Obras de Aristóteles Metafísica 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 Patricio de Azcárate

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Metafísica · libro cuarto · Γ · 1003a-1012b

V
La apariencia no es la verdad

La doctrina de Protágoras parte del mismo principio que ésta de que hablamos, y si la una tiene o no fundamento, la otra se encuentra necesariamente en el mismo caso. En efecto, si todo lo que pensamos, si todo lo que nos aparece, es la verdad, es preciso que todo sea al mismo tiempo verdadero y falso. La mayor parte de los hombres piensan diferentemente los unos de los otros; y los que no participan de nuestras opiniones, los [136] consideramos que están en el error. La misma cosa es por lo tanto y no es. Y si así sucede, es necesario que todo lo que aparece sea la verdad; porque los que están en el error y los que dicen verdad, tienen opiniones contrarias. Si las cosas son como acaba de decirse, todas igualmente dirán la verdad. Es por lo tanto evidente que los dos sistemas en cuestión parten del mismo pensamiento.

Sin embargo, no debe combatirse de la misma manera a todos los que profesan estas doctrinas. Con los unos hay que emplear la persuasión, y con los otros la fuerza de razonamiento. Respecto de todos aquellos que han llegado a esta concepción por la duda, es fácil curar su ignorancia; entonces no hay que refutar argumentos, y basta dirigirse a su inteligencia. En cuanto a los que profesan esta opinión por sistema, el remedio que debe aplicarse es la refutación, así por medio de los sonidos que pronuncian, como de las palabras de que se sirven{167}.

En todos los que dudan, el origen de esta opinión nace del cuadro que presentan las cosas sensibles. En primer lugar han concebido la opinión de la existencia simultánea en los seres, de los contradictorios y de los contrarios, porque veían la misma cosa producir los contrarios. Y si no es posible que el no-ser devenga o llegue a ser, es preciso que en el objeto preexistan el ser y el no-ser. Todo está mezclado en todo, como dice Anaxágoras, y con él Demócrito, porque, según este último, lo vacío y lo lleno se encuentran, así lo uno como lo otro, en cada porción de los seres; siendo lo lleno el ser, y lo vacío el no-ser.

A los que deducen estas consecuencias, diremos que, desde un punto de vista, es exacta su aserción; pero que, bajo otro, están en un error. El ser se toma en un doble sentido{168}. Es posible en cierto modo que el no-ser produzca algo, y en otro modo esto es imposible. Puede suceder que el mismo objeto sea al mismo tiempo ser y no-ser, pero no desde el mismo punto de vista del ser. En potencia es posible que la misma cosa represente los contrarios; pero en acto, esto es imposible. Por otra parte, nosotros reclamaremos de los mismos de que se trata el concepto de la existencia en el mundo de otra sustancia, que [137] no es susceptible ni de movimiento, ni de destrucción, ni de nacimiento{169}.

El cuadro de los objetos sensibles es el que ha creado en algunos la opinión de la verdad de lo que aparece. Según ellos, no es a los más, ni tampoco a los menos, a quienes pertenece juzgar de la verdad. Si gustamos una misma cosa, parecerá dulce a los unos, amarga a los otros. De suerte que si todo el mundo estuviese enfermo, o todo el mundo hubiese perdido la razón y sólo dos o tres estuviesen en buen estado de salud y en su sano juicio, estos últimos serían entonces los enfermos y los insensatos, y no los primeros. Por otra parte, las cosas parecen a la mayor parte de los animales lo contrario de lo que nos parecen a nosotros, y cada individuo, a pesar de su identidad, no juzga siempre de la misma manera por los sentidos. ¿Qué sensaciones son verdaderas? ¿Cuáles son falsas? No se podría saber; esto no es más verdadero que aquello, siendo todo igualmente verdadero. Y así Demócrito pretende, o que no hay nada verdadero, o que no conocemos la verdad. En una palabra, como, según su sistema, la sensación constituye el pensamiento, y como la sensación es una modificación del sujeto, aquello que parece a los sentidos, es necesariamente en su opinión la verdad.

Tales son los motivos por los que Empédocles, Demócrito, y, puede decirse, todos los demás se han sometido a semejantes opiniones. Empédocles afirma que un cambio en nuestra manera de ser cambia igualmente nuestro pensamiento:

El pensamiento existe en los hombres en razón de la impresión del momento{170}.

Y en otro pasaje dice:

Siempre se verifica en razón de los cambios, que se operan en los hombres,
El cambio en su pensamiento
{171}.

Parménides se expresa de la misma manera:

Como es en cada hombre la organización de sus miembros flexibles, [138]
Tal es igualmente la inteligencia de cada hombre; porque es
La naturaleza de los miembros la que constituye el pensamiento en los hombres
En todos y en cada uno: cada grado de la sensación es un grado del pensamiento
{172}.

