh qué primores de estilo hay en este afectado clausulón! Violentos impulsos de esta tirana máxima, aplicados al artificio retórico, es una grande extravagancia; pero aunque le falte la congruenciabilidad, es un rasgo esplendoroso, pues tiene sonido de tambor, que agita el aire vigorosamente. ¿Y qué diremos de las elocuentes persuasivas de la elegancia? Que es verdadera Tautología o Pleonasmo; que es emplastada; y hablando sin rebozo, es lo que llama el vulgo Español, albarda sobre albarda.

Mas dejando el estilo, que cada uno se explica como puede; en lo que dice el P. Cronista que el artificio retórico es el que ha conciliado crédito a mis Obras, o se engaña, o quiere engañar. Lo que en gran parte ha conciliado crédito [20] a mis Obras, y aun puedo decir que a mi persona, no es el artificio, antes lo contrario del artificio; esto es, la naturalidad, la franqueza, la abertura de ánimo, la sinceridad, el candor. Esta buena partida ha conocido en mis Escritos la perspicaz clase, no de muchos, sino de todos los racionales. Esta buena partida conocen en mí, y confiesan todos los que me tratan: de modo, que en mi Religión anda, a modo de proverbio en la boca de muchos, el Maestro Feijoo nunca miente.

En el segundo Tomo de Cartas tengo escrito que nunca estudié reglas de Retórica, ni ví de ellas sino, como de paso, lo que bastó para conocer que me eran inútiles. Y en eso mismo estoy siempre, sientan otros lo que quisieren. Así mi persuasiva en ninguna manera es hija del arte, sino de la razón natural, en cuanto ésta me representa con claridad las verdades que escribo, proponiéndome las razones que las persuaden; y esas mismas razones, puestas perspicuamente, me sirven para persuadirlas a otros. ¿Mas quiénes son estos otros? No el inocente vulgo de simples avecillas, pues ante el vulgo ignorante y rudo es el que siempre he tenido por contrario, sino la perspicaz clase de los racionales. Es verdad que entre estos hay muchos que no confiesan lo mismo que conocen: por envidia los menos; por facción, o espíritu de partido, los más. Pocos son tan ingenuos que exteriormente convengan en que en otra República hay algún sujeto de mérito superior a todos los de la suya.

En el número siguiente, que es el 31, me dispara el P. Cronista la nueva jaculatoria, o nuega fogosa radiación, de que deliro con audacia; y porque hiciese más fuerza, la empapeló en sublimidades, agitaciones, cecucientes, infundamentables, y fanáticas Phébades, que toda esta latiniparla hay en llana y media; y aun en tan corto espacio se repiten las agitaciones, porque en el número 29 tengo agitada la verbosidad, y en el 32 agitado el entendimiento. [21]

§. VIII
Reflexión IV

Dilatadísimo campo se ofrece a la pluma en el asunto de esta reflexión. Pero es un campo como los de la Nubia, fecundos del más mortífero veneno del mundo: como los despoblados de la Libia, llenos de sabandijas ponzoñosas. Aquí es donde su ingenio suelta todos los diques. ¿Pero a qué aguas? A las del Leteo, del Averno, y del Aquerón. Aquí es donde con la mayor claridad del mundo muestra el P. Cronista, que aquel espíritu mendaz, que tal vez osó mover las lenguas de muchos Profetas (ero spiritus mendax in ore omnium Prophetarum. Paralip. 2, cap. 18) también tal vez se atreve a dar impulso a la pluma de algunos Religiosos. Si V. md. por lo que he expuesto hasta ahora de la Obra del P. Cronista, hace juicio de que tiene comprehendido el carácter de este Escritor, está muy engañado. Si piensa, que está instruido del grado adonde llegan su ridiculez, su impertinencia, su ceguedad, su arrojo, y su malicia, está muy lejos de la cuenta. Por lo que hasta ahora he propuesto, puede sin duda haber entendido que en las cualidades expresadas excede a cuantos Escritores satíricos le han precedido. Pero esto no basta; pues por lo que verá en orden a esta Reflexión, hallará que en el asunto de ella aun se excede a sí mismo. V. md. no deberá extrañar, que yo ahora me explique con voces más duras que las que hasta ahora he usado con otros impugnadores de mis Escritos; pues si él inicuamente se ha tomado la libertad de inculcar tantas veces que mis libros están llenos de errores, preocupaciones, ignorancias, contradicciones, y falsedades, extendiéndose a decir que soy un delirante con audacia; ¿por qué yo, viéndome tan atrozmente injuriado, he de escasear en una justa defensa las expresiones que manifestando directamente los desvaríos de su pluma, sirvan también de algún alivio a mi dolor? Pero vamos al caso.

El asunto de esta Reflexión, es probar que yo soy un Autor plagiario, mero copista de otros Autores: que cuanto [22] he escrito lo he tomado de otros, poniendo sólo de mi parte lo que él llama elegancia del estilo, más claridad, orden, y método. Esto intenta persuadir de dos maneras: Lo primero, con una conjetura general, pero tan disparatada, que si prueba algo, prueba lo contrario de lo que pretende. Lo segundo, nombrando los libros en quienes hice los robos. En lo primero, se nos muestra un raciocinante desatinado: en lo segundo, un impostor atrevidísimo.

Para lo primero se funda en dos pasajes míos, tomados del segundo Tomo del Teatro Crítico, Discurso VIII, número 30, y 31, donde descubriendo la artificiosa falacia con que algunos Escritores usurpan el aplauso de Eruditos, escribo lo siguiente: Donde hay gran copia de libros, es fácil el robo, sin que se note. Pocos hay que lean muchos, y nadie puede leerlos todos; con que todo el inconveniente que se incurre, es, que uno u otro, entre millares de millares de Lectores, coja al Autor en el hurto. Para los demás queda graduado de Autor en toda forma. Este es el primer pasaje: el segundo como se sigue; El escribir por lugares comunes, es sumamente fácil. El Teatro de la Vida Humana, las Poliantéas, y otros muchos libros, donde la erudición está hacinada, y dispuesta con orden alfabético, o apuntada con copiosos Indices, son fuentes públicas de donde pueden beber no sólo los hombres, mas también las bestias. Cualquier asunto que se emprenda, se puede llevar arrastrando a cada paso a un lugar común, u de política, u de moralidad, u de humanidad, u de historia. Allí se encaja todo el fárrago de textos y citas que se hallan amontonados en el libro Para todos, donde se hizo la cosecha. Con esto se acredita el nuevo Autor de hombre de gran erudición, y lectura.

Puestos estos dos pasajes míos, prosigue así el P. Cronista: Pues P. M. este mismísimo puntualísimamente es el artificio con que V. Rma. ha surtido la varia erudición de sus Obras, a fin de acreditarse de hombre de gran erudición, y lectura. Pues P. Cronista, le responderé yo, esos mismísimos pasajes míos prueban puntualísimamente que no es [23] ese el artificio de que yo he usado para acreditarme de erudito. Porque, dígame por su vida, ¿qué ladrón hay, que publique el artificio mismo con que él hace sus robos? ¿Qué tramposo manifiesta al mundo las industrias mismas de que se vale para apropiarse lo ajeno, aunque las ponga en cabeza de otros? La franqueza con que yo descubro esas literarias maulas, ¿no hacen visible, que por esta parte no me duelen prendas? Sólo a hombres estúpidos, o insensatos podrá persuadir el P. Cronista una paradoja tan irracional.

Lo propio digo de la portentosa impostura que avanza pocas líneas más abajo en esta proposición: Muchos de los Discursos que presenta V. Rma. en cualidad de Autor originario, son literales traslados, en que no intervino más fatiga que la de traducirlos a nuestro vulgar idioma. ¡Notable desbarro! ¿No menos que literales traslados? Si el P. Cronista no escribiera ciego enteramente de una pasión furiosa, conociera que cuantos han leído mis libros, han de recibir esta proposición según el humor con que los halle, o con indignación, o con carcajada; porque todos han conocido que mi estilo siempre es mío, siempre tiene un carácter que le distingue de los demás estilos, lo cual es incompatible con el traslado literal, en que es preciso tomar el estilo del Autor que se copia. Dejo aparte, que muchos dirán que teniendo yo de mi cosecha el estilo que he menester para mi gasto, sería una gran necedad mendigar el estilo de nadie. Protesto, que más trabajo me cuesta trasladar el estilo ajeno, que formar el propio, como experimento siempre que juzgo conveniente poner a la letra el pasaje de cualquier Autor que cito.

Finalmente ruego a V. md. que publique (y yo también por mi parte lo publicaré cuanto pudiere) de modo que llegue a sus oídos, que desde luego le desafío a que muestre ni un Discurso solo que yo haya trasladado literalmente de algún Autor; con esta convención entre los dos: que si le mostrare, yo me declaro desde ahora convencido de la nota de Autor plagiario; pero si no, él ha de incurrir la infamia de Autor falsario. Y cuenta con ello, que aunque él dice que [24] muchos de los Discursos que yo presento en cualidad de Autor originario (original quiso decir, que originario tiene significación muy diferente; pero en orden a impropiedades de estilo es preciso perdonarle infinito), son literales traslados, yo no pido la exhibición de esos muchos; con uno sólo me contento.

Hasta aquí la acusación que me intenta de plagiario, se reduce a las generalidades expresadas. Vamos ahora a ver cómo la particulariza. Empieza a hacerlo por el título de mi Obra. Hasta la idea (dice) del Teatro es tomada de varios Autores que emprendieron ese mismo argumento. Estos son, entre otros, el Inglés Tomás Brown, que antes del año de 1680 escribió dos Tomos contra errores comunes: los dos Franceses, el P. Buffier, que escribió Examen de las preocupaciones vulgares, y Jacobo Primerosio, que escribió sobre los errores del vulgo. El mismo asunto ilustró el Italiano Scipión Mercurio, Médico Romano, en su Obra sobre los errores populares.

¡Jesús, lo que el hombre ha visto! dirán los que leyeren esto. Pues yo le digo a V. md. que apostaré cuanto quisieren, que ninguno de esos cuatro Autores vió, ni aun por el pergamino, como se suele decir. Vaya V. md. conmigo.

El año de 41 recibí una Carta de un Caballero de Vizcaya, en que me avisaba de que en la Gaceta de Holanda de 11 de Agosto del año 41 acababa de leer el siguiente parrafillo: Briason, Librero de París, que vive en la calle de Santiago, imprimió ahora nuevamente un libro intitulado Ensayo sobre los errores populares, o examen de muchas opiniones recibidas como verdaderas, y que son falsas o dudosas; traducido del Inglés en dos tomos, con un Indice enteramente nuevo, y mejor que el de la edición antecedente.

