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Moral a Nicómaco · libro décimo, capítulo II
Examen de las teorías antes indicadas sobre la naturaleza del placer
Eudoxio{194} sostenía que el placer es el soberano bien, porque vemos que todos los seres sin excepción, racionales e irracionales, lo desean y lo buscan. «En todas las cosas, decía él, lo que se prefiere, lo preferible, es bueno; y lo que se prefiere por encima de todas las cosas es lo mejor de todo. Este hecho incontestable de sentirse todos los seres arrastrados hacia el mismo objeto, prueba claramente que este objeto es [269] soberanamente bueno para todos; porque cada cual encuentra lo que es bueno para sí precisamente como encuentra su alimento. Por consiguiente, lo que es bueno para todos, y para todos es objeto de deseo, necesariamente es el soberano bien.» Se creía en estas teorías a causa del carácter y de la virtud del autor más que por la verdad que ellas contengan. Pasaba aquel por un personaje de consumada sabiduría, y al parecer sostenía sus opiniones, no porque fuera amigo del placer, sino porque estaba sinceramente convencido de que sostenía la verdad. La exactitud de estas teorías le parecía no menos demostrada por la naturaleza del principio contrario al placer: «El dolor, añadía, es de suyo de lo que huyen todos los seres; y por consiguiente lo contrario del dolor debe buscarse con tanto empeño como se huye del dolor. Es digna de buscarse una cosa con preferencia a todas las demás, cuando no la buscamos por medio de otra, ni con la mira de otra; y todo el mundo conviene en que la única cosa que reúne estas condiciones es el placer. Nadie pregunta a otro por qué encuentra placer en aquello que le encanta, porque se considera que el placer es por sí mismo una cosa digna de buscarse. Además, cuando el placer se une a otro bien cualquiera, hace que se le apetezca más; como por ejemplo, si va acompañado de la probidad y de la prudencia, porque el bien no puede aumentarse sino mediante el bien mismo.»
En nuestra opinión, todo lo que prueba este último argumento es que el placer puede ocupar un lugar y ser incluido entre los bienes. Pero no prueba que el placer esté en este concepto por encima de todos los demás bienes. Un bien, cualquiera que él sea, es más apetecible cuando va unido a otro que cuando va solo. Precisamente este es el razonamiento de que se vale Platón para demostrar que el placer no es el soberano bien: «La vida de placer, dice Platón, es más apetecible con la prudencia que sin la prudencia; y si la unión de la prudencia y del placer es mejor que el placer, se sigue de aquí que el placer solo no es el verdadero bien; porque no hay necesidad de añadir nada al bien para que sea por sí mismo más apetecible que todo lo demás. Por consiguiente, es también de toda evidencia, que el soberano bien no puede ser nunca una cosa que se haga más apetecible, cuando va unida a uno de los otros bienes que lo son por sí mismos.» [270]
¿Cuál es entre los bienes el que llena esta condición y del cual podemos los hombres gozar? Esta es precisamente la cuestión. Sostener, como se hace, que el objeto que excita el deseo de todos los seres no es un bien, es decir una cosa que no es seria; porque lo que todo el mundo piensa, debe en nuestra opinión ser verdad; y el que rechaza esta creencia general no puede sustituirla con otra que sea más creíble. Si los seres privados de razón fuesen los únicos que desearan el placer, no se incurriría en error al sostener que el placer no es un bien; pero como los seres racionales lo desean tanto como los demás, ¿á qué se reduce entonces esta opinión? No niego por otra parte, que no haya en los seres, hasta en los más degradados, un buen instinto físico, más poderoso que ellos, que se dirija irresistiblemente hacia el bien que le sea