Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Aristóteles

Metafísica. Política

Instituto del Libro (Estudios), La Habana 1968

Aristóteles, Metafísica. Política, Instituto del Libro (Estudios), La Habana 1968, 608 págs. + 2 h. Colofón: «Impreso en la Unidad Productora 08, 'Mario Reguera Gómez', Benjumeda 407. Instituto del Libro. 24 de octubre de 1968. La Habana, Cuba. Edición de 2.000 ejemplares.»; página 6: «Del original griego. 'Ηπολιτεία, traducción de: Julián Marías y María Araujo. Μετα Φυσικα, traducción de: Francisco de P. Samaranch. Edición: Roberto Jiménez. Diseño: Esteban G. Ayala.»; páginas 7-18: «Prólogo a la edición cubana», firmado por el: «Dr. Justo Nicola.»; págs. 19-365: Metafísica (págs. 21-31: «Nota previa»); págs. 367-587: Política (págs. 585-587: «Esquema del contenido de la 'Política'»); págs. 589-594: índice onomástico; págs. 595-608: índice general. [Figura en nuestro ejemplar, en su antepenúltima hoja, el estampado de un sello de caucho que prueba la difusión legal por España de una parte de esta edición cubana: «Siglo XXI de España Editores S. A. Registro de Empresas Importadores de Publicaciones Extranjeras Nº 259. Nº de Registro: 15524 / 64.» –el número 64, escrito a mano, se supone que corresponde al del ejemplar dentro de la partida importada–.]

El Instituto de Libro se creó en Cuba el 27 de abril de 1967, Ley 1203, para reorganizar el sector editorial cubano tras los primeros años de la revolución triunfante el primero de enero de 1959. Sólo tres meses después de la victoria revolucionaria se había fundado, el 31 de marzo de 1959, Ley 187, la Imprenta Nacional de Cuba –su Colección Biblioteca del Pueblo se inauguró en 1960 publicando 100.000 colecciones del Quijote, en cuatro tomos a sólo 25 centavos de peso cada uno–. En 1962 se organizó la Editorial Nacional de Cuba, dirigida por Alejo Carpentier, y surgieron la editoriales Universitaria, Pedagógica, Juvenil, Política, &c.

El 4 de diciembre de 1965, desde Tanzania, escribe Ernesto Che Guevara una carta a su amigo Armando Hart Dávalos, recién nombrado Secretario de Organización del Comité Central del Partido Comunista de Cuba –constituido el 3 de octubre de 1965, en el acto solemne en el que precisamente Fidel Castro leyó la famosa carta de despedida del guerrillero heroico–, en la que le insta a reorganizar los estudios de filosofía en Cuba, proponiendo un sistemático plan de estudios y un riguroso proyecto de publicaciones: «en Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el partido lo hizo por ti y tú debes digerir.» Propone el Che, entre otras cosas, publicar los clásicos filosóficos: «Se toman los clásicos conocidos ya traducidos al español, agregándole un estudio preliminar serio de un filósofo, marxista si es posible, y un amplio vocabulario explicativo.» (Esta carta no fue hecha pública por Armando Hart hasta 1997, en que fue publicada en la revista habanera Contracorriente, nº 9, págs. 142-147 –reproducida en El Basilisco, nº 25, 1999, págs. 89-90–, y sin duda algo fue tenida en cuenta.)

Precisamente a fines de 1965 se hizo necesario a la revolución cubana recurrir a las famosas Ediciones Revolucionarias, que ignorando bloqueos, propiedades intelectuales y derechos de autor con tal de poder satisfacer las necesidades de libros de texto para los universitarios cubanos, reprodujeron para su reparto gratuito entre los estudiantes cientos de títulos y millares de ejemplares. (Aunque esas Ediciones Revolucionarias reprodujeron libros que no eran especialmente «revolucionarios», como el Diccionario de Filosofía de Abbagnano en 1966, o la mismísima Historia de la Filosofía de Julián Marías, lo que produjo notable paradoja: por esos mismos años los universitarios progresistas españoles procuraban huir de una bibliografía que, sin embargo, era pasto doctrinal de los revolucionarios universitarios cubanos.)