En la misma Carta expresaba el Caballero Vizcaíno, que el motivo de darme dicha noticia era el recelo de que la impresión que en ella se enuncia, fuese ficción del Gacetero Holandés ordenada a desacreditarme, haciendo pensar al mundo por medio de la coincidencia del título de aquellos libros con el de los míos, que éstos eran traslados o copias [25] de aquellos, en cuyo caso le parecía preciso que yo averiguase si la impresión era verdadera o fingida; y siendo lo segundo, hiciese manifiesta a todo el mundo la impostura.

Respondíle al Caballero con la Carta estampada pag. 258 de mi primer Tomo, que es la 34 en la serie de las Cartas de aquel Tomo. En ella le decía que tenía la noticia del Gacetero Holandés por verdadera, porque en efecto yo tenía en mi librería los dos Tomos de que habla en ella, de otra edición anterior, hecha también en París el año de 1733, y que de ellos era Autor, aunque el Gacetero no lo expresa, el Inglés Tomás Brown, porque todas las señas que daba la Gaceta, coincidían con los dos Tomos de este Autor que yo tenía. Añadía, que dichos Tomos me los había enviado el Maestro Sarmiento el año de 40, cuando ya tenía concluidos los ocho Tomos del Teatro Crítico: en consecuencia de lo cual, sólo pude valerme de ellos para el Suplemento, como en efecto me valí en alguna cosita; esto es, en la especie perteneciente a los Judíos, que propuse en la pág. 177, num. 27, para lo cual cité al mismo Tomás Brown con tanta legalidad, y tan distante de la injusticia de apropiarme trabajos ajenos, que en nombre y cabeza de aquel Autor exhibí las pruebas que convencen ser falsa la opinión del mal olor de los Judíos.

Ahora añado, que en caso que el P. Cronista no quiera creer que no tuve esos libros hasta el año de 40, le daré otra prueba, no dudosa, sino demostrativa de que no tomé, como él afirma, ni pude tomar la idea de mi Obra de la de Tomás Brown; y es, que la primera traducción que se hizo de ella del idioma Inglés al Francés, fue la del año de 33, como insinúa claramente el mismo Traductor en la segunda página de su Prefacio. ¿Cómo pude yo tomar la idea de una Obra que empecé a imprimir el año de 26, de otra que no pude ver hasta el de 33? Si no es que al P. Cronista se le antoje decir que yo sé la lengua Inglesa, y tenía esta Obra en el original Inglés antes de empezar la mía.

Decíale también al Caballero Vizcaíno, que aunque cuando empecé mi obra no tenía noticia de alguna, cuya idea [26] coincidiese con la mía, en la prosecución de ella adquirí el conocimiento de que además de la de Tomás Brown, había otras tres que en parte tenían dicha coincidencia; y le nombraba los tres Autores con la expresión de los títulos de sus escritos. Estos son Jacobo Primerosio, Médico Francés, que escribió un pequeño libro con el Título de erroribus vulgi in ordine ad Medicinam; Scipion Mercurio, Médico Romano, que dio un Tomo en Italiano, cuyo título es de gli Errori popolari d`Italia; y el P. Buffier, Jesuita Francés que en su idioma produjo un breve Tratado con el título de Examen des prejuges vulgaires.

Ni yo hablo en la citada Carta de otros Autores que han escrito debajo de la idea semejante a la del Teatro, ni el P. Cronista nombra otros; de que se colige, que no tenía más noticia de ellos que la que halló en dicha Carta. Lo primero por la identidad. Lo segundo, porque las Obras de todos cuatro Autores son bastantemente raras en España. Acaso no hay en España otro ejemplar del libro de Scipion Mercurio, que el que yo tengo: ni yo le tuviera, si no me lo hubiera enviado de Roma, ocho o nueve años ha, el P. M. Fr. Baltasar Díaz, por parecerle que acaso podría confirmar parte de lo que yo tenía escrito sobre la Medicina. Lo tercero, porque esto mismo hace casi siempre; esto es, citar los mismos Autores que yo cito, como que los ha visto y leído, para imponer a los Lectores que de ellos he copiado tales y tales discursos que he escrito. ¿Pero quién ha de ser tan simple, que le crea que casi todos los libros que yo cito, de los cuales los más son extrafacultativos, y bastante raros en España, se hallen en la Librería del Convento de San Francisco de Ciudad-Rodrigo, cuando en las Librerías de tales Comunidades raro libro hay que no sea perteneciente a la Cátedra, al Púlpito, al Confesonario, fuera de algunos Históricos, o Ascéticos? Lo cuarto se convence lo mismo de la falsilla con que al empezar la nominación de los Autores de quienes pretende que yo he tomado la idea, dice: Estos son, entre otros, el Inglés Tomás Brown, &c. para dar a entender que a más de los cuatro nombrados, [27] vió otros que escribieron debajo de la misma idea. Falacia visible; siendo cierto que si hubiera visto otros distintos de los cuatro que yo cito, le hacía mucho más al caso especificar aquéllos, que éstos. La razón es clara; porque respecto de los Autores que yo mismo cito, no cabe la sospecha de que les haya usurpado la idea, o el contenido: los ocultaría en ese caso cuanto pudiese. Descubrir, pues, los que yo callo, importaba al P. Cronista para hacerme sospechoso del robo. ¿Pero qué había de descubrir el pobre? Su pobreza. Y en efecto la descubre; porque como el hombre pobre todo es trazas, de estas trampuelas se sirve a falta de justicia, y de razón. Estos son entre otros. Salga alguno de esos otros. Antes saldrá el Anti-Cristo.

Pero esto es nada respecto de lo que se sigue. ¿Creerá V. md. que en no más de hoja y media emboca hasta unas treinta imposturas? Pues aunque no quiera creerlo, yo haré que lo crea, y también haré que se asombre.

Así prosigue en el num. 40. Aquella tan celebrada Carta que dirige V. Rma. a fin de persuadir a cierta señora prefiriese el estado de Religiosa al de casada, es a la letra del Illmo. Languet, Obispo de Soisons, en su docta Carta intitulada: Tratado de la falsa gloria del mundo, y felicidad de la virtud, dirigida a cierta Madama Francesa, a fin de persuadirla prefiriese al de casada el estado de Religiosa. ¡Bellamente! Excaecavit illum malitia ejus; pues a los ojos se viene que lo que se intitula Tratado, no es Carta: a los ojos se viene que siendo el asunto la falsa gloria del mundo, y felicidad de la virtud, no sólo no coincide con mi Carta a la letra, mas ni aun en el intento, pues yo no me propongo en ella tal asunto. Pero dejemos razones, y vamos a los hechos.

Esta, llámese Carta, o llámese Tratado del Sr. Languet, gracias a Dios la tenemos en Oviedo. Sepa V. md. que hay un libro espiritual de este Illmo. cuyo título es: De la confianza en la misericordia de Dios. Este libro tradujo del Francés al Castellano el P. Andrés de Honrubia, de la Compañía de Jesús, y le agregó para sacar a luz uno y otro incorporados [28] debajo de una misma cubierta, el Tratado de que hace mención el P. Cronista, traducido asimismo del Francés al Castellano. De este libro así traducido ví dos ediciones, la una hecha en Cambray el año de 1725; otra hecha en Pamplona el de 1735.

Un ejemplar de esta segunda edición tiene el Sr. D. Manuel Sánchez Salvador, dignísimo Ministro de esta Real Audiencia; y como algunos PP. del Convento de S. Francisco de esta Ciudad andaban ostentando a todo el Pueblo la Obra de su hermano el P. Cronista por una cosa muy grande, y nunca vista ni oída; el expresado Caballero, que no sólo es un noble Legista, mas también aficionado a todo género de bella literatura, solicitó verla, y lo logró. Empezó la lectura del primer Tomo; mas luego que en las primeras hojas vió tantas imposturas, tantos civiles dicterios, tan groseramente expresados, y aderezados de más a más con el fastidioso condimento de un ridículo estilo; lleno de asco y indignación, arrojó el libro, resuelto a no leer una línea más. Pero como después le dijesen que, a la pag. 25 entraba el Autor en la empresa de mostrar que en cuanto he escrito he sido un mero copiante de otros Autores, sabiendo él muy bien ser falso esto, porque tiene todas mis Obras, las ha leído todas, y está dotado de toda la crítica necesaria para discernir entre un Escritor plagiario, y un Autor original, luego se le ofreció que no podía menos de decir extrañas cosas el P. Cronista sobre este asunto; y haciendo la cuenta de leer sólo para reírse, volvió a tomar el libro. Fuese en derechura a la pág. 25; e interpolando renglones con carcajadas, fue leyendo hasta el fin de la pág. 27, y principio de la 28, que es donde está la cláusula del P. Cronista que acabo de copiar; pero luego que la leyó, le fue preciso interpolar las carcajadas con admiraciones. Tenía presente en su memoria el asunto de mi Carta, y el de la Carta o Tratado del Sr. Languet que cita el P. Cronista; como también tenía, según he dicho, el libro en que está incorporado el referido Tratado, presente en su librería. Sabía muy bien por consiguiente, que mi Carta, no sólo no es copia literal [29] (como afirma el P. Cronista) del Tratado del Sr. Languet, mas ni concuerda aquélla con ésta en el asunto. ¿Cómo sabiendo esto, podía dejar de admirar el visible falso testimonio, y portentosa audacia del P. Cronista? Es muy aficionado a mis escritos. Por lo cual le pareció muy justo vindicar, en la parte que pudiese, mi honor inicuamente ofendido con la nota de Autor plagiario; en cuya consecuencia presentó mi Carta impresa, y el Tratado del Ilustrísimo Languet a algunos sujetos, entre éstos al Sr. D. Manuel Berdeja, su compañero en el ministerio de esta Real Audiencia, al Doctoral de esta Santa Iglesia Colegial Mayor del de Cuenca, D. Luis Mañero, y a mi Abad el P. M. F. Gregorio Moreiras, para que leyendo uno y otro, viesen la grande discrepancia que hay entre los dos escritos. Hecho esto, me envió el libro del Illmo. Languet, y yo hice la misma diligencia de mostrar, con el mismo fin, el referido Tratado, y mi Carta a otros muchos, entre ellos a los Srs. D. Nicolás de Valvin, D. José Valvin, y D. Faustino García de Tuñón; los dos primeros Canónigos, y el tercero Arcediano de esta Santa Iglesia; a D. Enrique Manuel de Villaverde, Maestro de Capilla de ella; y a los Caballeros D. Pedro Valdés Prada, y D. José García Jove, residentes en esta Ciudad; a D. Lope José Valdés, Doctor Teólogo, y Catedrático de Teología de esta Universidad; y a D. Antonio Argüelles Quiñones, Catedrático de Artes también de ella. Todos estos testigos cito de la impostura del Padre Cronista.

