La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo XVIII
Que los Privados de los Príncipes se deben mucho guardar de no ser derramados en hacer, ni recibir desordenados convites. Es capítulo notable contra los banquetes.


Uno de los graves censos que echó naturaleza humana sobre sí mismo fue, que no pudiesen los hombres vivir, si no fuese con el ejercicio del comer: por manera, que si mil años viésemos a un hombre comer, le veríamos siempre vivir. No sobre los hombres está echado este censo: mas aun sobre los animales está cargado este tributo, pues vemos que los unos de ellos pacen yerbas por los campos, otros se ceban en el aire de mosquitos, otros comen por los muladares [209] gusanos, otros se mantienen sobre las aguas con obras; finalmente unos animales son manjar de otros, y después a nosotros nos comen los gusanos. No sólo los hombres racionales, y los brutos animales comen, mas aun árboles, y plantas vemos comer, lo cual parece muy claro, en que en lugar de manjar, reciben en sí el calor del Sol, la templanza del aire, el humor de la tierra, y el rocío del Cielo, por manera, que a lo que los hombres llaman comer, llamamos en las plantas aumentar. Siendo, pues, como es verdad lo que habemos dicho, yo confieso, que para nos poder sustentar, es necesario el comer: mas es de saber, que no está el daño de la gula en lo que se come por necesidad, sino por voluntad: porque ya no comen los hombres para sustentarse, sino para regalarse. El hombre que se deja vencer de la gula, no sólo atormenta el cuerpo, mas aun pone mácula en la conciencia: porque los hombres glotones, y golosos, primos hijos de hermanos son de los vicios. La gula, y los vicios poco es decir que son primos hijos de hermanos, sino que sean como padre, e hijos; pues la ardiente concupiscencia no reconoce a otra madre, sino a la gula. La variedad de los manjares, ¿qué otra cosa es, sino un importuno mullidor de los torpes pensamientos? Del glorioso Jerónimo se lee, que estaba en el desierto quemado del Sol, arrugada la cara, descalzos los pies, vestido de saco, y azotado el cuerpo, las noches desvelado, los días todos en ayuno, ocupadas las manos en escribir, y el corazón en contemplar, y confiesa él de sí mismo, que con toda esta penitencia se soñaba estar con las Romanas de Roma. El Apóstol S. Pablo, varón que fue de escogimiento, vio los secretos nunca vistó trabajos; mas que todos los Apóstoles, ganaba de comer con sus manos, andaba a pie por todos los Reinos, y predicó y convirtió a infinitos bárbaros, azotábanle de día porque era Cristiano, y azotábase él de noche porque era pecador, y dice él mismo, que con todos estos trabajos, aún no se podía valer de los torpes pensamientos, los cuales ni le dejaban predicar, ni menos contemplar. De sí mismo confiesa en el libro de sus confesiones S. Agustín, que se fue al desierto, y que comía poco, y que escribía, y contemplaba mucho, y castigaba muy gravísimamente su cuerpo con ayunos continuos, y con disciplinas muy gravísimas, y viendo que sus torpes pensamientos echaban a hondo sus deseos santos, comenzó a dar grandes voces por aquellas montañas, y decir: Mándasme tú mi Dios que sea casto, y no lo puedo yo acabar con este mi [210] cuerpo maldito, da pues señor lo que mandas, y después manda lo que quisieres. Cuanto estos gloriosos Santos no se podían valer de la ardiente concupiscencia, con el continuo ayunar, ¿qué harán los voraces, y glotones que nunca cesan de comer? Podemos tener por cierto, que a estos cuerpos mortales, y a los pensamientos carnales, tanto más los tenemos sujetos, cuanto menos los consintiéremos ser regalados: porque por muy bravo, y encendido que sea el fuego, muy en breve se torna todo en ceniza si dejan de echarle leña. El desordenado comer, no sólo es injusto para la vida, mas aun enfermo para el cuerpo: porque al fin a más ricos hemos visto morir por lo que les sobra, que no a pobres por lo que les falta. A mi parecer, el pecado de la gula no hay necesidad, que le castiguen por justicia pues el mismo a sí mismo se da la penitencia: y que sea esto verdad, tomemos juramento a un hombre muy goloso, qué tal se siente después de muy harto, y hallaremos que tiene la boca seca, el cuerpo pesado, la cabeza atónita, el estómago acedo, los ojos dormidos, ahito de comer, y deseoso de más beber. Diógenes Cínico, burlando de los Rodos, les decía: ¡Oh