Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

[ Aristóteles· Moral a Nicómaco· libro sexto· I· II· III· IV· V· VI· VII· VIII· IX· X· XI ]

Moral a Nicómaco · libro sexto, capítulo XI

De las virtudes naturales

Estas consideraciones nos obligan a estudiar la virtud bajo un nuevo punto de vista. Puede distinguírsela en virtud adquirida y en virtud natural y espontánea; y se verá que las relaciones de la primera a la segunda son casi las mismas que las de la prudencia a la habilidad. Estas dos especies de virtud no son idénticas; sólo se parecen; están ligadas por la misma relación que media entre la virtud inspirada por la naturaleza y la virtud propiamente dicha. Todo el mundo cree, en efecto, que cada una de las cualidades morales que poseemos se encuentra hasta cierta cantidad en nosotros sólo por la influencia de la [172] naturaleza. Y así, estamos predispuestos a ser equitativos y justos, sabios y valientes, y a desenvolver otras virtudes desde el primer momento de nuestra vida; mas, sin embargo, nosotros no desistimos por eso de buscar aún algo más, es decir, la virtud propiamente dicha. Queremos que todas estas cualidades estén en nosotros de otra manera de como la naturaleza las ha puesto, mediante a que las disposiciones puramente naturales pueden encontrarse en los niños y hasta en los animales. Pero como están privadas del auxilio del entendimiento, parece que sólo existen para dañar. La más pequeña observación basta para verlo y para reconocer, que en esto sucede lo que con un cuerpo muy pesado: que si echa a andar sin mirar, está expuesto a bruscas caídas por faltarle la vista. Pero cuando el agente está dotado de entendimiento, hay ya una gran diferencia en la manera de obrar. Su disposición moral, permaneciendo igual, se convertirá en virtud en el sentido propio de la palabra. Y así puede decirse, que lo mismo que para esta parte del alma, que sólo tiene de su parte la opinión, hay dos cualidades distintas, la habilidad y la prudencia; en la misma forma hay dos en la parte moral: una, que es la virtud puramente natural y espontánea; y otra, que es la virtud propiamente dicha; virtud superior que no se produce sin la reflexión y la prudencia.

He aquí por qué ha podido decirse que todas las virtudes intelectuales no son en su fondo más que especies diversas de la prudencia; y Sócrates tenía en parte razón{130} y en parte no en sus análisis. Se engañaba al creer que todas las virtudes son solamente especies diversas de la prudencia; pero tenía razón al decir que no existen sin la prudencia y la reflexión. Y la prueba es que hoy, cuando se define la virtud, y se expresa que es un hábito moral, nunca deja de añadirse qué hábito, es decir, el hábito conforme a la recta razón; y conforme a la recta razón quiere decir conforme a la prudencia. Así todo el mundo parece haber adivinado en cierta manera, que esta disposición moral, que es conforme a la prudencia, es la verdadera virtud.

Es preciso, no obstante, extender un poco esta definición modificándola. La virtud no es sólo la disposición moral que es conforme a la recta razón, sino que es igualmente la [173] disposicion moral que aplica la recta razón que ella posee; y la recta razón, bajo este punto de vista, es precisamente la prudencia. En una palabra, Sócrates pensaba que las virtudes eran todas especies diversas de la razón; porque, según él, eran todas especies de ciencias; y nosotros pensamos que no hay virtud que no vaya acompañada de la razón.

Resulta demostrado, conforme a lo que queda dicho, que no se puede, hablando propiamente, ser bueno sin prudencia, y que no se puede ser prudente sin virtud moral. Estas consideraciones nos servirán también para juzgar la teoría que sostiene: «que las virtudes pueden estar separadas unas de otras, puesto que un solo y mismo individuo, cualesquiera que sean las dotes con que le haya favorecido la naturaleza, nunca las posee todas sin excepción; y que puede tener ya una sin tener aún otra.» Esta observación, es preciso decirlo, es verdadera respecto de las virtudes puramente naturales, pero no lo es respecto de las demás que hacen que el hombre que las posee pueda ser llamado absolutamente bueno; porque este hombre tendrá todas las virtudes desde el momento que tenga la prudencia, la cual por sí sola las comprende todas.

Es cierto también, que esta alta virtud, aun cuando no se practicara en la vida, no nos sería por eso menos necesaria, puesto que es la virtud propia de una de las partes del alma; y no hay elección racional de parte de nuestra voluntad sin la prudencia, ni la hay tampoco sin la virtud; como que es esta el fin mismo a que debemos aspirar, y aquella la que nos obliga a practicar todo lo necesario para conseguir este fin. Pero por útil que sea la prudencia, no puede decirse que domina como soberana sobre la sabiduría, esta parte del alma que vale más que ella; del mismo modo que la medicina no dispone soberanamente de la salud, y que sin hacer uso de ella se limita a descubrir los medios de asegurárnosla, limitándose a prescribir cierto régimen en bien de la salud, pero sin prescribir nada a la salud misma. En fin, atribuir esta superioridad a la prudencia, valdría tanto como si se pretendiese que la política mandara hasta a los dioses mismos, porque ella es la que ordena sin excepción todo lo que se hace en el Estado. [174]

———

{130} Es difícil poder decir con precisión a qué diálogo alude Aristóteles.

<< >>

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2005 www.filosofia.org
  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 171-173