La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos

Capítulo L
En el cual prosigue el autor la materia, y aconseja que todos huyan las ocasiones de la lascivia.


Fornicatio et omnis immundicia non nominetur in vobis: dice el apóstol escribiendo a los de Éfeso, capítulo quinto, como si dijese: Hágoos saber hermanos míos los de Éfeso, que es tan grande la pureza del evangelio que os predico, y de la ley que os enseño, que el pecado de fornicio, o de incesto, o de adulterio, no sólo no le habéis de cometer, mas ni aun en la boca le tomar: porque las palabras torpes siempre arguyen consciencias no limpias. El santo Job también dice en el XXXI capítulo: Pepigi fedus cum oculis meis: ne cogitarem quidem de virgine, como si dijera: Hice pacto con mis ojos, y capitulé con mi corazón, que en caso de hablar con vírgenes y casadas, que ni los ojos las mirasen, ni el corazón las desease. Bonum est homini mulierem non tangere, dice el apóstol, como si dijera: Si es peligrosa cosa a la mujer mirarla, muy más peligrosa cosa es tocarla. A su discípulo Timoteo también dice el apóstol capítulo quinto: Adolescentiores viduas devita, como si dijera: El peligro que tienen las brasas entre las pajas, tienen los hombres con las viudas mozas. De estas cuatro autoridades de la escritura podemos colegir, que gran peligro tienen los siervos de Dios que con las mujeres osan tratar: pues en la primera nos manda el apóstol que no las hablemos, en la segunda manda Job que no las miremos, en la tercera manda San Pablo que no las toquemos: y en la cuarta manda el mismo apóstol que no las conversemos. Y porque no quedase alguna puerta abierta para que el varón perfecto se pudiese perder, y en alguna manera con la mujer tratar dijo Cristo. Qui viderit mulierem ad concupiscendum eam, jam mecatus est cum ea, como si dijera: El hombre que en alguna mujer echare de mala parte los ojos, y que después en su corazón reinaren algunos torpes pensamientos, no menos será el tal delante de Dios condenado: que si hubiese con ella adulterado.

Mucho es aquí de ponderar, que en toda la sacra escritura [XCVIIIr] ningún vicio no es con tantas circunstancias vedado, como lo es el vicio del fornicio y adulterio: y a mi ver la causa de esto es, porque en todos los otros vicios no se pierde más de la consciencia, mas en éste piérdese la consciencia, y aventúrase la honra. En el vicio de la ira no me es prohibido reñir lo malo, ni aun castigar al malo: y en el vicio de la avaricia no me es prohibido el desear las riquezas, ni aun el tocarlas: y en el vicio de la gula no me es vedado los manjares desearlos, ni aun comerlos: mas en caso de mujeres, esme de todo en todo vedado, que ni las hable, ni las vea, ni las toque, ni las converse, ni aun que en ellas piense. No inmérito dice el santo Job, que hizo pacto y conveniencia con sus ojos, para que no fuesen en el mirar a mujeres desmandados: porque del mirar viene el hombre a desear, y del desear al pensar, y del pensar a se deleitar, y del se deleitar al se determinar, y del se determinar al pecar: y del pecar a se condenar. San Agustín a este propósito dice: La orden que en hacer una cadena tiene el herrero, aquélla tiene en el vicio de la carne el demonio, comenzando el primer eslabón en la vista, y acabándola en la obra. Génesis XXXIII dice, que Fichem hijo del rey Enor, de sólo ver a la doncela Dina, hija de Jacob se enamoró, y la robó, y la forzó: del cual infame hecho resultó tanto daño, que la moza perdió la fama, el mozo perdió la vida; y el padre perdió la tierra. En el libro de los jueces XX capítulo se cuenta en cómo unos mozos traviesos del tribu de Benjamín vieron a una mujer casada, y hermosa, y peregrina: la cual tomaron, y forzaron, y aun mataron: cuya muerte y pecado fue tan bien vengado, que ayna no quedara del tribu de Benjamín hombre vivo. En el segundo libro de los Reyes XI capítulo se dice, que de sólo ver el rey David a la hermosa Bersabé, mujer de Vrias, que se estaba en una azotea peinando y lavando, se enamoró tan recio de ella, que luego la solicitó, y la engañó, y con ella adulteró: del cual enorme hecho resultó, ella quedar preñada, el marido perder la vida, David macular su fama: y escandalizarse toda la república. En el segundo libro de los Reyes, en el capítulo XVI se dice, que estando malo en la cama el infante Amón, hijo del rey David, como su hermana la infanta Tamar le diese a cenar una almendrada, enamoróse tan excesivamente de ella, que allí luego la forzó, y estupró, y deshonrró: del cual hecho sucedió tanto mal, que al malvado de Amón hubieron de matar, la triste quedó por casar: y el viejo de David tuvo bien que llorar. En el XIX capítulo del Génesis dice, de cómo Lot, sobrino de Abraham habiendo escapado de Sodoma y Gomorra, y estando escondido en una cueva, estupró y corrompió a dos de sus propias hijas en dos noches arreo: del cual enorme delito e infame incesto, descendieron los dos infames pueblos: es a saber, de los amonitas, y de los moabitas: contra los cuales tuvieron después los hijos de Israel grandes guerras. De todos estos ejemplos puede el siervo del señor colegir, cuán grande peligro le es, con las mujeres tratar y conversar: pues puesto en la ocasión Lot no perdonó a sus hijas, Sichem a la infanta Dida, David a Bersabe su vecina, los de Benjamín a su conjunta parienta, ni aun Amón a su propia hermana.