Rodos!, glotones, y golosos, decidme, ¿para qué vais a los Templos a pedir que os den salud los Dioses, pues la podéis vosotros conservar si os abstenéis de los manjares? Y dijo más: Si mi consejo queréis tomar, Rodos, en los Templos no habéis de pedir a los Dioses que os curen las enfermedades, sino que os perdonen las maldades. Sócrates el Filósofo decía a los de su Academia en Atenas: Mirad, Atenienses, yo os hago saber, que en las Repúblicas bien ordenadas, no viven los hombres para comer, sino que comen para vivir. Profundamente habló este Filósofo, y ojalá tuviese en la memoria su doctrina cualquier Cristiano: porque si libertamos a nuestra naturaleza, en su querer es tan medida, y comedida, que ni deja de tomar lo necesario, ni nos importunará por lo superfluo. Trae consigo la gula otro mal, y es que muchos hombres siguen, y aun sirven a otros hombres, no tanto por simplemente comer, cuanto es por glotonear, y banquetear, lo cual yo he vergüenza de escribir, y mucho más lo habían ellos de hacer: porque el hombre que presume si quería de ser hombre, jamás debe empeñar su libertad, por lo que la sensualidad le pide, sino por lo que la razón le persuade. Estando el Filósofo Aristipo lavando con sus manos unas lechugas para cenar, acaso pasó por allí el Filósofo Plauto, el cual dijo a Aristipo, si tú [211] quisieses al Rey Dionisio servir, no te viéramos esas lechugas comer. A esto respondió el Filósofo Aristipo: y aun si tú Plauto te contentases con estas lechugas comer, no te viéramos a tan gran tirano servir. En lo que se come, y cuándo se come, y cuánto se come, y de la manera que se come, muy extremados están los tiempos pasados: porque en aquella edad dorada, la cual nunca acaban de llorar los Filósofos, tenían entonces los hombres las cuevas por casas, las hojas tejidas por vestiduras, la tierra por zapatos, las manos por vasijas, el agua en lugar de vino, las raíces por pan, y las frutas por carne; finalmente tenían por cobertor al Cielo, y en lugar de colchones al suelo. Cuando el divino Platón volvió de Sicilia a Grecia, dijo un día en su Academia: Hágoos saber mis discípulos, que vengo muy escandalizado de Sicilia: porque vi un monstruo en ella. Y preguntado, qué monstruo era, respondió. El monstruo era el tirano Dionisio, el cual no se contentaba con una vez comer, sino que le vi a la noche cenar. Oh divino Platón, si fueras vivo, como eres muerto, y si fueras en esta tempestad maldita como fuiste en aquella edad dorada, a cuantos vieras no sólo comer, y cenar, mas aun almorzar, y merendar, y aun colación para se acostar hacer: por manera, que entonces a sólo un tirano, vio Platón cenar, y ahora apenas hallaremos quien se contente con sola una vez comer. En este caso, sin comparación son más templados los animales que no los hombres, pues vemos que ningún animal come más de hasta hartar, y el hombre come hasta hartar, y aun hasta regoldar. Los animales no tienen diversidad de manjares que pazcan, ni criados que los sirvan, ni camas donde duerman, ni vino que beban, ni casas donde se abriguen, ni tesoros que gasten, ni aun médicos que los curen, y con todo esto vemos que viven sanos, y a los hombres con todos estos servicios los vemos andar enfermos, de lo cual se colige, que a la salud ninguna cosa la conserva tanto, como es el trabajo, y ninguna cosa la destruye tanto como es el regalo. Decía Platón en su Timiano una sentencia digna de notar, y aun de a la memoria encomendar, y es, que en la Ciudad donde residen muchos médicos, es gran argumento para creer, que hay en ella muchos vicios. No inmérito encomendamos que se encomendase esta sentencia a la memoria, pues no podemos negar, que los médicos que entre nosotros andan, no entran por las puertas de los pobres que trabajan, sino por las de los ricos que huelgan. Miento, sino vi a un Caballero amigo mío que era, y aun por [212] ventura deudo, el cual como se purgase, y yo por enfermo, le visitase, él me confesó, que estaba para un banquete desafiado, y que no se purgaba por estar malo, sino por estar para comer más dispuesto. Después que esto pasó, no pasaron seis días, que yo le torné a visitar, porque estaba asaz malo, no de ayuno, sino de ahito, de lo cual resultó que para comer se purgó una vez, y para se desahitar se purgó tres, y en el banquete tardaron en comer cuatro horas, y costóle a él estar en la cama sesenta días. En