La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Menosprecio de corte y alabanza de aldea

Capítulo XVII
De muchos y muy ilustres varones que de su voluntad, y no por necesidad, dejaron las cortes y se retrajeron a sus casas.


Marco Craso fue uno de los ilustres capitanes que tuvo Roma en los tiempos que conquistaba los reinos de Asia, porque era muy animoso para pelear y muy cuerdo para gobernar. Este Marco Craso siguió la parcialidad del cónsul Sila y fue muy contrario al cónsul Mario y al dictador Julio César, a cuya causa, cuando César fue preso en el Mar Adriático por los piratas, luego a grandes voces dijo: «No me pesa de ser preso, sino del placer que ha de tomar mi enemigo Marco Craso.» Fue maestro de este Marco Craso un filósofo que había nombre Alejandro, al cual él tenía como a padre en los consejos, como a hermano en el gobernar, como a amigo en los trabajos y como a preceptor en las letras. Anduvo este filósofo Alejandro con su amigo Marco Craso dieciocho años, después de los cuales pidióle licencia para irse a su tierra y retraerse a su casa, y al tiempo que se despidió, dijo estas palabras a Marco Craso: «Por el amor que te he tenido, y por la doctrina que te he dado, y aun por los servicios que te he hecho, no te pido otro galardón que me des sino que ni me llames que torne acá, ni me escribas carta allá después que de aquí me fuere y de ti me partiere; porque estoy tan harto de corte, que no sólo la quiero dejar, mas aun olvidar.»

Dionisio Siracusano, aunque fue el mayor tirano de los tiranos, por otra parte fue muy gran amador de filósofos y amigo de hombres sabios; y así decía él que a los filósofos de Grecia los había de oír, mas no creer, porque todo su hecho era parlar y no obrar. Vinieron desde Grecia hasta Siracusana, que era la ciudad a do Dionisio residía, ocho muy ilustres filósofos, es a saber: Platón, Quilo, Demofón, Diógenes, Mirto, Píladis, Olvidio, Surrano y otros muchos con ellos, los cuales se aprovechaban más de la hacienda de él que no Dionisio de la doctrina de ellos. Once años continuos estuvo el filósofo Diógenes en la casa y corte de Dionisio, el cual, como dejase a Dionisio y a su casa y se tornase a Grecia y un día estuviese lavando unas berzas, díjole otro filósofo por le motejar y aun lastimar: «Si tú no dejaras la corte de Dionisio, no lavaras berzas.» Al cual respondió Diógenes: «Y aun si tú te contentases con berzas, no estarías en la corte de Dionisio.»

Catón Censorino, de quien tomaron nombre todos los Catones, fue el más virtuoso y el más estimado romano que hubo en todos los antiguos romanos; porque en sesenta y ocho años que vivió, jamás hombre le vio hacer liviandad ni perder la gravedad. Plutarco dice de él estas palabras: «Fue Catón en el consejo prudente; en la conversación manso; en el corregir, severo; en las mercedes, largo; en el comer, templado; en la vida, honesto; en lo que prometía, cierto; en lo que mandaba, grave; y aun en la justicia, inexorable.» Ya que el buen Catón era en edad de cincuenta y ocho años, dejó la corte romana y fuese a vivir en una aldea que estaba junto a Picenio, a do ahora es Puzol, y allí se estuvo el buen viejo todo el restante de su vida granjeando y comiendo de su propia hacienda. Como se estaba el buen Catón en aquella su pobre casa aparte y solo, y a ratos leyendo en los libros y a tiempos podando las viñas, escribieron con carbón a las puertas de su casa estas palabras: «O felix Catho, tu solus scis vivere.» Que quieren decir: «¡Oh!, bienaventurado Catón, pues tú solo sabes vivir.» De esta tan notable antigüedad se puede colegir que ningún cortesano en la corte sabe vivir ni aprende a morir.

