Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

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Moral a Nicómaco · libro noveno, capítulo VII

Del beneficio

Los bienhechores en general aman más a los que reciben el servicio que los que reciben el servicio los aman a ellos; y como esta diferencia parece contraria a toda razón, es preciso averiguar sus motivos. La opinión más común es que los unos son en cierta manera deudores y que los otros son acreedores; y así como respecto a las deudas, los que deben querrían con gusto que los que les han dado el préstamo no existiesen, y los prestadores, por lo contrario, hasta se ocupan con solicitud de sus deudores; en la misma forma los que han hecho el servicio quieren que los favorecidos vivan para que algún día reconozcan los favores que se les ha dispensado, mientras que los otros se ocupan muy poco de lo que les deben en cambio de lo recibido. Epicarmo diría que los que adoptan esta explicación «toman la cosa por mal lado.» Pero es bastante conforme a la debilidad [254] humana; porque los hombres ordinariamente tienen poca memoria para los beneficios, y prefieren recibir favores a hacerlos.

En cuanto a mí, la causa me parece mucho más natural, y creo que no tiene ninguna relación con lo que pasa en punto a deudas. Por lo pronto, los acreedores no tienen el menor afecto a sus deudores; y si desean verlos prósperos, es únicamente con la mira de la restitución que esperan. Por lo contrario, los que han hecho un servicio aman y acarician a sus obligados, por más que estos ni en la actualidad ni nunca les puedan servir en nada. Es exactamente lo mismo que los artistas experimentan respecto de sus obras; no hay uno que no ame su propia obra más que la obra le amaría a él, si por casualidad pudiera animarse y vivir. Esta observación es patente en los poetas; aman con pasión sus propias obras y se encariñan con ellas como si fuesen sus propios hijos. Esto sucede precisamente con los bienhechores; la persona favorecida es su obra, y aman más que la obra ama al que la ha hecho. La causa es bien sencilla; es porque la vida, la existencia, es para todo el que goza de ella algo preferible a todo lo demás, algo que le es profundamente querido. Ahora bien; nosotros no somos sino mediante el acto, es decir, en tanto que vivimos y obramos. El que crea una cosa, existe en cierta manera mediante el acto mismo. Así ama su obra porque ama igualmente la existencia, sentimiento que es muy natural; porque lo que sólo existe en potencia, la obra lo revela, lo muestra en acto. Añádase con respectó a la acción, que hay en ella algo de noble y de bello de parte del bienhechor, de suerte que este goza en el objeto de tal acción. Al mismo tiempo, nada hay de bello para el obligado en el servicio que recibe; a lo más sólo hay algo útil, lo cual es mucho menos agradable y menos digno de ser amado. En cuanto al presente, es el acto el que nos causa placer; es la esperanza para el porvenir; es el recuerdo para lo pasado. Pero el más vivo placer sin contradicción es el acto, lo actual, que, bien entendido, es digno de que se ame. Así, pues, la obra es y sigue siendo del que la ha hecho, porque lo bello es durable; mientras que lo útil desaparece bien pronto para el que ha recibido el beneficio. El recuerdo de las cosas buenas que se han hecho causa un placer indecible; pero el recuerdo de las cosas útiles que se han aprovechado, o no le causan o, si le causan, es mucho menor. Precisamente sucede todo lo contrario con los [255] bienes que se desean y que se espera poseer. Pero amar es casi obrar y producir; ser amado no es más que sufrir y permanecer pasivo. Por consiguiente el amor y todas las consecuencias que engendra están de parte de aquellos en quienes la acción es más poderosa.

Debe observarse además que se tiene siempre más cariño a lo que ha costado más trabajo; y así, por ejemplo, los que han adquirido su fortuna por sí mismos la estiman más que los que la han adquirido por herencia. Recibir un beneficio es una cosa en verdad que no reclama un esfuerzo penoso, mientras que muchas veces cuesta mucho dispensar servicios a otros. He aquí por qué las madres tienen más amor por sus hijos, mediante a que la parte que lean tenido en la generación ha sido mucho más penosa, y saben bien que los hijos son suyos. Este es sin duda también el sentimiento de los bienhechores respecto a sus favorecidos.

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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 253-255