Proyecto Filosofía en español Antonio de Guevara 1480-1545 |
Capítulo XLIII
De lo que Marco el Emperador dixo a los ayos de su hijo y governadores del Imperio. Habla que no sean embidiosos ni cobdiciosos, pues han de regir a otros.
Véysme, ¡o, parientes, nobles y antiguos romanos, y mis muy fieles criados!, exalar el ánima, rendirme a la muerte, dexar la vida, hazer pacto con la sepultura. Doleros de mi dolor, angustiaros de mi angustia, penar por mi pena no es de maravillar, porque de juizios claros, de sangres limpias, de amigos fieles, de coraçones tiernos es olvidar sus trabajos y llorar los agenos. Si un bruto se compadesçe de otro bruto, ¡quánto más un humano de otro humano! Esto digo porque en las lágrimas de vuestros ojos conozco el sentimiento de vuestros coraçones. Y pues la mayor paga del beneficio es conoscerle y agradescerle, tanto quanto puedo hos lo agradezco. Y si mi débile agradesçimiento no corresponde a vuestras lastimosas lágrimas, pido a los dioses, pues me quitan en tan breve la vida, paguen por mí esta deuda. Plazer es irse hombre a los dioses y gran pena dexar a los suyos, porque compañía de largos años sobrada fatiga es dexarse en un día. En mi vida hize con vosotros lo que devía, agora hago lo que puedo. Los dioses han de llevar mi ánima; mi hijo Cómmodo, el Imperio; la sepultura, mi cuerpo; y vosotros, mis queridos amigos, mi coraçón. Y por çierto es iusto que, pues vosotros fuistes suyo, siendo yo bivo, él agora sea vuestro después de yo muerto. En lo demás, en particular colloquio ha de ser esta noche nuestro razonamiento.
Ya veis, ¡o, mis precordiales amigos!, cómo estoy en lo [178] último de la última jornada de los hombres y en lo primero de la primera jornada para los dioses. Yo a vosotros por lo passado y vosotros a mí por lo presente es razón que nos creamos; porque a tiempo somos venidos en el qual ya ni tenéis qué me pedir ni yo qué hos offreçer. Ya ni mis orejas pueden oír lisonjas, ni mi coraçón suffrir importunidades. Si me cognoscistes, cognoscedme: yo fui el que soy, yo soy el que fui. A vuestro paresçer en tiempos passados fui algo; véisme aquí: soy poco. Pues de aquí a poco no seré nada.
A Marco el viejo, vuestro amigo, oy se le acaba la vida. A Marco, vuestro pariente, oy se le acaban sus hados. A Marco, vuestro señor, oy se le acaba su señorío. A Marco, vuestro Emperador, oy se le acaba el Imperio. Yo vençí a muchos y soy vençido oy de la muerte. Yo soy el que di muchas muertes a muchos y no puedo dar un día de vida a mí. Yo soy el que entré en carros de oro y oy me sacarán en literas de palo. Yo soy por quien cantaron muchos y oy llorarán todos. Yo soy el que fui muy acompañado de exércitos y oy me entregarán a los hambrientos gusanos. Yo soy Marco, el muy famoso, que con famosos triumphos subí al alto Capitolio y oy con olvido muy olvidado desçenderé en el sepulchro.
