La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo X
De los grandes trabajos que padece el Cortesano que trae pleito y de la manera que ha de tener con los Jueces.


En las Cortes de los Príncipes hay un género de Cortesanos, los cuales no son de los que siguen el Palacio, mas son de los que pleite ni en el Consejo, y estos tanta necesidad tienen de ser aconsejados, como remediados: porque todos los que traen en aventura la hacienda, traen también en tormento la vida. Querer hablar en materia de pleitos, no es cosa para escribirse con tinta negra, sino con sangre viva: porque si cada pleiteante padeciese por la Santa Fe Católica, lo que padece pleiteando por su hacienda, tantos mártires habría en la Cancillería de Valladolid, y Granada, como hubo en los tiempos pasados en Roma. Para mí yo por grave género de martirio tengo tener paciencia en un pleito que sea largo. A buen seguro podremos jurar, que hubo en la primera Iglesia a muchos mártires, los cuales no sintieron tanto quitarles la vida, cuanto siente hoy un hombre de bien verse despojar de su hacienda. Enojoso, y costoso es el pleitear, mas al fin de estas dos cosas, sin comparación siente más un hombre cuerdo los enojos que cobra, que no los dineros que gasta. A mi parecer no es otra cosa querer tomar pleito, sino dar al corazón que suspire, a los ojos que lloren, a los pies que anden, a la lengua que se queje, a las manos que gasten, a los amigos que rueguen, a los criados que soliciten, y al cuerpo que trabaje. El que no sabe qué cosa es pleito, sepa que las condiciones del pleito son, del rico tornar pobre, del alegre triste, del libre siervo, de natural extraño, de generoso apocado, de pacífico inquieto, de inquieto aburrido, y de aburrido desesperado. ¿Cómo no ha de estar desesperado el triste pleiteante, viendo que el Juez le muestra mala cara le piden injustamente su hacienda, ha tanto tiempo que está fuera de su casa, no sabe si darán por él, o contra él sentencia, y sobre todo, que no tiene ya blanca en la bolsa? Cada trabajo de estos basta para a un hombre acabar, cuanto más para le hacer desesperar. Son tantos, y tan varios los sucesos que hay en los pleitos, que a las veces, ni basta cordura para guiarlos, ni aun hacienda para acabarlos. Osaremos con verdad decir, que son entre sí las leyes tan confusas, y los juicios de los hombres para entenderlas tan ofuscados, que no hay hoy en el mundo pleito tan [156] claro, que no haya una ley para hacerle dudoso: por eso el bien, o el mal del pleiteante está, no tanto en la justicia que tiene, cuanto en la ley que para sentenciar el Juez elige. Bien es que el pleiteante piense que tiene justicia, mas el principal de su pleito, es que desee el Juez que la tenga: porque el Juez que desea que yo tenga justicia, él buscará leyes por donde me la haga. Es el pleitear una ciencia tan profunda, que ni Sócrates a los Atenienses, ni Solón a los Griegos, ni Numa Pompilio a los Romanos, ni Prometeo a los Egipcios, ni Licurgo a los Lacedemones, ni Platón a sus discípulos, ni Apolonio a los Mensicosuates, ni Hiarcas a los Indios, nunca la supieron enseñar ni aun la hallaron para en los libros de sus Repúblicas la escribir. La causa por que no hallaron estos varones tan ilustres el arte de pleitear fue, porque esta ciencia no se aprende estudiando en diversos libros, ni andando en diversos Reinos, sino ordenando grandes procesos, y gastando infinitos dineros. Felices, y bienaventurados fueron aquellos siglos, en los cuales no alcanzaron, ni supieron qué cosa eran pleitos, porque a la verdad, desde aquel tiempo se comenzó el mundo a perder, donde el cual comenzaron los hombres a saber pleitear. Decía el divino Platón, que en la República donde había muchos Médicos, era señal que había muchos viciosos: y por semejante podemos decir, que en la Ciudad donde hay muchos pleitos, es indicio que hay muchos hombres malos. Sola aquella se puede llamar bienaventurada República, en la cual están ociosos, y no tienen que hacer en ella los ministros de justicia, y a la verdad donde quiera que viéremos a los Jueces muy embarazados, y a los Médicos muy ocupados, señal es que hay en el Pueblo poca salud, y aun poca paz. Tornando pues a los trabajos de los pleiteantes, digo, que los discípulos del Filósofo Sócrates, no eran obligados a callar en Atenas sino dos años: mas los tristes pleiteantes han de callar diez años, si diez años los duran los pleitos, porque dado el caso que el Juez le hace algún notable agravio, ha de decir que es el mejor hecho del mundo. Si por malos de sus pecados el pleiteante no quisiere este consejo tomar, téngase por dicho, que luego se le conocerá al Juez en la cara, y después se lo dará a sentir en la sentencia. Dicen que los pleiteantes son muy pecadores, yo digo que son unos santos, porque de siete pecados mortales, de solos tres se pueden acusar, que en los otros cuatro aun no los dejan pecar. ¿Cómo ha de pecar el pleiteante en el pecado de la [157] soberbia, pues siempre anda abatido, y corrido de casa en casa? ¿Cómo ha de pecar el pleiteante en el pecado de la avaricia, pues no le ha quedado un real para proveer su casa, ni para gastar en la Cancillería? ¿Cómo ha de pecar en el pecado de la accidicia y pereza, pues toda la noche no la emplea sino en suspirar, y todo el día no se ocupa sino en trotar, y negociar? ¿Cómo ha de pecar el pleiteante en el pecado de la gula, pues ya se contentaría el triste con tener no más de para comer, sin que le dejasen para almorzar, ni merendar, ni aun para banquetear?

