La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Una década de Césares
Tabla / Prólogo / Argumento


Privilegio
Yo, el Rey

Por quanto por parte de vos, fray don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, nuestro Chronista, me ha sido fecha relación que vos traduxistes y copilastes las Vidas de diez emperadores y las dirigistes a Mí, y assimesmo copilastes otro libro llamado Aviso de privados, que dirigistes a Francisco de los Cobos, Comendador Mayor de León, de nuestro Consejo del Estado; y otro Tractado de los antiguos inventores de las Galeras, y de cincuenta trabajos que ay en el navegar en ella; y assimismo composistes otros dos tractados, el uno De los trabajos de la corte, y el otro de Epístolas Familiares embiadas a diversas personas. En las quales ponéys muchas buenas doctrinas y aplazibles hystorias, suplicándonos y pidiéndonos por merced, aviendo consideración a lo que en traduzir y componer los dichos tractados avéys trabajado, os diéssemos licencia para que vos y no otra persona alguna los pudiesse imprimir y vender en estos nuestros reynos y señoríos de Castilla por el tiempo que fuéssemos servido o como la nuestra merced fuesse. Y Nos, acatado lo susodicho, y porque los dichos tractados fueron vistos por algunos de nuestro Consejo y paresció que eran buenos, y de imprimirse no solamente no se sigue inconviniente, pero utilidad y beneficio, y por vos hazer merced, avémoslo avido por bien. Por ende, por la presente vos damos licencia y facultad, y mandamos que por tiempo y espacio de diez años primeros siguientes que se cuenten desde el día de la fecha desta mi cédula en adelante, vos y las personas que vuestro poder para ello uvieren, y no otras algunas, podáys y puedan imprimir y vender, y impriman y vendan, en estos dichos nuestros reynos y señoríos de Castilla, los tractados [338] susodichos que assí vos traduxistes y composistes todos juntos en un volumen o cada uno por sí. So pena que qualquier persona o personas que, sin tener para ello vuestro poder durante el dicho tiempo los imprimiere o hiziere imprimir y vender en estos dichos nuestros reynos y señoríos, o los traxesse impressos a vender de fuera dellos, pierdan la impressión que hizieren y los moldes y aparejos con que lo hizieren y los libros que de los dichos tractados imprimieren. Y más incurra cada uno dellos en pena de cincuenta mil maravedís cada vez que lo contrario hiziere, la qual dicha pena mandamos que sea repartida en esta manera: la tercia parte para el juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para la persona que lo denunciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, presidentes y oydores de las nuestras audiencias, alcaldes, alguaziles de nuestra Casa y Corte y chancillerías, y a todos los corregidores, assistentes, governadores, alcaldes, alguaziles, merinos, prebostes y otras justicias qualesquier de todas las ciudades, villas y lugares destos nuestros reynos y señoríos que os guarden y cumplan y hagan guardar y cumplir esta mi cédula y todo lo en ella contenido, y contra ello no vos vayan, ni passen ni consientan yr ni passar en tiempo alguno ni por alguna manera, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para nuestra Cámara, a cada uno que lo contrario hiziere. Fecha en Toledo, a xxi días del mes de enero de quinientos y treynta y nueve años.

Yo, el Rey.
Por mandado de Su Magestad,
Juan Vázquez.


Una década de Césares
Privilegio / Prólogo / Argumento


La Tabla de los Diez Césares

El Emperador Trajano.
El Emperador Adriano.
El Emperador Antonino.
El Emperador Cómodo.
El Emperador Pertinax.
El Emperador Juliano.
El Emperador Severo.
El Emperador Bassiano.
El Emperador Helio Gábalo.
El Emperador Alexandro.

Una década de Césares
Privilegio / Tabla / Argumento


Comiença el Prólogo
del illustre señor don Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, predicador y chronista y del Consejo de Su Magestad. Dirigido a la Sacra, Cessárea, Cathólica Magestad del Emperador y Rey Nuestro Señor, don Carlos, Quinto de este nombre, en las Vidas de los diez Emperadores romanos que imperaron en los tiempos de Marco Aurelio.