Lúculo, el cónsul y capitán romano, estuvo en las guerras de los partos dieciséis años continuos, de la cual empresa él sacó mucha honra para Roma, muchas tierras para la república, mucha fama para su persona y aun muchas riquezas para su casa; porque de todos los ilustres capitanes romanos sólo Lúculo mereció gozar en la vejez lo que había ganado en la mocedad. Después que Lúculo vino de Asia y vio que la república estaba partida en parcialidades de silanos y marianos, acordó de dejar la corte romana y hacer unas casas cabe Nápoles sobre la mar, que ahora llaman Castil del Lobo, adonde estuvo otros dieciocho años, hasta que murió rodeado de regalos y ahorrado de enojos. Era la casa de Lúculo muy frecuentada de todos los capitanes que iban a Asia y de todos los embajadores que venían de Roma; y, como una noche no tuviese huéspedes y su despensero se excusase haberle dado corta y pobre cena porque no había quien con él cenase, respondióle con muy buena gracia: «Aunque no había huéspedes que cenasen con Lúculo, habías de pensar que Lúculo había de cenar con Lúculo.» Plutarco, contando los ejercicios de Lúculo después que se retrajo a su casa, dice: «Quotidie in sua bibliotheca intrabat, velut in quodam amenissimum locum musarum, et ibi legendo, loquendo et disputando, tempus teribat.» Como si dijese: «No pasaba día que no se retraía Lúculo en una gran librería que tenía, en la cual él con otros y otros con él, leyendo, disputando y platicando pasaban su tiempo.» De este tan notable ejemplo se puede colegir que no está la bienaventuranza en que tenga uno a su placer de comer, sino en que le dé Dios reposo para que lo pueda gozar.

Helio Esparciano dice que el emperador Diocleciano, después que hubo gobernado el imperio dieciocho años, renunció totalmente el imperio y se salió de la corte romana con intención de retraerse a su casa y acabar allí en paz y reposo la vida; porque, según él decía muchas veces, a solo el emperador han de tener mancilla y a solo el labrador envidia. Dos años después que renunció el imperio Diocleciano, le enviaron los romanos una muy solemne embajada por la cual le rogaban mucho hubiese piedad de la república romana y fuese servido de tornarse a Roma, porque en cuanto él fuese vivo de ninguno otro fiarían la silla del imperio. Fue, pues, el caso que, cuando los embajadores llegaron a su pobre casa, estaba en esa hora Diocleciano en una hortezuela pequeña que tenía, escardando unas lechugas y podando unas parras, y como le diesen la embajada que traían, respondióles él: «¿Parésceos, amigos, que quien tales lechugas como éstas ha plantado y escardado y regado, que no será mejor comerlas con reposo en su casa que no tornar a los bullicios de Roma?» Y díjoles más: «Ya he probado a qué sabe el mandar y también he probado a qué sabe el arar y cavar. Dejadme, yo os ruego, en mi casa, que más quiero ganar de comer con mis manos en esta aldea que no traer a cuestas el imperio de Roma.» De este imperial ejemplo se puede colegir cuánta mejor vida tiene en su casa el rústico desmelenado que no tiene en la corte ningún príncipe del mundo.

Cleo y Pericles sucedieron en la república de Atenas a Solón Solonino, el cual fue de todos los griegos muy estimado y de los atenienses como Dios reputado; porque a la verdad, Sólon fue el primero que reformó la Grecia y dio leyes en la república. Estos dos ilustres varones, ambos fueron capitanes, ambos fueron filósofos, ambos fueron griegos y aun ambos fueron muy grandes repúblicos; excepto que Cleo era tenido por más esforzado y Pericles por más virtuoso. Plutarco dice de este Pericles que en treinta y seis años que gobernó la república de Atenas, jamás hombre le vio entrar en casa ajena ni asentarse en calle pública; porque en la gobernación era muy justo y en la reputación de su persona era muy grave. Ya que Pericles era viejo y que de los negocios públicos estaba harto, acordó de salirse de la corte y senado de Atenas e irse a vivir y a morir a una heredad que tenía en una aldea, en la cual vivió aún otros quince años, leyendo de noche en los libros y arando de día los campos. La casa que Pericles tenía en aquella aldea tenía una puerta muy pequeña por la cual el buen filósofo entraba y salía, y encima de aquella puerta tenía escritas estas palabras: «Inveni portum, spes et fortuna, valete.» Que quiere decir: «Esperanza y fortuna, quédaos en hora buena, que yo ya he hallado el puerto de holganza.» De este tan notable ejemplo se puede colegir que ningún cortesano con verdad puede decir que vive vida segura si no es después que se retrae a casa.

