La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo XVI
Donde todavía el Autor: avisa a los Privados de los Príncipes se guarden de los engaños del mundo, y que no deben dejarse en la Corte envejecer, si quieren honestamente morir.


Cuando el Rey Alarico tenía preso al Cónsul Severino, que por otro nombre llaman Boecio, quejábase a la fortuna, de la misma fortuna, diciendo: que por qué la había desamparado en la vejez, pues le había tanto favorecido en la mocedad; y por qué también le había traído a manos de sus enemigos, habiéndole él a ella servido tantos años. A esta queja, o mando respondió la fortuna: Ingrato me eres, oh Severino, pues hice contigo, lo que hice con otros tan buenos como tú del Imperio Romano, es a saber, que te hice sano, y no enfermo, hombre, y no mujer, agudo, y no torpe, rico, y no pobre, sabio, y no necio, libre, y no esclavo, Senador, y no Plebeyo, magnánimo, y no cobarde, Romano, y no Bárbaro, sublimado, y no abatido, grave, y no liviano, venturoso, y no desdichado, afamado, y no olvidado: finalmente te di tanta mano en la República, que tú a todos tuvieses mancilla, y todos a ti hubiesen envidia. A esto que la fortuna dijo, respondió el Cónsul Severino: ¡Oh fortuna, fortuna, y cómo eres libre en lo que dices, y absoluta en lo que haces, pues haces todo lo que quieres, y muy pocas veces lo que debes! ¿Y tú no sabes, que no hay en el mundo género de infortunio tan mal aventurado, como es acordarse hombre que se vió rico, y próspero en otro tiempo? Mira fortuna, has de saber sino lo sabes, que el hombre que nunca fue rico apenas siente la pobreza: mas ¡ay del que fue rico, y regalado! el cual siente la miseria que ahora tiene, y llora la prosperidad que antes tenía; y dijo más: Créeme, fortuna, que entre nosotros, por muy más [195] bienaventurados tenemos a los que nunca sublimaste, ni honraste, que no a los que sublimaste, y después los abatiste. Séte decir, fortuna, que yo no tengo por bienaventurado, sino aquel que nunca supo qué cosa es bienaventuranza. Esto, pues, fue lo que pasó entre el Cónsul Severino, y la fortuna; de lo cual se infiere, que con verdad, ninguno se puede llamar infame, sino el que otro tiempo fue famoso, ni se puede llamar abatido, sino el que otro tiempo fue sublimado; por manera, que no hay en el mundo persona mejor librada, que aquella por cuyas puertas nunca entró fortuna. Esto habemos dicho, para que en las Cortes de los Príncipes los que fueren Privados, no tengan la privanza en mucho, y los que no lo fueren, tengan el no privar en poco; porque no es más el tener, y valer de esta vida, que el gusano en la manzana, y la polilla en la madera, y el neguijón en la muela, que de fuera parece sano, y de dentro es todo comido. Es también suprema la autoridad de los Príncipes, en que no tienen censor que los retraigan en lo que dicen, ni residencia para que den cuenta de lo que hacen: de lo cual se sigue, que así como son voluntariosos en el amar, así son libres en el aborrecer, y absolutos en el castigar. Los Privados que leyeren estas palabras, entiendan bien lo que queremos decir por ellas, y es así: Que a los más de los Príncipes, no menos los vemos aborrecer hoy lo que ayer amaban, que amar mañana lo que hoy aborrecen. Antes, pues, de todas cosas debe el Privado ser de Dios temeroso, y preciarse de buen Cristiano; porque al fin, más seguro vive uno en la Corte con tener buena conciencia, que no con alcanzar mucha privanza. Créanme todos los Cortesanos, así Privados, como no Privados, que es granjería para la hacienda, y gran seguridad para la ánima, tener cuenta, y razón en la Ley Divina; porque de otra manera, muchas veces acontece a un Cortesano, que tiene algún negocio honroso, y provechoso a punto para se acabar, y después cuando no se cata, al tiempo de embocar la bola, le tuerce al revés la sortija fortuna.