Propone el Auctor

En el príncipe ha de aver grandeza y nobleza.

Vario Gémino, varón illustre y consular que fue entre los romanos, dixo a Julio César: «¡O!, César y gran Augusto, los que ante ti osan hablar no conoscen tu grandeza, y los que ante ti no osan parescer no alcançan tu nobleza.» Palabras fueron éstas: «Me Ercle digna tali viro.» Conforme a lo que dixo Vario Gémino, dezimos que a la grandeza de los príncipes pertenesce que anden muy auctorizadas sus personas, y por otra parte que se dexen comunicar de sus repúblicas, porque con la grandeza pongan espanto y con la llaneza quiten el miedo. De Octavio el Emperador dize Suetonio que nunca a él vinieron embajadores que, en viéndole, no se espantassen, y después, comunicándole, no le adorassen, porque era muy grande la magestad con que los rescebía y después eran muy dulces las palabras con que los despachava.

El buen príncipe a todos a de tener la puerta abierta y mostrar la cara alegre.

Del gran Cathón Censorino dize Plutarcho que, con ser el hombre de más honestidad y de más gravedad que uvo entre los romanos, jamás a hombre mostró la cara triste, ni respondió mala palabra, ni cerró a nadie la puerta, ni negó cosa que le pidiessen justa, ni hizo a nadie affrenta. No sólo felice, immo felicíssimo es el príncipe que por la rectitud de la justicia le temen y por ser bien acondicionado le aman. A los príncipes y grandes señores muchas flaquezas se les encubren y muchos vicios se les dissimulan quando son de buena condición con los suyos y de grata conversación con los estraños. Del muy famoso tyrano Dionisio el siracusano dize Plutarcho que el immortal [344] odio que tenían con él los sículos no era tanto por las tyrannías que hazía quanto por la incomportable condición que tenía, porque muy pocas vezes se dexava ver y muchas menos le veýan reýr. Lo contrario desto se lee del rey Antígono, padre que fue del gran Demetrio, el qual era superbo, cobdicioso, bullicioso, ambicioso, cruel y fementido, y con todas estas condiciones le suffrían y aun le servían los de sus reynos, por sólo que hallavan siempre en su casa la puerta abierta y en su boca amorosa respuesta.

Buena condición y buena governación andan pareadas.

Es nuestro fin de dezir esto para a los príncipes rogar y a los que están cabe ellos amonestar a que siempre les persuadan y aconsegen sean tan humanos, que los osen conversar todos, y que sean tan graves, que no los menosprescie ninguno; porque mucho haze al caso para la buena governación tener buena condición. No menor daño se sigue a la república de ser su príncipe tenido en poco que de ser sacudido y esquivo, porque si es inconversable, aborréscenle; y si se tiene en poco, desobedéscenle. Sardanápalo, último rey de los assirios, fue con todos tan humano, que las mugeres le hazían hilar; y de Phálaris el tyrano se lee que fue tan inconversable, que sus proprias hijas no le osavan hablar. Para que los príncipes no sean en sus repúblicas aborrescidos, dévense guardar que no los noten de estremados, es a saber: mostrando mucha familiaridad a unos y grande esquividad con otros, porque la mucha esquividad engendra odio y la grande familiaridad pare menosprescio. La regla que en este caso osaríamos dar a los príncipes y grandes señores es que ni sean tan affables con sus privados a que les osen pedir cosa injusta, ni sean tan esquivos con los no privados que aun no les osen pedir justicia.

Los príncipes mucho cumplen con buenas palabras.

No se les quita a los príncipes que den los reynos a sus hijos, fíen los secretos de sus criados, hagan las mercedes a sus privados, tomen sus passatiempos con sus amigos, con tal que su conversación sea general a todos, porque los príncipes, como sea poco lo que [345] tienen en respecto de lo que les piden, mucho más suplen con las amorosas respuestas que dan que no con las mercedes que hazen. No immérito ordenaron los antiquíssimos griegos que los príncipes no dixessen en sus letras y mandamientos «Mando esto», «Quiero esto» y «Prohíbo esto», sino que dixessen «Mandamos esto», «Queremos esto» y «Ordenamos esto», porque se acordassen que en hablar en nombre de todos, avían de conversar con todos, ser familiares a todos, repartir las mercedes con todos, y que eran de todos y no de sí mismos.