Pero Vmd. podrá por sí mismo enterarse de ella, pues pienso que en Madrid haya bastantes ejemplares del Libro y Tratado del Sr. Languet, pues en efecto uno y otro son unos bellos escritos espirituales, y la traducción no puede mejorarse. Podrá, digo, V. md. ver, cuando encuentre el Tratado en cuestión, que no sólo no es copiado a la letra por mi Carta, mas ni aun convienen en el asunto. El de mi Carta es de hacer un paralelo entre el estado de Monja, y el de casada, en que muestro que aquél es más cómodo aún respecto de la vida temporal, que éste. El Tratado del Sr. [30] Languet es una exhortación general a la virtud, sin que se hable en él ni una palabra de dicha inferioridad del estado matrimonial al Monástico, por lo cual falsísimamente enuncia el P. Cronista, que el intento del Sr. Languet es persuadir a la Madama Francesa prefiriese al de casada el estado de Religiosa.

Esta insigne impostura, junta con las muchas que hemos visto antes, y las muchas más que veremos después, nos representa en el P. Cronista un nuevo Turpin, o un nuevo Ariosto; aunque con esta diferencia, que Ariosto puso sus ficciones en buen verso y con mucha gracia; el P. Cronista puso las suyas con mucha desgracia y en mala prosa. ¿Qué verdades históricas podremos esperar de él, si prosigue la Crónica de su gran Religión? Tendremos, sin duda, en lugar de ellas cuentos de Calaínos, aventuras de Caballeros Andantes, consejas de viejas. Quien vio los Anales del gran Wadingo, y vea cómo prosigue el P. Soto Marne, ¿qué dirá? dirá:

¡O quantum haec Niobe Niobe distabat ab illa!

Pero vamos viendo los demás capítulos (que son muchos) por donde pretende constituirme Autor plagiario. Inmediatamente a la cita del Sr. Languet prosigue así: El Discurso sobre la humilde, y alta fortuna es de Juvenal, sátira 10. ¿Cómo podrá contener la risa quien vea aquella sátira, después de ver mi Discurso? Es verdad que Juvenal en ella expone las incomodidades y reveses a que están expuestos los más ricos y poderosos. ¡Pero con cuánta diversidad en el método, en el modo de discurrir, en el estilo, en la especificación de esas incomodidades, en los casos que se proponen, en las Historias que se refieren, en las sentencias, en los símiles, en todo! Añado, que ni Juvenal toca en su sátira el punto principal de mi Discurso; esto es, probar que la humilde fortuna es más cómoda que la alta.

Prosigue el P. Cronista: El de la Medicina es de Gaspar de los Reyes, Quevedo, el Petrarca, el Illmo. Guevara, el [31] Dr. Bois, Montaña, Moliere, y otros muchos. ¡Oh, qué bien! Nombra el P. Cronista a Gaspar de los Reyes, Quevedo, el Petrarca, Montaña, Moliere, y el Dr. Bois, no más que porque yo los nombro: Gaspar de los Reyes en el num. 63 de mi Discurso Médico: los cuatro siguientes en el num. 61; y Bois en el num. 62. De Reyes tomo sólo dos brevísimos pasajes. ¿Por esto se verifica que mi Discurso es de Gaspar de los Reyes? Si es así, ningún Escritor puede citar a otro para poco ni para mucho, sin incurrir la nota de plagiario. Lo de que mi Discurso es de Quevedo, y de Moliere, no sé cómo lo entienda; si no es que alguno de buen humor hiciese alguna impresión particular de aquel Discurso, y en él con picardía introdujese el célebre Romance de Quevedo, cuyo asunto es la conversión de las mulas de tres Médicos con la baca de un Barbero; o algunas de las pullas, que en varias partes de sus Obras dispara a los Médicos; y asimismo introdujese unos retazos de las Comedias de Moliere en que hacen algún papel los Médicos: v. gr. la de el Médico por fuerza, la de el Amor Médico, y la de el Enfermo imaginario. Si no hubo tal impresión particular, mucho se alucinó el P. Cronista metiendo en juego a Quevedo, y a Moliere, como si fuesen lo mismo unas meras chanzonetas disgregadas, que un Discurso seguido, razonado, y serio sobre la incertidumbre de la Medicina. Con igual razón podía decir que mi Discurso es de Marcial, de quien hay varios epigramas irrisorios de los Médicos; mas no lo ha dicho, porque no le halló nombrado entre los otros. El Dr. Bois corrige una u otra práctica común en su tiempo, sin meterse en razonar poco o mucho en general sobre la incertidumbre de la Medicina. De Montaña leí algo un tiempo: hoy no le tengo; pero me acuerdo que no hay cosa en él que se pueda llamar Discurso sobre la Medicina. Del Petrarca sé, porque lo leí en Moreri, que hay un escrito suyo intitulado: Invectivae contra Medicum. Pero esto suena querella contra un Médico particular, lo que no tiene consecuencia hacia la Facultad.

¿Y no nos dirá el P. Cronista en qué tomo o Parte de [32] Quevedo (lo mismo digo de Montaña, Moliere, el Petrarca, Bois, &c.) está en mi Discurso sobre la Medicina, para que por la cita específica vengan a conocer los lectores si es verdadero, o falso el robo que me imputa? El se guardará de eso. Otra preguntilla: ¿Es el mismo Discurso el que está en todos esos Autores, o diferente? Si lo primero, no sólo yo hurté de ellos, mas también ellos entre sí robaron unos de otros. Si lo segundo, mi Discurso sobre la Medicina no está en todos esos Autores, sino otros diferentes del mío. ¿Qué podrá responder a esto el pobre Cronista? Y estas dos preguntas o advertencias téngalas V. md. presentes para otros casos que se presentarán en adelante.

Del Illmo. Guevara hay una Carta al Dr. Melgar, en que habla bastante de la Medicina; pero inferir de aquí, que mi Discurso es del Illmo. Guevara, es la consecuencia más desatinada del mundo. Del mismo modo saldrá ésta: Hipócrates escribió de Medicina: luego mi Discurso es de Hipócrates. ¿Qué importa que el Illmo. Guevara haya escrito algo de Medicina, si no escribió lo que yo? Ni en el intento convenimos. El mío es probar la incertidumbre de la Medicina por la falibilidad de sus máximas, por la variedad de sus sistemas, por las opuestas opiniones de sus Autores, así en la teórica, como en la práctica. ¿Hay algo de esto en la Carta del Illmo. Guevara? Ni una palabra. El asunto de este Prelado es, que muchos Médicos, por indoctos, o por imprudentes, curan mal; y les da sobre esto varios consejos, que en parte me parecen oportunos, y muestran su buen juicio en la materia. Pero de la incertidumbre del Arte, de la falibilidad de sus principios, del encuentro de sus Autores, de la variedad de sus sistemas, ni un solo rasgo, ni el más leve asomo. Sólo sí tocó algo del origen y progreso de la Medicina, como yo al principio de mi Discurso; pero él muy diminutamente, y sólo aquello que pertenece a la más remota antigüedad; yo con mucho mayor extensión, y representando la serie de los progresos de la Medicina hasta los últimos siglos. Mas éste es un incidente muy inconexo con lo substancial del asunto. En lo demás la Carta es [33] discreta y graciosa, porque efectivamente el Autor en el estilo epistolar tenía hermosura y amenidad. Y sepa V. md. que cito por la discrepancia grande que hay entre la Carta del Illmo. Guevara, y mi Discurso de Medicina, los mismos que cité arriba para la discrepancia del Tratado del Sr. Languet, y mi Carta, porque cotejaron estos dos escritos asimismo que aquellos.

Pero ve aquí una inadvertencia rara del P. Cronista, que citando a Gaspar de los Reyes, Quevedo y Moliere, que nada hacen al caso para su intento, deja en el tintero a D. Martín Martínez, que por haber escrito mucho sobre la incertidumbre de los sistemas Médicos en sus dos Tomos de Medicina Escéptica, podía aludir a muchos con la cita: con el sonido de ella, digo, que en realidad es diversísimo lo que yo he escrito de lo que escribió él. Mas como yo no hice memoria de Martínez en aquella parte del Discurso en que nombré los otros Autores, tampoco la hizo el P. Cronista: nueva prueba de que no cita sino los Autores que yo cito; ni aun los nombres de ellos supiera, si no los leyera en mis libros.

Prosigue: El desagravio de la profesión literaria es del Illmo. Daniel Huet en su Huetina. No he visto la Huetina; creo debiera llamarla Huetiana, como se dice Menagiana, Thuana, Naudeana, Scaligeriana, porque es estilo comunísimo terminar en ana semejantes colecciones. Pero sin verla, puedo afirmar que la cita es falsa. La razón es clara; porque estas colecciones, que sean en ina, que sean en ana, nos son más que unos agregados de chistes, u de sentencias compendiosas, ya críticas, ya políticas, ya morales, &c. que de las conversaciones de uno u otro hombre grande recogieron algunos curiosos para darlas a luz pública. ¿Qué tiene que ver esto con un Discurso de ocho hojas en cuarto, sobre el asunto de que la profesión literaria no abrevia la vida, como comúnmente se piensa? Acaso en alguna conversación manifestaría el Illmo. Huet ser de este sentir. ¿Pero eso qué hace al caso? Yo no pretendo, ni pretendí jamás, que en cuanto escribo no alcanzó alguno de los que me [34] precedieron alguna parte de las verdades que yo alcanzo. Es lo más verisímil, y aun diré moralmente cierto, que ninguna verdad he escrito que no haya dicho o alcanzado, por lo menos algún otro hombre de tantos como hubo de Adán acá. ¿Mas qué similitud tiene esto con la maligna impostura de que no hago más que copiar los escritos de otros?

Prosigue: Los Discursos sobre la Astrología Judiciaria, Eclipses, y Cometas, son de Barcláyo en su Argenis: del P. Dechales, tom. 4, tract. 28: del Padre Tosca, tom. 9, lib. 4, tr. 28, y del Diario de los Sabios de París del año de 1704, Journal 1.

El Argenis de Barcláyo cito dos veces en orden a la Astrología Judiciaria en el Discurso en que trato de ella, una al número 10, y otra al 24. Esto basta al P. Cronista para decir que el Discurso es de Barcláyo, porque es lo de siempre en el decir, que traslado lo que escribo de los Autores que cito; siendo así, que como noté arriba, de citarlos se infiere que no hice en ellos el robo. Sin que por esto niegue, que en el lib. 2 del Argenis, cap. 11 hay un razonamiento excelente contra la Judiciaria, que ocupa tanto papel como la cuarta parte de mi Discurso; pero que éste sea traslado de aquél, es falsísimo. Otros muchos escribieron antes que yo contra la Astrología Judiciaria, y muchos también habían escrito contra ella antes que Barcláyo, y antes que el último anterior a Barcláyo, otros. A este andar cuantos escribieron de asuntos que antes trataron otros, fueron meros copiantes.