Ya, ya veo por los ojos çerca de lo que se reçelava mi coraçón de lexos. Assí los dioses vos sean favorables en este mundo, y a mí en el otro propiçios, que nunca mi carne tomó plazeres para passar esta vida que mi coraçón no tuviese sobresalto de la hora de la muerte. Pues no tengáis pena, que o vosotros de mí o yo de vosotros el fin avíamos de ver. Y doy graçias a los dioses porque llevan a este viejo consigo a descansar y dexan a vosotros moços para que en el Imperio podáis servir. No quiero negar que no temo la muerte como mortal, porque no ay comparaçión del hablar de la muerte en la vida a gustar la muerte en la muerte quando ya se pierde la vida. No ay prudençia de prudente, ni esfuerço de esforçado, ni señor tan enseñoreado, que pueda quitar el temor del spíritu y el dolor de la carne en esta hora. Está tan aferrada, tan conglutinada y en tanto parentesco coniuncta el ánima con la carne y el spíritu con la sangre, que apartarse lo uno de lo otro es lo más terrible y último terrible de todas [179] las terribilidades. Y por cierto ¿cabe en razón que el ánima parta con lástima por dexar a la carne entre los gusanos, y el cuerpo quede con imbidia por ver al ánima ir a gozar con los dioses? ¡O, quán descuidados estamos en la vida hasta que tropellamos y damos de ojos en la muerte!
Creedme esto que hos quiero dezir, pues he passado en lo que estáis y agora experimento lo que veis: que nos tiene tan desacordados la vanidad a los vanos, que quando començamos la vida, imaginamos que ha de durar un mundo, y quando salimos della, no nos paresçe que ha sido un soplo. Y puesto que la sensualidad pene por lo sensible y la carne por la carne, pero la razón guiadora de los mortales me dize no pene con la partida. Si he bivido como bruto animal, es razón que muera como hombre discreto. Morir yo no moriré: morirán oy mis enfermedades, morirá la hambre, morirá el frío, morirán mis congoxas, morirán mis tristezas, morirán mis çoçobras y todo lo que me dava pena.
Oy se me quita el nublado, y hará raso y claro el çielo. Oy se me caen las cataratas de los ojos y veré claro el sol. Oy se destropieça el camino para ir camino derecho. Oy es el día a do se acaba mi jornada, en el qual ya no temeré baybenes de la fortuna. Doy graçias a los dioses immortales porque me dexaron bivir tan limpiamente y tan largo tiempo, que no los hados desdichados de mí, sino yo dellos y de la fortuna imbidioso oy veo fin. Por çierto, si los dioses mandaren asconder mi carne en la sepultura por ser mortal, ellos, pues son iustos, ternán por bien mi fama quede immortal por aver bivido bien. Pues do se commuta la enojosa compañía de los hombres por la dulçe de los dioses, y el estado seguro por la fortuna dubdosa, y el temor continuo por la paz perpetua, y la vida mala por fama buena, no me paresçe que es mal troque.
Sesenta y dos años ha que la tierra crió a esta tierra: tiempo es ya que me reconosca por hijo y yo a ella por madre. Por çierto, madre es muy piadosa, que, aviéndola yo traído so los pies tanto tiempo, ella me resçiba agora en sus entrañas para siempre. Y aunque soy yo quien soy, por ser ella quien es, estoy çierto me terná allí más seguro entre los gusanos que Roma entre los senadores. Aunque a vosotros penase, si a mis [180] dioses pluguiese, pues se ha de hazer y no se puede escusar, holgaría que esta tela se cortase, y este ordimbre se destexese, y en la possessión de la sepultura me diesen, y sería la primera cosa mía propria y perpetua sin tener jamás reçelo de perderla. Todas las cosas mortales que los mortales tienen de la imbidia de los imbidiosos son deseadas, si no es la muerte y sepultura, que están privillegiadas de la rabiosa hambre de la imbidia.
Bien hos veo derramar lágrimas de los ojos y dar tristes sospiros de lo íntimo del coraçón porque digo esto. ¿Cómo no queréis que desee la muerte, pues los médicos no me dan sino tres horas de vida y están en mi coraçón opiladas tres mill años de congoxas, el ungüento de las quales está en el socroçio de la muerte? Aunque es flaca nuestra flaqueza, pero es tan sentible nuestra honra, que en el día de la muerte, quanto más se descargan los huesos de carne, tanto más se carga el coraçón de cuydados. De manera que, quando se desatan los nervios y huesos en el cuerpo, entonces se añudan con ñudos ciegos en el coraçón.