El príncipe ha de ser todo para todos y nada para sí.

El que menos parte ha de tener en el príncipe ha de ser esse mismo príncipe, porque todos han de velar en lo que toca al servicio de su persona y él se ha de desvelar en todo lo que es útile a su república. Quanto más el príncipe curare de sí, tantos más sacudirá de sí, y quanto menos curare de sí, tantos más trayrá tras sí, porque no consiste en más el armonía de la república de que todos bivan de la merced del príncipe y el príncipe biva del amor de todos.

Prosigue su intento el Auctor

El yerro del príncipe es en daño de todos.

Es también necessario en el príncipe que tenga sana la voluntad y muy advertida la intención, porque si en las obras que haze no se le da nada por acertar, nunca acertará; y si no tiene atención a las cosas de la república, nunca las sabrá. Mucho deve mirar el príncipe lo que haze antes que lo haga, porque, dado caso que yerre otro qualquiera, no se siente el daño sino en su casa propria, mas el yerro del príncipe redunda en toda la república. Los príncipes que son voluntariosos en lo que quieren y capitosos en lo que mandan, allende de que andan cargados de pensamientos y tienen en peligro a sus personas y escandalizadas sus repúblicas, accúsanlos de ser enamorados de su parescer proprio y inimicíssimos del consejo ageno. [346]

Deve el príncipe saber los males de la república.

Debe también el príncipe saber muy por menudo las cosas de su república si quiere tener buena governación en ella, y esto halo de saber, no de los que se lo vayan a murmurar y encaramar, sino de los que se lo sepan contar y aun aconsejar, porque nunca avrá paz entre el príncipe y su república si a los lisongeros y murmuradores da audiencia. Assí como los príncipes no dessean de sus súbditos sino ser servidos, assí los súbditos no dessean de sus príncipes sino ser amados; y a la verdad, lo uno es anexo a lo otro y lo otro depende de lo otro, porque si en el príncipe no ay amor, nadie le servirá con amor.

Más meresce el que ama que no el que sirve.

En mucho han de tener los príncipes y grandes señores que sus súbditos los obedezcan, mas en mucho más han de tener los súbditos que sus señores los amen, porque sin comparación es muy mayor la merced del que se obliga a amar que no el trabajo del que se offresce a servir. Como amor no se pague sino con amor, no se han de contentar los príncipes con dar a los que los sirven y siguen lugares, fuerzas, juros, casas y dineros, sino que también les amuestren amor en sus palacios y favor en sus negocios, porque con las mercedes páganles lo que han servido, mas con el amor oblíganlos a más servir.

El mayor daño de la corte es el disfavor.

Los príncipes y grandes señores han de ser en el mirar amorosos, en el hablar mansos y en los comedimientos muy comedidos, porque los corazones generosos y los rostros vergonçosos que siguen las cortes y andan en casas de los príncipes mucho más sienten el disfavor que les muestran que no las mercedes que les niegan.

Del príncipe no deve ser privado sino el que es virtuoso.

Para que los príncipes ahorrassen de enojos y sus reynos fuessen mejor governados, el más sano consejo les sería ygualmente hablar a todos, dar a todos, tractar a todos y amar a todos; mas ya que se determinan de tener privados, mucho deven mirar a quienes admiten a su privança, porque para ser uno privado en la corte no abasta que el rey le elija, sino que también [347] él lo merezca. En el repartir de las mercedes no pueden los príncipes todas vezes acertar, mas en el dar y confiar su corazón no les conviene errar, porque no ay en el mundo otro ygual tormento con tener el hombre su amor mal empleado.

Es muy grande enojo tener el amor mal empleado.

