La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

«Prólogo» a
Menosprecio de corte y alabanza de aldea

por Matías Martínez Burgos
(Ediciones de «La Lectura», Madrid 1915.)


I

Ni los archivos señoriales de la casa de Guevara, cuyo linaje tanto enorgullecía al maestro fray Antonio, ni los monásticos de la Orden franciscana a que perteneció, ni los episcopales de las diócesis de Guadix y Mondoñedo, que hubo de regir, nos han socorrido todavía con un documento cierto del lugar y año en que vio la luz primera don Antonio de Guevara y de Noroña. Mas sabiendo por boca suya que nació en Asturias de Santillana {(1) Letra para el abad de San Pedro de Cardeña} y que se crió muy niño en Treceño, lugar de aquella merindad y del mayorazgo de Guevara {(2) Letra para el obispo de Zamora don Antonio de Acuña} no es una aventura conjeturar que fue Treceño su cuna y que fueron los aires montañeses, tan hechos a orear ingenios para nuestras letras, [8] los que solidificaron aquel cerebro travieso y bullidor que tanto nombre había de granjearse en su edad madura {(1) La polémica sostenida a fines del año pasado en las columnas de la Gaceta del Norte por los señores Caso-López y de la Q. Salcedo, en la cual intervinieron con opuesto criterio el cronista de Alava señor González Echávarri y el señor San Pelayo, de la Academia de la Historia, no ha traído ningún dato nuevo acerca del pueblo natal de Guevara. La cuestión quedó juzgada ya en 1847 por don Martín de los Heros, terqueando graciosamente contra don Francisco Juan de Ayala sobre si Guevara fue alavés o no fue alavés. Sin embargo, la documentada erudición genealógica del señor San Pelayo, expuesta en su meritísimo Prólogo a la edición que hizo del Menosprecio de Corte el año 1893, y repetida luego en la polémica, han venido a explicar lo que, por confesión del mismo Guevara, ya se sabía: su nacimiento en la Montaña. Sólo violentando interpretaciones puede pretenderse otra cosa}. Fue su padre don Beltrán de Guevara, segundogénito de la casa, montañés de naturaleza; y su madre, doña Elvira de Noroña y Calderón, de rancia estirpe en la tierruca y dama de Isabel la Católica hasta el hecho de su casamiento. Hubieron éstos a don Antonio el año 1480, a juzgar por la propia confesión del mismo, que en letra a don Alonso Espinel, fecha en Valencia a 12 de febrero de 1524, dice: «De mi, señor, os sé decir que he hecho recuento con mis años y hallo por mis memoriales que he los quarenta y quatro cumplidos», los cuales, descontados de la fecha de la carta, retrotraen su nacimiento [9] al año justo que habemos señalado {(1) Contra tan manifiesta confesión hay otra hecha al condestable don Iñigo de Velasco, en letra de 8 de Octubre de 1525, donde dice: Treynta y ocho años ha que fuy traydo a la corte de César... Sabiendo por el Prólogo al Menosprecio que fue llevado a la Corte en edad de doce años, si a los treinta y ocho sumamos los doce, nos dan un total de cincuenta años como edad de Guevara en 1525, y, conforme a ellos, habremos de poner la fecha de su nacimiento en 1475, y no en 1480, como hemos dicho en el texto}. De ellos sólo doce había pasado al abrigo del calor maternal, pues en edad tan corta nos dice él mismo (Pról. al Menosprecio) que le llevó su padre a la corte de los Reyes Católicos, «a do me crié, crescí y biví algunos tiempos más acompañado de vicios que no de cuydados». Dando por cierta la fecha de su nacimiento, Guevara tomó puesto en la corte el año 1492, es de creer que en calidad de menino y condiscípulo