En octubre de 1968, un año después del asesinato del Che en Bolivia, esta edición de la Metafísica y la Política de Aristóteles por el Instituto del Libro cubano (el nombre de esta institución se transformó, pasado el tiempo, en Instituto Cubano del Libro, ICL), se presentaba como pionera de la edición en Cuba de clásicos filosóficos griegos: «Se ofrece a los lectores, por primera vez en nuestra historia, la impresión en español de obras de un clásico de la filosofía griega antigua.» Por el resultado es como si hubieran seguido los consejos del Che en su carta a Armando Hart: «se toman los clásicos conocidos ya traducidos al español» (en este caso las versiones de Francisco de Paula Samaranch y la de Julián Marías-María Araujo) «agregándole un estudio preliminar serio de un filósofo, marxista si es posible» (en este caso el 'Prólogo a la edición cubana' preparado por Justo Nicola) «y un amplio vocabulario explicativo» (reducido aquí a 'índice onomástico').

Aunque esta edición de 1968 del Instituto de Libro cubano se sirve de la marca editorial o nombre de colección «Estudios» (no apareció en «Ediciones Revolucionarias»), a los efectos aparenta que no importó contar o no con la autorización de los traductores y editores originales de las versiones utilizadas, pues aunque se menciona sin duda la autoría de las traducciones («para nosotros seguramente que no son de las óptimas o superiores posibles, pero tampoco son de las peores existentes») en ningún momento se informa de la procedencia editorial de los textos o de que hubiese mediado autorización (Aguilar había publicado en Madrid 1964 la Metafísica dispuesta por Francisco de Paula Samaranch; el Instituto de Estudios Políticos había publicado en Madrid 1951 la Política traducida por Julián Marías y María Araujo). [Ignoramos si la difusión comercial en España de ejemplares de esta edición cubana, que ha quedado acreditada, pudo causar malestar en los editores españoles.]

Justo Nicola Romero (nacido en 1916; uno de los siete hijos de la guitarrista Clara Romero –1888-1951– y Justo Nicola), autor del «Prólogo a la edición cubana», era en 1968 profesor de Filosofía en la Universidad de La Habana. No deja de tener interés sociológico la andanada que dedica a los «profesores oficiales y sesudos filosofantes» cubanos de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta; cuando señala 1952 como el año en el que pudo descubrir a Werner Jaeger. En ese año de 1952 Justo Nicola dictó cuatro conferencias sobre la «Lógica de la significación» en la Sociedad Cubana de Filosofía. La profesora Yokanka León del Río ha escrito: «Resulta interesante y privativo de Universidad de La Habana el promover ya a finales de la década [del sesenta] temas tan específicos y novedosos para el ambiente intelectual cubano como la lógica matemática, destacándose la figura del profesor Justo Nicola, consagrado estudioso de la temática que ya contaba con una voluminosa obra en dos tomos titulada Introducción a la lógica moderna. Justo Nicola había sido Rector de la Universidad de Oriente entre 1959-1961 y en el año 1968 ejercía como profesor de Filosofía del Departamento de esta especialidad en la Universidad de La Habana» (Avatares del marxismo en la década del sesenta). Nada mejor que transcribir de forma íntegra el texto del profesor Justo Nicola con el que se presenta esta edición:

Prólogo a la edición cubana

Se ofrece a los lectores, por primera vez en nuestra historia, la impresión en español de obras de un clásico de la filosofía griega antigua. Esto, además de alentador, demuestra que nuestro recién creado Instituto del Libro, como se confirma con otros hechos, ha arrancado por el buen camino. Porque es buen punto de partida desechar un prurito cronológico, escoger las obras de Aristóteles y, a la vez, seleccionar la Metafísica y la Política; éstas, en efecto, nos ponen en contacto con dos proyecciones muy importantes del pensamiento del Estagirita: la filosofía primera (posteriormente ontología o teoría del ser o metafísica) y la política. Al mismo tiempo no es ocultable que al encomendársenos escribir estas líneas, se muestra una probidad intelectual que preocupa y compromete; de ahí que en lo que sigue puede comprobarse en qué medida y por qué ciertas concepciones aristotélicas son, cuando no «galimatizadas», desvirtuadas y tergiversadas por historiadores y filósofos dogmatizantes, idealistas y materialistas, quienes no son más que anquilosadores de sus respectivas ideologías. Lo último, vale decirlo, no está guiado ni condicionado por una tercera posición, sino por la única posición admisible, en esa como en otras cuestiones, dentro del campo marxista.

