La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Carta IV
Embiada a Cornelio por Marco Emperador, en la qual habla de los trabajos de la guerra y de la vanidad del triumpho.


Marco, Emperador romano, a ti Cornelio, su fiel amigo, salud a la persona y dichosa fortuna a tu vida desea.

Como fuiste en los tiempos passados compañero de mis trabajos, embiéte a llamar por darte plazer de mis triumphos. Por la abundançia de riquezas, por la diversiad de captivos, por la feroçidad de los capitanes que truximos a Roma, pudieras ver quántos peligros passamos en aquella guerra. Son gentes bellicosas los parthos y, como se hallan en su tierra, defienden de coraçón cada uno su casa. Y por çierto hazen como buenos, porque si nosotros a sinrazón morimos en tomar lo ageno, ellos con razón trabajen por defender lo suyo.

Ninguno tenga invidia al capitán romano del triumpho que le da su madre Roma, que por un día de gloria arriscó el triste mill vezes la vida. Pues callo lo que es más, que quantos tienen en la guerra y quedan en Roma son crudos juezes de su fama. Y como la fama propria dependa de la lengua agena, el tal no es juzgado por lo que meresçe su persona, sino por lo que les enseña su invidia. Pero es nuestra locura tan loca y la reputaçión de los hombres tan vana, que por un dezir vano más que por provecho nuestro queremos despeñar la vida y enriscar la honra con trabajo más que gozar la vida y assegurar la honra con descanso. Por los dioses immortales te iuro que el día de mi triumpho allí yva pensando en el carro quán desplomado está el juizio de todos los de este siglo.

¡O!, Roma, maldita sea tu locura, y maldito sea el que crió [225] en ti tanta sobervia, y maldito sea el que inventó en ti esta pompa. ¿Qué mayor vanidad ni igual liviandad puede ser que a un capitán romano, porque conquistó los reynos, alteró los paçíficos, assoló las çiudades, allanó las fortalezas, robó a los pobres y enriquesçió a los tyrannos, derramó muchas sangres, hizo infinitas biudas; y en pago de todo este daño resçíbele Roma con gran triumpho? ¿Pues quieres otra mayor locura? Murieron infinitos en la guerra y llévase uno solo la gloria. Aquellos tristes aun no meresçieron para sus cuerpos sepultura y ývame yo triumphando por las plaças de Roma. Por los dioses immortales te iuro, y esto passe entre mí y ti secreto, que quando desde el carro triumphal veýa los tristes captivos cargados de yerros, y contemplava a infinitos thesoros ser malganados, y oýa las cuitadas biudas llorar por sus maridos, y me acordava de tantos amigos aver sido muertos, que si me alegrava en lo público, llorava gotas de sangre en lo secreto. No sé yo quál es el hombre que de daño ageno toma plazer proprio. Y en este caso, ni alabo los assyrios, ni tengo invidia a los persas, ni me satisfazen los maçedonios, ni apruevo los caldeos, ni me contentan los griegos, a los troyanos maldigo, y a los carthaginenses condemno, porque no con zelo de iustiçia, sino con rabia de sobervia, en sus tiempos a sí y a sus reynos escandalizaron, y a nosotros occasión de perdernos nos dieron.

¡O!, Roma maldita, maldita fuiste, maldita eres y más maldita serás, porque si los hados no me mienten y el juizio no me engaña y fortuna el clavo no hinca, verán de Roma en los siglos advenideros lo que vemos agora de los reynos passados, y es que como con tyrannía te heziste señora de señores, con iustiçia te tornen sierva de siervos. ¡O!, Roma, desdichada y muy desdichada te torno a dezir: ¿por qué estás oy tan cara de cordura y tan barata de locura? ¿Por ventura eres tú más antigua que Babilonia, más hermosa que Elia, más rica que Carthago, más fuerte que Troya, más poblada que Thebas, más çercada que Corintho, más torreada que Capua, más deleitosa que Tyro, más inexpugnable que Aquileya, más venturosa que Numançia y más arriscada que Cantabria? Vemos que peresçieron éstas, vestidas de tantas virtudes y guardadas [226] de tantos virtuosos, ¿y esperas tú permanesçer enforrada de tantos viçios y poblada de tantos viçiosos? Ten una cosa por cierto; que la gloria que agora es de ti fue primero dellos, y la destruçión que agora es dellos será después de ti.

