La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Argumento
Síguese el Argumento del intérprete, en el qual declara quiénes fueron los escriptores de este libro, y cómo hasta este tiempo á estado occulto, y con quánta soliçitud por el dicho padre fray Antonio de Guevara fue buscado.


Como el tiempo sea inventor de todas las novedades y un registro çierto de las cosas antiguas, y al fin el tiempo dé fin a todo lo que suffre fin, sola la verdad entre todas las cosas está privilegiada a que quando el tiempo paresçiere tener quebradas las alas, entonçes ella como immortal tome mayores fuerças. No ay cosa tan entera que no se desminuya; no ay cosa tan sana que no se estrague; no ay cosa tan rezia que no se quebrante; no ay cosa tan guardada que no se corrompa: todas estas cosas el tiempo las acaba y sepulta, sino a sola la verdad, la qual del tiempo y de todo lo que es en el tiempo triumpha.

Por no ser favoresçida de los buenos y ser perseguida de los malos poder podrá la verdad estar algún tiempo a somorgujo y encallada; pero aunque pese a quien pesare al fin salirá a buen puerto y tomará tierra. Las fructas de la primera vera ni tienen fuerça para dar substantia, ni dulçura perfecta para dar sabor; pero passado el verano, y en la octoñada madurando ya más el tiempo, lo que se come danos esfuerço, y lo que se prueva tiene más gusto. Quiero por estas palabras dezir que en aquellas primeras edades, quan estimados fueron los hombres por sus columbinas palabras y costumbres, tanto fueron después reprehendidos por sus depressos entendimientos.

Por çierto los antiguos muy antiguos philósophos, assí caldeos como griegos, que primero se remontaron a especular los astros del çielo, y se subieron al monte Olympo a contemplar las influençias de los planetas en la tierra, osaré dezir que más meresçen perdón por su ignorançia que graçias por su sabiduría. Ellos fueron los primeros que quisieron buscar [16] las verdades de los elementos del çielo, y aun los primeros que sembraron errores en las cosas naturales de la tierra. Dezía Homero en su Illíada estas palabras: «De los philósophos mis antepassados condemno lo que supieron y agradézcoles lo que desearon saber.» Muy bien dixo Homero, porque si en los antiguos no reynara tanta ignorançia, no huviera tantas sectas en cada academia. Quien ha leído las muy antiguas antigüedades de los philósophos no me negará que la presumpçión de lo que sabían y la ignorançia de lo que deseavan saber. Caso que, siendo la sçiençia una, las sectas fuesen diversas (conviene a saber: çínicos, stoicos, peripatéticos, académicos, epicuros), los quales todos fueron tan contrarios en las opiniones quan diversos en sus naturalezas. No quiero tampoco que mi pluma se desmesure a reprehender tanto los passados, que quede la gloria solo en los presentes. De verdad si meresçe galardón el que me enseña el camino por donde tengo de ir, no menos meresçe graçias el que me avisa de dónde le puedo errar.

La ignorançia de los antiguos no fue sino una guía para açertar nosotros, y porque ellos erraron entonçes, hallamos el camino nosotros después. Y para más gloria suya y mayor infamia nuestra, digo que si los que somos agora fuéramos entonçes, supiéramos menos que supieron; y si los que fueron entonces fueran agora, sabrían más que sabemos. Paresçe esto ser verdad porque aquellos sabios con su diligençia de las veredas y sendas çerradas hizieron caminos, y nosotros con pereza de las carreras llanas y caminos abiertos hazemos prados.

Viniendo, pues, al propósito de lo que quiero dezir, no nos podemos quexar los que somos como se pudieran quexar los que fueron, que la verdad (la qual dize Aulo Gellio ser hija del tiempo) en este postrero terçio del mundo no aya declarado los errores de que avemos de huir y las verdades y doctrinas que avemos de imitar. Está oy la maliçia humana tan experta, y los juizios de los mortales tan abibados, que en lo bueno nos falta poco que saber y en lo malo sabemos más que de lo que conviene saber, de manera que unos con carta de más y otros con carta de menos, todos presumen el juego ganar. [17]