Se refiere también de Anaxágoras, que dirigía esta sentencia a algunos de sus amigos: «Los seres son para vosotros tales como los concibáis.» También se pretende que Homero, al parecer, tenía una opinión análoga, porque representa a Héctor delirando por efecto de su herida, tendido en tierra, trastornada su razón; como si creyese que los hombres en delirio tienen también razón, pero que esta razón no es ya la misma. Evidentemente, si el delirio y la razón son ambos la razón, los seres a su vez son a la par lo que son y lo que no son.

La consecuencia que sale de semejante principio es realmente desconsoladora. Si son éstas efectivamente las opiniones de los hombres que mejor han visto toda la verdad posible, y son estos hombres los que la buscan con ardor, y que la aman; si tales son las doctrinas que profesan sobre la verdad, ¿cómo abordar sin desaliento los problemas filosóficos? Buscar la verdad, ¿no sería ir en busca de sombras que desaparecen?

Lo que motiva la opinión de estos filósofos es que, al considerar la verdad en los seres, no han admitido como seres más que las cosas sensibles. Y bien, lo que se encuentra en ellas es principalmente lo indeterminado, y aquella especie de ser de que hemos hablado antes{173}. Además, la opinión que profesan es verosímil, pero no verdadera. Esta apreciación es más equitativa que la crítica que Epicarmo hizo de Jenófanes{174}. Por último, como ven que toda la naturaleza sensible está en perpetuo movimiento, y que no se puede juzgar de la verdad de lo que muda, pensaron que no se puede determinar nada verdadero sobre lo que muda sin cesar y en todos sentidos. De estas consideraciones nacieron otras doctrinas, llevadas más lejos aún. Por ejemplo, la de los filósofos que se dicen de la escuela de Heráclito; la de Cratilo, que llegaba hasta creer que no es [139] preciso decir nada. Se contentaba con mover un dedo, y consideraba como reo de un crimen a Heráclito, por haber dicho que no se pasa dos veces un mismo río{175}; en su opinión, no se pasa ni una sola vez{176}.

Convendremos con los partidarios de este sistema, en que el objeto que muda les da en el acto mismo de cambiar un justo motivo para no creer en su existencia. Aún es posible discutir este punto. La cosa que cesa de ser participa aún de lo que ha dejado de ser, y necesariamente participa ya de aquello que deviene o se hace. En general, si un ser perece, habrá aún en él ser; y si deviene, es indispensable que aquello de donde sale y aquello que le hace devenir tengan una existencia, y que esto no continúe así hasta el infinito.

Pero dejemos aparte estas consideraciones, y hagamos notar, que mudar bajo la relación de la cantidad y mudar bajo la relación de la cualidad no son una misma cosa. Concedemos que los seres, bajo la relación de la cantidad, no persisten; pero es por la forma como conocemos lo que es. Podemos dirigir otro cargo a los defensores de esta doctrina. Viendo estos hechos, por ellos observados sólo en el corto número de los objetos sensibles, ¿por qué entonces han aplicado su sistema al mundo entero? Este espacio que nos rodea, el lugar de los objetos sensibles, único que está sometido a las leyes de la destrucción y de la producción, no es más que una porción nula, por decirlo así, del universo. De suerte, que hubiera sido más justo absolver a este bajo mundo en favor del mundo celeste, que no condenar el mundo celeste a causa del primero. Finalmente, como se ve, podemos repetir aquí una observación que ya hemos hecho. Para refutar a estos filósofos no hay más que demostrarles, que existe una naturaleza inmóvil, y convencerles de su existencia. [140]

Además la consecuencia de este sistema es, que pretender que el ser y el no-ser existen simultáneamente, es admitir el eterno reposo, más bien que el movimiento eterno. No hay, en efecto, cosa alguna en que puedan transformarse los seres, puesto que todo existe en todo.