especialmente propio. Tampoco me parece que se pueda aprobar por completo la objeción que se opone al argumento sacado del contrario: «porque, se puede responder a Eudoxio: de que el dolor sea un mal no se sigue precisamente que el placer sea un bien; porque el mal es también lo contrario del mal; y además, ambos, el placer y el dolor, pueden ser los contrarios de lo que no es ni lo uno ni lo otro.» Esta respuesta no es mala, mas sin embargo no es absolutamente verdadera en lo que concierne precisamente a la cuestión. En efecto, si el placer y el dolor son igualmente males, sería preciso huir igualmente de ambos; o bien si son indiferentes, sería preciso no buscarlos, ni huir de ellos, o por lo menos, evitarlos o buscarlos con la misma razón. Pero lo que realmente se ve, es que todos los seres huyen del uno como un mal y buscan el otro como un bien; y en este sentido aparecen ambos como opuestos. Pero el que el placer no esté comprendido en la categoría de las cualidades, no es razón para que no pueda estarlo entre los bienes; porque los actos de la virtud tampoco son cualidades permanentes, ni lo es tampoco la felicidad misma. Además, se dice que el bien es una cosa finita y determinada, mientras que el placer es indeterminado, puesto que es susceptible de más y de menos; pero a esto se puede responder, que si con este criterio se ha de juzgar el placer, la misma diferencia resulta respecto de la justicia y de todas las demás virtudes, con relación a las cuales se dice también, según los casos, que los hombres poseen más o menos tal o cual cualidad, tal o cual mérito. Así se ve prácticamente, que uno es más justo o más valiente que otro, que se [271] puede obrar más o menos justamente, y conducirse con más o menos prudencia. Si se quiere aplicar esta doctrina exclusivamente a los placeres, ¿cómo llegar así a la verdadera causa?, ¿ni cómo dejar de decir que entre los placeres unos no tienen mezcla y otros aparecen mezclados? ¿Qué obsta que, así como la salud, cosa finita y bien determinada, es susceptible de más y de menos, no lo sea también el placer mismo? El equilibrio de la salud no es idéntico en todos los seres; más aún, no es siempre igual en un mismo individuo; la salud puede alterarse y subsistir también alterada hasta cierto punto, y puede muy bien diferir en más o en menos. ¿Por qué no ha de suceder lo mismo con el placer?
Aun suponiendo que el soberano bien sea una cosa perfecta, y aun admitiendo que los movimientos y las generaciones son siempre cosas imperfectas, se intenta sin embargo demostrar, que el placer es un movimiento y una generación. Pero no hay razón para ello a lo que parece. Por lo pronto el placer tampoco es un movimiento, como se asegura. Puede decirse, que todo movimiento tiene por cualidades propias la velocidad y la lentitud; y si el movimiento en sí no las tiene, por ejemplo, el movimiento del mundo, las tiene por lo menos con relación a otro movimiento. Pero nada de esto, ni en un sentido ni en otro, se puede aplicar al placer. Se puede muy bien haber gozado pronto del placer, como puede uno haber montado en cólera súbitamente; pero no se goza pronto del placer actual, ni en sí, ni con relación a otro placer, a la manera que se anda más pronto, se crece más pronto, o como se realizan más pronto todos los demás movimientos de este género. Puede muy bien experimentarse un cambio rápido o un cambio lento para pasar al placer, pero el acto del placer mismo no puede ser rápido, quiero decir, que no se puede gozar en el acto mismo más o menos rápidamente. Ni, ¿cómo el placer podrá ser tampoco una generación? Una cosa cualquiera no puede nacer al azar de otra cualquiera cosa; ella se resuelve siempre en los elementos de donde procede. Ahora bien, en general lo que el placer engendra y hace nacer es el dolor que le destruye.