Caso que esto sea verdad, es tan poco lo que alcançamos y ay tanto que podíamos y devíamos saber, que lo mucho que sabemos es la menor parte de lo que ignoramos. Assí como en las cosas naturales, según la variedad de los tiempos, assí hazen sus operaçiones los elementos, por semejante en las cosas morales según han succedido las edades, assí se han descubierto las sçiençias. No por çierto todas las fructas vienen iunctas, sino que, quando se acaban unas, comiençan a tomar sazón otras. Quiero dezir que ni todos los doctores entre los christianos, ni todos los philósophos entre los gentiles concurrieron en un tiempo, sino que muertos unos buenos nasçieron otros mejores.

Aquella Suprema Sabiduría que todas las cosas mide por su iustiçia y las reparte según su bondad, no quiso que en un tiempo estuviese el mundo estremado de sabios y en otro estremado de simples; a unos cupiese la fructa y a otros no más de la hoja; de manera que éstos tuviesen astío de lo que aquéllos estavan empalagados. Aquel antiguo siglo que fluyó en los tiempos de Saturno, que por otro nombre es llamado dorado, el qual fue tan estimado de los que le vieron, tan loado de los que dél escrivieron y tan deseado de los que dél no gozaron, no fue dorado por los sabios que tuvo que le dorasen, sino porque caresçió de malos que le desdorasen. Esta nuestra edad de hierro ninguno piense que se llama férrea porque le faltan sabios, sino porque le sobran maliçiosos.

Confieso una cosa, y pienso terné muchos me favorezcan en ella: que jamás tuvo el mundo tantos que enseñasen virtudes y nunca huvo menos que se diesen a ellas. Aulo Gellio dize en el libro de sus Noches áthicas que por eso fueron tenidos en tanto los antiguos, porque avía muy pocos que enseñasen y muchos que deprendiesen. Agora es al contrario, que ay pocos que deprendan y muchos que enseñen. La poca estima en que son estimados agora los sabios se puede ver por la mucha veneraçión en que fueron tenidos los philósophos. ¡Qué cosa fue ver a Homero entre los griegos, a Salomón entre los hebreos, a Licurguio entre los lacedemonios, a Phoroneo entre los griegos, a Livio entre los romanos, a Çiçerón entre esos mesmos latinos, a Apollonio Tianeo entre [18] todas las bárbaras naciones! Cúpoles en su fortuna de venir en tales edades, que estava el mundo tan rico de simples y tan pobre de sabios, que concurrían de remotas tierras, de diversos reynos, de estrañas naçiones, no solo a oír sus doctrinas, pero aun otros a ver sus personas.

No creo me engaño en las historias, que quando Roma en su prosperidad más triumphava, entonçes Tito Livio sus hazañas escrivía. Affirma en el prólogo de la Biblia el glorioso Hierónymo que más venían a Roma por ver la eloqüencia de Livio que no por gozar de algún triumpho romano. Quando Olympias parió al Magno Alejandro, Philipo, marido della y padre del moço, escrivió una carta a Aristóteles en que dezía: «Yo doy muchas gracias a los dioses, no tanto porque me dieron el hijo quanto por dármele en tiempo que pudieses tú ser su maestro y él tu disçípulo.» Marco Aurelio Antonio Emperador, cuya es la presente obra, hablando de sí mesmo escrive a Polión estas palabras: «Hágote saber, amigo, que a mí no me hizieron emperador por la sangre de mis passados, ni por el favor de los presentes, sino porque fui amigo de sabios y enemigo de nesçios.» Muy dichosa fue Roma en elegir emperador tan cuerdo, y muy fortunado fue este buen Emperador venir a la cumbre del Imperio no por patrimonio, sino por sabio. Y si fue gloriosa aquella edad en gozar su persona, no menos lo será esta nuestra en gozar su doctrina.

Yo he querido intitular este libro el Libro áureo, que quiere dezir 'de oro', porque en tanto han de tener los virtuosos descubrir en su tiempo este libro con sus sentençias como tienen los príncipes las minas de oro en sus Indias. Yo prometo a todos los que este libro tuvieren que hallarán tanto provecho sus ánimas en passarle y buscar sus doctrinas como daño sus cuerpos en passar las mares por oro de las Indias. Pero yo adevino dende agora que avrá más coraçones desterrados en la India del oro que ojos empleados en leer la obra de este libro.

