Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Humberto Piñera

El pensamiento español de los siglos XVI y XVII

Las Americas Publishing Company. Nueva York 1970, 269 págs.

Humberto Piñera, El pensamiento español de los siglos XVI y XVII, Las Americas Publishing Company, New York (U. S.), 1970 (aunque impreso en España, pág. 6: «Depósito legal: M. 3039-1970. Eosgraf, S.A., Dolores 9, Madrid 20»; pág. 269: «Se acabó de imprimir esta obra el día quince de enero de mil novecientos setenta. La publicó Las Americas Publishing Company, 40-22, 23rd Street, Long Island City, New York, 11101 N.Y., U.S.A.»). Libro de 210×155 mm, 269 páginas. En la primera solapa: «Portada: Francisco de Quevedo y Fray Luis de León, por F. Pacheco.» En la segunda solapa: «Contraportada: Diego Saavedra Fajardo, por M. de Rey.»

 

Índice

Prólogo, 7

Primera parte
Introducción, 11
Capítulo I: 1. Juan Luis Vives, 35. 2. El erasmismo español, 62
Capítulo II: Fray Luis de León, 93

Segunda parte
Introducción, 151
Capítulo I: 1. Diego Saavedra Fajardo, 167. 2. Baltasar Gracián, 180
Capítulo II: Francisco de Quevedo Villegas, 215

Índice analítico, 251. Índice, 267

Prólogo

En este libro he querido solamente recoger algunos ensayos de interpretación de ciertos aspectos de la vida intelectual española en los siglos XVI y XVII. Para ello me valgo de varias de las figuras más destacadas en una y otra centuria, tratando de verlas, además, en esa relación jamás ausente del escritor con la obra correspondiente. Relación que resulta aún más importante en esos momentos de tensión histórica, como es precisamente el caso de ambos siglos. Porque si bien todo producto del pensamiento revela, de un modo u otro, en mayor o menor medida, el conflicto en que se encuentra inevitablemente el pensador con la época, esto último tiende a resultar llamativamente dramático en esos tiempos, en los cuales, tal como sucede en el XVI y XVII, el pensador está aún más obligado a responder a la presión que el medio ejerce sobre él. De ahí que, hasta cierto punto, la obra escrita de hombres como los que aparecen en estos ensayos resulta necesariamente una especie de «autobiografía espiritual».

Ahora bien, de acuerdo con su título, esta obra mía es un intento de interpretación del pensamiento, es decir, de las ideas básicas de esos escritores a los que atiendo en estos ensayos. Prescindo, pues, de todo cuanto tiene que ver con lo que suele ser la crítica literaria; la cual, como ya se sabe, se interesa más bien por los aspectos formales de la obra escrita. Yo prefiero verla en función de esa especie de Weltanschauung que se encuentra presente en cada época –el modo típico de concebir y sentir el mundo–, y que, por lo mismo, sirve de telón de fondo común a toda manifestación del pensamiento en una época determinada. De ahí que crea conveniente hacer una especie de diseño previo de lo que parecen haber sido el Renacimiento y el Barroco, y a esto es a lo que responden las sendas Introducciones de la primera y la segunda parte. Pero como estas ideas fundamentales de cada época se hallan a su vez en conflicto con las inmediatas anteriores y hasta en ocasiones entre ellas, trato de hacer ver que el carácter dramático que posee la obra de cualquier pensador de esa época se debe precisamente a la actitud que adopta el que escribe respecto de esas ideas, ya sea para adherir a ellas, ya sea para rechazarlas. Y cuando, por consecuencia de la tensión histórica excesiva de una época (como sucede, por ejemplo, de modo especial con el siglo XVI), la decisión afecta profundamente al pensador –tal es el caso de Juan Luis Vives, como así mismo el de fray Luis de León–, la obra determinada por dicha tensión se convierte en la dramatis persona del autor. Pues bien, no creo exagerar ahora si digo que todos los escritores a los que me refiero en mi estudio revelan en su obra respectiva el estado de ánimo propio de quien se encuentra en una encrucijada espiritual y ha de luchar enérgicamente –no importa cómo lo hace– contra la corriente que amenaza con ahogarlo. Porque aun cuando toda la Historia, por el hecho de serlo, es permanente estado de crisis, no cabe duda de que, en ciertos momentos, al replegarse en sí misma, la crisis se intensifica, y la «historia» de todo eso hay que ir a buscarla justamente en el testimonio que los pensadores y escritores de entonces han dejado de su irremediable conflicto con la circunstancia en que consistió dicha época.

Mas como en estos ensayos se habla de escritores y pensadores españoles, trato de presentarlos en la relación que la circunstancia europea de ese tiempo –Renacimiento y Barroco– mantiene con la particular de España. Pues algo que no suele hacerse frecuentemente es tener en cuenta que más allá de lo propiamente español se encuentra la concepción europea del mundo y de la vida, tal como sucede también en los siglos XVI y XVII, y que de esas Grundgedanken se alimenta y beneficia Europa, y, por consiguiente, también España; aunque, como es lógico suponer, tales ideas se adaptan a las exigencias psico-sociológicas españolas, ya sea para prevalecer, ya sea para ser eliminadas o al menos transformadas. Como en cada uno de los pensadores aquí estudiados se advierte la influencia de las ideas fundamentales y comunes del mundo europeo tanto del siglo XVI como del siglo XVII, me veo obligado a valerme de ciertas precisiones, basadas en la Historia y la Filosofía, como el imprescindible marco «teórico» dentro del cual se hace comprensible la tesis general de mi trabajo.

Se trata, por consiguiente, de algunas reflexiones que me sugiere la lectura de esos autores y obras a los que me refiero en este trabajo. Precisamente por ser de naturaleza ensayística ha de mantenerse en los límites estrictos de todo intento de aproximación a la realidad presunta que ofrece la Historia. Pues si lo mismo el Renacimiento que el Barroco, vistos en la totalidad de lo que cada uno de ellos representa, siguen siendo permanente «cuestión abierta», cualquier suceso de los que forman parte de ellos ha de resultar inevitablemente mucho más problemático, con lo que caemos en la ya eterna cuestión de la «circularidad», pues ¿cómo interpretar uno cualquiera de esos sucesos como no sea aplicándole aquellos criterios mediante los cuales juzgamos la totalidad?

Si, como dice Cicerón –siguiendo en esto a Plinio el Viejo–, no hay libro, por necio que sea, que no contenga algo útil, confío en que este modesto aporte mío sea capaz de suscitar alguna meditación acerca de ciertas cuestiones sobre las cuales es probable que jamás llegue a decirse demasiado.