En lo más que pecan los pleiteantes es, en el pecado de la ira, que a la verdad no hay pleiteante que tenga paciencia: y que no tenga sufrimiento ni paciencia no nos habemos de espantar, ni maravillar, porque si al cabo de medio año le sucede una cosa que le dé placer, cada semana le sobrevienen tres, o cuatro que le hacen desesperar. Pecan asimismo los pleiteantes en el pecado de la envidia, que a la verdad no hay hombre que traiga pleito, que no sea envidioso, porque ve el triste del pleiteante, que despachan al que no ha sino dos meses que vino, y no despachan el suyo que ha dos años que pleitea. Pecan asimismo los pleiteantes en el pecado de la murmuración, porque no hacen sino quejarse de la parcialidad del Juez, de la tibieza del Relator, del descuido del Letrado, de la negligencia del procurador, de los derechos de escribano, del desabrimiento de los porteros, y de la presunción de los receptores, por manera, que son muy propincuos parientes el pleitear, y el murmurar. Fueron los Egipcios heridos con diez plagas, y fueron los míseros pleiteantes lastimados con diez mil, y la diferencia que va de las unas plagas a las otras es, que las de Egipto fueron dadas por la providencia divina, mas las de los pleiteantes inventólas la malicia humana. No inméritos decimos, que es invención humana, y no divina el pleitear, porque poner la acusación, dar traslado a la parte, alegar excepciones, negar la demanda, recibir a prueba, tachar testigos, concertar el proceso, poner en relación, retener la causa, alegar de bien probado, recusar al Juez, suplicar en revista, y apelar con mil quinientas doblas, cosas son éstas, y otras semejantes que ni las manda Dios en el testamento viejo, ni Cristo nuestro Redentor en el Evangelio. Las plagas de Egipto, aunque fueron en perjuicio del señor de los Egipcios, fueron en provecho de la libertad de los Hebreos: mas hay de los tristes de los [158] pleiteantes, los cuales con las plagas que sufren, dejan en las Cancillerías infernadas las ánimas, y no llevan libertadas las haciendas. Las plagas de Egipto fueron éstas, es a saber, ríos de sangre, ranas, mosquitos, ganados muertos, granizo, vejigas, langosta, tinieblas, moscas, y muertes de primogénitos. Las plagas de los pleiteantes son, servir a los Presidentes, sufrir a los Oidores, pagar a los escribanos, halagar a sus escribientes, contentar a los Letrados, andar tras los Relatores, granjear a los porteros, buscar dineros prestados, andar por casas ajenas, y solicar a los solicitadores. Todas estas plagas son muy fáciles de contar, y muy difíciles de sufrir: porque después de gustadas, y sabidas, basta que un hombre cuerdo quiera más perder un pedazo de su hacienda, que no pedirla por tela de justicia. Rostro alegre, palabras, y promesas largas, téngase por dicho que no le han de faltar, mas obras buenas por maravilla con ellas ha de topar, y por esto le es necesario al pleiteante, buscar ante todas las cosas la gracia de Dios para se salvar, y junto con ella la del Presidente para pleitear. El pleiteante que no tuviere el Juez por propicio, guárdese del demonio de no en su estrado comenzar pleito, porque a mejor librar, o le tolera la justicia, o le dilatará la