A Barcláyo no hay por qué echarle a montón Astrología Judiciaria, Eclipses, y Cometas, porque de Eclipses, y Cometas no dice ni una palabra. Asimismo el P. Tosca en el Tratado 28, que se cita, trata de la Astrología Judiciaria; pero nada de Eclipses, ni de Cometas. Y es cosa graciosa, que diga el P. Cronista que mi Discurso es del P. Tosca, cuando en orden a la Astrología Judiciaria fue de opinión contraria a la mía, por lo cual nominadamente le impugno en el número 36. El P. Dechales en el Tratado 28, que es también el citado, trata de todas tres cosas; pero de Cometas, [35] y Eclipses sólo física, y matemáticamente; nada en lo Judiciario; esto es, de sus causas, sitios, y movimientos; nada de sus significaciones, y efectos, que es el asunto que yo me propongo. A este Autor también cito en tres partes, pero la una sólo para una chistosa historieta que refiere; y las dos para la refutación de dos hechos que se alegan a favor de la Judiciaria.

Prosigue: El Discurso sobre la senectud del mundo es de Juan Jonston en su Obra de Naturae constantia. No he visto esta Obra, ni aun oído nombrar a su Autor. Sea lo que fuere, como el P. Cronista con tantas imposturas en que le he cogido, me ha dispensado de la obligación de darle crédito, lo dejo así, repitiendo sólo la advertencia, de que aunque haya tratado de la misma materia de que yo hablo en mi Discurso, puede ser el Discurso muy diferente.

Prosigue: El Discurso sobre la Música de los Templos es del P. Atanasio Kírquer en su Musúrgia universal. Al P. Atanasio Kírquer en su Musúrgia universal cité en el núm. 26 de aquel Discurso sobre la solfa que compuso del canto del Ruiseñor. Vió el P. Cronista aquella cita, y no hubo menester más para decir, que el Discurso de la Música de los Templos es de la Musurgia universal del P. Kírquer, porque éste es su chorrillo; y en viendo que en tal Discurso yo cito algún Autor, aunque sea una especie menudísima que no ocupe más de tres renglones, como de hecho no ocupa más la especie de la Solfa del Ruiseñor, al punto me levanta que mi Discurso es de tal Autor.

Tuve algún tiempo en la Celda, aunque prestadas, todas las Obras del P. Kírquer. Ninguna tengo ahora. Sin embargo, sin volver a examinar la Musúrgia universal, tengo una razón eficacísima para creer que en ella no tocó tal Autor el asunto que yo me propuse en aquel Discurso.

Nuestro SS. P. Benedicto XIV, que hoy reina gloriosamente, en su Carta Pastoral, expedida el día 19 de Febrero del presente año, y dirigida a todos los Obispos del Estado Pontificio, exortándoles, entre otros puntos pertenecientes al Culto Divino, que procuren que la Música de los Templos [36] sea grave, y enteramente desnuda de los lisonjeros halagos de la Música Teatral, me cita tres veces sobre el asunto en el Discurso expresado, y ninguna al P. Kírquer. Ahora bien: las Obras del P. Kírquer son comunísimas en Roma, de modo, que apenas habrá Biblioteca que carezca de ellas, y mucho menos la Pontificia; esto, ya por los grandes créditos del Autor; ya porque en aquella Capital, donde vivió lo más de su vida, compuso y imprimió todas o casi todas sus Obras. Siendo así, ¿quién creerá que si se hallase en la Musúrgia del P. Kírquer mi Discurso sobre la Música de los Templos, que el P. Cronista representa como suyo, el SS. P. no le citase a él como a mí; o por mejor decir, le citaría a él solo como Autor original, omitiéndome a mí, como mero copiante?

Y note V. md. de camino, que siendo la Musúrgia del P. Kírquer dos Tomos en folio, no nos señala el P. Cronista en qué parte de ellos está ese Discurso sobre la Música de los Templos. ¿Y por qué? Porque no está en parte alguna de ellos; y supone que nadie se ha de quebrar la cabeza leyendo dos Tomos de folio para cogerle en la trampa.

Prosigue: El Discurso sobre el paralelo de las lenguas es del P. Buffier en el Diálogo 9 sobre el examen de las preocupaciones vulgares. No hay tal. El título, y asunto de mi Discurso es: Paralelo de las Lenguas Castellana, y Francesa. De esto ni una palabra escribió el P. Buffier. En orden a lenguas sólo tiene un Diálogo en que intenta probar la paradoja de que todas las del mundo son iguales. (¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?) Y éste no es el Diálogo 9, sino el 5. Lo que trata en el 9 es, que no hay hombre tan prudente, que pueda asegurarse a sí mismo que no es ridículo.

Prosigue: La defensa de las Mujeres es de la famosa Lucrecia Marinela en su docto Libro sobre este mismo asunto; de Pedro Gregen en su Obra de Principatu, & Imperio Mulierum; del P. Buffier, citado Diálogo 2; de D. Francisco Manuel en su Guía de Casados; y del Abad de Bellegarde en sus Cartas curiosas de Literatura, y de Moral. Sí señor: esos mismos Autores, a excepción de Gregen, [37] cité yo por mi opinión de la igualdad de los dos sexos. Y ciertamente no los citaría, como he dicho, si de los Escritos de ellos hubiese compuesto mi Discurso. ¿Qué hombre habrá tan lerdo que no haga el mismo juicio?

Prosigue: El Discurso sobre las Guerras Filosóficas es del Autor de las Observaciones Selectas ad rem litterariam spect. Me parece muy bien. Cita vaga, vamos adelante. No hay cosa como ir consiguiente. Este Autor cito yo en los números 3 y 4 de este Discurso; mas con la diferencia, que yo pongo la cita toda en latín, Auctor observat. select. ad rem litt. spectantium: Y el P. Cronista hace una pepitoria ridícula de latín y romance, que es para echar los hígados, el Autor de las Observaciones Selectas ad rem litterariam spect. El dejar de la voz spectantium escrita no más que la primera sílaba, y una letra de la segunda, consistió en que no supo si la había de llevar a genitivo, o a acusativo, o a nominativo; y uno, y otro venía disparatadamente, habiendo empezado la cita en romante. Pero vió él al tal Autor, como yo al Sophí de Persia. Es lástima que las imposturas le salgan tan baratas. No había de fraguar tantas, si le costaran revolver tal cual libro. Pero como no le cuestan más que transcribir mis citas, y decir que mis Discursos son de los Autores que nombro, trampea al baratillo, y por eso tenemos tanto embrollo.

Prosigue: El Discurso sobre la Historia Natural es de Tomás Brown en sus dos Tomos, intitulados: Ensayos sobre los errores populares, y de otros muchos Revisores de especies pertenecientes a la Natural Historia. ¿En cuál de los dos Tomos, y en qué parte de él? Cita vaga, para que no le cojan; pero cogido está de todos modos. Si para aquel Discurso me aproveché de Tomás Brown, necesariamente fue en profecía, porque yo dí a luz aquel Discurso, como todos los demás del segundo Tomo, el año de 1728, y los dos Tomos de Brown no se tradujeron, como ya advertí arriba, de la lengua Inglesa a otra lengua hasta cinco años después. Esto no lo sabía el P. Cronista; pero sabía que había un Autor Inglés, llamado Tomás Brown, que había [38] escrito dos Tomos intitulados: Ensayo sobre los errores populares, porque esto se lo dije yo a él, y a todo el mundo en la Carta 34 de mi primer Tomo, en los números 3, y 5. Sabía asimismo, que este Autor impugnó varios errores, u opiniones dudosas, pertenecientes a la Historia Natural, porque también se lo dije yo a él, y a todo el mundo en el número 11 de la misma. Y ve aquí por qué se clavó el pobre. Si como le dije estas dos cosas, le hubiera dicho que hasta el año de 33 no habían salido los dos Tomos del cascarón de la lengua Inglesa, no saldría ahora con este gazapatón. Pero al fin esto le servirá para que en adelante se vaya con más tiento en las imposturas, y no diga que yo hurté tal Discurso de tal Autor, si no le cito dentro del mismo Discurso, o anteriormente a él; porque si le cito en otro Tomo posterior, como sucedió ahora, puede suceder, como sucedió ahora, que el tal Autor no saliese a luz sino posteriormente a mi Discurso. Pues P. Cronista, cuenta con ello, que éste es aviso de amigo.

Aquello de los otros Revisores no son más que etceteras que nada significan. Eso se llama hablar a bulto, y a Dios te la depare buena. Si el P. Cronista no fue Revisor de Tomás Brown, a quien nombra, menos sería Revisor de otros innominados Revisores. Mas ya que no sea Revisor de los Autores que cita, le encargo mucho que primera, segunda y tercera vez sea Revisor de cuanto escribe; y no contento con esto, lo entregué a ser examinado por seis u ocho Revisores de los más doctos de su Orden, para que avisen al Autor después de revisar la Obra.

Prosigue: Los Discursos sobre las Artes Divinatorias, Profecías supuestas, y uso de la Magia, son del gran Diccionario Histórico de Moreri en sus respectivas dicciones, especialmente lo perteneciente a predicciones Sibilinas, y Oráculos del Gentilismo, que todo es literalmente copiado verbo Sibile, y verbo Oracle.

Desde luego digo que apelo del fallo del P. Cronista a más de dos millones de Jueces; esto es, a todos aquellos que tengan, o hallen a mano el gran Diccionario Histórico de [39] de Moreri, que es el proceso por donde se ha de juzgar el pleito. Registren las dicciones respectivas a Artes Divinatorias, Profecías supuestas, y uso de la Magia. ¿Pero dónde están éstas? Yo tengo en mi Librería el gran Diccionario Histórico de Moreri de la edición del año de 25, y el Suplemento hecho el año de 35, que lo es de aquella edición, y de la del año de 32. Ni en uno ni en otro encuentro verbo Arts, ni verbo Devinatoires, ni aun Verbo Devins, que son todas las dicciones respectivas que hay a Artes Divinatorias. No hay tampoco verbo Propheties, pero sí verbo Prophetes. Mas suplico a los Jueces que miren si en ese artículo se halla algo de lo que yo digo en el Discurso de Profecías supuestas; que en mi Moreri ni una palabra. Háblase allí algo de los Profetas verdaderos, luego algo menos de los Profetas falsos, en que no se ocupa ni aun media columna, y aun eso poco es importantísimo a todo lo que yo tengo escrito. Hállase sí verbo Magie, y allí, de la Magia diabólica, que es de la que yo discurro en diez y ocho hojas, se trata en sola una columna: ni allí hay otra cosa que las sucintas historietas de unos pocos hechicerillos de que no hice memoria en mi Discurso.

Advierto empero, que si en alguna edición de Moreri, posterior al año de 28, se halláre más de lo que he dicho, tomo la protesta, de que no puede perjudicarme, porque dí aquellos Discursos a luz el año de 28, y así pruebo la coartada. Esta, y otras semejantes advertencias son precisas cuando hay litigantes dolosos.

