Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta del libro Ramiro Ledesma Ramos

Escritos filosóficos

Madrid 1941, 140×205 mm, XLV + 1 lámina + 180 páginas.

[cubierta] “Ramiro Ledesma Ramos | Escritos filosóficos | Madrid MCMXLI”. [lomo] “Ramiro Ledesma Ramos | Escritos filosóficos | Madrid 1941”. [i] “Escritos filosóficos”. [ii] “Madrid 1941. Imprenta y Encuadernación de los Sobrinos de la Sucesora de M. Minuesa de los Ríos. Miguel Servet, 15. Teléf. 70710”. [lamina] Fotografía y firma de Ramiro Ledesma. [iii = portada] “Ramiro Ledesma Ramos | Escritos filosóficos | Madrid MCMXLI”. [v-xlv] “La evolución intelectual de Ramiro Ledesma”: Años juveniles (v), El universitario (viii), Ramiro Ledesma ante la filosofía (xiii), Preferencias históricas (xxiv), Del pensamiento a la acción (xxvii), El político (xxxviii), “Santiago Montero Díaz” (xli), 38 notas (xlii-xlv). [1-171] texto. [173-174] “Nota adicional”. [175-178] “Índice onomástico”. [179-180] “Índice”. [contracubierta] “DIEZ pesetas.”

 

Índice

[Santiago Montero Díaz, “La evolución intelectual de Ramiro Ledesma”, v-xlv]

Advertencia inicial, 3

1. La Filosofía, disciplina imperial (El Sol, 22 septiembre 1931), 7

2. Notas sobre Heidegger. ¿Qué es metafísica? (Gaceta Literaria, 1.º febrero 1930, 15 febrero 1930 y 1.º abril 1930), 21

3. De Rickert a la Fenomenología (Revista de Occidente, abril 1930, págs. 123 a 130), 47

4. Esquemas de Nicolai Hartmann (Revista de Occidente, noviembre 1930, págs. 252-261), 61

5. La última incógnita de Max Scheler (Gaceta Literaria abril 1930, págs. 123-131), 79

6. Keyserling y el “sentido” (Revista de Occidente, julio 1930, págs. 113-115), 85

7. Un libro francés sobre Hegel (Revista de Occidente, junio 1929, págs. 388-392), 89

8. El causalismo de Meyerson (Revista de Occidente, septiembre 1929, págs. 368-374), 97

9. Bertrand Russell: Análisis de la materia (Revista de Occidente, mayo 1929, págs. 269-273), 109

10. Las sensaciones táctiles (Revista de Occidente, junio 1930, págs. 400-405), 117

11. Hans Driesch y las teorías de Einstein (Gaceta Literaria, 15 octubre 1928), 127

12. Sobre la filosofía del Renacimiento (Revista de Occidente, diciembre 1930, págs. 361-365), 137

13. Vigencia de Vico (Gaceta Literaria, 1.º octubre 1930), 145

14. Unamuno y la Filosofía (Gaceta Literaria, 15 marzo 1930), 151

15. El filósofo Amor Ruibal (Gaceta Literaria 1.º diciembre 1930), 161

16. Gracián y Schopenhauer (Heraldo de Aragón, 1.º enero 1930), 167

Nota adicional, 173

Índice onomástico, 175

[Ramiro Ledesma Ramos, Escritos filosóficos, Madrid 1941, páginas 179-180.]

La evolución intelectual de Ramiro Ledesma

Años juveniles

La vida intelectual de Ramiro Ledesma Ramos se desenvuelve, a lo largo de tres etapas perfectamente delimitadas, con un ritmo y sentido propios. Una primera etapa, juvenil, de difusas ambiciones literarias. Unos años de serias meditaciones y de disciplinada formación filosófica. Y un período final, desde 1931 hasta su muerte, entregado a la doble pasión de la teoría y la acción políticas.

Ramiro nació en 1905. Precoz por el ingenio y la voluntad, se lanzó pronta y audazmente a la vida literaria. A los diecinueve años publica una novela{1}. Anteriormente había publicado ensayos y artículos. Toda esta literatura adolescente de Ramiro es, en cierto modo, una prefiguración de su futura personalidad.

La influencia temprana de Nietzsche, unida a un fuerte temperamento juvenil, presta a estas primeras producciones de Ramiro Ledesma un tono duro y arisco.

Hasta bien cumplidos los veinte años, Ramiro sueña con la gloria literaria. Escribe nuevas novelas y ensayos. Proyéctase sobre él la doble influencia del romanticismo y el naturalismo. Los personajes de aquellas novelas de juventud son, por lo regular, encarnaciones de su propio ser. Hombres de personalidad acusada, en pugna con el medio social en que viven; jóvenes de exaltadas aspiraciones intelectuales; solitarios de carácter áspero.

En un cuento titulado El vacío, el protagonista se pregunta por el sentido de la existencia, y encuentra el equilibrio más allá de la vida. También el personaje central de El sello de la muerte busca en el suicidio la solución a sus íntimos conflictos.

Un tono sombrío domina en estas primeras producciones. No se entregaba Ramiro Ledesma, en aquellas sus primeras armas literarias, a una lírica blanda, a una literatura fácil. Sus trabajos dejan la inconfundible impresión de una obra apasionada, cuyo autor vivía, desde la adolescencia, los resultados y las contradicciones vehementes de la crisis de su época.

Y al mismo tiempo que escribía estas primera obras, arrastrado por la ilusión de la gloria literaria, nuestro joven autor leía incesantemente, buscando en los libros nuevos horizontes, aspiraciones e ideas con que nutrir a los personajes creados por su fantasía.

Estas lecturas fueron alejándole de sus sueños literarios. Ramiro Ledesma comenzó a comprender, desde los veinte años, que la vida intelectual le ofrecía otras posibilidades, más a tono con su temperamento, que la novela y el teatro.

Su vocación se va definiendo día a día. A medida que sus lecturas se hacen más intensas y se polarizan con mayor atención hacia los problemas de filosofía y ciencia, se aleja de las preocupaciones literarias. Al correr de los meses comprende que en las inquietudes intelectuales de sus personajes no hacía sino volcar sus propias inquietudes; que aquella dramática pasión por comprender el mundo y penetrar el sentido de la vida era su propia pasión, y que, en definitiva, su propensión temperamental a las expresiones rigurosas y exactas hallaba cauce más adecuado en las disciplinas de la filosofía que en el mundo vario y multiforme que la novela exige y requiere.

Algún día, Ramiro Ledesma, lanzado de lleno a sus tareas filosóficas o absorto en las tensiones de la acción política, tendrá una sonrisa de comprensión benévola hacia aquellas ilusiones y aquellas primeras páginas literarias de los dieciocho y los veinte años. De haber persistido en el empeño literario, no podemos predecir hasta dónde le hubiera llevado su tesón y su ingenio. Pero podemos asegurar que el cambio de rumbo hacia el pensamiento y la acción no fue en Ramiro una vacilación, sino el paso decidido y seguro hacia su vocación profunda, dado por un hombre sereno y conocedor de los mejores recursos y los secretos de su personalidad.

El universitario

No se podrá concebir a Ramiro Ledesma sino como un alma apasionada. Esta pasión se expresó de una manera arisca y ardiente en las obras de su más temprana iniciación literaria, y de una manera fría y rigurosa en tareas y escritos filosóficos.

Pero en aquella prosa juvenil y en la disciplina de su producción posterior hay, bajo formas bien distintas, una pasión idéntica y verdadera.

Bajo una forma atildada, correcta y académica, el universitario Ramiro Ledesma ocultaba el mismo fuego interior que, pocos años antes, se había manifestado de manera pujante y desbordada.