del príncipe don Juan, por cuya educación se desvelaba entonces la Reina Católica. El mismo año de 1492 fue nombrado Pedro Mártir de Anglería continuo de la Casa Real y maestro de Humanidades del Príncipe, con quien formaban academia muchos hijos de familias nobles, y no es descaminado afirmar que en ella nutrió Guevara su entendimiento hasta saturarle de aquella cultura profana de que alardea en todos sus escritos. Hasta qué año permaneció Guevara en [10] la corte no lo sabemos tampoco más que por sus mismas palabras : «Ya que el príncipe don Juan murió y la reina doña Isable falleció, plugo a Nuestro Señor sacarme de los vicios del mundo y ponerme religioso franciscano.» (Pról. al Menosprecio). El príncipe don Juan había muerto el 4 de octubre de 1497 y la Reina Católica el 26 de noviembre de 1504. Tenía entonces Guevara unos veinticuatro años; era en el talle largo, alto, seco y muy derecho {(1) Letra para el condestable Iñigo de Velasco}, y como mozo cortesano, sin dolores en el cuerpo ni cuidados en el corazón, su vida se desperdiciaba en ruar calles, ojear ventanas, escrevir cartas, requestar damas, hacer promesas y enviar offertas y aun dar muchas dádivas {(2) Letra para el comendador Luis Bravo}. De ese embobescimiento vino a sacarle el duro golpe de la muerte de doña Isabel. Tal vez la misma nube que dejó a oscuras aquellos ojos bienhechores ensombreció a la par el risueño cielo del porvenir de Guevara, o tal vez el fulgor mortecino de los hachones funerarios le reveló más halagüeño horizonte que el del medrar mundano; ello es que, muerta la Reina, dio de mano a las vanidades cortesanas con tal sinceridad, que, al asentar como religioso, lo hizo entre los muy observantes de San [11] Francisco {(1) Letra para el comendador Luis Bravo}, porción selecta que, gracias al celo inquebrantable de Cisneros, había sido restablecida en la guarda de la primitiva regla, de la cual andaban sobrado lejos muchos otros conventos franciscanos y de los demás institutos religiosos. Borrosamente conocemos algunos de los cargos que en la Orden desempeñó, como los de guardián de Arévalo, Soria y Ávila {(2) Letra para el Conde de Buendía. Idem para el almirante don Fadrique. Idem del bachiller Pedro de Rhua al padre Guevara} y custodio provincial en la provincia de la Concepción {(3) Letra para el almirante don Fadrique}; y si juzgamos por los razonamientos hechos a los frailes de su Orden en capítulos generales y provinciales, y por el gusto con que le escuchaban y el deseo que los tomaba de poseer escrito lo que en el púlpito le habían oído, habremos de pensar que su principal cargo fue el de predicador, y que a él debió la fama que, al cabo de media docena de años en Religión tenía cobrada, la cual se derramó tanto y tan luego, que el Gran Capitán no dudó en aconsejarse de él cuando en 1512 fue nombrado por el Rey Católico generalísimo de los ejércitos de Italia, donde sin él parecía ir amorteciendo nuestra estrella. A esa fama, unido el lustre y el influjo de la familia, debió Guevara el ser [12] nombrado predicador y cronista del César Carlos V antes del año 1521, pues en 10 de marzo de este año le daba él mismo noticia de aquellos sus cargos al Obispo de Zamora, y en el Prólogo al Menosprecio, impreso por primera vez en abril de 1539, escribe estas palabras: «Estando, pues, yo en mi monesterio asaz descuydado de tornar más al mundo, sacóme de allí para su predicador y cronista el emperador don Carlos, mi señor y amo, en la corte del qual he andado diez y ocho años.»