Pues dexando lo que toca a mí en particular, quiero hablaros en general de lo que conviene al príncipe moço y a vosotros sus ayos viejos. Veis aý a mi hijo Cómmodo, único príncipe heredero, que oy espera heredar el Imperio: ni por ser él bueno merezco loa, ni por ser malo reprehensión, porque lo natural tomó de los dioses y la criança de vosotros. Muchas vezes, quando era niño, le ponía en vuestros braços porque agora que es hombre le pusiésedes en vuestros coraçones. Hasta aquí hos tenía por ayos: agora hos ha de tener por padres. Vosotros, siendo yo bivo, le teníades por príncipe para le criar, por Emperador para le servir, por pariente para le ayudar, por hijo para le doctrinar. Hasta aquí teníanle a cargo su padre, su madre y sus ayos; agora, vosotros solos. Queda como nao nueva, que la cometen oy a las bravas mares y se ha de engolfar en el golfo que no tiene suelo, a do las velas de la prosperidad la harán acostar y las rocas de los infortunios la harán anegar. Pues entre tantos vientos importunos y aguas instables, necessidad tiene de buenos remos.
Por çierto, yo tengo gran dolor del Imperio y no menor [181] compassión de este moço, y quien bien le quiere más llorará su vida, que no mi muerte; porque yo, escapando de la mar, véome a puerto seguro y en tierra firme, y él, dexando lo bueno que agora no cognosçe, se aventurará a navegar el mar que no sabe. De su edad tierna y de mi experiençia larga se haría un emperador razonable. Mas ¿qué hará la triste de Roma, que quando tiene ya criado un príncipe bueno, o los hados desdichados le acaban, o la imbidia de los malos le mata, o la crueldad de los dioses le lleva, o él como cuerdo a su mano se alça; de manera que en experimentar príncipes se le va toda su vida, llorando las moçedades de los moços presentes y sospirando por la gravedad de sus viejos passados? ¡O!, si creyesen los prínçipes que comiençan en el Imperio a los reyes quando salen del mundo, cómo les enseñarían quán insuffrible es un solo hombre encargarse de tantos reynos, y como él no puede sino tomarles la hazienda y ellos a él robarle la fama; él desterrar sus personas, mas ellos affligir sus entrañas; a él acabásele la vida y a sus súbditos nunca las quexas; él como él solo no puede hazer más de por uno, y ellos como son muchos esperan que ha de hazer por todos.
Mirad en quánta desaventura bive el príncipe, que el menor pagés del Illírico piensa que para él solo y en él solo tiene puestos los ojos Emperador de Roma. Y como el mundo sea tan cosquilloso y los que le pueblan tan indómitos, el día que el príncipe se cubre de coronas y se arrea de sceptros, aquel día subiecta la hazienda a los cobdiçiosos, la vida triste a los hados, la çerviz a los tyrannos, la fama a los imbidiosos y todo su estado a paresçeres agenos. Pero en esto muestran los dioses su poder, que todos los juizios estén atados y uno solo libre, el paresçer de todos condemnen y uno alaben, den el señorío a uno y la subiectión a tantos, a uno den el castigo de todos y a todos no el castigo de uno. Para gusto de tantos dan un solo manjar, el sabor del qual a unos es dulçe, a otros agrio, a unos cabe el hueso y a otros la pulpa, y al cabo unos quedando ahogados y otros empalagados, y al fin todos han fin.
Querría yo preguntar a los muy ambrientos de mandar qué coronas de imperio, qué sceptros de oro, qué collares de [182] perlas, qué medallas de Achaya, qué ropas de Alexandría ni qué vasos de Corintho, qué carros triumphales ni qué offiçio de consules o dictadores desean aver a troque de su reposo, como sea çierto que no se puede alcançar lo uno sin perder lo otro. Esto lo causa ser malos mareantes y atrevidos pilotos, que, aviendo de huir de la mar a la tierra, huimos de la tierra a la mar. Una cosa diré, aunque sea contra mí: que todos aborresçen la guerra y ninguno procura la paz; todos se quexan del bullicio y ninguno se contenta con el reposo; todos pregonan trabajo en el mandar y ninguno quiere ser mandado.