Lucio Séneca fue ayo en las costumbres y maestro en las letras de Nero el cruel, sexto emperador que fue de Roma, varón por cierto docto en las letras, sólido en la doctrina, amador de la república y muy corregido en la vida. Residió Séneca en la corte romana cuarenta y cuatro años, en los cuales él tuvo mucha mano en los negocios y muy gran familiaridad con los príncipes, porque era hombre muy atentado en lo que hablaba y muy cuerdo en lo que aconsejaba. Ya que Séneca era muy viejo y que de los negocios públicos estaba muy cansado, salióse de la corte de Roma y fuese a morar a una heredad suya que estaba cabe Nola de Campania, en la cual vivió aún hartos años, empleados en muy buenos ejercicios. Estando, pues, allí retraído, escribió los libros De beneficiis, los De ira, los De bono viro y los De adversa fortuna, y, al fin, haciendo su oficio la malicia humana, mandóle Nerón, su discípulo, quitar la vida, no porque él hubiese hecho cosa deshonesta, sino porque le quería mal la impúdica Domicia. De este tan notable ejemplo se puede colegir que al hombre desdichado y mal fortunado tan bien persigue fortuna estando en su casa retraído como en la corte distraído.

Escipión Africano fue uno de los deseados y amados capitanes que tuvo Roma, porque en veintiséis años que siguió la guerra en España, y en África, y en Asia, nunca hizo cosa deshonesta, nunca perdió batalla, nunca hizo a nadie injusticia, ni nunca en él se conoció flaqueza. Este buen Escipión domó a África, asoló a Cartago, venció a Aníbal, destruyó a Numancia y restauró a Roma, la cual desde la batalla de Cannas estaba derelicta. En edad de cincuenta y dos años se salió Escipión de la corte romana y se fue a retraer a una aldea pequeña que estaba entre Puzol y Capua, en la cual dice Séneca que no tenía otra cosa sino una huerta de que comía, una casa do moraba, un baño do se bañaba y una nieta que le servía. Tan de corazón se retrajo Escipión a su aldea, que en once años que allí moró, jamás entró en Capua ni tornó a ver a Roma. De este tan heroico ejemplo se puede colegir cuánta mayor honra y gloria es las honras y riquezas de esta vida menospreciarlas que alcanzarlas.

Del divino Platón, su naturaleza fue de Licaonia, su crianza en Egipto y su residencia en Atenas. Este gran filósofo fue el que a los embajadores de Cirene que le pedían leyes para su república respondió: «Difficillimum est homines amplissima fortuna ditatos legibus continere.» Que quiere decir: «Los hombres que están muy favorecidos de la fortuna con gran dificultad se sujetan a las leyes que tiene la república.» No pudiendo Platón sufrir las importunidades de los amigos y los bullicios populares, retrájose en una aldea dos leguas de Atenas, que había nombre Academia, en la cual el buen viejo, por espacio de dieciocho años leyendo y escribiendo, acabó sus felices días. Por memoria de aquella aldea a do Platón leía y vivía, a lo que los latinos llaman ahora estudio llamaban los antiguos academia.

Todos estos ilustres varones, y otros con ellos infinitos dejaron reinos, consulados, gobernaciones, ciudades, palacios, privanzas, cortes y riquezas, y se fueron a las aldeas a buscar una honesta pobreza y una vida quieta. No diremos que ninguno de éstos dejó la corte por ser pobre, estar corrido, andar afrentado, verse desprivado o por haberle desterrado, sino que, movidos de su pura bondad y de su propia voluntad, fueron a dar orden en su vida antes que los saltease la muerte.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539). Edición preparada por Emilio Blanco, a partir de la primera de Valladolid 1539, por Juan de Villaquirán.}

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