¡O!, mi Cornelio, ¿quieres que te diga, aunque no sin lágrimas, la perdiçión del Pueblo romano? Mando yo, que soy Emperador romano, poner edictos de guerra porque alguna tierra remota está levantada. Tocan la corneta para hazer gente, sácanse los pendones para criar capitanes. Es cosa de ver que luego como tienen vandera tienen liçençia para cometer qualquiera vellaquería. Los hijos dexan a sus madres; los que estudian, sus estudios; los criados, sus señores; los offiçiales, sus offiçios; porque so color de yr a la guerra no los pueda castigar la iustiçia. Ni tienen temor a los dioses, ni reverençia a los pueblos, ni a sus padres obediençia, ni a las gentes vergüença, aman el iniusto oçio y aborresçen el iusto trabajo. Pues los exerçiçios que traen son donosos: unos roban los templos y otros rebuelven ruidos; éstos quebrantan puertas y aquéllos hurtan las ropas; quando prenden los libres, quando sueltan los presos; las noches passan en juegos y los días en blasphemias. Finalmente para todo lo bueno son inhábiles y para todo lo malo libres.

¿Pues qué te diré de sus torpedades, las quales he vergüença escrevirlas? Dexan sus proprias mugeres, llevan mugeres agenas; a las hijas de buenos desonran, a las moças bovas engañan; no ay huéspeda que no fuerçen, ni vezina que no combiden; y lo peor de todo, que las que van ponen dentera a las que quedan, y de esta manera ninguna escapa, o perdida la honra porque van, o lastimadas en el coraçón porque quedan. ¿Piensas, Cornelio, que es poca la quantía de las mugeres que van a la guerra? Bien sabes que a Greçia más guerra la hizieron las mugeres amazonas que no los crudos enemigos. No porque tenían menos gente, sino porque tenían más mugeres fue vençido el Rey Poro de Alaxandro. El montruoso capitán Haníbal tanto tiempo fue señor de Italia quanto no consintió muger en la guerra; y como se enamoró de una moça de Capua, luego le vieron las espaldas en Roma. Porque Scipión los reales de Roma alimpió de luxuria, por [227] eso fue la invençible Numançia assolada. Yo tuve en esta guerra de los parthos diez y seis mill de cavallo, y ochenta mill peones, y treinta y çinco mill mugeres. Fue en tanta manera el negocio, que desde la hueste huve de embiar a mi Faustina y otros senadores a sus casas mugeres que sirviesen a los viejos y criasen a los niños.

Y si esto hazen los pobres muy pobres, ¿qué harán sus capitanes? El día que a un patriçio le prueva el Senado en el Amphiteatro, y le lleva el cónsul por Roma consigo, y le ponen el águila en los pechos y la púrpura en los hombros, cresçe tanto en sobervia que, no acordándose de la pobreza passada, luego piensa ser emperador de Roma. Pues mira qué hazen: entretéxense la barba, erízanse los cabellos, entonan las palabras, mudan las vestiduras, buelven los ojos por paresçer a todos fieros, y finalmente aman ser temidos y aborresçen ser amados. ¿Y no sabes que tan temidos quieren ser, que un día, estando en Pentápolin un capitán mío, yo le oyendo y él no me viendo, dixo riñendo a una vieja huéspeda suya?: «Vosotros los villanos no cognoscéis capitanes de exércitos. Hágote, madre, saber que nunca tiembla la tierra sino quando es amenaçada de algún capitán de Roma, y jamás los dioses embían rayos sino adonde nosotros no somos obedesçidos.» Pues mira, mi Cornelio, si has oýdo el blasón, oye el esfuerço. Yo te iuro que este capitán, dando yo una cruda batalla, él solo fue el primero que se retiró en el campo y desamparó la vandera, el qual hecho, aviéndolo hecho a tal hora, aýna me hiziera perder la batalla, la qual acabada yo le hize cortar la cabeça. Infallible regla es los que hazen mayores fieros, de hecho ser mayores covardes. En muchos libros lo he leýdo, y aun de muchos lo he oýdo, y aun en muchos lo he visto, que ni en hombre bien suffrido puede faltar esfuerço, ni hombre mal suffrido puede ser bien esforçado.