El levantamiento de las Comunidades castellanas no pudo menos de caerle mal a Guevara, predicador y cronista imperial, como acabamos de decir. Ya en gracia de estos sus cargos, ya estimulado por la sangre generosa de donde venía, Guevara participó en tantos acontecimientos, siempre significándose en favor de los Gobernadores contra las Comunidades, que él mismo asegura {(1) Razonamiento hecho en Villabrágima a los caballeros de la Junta} haberse hallado en Segovia «en el primero alboroto que huvo en el reyno, quando a 23 de mayo, miércoles después de Pascua, sacaron de la iglesia de San Miguel al regidor Tordesillas y le llevaron a la horca...»; en Avila «quando se juntaron allí todos los procuradores de la Junta en el cabildo de la iglesia mayor y allí juraron [13] todos de seguir y morir por el servicio de la Comunidad, excepto Antonio Ponce y yo...»; en Medina del Campo, «a 22 de agosto, un martes de mañana, quando Antonio de Fonseca amaneció sobre ella con ochozientas lanças, y no le queriendo dar el artillería del Rey, quemó la villa y al monasterio de San Francisco, y no salvamos otra cosa sino el Santo Sacramento en el hueco de una olma que estava cabe la noria...»; «también allí quando se levantó el tundidor Bobadilla con otros como él...»; en Valladolid cuando «se levantó en quemándose Medina y, puesta toda en armas, anduvieron toda la noche a derrocar casas...»; y «quando el Cardenal huyó por la puente, el Presidente se metió en San Benito, el licenciado Vargas salió por un albañal, al licenciado Zapata sacamos en hábito de fraile hasta Cigales y el doctor Guevara, mi hermano, fue en nombre del Consejo a Flandes». Y poco antes del trance definitivo, en que por torpeza de los jefes de las Comunidades, iban éstas a caer hundidas para siempre en Villalar, Guevara fue de parlamentario del campo realista al de los comuneros hasta siete vezes en diez y seis días {(1) Razonamiento de Villabrágima}, en una de las cuales veces logró retraer mañosamente a don [14] Pedro Girón del bando comunero, que favorecía. Cuál fuera la intención de Guevara en todas estas andanzas no es posible juzgarlo, si bien de sus mismas palabras se convence que no era ajeno a la esperanza del medro personal que a los ojos del César habían de granjearle; pues, pasadas ellas, no titubeaba en ofrecer servicios a sus amigos cuando César le pagara a él los que le había hecho {(1) Letra para don Juan Parelloso Aragonés}. Su intervención en el sofocamiento del alboroto comunero se ajustaba al concepto bajísimo que éste le merecía; no es posible juzgar la causa de las Comunidades con criterio más mezquino y duro que el de Guevara. Para él Acuña se levantó contra el Rey por baratar otra mejor iglesia y por alanzar de Zamora al Conde de Alba de Liste; don Pedro Girón, porque quería a Medinasidonia; el Conde de Salvatierra, por mandar las merindades; Fernando de Avalos, por vengar su injuria; Padilla, por ser Maestre de Santiago; Laso, por ser único en Toledo; Quintanilla, por mandar a Medina; Ulloa, por echar a su hermano de Toro; Pimentel, por alzarse con Salamanca; Bravo, por ser Conde de Chinchón... Los populares que a estos capitanes seguían eran comuneros de Salamanca, villanos de Sayago, forajidos [15] de Avila, homicianos de León, bandoleros de Zamora, perayles de Segovia, boneteros de Toledo, freneros de Valladolid, celemineros de Medina..., cuyo intento no era seguir a los que tenían mejor justicia, sino a quien les daba mejor paga {(1) Letra para don Antonio de Acuña}. Con tamaña crueldad habló Guevara a los propios interesados, amenazándolos encima con perpetuar en su crónica el estigma de la infamia que les cargaba; y claro está que como no es la amenaza ni el insulto el lenguaje acomodado para poner en camino a la razón extraviada, Guevara, no sólo no apaciguó el alboroto de las Comunidades, sino que lo empeoró. Grave cargo para quien debiera haber sido, por su hábito y por sus condiciones, procurador de paz, arbitrador de concordia y zanjador de diferencias.