Siempre fue en los siglos passados y es agora en este presente: que son tan livianos los livianos, que antes eligen el mandar con peligro que el obedesçer con reposo. Viendo que mis días se desminuýan y mis enfermedades se acresçentavan, sospechando entonçes lo que veo agora, tornando de la guerra de Tinacria acordé de hazer mi testamento, y es esto que aquí veis: abridle y guardadle, y por él veréis cómo dexo a vosotros por ayos de mi hijo y governadores del Imperio. Y mirad que sois muchos padres de mi hijo: en el amor entre vosotros y fidelidad con él no seáis más de uno. Gran peligro tiene el príncipe, y no menor desdicha la república, a do son tantas las intençiones quantos los consejeros. Por çierto, aquél se llama príncipe glorioso, y gente bien fortunada, y Senado venturoso, a do en todo se toma consejo, y los consejeros son ançianos, y los consejos son muchos, y la intençión de todos en todo no es más de una. Entonçes Roma era servida de buenos y temida de tyrannos quando en sus muy acordadas consultas entravan trezientos approbados varones, los quales si en el dar de los médicos eran diversos, por çierto en voluntad y buen fin de la república todos eran unos.
Mucho hos ruego y por los dioses hos coniuro seáis muy amigos en la conversaçión y conformes en el consejo. Todas las flaquezas en el príçcipe se pueden suffrir, sino el mal consejo; y todos los defectos en los consegeros son tolerables, sino la imbidia y passión. Quando esta pulilla entra en ellos causa peligro en la iustiçia, desacatamiento en el prínçipe, escándalo en los pequeños y parçialidad con los mayores. El privado que tiene el iuyzio offuscado con passión, y tiene el [183] coraçón occupado con ira, y las palabras demasiadas en ley de bueno, es iusto que con los dioses pierda el favor, con el príncipe la privança y con el pueblo el crédito. Y torno a dezir que es iustíssimo, porque el tal se presume offender a los dioses con su mala intención, no servir a los príncipes con su no buen consejo y offender a la república con su ambición.
¡O, quán ignorantes son los prínçipes que se recatan de las yervas que en los manjares les pueden entoxicar y se descuidan de la ponçoña que sus privados en los consejos les pueden dar! Y por cierto no ay comparaçión, porque las yervas no las pueden dar sino una vez al día, pero el venino del mal consejo cada hora. El tóxicon tiene defensivos de olicornio y remedios de triaca y vómitos; pero a la ponçoña del mal consejo ni le siento remedio ni menos defensivos. Y finalmente hos digo que el venino del enemigo dado en el manjar no puede matar sino a un emperador de Roma, pero la ponçoña que da el privado en el mal consejo mata al emperador y destruye la república. Y como todo príncipe cuerdo tenga en más la fama perpetua que la vida caduca, siendo vosotros governadores del Imperio y ayos de mi hijo, no tienen tanto poder los que mal le quieren sobre su vida como vosotros sobre su fama. Y por eso, si se vela de los enemigos estraños, se deve desvelar entre los privados y amigos domésticos.
Una cosa hos mando como a mis criados y hos ruego como a mis amigos, y es que no hos mostréis tan privados en lo público como lo sois en lo secreto, porque no parezcan unos naturales hijos y otros emptiçios siervos. El que es cuerdo ha de tener mucho tino en aprovecharse de su señor en secreto, y dulce y dissimulada conversaçión con todos en lo público; porque de otra manera la su privança con el príncipe durará poco y el aborresçimiento del príncipe con el pueblo muy mucho. Siempre lo leý de los passados y lo he visto en los romanos presentes, que quando los pocos tienen mucho con uno, aquel uno tiene poco con los pocos y menos en los muchos, los quales traen tan remotas las voluntades quan propinquas las personas. Y como la maldad del tiempo e instabilidad de fortuna no dexen las cosas siempre en un ser, sino que al sueño más seguro cae el despertador del peligro, [184] entonçes lo conozcen los prínçipes quando, passados los plazeres y enriscados en los trabajos, buscan a todos y no hallan a alguno. Esto viene que los unos con el temor presente quiérense retirar y los otros con el disfavor absente no quieren acudir.