Durante cinco años, fervorosamente, se entrega al conocimiento filosófico y a las disciplinas auxiliares. Una actividad sin desmayos, un tesón incansable y tenaz, le permiten adueñarse de extraordinarios recursos para la vida intelectual. Al mismo tiempo, se adentra con éxito en el dominio de las lenguas nobles, depositarias tradicionales del saber europeo.

Largas horas de estudio, generosamente consumidas en la Facultad de Filosofía y Letras y en el ambiente apacible de la Biblioteca del Ateneo de Madrid, le proporcionan un amplio caudal científico, una de las más eficaces y vastas culturas logradas en su generación.

A la preparación filosófica unió muy pronto una sólida formación matemática{2}. Cuando este complejo aprendizaje hubo dado sus frutos, Ramiro se lanzó de nuevo al cultivo de las letras. Ahora no era ya el novelista joven, ilusionado e inexperto. Ahora se presentaba pertrechado de un espléndido arsenal de conocimientos, en su nueva fase de escritor de filosofía. Muy pronto se le abrieron las puertas de las publicaciones que entonces daban la tónica de la vida intelectual a la juventud española.

Ramiro se había dotado no solamente de una cultura extensa y vivaz, sino también de una férrea disciplina interior, de una intachable probidad. Y en función de esa disciplina de la voluntad y la inteligencia, se había creado un estilo personal, inconfundible, que anunciaba ya victoriosamente su robusta dotación de escritor.

Era un estilo contenido, sometido a inexorables presiones interiores. Traslucía el cultivo constante y asiduo de las más exigentes técnicas de la expresión filosófica. Voluntariamente, el escritor desterraba de aquella prosa objetiva –y, a momentos, casi glacial– todo matiz, toda inflexión sentimental. De tarde en tarde, la gracia de una imagen o la sombra fugitiva de una ironía, apenas esbozada, prestaban ornamento al sólido conjunto de aquellas páginas serias, logradas siempre con un sello de inalterable precisión.

Pero sería un error creer que, durante aquellos años, el universitario Ramiro Ledesma vivía atento solamente a su vida interior, a la formación de su espíritu. Quien todo lo exige de sí mismo, lo exige también todo del medio social que le rodea. Cuando la voluntad se encastilla en una dura disciplina interior, esta disciplina se proyecta sobre el mundo y reclama de él la réplica exacta.

Ramiro vivía entonces la vida universitaria, y alguna vez rompió su silencio de estudioso y se encaró con la anárquica Universidad española, exigiendo de ella las calidades mínimas de decoro y de orden que es lícito requerir para la formación de una minoría juvenil responsable y eficaz.

Partía de una viva realidad: “De pocas cosas puede decirse, como de la cultura superior, que haya en España una más honda voluntad de conquista.” Para Ramiro, la Universidad era el órgano esencial en la elaboración de la cultura superior. No podía, pues, limitarse a la mera enseñanza, basada en planes y en moldes pedagógicos más o menos eficaces. Ante todo, había de ser una institución creadora, vitalísima, cuyo fin primordial sería la investigación. “Cultura superior, no es pacífico y limitado aprendizaje de unas cosas determinadas que otros crearon, no es el cultivo de una ciencia hecha y definitiva: es justamente y sólo destreza para competir en el terreno polémico de los saberes. Todo lo que no sea esto, catalóguese como ilustración, como superficie rubicunda y descentrada…”{3}.

Universidad no es, sin embargo, tan sólo el organismo docente. También integran –y de modo fundamental– a la Universidad los estudiantes. Y con el mismo rigor exigía Ramiro Ledesma de las asociaciones escolares objetivos definidos y claros. Frente al frenesí político o confesional, la línea tajante de un riguroso profesionalismo. “Toda asociación nace y se desenvuelve a la vista de finalidades concretas. No sería difícil determinar qué finalidades han de presidir las agrupaciones de estudiantes. La función estricta –universitaria– que deben servir impone, desde luego, como primera línea fronteriza, el absoluto alejamiento de otros campos, muy respetables, sin duda, pero cuya defensa y propaganda no parece que sea objeto primordial de las asociaciones de universitarios. Ellos son, ante todo, esto último: universitarios; e introducir entre sus filas otras etiquetas supone infidelidad perturbadora”{4}.

Esta preocupación universitaria, expresada con toda nitidez en 1929, ya no abandonaría a Ramiro. Más adelante, consagrado a la acción política, haría de la Universidad una de las más sólidas bases de actuación, para difundir por España un movimiento joven, lleno de apasionadas promesas{5}.

Como universitario, no se limitó a utilizar las aulas y los libros como uno de los elementos de su propia formación. Pensó entrañable y hondamente sobre la raíz y el futuro de la institución universitaria. Contó más tarde, para su movimiento, con la colaboración juvenil de los estudiantes. Y al mismo tiempo, en noble compensación, señaló, como una de las metas más queridas a ese movimiento político, la creación de una grande y poderosa Universidad española. Ramiro Ledesma solía designar este anhelo tan suyo de una manera muy precisa: Universidad imperial. No sonaba, en aquellos años, esta expresión en oídos españoles. La empleaba Ramiro en 1930.

Esta fecha es decisiva en su vida. Señala la crisis definitiva, la transición última y heroica. Había logrado, por entonces, altísimas calidades de escritor. Contaba escasamente veinticinco años.

Ramiro Ledesma ante la filosofía

En 1928 comienza Ramiro Ledesma a publicar sus ensayos de filosofía. En asiduo contacto con el pensamiento alemán, expone y comenta las doctrinas filosóficas de los grandes maestros contemporáneos. Alguna vez –siempre como excepción– roza el tema literario{6}. Se proyectan sobre su joven personalidad influencias fecundas.

Una ilustre figura española suscita todas sus simpatías: la de D. José Ortega y Gasset{7}. La admiración leal y fervorosa por Ortega no compromete en Ramiro aquella libertad de reacción y de crítica que constituyó siempre lo más valioso de su espíritu.

A través de Ortega, llega a Ramiro Ledesma un lejano influjo de la escuela de Marburgo, primera etapa de su pensamiento filosófico. Muy pronto, el estudio de más recientes tendencias le sustrae de la atracción neokantiana. Martín Heidegger fue, desde entonces, la más honda devoción filosófica de Ramiro.

Repasando sus ensayos, sus críticas y glosas a los más diversos autores, salta a la vista la plena independencia intelectual con que se desenvuelve entre el mundo de ideas que frecuentaba. Sería ingenuo buscar una lograda madurez en esas páginas, escritas al calor de sus lecturas y de sus meditaciones. No puede exigirse a un joven de veinticinco años, por grandes que fueran sus dotes y por robusta que fuera su capacidad creadora, la elaboración de un sistema de filosofía.

En el prólogo a una colección de escritos que preparaba en 1930 nos dice: “Ante el complejísimo paisaje de la problemática filosófica, el autor ha proyectado tan sólo lo que en él mismo había de exigente y de curioso: una juventud y unos entusiasmos. Quiere esto decir que los trabajos filosóficos que siguen no aspiran en manera alguna a momificarse en perfecciones. No son nada definitivo ni completo, y el lector no debe empeñarse en buscar en ellos lo que no tienen, ni han podido tener, ni yo he querido que tengan: la radical y última actitud frente a unas figuras y unos temas…”{8}.

No cabe, en verdad, expresarse con mayor honradez. No puede pretenderse que estos ensayos contengan un pensamiento sistemático, formulado con caracteres definitivos. Contienen, en cambio, otras calidades. Hay en ellos, por de pronto, un extraordinario talento de exposición, una prosa de precisión impecable, un hondo sentido crítico, que suscita continuamente observaciones certeras y comentarios personalísimos.

