La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo XII
De cómo el siervo del señor tiene más obligación de ser muy bueno, que no todos los mundanos que quedara allá en el mundo.


Separavi vos a ceteris gentibus: separate et vos mundum ab immundo. Dijo Dios a los hijos de Israel en el cap. XX del Levítico, y es como si dijera: Pues yo os escogí de entre los gentiles, para que fueseis hebreos, y os saqué de Egipto para que moraseis en el desierto, y os aparté del error de los ídolos para que adoraseis un dios sólo, y aun os saqué de cautiverio, y os puse en libertad: razón será que también vosotros apartéis de lo que es inmundo y malo, y que no hagáis cosa en mí de servicio. Si profundamente queremos entender estas palabras, hallaremos por verdad, que a los religiosos más que no a otros son dirigidas: a las cuales como Dios por su misericordia los haya sacado del mundo y de sus peligros, quiere que vivan muy limpios y perfectos en sus monasterios. Por muy gran merced cuenta Dios, el haber sacado a los hebreos de Egipto: mas por muy mayor ha de tener el monje, el haberle sacado el señor del mundo: porque mucho más se salvan de los que guardan su profesión, que no de los que entraron en la tierra de permisión. En recompensa pues de tan alto beneficio, solamente nos pide el señor que apartemos lo limpio de lo no limpio: es a saber, lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo profano de lo santo, lo aprobado de lo condenado, lo corregido de lo disoluto, y lo virtuoso de lo vicioso. Entonces el monje aparta lo mundo de lo inmundo, cuando deja en el mundo la soberbia, y trae consigo la humildad, deja la ira y trae la paciencia, deja la gula y trae la abstinencia, deja la envidia y trae la caridad, deja la avaricia y trae la pobreza: de manera, que no posee del mundo cosa que le perjudique, ni tiene en el monasterio cosa que le dañe.

Cum Gedeon purgaret frumenta in torculari, ait ei angelus: dominus tecum virorum fortissime, dice la sagrada escritura en el capítulo sexto del libro de los jueces, y es como si dijera: Estando ahechando un poco de trigo dentro de un lagar el famoso capitán Gedeón: díjole el ángel del señor. Oh más fuerte que todos los varones fuertes del pueblo: alégrate, que el señor es contigo. No vaca de alto [XXVIv] misterio, que no apareció el ángel a Gedeón estando comiendo, ni durmiendo, ni holgando, ni negociando, sino ahechando: para darnos a entender, que si primero no apartamos de nuestras consciencias el polvo, y la paja de la culpa, nunca el señor nos visitará con la su santa gracia. Conviene hermano mío purgar y ahechar de tu consciencia el polvo de la avaricia, la neguilla de la lascivia, las piedras de la soberbia, y las pajas de la vanagloria: porque si tu no quieres comer sino de trigo ahechado, tampoco quiere el señor conversar sino con corazón muy limpio. Entonces el monje purga y ahecha su consciencia, cuando cada noche hace cuenta con su persona, del estado en que está su vida, y lo que en sí halla sospechoso evítalo, lo que halla malo enmiéndalo, lo que halla flaco esfuérzalo, y lo que halla bueno confírmalo. No se contentó el salmista con decir, declina a malo: sino que también dijo, fac bonum: para darnos a entender, que no cumple el varón perfecto y religioso, con no hallar en sí alguna notable culpa: sino que también es obligado a hacer alguna obra meritoria: porque en el camino de perfección, al no aprovechar, llaman desaprovechar. Debes también advertir, en que va mucho del ahechar al acribar: porque en el harnero cae el polvo y queda el grano, y en la criba cae el grano y queda la paja: quiero por lo dicho decir, que entonces el monje se pone a cribar y no a ahechar su consciencia: cuando procura para sí lo que es apacible y deleitoso, y carga sobre otros los trabajos del monasterio.