Si los príncipes y grandes señores quieren a algunos de su casa particularmente amar, particularmente lo han de merescer, porque jamás será el amor fixo quando en el que es amado falta merescimiento. No sin causa diximos que era necessario en el príncipe tener buena condición y muy sana intención, porque si el coraçón del príncipe está de algún amor no lícito preso, ¡ay dél!, y aun ¡ay del reyno que por él es governado! Malo es que el príncipe no tenga regla en el comer, en el jugar, en el bever, en el hablar y en el gastar; mas muy peor es si no la tiene en el amar, porque regla infalible es que todo amor desordenado trayga consigo algún notable vicio.

De siete amores desordenados en los príncipes.

Amor desordenado es tener solicitud para allegar las riquezas y no tener ánimo para gastarlas, porque a la grandeza de los príncipes pertenesce buscar qué gastar y no deprender a contar. Amor es desordenado seguirse el príncipe por sólo su parescer proprio, porque es impossible que acierte en lo que deve el que siempre haze lo que quiere. Amor es desordenado quando el príncipe emplea el amor en pocos, siendo él señor de muchos, porque los príncipes y grandes señores de tal manera han de amar y mejorar a sus privados, que no afrenten a los nobles de sus reynos. Amor es desordenado quando los príncipes en vanidades y poquedades embeven el tiempo, porque el curioso governador de tal manera ha de repartir el tiempo entre sí y la república, que ni le falte para los negocios ni le sobre para los vicios.

El príncipe ase de servir, mas no adorar.

Amor es desordenado ser el príncipe orgulloso, bullicioso, ambicioso y superbo, porque, dado caso que como a príncipe le ayan de servir, no se sigue que como a Dios le han de adorar. Amor desordenado [348] es osar repartir las mercedes, no como cada uno meresce, sino como al que govierna le paresce, porque no ay ygual infamia en un príncipe como es castigar los vicios y no remunerar los servicios. Amor desordenado es querer de hecho tomar a otro lo que no le pertenesce por derecho, porque a la grandeza y pureza de los príncipes pertenesce que en el dar muestren su largueza y que en el tomar estén todos a justicia. Será, pues, el caso que el príncipe que estuviere dotado destos amores no podrá escapar de muchos trabajos y aun de muchos sobresaltos y peligros, porque toda affectión desordenada ella misma consigo misma se trae la pena. Plutarcho, en los libros de su República, persuade al Emperador Trajano a que tenga su voluntad libertada y no la tenga a ningún amor subjecta, porque según él dize, muy poco aprovecha que sea el príncipe señor de muchos reynos, si por otra parte es esclavo de muchos vicios.

Seys condiciones del buen príncipe.

Dezía el divino Platón que para ser un príncipe bueno, avía de dar el coraçón a la república, las mercedes a los que le sirven, los desseos a los dioses, el amor a los amigos, los secretos a los privados y el tiempo a los negocios. ¡O!, quán felice sería el príncipe que conforme a esta platónica sentencia tuviesse assí repartida su persona, porque, estando él dividido por todos, todos estarían juntos con él.

Aplica el Auctor lo dicho
al fin por que lo dezía

Más fe se da a lo que se vee que no a lo que se dize.

Todo lo que arriba hemos dicho por escripto queremos agora, Sereníssimo Príncipe, mostraros por exemplo, que, según dezía Eschines el philósopho, las palabras bien dichas despiertan los juyzios, mas los grandes exemplos persuaden los coraçones. Para atraer a uno a que sea virtuoso y haga obras virtuosas, mucho haze al caso dezirle discretas razones y dulces [349] palabras, mas al fin al fin, por más crédito que demos a lo que dize, mucho más se da al que lo haze. El poeta Homero dezía que era muy fácil cosa escrevir las grandes hazañas y que era muy diffícil hazerlas, a cuya causa es necessario a los que tractamos con los príncipes mostrarles por exemplo todo lo que les persuadimos por escripto, porque vean muy claramente que las grandezas y proezas que otros príncipes hizieron no les faltan fuerças para hazerlas, sino ánimo para emprenderlas. Ningún príncipe se deve tener en tan poco, que no piense de hazer lo que hizo otro príncipe en el tiempo passado; porque desta manera desmayara Theodosio acordándose de Severo, y Severo de Marco Aurelio, y Marco Aurelio de Antonino Pío, y Antonino Pío de Trajano, y Trajano del buen Titho, y Titho de César Augusto, y César Augusto de Julio César, y Julio César de Scipión, y Scipión de Marco Marcello, y Marco Marcello de Quinto Fabio, y Quinto Fabio de Alexandro Magno, y Alexandro Magno de Achilles el griego.