Respecto a la verdad, muchas razones nos prueban que no todas las apariencias son verdaderas. Por lo pronto, la sensación misma no nos engaña sobre su objeto propio; pero la idea sensible no es lo mismo que la sensación. Además, con razón debemos extrañar que esos mismos de quienes hablamos, permanezcan en la duda frente a preguntas como las siguientes: ¿Las magnitudes, así como los colores, son realmente tales como aparecen a los hombres que están lejos de ellas, o como los ven los que están cerca? ¿Son tales como aparecen a los hombres sanos o como los ven los enfermos? ¿La pesantez es tal como parece por su peso a los de débil complexión, o bien lo que parece a los hombres robustos? ¿La verdad es lo que se ve durmiendo, o lo que se ve durante la vigilia? Nadie evidentemente, cree que sobre todos estos puntos quepa la menor incertidumbre. ¿Hay alguno, que soñando que está en Atenas, en el acto de hallarse en África, se vaya a la mañana, dando crédito al sueño, al Odeón?{177} Por otra parte, y Platón es quien hace esta observación, la opinión del ignorante no tiene, en verdad, igual autoridad que la del médico, cuando se trata de saber, por ejemplo, si el enfermo recobrará o no la salud{178}. Por último, el testimonio de un sentido respecto de un objeto que le es extraño, y aunque se aproxime a su objeto propio, no tiene un valor igual a su testimonio respecto de su objeto propio, del objeto que es realmente el suyo. La vista es la que juzga de los [141] colores y no el gusto; el gusto el que juzga de los sabores y no la vista. Ninguno de estos sentidos, cuando se le aplica a un tiempo al mismo objeto, deja nunca de decirnos, que este objeto tiene o no a la vez tal propiedad. Voy más lejos aún. No puede negarse el testimonio de un sentido, porque en distintos tiempos esté en desacuerdo consigo mismo; el cargo debe dirigirse al ser, que experimenta la sensación. El mismo vino, por ejemplo, sea porque él haya mudado, sea porque nuestro cuerpo haya mudado, nos parecerá ciertamente dulce en un instante y lo contrario en otro. Pero no es lo dulce lo que deja de ser lo que es; jamás se despoja de su propiedad esencial; siempre es cierto, que un sabor dulce es dulce, y lo que tenga un sabor dulce, tendrá necesariamente para nosotros este carácter esencial.

Ahora bien, esta necesidad es la que destruye estos sistemas de que se trata; así como niegan toda esencia, niegan igualmente que haya nada de necesario, puesto que lo que es necesario no puede ser a la vez de una manera y de otra. De suerte que si hay algo necesario, los contrarios no podrían existir a la vez en el mismo ser. En general, si sólo existiese lo sensible, no habría nada, porque nada puede haber sin la existencia de los seres animados que puedan percibir lo sensible; y quizá entonces sería cierto decir que no hay objetos sensibles ni sensaciones; porque todo esto es en la hipótesis una modificación del ser que siente. Pero que los objetos que causan la sensación no existan, ni aun independientemente de toda sensación, es una cosa imposible. La sensación no es sensación por sí misma; sino que hay otro objeto fuera de la sensación, y cuya existencia es necesariamente anterior a la sensación. Porque el motor es, por su naturaleza, anterior al objeto en movimiento; y aun admitiendo que en el caso de que se trata la existencia de los dos términos es correlativa, nuestra proposición no es por eso menos cierta.

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{167} Véase más arriba el cap. IV.

{168} El ser en potencia y el ser en acto.

{169} Véase el lib. XII, 6.

{170} Sturtz, Emped., pág. 527.

{171} Sturtz, pág. 528.

{172} Simon Karsten, Parmenidis Eleat. Carm. reliq., pág. 46.

{173} El ser en potencia.

{174} El poeta Epicarmo se había burlado en sus comedias de las doctrinas y de la persona de Jenófanes. Asclep., Schol., pág. 671, cod. reg. ídem.

{175} En la segunda vez ya habrá pasado el agua, y el mismo río. Los objetos sensibles están, como el río, en un perpetuo flujo; sólo la primera impresión puede llamarse verdadera; es verdadero lo que parece.

{176} La impresión sensible dura; y por corta que pueda ser su duración, el objeto ha mudado mientras que ella duraba. No se puede, pues, afirmar que lo que parece, parece realmente, o como cree Heráclito, que lo que parece es verdadero. La palabra es siempre engañosa porque viene después del cambio; sólo el gesto, porque no indica más que el estado actual, instantáneo, del objeto, que cae bajo los sentidos, sólo el gesto designa lo que es el objeto.

{177} Asclepio, Schol., pág. 673, entiende aquí por Odeón la orquesta del teatro. Se trata, más bien, del edificio construido por Pericles, donde los cantores más hábiles iban a disputar el premio de la música, y que era el sitio de recreo de los atenienses. Véase Codd. Regg. mss. 1 y 2. Schol., pág. 673.

{178} Protágoras, XII, pág. 322. «La medicina ha sido dada a uno solo para el servicio de muchos que no tienen conocimiento de ella.» Alejandro remite a este pasaje de Platón. Nosotros añadiremos este otro, República, lib. III: «Sin embargo, la verdad tiene derecho a que se te tenga en cuenta. Si hemos tenido razón para decir que la mentira, inútil para los dioses, es algunas veces un remedio útil para los hombres, es claro que sólo puede aplicarse a los médicos y no a todo el mundo indiferentemente.»


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  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1875, tomo 10, páginas 135-141