darle esta enfermedad Dios a este Caballero, no sólo no le hizo injuria, sino que le hizo gracia de la vida: porque si es grave, y muy grave el pecar, es grave, y gravísimo aparerjarse para pecar. El mucho comer, no sólo es peligroso para la conciencia, y dañoso para la salud de la persona, mas aun es polilla para la hacienda, porque ningún glotón toma tanto placer en el comer de los manjares, como es el sinsabor que toma cuando pide cuenta a los despenseros. Placer es comer con gana, mas muy gran sinsabor es echar mano a la bolsa: y no inmérito decimos, que es muy gran sinsabor echar mano a la bolsa, porque si los manjares entran con dulzura en el estómago, los dineros aunque salen de la bolsa, arráncanse del corazón. En un hostal de Cataluña, vi una vez escritas estas palabras. Al entrar del hostal habemos de decir estas palabras, Salve Regina, y cuando comiéremos, Vita dulcedo, y al tiempo de la cuenta, Ad te suspiramus, y al tiempo del pagar, Gementes, & flentes: Querer, pues, hablar de los banquetes, a nuestra nación nuevamente traídos, más es cosa para llorar, que no para escribir: porque más valiera que trajeran siquiera sillas, y bancos en que nos asentar, que no banquillos, y banquetas para glotonear. Licurgo Rey que fue de los Lacedemones ordenó, y mandó que ninguno que viniese de tierras de extrañas a sus tierras propias, fuese osado de traer, ni introducir costumbres peregrinas, so pena que si las publicase, le desterrasen, y si las usase, que le matasen. Miento, si no vi en un banquete servirse cuarenta y dos platos, y en otro banquete vi en día de carne dar barbos enlardados con mechas de tocino. En otro banquete vi dar lechones rellenos con tarazones de lampreas, y de truchas. En otro banquete también vi hecho de seis a seis, sobre apuesta que bebería cada uno tres azumbres, con tal que durase seis horas la comida, y el que perdiese pagase toda la costa de la comida. Vi también otro banquete, en el cual se pusieron tres mesas a unos mismos [213] convidados, una a la Española, otra a la Italiana, y otra a la Flamenca: y a cada mesa se sirvieron veintidós manjares. Vi también otro banquete, en el cual sobre acuerdo se comieron manjares, que los tratamos, mas no los comemos, es a saber, asadura de caballos, cogollos de sauco, gato montés en escabeche, culebras asadas, tortugas cocidas, ranas frías, y otros diversos manjares, que les vi allí comer, aunque no los supe conocer. ¿Quién será el que leyere esta escritura, y viere lo que en los banquetes ahora pasa, que el corazón no se le parta, y riegue con lágrimas su cara? Las escias que vienen de la Isla de Calicú, y los banquetes que nos envió Francia, aquello ha destruido a nuestra nación toda: porque antiguamente no había en España otra especia, sino azafrán, y comino, y ajo, y si quería un amigo dar a otro amigo una buena comida, el banquete era una buena olla de carnero, y vaca, y era gran cosa si mataban una gallina. ¡Ay dolor, que no es ya como solía, sino que si un oficial, o escudero o plebeyo, convida a otro de comer, aunque sepa vender la capa, o ayunarlo una semana, ha de pasar a lo menos de seis, o siete manjares la comida! Qué cosa es ver dos, o tres días antes la casa donde el banquete se ha de hacer, avisando a los cocineros, apercibiendo a los Maestresalas, amenazando a los pajes, ordenando los manjares, visitando los botilleros, aparejando los aparadores, y probando los vinos: por manera que ojalá la mitad de la solicitud que ponen, cuando han de banquetear, pusiesen cuando se han de ir a confesar. Después de pasado el banquete, pregunto ahora yo, ¿qué es lo que queda? Lo que queda es, los dueños desvelados, los Maestresalas cansados, los cocineros molidos, la casa sucia, la ropa grasienta, y alguna pieza de plata hurtada, y lo que más es, que algunas veces queda el huesped despechado de la gran costa, y los convidados aún van descontentos de la comida. Convidó un Romano muy mezquino a cenar a Tulio, y diole a cenar en una cena conforme a lo que se extendía su avaricia, y como otro día se topasen ambos, y preguntase el Romano, que cómo le había ido con la cena a Tulio, respondióle él: Fue tan buena tu cena, que aun me aprovechó para otro día: en las cuales palabras quiso dar a entender Tulio, que de haberle dado tan atrasadamente de cenar, le quedó para otro día apetito para comer. [214]

Prosigue el autor.