¿Qué más quieres que te diga, mi Cornelio, de los agravios que hazen por los reynos que passan y de los hurtos que hurtan en las posadas donde posan? Hágote saber que no haze tanto daño la carcoma a la madera, la pulilla a las ropas, la çentella a las estopas, la langosta a las mieses, ni el gorgojo a los graneros, como una sola capitanía haze a los pueblos. Ni [228] dexan búbalo que no matan, ni huerta que no hurtan, ni vino que no beven, ni caça que no corren, ni toçino que no comiençen, ni moça que no retoçen. Pues más hazen, que comen sin que paguen, y no sirven sin ser pagados. No ay quien con ellos se pueda apoderar: si les pagan, luego juegan lo que resçiben; y si no les pagan, luego hurtan o se amotinan. Ha venido el caso a tanto corrompimiento, que si los vieses, no dirías sino que es cada uno cabeça de amotinados, caudillo de homiçianos, origen de sediçiosos, ponçoña de virtuosos, pyrrata de cossarios y capitán de muy malos ladrones.

No sin lágrimas lo digo: que es la burla tan burlada, y va la cosa tan perdida, que a estos malaventurados, aunque vemos que son nuestros enemigos domésticos, ni ay emperador que los señoree, ni iustiçia que los castigue, ni miedo que los reprima, ni ley que los subiuzgue, ni vergüença que los enfrene, ni muerte que los acabe, sino que ya como a hombres que no llevan remedio los dexamos comer de todo.

¡O!, triste de ti, Roma, que no solía aver en ti esta malaventura. Por cierto en los tiempos antiguos, quando tú eras poblada de verdaderos romanos, y no como agora de hijos espurios, tan disciplinadas eran las huestes que salían de Roma como las academias y philósophos que estavan en Greçia. Si las historias no me mienten, Philippo, Rey maçedo poderoso, es tan nombrado en las historias, y su hijo Alexandro Magno fue tan venturoso en las guerras, porque tenían sus huestes tan corregidas, que más paresçía senado que regía que no campo que peleava. A ley de bueno te iuro, y en pena del libro me pongo, que desde Quinto Çinçinato hasta el noble Marco Marçello, en el qual corrió la mayor prosperidad de Roma, tanto el Pueblo romano tuvo mayor gloria, quanto la disciplina militar fue muy bien corregida, y entonçes nos acabamos de perder quando nuestros capitanes se començaron a dañar.

¡O!, maldita seas, Asia, y maldito el día que tomamos contigo conquista: el bien que se nos ha seguido hasta agora no le hemos visto y el daño que de ti nos vino para siempre será llorado; gastamos en ti nuestros thesoros y tú empleaste en nosotros tus vicios; en troque de hombres fuertes embiástenos tus regalos; expugnamos tus çiudades y tú triumphaste [229] de nuestras virtudes; allanamos tus fortalezas y tú destruiste nuestras costumbres; de fuerça tú fuiste nuestra y de grado nós somos tuyos; iniustos señores somos de tus reynos y iustos vassallos de tus viçios; finalmente eres, Asia, sepulchro de Roma, y tú, Roma, sentina de Asia.

Contentarse deviera Roma con la tierra de Italia, que es umbilico del mundo, sin que conquistara a los reynos de Asia por tomar lo ageno. De todas las cosas estoy contento que leo de mis antepassados, sino que çierto fueron un poco sobervios como nosotros sus subçessores somos atrevidos. Pues yo te juro que algún día por la pena nos tornen cuerdos. Todas las riquezas y triumphos que nuestros primeros padres truxeron de Asia, ellas y ellos con el tiempo al fin huvieron fin, sino los regalos y viçios, que en nosotros sus hijos hasta oy permanesçen. ¡O!, si supiesen los prínçipes qué cosa es inventar guerras en tierras estrañas, qué trabajos buscan a sus personas, qué cuidado a sus pensamientos, qué alboroto a sus vassallos, qué fin a sus thesoros, qué pobreza a sus mugeres, qué plazeres a sus enemigos, qué daño a sus reynos naturales, y qué ponçoña dexan a sus herederos proprios. Yo te iuro que, si como yo lo siento lo sintiesen, y como yo lo gusto lo gustasen, no digo yo que, derramando sangre por fuerça los tomasen, pero que aun de grado con lágrimas offresçiéndoselos nos los quisiesen. Dígote una cosa, si mi memoria no me engaña: que jamás capitán nuestro mató veinte mill asianos con las armas que llevó de Italia, que no perdiese más de dozientos mill romanos con los viçios que truxo a Roma. Comer en los ausonios público, çenar en sus casas secreto; vestirse las mugeres como hombres, los hombres untarse como mugeres; traer máscaras los patriçios y usar de olores los plebeyos y de púrpura los emperadores: estos siete viçios de Asia, Asia los embió presentados a Roma. Siete muy nobles capitanes los truxeron, cuyos nombres yo callo por no los infamar con estas culpas, pues fueron claros con sus hazañas. Pues miren los prínçipes guerreros qué provecho sacan de tomar reynos estraños.