Con el optimismo de antecedentes tan estimulantes van al que lee estas palabras de presentación, o de advertencias o como quieran titularlas, que persiguen un doble propósito. Uno, esclarecer en lo posible confusiones y extrañezas que seguramente han de surgir; esclarecimientos que evitarán al lector juicios estimativos prematuros e injustos sobre sí mismo o acerca del autor. Y el otro, hacer algunas observaciones generales en relación con las traducciones o versiones y aplicarlas en particular a las que aquí se reproducen. Aclaremos de entrada las graves confusiones en que puede caer quien lea la Metafísica, las que son de menor gravedad en el caso de la Política, mediante una anécdota veraz y no inventada ad hoc respecto a la primera obra, aunque esto sea poco usual o protocolar en una presentación. [8]

Desde la adolescencia fuimos aficionados a las lecturas filosóficas con el natural desorden y dispersión; así, cuando alcanzamos con trabajos mil, que jamás conocerán ya nuestros estudiantes, la carrera de Filosofía y Letras, tuvimos que realizar lecturas de la Metafísica... y el efecto fue un desastre; las vueltas y revueltas, el adelante y atrás, las incoherencias y contradicciones en conceptos, definiciones, &c. nos dejaron perplejos y abrumados: sencillamente no podíamos comprender unitaria y armónicamente el célebre tratado, al menos como comprendíamos otros del propio Aristóteles y algunas obras de Kant y de Husserl consideradas por los «sabihondos» como «profundas y oscuras». Lo peor no fue esa situación personal, sino que al expresar tímidamente a profesores oficiales y sesudos filosofantes nuestras dudas y reparos nos fulminaban con miradas y gestos no exentos de mal disimulada compasión por la capacidad del interrogador dubitante; lo mejor fue que reducidos al silencio, pero no convencidos, después de graduados nos dedicamos a complementar los tres años de estudios del griego... para estudiar la Metafísica en el idioma original. Esta voluntariosa tarea, realizada en ratos de descanso por razones vitales económicas, la abandonamos hacia 1952 cuando obtuvimos, leímos y comprobamos en lo pertinente la obra de Werner Jaeger, Aristotle, fundamentals of the history of his development: en ella se explicaban nuestras principales dificultades y dudas; se justificaban las faltas de coherencias así como las presencias de oposiciones contradictorias; reaparecía, en fin, el admirado Aristóteles de sus otros tratados. Desde entonces desapareció nuestro respeto moral e intelectual por aquellos «señores profesores» y «filósofos», y fue reemplazado por una genuina compasión silenciada pero que brotaba en cada ocasión propicia.

Comenzamos, pues, las aclaraciones de la Metafísica para que a cualquier lector no le ocurra algo parecido, y las haremos siguiendo paso a paso los resultados de los estudios de W. Jaeger y en la medida en que los hemos constatado. Esto es, asumimos en este primer propósito el modesto papel de resumidores de investigaciones ajenas en tanto las hemos comprobado y en cuanto aprovechamos sus beneficios que brindamos anticipadamente al lector.

Desde la época del llamado imperio romano se sustentó la opinión, ampliamente difundida y aceptada, de que la Metafísica era una obra de los últimos años de Aristóteles y que éste la dejó sin terminar. Este carácter inconcluso, unido a la tradición de que fueron los antiguos editores quienes ordenaron los libros que forman el tratado, daba [9] cuenta con gran vaguedad e imprecisiones de los problemas internos y externos que se suscitaban en el examen, y análisis de la obra.

Sin embargo, esa opinión de siglos y las ideas que en ella se sustentaron en las interpretaciones sucesivas han hecho crisis en los últimos años, por no decir que han de considerarse totalmente superadas, después de las investigaciones de W. Jaeger y sus discípulos. Brevemente dicho, se exponen tres factores que se completan solidariamente: análisis interno y externo revelador de que en los libros{1}, y aún en partes de ellos, están representados distintos períodos o fases del desarrollo evolutivo del pensamiento del autor; heterogeneidad de los materiales constitutivos de los libros del tratado; y el hecho confirmatorio de que la recolección y combinación ordenada de los libros, y parte de sus contenidos, no fue realizada hasta después de la muerte de Aristóteles. Todo eso tiene como consecuencia primerísima que es completamente inadmisible tratar el corpus metaphysicum como una unidad, corno un tratado único y hecho de una sola vez conforme a una concepción y un plan predeterminado.