Lo de Sibílas y Oráculos, como yo no formo Discurso aparte sobre alguno de estos dos asuntos, en ningún modo debe embarazarme. ¿A qué Escritor se intenta acusación sobre que sacó tal o tal especie de tal o tal Autor? Antes, siendo especies históricas, cuales son las que he escrito sobre Sibílas, y Oráculos, de algún Autor se han de sacar: de otro modo no serían especies históricas, sino noticias fabulosas. La verdad es, que Moreri sobre Sibílas, y Oráculos algo dice de lo que yo he escrito, y que yo no había menester leer en Moreri, cuando en otros muchos Autores se [40] halla; pero también traigo especies que no se hallan en Moreri. Y añada a éstas lo mucho que discurro sobre los Oráculos en la Ilustración Apologética, desde la página 22 hasta la 32, y sobre las Sibílas en el Suplemento, pág. 44, y 45.

En cuanto a lo que articula el P. Cronista que cuanto digo de Sibilas, y Oráculos, todo es literalmente copiado del citado Diccionario, verbo Sibile, y verbo Oracle, de nuevo recurro a la integridad de los Jueces, protestando, que en toda forma me quejo de la calumnia; y esto se entiende aun entrando al cotejo lo que sobre uno y otro añadí en la Ilustración, y en el Suplemento.

Prosigue: El Discurso sobre la senectud moral del Género Humano es del Diario de los Sabios de París del año de 1704, Jornal 41. No tengo del Diario de los Sabios de París más que un Tomo que por accidente vino a mis manos. Este es el del año de 1682. Con todo, desde luego digo que aunque concedamos, lo que es casi moralmente imposible, que dos Autores, uniformemente, y sólo por casualidad se encuentren en un Discurso de diez hojas (tantas tiene el Discurso cuestionado), con verdad pueda decirse que lo mismo es el uno que el otro; con todo, constantemente afirmo, sin ver dicho Diario de 1704, que no se halla en él el expresado Discurso. La razón es, porque el Diario de los Sabios de París todo él procede por unos artículos o extractos pequeñísimos, que es rarísimo el que ocupa tanto lugar como hoja y media de mi Discurso; los más no tanto como una hoja; y muchos ni aun lo que una plana. Sobre lo cual me remito al examen que pueden hacer los que frecuentan la Biblioteca Real.

Prosigue: El Discurso sobre la antipatía entre Franceses, y Españoles es de Pedro Rosel, en el Libro que escribió sobre este asunto; y de D. Carlos García en su Obra intitulada: Los dos Luminares de la tierra, España, y Francia. Que esos dos Autores hayan escrito sobre la misma materia, bien puede ser. Ni en caso que lo hayan hecho, eso me perjudica en alguna manera, pues ni pretendo ni he pretendido, que nadie haya escrito sobre alguno o algunos de [41] los asuntos que yo trato. Sería esa una pretensión fatua, porque supondría el imposible de tener leídos antes cuantos libros hay en el mundo. Pero que mi Discurso sea de esos dos Autores lo niego, y lo reniego. Ni yo vi esos Autores, ni los oí nombrar jamás; y como poco ha dije, el encuentro de dos Autores (y aun aquí somos tres) en una disertación misma, de modo que con verdad se pueda llamar idéntica, si no es moralmente imposible del todo, es un átomo lo que le falta. Lo mejor es, que yo puedo muy bien negar que Pedro Rosel, y D. Carlos García hayan escrito ni una palabra sobre la antipatía de Franceses, y Españoles, porque las innumerables y gruesas imposturas que he evidenciado al P. Cronista, me absuelven de la obligación de darle crédito alguno; de modo, que aun el concederle que hubo tales Autores, me lo puede estimar como gracia.

Prosigue: El Discurso sobre los Días Críticos es de Asclepiades Cornelio Celso, Lucas Tozzi, el Doctor Martínez, y otros. ¿Y no nos dará el P. Cronista especificadas las citas? No pudo hacerlo, porque yo tampoco las especifiqué. Asclepiades, Cornelio Celso, Lucas Tozzi, y el Doctor Martínez son puntualísimamente los que he alegado en el num. 7 contra la opinión de los Días Críticos, ninguno más, y ninguno menos. Sólo la cita vaga de los otros es suya. Estos otros son los Autores que tiene en su Librería, o en la de su Convento. Para los demás cita a cuenta mía, y yo le hago la costa a título de pobre para que me impugne. ¿Y quién negará, que es suma pobreza de caudal pensar que alguien le ha de creer, que yo manifiesto al público los Autores a quienes usurpó los discursos? Supongo que ahora es de mi cuenta participarle qué dicen los Autores que nombro; lo que dicen los otros es de la suya. Mas no por eso deje de citar los otros, que estos otros son los Autores más citados del mundo, pues sobre cualquier materia a cada paso oímos citar lo que dijo el otro.

Cornelio Celso expone brevemente las distintas opiniones de los Autores que están por los Días Críticos, que no todos cuentan de una manera, y nada más; esto es, en el [42] tercer lib. cap. 4. Lucas Tozzi sólo prueba que no hay Días Críticos con algunos ejemplos sacados de Hipócrates, de enfermos que murieron fuera de los Días Críticos; esto hace en el primer Tomo, página mihi 49, y nada más. El Dr. Martínez no hace más que repetir, citando a Tozzi, los ejemplos que éste alega de Hipócrates (Tomo 2 de Medicina Escéptica, conversación 36, pág. 155.)

Esto hay en cuanto a Celso, Tozzi, y Martínez, Autores que tengo en mi Librería. ¿Mas qué diremos de Asclepiades? Que este Autor está con los Autores otros en la del P. Cronista. ¿Qué quiero decir? Que no hay tal Autor en el mundo. Hubo sí en tiempo del Gran Pompeyo un Médico célebre, llamado Asclepiades, de quien nos dan noticia Plinio, y Cornelio Celso; pero Autor Asclepiades no le hay, o porque nada dejó escrito, o porque si escribió algo, ha muchos siglos que se perdió. Plinio nos dice el modo particularísimo de curar que tenía Asclepiades; y Cornelio Celso sólo el que despreciaba los Días Críticos. Leyó el P. Cronista en mi Discurso, § 3, que de los antiguos Asclepiades, y Cornelio Celso contradijeron los Días Críticos. Hizo juicio por aquí de que Asclepiades era Autor, cuyas Obras existen; y dando a entender que las ha leído, como si me hubiera cogido en el hurto, pronuncia que mi Discurso es de Asclepiades. Aquí viene pintado lo de D. José Montoro:

Cierto que se hallan impresas
cosas, que no están escritas.

Lo que luego dice, que muchos me precedieron en la sentencia que expongo en orden a la esfera del fuego, antiperístasis, y peso del aire, libentísimamente se lo concedo, como no volvamos a la impostura de que lo que yo escribo es traslado literal de otros. ¿He propuesto yo por ventura, o hecho empeño de llevar en todo opiniones contrarias a cuantos me precedieron? El motivo de escribir aquellos tres Discursos es, que mi destino es desterrar errores comunes. Yo escribo principalmente para España, y en España son errores comunes los de la esfera del fuego, antiperístasis y absoluta levidad del aire. [43]

Las Paradojas físicas todas son contra errores vulgares de España, y aun de otras Naciones. En orden a ellas padece el P. Cronista el craso error de referir como opiniones de otros las aserciones que yo infiero de los principios que pusieron o admitieron otros. Si esto es ser Autor plagiario, el Subtil Dr. Scoto no es más que un pobre copista, pues en principios que estaban ya asentados, fundó aún sus más particulares opiniones. Cito de varios Libros extranjeros los experimentos que hicieron sus Autores, o éstos refieren hechos por otros; pero de esos experimentos, razonando sobre ellos, infiero conclusiones que sus Autores no dedujeron, ni deducen los que tienen sus libros.

Prosigue también en esta parte con la mogiganga de citar, como Autores que ha leído, los mismos que yo cito. Esto es propiamente extender, respecto de mí, el Instituto de Religioso Mendicante, aun hasta lo literario. Es verdad que también lo extiene respecto de D. Salvador Mañer. Dice; v. gr. el P. Cronista, esta paradoja es de fulano, estotra de citano. ¿Y quiénes son ese fulano, y citano? Son Mons. Villet, Mr. Reamur, el Canciller Bacon, Mons. Homberg, Mons. Gofredo, los dos Lemeris, el P. Dechales, y no sé si hay más. Con la advertencia de que es tan literal en copiarme, que donde yo erré el nombre, él también lo yerra; v.g. yo escribí Mons. Reamur: no se debe escribir así, sino, o Mons. Reaumur como se escribe en Francia, o Mons. Romur como se pronuncia en Francia, y debe pronunciarse en España. Mas como el P. Cronista no vió el nombre de este Autor escrito en otra parte que en mi libro, como lo halló en él así lo puso.

Es verdad que cita un Autor que no cito, pero le tengo, y otros pocos que ni cito ni tengo. ¿De los segundos qué diré? Que me debe estimar como una gracia muy apreciable, si le creo que esos Autores dicen aquello para que los alega; esto no sólo por la razón dada arriba de que habiéndole cogido en tantas imposturas, estoy absuelto de la obligación de creerle sino lo que ven mis ojos; mas también por otra muy particular del asunto individual en que estamos; [44] y es, que el Autor que yo tengo y no cito, ni una palabra dice de aquello para lo que alega, ni aun toca la materia. Dice así el P. Cronista: La primera paradoja física es literalmente del P. Julio Roville, extractado en las Memorias de Trevoux de 1717. Mi primera paradoja Física es esta: El fuego elemental no es caliente en sumo grado. ¿Dice esto, o algo concerniente a ello el P. Roville, extractado en las Memorias de Trevoux de 1717? Nada. Ni una palabra se halla en él de fuego elemental, ni de grados, ni de calor. El libro extractado del P. Roville está en el primer Tomo de las Memorias de dicho año, en el artículo 37, pág. 484, y su título es este: Discurso sobre la excelencia, y utilidad de las Matemáticas, pronunciado en el Colegio Real de la Compañía de Jesús de la muy célebre Universidad de Caen. De modo, que aun el que llama libro no es libro. Y no hay otra cosa, ni chica ni grande del P. Roville en todos los cuatro Tomos de las Memorias del año de 1717. Pero aunque el título promete cosa diversísima de mi paradoja física, ¿acaso por incidencia tocará algo que aluda a ello? Vuelvo a decir que ninguna palabra. Como de tales cosas se permiten en España, para que las Naciones extranjeras hagan mofa de nuestra literatura.

En lo de que el P. Dechales estampó las proposiciones que se enuncian en mis paradojas nona y duodécima, dice la verdad. ¿Pero esto es usurpación, o robo? En ninguna manera. Lo primero, porque para la duodécima le cito yo. Lo segundo, porque aunque coinciden estas dos paradojas mías con las suyas, yo me extiendo mucho más en ellas, y alego noticias y pruebas que no se hallan en el P. Dechales.