Simon ecce sathanas expetivitit vos: ut cribaret sicut triticum, dijo Cristo a San Pedro en la noche de la pasión, y es como si dijera: Despierta Pedro despierta: porque Satanás ha pedido a mi padre facultad y licencia, para a ti y a tus compañeros cribaros en una criba. Sobre estas palabras dice Crisóstomo: El oficio de Dios es ahechar, y el oficio del demonio es cribar: es a saber, ayudarnos a retener la paja de los vicios, y sacudirnos para que echemos de nosotros el trigo de las virtudes: por manera, que en la vida que hace cada uno se conocerá, si le ahechó Cristo, o si le cribó el demonio. ¡Oh tú que viniste al monasterio a ser religioso, mira que no te aprovecha cosa alguna, el haber renunciado al mundo, si junto con esto no ahechas a tí mismo: echando de tu corazón la paja de tu parecer propio: porque la vida monástica y religiosa, no consiste tanto en dejar lo que tenemos: cuanto en no hacer lo que queremos. Como un monje dijese al glorioso abad Arsenio, que quería irse a espaciar un poco por el campo, respondióle el santo varón: Descomulgada palabra es en la boca del monje, el osar decir quiero, o no quiero: pláceme, o no me place: porque el religioso que osa hacer lo que quiere, tarde o nunca hace lo que debe. Mutatus est in virum alterum, el rey Saúl, después que le llamó Dios a ser rey: del cual ejemplo podemos colegir, que desde la hora que entráremos en el monasterio, hemos de ser otros, parecer otros, y no vivir como vivíamos: porque no consiste la religión, en dejar las ropas que en el mundo traigamos, sino en olvidar las costumbres que allá teníamos.

Mucho va de la manera que vivíamos en el mundo, a la que hemos de tener en el monasterio: porque allá valen más los ricos y acá los pobres, allá los generosos y acá los virtuosos, allá los elocuentes y acá los callados, y allá los agudos y acá los recogidos: de manera, que lo que en el siglo tenían por envés, tenemos acá por revés. A los hijos de Israel, no los dejó Dios vivir en el desierto, como de primero vivían en Egipto: porque [XXVIIr] salidos de allí, luego les dio otra ley que guardasen, otros sacrificios que ofreciesen, otros sacerdotes a quien creyesen, otras ceremonias que tuviesen: y aun otros capitanes a quien siguiesen. Bien pudiera Cristo morir vestido y calzado, y no quiso sino morir descalzo y desnudo: en lo cual nos dio a entender, que antes de entrar en la cruz de la religión, nos conviene dejar, no sólo las seculares ropas, mas aun las voluntades propias: porque el monje verdadero, no ha de saber más de sí en el monasterio, que sabe de sí el que está muerto en el sepulcro. Así como es uso y costumbre, que todos en la guerra sigan al capitán, y en el camino al que guía, y en la mar al piloto, y en la escuela al maestro: así es necesario que en la orden sigan todos a su prelado: porque el estado de la religión es muy áspero de sufrir, y aun muy dificultoso de entender. Por haber estado en la orden diez años ni veinte, no piense nadie que por eso se puede ya regir por su seso, y fiarse de su parecer propio: porque es de tal calidad la religión, que nadie podrá en ella mejorarse, ni mucho menos salvarse: sino se deja al parecer ajeno, y de su seso propio no viviere recatado. Oh cuán malaventurado es, al que como al ciego de Jericó dice Cristo, quid vis ut faciam tibi: y oh cuán bienaventurado es, el que con San Pablo dice a Cristo, domine quid me vis facere: porque el juego de nuestra salvación está, no en que nos diga Dios ¿qué queréis?, sino en que digamos nosotros a Dios, ¿señor qué es lo que mandáis?

Cuando al enfermo dejan comer de todo lo que se le antoja, señal es que le han desafianzado la vida: quiero decir, que no hay más cierta señal que hemos del todo perdidos, que cuando el señor nos deja hacer todo lo que queremos: porque a todos sus amigos y escogidos no sólo los tiene él de su mano, mas aun les va a la mano. A este propósito el glorioso Augustino en sus Confesiones dice: ¡Oh buen Jesús, oh descanso de mi alma! no sé de cuál te haga primero gracias: es a saber, por los grandes beneficios que me has hecho, o por los muchos males de que me has guardado: porque tanto te debo, oh buen Jesús, por no me haber dejado caer: como por me haber ayudado a levantar. La petición de fiat voluntas tua, imposible es que nadie la cumpla, si primero no niega a su volutand, propia: porque no hay tanto trecho del cielo a la tierra, cuanta diferencia hay de lo que Dios nos manda, a lo que nuestra sensualidad querría. Cuando el bendito señor daba las reglas de perfección a sus discípulos, primero sé que dijo, la palabra del abneget semetipsum, que no la otra de sequatur me, para darnos a entender, que del abnegamiento de mi sensualidad, depende el cumplir yo su voluntad. El siervo del señor que no hace su voluntad propia, aquel y no otro puede decir, el fiat voluntad tua: porque de otra manera, ni le aprovecharía al tal el pater noster que él rezase, ni aun el credo que cantase.

