Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro segundo, capítulo VIII

Oposición de los vicios extremos entre sí
y con la virtud que ocupa el medio

Estas tres disposiciones morales entre las cuales hay dos vicios, uno por exceso, otro por defecto, y una sola virtud que ocupa el medio entre los extremos, son todas bajo cierto punto de vista opuestas las unas a las otras. Por lo pronto, los extremos son opuestos al medio, y lo son entre sí igualmente; y luego el medio es opuesto a los dos extremos. A la manera que lo igual comparado con el término más pequeño es más grande que este término y menor que el término más grande en su relación con él, así las cualidades y disposiciones medias en relación con las disposiciones por defecto parecen excesos; y por lo contrario, en relación con las disposiciones por exceso se hacen ellas mismas en cierta manera defectos, lo mismo en las pasiones que en los actos. Así el hombre valiente parece temerario, si se le compara con el cobarde; y parece cobarde al lado del temerario. En igual forma el hombre templado parece desarreglado, si se le compara con el insensible a quien nada conmueve; él parece a su vez insensible con relación al desarreglado. El liberal parece pródigo respecto del avaro; y avaro relativamente al pródigo. también a veces se supone que los medios son extremos. El cobarde llama al hombre de valor temerario; y el temerario le llama cobarde; y lo mismo en todos los demás casos. En esta oposición de los tres términos{45}, la que existe entre los extremos es de más consideración que la que hay entre ellos y el medio, porque, en efecto, los extremos están más distantes el uno del otro que lo están del medio, que los separa; a la manera que el término grande está más lejano del pequeño y el pequeño del grande, que ambos lo están del término igual.

Bajo otro punto de vista, hay extremos que tienen cierta semejanza con el medio. Así la temeridad no deja de parecerse [52] al valor; y la prodigalidad a la liberalidad. Pero la desemejanza mayor aparece naturalmente en unos extremos relativamente a los otros. Las cosas que están entre sí lo más lejos posible se las llama contrarias, y lo son tanto más cuanto más lejanas están. En su relación con el medio, tan pronto es el defecto como el exceso lo más opuesto. Y así el vicio más opuesto al valor, no es la temeridad, la cual es un exceso; sino que es la cobardía que peca por defecto. Por lo contrario, en la templanza, el término que más se aleja no es la insensibilidad, que peca por defecto; es el desarreglo, que peca por exceso; Esto procede de dos causas distintas. La una nace de la naturaleza de la cosa misma; pues desde el momento que uno de los extremos está más aproximado al medio y más se le parece, no es este ya el que oponemos al medio; es más bien el término contrario; así, por ejemplo, como la audacia parece más cercana al valor y se le asemeja más, mientras que la cobardía es más desemejante, esta es la que oponemos más particularmente al valor, teniendo por más contrarias las cosas que están más lejanas del medio. He aquí una de las causas antes indicadas y que nace de la naturaleza misma de la cosa. Veamos la segunda que no procede sino de nosotros. Las cosas hacia las cuales nos sentimos más naturalmente arrastrados, nos parecen más contrarias al medio prudente en que convendría mantenerse. Así es que nuestra naturaleza nos lleva más vivamente hacia los placeres; y por esta causa nos vemos más fácilmente inclinados a la intemperancia que a la reserva y a la sobriedad; de aquí que tengamos por más contrarias al justo medio las cosas a las que nos sentimos inclinados a abandonarnos. Y por esto la incontinencia, que es un exceso, es más contraria a la templanza que la completa insensibilidad.

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{45} Aristóteles habla aquí bajo un punto de vista absoluto, y entonces tiene razón; pero en realidad no es así, y él mismo se apresura a hacerlo notar. Los medios, que según él constituyen las virtudes, están ya más, ya menos distantes de uno que de otro de los extremos. En otros términos, no son siempre verdaderos medios.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 51-52