Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Aristóteles

La Política

Versión de Natividad Massanés. Editorial Iberia (Obras maestras), Barcelona 1954

Aristóteles, La Política, versión establecida a la vista de los textos más autorizados por Natividad Massanés, con unas notas prologales por Emiliano M. Aguilera [págs. vii-xiii], Editorial Iberia (Obras maestras), Barcelona 1954, XIII+306 págs. Sobrecubierta de Ricardo Giralt Miracle (1911-1994).

La colección «Obras Maestras» comenzó a publicarse en Barcelona en 1944, por el editor Joaquín Gil Guiñón (quien ya en 1930 utilizaba el nombre de editorial Iberia, junto con el suyo propio; por ejemplo en la edición de Los vicios de París, «novela de los placeres mundanos», de Guy de Teramond, volumen 6 de la colección El hampa moderna). «Obras Maestras» se inició con gran empuje, y el mismo 1944 publicó ya varios títulos: Plutarco, Vidas Paralelas (traducción de Antonio Ranz Romanillos); Homero, La Iliada (traducción de Montserrat Casamada); Homero, La Odisea (traducción de Mauricio Croiset); Virgilio, La Eneida (tradución de DFV revisada por Miguel Querol); Shakespeare, Dramas (versiones clásicas de Nicolás Fernández de Moratín, Marcelino Menéndez Pelayo y Mario del Álamo); Le Sage, Gil Blas de Santillana (versión clásica del Padre Isla); Cervantes, Novelas ejemplares; Conde de las Cases, Memorial de Santa Elena (Traducción de Juan G. de Luaces), &c., bajo la marca editorial «Joaquín Gil». En 1945 figuran en los volúmenes de «Obras Maestras» como editores tanto Joaquín Gil como Editorial Iberia, y en 1947, cuando incorpora un volumen de Diálogos de Platón (en versión de Juan Garriga), aparece ya sólo publicada por Editorial Iberia. (Al parecer Joaquín Gil marchó a Buenos Aires antes de la guerra civil, y ya no volvió a España, haciéndose cargo de la Editorial Iberia su cuñado, Gabriel Paricio; en los años cincuenta se publicaron en Argentina algunos libros bajo el sello editorial «Joaquín Gil».)

Esta digna edición de La Política de Aristóteles ha sido en general ignorada, al menos por escrito, por quienes han publicado esta obra con posterioridad. Antonio Gómez Robledo (1963) no menciona ninguna otra versión en español de la obra. Carlos García Gual & Aurelio Pérez Jiménez (1977), en el apartado que dedican a las versiones castellanas de la Política, ignoran la existencia de esta edición. Manuela García Valdés (1988) también la ignora. Manuel Briceño Jáuregui S. J. (1989) la menciona entre las versiones españolas, pero entre corchetes, por no haberla visto directamente. Salvador Rus Rufino (2004) sí que la menciona en su (incompleto) elenco de ediciones de La Política en español. Pedro López & Estela García (2005) ni siquiera la mencionan.

Natividad Massanés ordena los libros de La Política según el orden «moderno» y sigue la misma división de los libros en capítulos que aparece en la versión de Nicolás Estévanez. Acompaña su versión de numerosas notas y aunque no ofrece un título para cada capítulo, hace figurar al inicio de cada libro un «argumento analítico»:

Emiliano Mateo Aguilera (nacido a principios de siglo –dicen 1902 y 1905– falleció en 1974), crítico de arte en los años treinta y cuarenta (utilizaba al parecer, entre otros, los pseudónimos «Juan Manzanares» e «Ignacio Beyes»), y que siempre firmó como Emiliano M. Aguilera (para que no le asociaran con Práxedes Mateo Sagasta, de quien era descendiente y con quien estaba políticamente mal avenido) comenzó a colaborar con la editorial de Joaquín Gil en plena República, publicando en 1932 El desnudo en el arte, reproducciones de cuadros y esculturas… precedidas de un breve resumen crítico (Editorial Joaquín Gil, Barcelona 1932, VIII + 158 láminas), y al año siguiente, bajo la marca Iberia, Francisco Goya (Ediciones Iberia, Barcelona 1933, 135 págs.). Esa colaboración se mantuvo en los años cuarenta, sobre todo en libros relacionados con el arte y artistas. Socialista convencido fue director literario de la Editorial Iberia desde principios de los años cincuenta hasta su fallecimiento. Por tanto la firma de Emiliano M. Aguilera se hace frecuente, a partir de entonces, en los volúmenes de la colección «Obras Maestras», sobre temáticas no sólo artísticas, sino también literarias y filosóficas: en 1952 prologa la Historia de la Filosofía y el Tratado de Estética de Jaime Balmes, en 1953 el Robinsón Crusoe de Daniel De Foe; más adelante la Filosofía de arte de Hipólito Taine, o los Ensayos completos de Montaigne. Las «notas prologales» que ofrece al principio de esta edición de 1954 de La Política de Aristóteles las titula «Aristóteles: el hombre, el filósofo, el pragmático», texto transcrito íntegramente más abajo. En ese texto cita y menciona un par de veces a un «traductor y comentarista» de la misma obra, a quien (prudentemente) no identifica, pero que no es otro sino el ex ministro de la I República, militar y masón, Nicolás Estévanez, procediendo la frase citada de Prólogo a su edición de La Política, publicada en español, en el París de 1920, por la editorial de los hermanos Garnier.

Natividad Massanés Paradell (1924-2012), licenciada en Filología Románica por la Universidad de Barcelona, fue invitada a traducir La Política de Aristóteles por Emiliano Mateo Aguilera, y realizó su labor a partir de versiones francesas (según nos asegura personalmente Nati Massanés, en amable conversación telefónica, el sábado 2 de julio de 2005). [Natividad Massanés se trasladó a la Argentina el mismo año en el que se publicó su traducción de Aristóteles, donde vivió siete años –y tradujo, por ejemplo, a John Steinbeck, Jules Romains, Michel de Ghelderode o Jacques Le Goff–, y tras obtener el grado de doctor en la Universidad de Barcelona, se trasladó a la North Carolina University, donde fue profesora durante once años, volviendo a España cuando la transición. En 1977 le puso prólogo a Espejo de sombras, de Felicidad Blanc, y al año siguiente publicó Crecer en España, Argos Vergara, Barcelona 1978.]

Argumento analítico de los ocho libros de La República, según la versión de Natividad Massanés, Barcelona 1954

Libro primero. Objeto y límite de la ciencia política. – Elementos de la ciudad. – Su fundamento en la familia. – La sociedad doméstica: amo y esclavo. – El arte de adquirir la riqueza. Aplicación de esta teoría. – Sociedad paterna y conyugal. – De si se puede exigir la virtud a los que obedecen o solamente a los que mandan.

Libro segundo. Examen de La República de Platón. – Reputación de su sistema sobre la comunidad de bienes. – Examen de la doctrina de Platón en el tratado de las leyes. – Constitución de Fáleas de Calcedonia. – Hipodamo de Mileto. – Gobierno de los lacedemonios. – Gobierno de los cretenses. – Gobierno de los cartagineses. – Gobierno de los atenienses. – Diferentes legisladores.

Libro tercero. De la ciudad y del ciudadano. – Del ciudadano perfecto. – Del ciudadano imperfecto. – División de los gobiernos. – Indole y nombre de los gobiernos, según la deferencia de los ciudadanos y de las leyes. – Quien debe mandar. – Del bien público. – De los ciudadanos eminentes y de los legisladores. – Del soberano. – Transición al libro siguiente.