Inmediatamente a esto entra una trápala tumultuaria y confusa, de que todo lo restante de los dos primeros Tomos del Teatro Crítico es copiado del Diccionario de Moreri, del de Dombes, de la Historia de la Academia Real de las Ciencias, del Diario de los Sabios, de las Noticias de la República de las Letras, de las Curiosidades de la Naturaleza, y del Arte del Abad de Vallemont, del Magisterium naturae, del P. De-Lanis, de las Relaciones de Tabernier, Tevenot, [45] y de otros Viajeros, de las Letras Edificantes, de los Polianteístas en todo género de Filosofía Moral, Física experimental, y Matemática. Concluyendo así: Y principalmente de las Memorias de Trevoux, en cuyos extractos hace V. Rma. la mayor parte de la cosecha con que enriquece sus Obras, como testifican expresamente los Sabios Colectores de las citadas Memorias en las del año de 1730, fol. 1693.

Empiezo por esto último. Es una impostura garrafal decir, que los Sabios Colectores de las citadas Memorias testifican expresamente (ni aun implícitamente) lo que les imputa el P. Cronista. Impostura garrafal digo, y ofensa garrafal que se hace, no sólo a mí, mas también a los Sabios Colectores. Hállase escrita cosa equivalente a ésta, o idénticamente la misma, en el lugar que cita el P. Cronista. ¿Pero quién la dice? ¿Los Sabios Colectores? Nada menos. Esto está en la copia de una Carta que los Colectores dicen haber recibido de Zaragoza, dirigida a ellos; y empieza de este modo: Lo que vos habíais previsto, cuando anunciasteis en vuestras Sabias Memorias de Trevoux la Obra del P. Feijoo, Benedictino, se ha verificado altamente, pues de todas partes de España se arrojan Escritos sobre los de este Religioso, el cual de vuestras Memorias ha sacado lo mejor que ha escrito en cuanto al fondo de su Obra.

De lo que se sigue, y de todo el contexto de la Carta se colige el Autor de ella. Este fue un Tunante embustero, que se llamaba D. Francisco Antonio de Tejeda, y vivía estafando a todos los que podía, con la droga de que sabía el arcano de la piedra filosofal; lo que no le quitó vivir pobre, y morir como un Adán, como sucede a casi todos los profesores de este embuste. Tratéle yo algo en la casa del Dr. Martínez el año de 1728. Tradujo dicho Tunante un libro de Aeynereo Philaleta, que trata de la piedra filosofal; y aunque oculta su nombre el Traductor debajo del de Teófilo, en la citada Carta le descubre. Impugnéle yo en el Discurso octavo del tercer Tomo, y quiso vengarse (a lo que parece) escribiendo la Carta dicha a los Autores de las Memorias de Trevoux, que al fin de cada mes estampan las noticias literarias [46] que reciben de todas partes, para que la calumnia corriese todo el mundo. De que él fue Autor de la Carta no tengo evidencia, pero sí unas fuertísimas conjeturas, fundándose parte de ellas en la misma Carta, cuyo Autor elogia mucho a dicho Tejeda, y se queja igualmente de que yo le haya impugnado. Bien pudo hacer esto mismo algún simple apasionado suyo. Un Boticario muy acreditado, llamado Peña, a quien de paso traté en Alcalá el año de 28, me dijo que este petardista le había hecho perder drogas de bastante valor, que graciosamente había sacado de su Oficina con la esperanza de la piedra filosofal.

¿Pero acaso aprueban, o asienten los Autores de las Memorias a que yo saqué de ellas lo mejor que he escrito? Nada menos. Copiada la Carta, pasan inmediatamente a copiar una sucinta noticia del libro de Tejeda, que se les remitió juntamente con ella; y de allí a copiar asimismo Cartas recibidas de otras partes, en cuyo género de Escritos su práctica comunísima es darlos al público sin hacer crisis alguna sobre su contenido.

¿Pero juzga V. md. que vio el P. Cronista el lugar que cita de las Memorias de Trevoux? Nada menos. Vio sí la Carta de Tejeda copiada por mí en mi quinto Tomo, Discurso XVII, §.II, donde rebato el testimonio que me levantó Tejeda, de que tomé de aquellas Memorias lo mejor del fondo de mi Obra. Y aquí se descubre, como en otras muchas partes, la insigne mala fe del P. Cronista. Allí vió el falso testimonio de Tejeda: y allí vió también la repulsa del falso testimonio: esto segundo en el §.IX. ¿Pues qué hizo? Copió el falso testimonio, añadiendo otro; esto es, que el testimonio es de los Autores de las Memorias, y calla la demostración que hice de su falsedad.

En orden a aquella trápala (que no merece otro nombre) de que yo me aprovecho en mis Escritos del Abad de Vallemont, de Tabernier, Tevenot, y otros Viajeros, de las Letras Edificantes, &c, muestra en ella el P. Cronista que estaba persuadido a que no había de hallar en España sino Lectores insensatos. Es cierto que de todos esos libros, y de [47] otros muchísimos más me he servido. ¿Pero qué? ¿Había yo de fabricar en la oficina de mi cerebro noticias históricas, geográficas, y otras semejantes, que consiste meramente en hechos? ¿O tomarlas de los Autores que pudieron examinarlos? ¿Qué pretende el P. Cronista? ¿Que yo fuese a pasear toda el Asia para averiguar si es verdad todo lo que de aquella gran parte del mundo nos dicen Tevenot, Tabernier, y otros Viajeros? ¿Que fuese asimismo a pasear una gran parte de la América, y de la Africa, para informarme por mí mismo de lo que de muchas Regiones suyas escriben los Autores de las Cartas Edificantes? ¿Que yo fuese a trabajar con el arado, y azadón en Montes, y Valles, Jardines, y Huertas, para asegurarme de los experimentos que afirman el Abad de Vallemont, Mons. de la Quintinie, el P. Vanniere, y otros, en orden a la Agricultura? Creo que también, cuando digo algo de Ciro, u de Alejandro, quiera imponerme la obligación de retroceder mi nacimiento a los tiempos de aquellos dos Conquistadores para ser testigo de vista de sus hechos, y acusarme de Autor plagiario, si para algunos de ellos cito a Herodoto, Xenofonte, Plutarco, o Quinto Curcio. Dudo que otro Escritor igualmente extravagante haya parecido hasta ahora en el mundo.

Después de tantas y tan enormes imposturas, pone con gran serenidad al num. 42, por confirmación de todas ellas, otra impostura. Háceme cargo de dos o tres cláusulas mías en el primer Tomo de Cartas (dice el segundo, que supongo ser yerro de Imprenta) Carta 2, num. 1, que son las siguientes: Aunque en la solución de estas y otras dificultades físicas (hablo de las que propongo en aquella Carta) pone algo de su casa mi tal cual discurso, por la mayor parte lo debo a luz que me han dado los más excelentes Filósofos de estos últimos tiempos. Nunca he deseado aplausos que no merezco. Sin embargo puede ser que me quede salva alguna partecita de mérito, aun en la doctrina ajena, si acertare a proponerla con alguna más claridad que los Autores de quienes la derivo.

Cuando esta ingenua y modesta confesión mía, tan [48] voluntariamente hecha, debiera edificarle, y aun confundirle; como las destempladas pasiones (que no es una sola) que la enardecen contra mí, todo lo envenenan, de aquel benigno y suave cordial hizo ponzoña: porque inmediatamente a la primera cláusula mía prosigue así: Pero como en el número citado declara V. Rma. que aquel algo que pone de su casa, se reduce a exponer las noticias, discursos, observaciones, y reflexiones que traslada, con alguna mayor distinción, método, y claridad que tenían en sus originales, se convence que V. Rma. sólo es Autor de aquella mayor claridad, método, y elegancia que resplandece en el Teatro; pero mero copiante de los discursos, especies, y apoyos que promueven sus argumentos.

¡Qué bien! La inteligencia de mi contexto está admirable. No creería yo que hombre alguno de los que saben leer, por ignorante que sea, la errase tan enormemente. Yo clara, y clarísimamente distingo en aquel pasaje de substancia y modo. La substancia está en la entidad del Discurso sobre la solución a las cuestiones físicas que propongo en aquella Carta. El modo está en la claridad con que me explico. Clara y clarísimamente digo, que en cuanto a la substancia lo más es doctrina ajena; pero también pongo algo de mis casa. Clara y clarísimamente digo, que en cuanto al modo me queda alguna partecita de mérito aun en la doctrina ajena, que es proponerla con más claridad que sus Autores. ¿Pues cómo el P. Cronista lo trastorna y confunde, atribuyéndome que digo, que lo único, o aquel algo que pongo de mi casa es el modo de la claridad?

Mas no es esto lo único que hay que notar aquí, sino que esta modesta confesión propone como confirmación de la general y absoluta sentencia que acaba de echar, de que cuanto he escrito fue copiado de otros Autores; pues luego que acaba de proferirla, prosigue así: Patente confirmación de esta verdad es aquella confesión, &c. Para proponer al Público aquella confesión mía, como confirmación patente de que en todo y por todo soy Autor plagiario, es preciso una de dos cosas: o bien que su intención sea representársela [49] como extendida a cuanto he escrito: o bien que aunque limitada a la Física que hay en aquel Discurso, quiera que de ella, aunque yo no lo confiese, se infiera que en cuanto he escrito sucede lo mismo; esto es, valerme de doctrinas ajenas.

Si lo primero, es imposible absolverle de la nota de mala fe, siendo visible, que mi confesión es limitada a las cuestiones físicas que propongo en aquel Discurso. Si lo segundo, hace, o quiere que el Público haga una ilación sumamente disparatada: esto es, de confesar yo, que en asunto determinado me valí de alguna doctrina ajena, inferir que en cuanto he escrito hice lo mismo. Esto es puntualísimamente, como si de confesar un hombre, que tal alhaja (designándola) que tiene en su casa es prestada, se quisiese inferir que cuanto hay en su casa es prestado. Y sería ciertamente una cosa admirable, que si confesase que aquella alhaja se la había prestado fulano, este fulano, fundado en dicha confesión se quisiese echar sobre todos sus muebles. No sé de quién ha aprendido el P. Cronista tan extraña Lógica; porque ciertamente ni la enseña Scoto, ni Scotista alguno.

Pienso yo, que de aquella confesión mía muchos inferirán lo contrario, coligiendo de la sinceridad con que voluntariamente manifiesto al Público que en la mayor parte del asunto de aquel Discurso me valí de doctrina ajena, que lo mismo declararía en orden a otros, si en ellos también me hubiese aprovechado de trabajos ajenos.