Ahora se comprende que el artificio convencional, usado y abusado, de cambiar meramente el orden de los libros en el tratado es un procedimiento mecánico sin resultados efectivos apreciables. Porque hay dos concepciones y definiciones, con sus planes respectivos de desarrollo y exposición, de la filosofía primera, que fue el nombre que dio Aristóteles a estas reflexiones: una de juventud, de carácter teológico, que llamaremos Metafísica anterior; y otra de madurez, sustancialista, que denominaremos Metafísica posterior. La antigua concepción es sustituida por la nueva concepción, a la que se adaptan aspectos y reconstrucciones de la anterior.

Para introducirnos en la reconstrucción de la Metafísica comenzaremos con la ordenación tradicional de los libros del tratado y algunos señalamientos generalmente admitidos en cuanto a sus vinculaciones. El orden que transcribimos es el mismo de la versión española, sólo que en ésta los ordinales son números romanos y a esta numeración le añadimos entre paréntesis la numeración griega en letras de este alfabeto; el objetivo es evitar equívocos en lo que seguirá ulteriormente.

Libro I (Α). Introducción.
 
Libro II (α). Post-scriptum del anterior. [10]
 
Libros III, IV (ΒΓ). Se consideran una unidad.
 
Libro V (Δ). En el período alejandrino de la filosofía antigua se acepta como un trabajo independiente.
 
Libro VI (Ε). Breve pasaje de transición a los tres libros siguientes.
 
Libros VII, VIII, IX (ΖΗΘ). Se consideran constitutivos de una unidad, pero es altamente problemático conectarlos internamente con los anteriores.
 
Libro X (Ι). Se admite como un libro aislado, acerca del ser y la unidad, y sin relación con los que lo preceden y lo siguen.
 
Libro XI (Κ). Reiteración de otra manera de aspectos de los libros III, IV y VI (ΒΓΕ).
 
Libro XII (Λ). Visión amplia y completa de un sistema in nuce, mas sin enlace particular con el resto de los libros.
 
Libros XIII y XIV (ΜΝ). Por la uniformidad del contenido (examen de la teoría de las ideas y los números de la academia platónica) se admite como unidad aislada, aunque desde la antigüedad se consideraba sin vínculo directo con los libros inmediatamente precedentes; su más estrecha relación indicada era con los libros I y III (ΑΒ). Este hecho condujo a algunos editores a insertar estos libros antes del XI y XII (ΚΛ), transformando el XII (Λ) en el libro final: un desacierto se convirtió en un desatino, como veremos.

Veamos en síntesis, para no agobiar con un cúmulo de explicaciones y detalles técnicos filosóficos y filológicos, lo que sucede primero con el todo de ese ordenamiento.

En primer lugar no han de tenerse en cuenta:

Libro II (α). Eliminable, porque realmente no son más que restos de algunas notas de clases tomadas por Pasicles, sobrino de Eudemo de Rodas el conocido discípulo de Aristóteles. (A lo sumo debe ir como anexo o apéndice final del tratado con la nota aclaratoria pertinente.)
 
Libro V (Δ). Es una investigación independiente resultante de reiteradas lecciones del Estagirita sobre los diversos sentidos de las palabras. De ningún modo formó parte de la Metafísica posterior y casi seguro que tampoco perteneció a la Metafísica anterior. (Debe mantenerse como apéndice o anexo para consultar, con las precauciones del caso, los sentidos de algunas palabras.)

A partir de esta depuración inicial, relativamente fácil, el ordenamiento de los libros se hace algo más complejo. No obstante, en la [11] misma actitud antes señalada, presentaremos en resumen lo que ocurre si se discierne qué materiales constituyen el antes y el después de las concepciones aristotélicas de la filosofía primera. De ellas las que más interesan al estudio por su aplicación actual son los componentes de la Metafísica posterior por lo que fijaremos éstos a continuación. El orden de los libros de la Metafísica posterior con las limitaciones que ulteriormente se establecen es:

I, III, IV, VI, VII, VIII, IX, X, XIII (ΑΒΓΕΖΗΘΙΜ)

O sea, quedan erradicados de la estructura última del tratado los libros XI, XII, XIV (ΚΛΝ) por razones que más tarde explicaremos. Ahora precisamos qué ha de tenerse presente respecto al contenido de los libros de la serie de la Metafísica posterior.