Libro cuarto. De la vida más perfecta. – El autor demuestra que la vida más perfecta es la que toma la virtud por guía. – La vida más perfecta es la misma para los individuos que para toda la ciudad. – Respuesta a ciertas preguntas relativas a la misma idea. – De la extensión de la ciudad y del número de ciudadanos. – Del terreno más favorable para establecer la ciudad. – De las comunicaciones por el mar y de la navegación. – Naturaleza o carácter que han de tener los ciudadanos. – El establecimiento de una ciudad requiere labradores, artesanos, guerreros, sacerdotes, ricos y jueces. – Proporción que todos ellos han de guardar entre sí. – Opiniones de los filósofos antiguos sobre este particular. – División del territorio. – Labradores. – Situación topográfica de la ciudad; sus murallas. – Templos y plazas públicas. – De las virtudes cívicas necesarias al bien de la ciudad. – De la educación. – De la formación de los ciudadanos. – Del error de los filósofos que refieren las leyes a las artes de la guerra y no a las de la paz. – Preceptos sobre el matrimonio. – De la manera de criar y de educar a los niños hasta la edad de siete años.

Libro quinto. La educación de los jóvenes debe ser común. – Diferencia entre las artes liberales y las artes mecánicas. – De las letras, de la gimnástica, de la música y del dibujo. – El único objeto de la educación no debe ser la utilidad. – De la gimnástica y de la música.

Libro sexto. Teoría general del gobierno modelo. – Cuestiones a tratar. – De la diversidad de las partes que componen la ciudad. – De la democracia. – De la oligarquía. – De lo que ordinariamente se llama organización política. – Manera de formarla. – De la tiranía. – Cuál es la mejor forma de gobierno. – Relaciones de conveniencia que deben existir entre las cualidades de la constitución y las de los ciudadanos. – Cuerpos deliberantes. – De los magistrados y de las magistraturas. – De los jueces y de los juicios.

Libro séptimo. De la organización de la democracia. – Cuál es la mejor forma. – Preocupación que el legislador debe tomar para la organización de la democracia. – De lo que ha de hacerse para consolidar la oligarquía. – De las diversas magistraturas.

Libro octavo. De las revoluciones y de los cambios ocasionados por sediciones en los Estados republicanos. – Causas generales. – Tienen su origen en cosas menudas. – De las revoluciones en las democracias, las oligarquías y las aristocracias. – Medios preventivos para todas. – De los peligros a que se halla expuesta la monarquía. – Medios de salvarla. – De la tiranía. – Sistema de Platón sobre las revoluciones, tal como lo expone él mismo en su La República.

Emiliano M. Aguilera

Aristóteles: el hombre, el filósofo, el pragmático

Nadie, en los días presentes, puede abrigar la pretensión de descubrir a Aristóteles, en ningún aspecto. Lo mismo el hombre que el filósofo, y como tal su pragmatismo, son bien conocidos. Difícilmente se alcanzaría a saber más de su vida, cuyos principales rasgos se ofrecen establecidos de modo definitivo sobre noticias seguras y suficientes, ni caben ya otras interpretaciones del pensamiento aristotélico que las asimismo instituidas. Y ni siquiera, pese a los esfuerzos verdaderamente inauditos de algunos comentaristas, deja de ser fragante y claro.

Aristóteles no es para entenderse en los libros de un Brentano y otros profesores, que se propusieron explicárnosle, y menos todavía en ciertos filósofos que se dicen aristotélicos o que lo son realmente en una u otra medida, interesados en apoyar sus ideas en la autoridad del pensador de Estagira. Este, siempre propenso a la observación y hacia lo práctico, no es en verdad de los filósofos más necesitados de glosarios. Y, por el contrario, donde mejor puede conocérsele es en sus propios tratados, lo que, pese a las apariencias, no es muy corriente.

Dentro de los campos del Pensamiento filosófico suele ser necesario, o conveniente cuando menos, requerir la ayuda de guías y conductores. Máxime cuando el lector no esté muy familiarizado con los antecedentes de unos u otros filósofos, dicho sea para cada caso, y con las relaciones mantenidas entre los mismos, indistintamente de oposición o de coincidencia. Pero no ocurre así con Aristóteles, animado por una de las más sagaces y vigorosas inteligencias que han alumbrado al mundo, mostrándosenos aquel asequible como pocos.