En pago de los merecimientos en tan odiosa empresa contraídos se le dio, en 1523, una plaza en el Consejo de la Inquisición de Toledo. De ella pasó a Valencia con cargo de Inquisidor, y como tal acompañó al Duque de Segorbe cuando, en 12 de octubre de 1525, asaltó la sierra de Espadán para reducir a los moriscos rebeldes que en ella se habían hecho fuertes y desde ella defendían su falsa religión. Veintisiete mil casas de moros dice él [16] que bautizó en el reino de Valencia, desde el cual pasó a Granada a continuar el mismo apostolado, hasta que en 7 de enero de 1528 se le preconizó Obispo de Guadix, de cuya sede no tomó posesión canónica hasta el año 1529. Con la posesión de la mitra no perdió la de ninguno de sus cargos anteriores, y así fue que en 1535 acompañó al César como cronista en la feliz jornada de Túnez y luego pasó con él a Italia, donde vió las señorías de Venecia, de Génova y de Florencia y los estados y casas de los potentados y príncipes de Italia, en todas las cuales vió -dice- grandes cosas que notar y otras dignas de contar {(1) Prólogo al Menosprecio}. Seguramente que no dejó de aprovecharlas para este su predilecto libro del Menosprecio de Corte y alabança de aldea, que ya por entonces andaría meditando, y para cuya composición y la de algunos tratados más, junto con él publicados, suspendió la escritura de las crónicas del César, según afirma en su testamento: «Item dezimos y declaramos que nos, como cronista de su majestad, escrevimos las crónicas hasta que venimos de Túnez y después nos pusimos a escrevir otras obras...» {(2) V. España Sagrada, tomo XVIII}. Ellas debían de ser la postrera llamarada de aquel fertilísimo ingenio. Trasladado de la diócesis de Guadix [17] a la de Mondoñedo, sólo a temporadas residió en ella, sin que nos sea conocida la causa. Lo que sí conocemos es que la gota en los pies y en las manos y la arena en los riñones iban ya carcomiendo la salud corporal de Guevara, y que, a poder de tales achaques, rindió, por fin, su aliento en Mondoñedo «un día a hora de las quatro y media de la mañana, viernes santo passado, que se contaron tres días del mes de abril del año passado de quinientos e quarenta e cinco años», según testimonio de su mismo paje, Hernando Costilla {(1) Información abierta por el doctor Hernando de Guevara sobre el tiempo en que su hermano fray Antonio murió, Archivo general de Simancas, Casa Real: Quitaciones, leg. 67}. Fue enterrado en la capilla mayor de la catedral mindoniense y trasladado en 1552 a la iglesia de San Francisco de Valladolid, donde reposó al lado de su hermano, el doctor Guevara, hasta el año 1837, en que iglesia, convento y sepulcro a la par desaparecieron.