En las vidas de los padres dijo un monje al abad Serapio. ¿Qué haré padre bendito, que cuando voy a orar me siento tibio, y cuando quiero trabajar me hallo cansado? A esto le respondió el viejo. No dejes de trabajar aunque estés flaco: porque has de saber hijo, que no mira Dios qué tales somos, sino qué tales deseamos ser: ni mira lo que hacemos, sino las entrañas con que lo hacemos: de manera, que tenemos Dios y señor que también se contenta con buenos deseos, como se contentan otros con muchos dineros. La sagrada escritura dice, que en el campo del rey David igualmente ganaban sueldo los que daban a guardar los bastimentos, como los que iban a pelear con los enemigos: quiero decir, que igualmente merecen los flacos que hacen todo lo que pueden, como los [XXVIIv] recios que hacen lo que deben: porque mucho más mira el señor la fuerza que hacemos a nuestros apetitos, que cuantos trabajos padecemos en los monasterios. Nihil ardet in inferno, nisi propria voluntas, dice San Bernardo, y es como si dijese: No arden en el infierno los vicios que se cometieron, sino la voluntad con que se cometieron. ¡Oh cuán gran verdad dice este santo: porque si cristianamente lo queremos mirar, la culpa porque penan los dañados en el infierno, no está en el cuerpo que la comete: sino en la voluntad con que se comete. Si con estar Cristo orando y llorando en el huerto de Jetsemaní dice, non mea sed tua voluntas: ¿cuál es el monje que osa hacer lo que quiere en el monasterio, ni osa tener réplica a lo que le manda su prelado?

En el libro de la vida solitaria se dice así: El monje que mora adonde él quiere, y tiene lo que quiere, y no hace nada de lo que debe, no diremos de él tal que ora con Cristo en el huerto, sino que ora en el infierno con el demonio: porque Cristo quiere que hagamos lo que debemos, y el demonio todo lo que queremos. Descenderunt in infernum cum armis suis, dijo Cristo por Ezequiel en el capítulo treinta y dos, y es como si dijera: Assur y Moab, Gebal, y Amón, que intentaron de asolar las fuerzas de mis repúblicas, yo los enviaré al infierno con sus propias armas. A tomar armas nos incita el apóstol diciendo: induite vos, armatura dei: y en otra dice, assumentes scuntum fidei: y en otra parte dice: arma militie nostre, non carnalia, sed spiritualia: de manera, que pues tantas veces el divino apóstol nos toca al arma, señal es que debemos estar metidos en alguna peligrosa guerra. Muy peligrosa, y aun muy prolija guerra tenemos: pues con la carne, y con el mundo, y con el demonio, cada día peleamos y nos asimos: y lo que más de espantar es, que nadie es bastante para poner entre nosotros paz, o siquiera tregua: si no es la muerte y sepultura. Las armas pues que hemos de tomar son, la humildad contra la soberbia, la caridad contra la envidia, la paciencia contra la ira, la abstinencia contra la gula: de manera, que tantas son las armas, cuantas son las virtudes: y tantos son los enemigos, cuantos son los vicios. Como Cristo tiene armas para los que le sirven, también tiene el demonio armas para los que le siguen: y éstas son, la soberbia, con que arma a los ambiciosos, la envidia con que arma a los maliciosos, la gula con que arma a los golosos, y la blasfemia con que arma a los deslenguados: de manera, que muy bien nos conocerán en las armas que traemos, debajo de qué capitán andamos.