Su sabiduría, con ser tan extensa y profunda, no tiene [viii] en la mayoría de sus aspectos o facetas la oscuridad de la de los otros pensadores, incluso cuando afecta a las cuestiones metafísicas, y precisamente diríase que Aristóteles se afirma más sabio al preveer las dificultades que el entendimiento de sus ideas puedan entrañar, procurando y facilitando nuestro filósofo esa comprensión.

Posiblemente, y como se afirmó ya en muchas ocasiones, la filosofía aristotélica se hace más fácil por lo que tiene de práctica; por razones del ambiente en que se formula, o sea por acción e influjo de las circunstancias y del medio en que Aristóteles se pronuncia y profesa; por obligación casi. Responde, cuando menos en buena parte, al hecho de ser aquel filósofo el hijo de un médico, profesión esencialmente empírica, y a la misma educación que Aristóteles recibe de niño, así de su propio padre como del tutor Práxedes; a haber vivido casi siempre en medio de una sociedad entregada activamente a los negocios, tanto políticos como económicos, y también a ciertas funciones docentes que no tardan en serle encomendadas, cerca del gran Alejandro; a motivos que, repetidamente, alientan y caldean su vocación didáctica. Aparte de que, precisamente por ser mucha su sabiduría, no podía Aristóteles ignorar esto que parece accesorio y que… no lo es: cómo el verdadero sabio ha de procurar hacerse entender por los más, a fin de cumplir el fin que le mueve o debe moverle.

Porque tal objetivo no es, en definitiva, sino el bien de los más, o de… todos, y de ahí que Aristóteles se dirija la mayoría de las veces lo mismo a los altos que a los bajos, al príncipe como al esclavo. Naturalmente, y ello resulta obvio, su pensamiento no llega a todos, pero él lo procura, en lo que depende de sí mismo. Y, puesto a escribir o dictar sus tratados, prefiere pararse en las cuestiones de utilidad inmediata.

Algunos han dicho, Balmes entre ellos, que el genio de Aristóteles no fue poético, y que nuestro pensador, inclinado a la observación y a lo práctico, propende a los [ix] términos medios; que renuncia a la conquista de las verdades supremas.

Es, indudablemente, un metafísico y un teólogo, en el más amplio sentido de la palabra. Pero, sobre todo, un hombre que asume y perfecciona, esto por la agudeza de su pensamiento y por los métodos que desarrolla, la totalidad del conocer y del saber de su época, dentro del Occidente griego. Sus conocimientos, verdaderamente enciclopédicos, afectan a la llamada historia natural, a la Astronomía y a las Matemáticas, a la Economía y a la Política, a las letras… Desde luego, y conforme era de esperar, a la medicina, que le atrae por vocación heredada. Y, así en unos como en otros, se afirma profundo psicólogo, y crítico magistral.

La dialéctica de Aristóteles no admite par en su momento, ofreciéndose así por mucho tiempo después. Nuestro filósofo, no sólo acepta cuantas objeciones puedan serle formuladas, sino que las prevé y las busca afanoso. Aristóteles no es de los que monologan: es de los que prefieren dialogar. Con los demás y consigo mismo, valga el decir. Y en ello está otro de sus principales méritos.

Su misma manera de enseñar, que dio nombre en Atenas a su escuela; aquella forma de instruir a sus discípulos, que podían encontrarle en medio de los jardines paseando; aquel modo peripatético, demuestra como entendía, el maestro la enseñanza.

Una de las bases de la filosofía aristotélica es el principio de contradicción, consagrado reiteradamente por Aristóteles, y si tanto significa ella en toda la obra del mismo, animando y sosteniendo de manera constante lo más alto del pensamiento aristotélico, no deja de ser también un buen rasgo revelador de la personalidad pedagógica de aquel maestro.

Sigue a Platón, y logra conquistar el interés y la simpatía del mimo. Fue el discípulo predilecto del autor de los Diálogos, al lado del cual permanece fiel durante veinte años y es «el lector» y «el entendimiento» de la escuela platónica, al decir del propio fundador de ésta. Y si un [x] día, al cabo de todo aquel tiempo, se aparta de este maestro, no lo hace sin respeto…

Muy al contrario, y por entonces, repite incesantemente la conocida frase de Amicus Socrates, amicus Plato, magio amicus veritas…, que constituye una verdadera divisa.