Dize Salustio que se deve mucha gloria a los que las hazañas obraron, y que no se deve menor fama a los que en buen estilo las escrivieron. En este caso ya confiesso no meresçer por mi traduçión alguna fama; antes pido perdón a todos los [19] sabios por las faltas que hallaren en ella. Fuera de las Divinas Letras, no ay cosa tan bien escripta, que no tenga necessidad de çensura y lima. Paresçe esto ser verdad, porque Sócrates fue reprehendido de Platón; Platón, de Aristóteles; Aristóteles, de Avenroiz; Cesselio, de Sulpeçio; Lelio, de Varrón; Marino, de Ptolomeo; Ennio, de Oracio; Séneca, de Aulo Gellio; Erastonestes, de Strabón; Théssalo, de Galeno; Hermágoras, de Çiçerón; Orígenes, de Hierónymo; Hierónymo, de Ruffino; Ruffino, de Donato. Pues en éstos cupo correctión y en sus obras, que supieron tanto, no es mucho que sea yo de su cofradía, no sabiendo alguna cosa.

Al paresçer y examen de sabios y virtuosos, de mi voluntad subieto la presente obra, y a los que no fueren tales requiéroles se contenten ser lectores, y no juezes della. No ay paçiençia que lo suffra, ni ley que lo permitta, lo que un sabio con mucha madureza y acuerdo escrive, un simple solo leerlo una vez lo menospreçie. Muchas vezes son reprehendidos los autores y escriptores, no de los que saben traduzir y componer obras, sino de los que no saben entenderlas ni aun leerlas. Declarándome más, digo que fueron muchos los que escrivieron de los tiempos de este Marco Aurelio, exçellente Emperador, conviene a saber: Herodiano escrivió poco; Eutropio, menos; Lampridio, mucho menos; Iulio Capitulino, algo más. Las escripturas de éstos y de otros paresçieron mas epíthomas que no historias. Ay otra differençia entre esta escriptura y la suya, que aquéllos escrivieron de oýdas, pero de lo que yo compuse la presente obra fueron testigos de vista; que no lo oyeron a otros, sino que lo vieron ellos mesmos.

Es de saber que entre los maestros que a este Emperador enseñaron las sçiençias fueron tres, conviene a saber: Iunio Rústico, Cina Catulo, y a Sexto Cheronense, sobrino del gran Plutarcho. Estos tres fueron los que escrivieron la presente historia: Sexto Cheronense en griego, y los otros dos en latín. Pienso de esta historia tienen muy pocos notiçia, porque hasta agora no la avemos visto impressa. Quando me huve salido de los collegios de mi estudio, y llevado a predicar a palaçio, como vi tan nuevas novedades en las cortes, acordé con deseo de saber darme a indagar y saber cosas antiguas. Acaso [20] pasando un día una historia, hallé en ella esta historia acotada, y una epístola en ella inserta, y paresçióme tan buena, que puse todo lo que las fuerças humanas alcançan a buscarla. Después de rebueltos muchos libros, andadas muchas librerías, hablado con muchos sabios, pesquisado por muchos reynos; finalmente descobríle en Florençia entre los libros que dexó Cosme de Medicis, varón por çierto de buena memoria.

He usado en esta escriptura, que es humana, lo que muchas vezes se usa en la divina, que es traduzir no palabra de palabra, sino sentençia de sentençia. No estamos obligados los intérpretes dar por medida las palabras: abasta dar por peso las sentençias. Como los historiógrafos de quien sacava eran muchos, y la historia que sacava no mas de una, no quiero negar que quité algunas cosas insípidas y menos útiles, y entrexerí otras muy suaves y provechosas. Tengo pensamiento que todo hombre sabio después que huviere leído este libro no dirá yo ser el autor prinçipal de la obra, ni tan poco sentençiará que me excluya del todo della, porque tantas y tan maduras sentençias no se hallan en el tiempo presente, ni tal ni tan alto estilo no le alcançaron los del tiempo passado. [21]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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