Todo lo que haze uno puede hazer otro.

Los coraçones destos tan altos príncipes no leýan ni inquirían las hazañas de sus passados para se espantar, sino para las immitar. Y de verdad ellos tenían razón, porque ninguno de los mortales hizo obra tan esclarescida, que por otro hombre no pudiesse ser mejorada. Obligados son los príncipes de hazer tales y tan altas obras, que sean dignas de loar en ellos y muy honrrosas para que las immiten otros, y para esto, lo más necessario es tener buen ánimo para las emprender, que después ventura es la que las ha de acabar. Plutarcho dize que dezía Agesilao el griego que nunca fortuna se mostrava generosa sino con el ánimo generoso, y a la verdad él dezía verdad, porque muchas cosas pierden los hombres no porque no las podrían alcanzar, sino porque no las osan emprender.

Tanto ánimo es menester para los vicios como para los peligros.

Deve, pues, el príncipe esforçarse a ser bueno y immitar a los buenos, pues a menos costa son los hombres virtuosos que viciosos, mansos que briosos, [350] esforçados que covardes, pacíficos que furiosos y sobrios que voraces, porque tan gran ánimo ha menester un ladrón para escalar la casa como un capitán para seguir la guerra. Dionisio el tyrano, Gorgias el tyrano, Bías el tyrano, Macrino el tyrano y Cathilina el tyrano, si los pudiéssemos hablar y ellos pudiessen razón de sí dar, jurarían y affirmarían que más trabajos passaron y en más peligro se vieron por deffender sus tyranías que Scipión ni Cathón por guardar sus repúblicas.

Potencia y riqueza en las casas de los príncipes moran.

¡O, quánta razón ay y aun quánta occasión tienen los príncipes para ser buenos y favorescer lo bueno, pues tienen auctoridad para mandar y riquezas para dar!; porque, si saben darse maña, con la potencia se harán servir y con las dádivas se harán amar. Junto con esto, quiero amonestar y aun avisar a los príncipes y grandes señores sean magnánimos en el dar y muy atentados en el mandar, porque, dado caso que un príncipe pueda hazer todo lo que quiere, no le conviene hazer todo lo que puede.

La mucha auctoridad para en tyranía.

Aunque la auctoridad del príncipe sea libre, absoluta y sin medida, conviénele a él en todas las cosas se medir y moderar, porque toda governación absoluta siempre sabe a la pega de tyranía. Muchos príncipes se perdieron por los vicios que tenían, y muchos más se perdieron por hazer todo lo que podían, y de hazer los príncipes todo lo que pueden y todo lo que quieren se les sigue que la affectión les haze tropeçar y la passión de ojos caer. Hablando, pues, más en particular, Sereníssimo Príncipe, a immitación de Plutarcho y de Suetonio Tranquillo he querido traduzir, copilar y corregir las Vidas de diez príncipes romanos, dignas por cierto de saber y muy sabrosas de leer.

Más atrevida es la pluma que no la lengua.

El fin porque yo, Señor, he tomado tan immenso trabajo de componer esta obra es porque os diga mi pluma lo que de empacho no diría mi lengua, que, como dezía Brías el philósopho, es tan grande la auctoridad de los príncipes, que más cosas les han de dar a entender que no osar dezir. El rey Artaxerge, [351] yendo un día camino, offrecióle un labrador un poco de agua en la palma de la mano, la qual agua el rey rescibió y aun bevió; y como algunos de aquel hecho murmurassen, y aun le retraxessen, respondióles él: «En el príncipe no es menor grandeza rescebir poco que hazer mercedes de mucho.» El philósopho Ligurguio, dador que fue de las leyes que tuvieron los de Lacedemonia, mandó a los de su república que offresciessen a sus dioses pocas cosas en número y no ricas en prescio, de lo qual como fuesse notado y aun accusado, respondió él: «No mando yo offrescer a los dioses poco por pensar que no merescen ellos mucho, sino porque tuviessen todos que offrescer, pues de todos se quieren ellos servir; porque en el templo de Apollo me dixeron ellos a mí que más querían poco de los muchos que mucho de los pocos.»