Pero, cabalmente llevado de las convicciones que vienen señalándose aquí, estima necesario, mejor que discrepar de Platón, entregarse a elucubraciones y aplicaciones de un orden más práctico, y no solamente a recoger el hilo de la cometa platónica, cuando conquistara excesiva altura entre las nubes, sino a conducir a los hombres por los caminos de la Tierra.

La sabiduría de Aristóteles gira en torno del alma, bien que sin apenas perder apoyatura en la observación y la experiencia; especula sobre las verdades metafísicas, y se recrea en una lógica de conceptos puros. Más lo que mayormente la ocupa son las ciencias físicas y naturales, patente en una larga serie de tratados más o menos extensos: Del cielo, Del mundo, De las plantas, De los animales, De la salud y de las enfermedades…, y las ciencias morales de aplicación, que inspiran otro buen número de libros y dictados: Moral práctica, La Política, La Economía

La Política, cuya nueva versión motiva estas notas prologales, prueba hasta qué punto Aristóteles se produjo como queda dicho, sintiendo el deseo, entre moral y político o gubernativo, de favorecer a las multitudes. Tal tratado es una verdadera guía para un buen gobierno, que el insigne filósofo dicta cuidando de justificar todas las medidas aconsejadas, y en esto último reside una prueba más de la sabiduría y del sentido práctico de Aristóteles, ya que mal se puede actuar en una forma o en otra sin estar muy convencido uno de la virtud de lo que se ordena y dispone. Quienes, teóricos de la política, viven después, no suelen llegar a tanto, sobre todo en el Renacimiento y también en nuestros días, y ello hace todavía más admirable la figura de Aristóteles.

La idea primaria que parece haber guiado estas lecciones, seguramente dictadas y no escritas por él, parece ser [xi] la de exaltar las actitudes y normas del gobierno de Atenas, flexibles y liberales, ante el rigor de la política espartana, con lo que Aristóteles refuta indirectamente muchas de las teorías expuestas por Platón en su República. Él no era, en definitiva, ateniense, pero sentía y admiraba a Atenas, y los procedimientos democráticos de sus gobernantes, asistidos por el pueblo, y como dice un traductor y comentarista de La Política, «donde Platón sólo veía una demagogia disolvente, vio Aristóteles el alentar de unas gentes amigas de las Artes y de la libertad…»

Diremos más, con ese mismo comentarista. Frente a los entusiastas de Esparta, entre los cuales se encontraban así filósofos y estadistas como poetas, él juzga a los espartanos cual un pueblo incapaz de mover la civilización y el progreso. Para nuestro pensador, la Laconia o Lacedemonia era un buen vivero de soldados, pero también un pueblo inútil para las ciencias y las Artes. Y si la guerra es, en ocasiones, algo necesario e inevitable, él se inclina por la paz.

Los espartanos o lacedemonios, en sus repetidas contiendas con los atenienses, decían combatir lo que llamaban «la corrupción de Atenas», orgullosos de una austeridad castrense nada fecunda a la larga, y Aristóteles, más neutral de lo que muchos imaginan, consideraba que en la «corrompida paz ateniense» había mucho bueno que aprovechar, y que el mundo subsiguiente aprovechó.

En Atenas, entre los atenienses, abundaban los vicios, es innegable; pero de Atenas han aprendido los hombres menos vicios que virtudes, también resulta evidente.

Por otra parte, no todo lo que Aristóteles ve en las formas democráticas atenienses le parece bien. Una y otra vez, reiterada y sistemáticamente, aplica su ya subrayado principio de contradicción a tales aspectos políticos, y va deduciendo lo mejor. Y, en fin, hay que reconocer quo no siempre esto ofrécese acorde con los principios esenciales, o con otras conclusiones.