Depredatus est oculus meus animam meam in cunctis filiabus urbis: dijo Jeremías en el tercer capítulo de sus lamentaciones, como si dijera: Andando ruando por las plazas, y mirando las damas que estaban a las ventanas en Jerusalén: en aquella que puse la [XCVIIIv] vista, de aquélla quedó presa mi alma. Habla aquí Jeremías no en su nombre que eran santo, sino en nombre del que es incauto y mal recatado: el cual con poca consciencia y menos vergüenza, por do quiera que va mira, con cualquier mujer que topa habla, y a la que más le aplace sirve: de manera, que de buscar él la ocasión, nació su total perdición. No vaca de alto misterio, quejarse más el profeta de sus ojos, que de ninguno de los otros sentidos: porque del vaguear viene el mirar, y del mirar el desear, y del desear el hablar, y del hablar al concertar, y del concertar a se perder: de manera, que si no tuviésemos ojos, por ventura ahorraríamos de muchos enojos: y aun de no tener tan torpes pensamientos. San Bernardo en una epístola dice: Si quieres hermano mío guardar la inocencia que viniste a buscar, y la castidad que te vimos prometer, guarda la vista que no vea cosa liviana, refrena la lengua que no hable palabra ociosa, ten quedas las manos que no den alguna presea rica, y cierra tu corazón a que no piense en cosa vana: porque de otra manera, todo cuanto vieres, y hablares, y dieres a mujeres en el mundo, te traerá a la memoria el demonio en lo secreto de tu monasterio. Si de estas cuatro cosas como de cuatro landres queremos huir, y nos determinamos de apartar, soy cierto que tendremos delante el señor mejor consciencia: y viviremos con los hombres más sin vergüenza. Conviene pues ante todas cosas al siervo y aun a la sierva del señor, poner gran recaudo en la vista, para que no la traiga derramada: que como el corazón no puede ver, ni sabe hablar, ni alcanza oír, en sólo aquello él piensa de dentro, que los ojos le alcahuetan acá de fuera. Si la perdición de todo el linaje humano vino de abrir nuestra madre Eva los ojos en el paraíso, para ver el madero vedado: ¿qué piensas será de ti hermano si los traes vagueando por el mundo? San Bernardo a este propósito dice: Así como no se puede conservar la caña sino encerrada en el hueso, ni está viva la rosa sino cercada de espinas, ni tiene fuerza el árbol sino entre su corteza: así nadie puede tener los pensamientos limpios si sus ojos no fueren castos. San Agustín en sus Confesiones dice: Antes que a la fe el señor me llamase, y antes que mi madre con tantas lágrimas me convirtiese, cuán disoluto traía yo mis ojos, tan derramados andaban mis pensamientos: y cuánta prisa se daban ellos en el mirar, tanto se daba mi corazón a desear: y lo que entonces él deseaba no era cosa que a mí me cumplía: porque era torpe de cumplir, y aun vergonzosa de hablar.