La probidad intelectual de Ramiro Ledesma se manifiesta a través de su concepción del filósofo. “El filósofo, en general, es enemigo de las cosas; no ama el Universo en sí mismo, y siempre dispara a los objetos unos dardos ambiciosos, con la pretensión de captar en ellos esa propiedad que los hace cognoscibles, seres dóciles a las ideas”{9}. Delimítase, pues, una tarea. Impónese una estricta misión al filósofo.

No se cansará nunca de insistir en este rigor con que debe entenderse la misión de la filosofía. “Si algo proporciona la cultura filosófica, es la relativa facilidad con que pueden ser atrapados los problemas. Consiste en un presentarse los objetos legítimos, no en clara proyección de evidencia, pero sí dotados de esa dirección e intención que juega papel tan decisivo en la filosofía alemana más reciente. Los objetos sobre los que ha de ceñirse el pensar son, por tanto, de origen especulativo. Deben pertenecer a una tradición filosófica, o bien, ser justificados en un sistema de categorías lógicas originales que es preciso descubrir. Esto no es idealismo infructuoso, sino más bien la dificultad central a que ha de hacer frente toda filosofía. La filosofía consiste en una fidelidad y en una disciplina rigurosas a un secreto, a una contraseña que ella ha elaborado al tiempo mismo de manifestarse en la Historia”{10}.

En esta época, Ramiro Ledesma vive en una exigente tensión. No se cansa de escribir la palabra rigor. Y es, en efecto, riguroso consigo mismo. Centra toda su personalidad en el intelecto. Anhela una ciencia de fórmulas secretas, de puros conceptos que comprendan y abarquen las categorías todas de la realidad. Desearía encastillarse en inexpugnables posiciones lógicas, y se acoraza duramente frente a toda actitud sentimental.

“Claro que al lado de todo esto hay los pensadores sentimentales –si en estas dos palabras hay nexo posible–, rebeldes a toda disciplina teorética. Las cuestiones tienen para ellos una palpitación psicológica, y sus esfuerzos se refieren siempre al análisis y descripción de las rutas estelares que el hecho intelectual deja tras de sí. Extraños, pues, por completo al sentido peculiar de la filosofía. Toda meditación sentimental es de entraña psicologista. Reside en el sector previo y elemental de la psique. Sobre esto puede elaborarse una sugestiva teoría, que me sería grato intentar alguna vez, donde quedasen fundamentadas todas las jerarquías de toda la ascética, la mística y otras interesantísimas derivaciones elementales. Pues casi tengo la seguridad de que, en vez de trascender los límites del concepto o las metas de índole categorial, en realidad, quedan sus hallazgos más cerca del suelo, anclados en sectores raquíticos e insuficientes”{11}.

No nos incumbe ahora abordar el problema general, suscitado en estas líneas, del peculiar carácter de la filosofía. Pero, si hemos de comprender humanamente a Ramiro Ledesma, reconoceremos en las raíces vitales de su actitud un primario impulso sentimental. Ramiro intenta resolver en puro pensamiento su afectividad juvenil. Sueña con una determinada filosofía, con una exigente y rigurosa disciplina. Nada tiene de sentimental el contenido de sus sueños. Pero sí la pasión con que los sueña. En esa pasión pone toda su alma. Por medio de una austera disciplina intelectual aspira a vencer sus más íntimas pugnas. Algún día pondrá esa misma pasión en un sueño bien distinto: habrá sonado para él la hora de la acción.

Con el mismo esmero con que aísla la filosofía de toda postura sentimental la defiende también de influjos cientificistas. Parapetado en cuidadosas delimitaciones entre ciencia y filosofía, Ramiro Ledesma no incidió en la más leve confusión, al estilo de las que todavía –como herencia del positivismo– persisten en algunas escuelas. Sin embargo, no le escapaba la enorme trascendencia teórica que ofrece el estudio del mutuo influjo en el desarrollo histórico de ciencia y filosofía. “La Historia de la Filosofía y la Historia de la Ciencia son un entrecruzamiento constante de problemas. La influencia es recíproca, y sería aventurado afirmar de qué recinto proviene la ola de más empuje. Dilucidar esta cuestión supone quizás estructurar toda la filosofía contemporánea”{12}.

Sin duda alguna, cuando Ramiro coloca al margen de la filosofía las posiciones sentimentales, o cuando pulcramente distingue entre filosofía y ciencia, no hace sino reflejar conceptos y doctrinas de su época, referirse a problemas ya dilucidados en las escuelas. Lo que aquí nos interesa, más que el contenido de estas posiciones, es el calor con que las hace suyas, el entusiasmo con que suscribe toda postura que tienda a exaltar la dignidad y a proclamar la alta jerarquía de la tarea filosófica.

En parte, este respeto al quehacer de la filosofía, aceptado como propio quehacer, está determinado por una honda intuición, no exenta de cierto dramatismo, sobre los caracteres grandiosos y duros de nuestro tiempo. En una época de crisis extrema, sólo serán perdurables los esfuerzos realizados con noble pasión e inquebrantable asiduidad. En 1928, liberándose de ciertos optimismos reaccionarios o liberales, entonces en boga, escribía Ramiro: “Se va advirtiendo que caminamos hacia una época oscura y desértica, de la que sólo se salvarán los esfuerzos gigantes y continuados”{13}.

En efecto: se acercaban años difíciles para Europa, y no sólo en el orden de cosas del intelecto. Pero una de las más excelentes cualidades de aquel estudioso español de 1928, en quien nadie hubiera podido prever el futuro político de acción, era precisamente la cualidad dichosa de ser un hombre de su tiempo. En aquella etapa intelectual de su vida, no se cansaba Ramiro Ledesma de reivindicar la esencial novedad de las ideas de su tiempo, impugnando todo entroncamiento con lejanas filosofías, toda afirmación de “ascendencias arbitrarias”{14}. Más adelante reclamará la misma actualidad rigurosa en las ideas y la acción política. Bajo uno y otro aspecto, su personalidad presenta una continuidad rigurosa: sentirse hijo de su tiempo, vinculado fatalmente a los contornos dramáticos de su época, exento y libre de todo anacronismo.

Esta postura de apasionada contemporaneidad no extirpó en Ramiro un cierto sentido histórico, en lo que se refiere a la historia de las ideas. En ese aspecto, procede con severa objetividad. Alejado de la filosofía tradicional, reconoce con espléndida lealtad los merecimientos de algunos de sus continuadores coetáneos: Mercier, Gómez Izquierdo o Amor Ruibal{15}.

Pero nada tan expresivo como su actitud crítica ante Sanz del Río, en que la serenidad de juicio es realmente ejemplar. La figura del importador del krausismo ha sido impugnada en España con igual ardor desde el bando tradicional y escolástico que desde cualquier otro. Sus propios nietos espirituales no gustaban de evocar las raíces krausistas de su genealogía. Ramiro escribe incidentalmente unas líneas breves sobre Sanz del Río. Refiérese a la estancia de Sanz en Alemania y Francia. “En París habla con Victor Cousin. Con la sirena ecléctica que era Cousin. Habla con Augusto Comte, que era entonces –año 42 o 43– una novedad. Ambos quisieron retenerlo. Y no se detiene. Nadie sabe que metafísicos impulsos le obligaban a no detenerse. Hasta Heidelberg”{16}. El krausismo de Sanz, con todas sus deficiencias, recoge algún matiz del alma española. Rinde, en efecto, cierta fidelidad “al temperamento racial, al espíritu de nuestro pueblo, que se inclina y prefiere, en filosofía, las márgenes eticistas, de práctica aplicación a los problemas vitales inmediatos”{17}. Es decir: valórase, en estas líneas, cuanto existió en Sanz del Río de auténtica inquietud metafísica y de más o menos remota afinidad al espíritu de su patria. Y concluye Ramiro Ledesma: “Hoy, el krausismo no es nada; no creemos que en Alemania haya un solo krausista. Para nosotros, jóvenes, es algo horrible y monstruoso”{18}. La infecundidad de la obra del Sanz del Río, o la invalidez de toda la concepción krausista, no impide reconocer ciertas calidades al escritor español. Y téngase en cuenta, para valorar mejor esta objetividad en el juicio histórico, que Ramiro Ledesma representó, en su generación, la postura más antagónica y hostil frente al krausismo, sus raíces y sus derivaciones españolas.