En las Cortes de los Príncipes hay algunos negocios, que sin esperanza de negociar se negocian, y otros que estando casi hechos se desbarajustan, y piensa el dueño que esto procuraba, que hubo en el solicitador negligencia, o en el Privado malicia, y no fue así, sino que quiere la providencia Divina avisarnos, que todas las cosas que hubiéremos de negociar, [196] aprovecha poco pedirlas al Rey, si no las merecemos primero delante de Dios. Decía el divino Platón en su Timiano, que tan gran necesidad tienen los prósperos de consejo, como los tristes de remedio; y de verdad ella es alta, y profunda sentencia; porque si la necesidad incita a los hombres a desesperar, también la prosperidad les hace de sí mismos se olvidar. Ni lo que he dicho, ni lo que quiero decir, sabrán entender, ni menos gustar, si no fueren aquellos con quien fortuna navegó a popa, y después dio al través con ellos a vista de tierra; porque los tales leyendo esto, saberlo han llorar, y todos los otros no sabrán más de lo leer. Cotejados ricos con pobres, tristes con alegres, prósperos con abatidos, Privados con desterrados, y generosos con infames, sin comparación habemos visto más de los que se han sabido levantar de donde cayeron, que de los que han sabido tener adonde subieron. No pocas veces lo he dicho, y a cada paso lo querría decir, y es, que este traidor de mundo, es en su trato tan engañoso, y es la fortuna en lo que promete tan doblada, que hace entender a los que hace ricos, y a los que llegan a ser Privados, y a los que sublima a altos Estados, que no es para más de los honrar, y por otra parte urde cómo de allí hayan de caer. A pocos he visto, y de ninguno lo he leído, a quien la fortuna sublimase, y en la cumbre de la prosperidad encumbrase, que al tal no le quitase en breves días la vida, o al cabo de la jornada no le armase una zancadilla. Sería yo de parecer, que el Cortesano que en la Casa Real alcanza a tener privanza, y en la República riqueza, tuviese la tal privanza como cosa prestada, y que con la fortuna se hubiese, como con persona de quien tiene sospecha, porque según dice Séneca, a ninguna cosa verán que saquea fortuna, sino a la que halla desapercibida. Sepan los Privados, y sepan los Cortesanos, que en las muy profundas mares, peligran las naos; en los muy altos montes, hieren los rayos; en los más verdes ramos, ponen liga a los pájaros; en los más cebados anzuelos, caen los peces; a los más encumbrados árboles combaten los vientos, y en los más superbos edificios hacen mayor daño los terremotos: quiero por esto que he dicho decir, que la fortuna a ninguno ase de la mano para le derrocar, sino es a aquel, a quien ella dio del pie para subir.

En las Cortes de los Príncipes, no tengo yo por buena señal, que todas las cosas le sucedan a uno muy mejor que [197] él las esperaba, y aunque sus amigos las encaminaban: porque si la fortuna disimula con el tal, no es porque del todo le tiene olvidado, sino por darle después todo el castigo junto. Los que se maravillaren de lo que ahora quiero decir, no será por más de por no lo saber sentir, y es, que no hay tan gran enfermedad, como estar siempre sano, y no hay tan gran pobreza, como nunca faltar algo, y no hay mayo tentación como nunca ser tentado, y no hay tan gran tristeza como estar siempre alegre, y no hay tan gran peligro como nunca haberse visto en el peligro; porque después en el lodo por donde piensa pasar el hombre más seguro, allí cae de colodrillo, y queda entrampado: Preguntado Sócrates, qué cosa era más cierta, y más segura en esta vida, respondió: No hay cosa en esta vida más cierta, que es tener a todas las cosas por inciertas. Entre todas las riquezas no hay ni puede haber otra mayor riqueza en esta vida como es tener, y gozar de la vida, pues si la vida es dudosa, ¿qué cosa puede haber en ella segura? Como rogasen unos Capitanes Griegos a su señor Agesilao, que fuese a ver a la Olimpiada del monte Olimpo, donde todos los Filósofos se juntaban, a disputar, y todos los ricos hombres a comprar, y vender, respondió él: Si en el monte Olimpo vendiesen, o trocasen tristeza por alegría, enfermedad por sanidad, honra por infamia, y vida por muerte, yo lo iría a ver, y aun allí toda mi hacienda emplear: mas pues el que compra, y lo que se compra está todo condenado a morir, no quiero comprar cosa en esta vida, pues de nada me tengo de aprovechar en la sepultura. Hay otro engaño, con que muchos Cortesanos son engañados, y es, que con largos años vivir, piensan en sí de llegar en tiempo de descansar, lo cual es vanidad pensarlo, porque si los años crecen por onzas, los trabajos crecen a quintales. ¿Quien osara decir que la leche de cuantos más días esté ordeñada, no esté más corrupta, y aceda? La ropa que es ya muy vieja, y de mucho tiempo