También se añade que el dolor es la privación de lo que exige nuestra naturaleza y que el placer es su satisfacción; pero estas no son más que afecciones puramente corporales. Si el placer no es más que la satisfacción de una necesidad de la naturaleza, la [272] parte sobre que debería recaer la satisfacción sería también la que debería gozar del placer, sería por consiguiente el cuerpo. Pero no resulta que sea el cuerpo el que goce realmente. El placer no es por tanto una satisfacción, como se pretende. Pero cuando la satisfacción tiene lugar, es posible que se sienta placer, así como se siente dolor cuando uno se corta. Esta teoría, por lo demás, parece formada en vista de los placeres y de los dolores que experimentamos en todo lo que se refiere a los alimentos. Cuando uno está privado de alimento y ha sufrido a consecuencia de la privación, se siente un vivo goce cuando se satisface esta necesidad. Pero está muy distante de suceder lo mismo con todos los placeres. Así, los placeres que proporciona el cultivo de las ciencias jamás van acompañados de dolores; ni aun entre los de los sentidos, los del olor, del oído y de la vista, van acompañados de ellos; y en cuanto a los de la memoria y de la esperanza hay muchos a los cuales tampoco va unido el dolor. ¿En qué concepto pueden, pues, estos placeres ser generaciones, puesto que no corresponden a ninguna necesidad cuya satisfacción natural puedan ellos procurar? En cuanto a los que citan los placeres vergonzosos como una objeción a la teoría de Eudoxio, se les podría responder, que estos no son verdaderamente placeres. De que estos deleites degradantes encanten a gentes mal organizadas, no se sigue que sean placeres, absolutamente hablando, para naturalezas distintas de las de tales hombres; a la manera, por ejemplo, que no se tiene por sano, dulce, o amargo todo lo que es amargo, dulce y sano a gusto de los enfermos; y que no se tiene por color blanco todo lo que aparece de este color a los ojos atacados de oftalmia.
¿No podría acaso decirse que los placeres son en efecto cosas apetecibles, pero no los que proceden de estos orígenes impuros? por ejemplo, la fortuna es apetecible, pero no conseguida a costa de una traición; como la salud es apetecible, pero no a condición de ponerla sobre todo sin discernimiento. ¿O bien, no se puede también sostener que los placeres difieren en especie? Los placeres, que proceden de actos honrosos, son distintos que los que tienen su origen en actos infames; y no se puede gustar el placer de lo justo, si el mismo que lo gusta no es justo, a la manera que no se gusta de la música, si no se es músico, y así en todas las demás cosas.
En un orden de ideas diferente, la conducta del verdadero [273] amigo, que difiere tanto de la del adulador, demuestra claramente que el placer no es el soberano bien, o, por lo menos, que los placeres difieren mucho entre sí. Así, uno busca vuestro trato con la mira del bien; otro, con la mira del placer; y si se rechaza al uno a la par que se estima al otro, es porque ellos buscan también ese trato con fines completamente desemejantes. Nadie se conformaría con tener durante toda la vida la inteligencia de un niño, aunque encontrara en las pequeñeces pueriles los placeres más vivos que sea posible imaginar. Nadie se avendría tampoco a conseguir el placer a costa de las acciones más bajas, aun cuando por ello no llegara nunca a sentir el menor dolor. Añadid a todo esto, que hay una multitud de cosas que buscaríamos con empeño, aun cuando en ello no encontráramos ningún placer: por ejemplo, ver, acordarse, aprender, tener virtudes y talentos. Pero si se dice, que el placer es necesariamente consecuencia de todos estos actos, respondo que esto importa muy poco, puesto que lo mismo apeteceríamos estas sensaciones, aun cuando no nos resultara de ellas ni el más pequeño placer.
Debe por lo tanto reconocerse, a mi parecer, que el placer no es el soberano bien, que todo placer no es apetecible, y que hay unos placeres apetecibles en sí y otros que difieren ¿por la especie a que pertenecen o por los objetos en que tienen su origen. Pero basta lo dicho sobre las teorías que intentan explicar el placer y el dolor{195}.
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{194} Este filósofo, Eudoxio, cuya doctrina rebate Aristóteles, sólo por esto es conocido, y no debe confundírsele con el astrónomo griego del mismo nombre, que era casi contemporáneo.
{195} Para la inteligencia de este capítulo conviene tener presente el Filebo de Platón.
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