Libro I (Α). Excepción hecha del capítulo 9 que contiene la famosa crítica de la teoría de las ideas de Platón. Esta crítica de un platónico entre platonistas es desplazada íntegramente, y en un tono polémico y definitivamente antiplatónico, a XIII (Μ) 4-5.
 
Libro III (Β). Completo.
 
Libro IV (Γ). Exceptuando el pasaje final del último capítulo. Ese pasaje no constaba en algunos manuscritos antiguos; parece que Aristóteles lo tachó en alguna revisión, pero al ser hallado entre sus papeles los editores lo publicaron.
 
Libro VI (Ε). Completo.
 
Libro VII (Ζ). Completo. Inicia los que se consideran libros centrales.
 
Libro VIII (Η). Completo. Sigue al anterior como libro central.
 
Libro IX (Θ). Completo. Termina los libros centrales de la Metafísica.
 
Libro X (Ι). Completo. Interpolado para conectar los libros centrales con lo que sigue.
 
Libro XIII (Μ). Únicamente la parte que abarca desde XIII (Μ) 1 1076a. hasta XIII (Μ) 9 1086a. 20.

En términos generales, a este orden debe remitirse el lector en cuanto le asalten dudas que él mismo podrá disipar. Desde luego, esta recuperación del pensamiento filosófico de la última etapa del Estagirita la presentamos grosso modo sin otra intención que la guiada por nuestra experiencia, pues aún queda mucho por cernir y aclarar en la Metafísica.

Abreviemos ya la integración de la Metafísica anterior, o mejor dicho, dadas las dificultades quizás insuperables de su ordenación, [12] expondremos la concepción original de Aristóteles en un orden provisional y seguida de aclaraciones.

I, III, IV, VI, XI, XIII, XIV (ΑΒΓΕΚΜΝ)

Se observa que aquí se elimina el libro XII (Λ), tampoco incluido anteriormente. La razón es que sus primeros capítulos son esencialmente paralelos al contenido de los libros VII, VIII, IX (ΖΗΘ) aunque, cronológicamente anteriores. En realidad es un pequeño tratado independiente, probablemente una lección o charla ofrecida por Aristóteles en alguna ocasión especial y ante un público no iniciado filosóficamente, lo que se evidencia por el propósito de eludir tecnicismos. De todos modos es platonizante y muestra que está influido por muchos capítulos del libro XIV (Ν). Por necesidad debe incluirse como un apéndice del tratado con las observaciones atinentes.

En cuanto a la serie provisionalmente ordenada obtenemos:

Libros I, III, IV (ΑΒΓ). Conforme a la edición original. (Siempre habrá que precaverse de posibles alteraciones de acuerdo con las ulteriores concepciones aristotélicas.)
 
Libro VI (Ε). Sólo el primer capítulo, es decir, VI (Ε) 1.
 
Libro XI (Κ). Tiene perfiles platónicos y transicionales a la posición antiplatónica en XI (Κ) 1-8; el resto son extractos de la Física.
 
Libro XIII (Μ). Sólo incluye desde XIII (Μ) 9 1086a. 21 y siguientes hasta el fin de XIII (Μ) 10.
 
Libro XIV (Ν). Pertenece indubitablemente a la más vieja estructura de la Metafísica anterior.

Así, pues, no tenemos un tratado completo de lecciones de primera filosofía, sino una colección de materiales heterogéneos más o menos satisfactorios y presentados tradicionalmente sin orden lógico ni cronológico.{2}

Pasemos ya al tema de la Política en el que ocurre algo similar a lo visto en la Metafísica, aunque de solución más simple. Por clara que parezca la lógica interna que coordina los ocho libros de la Política en un todo unitario, el estudio sistemático y crítico de siglos ha revelado cuestiones que hacen altamente improbable que este tratado constituya una unidad de conjunto. Ha sucedido que los estudiosos se han interesado en problemas externos de composición literaria; este procedimiento lo único que les ha permitido es cambiar el orden de [13] los libros alterando la numeración ordinal tradicional. Mas, como bien dice W. Jaeger, las dificultades esenciales persisten y no han sido eliminadas por el mero cambio de los ordinales: en verdad, la Política, igual que la cara de Jano, presenta en su totalidad una cara idealista como utopía platonizante y otra cara materialista como ciencia empírica, sin embargo, es ambas a la vez. Reproduzcamos el orden tradicional y el orden moderno más ampliamente aceptado.