Voy ya a concluir en orden a esta cuarta reflexión, en que tanto me he dilatado; y en lo poco que resta hallará V. md. mucho que reír, mucho que admirar, y infinito que reprehender. Vió V. md. hasta ahora la multitud de imposturas, y oprobios que ha arrojado sobre mí el P. Cronista. Ahora verá, que en su pluma hay tinta para ennegrecer a otros muchos hombres buenos.

En el num. 43, que es el inmediato al que acabo de exponer, después de repetir la general de que todo lo que he escrito es tomado de otros, prosigue así: Con esto se ha [50] representado V. Rma. a los vulgares, a los curiosos iliteratos, y aun a algunos que gozan la investidura de doctos, como hombre de erudición admirable, comprehensión prodigiosa, y vasta literatura, pero tan sin razón, &c. Según esto, cuantos hasta ahora han elogiado mi ingenio, y erudición, o son iliteratos, o meramente tienen la investidura de doctos.

Este fallo coge de lleno lo primero a los mismos Aprobantes de su Obra. ¿Quién tal pensará? Pues es cosa de hecho. Vamos a verlo. El Rmo. P. M. Fr. Jerónimo Fernández, del Gremio, y Claustro de la Universidad de Salamanca, su Catedrático de Artes, Prior que ha sido del Convento de San Andrés de Carmelitas Calzados, y Secretario de Provincia, Revisor de su Obra por el Ordinario, en la tercera plana de su Aprobación, línea 12, así habla de mí: El Rmo. Doctísimo Feijoo, Gigante sin duda de procer estatura, que mantiene y decora la palestra con las brillantes armas de su Crítica. Este es un elogio muy alto, porque son muy altos los Gigantes, cada uno dentro de la línea en que es Gigante; y como el Rmo. Fernández no ha tomado la medida a mi cuerpo, sino a mi literatura, lo que pudo hacer por la literatura de mis libros, en la literatura me aclama Gigante. Luego será el Rmo. Fernández, o uno de los curiosos iliteratos, o de los doctos de investidura, porque así lo falla el P. Cronista.

No menos elogio, o el mismo gigante elogio debo a los Rmos. PP. MM. Fr. José Carantoña, Doctor Teólogo del Gremio, y Claustro de la Universidad de Salamanca, y su Catedrático de Vísperas; y Fr. Gregorio Malvido, Lector de Prima en el General Colegio de S. Francisco de la misma Ciudad. Estos, que son del mismo Orden del P. Cronista, y Aprobantes por su Vicario General, al principio de la tercera plana de la Aprobación le dicen así al P. Cronista: Aliéntese sólo con dar al público, que sale a medirse con el que hoy venera Gigante el Orbe Literario.

De modo, que sus Aprobantes mismos vienen a ser sus Reprobantes, por lo menos en cuanto a los oprobios con que me insulta, y acusaciones con que me infama. El me [51] deprime, ellos me exaltan. El me representa Pigmeo, ellos Gigante. Pero eso no importa; porque como los tiene degradados de verdaderos doctos el P. Cronista, su panegírico de nada me hace al caso.

Cae lo segundo el fallo sobre muchísimos Sabios de nuestra Nación, y de otras, de no pocos de los cuales puedo mostrar testimonios. Y a todos les da de lo mismo el Sr. Abad Franconi en la Dedicatoria al Embajador de Venecia de la traducción que hizo del primer Tomo del Teatro Crítico a la lengua Italiana, la cual Dedicatoria empieza así: Al célebre Teatro Crítico dell`Eruditissimo Feijoo, che a meritato l`approbazione, è il plauso di tutta non solamente la Spagna, come dalle molte impressione di esso fatte può vidersi, ma di que le letterati ancora di altre Nazioni, è specialmente di Roma, &c. Este Abad, como habita en Roma, sabrá muy bien lo que sienten de mis Escritos los Literatos (Letterati) de Roma, y también de otras partes, porque de todo, y de todas partes acuden allí las noticias. Mas ya estos Literatos serán iliteratos, porque así lo dice el P. Cronista.

Cae lo tercero el fallo sobre los que inspiraron, o confirmaron al Rey nuestro Señor en el concepto que hizo de mi mérito para darme los honores de Consejero suyo, debiendo creerse de la alta prudencia del Monarca que no procedería en la concesión de gracia tan extraordinaria sin pleno conocimiento de mi proporción para ella, ya adquirido por sí mismo, ya por el informe de sujetos sabios.

Cae lo cuarto sobre las honrosas cláusulas del Decreto que se expidió para aquel distintivo. Oigalas V. md. que bien merecen ser notadas: Por cuanto la general aprobación y aplauso que han merecido en la República Literaria a propios, y extraños, las útiles y eruditas Obras de vos el M. Fr. Benito Jerónimo Feijoo, digno hijo de la Religión de S. Benito, &c. y callo las demás que comprehende la Real Cédula, porque bastan las referidas para preguntar al P. Cronista, ¿si una vez que es el aplauso general, se debe contar sólo por de iliteratos, u de solamente doctos de investidura?

Cae lo quinto el fallo del P. Cronista sobre dos [52] Eminentísimos, y Sapientísimos Cardenales de la Santa Iglesia Romana. El primero el Eminentísimo Sr. Cardenal Cienfuegos, de quien tengo una Carta sumamente honorífica, escrita de su propio puño, su fecha 27 de Junio del año de 1733, en la cual de mi ingenio y erudición hace un elogio tan alto, que parece apuró en él toda su elocuencia, siendo ésta muy grande. Puede V. md. ver su copia en la Aprobación que a mi sexto Tomo dio mi Compañero el P. M. Fr. José Pérez.

El segundo es el Eminentísimo Sr. Cardenal Querini, Veneciano, Benedictino de la Congregación Casinense, hoy Obispo de Brescia, de donde me dirigió una Carta no menos honrosa que la mencionada, escrita también de su puño con fecha de 7 de Marzo del presente año; y traducida del idioma Italiano al Español, es como se sigue:

Rmo. y Doctísimo Padre.
Brescia 7 de Marzo de 1749.

Deseoso yo mucho tiempo ha de hacer conocer a V. Rma. la distintísima estimación que hago de su talento, verdaderamente admirable en la Arte Crítica, y asimismo en otras Ciencias más sublimes, me aprovecho gustoso de la favorable ocasión que me presenta el viaje a España del Señor Cardenal Portocarrero, en cuya compañía pasará esta Carta mía el Mediterráneo, llevando juntamente consigo algunas pequeñas composiciones mías (habla de las Obras que dio a luz), las cuales me atrevo a ofrecer a V. Rma. con la confianza de que las recibirá cortés, y benignamente. Este favor le suplico ahora, y con verdadero corazón me protesto.

De V. P. Rma.
Brescia 7 de Marzo de 1749.
Servidor
A. M. Cardenal Querini. [53]

He repetido la fecha, porque en el original está repetida del mismo modo. La A. y M. de la firma son las iniciales de su nombre, u de sus dos nombres Angelo María, que tal es el modo de firmar Cardenalicio. Este Cardenal es uno de los hombres más doctos que tiene toda la Iglesia de Dios. Tal estimación tiene en Roma, según testifican varios Españoles que le conocieron en aquella Corte. Y es cosa de hecho, que su insigne literatura, y resplandeciente piedad le elevaron a la Púrpura. Si con todo quiere el P. Cronista que este Eminentísimo sea no más que un docto de investidura, que lo sea, y vamos subiendo más arriba. ¿Más arriba? De los Cardenales no hay otro ascenso, que al Papa. Pues al Papa hemos de subir.

Cae lo sexto el fallo del P. Cronista sobre nuestro SS. P. Benedicto XIV, que hoy reina gloriosamente. En su Carta Pastoral que cité arriba, tres veces me cita con honor en el Discurso XIV de mi primer Tomo del Teatro Crítico, y esto en el corto espacio de cinco hojas, que son en las que trata el asunto que yo traté en aquel Discurso. Todo el resto anterior de aquella Carta, aunque todo perteneciente al Culto Divino, razona sobre otros dos asuntos de que yo nada escribí jamás. Si me cita con honor, se infiere que lee mis libros con aprecio; de que hay también por otra parte noticia positiva. Este Sumo Pontífice, con la venia del P. Cronista, todos asientan que es doctísimo, y en sus Obras ha manifestado, sobre una grande y vasta erudición, una excelente Crítica, sobre que puede verse el Rmo. P. M. Fr. Miguel de S. José en su Bibliografía Crítica, Tom. III, desde la pág. 519, hasta la 588.

Y ahora, con la ocasión de nombrar este sabio Trinitario, me acordé de una célebre contradicción del P. Cronista. En lo poco que he leído de su primer Tomo, dos veces le nombra, la una llamándole doctísimo Panegirista mío; la otra gran Panegirista mío: uno y otro con mucha verdad, porque realmente es doctísimo, y realmente también gran Panegirista mío en muchas partes de su dilatada Obra; pero con más especialidad y extensión en el primer Tom. verb. [54] Benedictus Hieronymus Feijoo, donde por ocho columnas de folio amplísimamente me cumula de muy sobresalientes elogios. ¿Cómo compone, preguntaré ahora al P. Cronista, el llamarle doctísimo Panegirista mío, con lo que poco ha nos dijo, de que sólo me aplauden los iliteratos y algunos doctos de investidura? Si me respondiere que él nada compone, antes lo descompone, aprobaré la respuesta.

Si acaso V. md. me notáre el que produzco a mi favor testimonios que me son tan gloriosos, le responderé que de las alabanzas en causa propia es lícito usar, como de la espada cum moderamine inculpatae tutelae. Después de enumerar algunas excelencias que le ilustraban, con el motivo de que algunos querían deslucir su mérito, decía el Apostol S. Pablo a los de Corinto: Factus sum insipiens, vos me coëgistis; ego enim a vobis debui commendari. Lo propio puedo decir yo al P. Cronista: Factus sum insipiens, tu me coëgisti; ego enim a te debui commendari. Fuera de que, siendo mi honor, no sólo mío, mas también de mi Religión, no sólo puedo lícitamente, mas también estoy obligado a volver por él.

Señor mío, aunque yo al principio me había propuesto hacer en esta Carta una excursión por las nueve Reflexiones generales con que el P. Cronista pretende dar a los lectores una idea de todas mis Obras, desisto ya de este intento por ahora: Lo primero, porque este escrito ya para Carta es muy largo: lo segundo, porque me instan infinitos de todas partes para que concluya y dé a luz el tercer Tomo de Cartas, en el cual, por buenas razones, me pareció no incluir ésta, sino adelantarla a las demás.