Y para concluir, puesto que no se trata aquí de exponer las ideas de Ramiro Ledesma, que el atento lector hallará directamente en sus ensayos, sino de explicar su actitud ante la filosofía, digamos algo de uno de los más nobles aspectos de esa actitud que reseñamos: cómo entendió la relación entre la nacionalidad y la tarea del filósofo.

Sentía Ramiro demasiado hondamente su dignidad de español para admitir el tópico –tan frecuente y tan absurdo– de la incapacidad del temperamento español para los quehaceres filosóficos. Pero, al mismo tiempo, poseía una formación lo bastante sólida y una probidad intelectual lo bastante exigente para admitir el grave error nacionalista de que es posible formular una filosofía española, en el sentido de que lo español altere o invada la esencia misma de los contenidos de la filosofía. Sabido es que algunos supernacionalistas europeos lanzaron la especie de que era posible, y aun necesario, fundar una filosofía nacional, una matemática o una física nacionales. El temperamento de un gran pueblo podrá imprimir un estilo propio a la forma de la filosofía o de la ciencia, al lenguaje, a la expresión, incluso a la manera psicológica de reaccionar ante una determinada problemática. Pero es insostenible la idea de que esa calidad temperamental mediatice los contenidos teóricos de la ciencia, alterándolos o imprimiéndoles una determinada dirección o carácter. Se trata de una peregrina ocurrencia, que algún día hará sonreír a los historiadores de la cultura. Es aleccionador y magnífico que Ramiro Ledesma, llamado a fundar una doctrina nacionalista de gran estilo, que exaltaría lo nacional hasta el último límite en que lo nacional encuentra una posible vigencia, no incidiese jamás en semejantes mistificaciones.

Ansiaba, eso sí, desde los primeros años de su actividad filosófica, una tonificación de la ciencia y la filosofía en España. Con cierta nostalgia escribía en 1929: “Somos el único gran pueblo que no ha esgrimido aún el cetro filosófico. Y, por tanto, que todavía no ha proyectado sobre el mundo una dictadura intelectual”{19}. Era decoroso y lícito llegar hasta esa afirmación. Sería insensato, por el contrario, ir más lejos. Puede aspirarse a una hegemonía en el mundo de las ideas, a una vanguardia de pensadores españoles a quienes no pueda arrebatar la delantera pueblo alguno. No puede, en cambio, pretenderse que el hecho nacional trascienda hasta la entraña misma de los contenidos científicos, hasta la esfera ideal en que se despliega la sistemática de las ciencias.

El nacionalismo de Ramiro Ledesma no se parecía en nada a la retórica alucinada que a veces se hace oír en Europa. Como una creación de corte clásico, sabía de sus fines y sus lindes exactos. Y era, sin embargo, de grandiosos alientos. El joven escritor, que soñaba para su patria la hegemonía en el mundo de las elaboraciones filosóficas, comenzaba a soñarla también en el mundo del poderío y de la grandeza nacional.

Preferencias históricas

Hemos visto sumariamente cuál era la actitud de Ramiro Ledesma ante la tarea filosófica y la misión del pensador. También podemos, a través de algunos fragmentos, recoger su visión de la historia, en aquella etapa anterior a la acción política.

Se nos presenta, en sus escritos, como deslumbrado por las grandes épocas heroicas y creadoras, las épocas cruciales, en que la cultura experimenta una crisis renovadora y el genio de los hombres se manifiesta en arrebatada plenitud. Resonancias nietzscheanas y atentas lecturas de Burckhardt informan, en parte, sus concepciones históricas. Ramiro se siente atraído por los tiempos caldeados en el heroísmo y el peligro. En una ocasión escribía: “A base de heroísmo y de peligro, surgen los temples y las épocas de gran estilo… Épocas de gran estilo significa ser inconfundibles, creadoras y eternas… La primera gran época así es el mundo de los griegos”{20}. Los dos grandes momentos de la Historia son, para él, por una parte, el mundo griego y, por otra, el Renacimiento. “El Renacimiento es para mí –nos dice– la época de las épocas. Nuestra más inmediata y valiosa tradición. El espectáculo del Renacimiento es la plenitud del mundo”{21}. Del Renacimiento exalta “el gran arte, la violencia y los comerciantes famosos de las ciudades italianas”, es decir, tres formas distintas y poderosas de vitalidad. Al mismo tiempo que estas formas exteriores de vitalidad triunfante, exaltaba también la pujanza del pensamiento renacentista: “El espíritu creaba problemas infinitos y se debatía inmerso en perfumes y en dificultades”{22}. En alguna parte detalla su admiración por Maquiavelo y por el mundo sutil y refinado de su política{23}.

Esta apología del mundo griego y el Renacimiento estaba ciertamente en la atmósfera intelectual en que Ramiro se movía por aquellos años, es decir, en las grandes corrientes de la bibliografía histórica y filosófica, especialmente en Burckhardt. Pero en su admiración por estas épocas de gran estilo hay algo más que un eco de sus libros. Ese entusiasmo va unido a la personalidad misma de Ramiro Ledesma, a sus más caros, secretos y profundos aleteos interiores. Su cultura filosófica e histórica le hubiera permitido entusiasmarse de igual manera con la Edad Media. Y, sin embargo, nos dice, con evidente y excesiva pasión: “La época, tétrica y oscura, del medievo es el gran pecado del hombre”{24}. Para él, “nosotros nacimos en los grandes días del Renacimiento, cuando lo tétrico y lo enjuto eran un pecado”{25}.

Semejante culto al Renacimiento tiene, en Ramiro, una significación más honda que la de tal o cual influencia literaria. Es un canto apasionado al heroísmo, la vitalidad, la violencia; una apología de los tiempos críticos, trágicos y creadores. Aquel entusiasmo histórico tendría muy pronto su cauce sobre la realidad circundante. Se preludian ya los años inmediatos en que Ramiro Ledesma tratará de suscitar, en la España de su tiempo, todo aquello que le conmueve noblemente al evocar los días del Renacimiento.

Del pensamiento a la acción

A fines del año 1930 se verifica la honda y decisiva transformación de Ramiro Ledesma. Hasta esa época se había movido con indudable preferencia en una órbita de preocupaciones teóricas. En su dinamismo juvenil, había proyectado empresas múltiples; pero exclusivamente empresas intelectuales. En otro tiempo, proponíase fundar un “Grupo de jóvenes amigos de la filosofía”{26}. Preparaba también un “largo estudio” sobre “La tesis copernicana de Kant y el sentido actual del a priori{27}, y un libro sobre “Emilio Lask y la filosofía de los valores”{28}. Soñaba con lanzar una revista de porte ambicioso, que trataría de ciencia y filosofía, y se titularía “Sistema”{29}.

Todos estos proyectos son abandonados de repente. Ramiro imprime un fuerte viraje a su vida y se lanza a la acción política. Al comenzar el año 1931 enarbola en La Conquista del Estado la bandera inicial de un movimiento que, a fines del mismo año, habría de bautizar con una expresión de afortunada novedad: nacionalsindicalismo.

