La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Capítulo IX
De los viçios que han de apartar a los príncipes sus ayos, y cómo los buenos padres han de criar a sus hijos.


Proseguiendo el Emperador Marco Aurelio su plática, añadió estas palabras a lo sobredicho:

Mirad, amigos, bien, y no se hos olvide que oy se fía de vosotros la honra de mí, que soy su padre; y el estado de Cómmodo, que es mi hijo; y la gloria de Roma, que es mi naturaleza; y el assosiego del pueblo, que es mi súbdito; y la governación de Italia, que es vuestra patria; y sobre todo la paz y tranquilidad de nuestra república. Pues de quien se fía tal atalaya no es razón que se duerma.

Veniendo, pues, a más particulares cosas, mirad que agora le destetan a mi hijo, y él como potro nuevo querríase ir a iugar a los prados verdes: enojoso hos será domarle y a él penoso de ser domado. Lo primero que hos ruego es que le echéis áspero freno porque quede de buena boca, de manera que ninguno le tome en mentira. La mayor falta en un bueno es ser corto en verdades, y la mayor vileza en un vil es ser muy largo en las mentiras.

Poned mucho recabdo en mirarle las manos, porque no se desmande por los tableros iugando con otros perdidos. El mayor indicio en el príncipe de perder a sí y destruir el Imperio es quando el príncipe desde niño le cognoscen ser vicioso en el iuego. El iuego es un viçio que al que muerde como perro siempre le haze que ravie, cuya cruda ravia siempre hasta la muerte dura. [52]

Mucho hos encomiendo que a este mi hijo, aunque sea niño, le hagáis ser reposado. Por cierto no da tanta gloria al príncipe la corona en la cabeça, ni la cadena en los hombros, ni el joyel en los pechos, ni el sceptro en las manos, ni el enxambre de guardas que trae en torno consigo, como el asiento y reposo que muestra desde mançebo.

La honestidad pública suple muchas y muchas y muchas flaquezas. No hos descuidéis echarle buena cadena y tenerle bien atado porque no se vaya a las yeguas. De príncipes effeminados jamás esperemos buenos hechos. Mucho me satisfaze lo que el ayo de Nerón dezía a su ahijado: «Si supiese que los dioses me avían de perdonar y los hombres no lo avían de saber, por la vileza de la carne no pecaría en la carne.» Fueron, por cierto, buenas palabras, aunque de Nero mal recebidas. No le afloxéis las riendas, aunque viendo las yeguas relinche, porque tiempo le queda arto. Este vicio de la carne, en todo tiempo, en toda edad, en todo estado tiene sazón, aunque no con razón. ¿Qué hos diré en este caso, sino que passado el verde de la infancia, desbocados del freno de la razón, heridos con las espuelas de la carne, tocada su trompeta la sensualidad, desapoderados con furioso brío, arremetemos por las xaras y riscos tras una yegua, que en dexarla va poco y en alcançarla menos? Y después, a mejor librar, queda el cuerpo manco, el juizio enclavado, la razón tropellada y la fama despeñada, y al fin la carne todavía se queda carne. ¿Qué remedio para esto? Yo no hallo otro sino que al fuego muy rezio cárguenle de tierra, y allí morirá, y al hombre vicioso métanle en la sepultura, que allí acabará.

Muy mucho hos aviso no le deis lugar a este moço se haga inverecundo, y en el castigo no tengáis respecto a que es niño tierno, ni hijo mío, ni de su madre regalado, ni del Imperio Romano único heredero. Con los hijos estraños la crueldad es tyrannía, mas con los hijos proprios la piedad presente les es occasión de perderse en lo futuro.

Cómo hemos de criar los hijos nos enseñan los árboles. Por cierto, en los castaños del herizo herizado sale la castaña muy blanda, y en los nogales entre las hojas muy [53] blandas se cría la nuez muy dura. Applicándolo a nuestro propósito, no menos vemos de padre piadoso nascer hijo cruel y de padre cruel nascer hijo piadoso.

Aquel docto entre los doctos y famoso entre los famosos Licurguio, Rey de los lacedemonios, dando leyes en su reyno, acuérdome leer entre ellas estas palabras: «Mandamos como reyes y rogamos como hombres que en los viejos muy cansados se perdone todo, en los moços muy livianos se dissimule algo, a los niños muy tiernos no se perdone nada.» Por cierto fueron buenas palabras, y como de tal persona dichas. Y paréceme que tenía razón, porque el cavallo que ha passado la carrera es menester que descanse, al moço que la passa es iusto que le dexen, y al niño que la quiere passar es razón que le informen.