Razón es ahora de probar, no sólo por las humanas, mas aun por las divinas escrituras cómo jamás banquete se pudo hacer, sin que el demonio allí se hubiese de hallar, y de hallarse allí el demonio, siempre aconteció algún caso desastrado. El primer banquete que se hizo en el mundo fue uno que a Adán y Eva hizo el demonio, y este banquete fue en una huerta, y toda la comida fue fruta; del cual banquete resultó alzar a Dios la obediencia, Eva fue engañada, Adán perder la inocencia, y naturaleza humana, suceder en la malicia: por manera, que ellos comieron la fruta, y a nosotros queda la dentera. Rebeca hizo un banquete a su marido Isaac, en el cual Esau perdió la herencia, Jacob sucedió en la casa, Isaac dio la bendición a quien no pensaba, y Rebeca salió con lo que quería. Absalón hizo un gran banquete a todos sus hermanos, del cual resultó, quedar Amón su hermano muerto, Tamar su hermana quedar infamada, su padre que era el Rey David afrentado, y todo el Reino escandalizado. El Rey Assuero hizo un banquete tan costoso que duro ciento ochenta días su gasto, del cual resultó, que la Reina Vali fue del Reino privada, la noble Esther en su lugar puesta, muchos nobles de la Ciudad de Sufis degollados, los Hebreos sublimados, Amán el gran privado del Rey ahorcado, y Mardoqueo en honra puesto. Siete hijas, y siete hijos del Santo Job, ordenaron de hacer un banquete en casa del primogénito, que era el hermano mayor, en el cual banquete fueron todos catorce tan infelices, que primero que se levantasen las mesas, perdieron todos ellos allí las vidas. Baltasar hijo de Nabucodonosor, hizo un banquete solemne a todas sus mujeres, y concubinas, y los platos con que se sirvieron, y las copas con que bebieron, su padre en el Templo de Jerusalen lo había todo robado, del cual banquete resultó, que aquella misma noche el Rey, y sus concubinas fueron a cuchillo muertos, y el Reino entregado a sus enemigos. A todos estos que habemos aquí puesto, y a otros infinitos que dejamos de poner, mejor les fuera comer a solas, que morir acompañados. Noten bien los golosos esto que quiero decir, y es, que el vicio de la gula es enojoso, peligroso, y costoso; digo que es enojoso, por el cuidado que tiene cada hora de buscar de comer, es peligroso para la salud conservar, es costoso por lo mucho que ha de gastar: por manera, que es breve el deleite de la gula en que nos [215] deleitamos, y después, y antes son infinitos los males que por ella padecemos. Burlando Aristóteles de los Epicúreos, dice, que entraron un día en el Templo todos ellos, y rogaron a los Dioses, que les diesen pescuezos de cigüeñas para que los manjares se tardasen más en distilar, y ellos se pudiesen más deleitar, diciendo, que las gargantas de hombres que les habían dado eran cortas, y aquello encima de la nuez, donde consiste el dulzor de la gula, era muy brevísimo. El que a vuelta de la basura echase en el muladar su hacienda, ¿por ventura no le tendríamos al tal por bobo, o muy falto de juicio? Pues tal es el hombre que en el vicio de la gula consume toda la hacienda: lo cual parece muy claro, en que todos los manjares que ponen hoy a un señor en público, los llevará mañana un mozo de cámara al muladar en secreto. ¿Qué otra cosa son nuestros estómagos, sino unos suelos de heces hediondas, unos botes de ungüentos podridos, un depósito de aire corrupto, unos vaciaderos de cocina, y unos secretos albañales, por los cuales echamos en la carcaba, o en la roda toda nuestra hacienda? Isaías el profeta dice, que las generosas Ciudades de Sodoma, y Gomorra no por otra ocasión vinieron a caer en tantos vicios, y después vinieron a ser hundidas, sino porque comían mucho, y trabajaban poco, y de esto no nos habemos de maravillar, porque infalible cosa es, que donde reina ociosidad, y gula, siempre dan mal cabo de la persona. Los Romanos, y los Griegos, y los Egipcios, y los Escitas, aunque de otros vicios fueron notados, por cierto, y por verdad, en el comer, y beber fueron sobrios. Justino, abreviador que fue de Trogo Pompeyo dice, que entre los Escitas, los cuales fueron más bárbaros que cuantos había en Asia, era costumbre, que si uno escupía le reprehendían, y si regoldaba le castigaban: porque decían ellos que escupir y regoldar no procede, sino de mucho comer. Plutarco en su apotegma dice, que