Pues Dios paga lo poco, deve el príncipe agradescer lo mucho.

En la ley que dio Dios a los hebreos fue tan limitado en lo que pidió y fue tan humano en lo que mandó, que, hablando en los sacrificios que le avían de hazer, ordenó y mandó que el pobre que no pudiesse offrescerle una cabra, le offresciesse no más de los pelos della. De ver que Ligurguio offrescía a sus dioses joyas de mucha pobreza, y que el rey Artaxerge rescibió de un labrador un puño de agua, y que al Dios verdadero osavan offrescer no más de los pelos de una cabra, pone en mí osadía de offrescer a Vuestra Magestad esta obra. [352]


Una década de Césares
Privilegio / Tabla / Prólogo


Argumento de todo el libro, en el qual
el Auctor declara todo su intento

Acabado de traduzir, copilar y corregir el mi muy affamado Libro de Marco Aurelio, quedó mi juyzio tan fatigado y mi cuerpo tan cansado, en onze años de mi mocedad que en él gasté, que propuse entre mí y capitulé comigo de no escrevir otro libro, mayormente en aquel estilo, porque si al lector es sabroso, al auctor es costoso.

Una nescedad, más locura es escrevirla que dezirla.

Fácil cosa es el escrevir libros, y muy diffícil el contentar a los lectores, porque los ojos conténtanse con que sea bien legible la letra, mas el delicado juyzio quiere estilo gracioso, eloqüencia suave, sentencia profunda y doctrina sana. Ay muchos en estos nuestros tiempos, los quales tan fácilmente se arrojan a escrevir como se atreven a hablar, de manera que lo que sueñan esta noche escriven mañana, y lo que escriven mañana publican otro día; lo qual ellos no harían si supiessen lo que hazen, porque dezir uno una locura procede de inadvertencia, mas ponerla por escripto es caso de locura. De Platón, de Anaxágoras, de Antipo y de Eschines dize y affirma Plutarcho que nunca libro que compusiessen publicaron hasta que por sus achademias fuesse examinado, y tres años después que se acabasse uviessen sobre él passado; y, a la verdad, ellos tenían muy gran razón, porque no ay en el mundo cosa tan bien escripta, que tornada a reveer por el que la escrivió no halle que polir, que corregir, que añadir y aun que quitar. No menos corregidas y polidas y examinadas han de ser las palabras [353] que se escriven en los libros que las que se predican en los pueblos, porque un dessabrido sermón no dessabora más de a un pueblo, mas un libro desgraciado cansa a todo el mundo. Los que no tienen saber para componer, ni tienen estilo para ordenar, muy sano consejo les sería dexar la pluma y tomar la lança, porque si a dos palabras nos cansa un hombre tibio y frío, quánto más nos cansará un hombre nescio y prolixo.

El hombre nescio y el libro frío cansan el juyzio.

Aun un truhán frío con sus frialdades nos haze reýr, mas con un libro frío y desgraciado, no podemos sino raviar y murmurar (digo murmurar del tiempo que se gastó en escrevirle y las horas que se gastan en leerle). ¡O, quántos libros ay oy en el mundo, a los quales hemos de tener más embidia al papel y pergamino en que están escriptos y a las letras con que están illuminados, que no a las doctrinas que están escriptas en ellos, porque ni tienen doctrina que aproveche ni aun estilo que contente! No piense que se atreve a poco el que se atreve a componer un libro, porque si la doctrina es mala, ella se trae consigo la pena y si la doctrina es buena, luego es con ella la embidia. Esto de que se quexa aquí mi pluma grandes días ha que lo sabemos ella y yo por experiencia, porque al Libro del buen Marco Aurelio unos me le hurtaron y otros me le infamaron.

De los que no saben componer, sino murmurar de lo compuesto.