¿Por qué? Ello no es fácil de determinar. Ya que lo [xii] mismo puede ser contradicción propia que de quienes tomaron las lecciones aristotélicas sobre política.

Reiteradamente, y por los que han comentado el tratado de La política, se ha formulada la sospecha de que éste no sea sino una recopilación de las lecciones dadas, concernientes a tal materia, por el maestro. Puede admitirse muy bien que así sea, pues la obra contiene numerosas frases que más nos parecen dictadas que escritas. Y, por otra parte, conviene no perder de vista las vicisitudes sufridas por los manuscritos aristotélicos.

Todo el mundo lo sabe… Los libros de Aristóteles pasaron a Teofastro, por legado del maestro a su discípulo más estimado, según cuenta Estrabón, y del filósofo de Lesbos, autor de los Caracteres morales, van a parar a Neleo. Es decir, a manos de quien un día vióse precisado a esconderlos en lugar no muy favorable a su conservación, y de donde, al cabo de dos siglos, los desenterró Apelicon… Con esto no paran de correr peligros, pues siendo el nuevo dueño más «bibliófilo que filósofo», al decir del mismo Estrabón, sus libros estuvieron sepultados en la biblioteca de aquel, sin ser apenas divulgados. Es más adelante, en tiempos del romano Lucio Cornelio Sila, cuando habiendo sido llevados a Roma y adquiridos por el vencedor de Mitridates, consiguen cierta divulgación. Y los elogiosos comentarios de Cicerón.

Pero, incluso entonces, La Política no es citada por el máximo orador que tuvieron los romanos…, y si todas las obras de Aristóteles conocieron un nuevo y largo eclipse, prolongado por varias razones no ajenas en parte a la primitiva repulsa de la Iglesia, aquellas lecciones fueron las más oscurecidas.

Dictadas por Aristóteles, y no escritas por éste, y anotadas por sus discípulos, en manuscritos adolecentes de los defectos consabidos, ¿es que pueden sorprendernos demasiado algunas contradicciones de La Política?

Incluso, cabe preguntarse hasta qué punto son, real y verdaderamente, aristotélicos esos desacuerdos.

Durante el siglo XIII, el pensamiento de Aristóteles, [xiii] –luego de muchos años de olvido, y de las repulsas, aludidas–, cobró una difusión inusitada. Santo Tomás de Aquino lo comenta, adoptándolo en una multitud de pasajes, y de entonces datan las primeras traducciones al latín que se conocen, correspondiendo la de La Política a Guillermo de Moerbecke. Este era un clérigo de Brabante no muy versado en griego, pese a lo cual acometió la empresa rematándola en 1281, cupiéndole el honor de haber emprendido un camino seguido por otros entusiastas aristotélicos, de los siglos inmediatos. Así, en el XIV, en el XV y en el XVI se multiplican las versiones, siendo una de las más leídas la que se debe a Leonardo Bruni de Arezzo (el Aretino). Y, en fin, siguieron otras muchísimas, incontables.

Las mejores, de las obras completas, son las de Aldo Manuci, en cinco volúmenes (Venecia, 1495-1498), y la de Silbourg, en once tomos (Francfort, 1584-1587); la de Beker, en cuatro (Berlín, 1831-1840), y la de Dübner, 1852; la de los Clásicos Didot…

En cuanto a las traducciones de La Política, en particular, es difícil señalar preferencias, y casi no hay filósofo de vocación política, versado en lenguas muertas, que no haya sentido la tentación de ahondar en el pensamiento político aristotélico en los viejos textos. Su labor, por razones ya apuntadas aquí, no ha podido ser muy fecunda, y apenas han podido proyectar nuevas luces sobre el ideario político de Aristóteles, pero tampoco han sido necesarias para reconocer una verdad evidente: la permanencia de la mayoría de las ideas aristotélicas del carácter dicho.

Como corresponde a su gran sentido de la dignidad humana, a su sabiduría enciclopédica, y a su… pragmatismo.

[páginas vii-xiii]

gbs