traída, sin que la coma polilla, ella misma entre sí misma se torna ceniza, quiero por esto decir, que si es cosa cierta morir presto los mozos, ténganse por dicho que no pueden vivir mucho los viejos. En las Cortes de los Príncipes hay muchos que se están mucho tiempo aviciados en vicios, teniéndose por dicho, que si mudan ellos la edad, y la fortuna muda los tiempos, no sólo perderán ellos vicios, mas ahorrarán de muchos trabajos, lo cual todo les sucede después al revés, porque no hay camino en esta vida tan descumorado, donde no hay [198] en el reventón que subir, o barrancos que pasar, o montañas que temer, o pedregales donde tropezar, o atolladeros donde caer. Los que tienen por cierto que el Sol no puede dejar de alumbrar, la Luna de se eclipsar, las Estrellas de resplandecer, el agua de correr, el fuego de quemar, y el Invierno de se erizar, téngase también por dicho, que el hombre no se puede excusar de trabajar, y padecer; porque es imposible que se le pase al hombre algún día en que no reciba algún sobresalto, o congoja. Uno de los engaños, con que viven engañados los Cortesanos, es que cuanto más van y más edad han, tanto más se enfrascan cada día en negocios gravísimos, con esperanza que a su mano se saldrán cuando quisieren de ellos: y después cuando se catan, Dios lo permitiendo, y sus hados lo mereciendo, al tiempo que pensaba el pobre viejo ir a su casa a descansar, le llevan en ataúd a su tierra a enterrar. ¡Oh cuántos, y cuántos se dejan en las Cortes de los Príncipes envejecer con pensamiento, que después a la vejez se han de retraer; por manera, que las obras tienen de Cortesanos, y los pensamientos de Cristianos. A muchos viejos Cortesanos, amigos míos, reñía yo porque no se retraían, y a su mano de la Corte no se alzaban, a los cuales me respondían que en muy breve espacio irían a su tierra, y allí tomarían unos cuentas largas, con las cuales rezando, se irían a la Iglesia a oír Misa, a los Hospitales a visitar los enfermos, a los Monasterios a ver los Religiosos, por los arrabales a requerir los huérfanos, por las calles, y plazas a poner en paz a los vecinos: las cuales cosas todas las vi muchas veces conmigo platicar, y después ni a sólo uno las vi cumplir. Vi a un Cortesano rico, y honrado, y viejo, que no tenía cabello negro en la cabeza, ni diente, ni muela en la boca, ni aun hijo, ni hija en casa, al cual sus pecados le habían traído a tanta demencia, que me juró, y perjuró que por descargo de su conciencia, no dejaba el oficio que tenía, y se iba a su casa; por manera, que pensaba en su casa se condenar, y en la Corte se salvar. Seguramente podremos afirmar, que este viejo Cortesano, tenía ya hechos callos en la conciencia. La ambición de más valer, y la codicia de más tener, hace creer a los míseros Cortesanos que les queda mucho tiempo para vivir, y mucho más para se enmendar; por manera, que con pensamiento de ser uno, o dos años en la vejez buenos, son cincuenta o sesenta años en la Corte malos. Plutarco en su Apotegma dice, que Eudónides, Capitán que fue de los Griegos, viendo un día leer a Jenócrates en la [199] Academia de Atenas, siendo ya de ochenta y cinco años, como preguntase quién era aquel viejo, y le dijesen que era de los Filósofos de Grecia, que andaba a buscar cuál era la obra virtuosa, y en qué consistía la verdadera Filosofía, respondió él: Si el Filósofo Jenócrates me dices, que siendo de ochenta y cinco años, anda en tal edad a buscar las virtudes, querría yo saber qué tiempo le queda para ser virtuoso. Y dijo más: En tal edad como tiene este Filósofo, más razón era que las cosas virtuosas le viésemos obrar, que no a la vejez andarlas a buscar. Podremos con verdad decir del nuevo Cortesano, lo que dijo Eudónides de Jenócrates el Filósofo, en que si a los sesenta años comienza a ser bueno, qué tiempo le queda para poner en obra aquella bondad. Que los viejos Cortesanos olviden la tierra que los crió, a los padres que los engendraron, a los amigos que los favorecieron, y a los criados que los sirvieron, no es de maravillar, mas de lo que yo me maravillo y escandalizo es, que vosotros mismos olvidáis a vosotros mismos, por manera, que nunca miráis qué habéis de ser, hasta que sois lo que no querríais ser. Si los Cortesanos que en las Cortes de los Príncipes, han sido ricos poderosos, y valerosos, si se quisiesen conmigo aconsejar, y a mi pluma creen los concertarían de espacio con la muerte antes que la muerte hiciese ejecución en su vida. Feliz, y bienaventurado se puede llamar el Privado, al cual da Dios juicio, y cordura, para que se alce a su mano, antes que la fortuna le vaya a la mano. Nunca vi Cortesano que no se quejase de la Corte, y de la mala vida de ella: mas al fin ninguno vi por escrúpulo de conciencia dejarla, sino que si