II

El Menosprecio de Corte y alabança de aldea es un tratado corto de moral mundana. No hay en él nada del encanto poético del Beatus ille ó del Qué descansada vida, ni [18] mucho menos el mentido halago de las fingidas Arcadias pastoriles que tanta boga lograron medio siglo más tarde; el vivir cortesano y el vivir aldeano, pintados nimiamente al desnudo y con más pelos y señales que los que tienen en la corriente realidad, se contraponen y se afrontan sinceramente bajo el solo influjo de contrarias exclamaciones de afecto o de conmiseración respectiva. Hombre práctico y positivo, en la acepción moderna de esta palabra, la austeridad del cordón franciscano no le estorbó a Guevara amar la vida de la aldea por los libres y sanos regalos que proporciona, tanto al menos como por los peligros morales de que libra y por el recogimiento que a la virtud y a la penitencia ofrece. Salvando el abismo que zanja la glotonería refinada y el honesto saboreo de los placeres gustuales, Guevara en algunos capítulos de su obra se retrae un tanto al regalón y epicúreo Arciprestre de Hita, cuya socarronería parece despuntar a veces también en el Menosprecio. Como escritor, fray Antonio lo fue de primer orden, fue uno de los grandes prosistas anteriores a Cervantes {(1) Véanse parte de estas apreciaciones críticas en Menéndez y Pelayo, Orígenes de la Novela, tomo I. El estudio considerado, sin ser prolijo, de las obras del autor y una fácil inquisición bibliográfica sobre Nicolás Antonio, Brunet, &c., lleva por la mano a tales conclusiones, cuya exposición, con color de externa originalidad, hubiera sido cosa fácil y, por lo mismo, de escaso mérito; así es que he preferido zurcirlas con las mismas hermosas palabras del maestro. El Bulletin Hispanique del primer trimestre de 1901 anunció que Mr. Morel-Fatio preparaba un trabajo rotulado: Antonio de Guevara, son oeuvre et son influence. Ignoro si lo ha dado a luz; yo lo he pedido a las Casas anunciadoras Privat, de Toulouse, y Picard, de París, y no he tenido la fortuna de que me dieran razón de él}; no hay rasgo de su pluma [19] que no merezca atención, cuanto más este libro, que fue donde trabajó con más esmero, según asegura él mismo en el prólogo con estas palabras: «Después acá que saqué a luz el mi muy famoso libro de Marco Aurelio, he compuesto y traduzido otros muchos libros y tratados; mas yo afirmo y confieso que en ninguno he fatigado tanto mi juizio, ni me he aprovechado tanto de mi memoria, ni he adelgaçado tanto mi pluma, ni he polido tanto mi lengua, ni aun he usado de tanta elegancia, como ha sido en esta obra...» Este, como todos los libros profanos de fray Antonio de Guevara, sin excepción alguna, está lleno de citas falsas, de autores imaginarios, de personajes fabulosos, de leyes apócrifas, de anécdotas de pura invención y de embrollos cronológicos y geográficos que pasman y confunden. Aun la poca verdad que contienen está entretejida de tal modo con la mentira, que cuesta trabajo discernirla. Porque el ingeniosísimo [20] fraile tenía, sin duda, una vasta y confusa lectura de todos los autores latinos y de los griegos que hasta entonces se habían traducido {(1) Guevara no sabía griego; lo da a entender él mismo en las siguientes palabras del Marco Aurelio: «Saqué, pues, del griego con favor de mis amigos, de latín en romance con mis sudores propios.»}; pero todo ello lo baraja con las invenciones de su propia fantasía, tan viva, ardiente y amena. Incansable cultivador de la literatura apócrifa, le faltaba el respeto a la santa verdad de las cosas pasadas y a los oráculos de la venerable antigüedad. No se recataba de profesar el más absoluto pirronismo histórico; a la acendrada crítica del bachiller Rhua, profesor de Humanidades en la ciudad de Soria, poniendo de manifiesto algunos de los incontables yerros y falsedades históricas que las obras de Guevara contienen, el buen Obispo contestó con el mayor desenfado que no hacía hincapié en historias gentiles y profanas, salvo para tomar de ellas un rato de pasatiempo, y que fuera de las divinas letras no afirmaba ni negaba cosa alguna {(2) V. en el Epistolario español, tomo XIII de la Bibl. Rivadeneyra, la contestación de Guevara a las cartas censorias de Rhua}. Sin embargo, no era un falsario de profesión, como lo fueron los Higueras y Lupianes del siglo XVII, sino un moralista agridulce, que buscaba [21] en la historia real o inventada adorno o pretexto para sus disertaciones, consejos o advertencias, donde lo de menos era la erudición y lo principal la experiencia del mundo; un satírico entre mordaz y benévolo de las flaquezas cortesanas, y, sobre todo, un original artífice de estilo, creador de una forma brillante y lozana, culta y espléndida, aunque retórica en demasía, cuyo agrado no podemos menos de sentir, aun teniendo que declararla muchas veces viciosa y amanerada.

Su seudohistoria es una broma literaria, que por desdecir de la profesión religiosa y dignidad episcopal del agudo autor montañés, puso de ceño a Rhua, a Melchor Cano, a Antonio Agustín, a Alderete, &c., y más tarde al maligno y eruditísimo crítico de Amsterdam Pedro Bayle, que en su Diccionario histórico le dedica dos páginas llenas de sangrientos vituperios; pero esta saña reconoce por causa no haber llegado a comprender el verdadero carácter e intención de los escritos de Guevara.

La prosa del Menosprecio, como la de las Cartas familiares, es aguda y sabrosísima, pero artificiosa en extremo y cargada de verbosidad empalagosa y de picantes especias de antítesis, paranomasias, retruécanos y palabras rimadas, que indican un gusto poco seguro y algo pueril, un clasicismo a medias. Hay en él [22] amplificaciones elegantes, pero sobremanera diluidas; invectivas enérgicas, sanos documentos y máximas de buen gobierno, privado y casero, que cobran hoy nuevo realce por la alusión que hacen al modo de vivir de aquella sociedad. Ninguna condición de buen escritor le faltó a Guevara, salvo la moderación, el tino, para saber borrar. Es un autor terriblemente tautológico, y Cicerón mismo puede pasar por un portento de sobriedad a su lado. Anega las ideas en un mar de palabras y siempre hay algo que se desearía cercenar, aun en sus mejores páginas.