causa. Ni me da más que sean viejos, o que sean mozos los Jueces, que con unos, y con otros tienen gran trabajo los pleiteantes: porque si son viejos, tienen gran trabajo hasta hacerles el pleito oír, y si son mozos hay también trabajo, hasta darles el pleito todo a entender. Pásase otro muy gran trabajo con los Jueces muy viejos, y es, que como están ya enfermos, y enfermos, y cansados, no pueden aunque quieran estudiar los pleitos, y como han perdido la memoria, y se confían en la experiencia pasada, atrévese a votar un pleito de coro, el derecho del cual aún apenas hallarían estudiando. No querría yo que el Juez al tiempo de sentenciar mi pleito, se aprovechase solamente de lo que estudió el tiempo pasado: porque para hacer los procesos basta tener experiencia, mas para dar sentencia querría que estudiase la causa. También es trabajo tratar con Jueces muy mozos, a los cuales por fama de Letrados los sacan de los Colegios: y como los Jueces mozos, y los Médicos nuevos tienen la ciencia, y no tienen la experiencia, primero que vengan a ser grandes hombres, quitan a muchos las vidas, y a muchos más las haciendas. Hay otro peligro con los Jueces nuevos, y es, que como vienen de nuevo a la judicatura, y traen en los [159] labios la ciencia, querrían ellos ganar con sus compañeros honra, y para esto tienen por uso, que al tiempo que se juntan a votar los pleitos, no se ocupan sino en allegar opiniones de Doctores por manera, que muchas veces estudian más para ostentar su ciencia, que no para averiguar el punto de la justicia. Para en hecho de tomar pleito, paréceme que ninguno debe confiar de la experiencia del Juez viejo, ni de la ciencia del Juez mozo, sino que tengo por cuerdo al hombre que hace con tiempo una honesta avenencia, y no esperar una larga sentencia. Aviso también al pleiteante, no cure examinar quién es el Juez, es a saber, si es viejo, o mozo, si es Licenciado, o Doctor, si estudió poco, o mucho, si es callado, o boquirroto, si es aficionado, o apasionado: porque podría ser que él preguntase algunas de estas cosas por inadvertencia, y después le lloviese la tal pesquisa en su causa. El prudente pleiteante, no sólo no lo debe preguntar, mas si se lo quisieren decir, no lo debe oír, porque el Juez que supiere que anda pesquisando su vida, de muy mala gana le dará sentencia. Hallará el pleiteante algunos Jueces, que son ásperos, sacudidos, despegados, briosos, incomunicables, e inexorables, y en los tales no miren la condición que muestran sino la conciencia que tienen: porque al pleiteante muy poco se le ha de dar que el Juez sea de condición áspera, si tiene de él certinidad que es de buena conciencia. Es necesario en el Juez que tenga ciencia, y tenga conciencia: porque si tiene ciencia, y no tiene conciencia, pecará por malicia, y si tiene conciencia, y no tiene ciencia, pecará por ignorancia. Si el pleiteante hallare que el Juez duerme, hale de aguardar; si por entonces no le quisiere dar audiencia, conviénele callar, si por caso se hiciere negar que no está en casa, débelo disimular, si le dieren alguna mala respuesta, hala de sufrir, porque el cuerdo pleiteante, ninguna cosa debe tomar por injuria, hasta ver si da por él la sentencia.