Hazedle siempre occupar en actos virtuosos, porque a los de su edad, si el iuyzio se les offusca y el cuerpo les torpece, con gran difficultad entenderán en cosa agena de su delectación, porque sobre la cabeça tienen la liviandad y so los ojos la razón. Algunas recreaçiones hos pedirá su moçedad, las quales le conçederéis con tal que sean raras, y primero por la razón medidas y después de nobles exercicios tomadas.

Mirad que no vos doy a mi hijo para que le recreéis, sino para que le enseñéis. La gallina, mientras tiene los huevos so las alas, no se desmanda por las huertas, y aunque los huevos sean de otra, assí lo trabaja como si fuesen suyos. Por eso oy en Roma de çien discípulos salen los noventa güeros, porque los ayos, si gastan con ellos dos horas en doctrina, pierden con ellos otras veinte en burlas. Y de aquí es que de la poca gravedad y retraymiento del maestro nasce el mucho atrevimiento y poca vergüença en el disçípulo. Creedme, amigos, que los ayos a los prínçipes y los maestros a los discípulos más con buenos exemplos en un día que con muchas lectiones les aprovecha en año. Viéndohos mi hijo retraídos, se retraerá; viéndohos estudiosos, estudiará; viéndohos callados, callará; viéndohos templados, no comerá; viéndohos vergonçosos, temerá; y viéndohos reposados, se reposará; y si lo contrario hiziéredes, [54] lo contrario hará. Esto por cierto es verdad, porque aun los hombres ya ançianos sólo del mal que veen o se corrompen sus cuerpos, o se escandalizan sus sentidos, ¡quánto más los niños que ni saben dezir sino lo que oyen, ni hazer sino lo que veen!

Quiero también que mi hijo el príncipe deprenda las siete artes liberales. Ca por eso hos tomé muchos, porque le enseñéis mucho. Y si al fin quedáremos con lástima de no aver salido con todo, a lo menos no la ternemos de aver el tiempo malgastado. Y no hos engañéis diziendo «Arto sabe en lo que sabe este moço para regir el Imperio».

El philósopho verdadero (según la ley de Licurguio) ha de saber hablar en la plaça y pelear en el campo. Y el emperador bueno ha de saber pelear en el campo y hablar en el Senado. Si no me engaña mi memoria, entre mis antigüedades traxe de Grecia una piedra, la qual tenía Pythágoras el philósopho a las puertas de su achademia, en la qual en griego de su propria mano están esculpidas estas palabras que dizen:

«El que no sabe lo que ha de saber es bruto entre los hombres.
El que sabe no más de lo que ha menester es hombre entre los brutos.
El que sabe todo lo que él puede saber es dios entre los hombres.»

¡O!, altas palabras y gloriosa la mano de quien fueron escriptas, las quales no en las puertas como entonçes, sino en las entrañas se avían de pintar. La postrera sentencia de este philósopho tomaron los primeros padres, y la primera reprehensión cupo a nosotros, sus postreros hijos. Por cierto entre los griegos y lacedemonios tanta fama alcançaron sus philósophos por las conquistas que hizieron, como por las escripturas que nos dexaron. Y nuestros primeros emperadores no menos amor alcançaron en su Imperio por la profunda eloqüencia, que espanto pusieron en el mundo por sus venturosos triumphos. Y que esto sea verdad, miren a Julio César, que en medio de sus reales con la mano yzquierda tenía la lança [55] y con la derecha tenía la pluma, y nunca dexó las armas que no tomase luego los libros.

Y no pongamos escusa diziendo con los ignorantes que las artes son largas y el tiempo que tenemos es breve. Por cierto la diligencia de los antiguos arguye la pereza de los presentes. Una cosa veo: que en breve tiempo aprendemos todo el mal y en largos tiempos no sabemos ningún bien. ¿Queréis ver quán ahadados están nuestros hados, y en quánto descuido nos tienen los dioses, que para hazer un solo bien nos falta tiempo y para hazer muchos males nos sobra? No quiero más dezir sino que yo querría que de tal manera fuese criado mi hijo, que de los dioses tomase el temor, de los philósophos la sciencia, de los antiguos romanos las virtudes, de vosotros sus maestros el reposo, y de todos los buenos lo bueno, como de mí ha de heredar el Imperio.

Yo protesto a los dioses immortales, con los quales tengo de ir, y protesto al alto Capitolio, do mis polvos se han de quemar, que ni Roma me lo demande siendo bivo, ni los siglos advenideros me maldigan después de muerto si por su mala vida mi hijo perdiere la república, y por vuestro poco castigo fuéredes occasión que se pierda el Imperio. [56]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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