Dexo de los viçios que cobran, de las virtudes que pierden, y veamos de los dineros que aman. Por çierto no ay rey ni reyno [230] puesto en estremada pobreza si no toma con reyno estrangero estremada conquista. Pregúntote, mi Cornelio: ¿quién haze a los prínçipes perder sus thesoros, pedir los agenos, no abastarle los suyos, tomar de los templos, buscar empréstidos, echar tributos e inventar cohechos, dar qué dezir a los estraños y enemistarse con los suyos, rogar a todos y tener neçessidad de cada uno, aventurar sus personas y despeñar sus famas? Pues si no lo sabes, oye, que yo te lo diré. Los príncipes, como se aconsejan con hombres y biven con hombres, y al fin al fin ellos son hombres, agora por sobervia que les sobra, agora por consejo que les falta, imaginan ellos y dízenles otros que, si es grande su hazienda, ha de ser mayor su fama, y que dél no avrá memoria si no inventa alguna guerra, y que el Emperador de Roma de derecho es señor de toda la tierra. Y de esta manera, como es baxa su fortuna y altos sus pensamientos, permitten los dioses que, pensando iniustamente ellos tomar lo ageno, iustamente pierden lo suyo.

¡O!, prínçipes, no sé quién hos engaña, que podiendo con paz ser ricos, queréis con guerra ser pobres. Torno a dezir: no sé quién hos engaña, que podiendo ser amados, queréis ser aborresçidos. Torno a dezir otra vez: no sé quién hos engaña, que podiendo gozar de la vida segura, hos queréis cometer a los baibenes de la fortuna. Y finalmente, teniendo todos neçessidad de vosotros, vosotros hos ponéis en neçessidad de todos. Aunque el prínçipe no tomase guerra, sino por no suffrir la gente de la guerra devría dexar qualquiera guerra. Pregúntote, mi Cornelio, ¿qué igual trabajo a su persona, o qué mayor daño a su reyno del rey pueden hazer sus enemigos que hazen sus exérçitos? Los enemigos roban la frontera, mas los nuestros toda la tierra; aquéllos puédenlos resistir, mas a éstos no los osamos hablar; los enemigos saltean un día y vanse, mas nuestras guarniçiones hurtan cada día y quédanse. Los bárbaros tienen algún miedo, mas éstos no tienen alguna vergüença, y al fin los enemigos, quanto más van, affloxan, y nuestros exérçitos cada día más se encruelesçen. Y de tal manera, que a los dioses son reos, a los prínçipes importunos y a los pueblos enojosos, biviendo en daño de todos y sin provecho de alguno. [231]

Por el dios Mars te iuro, y assí él en las guerras riga mi mano, qué más quexas tengo cada día en el Senado de los capitanes del Illýrico que de todos los enemigos del Pueblo romano. Más temo criar una vandera de çien hombres que dar una batalla a çinqüenta mill enemigos, porque aquélla, bien o mal, los dioses y ventura despáchala en una hora, mas con estos otros no puedo en toda mi vida. Pero ¿qué quieres que haga, mi Cornelio? Assí fue, assí es y assí será; assí lo hallé, assí lo tengo y assí lo dexaré; inventáronlo nuestros padres, sustentámoslo nosotros sus hijos y por su mal quedará a nuestros herederos. Diréte una cosa, y pienso que no yerro mucho en ella: que, visto el mucho daño y ningún provecho de esta gente, que suffrirla pienso o es gran locura de los hombres o gravíssimo açote de los dioses. Son los dioses tan iustos en toda iustiçia y tan verdaderos en toda verdad, permitten que, pues nosotros a sinrazón en tierras estrañas hazemos mal a quien jamás hezimos bien, en nuestras casas proprias nos hagan mal aquellos a los quales siempre hezimos bien.

Estas cosas te he escripto, mi Cornelio, no porque va nada en que las sepas, sino porque descansa mi spíritu en dezirlas. Panuçio, mi secretario, va a visitar esa tierra, y de camino dile esta carta. Aý te embío dos cavallos; pienso que son buenos. Las armas y joyas que tomé a los parthos ya las tengo repartidas; pero todavía te embío un carro dellas. Mi Faustina te saluda y embía un espejo muy rico a tu dueña y un joyel de pedrería preçioso a tu hija. Pido a los dioses a ti den buena vida y a mí buena muerte. Marco, el tuyo, a ti, Cornelio, el suyo. [232]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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