Tiene también el pleiteante muy gran trabajo en el tomar del Letrado en que algunas veces topa con uno que ni tiene ciencia, ni conciencia, y otras veces topa con otro, que si por una parte es buen Letrado, por otra es un desalmado, y atronado, y vese esto claro, en que por intereses de diez doblas, tan sin asco impugnan la verdad, como defienden la justicia. Hay algunos Letrados, que a la verdad son doctos, y bien leídos, mas para aplicar las leyes al propósito, son muy rudos, y de aquí viene, que remotan a las veces de [160] tal manera las causas, que en pleitos muy claros ponen muy grandes escrúpulos. Bien es que el Abogado que tomare el pleiteante sea Letrado, mas muy más provechoso le sería, que fuese de claro, y muy limpio juicio: porque no abasta que mi Letrado sepa solamente la ley leerla, y entenderla, sino que ha de saber también buscarla, y aplicarla. A infinitos Letrados veréis cada día, los cuales en las Cátedras que leen son unas águilas, y en las audiencias que abogan, son unas bestias, y la causa de esto es: porque el saber leer en Cátedra, aprendiéronlo a fuerza de estudio, más el no saber abogar en la Audiencia es por falta de juicio. Para que los pleitos vayan bien encaminados, es necesario, que el Letrado sea de claro ingenio, y también que el pleiteante sea escaso, porque jamás ningún Letrado estudia pleito, si no es del que espera ser bien pagado. De la manera que se ha el Médico con el paciente, de aquella misma manera se ha el Abogado con el pleiteante, es a saber, que si no bulle a menudo la moneda, al uno se le da poco porque su enfermo viva, y al otro mucho menos porque su parte venza. Los trabajos, y enojos, y robos, y cohechos que pasan entre los pobres pleiteantes, y sus procuradores, y escribanos, y porteros, y receptores, y sellos, y registros, no los deja mi pluma de contar, por falta que no haya que decir, sino porque es materia tan odiosa, y escandalosa, que es más, para se remediar, que aquí para la escribir. Hablando, pues, más en particular, debe el buen Cortesano conocer en la Corte al Presidente, y Oidores, y Alcaldes, Secretarios, Alguaciles, y no cure de hacer cuenta si son en sangre limpios, en el tener pobres, en la condición mansos, y en el tratamiento apocados: porque en tal caso no se ha de mirar la poquedad de sus personas, sino la grande autoridad de sus oficios. Ora por negocios que son propios nuestros, ora por travesuras de nuestros criados, ora por importunidades de nuestros amigos, no puede ser menos, sino que hemos siempre de tener que rogar a los Jueces, y que importunar a las justicias: y para semejantes necesidades es muy gran cordura, que el buen Cortesano los tenga conocidos, y aun servidos, y prendados. A las veces, primero los hemos de visitar, conocer, comunicar, y granjear, que no importunar: porque a mi parecer al Juez que no tenemos servido, ni aun conocido, muy gran frialdad es hacerle ningún ruego. Débese el Cortesano guardar de ser tan manual con sus amigos, que con cada cosa le hagan ir a la justicia con ruegos, y [161] esto se dice, porque hay algunas personas tan inconsideradas, que tienen a los jueces tan importunados en cosas pequeñas, que después les pierden la vergüenza en cosas graves. Hay unos que negocian con importunidad, y otros con gravedad, y en tal caso osaría yo decir, que la importunidad pertenece a los solicitadores, y la gravedad a los Caballeros. Bien es, que el pleiteante Cortesano sea en sus negocios solícito, y cuidadoso, mas guárdese de ser en el negociar pesado; porque si los jueces lo huelen por importuno, ni le darán audiencia para negociar, ni aun la puerta para entrar. Cuando fuéreis a casa de un juez, si pudiéreis negociar en pie, no curéis de os asentar: las palabras que le dijéreis sean pocas, y el memorial que le diéreis sea breve, porque seréis por entonces muy bien oído, y dejaréis al juez para adelante prendado. Cuando el juez estuviere enojado, o muy ocupado, no curéis de hablarle en ningún negocio; porque dado caso que se asiente a os oír a negociar, es imposible que os pueda entender. Es también de saber, que ni porque el juez sea sacudido, y desabrido no debe el pleiteante dejar de le hablar, y conversar; porque muchas veces vemos, que la condición mala se vence con la conversación buena. Yendo yo una vez con un pleiteante en la Corte, a rogar que despachasen su pleito, y le guardasen su justicia, respondiónos el juez que a él le placía de lo despachar, en lo que tocaba a su justicia, él juraba, y perjuraba que se la guardaría: a lo cual le respondió el pleiteante: Señor, yo os tengo en merced el quererme despachar, mas cuanto a lo que decís que queréis guardar mi justicia, apelo de la sentencia; porque yo no ando tras vos a que me la guardéis, sino a que me la deis, que si una vez vos me la queréis dar, yo me la sabré guardar. Finalmente después de todo lo dicho, digo que quien quisiere maldecir a su enemigo, y tomar venganza del enojo que le ha hecho, no le desee ver pobre, ni perseguido, ni enemistado, ni muerto, ni desterrado, sino que solamenta ruegue a Dios nuestro Señor, que le dé pleito, porque de ninguno se puede tomar otra semejante venganza, como es verle pleitear en la Cancillería.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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