Los que escriven y componen libros para el bien de la república no es menos sino que sientan el frío, el cansancio, la soledad, la hambre y vigilias que passan, mas mucho más sienten las lenguas venenosas que dellos murmuran, porque no ay paciencia que lo suffra quiera un lector que se dé más fe a lo que él dize de improviso que a lo que el escriptor dixo sobre pensado. Viniendo, pues, al propósito, dezimos que en esta presente escriptura muchos emplearán los ojos en ella para leerla, y no pocos se juntarán a infamarla; mas al fin, ni tomaré gloria porque la alaben, ni pena porque la condemnen, porque los tales [354] no murmurarán tanto por averla yo hecho, quanto por no la saber ellos hazer. Aunque esta mi escriptura o Década no es en volumen muy alto, hame sido muy trabajosa, lo uno porque no la traduxe de un auctor solo, sino de muchos escriptores griegos y latinos; y lo otro, pensando que avía de ser muy mirada, quise de mis manos saliesse muy corregida.

Esta obra se compuso hurtando del tiempo y ahorrando del sueño.

Hame sido también muy penosa la composición desta década, el poco tiempo que tenía para occuparme en ella, que a la verdad, después que cumplía con los officios de mi Yglesia y leýa en la Sacra Escriptura, y aun escrevía en la Imperial Chrónica, no me quedava más tiempo del que hurtava del negociar y ahorrava del dormir.

Copilar de muchos es mucho trabajo.

Los nombres de los diez príncipes cuyas vidas aquí escrevimos son: Trajano, Adriano, Antonino Pío, Cómodo, Pértinax, Juliano, Severo, Bassiano, Helio Gábalo, Alexandro, los quales todos fueron emperadores de Roma y tuvieron la monarchía del mundo. Los escriptores y chronistas que destos diez príncipes escrivieron y de los que principalmente nos aprovechamos son: Dión griego, Plutarcho, Herodiano, Eutropio, Vulpicio, Sparciano, Julio Capitolino, Lampridio, Trebelio, Píndaro y Ygnascio, los quales todos fueron graves en sus palabras y sin ningún escrúpulo en sus escripturas. Como estos hystoriadores concurrieron en diversos tiempos, fueron en sus hystorias a las vezes varios, y aun a las vezes contrarios, a cuya causa se nos recresció immenso trabajo de aclarar lo obscuro, concordar lo diverso, ordenar lo sin orden, adobar lo insípido, desechar lo superfluo, eligir lo bueno y ponerlo todo en estilo. Si alguno nos quisiere redargüir que en esta Década nuestra ay algo superfluo o que dexamos algo olvidado, será su motivo aver leýdo las Vidas destos príncipes por un hystoriador, y no por muchos, por manera que, si el tal tuviere un auctor para accusarnos, ternemos doze para deffendernos. [355]

Los vicios enormes ni se han de contar ni menos escrevir.

Los curiosos lectores y grandes hystoriadores de sola una cosa nos pueden notar, y es que en las Vidas del Emperador Cómodo, y de Bassiano, y de Helio Gábalo, dexamos de poner muchos escándalos que hizieron y muy enormes vicios que cometieron, porque eran cosas más para escandalizar que no para leer. En todo lo demás que estos príncipes y los otros hizieron y dixeron, sus hystorias van fielmente sacadas, recopiladas, traduzidas y corregidas, solamente de nuestra parte hemos puesto el trabajo de buscarlas y el estilo de ordenarlas. Hallará el curioso lector en las Vidas destos diez príncipes razonamientos muy altos, cartas muy discretas, avisos muy necessarios, dichos muy provechosos, exemplos muy notables, hystorias muy peregrinas, casos muy fortuytos, hechos muy magnánimos, castigos muy furiosos y premios muy gloriosos.

Quien copiló a Marco Aurelio copiló este libro.

Deste libro y del de Marco Aurelio es el auctor uno, el estilo uno y el intento uno, porque el fin de nuestra pluma es persuadir y avisar a todos los mortales a que sepan y crean que no ay cosa en esta vida más cierta que ser todas las cosas inciertas.

Posui finem curis:
Spes et fortuna, valete.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Una década de Césares (1539). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 335-904, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión de la Década de Césares, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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