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Moral a Nicómaco · libro segundo, capítulo IX

Dificultad de ser virtuoso,
y consejos prácticos para serlo

Hemos visto que la virtud moral es un medio; y sabemos cómo lo es, es decir, que es medio entre dos vicios, el uno que lo es por exceso y el otro por defecto. Se ha visto además, que este carácter de la virtud nace de que ella aspira sin cesar a este prudente término medio en todo lo que se refiere a las pasiones [53] y a los actos del hombre. Estos puntos están ya suficientemente esclarecidos. Debemos comprender también en vista de esto por qué debemos hacer lo posible para ser virtuosos. En todas las cosas es muy difícil llegar a ocupar el verdadero medio, así como no es dado a todo el mundo descubrir el centro de un círculo, como que para encontrarlo con seguridad, es preciso saber resolver este problema. Así es que el encolerizarse está al alcance de todo el mundo, y es cosa tan fácil como derramar dinero y hacer gastos con profusión. Pero saber a quién conviene darlo, hasta qué cantidad, en qué momento, por qué causa, de qué manera, este es un mérito que no contraen todos y que es difícil poseer. Y he aquí por qué el bien es a un tiempo una cosa rara, laudable y bella.

El primer cuidado del que quiera aspirar a este justo medio, ha de consistir en alejarse del vicio que sea más contrario; pudiendo traerse aquí a cuento el consejo de Calipso{46}:

«Dirige tu nave
Tan lejos como puedas de estos escollos y de este humo.»

Porque de los dos extremos uno es siempre más culpable, y otro lo es un poco menos. Como es muy difícil encontrar este apetecido medio, es preciso, como ya se ha dicho, mudar de procedimiento, y entre los males tomar el menor. El verdadero medio de conseguirlo será la manera que hemos indicado. Y así, deberemos estudiar bien las tendencias que advirtamos como más naturales en nosotros; porque la naturaleza nos las da muy diversas; y lo que nos obligará a conocerlas, serán las emociones de placer y dolor que sentiremos. Será preciso que nos inclinemos en sentido contrario; porque alejándonos con todas nuestras fuerzas de la falta que tememos, nos colocamos en el medio, a la manera que sucede cuando se quiere enderezar un palo torcido. El peligro de que es preciso guardarse siempre con el mayor cuidado es el placer; porque en semejantes casos no somos nunca jueces incorruptibles; y los sentimientos que experimentaban los ancianos de Troya{47} en presencia de Helena, deben ser igualmente los nuestros en frente del placer. Sepamos en [54] todas circunstancias repetir sus palabras; porque si llegamos a rechazar el placer, estaremos seguros de no dar muchos pasos en falso.

Para resumir nuestro pensamiento en algunas palabras, diremos que observando esta conducta conseguiremos encontrar el verdadero medio. Es cierto que es punto difícil, y lo es sobre todo en la práctica ordinaria de las cosas; por ejemplo, es obra difícil determinar de antemano con precisión, cómo, contra quién, por qué motivos, por cuánto tiempo conviene encolerizarse; porque tan pronto debemos alabar a los que se abstienen de hacerlo, de los cuales decimos que están llenos de dulzura; como no alabamos menos a los que se encolerizan, y en los que encontramos una varonil firmeza. Es cierto que el que se separa muy poco del bien no se expone a censuras, sea que se separe en más, o que se separe en menos; mientras que el que se aleja más, no puede librarse de la crítica por una falta que todo el mundo ve. Pero determinar en términos perfectamente precisos hasta qué punto y en qué medida es reprensible el hecho, esto no es fácil, porque tampoco lo es precisar cada una de las cosas que es preciso sentir para comprenderlas como es debido. Ahora bien, todos estos son casos particulares; y el juicio sólo puede nacer de lo que en cada uno se experimente.

Sea lo que quiera, resulta suficientemente probado, que la cualidad media es siempre la única laudable, y que para marchar derechos nos es preciso inclinarnos ya del lado del exceso, ya del lado del defecto; porque de este modo alcanzaremos más fácilmente el medio y el bien.

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{46} Los comentadores observan que Aristóteles se ha equivocado al atribuir a Calipso lo que Homero dice de Circe. Cita sin duda estos versos de memoria, y su recuerdo no es exacto. Véase la Odisea, canto XII, V. 219. Son las ordenes que Ulises comunica a su piloto conforme a los consejos de la diosa.

{47} Iliada, cap. III, V, 155 y siguientes.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 52-54