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Moral a Nicómaco · libro noveno, capítulo II

Distinciones y límites de los deberes según las personas

He aquí otras cuestiones que se pueden presentar aún: ¿Debe concederse todo a un padre? ¿Debe obedecérsele en todo? ¿O bien cuando está enfermo, por ejemplo, debe obedecerse más bien al médico? ¿Debe elegirse con preferencia general al hombre de guerra? Y estas otras análogas: ¿debe servirse al amigo antes que al hombre virtuoso? ¿Deberá pagarse la deuda a un bienhechor primero que hacer un regalo a un compañero, en el caso en que no puedan hacerse a la vez ambas cosas? ¿Pero no es muy difícil resolver todas estas cuestiones de una manera clara y precisa, mediante a que estos diversos casos presentan diferencias de magnitud y de pequeñez, de mérito moral y de necesidad?

Lo que se ve sin la menor dificultad es que no es posible concederlo todo a un mismo individuo. De otro lado, vale más, en general, saber reconocer los servicios que se han recibido que complacer a un camarada; y es preciso satisfacer la deuda a quien se debe antes que hacer un regalo a una persona querida. Pero quizá esta regla misma no puede tener siempre aplicación; por ejemplo, un hombre, que ha sido rescatado de manos de los ladrones, ¿debe rescatar a su vez a su libertador cualquiera que él sea? Y aun admitiendo que este libertador no se halle prisionero, pero que reclame el precio del rescate pagado por él, ¿deberá entregársele este antes que librar a su propio padre? Porque al parecer se debe dar la preferencia a su padre, no sólo sobre un extraño sino sobre uno mismo. Me limito, pues, a repetir lo que ya he dicho: es preciso en general pagar sus deudas. Pero si dando a otro, puede hacerse una acción mejor y más necesaria, es preciso, sin dudar, inclinarse de este lado; porque puede suceder a veces, que no haya una igualdad [245] verdadera pagando los servicios que otro os ha prestado; por ejemplo, si sabía este que servia a un hombre de bien, mientras que el otro habría de pagar en su día el beneficio a un hombre conocido por perverso. Hay también casos en que en efecto no debe prestarse a quien nos ha prestado antes. Uno ha prestado a otro, porque sabía que era hombre de bien y en la seguridad de que se lo devolverla; pero el otro no puede contar con ser reembolsado por un bribón. Si así sucede en realidad, la estimación no puede ser igual de una y otra parte; y si no es así realmente, basta que se piense para que no sea un error obrar como se ha obrado. Por lo demás, como ya he dicho muchas veces, todas estas teorías sobre los sentimientos y acciones de los hombres se modifican precisamente según los casos mismos a que se aplican. Y así es muy evidente que no debe tenerse la misma generosidad para con todo el mundo, ni concederse todo a su padre, así como no deben sacrificarse todas las víctimas a Júpiter.

Como hay deberes muy desemejantes para con los padres, los hermanos, los amigos, los bienhechores, es preciso dar con discernimiento a cada uno lo que le pertenece y le es debido. Es cierto que, en general, esto es lo que se hace; y así convida uno a los parientes a su boda, porque en efecto pertenecen a una familia común y todos los actos que les interesan deben ser igualmente comunes; y por la misma razón se mira como un deber estricto en los parientes asistir a los funerales. también los hijos deben ante todo asegurar la subsistencia a sus padres; es una deuda que pagan, y vale más proveer a las necesidades de los que nos han dado el ser que proveer a las propias. En cuanto al respeto, se les debe el mismo que se debe a los dioses, pero no se les debe toda clase de respetos; por ejemplo, no se tiene el mismo por el padre que por la madre, así como no se respeta al padre en el mismo concepto que se respeta a un sabio o a un general; sino que se tiene al padre la veneración debida a un padre, y a la madre la que se debe a una madre.

En todas ocasiones es preciso mostrar a los hombres más ancianos que nosotros el respeto debido a la edad. Debemos levantarnos en su presencia, cederles el puesto y tener con ellos todos los demás miramientos de este género. Entre camaradas y hermanos, por lo contrario, debe reinar la franqueza y haber un desprendimiento que los haga partícipes de todo lo que poseemos. En una palabra, respecto de los parientes, los compañeros de [246] tribu, los conciudadanos, y de todas las demás relaciones es preciso esforzarse siempre en tributar a cada uno las consideraciones que le pertenecen, y discernir lo que debe dársele precisamente según el grado de parentesco, de mérito o de intimidad. Estas distinciones son de fácil ejecución, cuando se trata de personas que son de la misma clase que nosotros, y presentan mayor dificultad cuando se trata de personas de clases diferentes; pero, como no es esta razón para dejar de hacerlo, debe procurarse tener muy en cuenta todas estas gradaciones y diferencias en cuanto sea posible.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 244-246