Orden tradicional
Libro I
Libro II
Libro III
Libro IV
Libro V
Libro VI
Libro VII
Libro VIII
 
Orden moderno
Libro I
Libro II
Libro III
Libro VII
Libro VIII
Libro IV
Libro VI
Libro V
 

Puede observarse que ambos ordenamientos coinciden en los tres primeros libros, pero a partir de ahí las ediciones modernas ponen el séptimo tradicional como cuarto, &c. Empero, como se han propuesto otros órdenes daremos un grueso esbozo del contenido de los libros siguiendo la numeración ordinal tradicional.

Libro I. Introducción en la que se discuten, más bien desde un punto de vista socioeconómico, los principales tipos de gobiernos.
 
Libro II. Examen de las teorías políticas anteriores.
 
Libro III. Presupuestos elementales de la política a través de los conceptos de ciudad y ciudadano; derivación de las diversas constituciones partiendo de los distintos modos de distribuir los derechos políticos en los estados particulares.
 
Libros IV, V, VI. Amplias bases empíricas de una teoría de la diversidad de la vida política de su tiempo, con sus variedades y transformaciones de una en otra y conversamente. Se adicionan casuisticamente «las enfermedades del estado y los métodos de tratarlas».
 
Libros VII, VIII. Culmina en una declaración del estado ideal.

Como antes, distinguiremos una primera Política que corresponde a concepciones platónicas o transicionales del pensamiento aristotélico y una segunda Política correspondiente a concepciones propiamente aristotélicas. [14]

La primera Política la forman los libros II, III, VII, VIII, dirigidos fundamentalmente al estado ideal. Quizás fueron escritos como un tratado en temprana época de meditaciones del Estagirita. En todo caso, están originalmente unidos y ligados internamente por la temática y por una red de mutuas referencias; por si esto fuera poco, en todos se mantiene la actitud teorizante y abstracta del método constructivo y especulativo, a la manera platónica.

Además de advertir que la primera Política comenzaba en el libro II, hemos de notar dos peculiaridades relativas una a este libro y otra al libro III que le sigue.

El capítulo final o 12 del libro II es posible que sea una excepción en cuanto a fecha y otros extremos: la lista y consideraciones acerca de varios legisladores carece de vinculación con el contenido de los capítulos precedentes. Es muy probable que fuera escrito independientemente y que con posterioridad se adicionara como capítulo final del libro II.

Los capítulos 6 y 7 del libro III son extractos de algunos trabajos de Aristóteles como miembro de la Academia. Por otra parte, está por determinar cómo Aristóteles alteró la conclusión de este libro III cuando interpoló los libros IV, V, VI.

La segunda Política tiene un curioso orden cronológico de escritura formado por los libros IV, V, VI, I. Expliquemos esto.

Los libros IV, V y VI constituyen una unidad y fueron insertados posteriormente en el tratado; de ahí que los libros anteriores de la primera Política ni siquiera los aludan. Los libros IV, V, VI tienen el carácter de investigación empírica opuesto al de las especulaciones previas; pero el Estagirita cree haber superado las dificultades de combinar armónicamente la especulación utópica de Platón con la investigación empírica. El nuevo método que aplica está inspirado en las ciencias naturales, en especial la biología y la morfología animal.