Cuando, al correr de los años, un cuidadoso historiador intente reconstruir la vida y el pensamiento de Ramiro, tendrá que poner de relieve, como hecho básico e inicial, que en esa transición, en apariencia tan brusca, no existe nada que se parezca a la improvisación. Contra lo que pudiera creerse, la postura política que Ramiro inicia en La Conquista del Estado tiene sus precedentes en anteriores escritos. Existe toda una evolución, todo un proceso ideológico, a lo largo de varios años de vida intelectual, cuyo desenlace es la formulación de su doctrina nacionalsindicalista. De ese proceso de transición quedan huellas suficientes para que pueda ser reconstruido en sus líneas generales.

Y en ello radica precisamente el mérito insigne de Ramiro Ledesma. Su vocación política es una profunda determinación de todo su ser. No llega, por imitación, por deslumbramiento o por influencias externas, a sentirse elegido para iniciar un movimiento nacional. Llega, por el contrario, a través de una personalísima y profunda evolución, de conmovedora autenticidad.

El Ramiro universitario, ateneísta y filósofo, que glosaba el pensamiento alemán y publicaba con frecuencia ensayos críticos, no era un intelectual abstracto e indiferente. Bajo su aspecto de hombre frío se ocultaba una viva sensibilidad humana. Llegaba hasta él la tragedia social de las masas españolas y la tragedia nacional en que culminaba la decadencia de un gran pueblo. Sentía en su más recatada intimidad honda protesta contra un Estado senescente, incapaz de acoplar su pulso al gran pasado español y a los tiempos inciertos y tormentosos que se vislumbraban en un porvenir inmediato. Y precisamente en aquellos años de 1928 a 1930, cuando más indiferente, académico y desentendido de su patria podría juzgarse al Ramiro estudioso e intelectual, precisamente entonces comenzaba a formarse en él aquel estado de conciencia que le llevaría al hallazgo final de su política.

No tiene nada de extraño que sus primeras reacciones derivasen por un cauce meramente intelectual y teórico, puesto que bajo ese signo se deslizaba entonces su vida. Pero muy pronto la apetencia de un nuevo orden social y nacional desbordaría el cauce originario y angosto de los principios.

Veamos, en rápida ojeada, esas ideas de Ramiro Ledesma, enunciadas con anterioridad al año 1931, y en las cuales se adivina ya su futura posición política.

En 1929 definía incidentalmente la misión del Estado como autoridad máxima y ordenadora. “Una dificultad social lo es por alguna cosa: responde, pues, a una determinada exigencia, raíz indudable y central de las transformaciones posteriores que reclama… Nada importa más, para el conocimiento de las cosas provistas de un sentido, que su examen desde un punto de vista extraño desde el que se le impongan sentidos nuevos. Esa objetivación de los problemas, ese situarlos en sí mismos, respetando la esencia particular que en ellos reside, es para nosotros la primordial misión del Estado, y precisamente concurre en los tipos más robustos de Estado que examinemos. En los Estados, como en los individuos, subjetividad radical equivale a pobreza jerárquica, a impulsión estrecha y restringida”{30}.

Es esencial, en estas líneas, el destacar, junto a la exaltación del Estado como principio ordenador, asentado en un sistema de valores de radical objetividad, la capacidad que el Estado debe tener para respetar la esencia peculiar de cada problema, los ámbitos particulares en que los problemas se producen.

Y también datan del año 1929 unas páginas de capital importancia para entender la evolución de Ramiro Ledesma sobre el papel de las juventudes en la Historia y, concretamente, en nuestro tiempo{31}.

He aquí sus palabras: “Toda novedad auténtica está condenada, por radical designio, a no ser comprendida. Es el caso de las juventudes cuando acometen la creación de nuevos estilos de vitalidad. Los años mozos son envidiables, no por lo que en ellos se haga, sino precisamente por lo contrario: por lo que en ellos deja de hacerse. Esa posible desviación, esa convergencia de rutas desatendidas –solicitaciones fracasadas del exterior–, otorgan a la vida joven los máximos rangos. El joven goza, cada minuto, de ese peculiar sentido, atrofiado en la madurez, que se nutre de renunciar a unos valores para conquistar otros. Acontece, en momentos de crisis para una cultura, que las preferencias de las almas jóvenes difieren de las que tendrían sus padres ante los mismos inminentes compromisos. He aquí la eterna disconformidad de las generaciones. Esas generaciones terminales, que proporcionan al joven, por lo menos, una enseñanza: la de volver la espalda a sus emblemas”. Queda planteado en términos generales el conflicto de las generaciones jóvenes con los valores recibidos.

A continuación traslada el problema a nuestra época. Para Ramiro, la juventud de nuestro tiempo no adviene empeñada en negaciones radicales y suicidas. “Acontece que la juventud actual es recibida con suspicacia en todos los recintos. Existe un vago recelo a sus iniciativas, porque se la sospecha víctima de un tremendo afán cósmico por destruir valores. La vieja generación teme que los jóvenes destruyan sus valores. Las morales nacientes no suelen respetar escrúpulos venerables. Porque en ellas es siempre legítimo que si yo no poseo un valor, ni puedo conseguirlo, me esfuerce en negar a ese valor toda vigencia. E implante los míos. No es éste el caso de las juventudes actuales. No niegan los viejos valores. Por el contrario, los reafirman y superan. El recelo, pues, no tiene justificación. Fuera de algunas voces aisladas de ineficaz propósito, en todas partes la nueva juventud asimila los frutos antiguos.”

Ahora bien: esa generación joven, resuelta a respetar los valores heredados, pero a no renunciar a sus propias realizaciones, es definida por alguien como juventud impresionista. Ramiro Ledesma, polémicamente, devuelve la acusación al campo de donde procede, a las generaciones anteriores. Y concluye: “He aquí, pues, la generación pasada, impresionista y culpable.” El ensayo de Ramiro es, en su integridad, una defensa de las juventudes intelectuales, aunque aclara que “el debate pudiera generalizarse, sin modificación esencial, a otras áreas cualesquiera”.

Así, pues, a lo largo del año 1929, el joven intelectual que era Ramiro Ledesma recogía de su pueblo y de su tiempo imperiosos requerimientos. La vocación política comienza a suscitarse. Añora un Estado autoritario y reivindica a la juventud como impulsora de nuevos valores.

Un año más tarde, esta naciente inquietud política se ha adueñado de Ramiro. En 1930, junto a su intensa vida intelectual, cobran cuerpo las preocupaciones políticas concretas.

Con ocasión de una encuesta sobre la vanguardia, Ramiro escribe, entre otras cosas, lo que sigue: “¿Y los escarceos políticos –finales– de la vanguardia? Bien poca cosa. Algún grupito quiso ser liberal y demócrata, esto es, retaguardista, y se afilió a doctrinas políticas del más viejo Ochocientos. Ni siquiera se han hecho socialistas. ¡Son liberales y revolucionarios de Ateneo! Otros, quizás más avisados, parece que no quieren mezclar la política con la literatura. Son los irresponsables y los puros. ¡Dios los bendiga! Otros, catolicísimos y no sé si monarquísimos, se dice también que ensayan unos ademanes… Desde luego, decimos nosotros, a todos se les escapa el secreto de la España actual, afirmadora de sí misma, nacionalista y con voluntad de poderío”{32}.

A partir de estas líneas de 1930, ya no cabe duda. Está echada la suerte. Una concepción política de poderosa novedad bulle en la mente de Ramiro Ledesma. El tiempo le permitirá madurarla. Lo esencial está hecho: místicamente, cree haber entrevisto el secreto de España. Las fórmulas, la emblemática, la doctrina, los proyectos, vendrán después, madurando lentamente en torno a la inicial inspiración.

En otro texto, también de 1930, podemos comprobar cómo este pensamiento político se concreta cada día que pasa, tomando formas robustas y definidas{33}. Con severa expresión describe el vacío histórico de nuestro tiempo, la oquedad hostil de la época. No olvidemos que en un ensayo anterior afirmaba que marchábamos hacia una edad obscura y desértica. Este pensamiento –la tristeza de la época presente– aparece ahora transferido del orden intelectual a todos los órdenes vitales.