Cuando el Ezequiel dice, descenderunt in infernum cum armis suis: destas inicuas armas habla, y por la gente vana y mundana lo dice: los cuales todos conforme a las armas que de acá llevan, es el galardón que allá reciben. Hablando más en particular, no ha de pensar el siervo del señor que sus principales armas son el hábito, y la cuerda, y la cogulla: sino la humildad, y la caridad, y la paciencia: con las cuales ha de pelear, y en su religión se sustentar. Tú no sabes hermano mío, que el hábito, y la cuerda, y la cogulla no te acompañan más de hasta la sepultura: mas la humildad, y la caridad, y la paciencia, no te dejarán hasta ponerte en la gloria: De los monjes mal disciplinados y ambiciosos, y voluntariosos, y propietarios, destos dice el profeta, que descenderunt in infernum cum armis suis: porque no puede ser en esta vida cosa más justa, y aun justísima, que los que acá se [XXVIIIr] armaron con armas de culpa, sean allá aposentados en la casa de la pena. En la casa de la pena será aposentado, el que al mandamiento de su prelado responde no quiero, o no puedo: porque el verdadero siervo del señor, si lo que le mandan no puede hacer, débelo a lo menos probar. San Bernardo a este propósito dice: El abad Ignacio mi maestro me dijo una vez siendo yo novicio, que si yo respondía al demonio cuando me tentaba, nolo: y respondía al prelado: cuando algo me mandaba, volo: y tenía siempre en mi memoria, el discedite a me: y cumplía el dicho de Cristo de venite post me: que el señor me daría su gracia para vivir en la orden como religioso, y me alumbraría en la muerte a morir como cristiano. Visitabo omnes qui induti fuerint veste peregrina: dijo Dios por el profeta Sofonías en el primer capítulo: y es como si dijese: Yo castigaré a todos los que en mi pueblo introdujeren alguna costumbre nueva, o se vistieren alguna vestidura peregrina. Aquel que en la Iglesia de Dios se viste de vestidura peregrina, que introduce en ella alguna maldita secta, o alguna descomulgada herejía: y lo que dice el señor, que al tal ha de visitar, es decir que le ha de castigar y asolar: porque jamás hubo hereje, ni herejía, del cual no dé fin la Iglesia católica. Entonces el monje se viste de vestidura peregrina, cuando hace en el monasterio su voluntad propria: porque en el siervo del señor, por cosa monstruosa y peregrina se ha de tener, el hacer su querer: y por cosa propia y natural el obedecer.

También se viste el monje de vestidura peregrina, cuando se viste de ropa más fina, y tiene la celda muy curiosa, y procura libertad de andar siempre fuera, y que siempre tiene la mesa muy abastada, y que en ninguna cosa quiere sufrir pobreza: de manera, que es entre todos los monjes bien conocido, no por la penitencia que hace, sino en la vida relajada que tiene. En las vidas de los padres dijo un monje al abad Sisoy: Dime padre bendito, de tres enemigos que tenemos: es a saber, la carne, y el demonio, y el mundo, cuál destos tres tendré por mayor enemigo: A esto le respondió el viejo. Hágote saber hijo, que la más peligrosa guerra que tiene el siervo del señor es, no la carne, no el mundo, no el demonio, sino él mismo consigo mismo: porque la razón convídanos a trabajar, y la sensualidad no quiere sino holgar, de manera, que nadie le hace tanto daño, como él se hace: ni de nadie debe vivir tan recatado, como de sí mismo. Hugo de arranime dice: Bien sabes tú hermano, que la carne no empece si la castigan, y el demonio a nadie engaña sino le cree, y el mundo a nadie pierde sino le sigue: sola la traidora de la nuestra propia voluntad es, la que nos quebranta el cuerpo con trabajos, y nos martiriza el corazón con cuidados. Séneca escribiendo a Lucilo dice: Séte decir amigo mío Lucilo, que en este año quinto de Claudio, he tenido en Roma muchas contradicciones, y he perdido en Capua muchas de mis huertas: mas al fin, aunque es cosa trabajosa perder hombre lo que tiene, mucho mayor trabajo es, no hacer hombre lo que quiere. Resumiendo pues todo lo dicho decimos, que mucho da, el que a sí mismo da, y mucho sacrifica, el que a sí mismo sacrifica: porque es tan generoso el corazón del hombre, que a nadie querría tener sujección, ni que le hiciese contradicción. [XXVIIIv]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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