El libro I fue el último cronológicamente, es decir, posterior en el tiempo aun a los libros IV, V y VI. Éstos originan una transformación ampliada de la estructura original y su plan primitivo, pues ya no se trata de la construcción utópica y especulativa del estado ideal, sino que se trata de una teoría general del estado basada en los hechos. La teoría exige el libro I a modo de introducción y por ello fue prefijado sin más al tratado. Lo últimamente dicho explica el brusco [15] cambio de pensamiento entre el libro I y el libro II que ha dado motivo a más de uno para negar la genuinidad aristotélica del libro I y calificarla de espúreo.{3}

Terminaremos con las observaciones ofrecidas al comienzo de esta presentación. No apelaremos a la consabida máxima italiana (traduttore, traditore) porque su pizca de verdad ha servido para ocultar mucha mercancía averiada, para justificar barbaridades en innúmeras traducciones de material filosófico y científico. Y barbarizar a cuenta de otros por incapacidad, negligencia, o por lo que sea, es eso, y no traicionar porque no es traducir.

La traducción de obras –y nos referimos esencialmente a las de filosofía y, secundariamente, a las de ciencias– la justipreciamos como una especialidad, o que tiene que llegar a serlo, por la gran responsabilidad que implica el respeto al autor, al lector y a sí mismo. Por ello, quien traduzca obras filosóficas y científicas tiene que cumplir tres requisitos mínimos indispensables y concurrentes que aislaremos y brevemente analizaremos.

Primero, dominio de ambos idiomas –traducido y traducente– y auxiliarse con buenos diccionarios. Segundo, conocimiento o familiaridad en profundidad y latitud suficiente de la temática. Y tercero, nivel ideológico adecuado. De estos requisitos nadie objetará el primero, algunos dudarán tal vez del segundo, y la mayoría discutirá o rechazará de plano el tercero.

La traducción o versión en que se cumpla el primer requisito tiene que ser si no óptima, ya que hay otras circunstancias, por lo menos admisible en términos generales. Si al traductor no le han impuesto directrices editoriales –algunas sanas, otras comercialmente malsanas y ya extirpadas en Cuba– que desvíen su misión, no tiene que preocuparle el uso o el abuso de tecnicismos: eso es un problema de la exposición traducida a la que él debe atenerse y reproducir fielmente, recurriendo a las notas aclaratorias cada vez que las estime necesarias.

Por otra parte, si al traductor le interesa naturalmente cuidar la claridad del pensamiento, jamás debe hacerlo, dentro de sus posibilidades, con el sacrificio de la literalidad de la forma en el idioma original: so pretexto de «la claridad del pensamiento» vemos frecuentemente cómo se cambia una voz pasiva en activa; cómo se transforman interrogaciones en afirmaciones con sentido interrogativo; cómo se suprimen [16] numeraciones cardinales y ordinales y se sustituyen, a veces, por muletillas idiomáticas; cómo se mutilan párrafos en aras de una concisión mal entendida; &c., &c. Estas mutaciones de formas y usos gramaticales nada tienen que ver con el pensamiento claro; si acaso, y en el mejor de ellos, puede «aligerar» la lectura de un pasaje, procedimiento excepcionalmente adecuado que no se comparte, cuando se reitera a capricho.

La familiaridad con la temática que se traduce es importante porque difícilmente puede ser buena una traducción de filosofía o de ciencia que no sea hecha por un conocedor o estudioso de las materias de que se trate. Más aún, puede llenarse a plenitud el primer requisito y si este segundo no se satisface, cualquier lector que sepa del tema señalará rápidamente las fallas y errores debidos al desconocimiento del traductor: ¿qué decir cuando la ignorancia se une a pujos estilísticos y literarios, y para eliminar repeticiones de una frase se traduce momento de una fuerza (en italiano) por instante de una fuerza (en español)? El ejemplo es de un idioma moderno, mas por él puede sospecharse atinentemente de su multiplicación, si se trata del griego o del latín clásicos. Por supuesto, un traductor debe estar relativamente especializado en idiomas y materias, en cualquier caso es imposible que sea un monstruo políglota omnisapiente; de ahí que, a manera de alivio que aminora la dificultad de este requisito, conviene utilizar el sustitutivo de que la traducción sea revisada cuidadosamente por el conocedor más confiable. Infortunadamente, hay que decirlo, en los países de habla española casi de casualidad se ha cumplido esta condición, de ahí que abunden hasta el cansancio estas «traducciones» distorsionadoras que hay que aceptar forzosamente, y sobre todo comprar, porque no hay otra en español.