“Desde hace un siglo, aproximadamente, el hombre vive desilusionado de metas infinitas y últimas, y aparece entregado a ilusiones y tareas de actualidad inmediata y cercana. Si hay una época desilusa de anchas perspectivas trascedentes, es la nuestra… No hay épocas buenas o malas. Hay épocas que aspiran a esto y épocas que aspiran a aquello. Pues bien: la nuestra aparece despejada de aspiraciones. Es toda ella tensión actualísima, y quizá por primera vez en la Historia el fenómeno se presenta con tal radical carácter…” De ahí nace precisamente el conflicto de nuestro tiempo con los anteriores. “Una época así ha de arrancar su vigencia a viejos conglomerados de valores que caducan. Ahí vemos ya moribunda y tenue la concepción demoliberal del Estado como algo inservible e invalioso. Ahí están las viejas costumbres señoriales, derrumbadas, para dejar paso a las nuevas jerarquías.”

¿Cuáles fueron las causas que impulsaron esta colisión dramática de las épocas? ¿Qué circunstancias caldean y ponen tensión a esta pugna de valores?

Los nuevos tiempos y sus peculiares contenidos históricos no han sido deliberadamente elegidos o queridos por los hombres. Llegan a nosotros con carácter necesario, con ineludible forzosidad. “Desde la Gran Guerra se han hecho más patentes los nuevos y radicales destinos de la época. Ello no se debe a la integral victoria de la civilización mecanicista y técnica. Advino al mundo esta civilización, no por sufragio universal, no por general consenso, sino que nos ha sido impuesta, hayámoslo o no querido. El fenómeno es curioso, porque en ningún otro momento histórico está reflejado ese irracional primario, que opera, sin ser visto, en los recodos de la Historia.”

La entrada de las masas en la Historia es la primera resultante de ese nuevo orden de los tiempos. “El viraje decisivo que han efectuado las masas para su entrada en el mundo actual constituye quizá su primera intervención con signos y caracteres positivos. Hasta aquí, la corriente humana de estirpe inferior ha venido consagrándose, bien a negar (por influjo demagógico), bien a acatar (por influjo de pastores), las obtenciones valiosas que realizaban las minorías sobresalientes y aristocráticas. Hoy, no. Hemos entrado en un tipo de vida en el que cabe la acción positiva de la gran masa. En la política, ello supone, no la exaltación de la cadaverina liberal y democrática, que descompone pueblos y destinos, sino la franca colaboración activa, jerárquica, en las empresas de alto porte que el Estado inicie.”

Las masas, al articularse en una nueva política, originan la crisis histórica. Surge una pugna histórica de ancho ámbito. “El deportista, el obrero, el político, el intelectual, se oponen a otras cosas que también existen en el mundo, que son el Estado liberal, la indisciplina, la moral burguesa, la economía individualista, &c. E imponen la jerarquía, el Estado absoluto, la economía sindical, &c. Este es el mundo de hoy, quiérase o no. Y el mundo tiene siempre razón.”

Estos párrafos son también anteriores a La Conquista del Estado. La evolución está ultimada. El político aparece, en su plenitud, capacitado ya para la acción. La doctrina existe, desde este momento –octubre de 1930–, en sus líneas generales: Estado autoritario, reivindicación de las juventudes, época en crisis, valores nuevos contra valores caducos, apetencia de una España nacionalista con voluntad de poderío, encuadramiento de las masas en una nueva disciplina, economía sindical…

Un esquema de lo que ha de ser la doctrina nacionalsindicalista. En estos escritos pre-jonsistas de Ramiro Ledesma se preludian algunas de sus principales aportaciones posteriores a la teoría política{34}.

El intelectual se ha transformado en político. Aquel joven estudioso que ansiaba la hegemonía de España en el mundo filosófico ha descubierto que lo que ansiaba, en rigor, era una España con voluntad de poderío. A este Ramiro Ledesma de finales de 1930, que acaba de formularse apasionadamente una nueva doctrina política, pensada para su patria y para su tiempo, sólo le falta decidirse a la acción. En enero de 1931, en un escrito también anterior a su primer órgano político, nos anuncia indirectamente este propósito de acción. Se refiere a un político socialista, significado también en el mundo de las letras. Alude a su semblanza política y añade: “… de la que radicalmente difiero y estoy llamado a combatir de un modo implacable y agresivo”{35}.

Implacable y agresivo. A las ideas anteriormente enumeradas se suma la decisión de optar por la violencia en la lucha política. El nacional-sindicalismo no ha sido fundado todavía, pero aparece ya prefigurado en sus rasgos esenciales.

El político

El 14 de marzo de 1931 inicia Ramiro Ledesma la publicación de La Conquista del Estado. Desde esa fecha, su acción política no cesaría ya, directa o indirectamente realizada, hasta el momento mismo de hacer a España la ofrenda heroica de su vida.

Puso en la política la misma pasión que, antaño, cuando soñaba en la literatura, había puesto en sus escritos y en sus ambiciones; la misma pasión que, más tarde, encubierta bajo la serenidad de los temas filosóficos, había puesto en la vida intelectual. Emiliano Aguado, el escritor de la generación de Ramiro que mejor le ha comprendido, ha expresado esta entrañable humanidad del fundador de las J. O. N. S. de manera insuperable. “Ramiro encuentra en la política la misión que ya no le ofrecía la ciencia, pues no acertó jamás a vivir sin pasión, y es conmovedor verle con frecuencia buscando formas frías de expresión para ocultar la infinita ternura que bullía en su corazón de hombre fuerte”{36}.

Al aceptar como tarea la política, ligando su destino a la suerte de España, Ramiro hizo generosa renuncia a un futuro esperanzado y magnífico en la vida intelectual{37}. Para España, esta renuncia fue fecunda. Ramiro inició y puso en marcha, no sólo la doctrina creada por él, que designó con el nombre de nacionalsindicalismo, sino también unas consignas, una emblemática, una táctica. Su creación produjo, a la larga, un nuevo clima moral en la juventud de España. Por sí solas, las J. O. N. S. y el jonsismo hubieran constituido un movimiento capaz de lograr la dignidad, la grandeza y el poderío de España. La Historia corrió por otros cauces, y al jonsismo se unieron, al correr de los años, otros sectores de la política española, originándose un nuevo movimiento.

La figura de Ramiro permanecerá, destacándose en la historia contemporánea de España con relieves geniales. A medida que pasen los años se comprenderá la inmensa eficacia creadora de su pensamiento, su espléndido sentido de la acción y la lucha, el poético valor de sus emblemas y consignas. Todo eso está presente en la conciencia de España.

Cae por completo fuera de mi propósito analizar o exponer la concepción política de las J. O. N. S. y de Ramiro Ledesma{38}. Solo he de recordar que el rigor, la coherencia íntima y la radical originalidad de su doctrina están en estrecha conexión con el aprendizaje de seriedad y sistema de su anterior formación filosófica. Con peculiarísima autenticidad, Ramiro derivó de lo intelectual a lo político, en una transición dramática y conmovedora.

Y, sin embargo, a pesar de sus orígenes intelectuales, su política poseía una inspiración, una mística violencia, una pasión española no superada por ningún otro de nuestros políticos en lo que va de siglo. Sentirse responsable de la historia de España, salvar al hombre con la patria, defender con el mismo tesón la libertad profunda del hombre que la sagrada autoridad del Estado: todos los grandes principios que vitalizan su doctrina han sido concebidos en trance entusiasta y poético.