la deja, es porque aflojó la privanza, o porque le hicieron alguna afrenta o porque le mandaron salir de ella, o porque le negaron alguna cosa o porque su parcialidad iba de caída, o por recuperar la salud en otra tierra; por manera, que los tales más se van de aburridos de sí mismos, que no por llorar sus pecados. Si en particular toman a cada Cortesano, ninguno hay que no diga que vive en la Corte descontento, pobre, aflicto abatido, y aburrido, y jura, y perjura, que no desea cosa más en este mundo, que verse fuera de aquel trabajo: mas si por caso entra por sus puertas un poco de sabor humano, luego despide de su corazón cualquier buen propósito. Lo que más es de espantar en los Cortesanos es, que labran casas en sus pueblos, y nunca las van a morar, plantan tan sotos, y huertas, y nunca las quieren gozar, compran grandes heredamientos, y nunca [200] las van a ver, diéronles allá Escribanías, y Regimientos, y nunca los van a usar, tienen allí parientes, y amigos, y nunca los van a conversar; por manera, que quieren más ser en la Corte esclavos, que en su tierra señores. Podemos con razón de muchos Cortesanos decir, que son pobres en sus riquezas, huéspedes en sus casas, peregrinos en sus tierras, y desterrados entre los suyos. A todos los más de los Cortesanos veo maldecir, blasfemar, murmurar, y aun escupir de los malos, y males que hay en la Corte, y por otra parte, yo soy cierto, que sus descontentos no proceden de los vicios que en la Corte ven cometer, sino de ver a sus amigos cabe el Rey prosperar; por manera que poco se les daría a ellos que en la Corte hubiese vicios, con tal que ellos fuesen Privados. Plutarco dice en el libro de Exilio, que era ley entre los Tebanos que después que llegase uno a edad de cincuenta años, no fuese osado de curarse con Médicos, porque decían ellos, que aquella edad no era ya para más vivir, sino para aparejarse cada uno a morir. Puédese de este ejemplo colegir, que la infancia que es hasta los siete años, y la puericia que es hasta los catorce, y la juventud que es hasta los veinte y cinco, y la virilidad que es hasta los cuarenta, y la senectud que es hasta los sesenta, súfrelse en la Corte vivir, mas después de los sesenta años, paréceme a mí que más tiempo de limpiar las redes, y contentarse con el pescado, que no de aparejar los barcos para ir a pescar de nuevo. Yo confieso, que en las Cortes de los Príncipes todos se pueden salvar, mas junto con esto nadie me negará, que no tienen allí grandes ocasiones para se condenar; porque según decía Catón Censorino: Los vicios aparejados ahogan a los buenos deseos. Por mucho que en la Corte presuma uno de hacer la santa vida, y hacérsenos hipócrita, soy cierto que no se escapará de murmurar su lengua, y de tener en su corazón envidia, y la causa de esto es, que como no van allí todos, sino a tener, y a valer, cosa notoria es, que han de tener envidia de los que le pasan, y murmuran de los que se le igualan. Sano consejo sería que los que en las Cortes de los Príncipes se han dejado, no sólo hacer viejos mas aun tornar rancios, que los días que les quedan, se precien de vivir como Cristianos, y no de andar como Cortesanos; por manera, que si dieron la harina al mundo, den ya siquiera los salvados a Dios. En las casas reales todos desean allí vivir, y por otra parte todos prometen de allí no morir, pues si esto es así, [201] sobrado atrevimiento, querer ninguno en tal estado vivir, en el cual por todos los tesoros del mundo no querría morir. Yo fui Cortesano, y ahora estoy retraído, y digo así, que si un hombre gustase una vez qué bienes trae consigo el reposo, tengo por imposible que no aborreciese de ser Cortesano: mas ay dolor, que como los tales no se acuerdan que hay otra vida, no quiere Dios darles reposo en ésta: porque reposo, y contentamiento, nunca entraron por las puertas del hombre vicioso. ¡Oh Cortesanos, y Privados! Avísoos, y tórnoos a avisar, que no aguardéis a quebrar las alas al tiempo, cuando, ni para pelarlas tenéis tiempo, ni aun tenéis tiento: porque gastado el acero, mal corta el cuchillo, y el que no tiene ya muelas, de mal le hará roer los huesos. Vosotros, y yo, yo y vosotros, si nos parece que la viña de nuestra juventud está ya vendimiada, andemos si más que no a la rebusca de la enmienda, y si las cubas de nuestra cosecha se estragaron con nuestras perversas obras, remostémoslas con mosto nuevo, de nuevos, y buenos deseos. Si el retraerse de la Corte es sano consejo para los Cortesanos digo que es necesario, y muy necesario para los Privados, y valerosos: porque los otros esperan de un día a otro subir, mas los Privados no pueden esperar, sino de una hora a otra caer.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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