La condición del nivel ideológico puede parecer absurda, por lo menos extraña: ¿qué tiene que ver la ideología y su grado evolutivo en el traductor con las traducciones? El traductor realiza una tarea intelectual responsable y especializada, como antes hemos dicho, y según su desarrollo ideológico ofrecerá una versión más exacta y objetiva o, en cambio, más teñida de prejuicios diversos que deslizará ciegamente –¡quizá no!– aquí y allá. Esto es, el desarrollo ideológico del traductor ha de incidir decisivamente en la utilización del vocabulario que maneja y, en éste, se reflejará aquél. Se reconoce unánimemente como cierto que el lenguaje, o idioma alguno, por su origen y evolución eminentemente populares y generalmente antiacadémicos, tenga un carácter clasista, i. e.; no hay idiomas de explotadores e idiomas [17] de explotados. Pero también es cierto y no reconocido que algunos elementos de los idiomas y dialectos son clasistas, es decir, a estos lenguajes siempre pertenece alguna específica terminología, algún peculiar vocabulario de un diáfano y directo, u oscuro e indirecto, sentido de clase; estos subconjuntos de elementos (términos, vocablos, palabras), unívocamente o en acepción clasistas, desde luego que no pertenecen a la dimensión sintáctica, sino a la pragmática-semántica del lenguaje en cuestión. Porque, efectivamente, en los diversos idiomas nacidos o desarrollados en épocas distintas dentro y en diferentes regímenes de explotación, la terminología clasista se genera en los más variados aspectos de la ideología (religión, filosofía, política, derecho...) e inclusive en parte se cuela subrepticiamente en las llamadas ciencias particulares, principalmente las ciencias sociales; de mayor cuantía y quizá de menor importancia son los términos clasistas que se originan o trasmiten por el lenguaje oral corriente o conversacional. Y está claro que esas palabras o términos clasistas, muchos traductores las miran despreocupadamente sin importarles la significación ideológica que tienen en el idioma a traducir o la que poseen las que se emplean en el idioma traducido. Por vía de ejemplo de un caso muy simple, ¿qué pensar de quien traduce (Zeus, del griego) por Dios (al español)?; ambas palabras tienen un contenido clasista religioso, pero la traducción española es un anacronismo sutilmente tergiversador. Este hecho ejemplificante y otros (de igual o de otra categoría más complejos e interesantes que no aducimos, pues sólo queremos llamar la atención sobre un problema que no se ha empezado a enfrentar) se constatan reiteradamente en las traducciones o versiones a cualquier idioma actual, sin excluir las de los países socialistas y los llamados progresistas. En definitiva, es la condición más difícil de satisfacer y aun de percatarse de ella.

La medida en que las tres condiciones indicadas son satisfechas, más o menos cabal y simultáneamente, nos permite encontrarnos hoy con traducciones propiamente dichas, traducciones o versiones libres, y, si se nos permite, traducciones o versiones que en criollo actual denominaríamos libreteras. Cada tipo con diversos matices o gradaciones. Ciertamente, esta tipificación no tiene carácter ni intenciones peyorativas porque todas se consideran en principio aceptables en mayor o menor grado; las restantes, como ya dijimos, son cualquier cosa menos traducciones o versiones.

Al lector honestamente interesado dejamos la calificación de las traducciones o versiones que se le brindan: la de la Metafísica por Francisco de P. Samaranch; la de la Política por el conocido Julián Marías. Para nosotros seguramente que no son de las óptimas o superiores posibles, pero tampoco son de las peores existentes. De ahí que este libro sea útil por aproximarnos a lo esencial de los aspectos del pensamiento filosófico natural y político del Estagirita, sobre todo, si se tienen en cuenta las advertencias hilvanadas al principio. Fundamentalmente, esta publicación es un ensayo, o mejor, un primer esfuerzo; pero como siempre se puede más, el Instituto del Libro en fecha no lejana llegará, tiene que llegar, a ofrecernos traducciones o versiones superiores garantizadas como tales en ediciones bilingües.

Dr. Justo Nicola

——

{1} Este término, en el sentido antiguo, tiene el actual de Capítulo o Sección de una obra.

{2} Para el mejor entendimiento de la Metafísica anterior es recomendable la lectura de otras dos obras aristotélicas: Protréptico y De la filosofía.

{3} La comprensión del pensamiento político de Aristóteles puede completarse más con la Política ateniense.

gbs