Y sobre todo eso, sobre su gran creación política, a cuyas expensas, interpretándola con mayor o menor fidelidad, viven otras fuerzas ulteriormente llegadas a la vida nacional, puso Ramiro Ledesma el augusto ejemplo de su muerte. Había vinculado su vida al destino de España. Y en horas trágicas para España, Ramiro penetró con serena grandeza en el desenlace, también trágico, de su existencia.

Ofrendó su sangre con el mismo estilo combativo, generoso y gallardo que había informado su vida.

Los que hemos estado a su lado lealmente, y los que, después de su muerte, en tiempos de risueñas complacencias, mantenemos el hosco e irreductible acento de esa lealtad, estamos seguros de que el ejemplo, el pensamiento y la sangre de Ramiro Ledesma no han sido estérilmente ofrendados a España.

Santiago Montero Díaz

––

{1} Ramiro Ledesma Ramos: El sello de la muerte, Madrid, Reus, 1924; 299 páginas.

{2} Véase la hermosa traducción debida a Ramiro Ledesma de la Introducción a la filosofía matemática, de Walther Brand y Marie Deutschbein (Madrid, Revista de Occidente, 1930; 240 páginas), de la edición alemana Einführung in die philosophischen Grundlagen der Mathematik, Frankfurt, Verl. Moritz, 1929.

{3} Cf. Gaceta Literaria, 15 octubre 1929: “El curso universitario”.

{4} Cf. “Las Asociaciones de estudiantes”, en la Gaceta Literaria, 1º noviembre 1929.

{5} Véase mi estudio La Universidad y los orígenes del nacionalsindicalismo, sobre las ideas universitarias de Ramiro Ledesma (Murcia, 1939).

{6} Así, por ejemplo, en los ensayos sobre Otto Braun (Gaceta Literaria, 15 mayo 1928) y Hauptmann (Gaceta Literaria, 1º mayo 1928). Un buen ensayo de arte: “Cinema y Arte Nuevo”, en la Gaceta Literaria (1º de octubre de 1930).

{7} En toda la obra de Ramiro se puede apreciar la cálida y leal admiración hacia don José Ortega y Gasset. El curso del ilustre pensador sobre el tema “¿Qué es filosofía?” impresionó hondamente a Ramiro desde 1929. En adelante fue asiduo lector y oyente de Ortega. Véase la durísima crítica de Ramiro sobre el trabajo de Carmona Nenclares titulado El pensamiento de Ortega y Gasset. La crítica apareció en la Gaceta Literaria (15 abril 1930).

{8} Prólogo de una colección de artículos que proyectaba publicar recogidos en un libro. Manuscrito, en poder de la familia del autor.

{9} “Filosofía. Ciencia”, en la Gaceta Literaria (1º de julio de 1929).

{10} Véase la crítica sobre “El sentimiento de lo eterno”, por V. García Martí, publicada en la Gaceta Literaria (15 enero 1930).

{11} Idem íd.

{12} “Filosofía. Ciencia”, en la Gaceta Literaria (15 noviembre 1928).

{13}Tres libros de Filosofía”, en la Gaceta Literaria (15 agosto 1928).

{14} “El filósofo Gómez Izquierdo”, en la Gaceta Literaria (1º marzo 1930)

{15} Cf. “Filosofía. Ciencia”, en la Gaceta Literaria (1º enero 1929), o “El filósofo Amor Ruibal”, en la misma publicación (1º diciembre 1930)

{16} “Filosofía. Ciencia”, en la Gaceta Literaria (1º abril 1929).

{17} Idem íd.

{18} Idem íd.

{19} “Filosofía. Ciencia”, en la Gaceta Literaria (1º enero 1929).

{20} “Un griego”, en la Gaceta Literaria (1º septiembre 1928).

{21} Idem íd.

{22} En una nota sobre Descartes, en la Gaceta Literaria (15 julio 1928).

{23} Sobre Maquiavelo, un breve ensayo crítico en la Gaceta Literaria (15 octubre 1928).

{24} Cf. nota 20.

{25} “Tres libros de Filosofía”, en la Gaceta Literaria (15 agosto 1928).

{26} Cf. Gaceta Literaria (15 agosto 1928).

{27} Revista de Occidente (junio 1930, págs 401-2).

{28} Cf. el artículo crítico sobre “El sentimiento de lo eterno”, en la Gaceta Literaria (15 enero 1930).

{29} El proyecto de esta revista surgió en 1929. Ramiro Ledesma lo comunicó a algunos de sus amigos, y tardó mucho en abandonar esta empresa, hasta que su actividad fue plenamente requerida por el quehacer político.

{30} “La Asociaciones de estudiantes”, en la Gaceta Literaria (1º noviembre 1929).

{31} “Juventud e Impresionismo”, en Atlántico (Madrid, agosto 1929, págs. 14-16). Véanse también las finas observaciones políticas del artículo “Maurras y el Catolicismo”, en la Gaceta Literaria (1º abril 1928).

{32} Contestación a la encuesta “¿Qué es la vanguardia?”, en la Gaceta Literaria (1º julio 1930).

{33} “El concepto católico de la vida”, en la Gaceta Literaria (15 septiembre y 15 octubre 1930).

{34} Dejando aparte ciertos atisbos muy certeros que se encuentran en las más juveniles obras de Ramiro Ledesma, tanto en El sello de la muerte, de 1924, como en una obra manuscrita, compuesta a los diecinueve o veinte años y titulada El “Quijote” y nuestro tiempo, que se halla en poder de la familia Ledesma.

{35}Filosofía 1930”, en la Gaceta Literaria (1º enero 1931).

{36} Cf. Emiliano Aguado: “Ramiro Ledesma y su tiempo”, en Levante (23 septiembre 1939).

{37} Cf. Roberto Lanzas: ¿Fascismo en España? (Madrid, 1935, páginas 53 y 54), y Montero Díaz, en Prólogo al Discurso a las juventudes de España, tercera edición (Ediciones FE, Barcelona, 1939, páginas 10 y 11).

{38} Véase, a más del citado prólogo y el trabajo, también citado, sobre La Universidad y los orígenes del nacionalsindicalismo, mi conferencia Por la Patria, el Pan y la Justicia (Madrid, 1939). Los futuros expositores del pensamiento político de Ramiro Ledesma habrán de tener muy en cuenta, aparte de sus trabajos en La Conquista del Estado y la revista J O N S, (recogidos también en sendas antologías), y de los libros Discurso a las juventudes de España y ¿Fascismo en España?, ya citados, el espléndido artículo “Ideas sobre el Estado” (1º marzo 1933).

[Ramiro Ledesma Ramos, Escritos filosóficos, Madrid 1941, páginas v-xlv.]

Advertencia inicial

Publico en este volumen una serie de ensayos filosóficos, casi todos aparecidos ya antes, con leves alteraciones, en revistas diversas. Se escribieron en muy varia ocasión, y obedecen quizá a preferencias momentáneas, fijando unas lecturas o insistiendo en el relieve personal de algún filósofo. Todos tienen, sin embargo, el nexo profundo que les confiere el pertenecer a un momento preciso de la vida intelectual del autor: el de su primera juventud, de la que ahora estrictamente sale, a los veinticinco años, para dar cara a otras responsabilidades y otras tareas de grado muy distinto. Ante el complejísimo paisaje de la problemática filosófica, el autor ha proyectado tan sólo lo que en él mismo había de exigente y de curioso: una juventud y unos entusiasmos. Quiere esto decir que los trabajos filosóficos que siguen no aspiran en manera alguna a momificarse en perfecciones. No son nada definitivo ni completo, y el lector no debe empeñarse en buscar en ellos lo que no tienen, ni han podido tener, ni yo he querido que tengan: la radical y última actitud, frente a unas figuras y unos temas. Alguna vacilación he sufrido para determinarme a enviar a la imprenta estos ensayos. Pero aquí están, adscritos a su función rigurosa, que no es otra que la de ofrecerse como un resumen –poco, mucho o nada valioso– de un entusiasmo adolescente por la filosofía. La misma decisión que me llevó en su día, al encararme por primera vez con los supremos temas de la filosofía, a arrostrar todas las dificultades y a vencerlas –con alguna violencia, si se quiere, pero con absoluta rectitud intelectual–, me impele ahora también a arrostrar de nuevo las posibles iras magistrales.