Los Apotegmas y Tratados morales de Plutarco parecen haber sido la principal fuente de la doctrina de Guevara. La edición que usó no es posible precisarla; de las que yo conozco hay una, salida de la imprenta Ascensiana en 1526, a la cual se acercan mucho las citas auténticas de Guevara, sin que de todo en todo se le ajusten, acaso por el poco escrúpulo del autor en citar de memoria, arreglando lo que no bien recordara {(1) «Quien mirare este latín –dice Rhua a propósito de una cita– y el de la traslación del intérprete de Plutarco en la Vida de Lúculo, conoscerá si fue tomado de la fuente o de algún arroyo turbio», Bibl. Rivad., tomo XIII. No hace falta suponer tales arroyos; Guevara mismo derivaba las aguas conforme le placía, sin reparar en la exactitud literal, siempre embarazosa}. Para las anécdotas de los [23] filósofos se valió de Diógenes Laercio y quizá todavía más de la vieja compilación de Gualterio Burley, De vita et moribus phylosophorum, traducida antiguamente al castellano con el título de Crónica de las fasañas de los filósofos.Conocía la biografía fabulosa que Filostrato hizo de Apolonio de Tiana, y las cartas apócrifas de Pitágoras, de Anacarsis, del tirano Fálaris, y otras tales tenidas entonces por auténticas. Para las anécdotas de los emperadores romanos saqueó a Suetonio, Herodiano, Valerio Máximo y a los escritores de la historia augusta Lampridio y Julio Capitolino, a los cuales añadió muchas circunstancias de propia minerva.

Sería curioso y de provecho investigar la influencia de Guevara, ya en nuestros clásicos, ya en la muchedumbre de literatos extranjeros, a cuyas manos llegaron sus obras, casi tan difundidas como la Sagrada Biblia durante el siglo XVI, según afirma Merico Casaubon {(1) El tema del Menosprecio de Corte y alabança de aldea fue muy socorrido en el estruendoso y batallador siglo XVI. Sin más que arañar en la investigación, topamos con una famosísima escritora toledana, Luisa Sigea, Minerva de su siglo, en quien los coetáneos extremaron los elogios por sus raros conocimientos de las lenguas clásicas y semíticas. Fue poco posterior a Guevara. Alfonso Matritense, arcediano de Alcor, en la diócesis de Palencia, nos asegura que la Sigea compuso en laatín un libro, y no de molde, sino [24] de su mano, según me dijeron, en el qual, en forma de diálogo entre dos damas se trata elegantemente la diferencia que hay entre la vida cortesana de palacio y la solitaria de la aldea y campo. Sigue el mismo camino que Guevara en buscar para su propósito sentencias notables de Platón, Aristóteles, Xenofonte, Plutarco, aventajándole en ponerlas a la letra en su propia lengua y caracteres griegos y trasladarlas luego letra por letra en latín, siendo como ingenio brotado al calor del Renacimiento, el cual no logró embestir de lleno el cerebro de Guevara, más depurada y fiel que éste en las citas y abastecida en mejores fuentes de información. También Pedro de Navarra, creado obispo de Comenge en 1560, publicó en Zaragoza, el año 1567, unos Diálogos muy subtiles y notables, cuya segunda parte es De la diferencia de la vida rústica a la noble. Y en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos de Octubre de 1900, don Manuel Serrano y Sanz reveló un Cancionero de la Biblioteca Nacional, manuscrito a fin del siglo XVI o comienzos del XVII, cuya primera [25] composición se titula: Obra de Gallegos que es vida de palacio. Mr. Morel-Fatio, en el Bulletin Hispanique del primer trimestre de 1901, hace un estudio crítico de ella cotejando el manuscrito de Madrid con otro de la Biblioteca Nacional de París, en donde la composición se titula: Coplas en vituperio de la vida de palacio y alavanza de aldea, hechas por Gallegos, secretario del Duque de Feria. Este último dato nos sugiere como fecha probable de la composición la de 1567, en que Felipe II erigió en Ducado el Condado de Feria, a 1571, en que murió el primer Duque, cuyo parece fue Secretario el nombrado Gallegos. Es, por tanto, posterior al Menosprecio, de Guevara, que, probablemente, le sirvió de inspirador a Gallegos, atenta la igualdad de motivos por donde uno y otro vituperan la vida cortesana y alaban la aldeana. He sentido tentación de parear ambos textos en notas a sazón sembradas; pero me ha parecido prolijo para la índole de la edición. Conste en favor de Guevara que él ha sido el primer modelo de esta literatura, y que si a él le han debido inspiración los posteriores, Guevara no adeudó más que a su fértil ingenio y a su personal experiencia}. [24] Cervantes, que, entre burlas y veras, nos certifica en su prólogo al Quijote del gran predicamento del Obispo de Mondoñedo, no se desdeñó de imitarle en digresiones morales como el razonamiento sobre la edad de oro, que recuerda otro análogo del libro I, capítulo XXXI, del Marco Aurelio, y aun en descripciones como la del hidalgo manchego, de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, inspirada acaso en otra medio idéntica del cap. VII de este Menosprecio.