Quiérohos dezir una palabra (la qual traed a mi hijo siempre en la memoria): los que en nuestros trabajos hemos de poner muy de lexos, sus voluntades hemos de ganar. El cauto labrador en un año barbecha y en otro siega y coge. No hos tomen en possessión de presumptuosos, porque la presumpçión del privado ançiano desaze la autoridad del príncipe moço, y ni por esto hos despreciéis y encojáis, que la poca manera y estado en el señor engendra desvergüença y atrevimiento en el siervo. Yo dexo declarado por mi testamento a Cómmodo, el príncipe, por hijo vuestro y a vosotros por padres suyos; pero también quiero y mando todos cognozcan él ser señor vuestro en el mandar y vosotros criados míos y vassallos suyos en el obedesçer.
En los negocios arduos, para ser bien guiados, la iustiçia se ha de ver por sabios oradores, y el paresçer por vosotros sus governadores, mas la determinaçión se ha de tomar del príncipe, que es señor de todos. Un consejo hos daré, y si dél mal hos halláredes, quexaos de mí a los dioses: entonçes será fixo el imperio de mi hijo en Roma y segura vuestra privança en su casa quando vuestros consejos fueren medidos por la razón y su voluntad fuere reglada por vuestros consejos. Mucho hos ruego no seáis cobdiçiosos: por eso hos hize grandes merçedes en mi vida, por quitaros la cobdiçia después en mi muerte. Cosa sería monstruosa los que han de refrenar las cobdiçias agenas tener siempre las manos abiertas para sus utilidades proprias. Los cuerdos privados ni han de hazer todo el mal que pueden hazer, ni pedir todo lo que pueden alcançar, porque no les da el príncipe tanta hazienda para sus casas como passión y imbidia del pueblo para sus personas. Y como de medianas naos escapan más en mediano mar que de grandes carracas engolfadas en bravas mares, assí los medianos estados entre medianos imbidiosos más seguros biven que los grandes ricos estados, ricos y privados entre los enemigos émulos y apassionados. [185]
Trillada regla es entre sabios, y experiençia infallible entre buenos, y pienso de oýdas lo sabrán los malos, que la gloria de uno en los mayores pone menospreçio, en los iguales asechança y en los menores imbidia. Una de las cosas que han de tener los que quieren bien regir es la libertad: quanto fuéredes menos cobdiciosos, tanto seréis más libres, porque creçiendo la ravia de la iustiçia, desminúyese la rectitud de la iusticia. Grandes días ha que me determiné de encomendaros la governaçión del Imperio y la criança de mi hijo, y luego proveý de dotar vuestras casas largamente dándohos de lo mío por quitaros la cobdiçia del bien ageno. Creedme una cosa, que si tenéis cobdiçia en vosotros y passión con vuestros vezinos, siempre biviréis con pena y en los negocios agenos los coraçones estarán cruçiados, y los juyzios suspensos, y después allí encaminaréis la iusticia agena do viéredes la utilidad propria.
Un consejo finalmente hos quiero dar, el qual siempre para mí tomé: nunca vuestras honras cometáis a los infortunios de la fortuna, ni hos offrezcáis al peligro con esperança del remedio, porque la sospechosa fortuna tiene las puertas anchas para el peligro y los muros altos y los alvañares angostos para buscar el remedio, y porque me siento muy fatigado dexadme reposar un poco. [186]
{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}
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