Lo tercero, porque lo escrito basta, y sobra para comprehender qué es lo que se puede esperar de todo lo que el P. Cronista dio a luz en estos dos Tomos, y de lo que puede dar en adelante. Posible es, que poco a poco se le fuese mitigando la ira con que tomó la pluma, después de desfogarla en tantos torpes y rústicos dicterios como vertió en una grande parte del primer Tomo. Así en cuanto a esto alguna esperanza me resta de que se enmiende en parte, porque [55] después de desfogar tan copiosamente el humor atrabiliario que le turba la vista, es natural que use de ella para reconocer el Hábito que tiene acuestas, y las grandes obligaciones que están anexas a él. Pero nada me prometo en cuanto a las ilaciones absurdas que frecuentemente hace, y citas falsas que tan copiosamente multiplica; porque esto no pende de precipitaciones de la cólera, sino de otro principio muy diverso.

Es verdad, que en cuanto a las citas falsas hay quienes sólo le acusan de una ligera y mal fundada confianza. Un sujeto de Madrid escribió a un amigo suyo, residente en esta Ciudad, que habiéndole hecho cargo sobre el asunto de las citas, respondió que para ellas se había valido de otros, los cuales le habían engañado; lo que muchos tendrán por cierto, en atención al gran número de Autores que cita: ¿porque quién creerá que en la librería de su Convento (es bien verisímil que ni en otra alguna de Ciudad-Rodrigo) hay esos libros? Sábese la incuriosidad, o negligencia que en orden a tales libros reina en España. Hay en Madrid muchos, no sólo en la Real Biblioteca, mas aun en las de algunos particulares. Creo hay bastantes en Zaragoza, y Sevilla, y tal cual otro Lugar de los mayores de España. Pero todos esos Lugares están muy distantes de Ciudad-Rodrigo. Hay en algunos Colegios Mayores muy buenas librerías; pero en Ciudad-Rodrigo no hay algún Colegio Mayor. En las librerías de los Regulares hay los libros necesarios para las funciones propias de su Instituto, y muy pocos de los otros, a excepción de dos Religiones que en algunas Casas suyas se extienden algo más. Los Abogados, Médicos, Cirujanos, &c. se contentan con los libros de su profesión. Demos, añaden, que en Ciudad-Rodrigo haya quien tenga los libros de las Memorias de Trevoux, que pasan de doscientos; los de la Academia Real de las Ciencias, que ya llegan a ochenta, y son muy costosos; los cincuenta y dos de la República de las Letras; el Diario de los Sabios de París, que si se ha continuado hasta ahora, consta ya de más de sesenta Tomos; las numerosas Obras del P. Kírquer, y otros muchísimos [56] extranjeros que cita el P. Cronista, y son bastante raros en España. Demos, dicen, que en Ciudad-Rodrigo haya quien, o quienes tengan todos esos libros. ¿Sus dueños los prestarán para que estén años enteros en la celda de un Fraile, careciendo de su uso todo ese tiempo?

Pero este argumento, aunque en apariencia especioso, no hace fuerza alguna. La solución es clara. No hubo menester el P. Cronista esos libros, ni propios, ni prestados. Con tener los que escribió D. Salvador Mañer, y los que escribí yo, estaba proveído de cuanto era necesario para completar su Obra, tal cual ella es; porque con citar los libros que los dos citamos, como que los ha examinado, sin haber visto ni aun los rótulos, todo está compuesto. Y aunque esta industria le ocasione una u otra vez el fracaso de citar libros que no hay en el mundo, como cuando escribió que mi Discurso contra los Días Críticos es de Asclepiades, pensando el pobre, que pues yo decía que Asclepiades se había opuesto a ellos, debía de haberlo leído en algún libro suyo; o también el de citar un Autor desfigurando su nombre, porque en mi libro le halló desfigurado; v. gr. Reamur, eso poco importa, porque pocos saben que no hay libro alguno de Asclepiades, ni impreso, ni manuscrito; y pocos saben también que se llama Reaumur, o Romur.

Es así que esto lo saben pocos; pero todos saben y conocen (como ya se le avisó arriba), que ningún Autor plagiario cita aquellos Autores, cuyos escritos usurpa; porque esto sería mostrar a los lectores el camino por donde han de dar con el robo. Así es notable inadvertencia, cuando yo no nombro como patronos de mi opinión, sobre los Días Críticos más que los cuatro, Asclepiades, Cornelio, Celso, Tozzi, y Martínez, proponer él esos mismos, ninguno más, ninguno menos, como que en ellos hice mi cosecha. ¿Quién será tan lerdo que no conozca que no tiene otra noticia de ellos que la que halló en mi escrito? ¿Ni quién será tan rudo, que le crea que yo descubro los Autores, cuyos Discursos me apropio? Este es un error transcendente del P. Cronista en cuantos robos me imputa. [57]

En dando a luz mi tercer Tomo de Cartas, puede ser que me divierta con V. md. con tal cual otra, sobre lo que sigue a las cuatro primeras reflexiones del P. Cronista; porque mi cabeza, mi mano, y mi pluma no están ya para cosas mayores. Pero esto de responder o impugnar, es más fácil que pedir prestado. Por esto siempre estoy en que los que no escriben más que impugnando o respondiendo, aunque multipliquen libros sobre libros, son unos meros Escritores, que sólo merecen el nombre de Autorcillos; y esto se entiende en caso que lo hagan algo razonablemente, que si lo hacen como el P. Cronista, no sólo no los tendré por Autores, mas ni aun por Autorcillos; sí sólo (salvo siempre el honor que se debe al estado, y Hábito de algunos) por unos ratones de los desvanes, y zaquizamíes del Palacio de Minerva, que no tienen habilidad más que para roer papeles, y destrozar libros.

En orden a lo que he dicho de que en concluyendo la impresión de mi tercer Tomo puede ser remita a V. md. una u otra Carta más sobre el mismo asunto, no tiene V. md. que temer que aunque quiera escribir (dándome Dios vida) treinta o cuarenta Cartas más, tan largas como esta, me falte materia; pues en lo que he visto de la Obra del P. Cronista, no hallé hoja en que no haya mucho que celebrar. Iba ya a concluir; pero aguarde V. md. que ahora ocurre nueva especie, que no debo omitir.

Sepa V. md. que llegando aquí con la pluma, supe que el Sr. D. Manuel Sánchez Salvador, de quien hablé arriba, con ocasión de la Carta del Sr. Languet, tenía también el libro de D. Carlos García, de quien dice el P. Cronista saqué el Discurso de la Antipatía de Franceses, y Españoles, y al momento se le envié a pedir para hacer el cotejo.

Este es un libro en octavo de 401 páginas, escrito en Francés, y Castellano, alternando por páginas los dos idiomas; e impreso en Ruan el año de 1626. El Autor de él es dicho D. Carlos García, o el Dr. Carlos García, que así se nombra en el libro; y le tradujo en Francés uno que sólo se nombra con las tres letras iniciales R.D.B. Tiene veinte [58] capítulos, y de éstos sólo uno, que es el 17, toca la materia que yo trato en mi Discurso, que es señalar las causas de la antipatía u oposición entre Franceses, y Españoles.

Pues ahora, Sr. mío, para que V. md. acabe de asombrarse de la mala fe del P. Cronista, sepa también que escritos más diversos, y aun más encontrados sobre un mismo asunto, que aquel Capítulo y mi Discurso, no los habrá visto jamás.

Señala el Dr. Carlos García cuatro causas de la antipatía entre Franceses, y Españoles. La primera el influjo de los Astros. La segunda, la concurrencia del Rey de Francia Luis XI, y el Rey de Castilla Enrique IV, en los límites de los dos Reinos, con numerosa comitiva de una y otra parte; en la cual concurrencia, dice el Autor, que como el Rey Castellano y los suyos fuesen muy ricamente vestidos, y al contrario muy pobre y ridículamente el Francés y los suyos; los Españoles hicieron gran mofa de los Franceses, y de aquí empezó el odio de éstos a nosotros. La tercera causa que señala, es, que en los tiempos pasados no venía algún Francés hombre de forma a España, sí sólo unos miserables desarrapados que ganaban su vida en España en oficios muy viles: lo que dice, fue gran parte para que los Españoles mirasen con desprecio y ojeriza a la Nación Francesa. Y la cuarta y última, la diversidad de genios de una y otra Nación.

Ahora vuelva V. md. los ojos a mi Discurso, y hallará que ninguna de estas cuatro cosas señalo yo por causa de la antipatía de Franceses, y Españoles. De la segunda y tercera no hago la más leve memoria en aquel Discurso, que es bien corto, porque de hecho no las tenía, ni las tengo por causas, ni aun parciales de dicha oposición. La primera, esto es, el influjo de los Astros, positivamente la impugno en el num. 2. Y lo mismo la cuarta en el num. 9. Asimismo verá V. md. allí, que las causas que yo señalo de dicha oposición, todas son tomadas de la Historia, y todas muy diversas de aquellas cuatro. ¡Así hace ilusión a sus lectores, y a todo el mundo un P. Cronista General de la Religión de S. [59] Francisco! Pero habiendo visto tantas de este género, ¿qué extraño ahora?

Propongo también por fiadores de mi verdad sobre la diferencia de estos dos escritos, a los mismos que escribí como tales anteriormente sobre otros asuntos semejantes. Y siento mucho no tener a mano algunos inteligentes de la lengua Francesa, para que vean por sus ojos los disformes testimonios que el P. Cronista levanta a los Autores de las Memorias de Trevoux, y a otros muchos Escritores Franceses. En este Colegio mío hay cinco que la entienden; pero como es natural ser repelidos por apasionados, de nada me sirve su testimonio.

Sin embargo no pienso que esto sea en alguna manera necesario, porque cualquiera podrá hacer reflexión de que constando ser falso lo que dice de haber yo trasladado de tales o tales libros, que están en lengua Castellana, y que por consiguiente leen muchos, y pueden leer todos; ¿qué se puede esperar de él en lo que dice de haberme servido para lo mismo de los libros Franceses, que leen poquísimos? En efecto, vuelvo a decirlo, jamás he visto impostor tan atrevido, ni tan declarado enemigo de la verdad; pero tampoco tan inconsiderado; pues por serlo tanto, él mismo descubre sus imposturas. ¡Rara ceguedad de hombre (dejando otras muchas cosas), arrojarse a decir, que muchos de mis Discursos son traslados literales! Quien se atreve a proferir una patraña tan visible, ¿a qué no se atreverá? Patraña tan visible, digo; pues aun los que no tengan la crítica necesaria para conocer la uniformidad de mi estilo, alcanzan por lo menos, que no he menester mendigar el ajeno. Antes le he desafiado a que muestre un solo Discurso mío que sea traslado literal. Ahora extiendo el desafío a que muestre solas cuatro líneas tomadas de otro Autor, sin citarle yo, proponiéndolas como suyas; y esto debajo de la convención allí propuesta. Pero ya basta. A Dios, Sr. mío, hasta otra.

Oviedo, y Junio 30 de 1749.


{Benito Jerónimo Feijoo, Justa Repulsa de Inicuas Acusaciones (Madrid 1749). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 1-59.}