De su estimación en Francia nos da idea el gran número de traducciones que se hicieron de sus obras, según aparece de la bibliografía [25] de Brunet Manuel du libraire y de la calidad de los literatos que le saborearon y aprovecharon, como Montaigne, Brantome, Lafontaine y otros.

De aceptar la tesis radical del doctor Landmann en su trabajo sobre Shakespeare y el euphuismo, sería preciso ahijar a Guevara los extravíos del eufuismo británico, pues, según él, la célebre novela de Lily, Euphues, the anatomy of wit, que dio nombre al género, no es más que una imitación, y aun en muchos pasajes un traslado, de las obras del Obispo de Mondoñedo. Exagerada es la afirmación; aun dadas por buenas todas las coincidencias de [26] fondo y todas las semejanzas de forma en el uso constante de miembros fraseológicos antitéticos, paralelos, similicadencias, &c.; no hay por qué establecer corriente de influencia inmediata de Guevara sobre Lily, cuyo inspirador fue, en verdad, un guevarista de los que formaban el grupo así llamado en la corte de Enrique VIII, mas no el propio don Antonio, según opina razonablemente Garret Underhill {(1) Spanish literature in the England of Tudors}. La literatura española debe al seductor estilo de nuestro clásico el haber comenzado por él a ser estudiada en Inglaterra, donde ejerció sugestión extraordinaria, que sólo a fines del siglo XVI le fue arrebatada por la ciceroniana elocuencia del autor de la Guía de pecadores.

III

Las ediciones príncipes de las obras de Guevara son las siguientes:
Relox de Príncipes o Marco Aurelio. Valladolid, 1529.
Epístolas familiares: en tres libros. En Valladolid, por Juan de Villaquirán, 1539.

Y en el mismo volumen:
Prólogo solemne en que el autor toca muchas historias. [27]
Una década de las vidas de los X Césares, Emperadores romanos, desde Trajano a Alexandro.
Del menosprecio de la corte y alabanza de la aldea
{(1) Hasta el año 1592 no fue editada por separado esta obra en Alcalá de Henares, por Juan Gracián (Catalina y García, Tipografía Complutense)}
De los inventores del marear y de muchos trabajos que se passan en las galeras.

Obras sagradas tiene dos:
Monte Calvario. Salamanca, 1542.
Oratorio de religiosos y exercicio de virtuosos. Valladolid, por Juan de Villaquirán, 1542.

La presente edición del Menosprecio de Corte reproduce la princeps de 1539. En punto a ortografía se ha adoptado la corriente ya en Clásicos castellanos, la cual conserva todas aquellas grafías que representaban entonces un valor fonético o etimológico, de las cuales, por lo mismo, no puede prescindir el filólogo.

Matías Martínez Burgos
Burgos, 22 de marzo de 1914


{Matías Martínez Burgos, «Prólogo» a Menosprecio de corte y alabanza de aldea, Clásicos Castellanos, Ediciones de «La Lectura», Madrid 1915, págs. 7-27.}


Antonio de Guevara
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