En las colaciones de los padres dijo un monje al abad Arsenio. ¿Qué haré padre Arsenio, que no me puedo valer con el espíritu del fornicio? A esto le respondió el viejo: ¿Cómo no has de ser tentado del pecado del fornicio, yéndote y viniéndote cada día al mundo? Si quieres hijo ser casto, estate quedo en el monasterio, aflige tu cuerpo con ayunos, haz al señor algunos particulares sacrificios, y sobre todo pon gran recaudo en tus ojos: porque al siervo del señor no le conviene por ninguna manera mirar, lo que no le es lícito desear. Mirabantur discipuli, quia cum muliere loquebatur, dice San Juan en el cuarto capítulo de su Evangelio, como si dijera: Mucho se espantó todo el apostólico colegio, de que vieron que con la samaritana hablaba Cristo, cuando ella estaba sacando agua del pozo. No vaca de alto misterio, el no se admirar los apóstoles, de ver a Cristo resucitar a los muertos, sanar a los sordos, alumbrar a los ciegos, alanzar a los demonios, imperar a los vientos: y espántanse y admíranse [XCIXr] de verle hablar con una mujer sola y a solas: en lo cual se nos da a entender, cuán honesto y recatado debía ser Cristo: pues nunca con mujer le habían visto hablar otro tanto. Permitió Cristo que le levantasen sus enemigos que era espurio, que era endemoniado, que era sedicioso, y aun que era borracho, mas no consintió ser infamado de inhonesto y adúltero: para darnos a entender, que no hay vicio que tanto quite el crédito al que predica la palabra divina: como es en el pecado de la carne tener alguna mala fama. Como de un diácono letrado y predicador pariese una doncella en Roma, y él preguntase al glorioso San Bernardino, que por qué no hacía fruto, respondióle el varón de Dios: Por eso hermano diácono no haces en el pueblo fruto, porque saben todos que hiciste fruto, no de bendición sino de maldición. Y díjole más: Creeme hermano y no dudes, que como las palabras de Cristo son todas castas, quiere él que se las prediquen hombres castos: el predicador que vieres de este vicio notado, aunque sea otro San Pablo, dado caso que estudia y predica: ninguna cosa en el pueblo aprovecha. San Buenaventura en su doctrina dice: Debe el siervo del señor mirar mucho ado va, ado entra, con quién habla, y a quién se allega: porque este vicio de la carne, aunque no es el más grave en la culpa, es el más peligroso para la fama. No se debe pues nadie fiar, en pensar que si algo cometiere o hiciere, no lo sabrá su prelado, y que no se barruntará en el pueblo: porque es de tal calidad este maldito vicio, que si se puede cubrir con las cortinas, no se puede encubrir a las lenguas.

Estaba Cristo hablando con la samaritana en un campo raso y cabe un pozo público, y que de cansado estaba asentado: y con todo esto se espantan los discípulos, de ver que solo y a solas la estaba predicando: ¿y no quieres tú hermano, que se escandalicen de ti, si te toman con alguna mujer en secreto hablando? Cipriano en una epístola dice: Ora por pereza, ora por escaseza, ora por flaqueza no sería el hombre a las veces tan malo, si no hallase pecado tan presto y tan a la mano: y de aquí es, que no habría tantos hombres viciosos, si no hubiese tantos vicios aparejados. En el libro de la vida solitaria dice asi: El monje que va muchas veces al mundo, y que se anda ocioso por el monasterio, y que anda vagueando con su pensamiento, y que tiene familiaridades con mujeres del mundo, nunca el tal dejará de ser tentado, o de andar alterado: porque todos los vicios de esta vida se pueden vencer esperando, excepto el de la carne que se ha de vencer huyendo. Séneca en una epístola dice: A muchos cónsules y senadores vi en Roma del todo perderse, no por la soberbia que mostraron, ni por la envidia que tuvieron, ni por las riquezas que robaron, ni aun por las traiciones que cometieron, sino por la mala fama que con mujeres malas tuvieron: las cuales son como el erizo, que sin verle lo que tiene en las entrañas, nos saca la sangre con las espinas. San Agustín en sus Confesiones dice: A la hora que dejé de ser maniqueo, y vine a ser cristiano, me mandaste señor que fuese casto y limpio: al cual mandamiento te respondo y digo, que me des lo que mandas: y después manda lo que quisieres. Decir San Agustín a Dios da lo que mandas, y manda lo que quisieres: es decirle, que sin su ayuda y gracia, nadie puede guardar la castidad y limpieza.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Oratorio de religiosos y ejercicio de virtuosos (1542). El texto sigue la edición de Valladolid 1545, por Juan de Villaquirán, 8 hojas + 110 folios.}

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