Todos los jóvenes de mi edad que se han acercado estos años a la filosofía lo han hecho con una obligada timidez, surgida del ambiente, cohibidos ante la tremenda y diaria convicción española de que aquí no ha habido ni habrá nunca filósofos.

Y, sin embargo, la filosofía es inevitable, si queremos forjar una cultura seriamente creadora. Nada hará entre nosotros el físico, el jurista, el historiador, si no logramos que se densifique en nuestra atmósfera intelectual el gusto y la afición por los problemas centrales de la filosofía. Ella tiene el secreto de los nexos sobre que gravita el enjambre teorético de que el hombre de ciencia se rodea a todas horas. Así, todavía, la cultura española es tosquedad y radio breve, sin una concepción del mundo ni una seria dedicación a los temas fundamentales. Semejantes limitaciones deben ser torpedeadas por la generación nueva. A base de cien cátedras magníficas de filosofía.

R. L. R.

Madrid, octubre de 1930.

[Ramiro Ledesma Ramos, Escritos filosóficos, Madrid 1941, páginas 3-5.]

Nota adicional

Cuando Ramiro Ledesma suspendió sus trabajos filosóficos para lanzarse a la actividad política, decidió –a modo de despedida– la publicación de una parte de sus artículos de Filosofía, seleccionados por él mismo. El libro llevaría el título del primer ensayo: La Filosofía, disciplina imperial.

En esta edición se respetan con el mayor esmero el pensamiento y los proyectos del autor. Publícanse estrictamente aquellos ensayos que él había incluido en su proyecto primitivo, en la forma en que este proyecto nos es conocido, gracias a un borrador de 1931 que obra en poder de sus familiares. Nos consta también que Ramiro revisaría, al publicarlos, estos ensayos. Por desgracia, a nosotros solamente nos es posible hacer esta revisión en el ensayo La Filosofía, disciplina imperial, que publicamos, no con arreglo al texto de El Sol, sino de una copia, corregida, hallada entre los papeles del autor. El resto de los trabajos se reproducen en la forma en que vieron la luz en diferentes publicaciones.

La “Advertencia inicial” de Ramiro Ledesma, encontrada también en sus carpetas, permitirá al lector conocer el alcance y propósitos que el fundador de las J. O. N. S. asignaba a este libro. Al editarlo ahora, creemos rendir un póstumo tributo a su memoria, realizando este proyecto incumplido. La lectura de estas páginas permitirá a muchos españoles adquirir una idea más justa y más honda del creador del Nacionalsindicalismo, apreciando cómo su personalidad rebasaba con mucho los límites de la política y se acusaba con enérgicos perfiles en otros planos de la actividad humana.

En cuanto a los restantes artículos de Ramiro Ledesma, aparecidos en diversas revistas y no recogidos en esta breve colección, han sido –en gran parte– aprovechados para realizar la rápida semblanza intelectual contenida en el Prólogo. Son, en su casi totalidad, trabajos periodísticos vinculados a una actualidad determinada. En ellos, sin embargo, a pesar de su carácter efímero y ocasional, deja con frecuencia Ramiro una huella de su pensamiento, sus proyectos o su carácter, huella más profunda que la ocasión y la intención misma con que el artículo fue escrito. Por esta razón se han aprovechado fragmentariamente para la redacción del Prólogo, recogiendo a través de ellos lo que su autor ponía de esencial en escritos ocasionales y ligeros.

Muchos de aquellos artículos podrían, sin duda, figurar en este volumen. Hemos preferido, sin embargo, por un riguroso prurito de fidelidad a la memoria de Ramiro Ledesma, incluir solamente aquellos trabajos que figuran expresamente consignados en sus borradores.

Por lo que atañe a las notas, todas ellas pertenecen al autor, cuyo texto ha sido escrupulosamente respetado.

[Ramiro Ledesma Ramos, Escritos filosóficos, Madrid 1941, páginas 173-174.]

Índice onomástico

Agustín (San), 142
Amor Ruibal (Angel), 161-3 y 165-6
Aristóteles, 139
Berkeley, 8 y 27
Blanchet (Léon), 138
Bohr, 113
Bonola, 132
Born, 103
Breysis, 146
Broglie, 111
Campanella, 138 y 140-3
Cohen (Hermann), 48
Comte (Augusto), 55 y 155
Cournot, 115
Croce, 93 y 95
Descartes, 74, 105, 130, 138 y 141-3
Driesch, 128-131 y 133-5
Eddington, 110-2
Einstein, 103-5, 110, 127-131 y 134
Faust (August), 47, 53 y 56
Fichte, 8, 57 y 76
Fischer (Kuno), 89
Fréchet, 112
Fresnel, 10 y 105
García Morente, 118
Gauss, 132
Goblot, 100
Gracián, 167-171
Hartmann (Eduardo), 76
Hartmann (Nicolás), 21-3, 54, 61, 63, 65-71, 74, 77, 82, 95, 153 y 160
Hegel, 10, 16, 46, 48, 59, 75, 87, 89, 90-95, 98, 105, 148 y 158
Heidegger, 7, 21-3, 26, 29-31, 35, 37, 39, 40, 43, 44, 46, 55-57, 59, 106, 153, 158 y 160
Heimsoeth, 137
Heisenberg, 103 y 113
Helmholtz, 110
Hilbert, 113
Hölderlin, 91 y 158
Hume, 27 y 62
Husserl, 8, 23, 47, 53, 56-58, 61, 66; 73, 81 y 107.
Jaensch, 117
Kant, 22, 27, 48-50, 53, 56, 57, 59, 62, 63, 68, 70, 75, 76, 87, 112, 119, 156 y 171
Katz, 118-123
Keyserling, 85-88
Klein, 132
Kolobos (San Juan), 165
Köpgen (Georg), 74-76
Kreis (F.), 53
Lask, 51-3
Leibnitz, 75, 101 y 112
Lobatschefski, 132 y 133
Locke, 27
Lorentz, 129
Lumbreras (Pedro), 137, 138, 142 y 144
Mach, 104
Maritain, 128
Meissner, 121 y 124
Metz (André), 100 y 106
Meyerson, 10, 97, 99-106 y 111
Minkowski, 110
Natorp, 48
Newton, 130
Nietzsche, 20 y 153
Novalis, 91
Ortega, 8, 22, 35, 104, 112, 156 y 159
Pacini, 121
Painlevé, 102 y 103
Peters (Richard), 146
Petzholdt, 104
Platón, 49, 95 y 165
Poussin, 169
Protágoras, 104
Reichenbach, 111 y 112
Reininger (Robert), 120
Rey Pastor, 131
Rickert, 47-52 y 59
Riemann, 110
Rosemkranz, 93
Rotter (F.), 50
Russell (Bertrand), 109-116
Scheler, 26, 45, 79, 80-83, 123, 152 y 156
Schiller, 91
Schopenhauer, 75, 82, 168 y 170-2
Schrödinger, 103 y 113
Simmel, 8 y 98
Stirling, 89
Sutermeister, 123
Telesio, 140
Tomás (Santo), 139, 143 y 144
Unamuno, 151-3 y 155-9
Vico, 145-8
Wahl (Jean), 90-95
Weyl, 110-2
Windelband, 48.

[Ramiro Ledesma Ramos, Escritos filosóficos, Madrid 1941, páginas 175-178.]