había en Atenas un Filósofo, que había nombre Ipómaco, el cual era tan enemigo de la gula, y tenía tan gran abstinencia en su Academia, que entre todos los Filósofos eran conocidos sus discípulos, no en otra cosa más, que en el comprar de los bastimentos: porque no compraban cosa para se regalar, sino para estrechamente se mantener. Grandes leyes hicieron los Romanos, no para más, de para irles a la mano a los glotones, y golosos, de la cuales leyes contaremos aquí unas pocas: porque vean los que leyeren esta escritura, cuanta vigilancia tenían los antiguos [216] sobre el vicio de la gula. Había en Roma una ley que se llamaba Fabia (porque la hizo el Cónsul Fabio) y por esta ley les fue mandado, que ninguno fuese osado de gastar en los grandes convites, más de hasta cien sestercios, que podían valer hasta cien reales, excepto la ensalada, y otra verdura que no entraba en esta cuenta. Vino después la ley Mesina, la cual hizo el Cónsul Mesino, y por esta ley les fue prohibido, que para bodas, ni convites fuesen osados de traer vinos preciosos de Reinos extraños, sino que si se hubiesen de traer, no fuese más de para los enfermos. Después de esta ley vino la ley Licina, la cual hizo el Cónsul Licinio, y por esta ley les fue prohibido, que en todos los convites no fuesen osados de hacer ningún género de salsas: porque decían ellos, que las salsas despiertan más la gula, y aumentan más la costa. Después de esta vino la ley Emilia, que hizo el Cónsul Emilio, por la cual les fue prohibido a los Romanos, que en ningunos convites, ni bodas, fuesen osados de servir a las mesas más de cinco manjares: porque hubiese para comer abundancia, y no para deleitarse en la gula. Después de esta vino la ley Ancia, que hizo el Cónsul Ancio por la cual les fue mandado a los Romanos, que desprendiesen todos los oficios, excepto oficio de cocineros; porque según decían ellos, en las casas donde había cocineros, hacían a las personas pobres, a los cuerpos enfermos, a los ánimos viciosos, y a todos golosos. Después de esta vino la ley Julia, la cual hizo Julio César, por la cual mandó a los Romanos, que ninguno fuese osado de comer a puerta cerrada, y esto no por más de porque viesen los Censores si comía cada uno conforme lo que tenía: porque según decían ellos, no había hombres tan perdidos en las Repúblicas, como los que gastaban, no según lo que tenían, sino según lo que querían. Después de esta vino la ley Aristimia, la cual hizo el Cónsul Aristimio, por la cual fue mandado a los Romanos, que comiesen, y se convidasen a medio día, mas que no pudiesen cenar juntos en la noche, y esto mandó él, porque entre los Romanos eran las cenas muy costosas en lo que se gastaba, y muy regocijadas en lo que hacían, y muy prolijas en lo que tardaban. Son autores de todo lo sobredicho Aulo Gelio, y Macrobio. Hacen gran cuenta los Romanos de Gayo Graco, el cual como fuese muchas veces Cónsul en diversas Provincias, y fuese el Romano de mucha autoridad, y gravedad jamás tuvo en su familia cocinero, sino en el tiempo que estaba en Roma, le aderezaba su [217] mujer de comer, y cuando iba camino sus huéspedes. Marco Mancio, hizo un libro de la manera que los manjares se habían de aderezar; y otro libro de cómo las salsas, y mesas, y sillas, y aparadores se habían de poner; y otro libro de cómo los servidores en los convites habían de servir: los cuales tres libros, a la hora que fueron en la República publicados, fueron públicamente quemados, y aun sino huyera de Roma a Asia, le costaran los libros la vida. Nunca acaban los Escritores antiguos de reprehender a Lentulo, y a César, y a Silla, y a Escebola, y a Emilio, de un banquete que hicieron en una huerta de Roma, en el cual no se comió otra cosa, sino tordos, espárragos, anadones, ortigas, sesos de puercos, tortugas, y liebres enlardadas. Si en este tiempo escribieran los Escritores Romanos, no creo yo que reprehendieran de aquel tan pobre banquete, a aquellos tan ilustres Príncipes; porque son ya tan en excesivo grado los manjares que se ponen a las mesas de los señores, que a las veces, ni tienen apetito para comerlos, ni aun saben por sus nombres nombrarles. Viniendo, pues, al propósito, el fin porque habemos dicho todo lo sobredicho, es para avisar a los Privados de los Príncipes, se guarden de ser en este vicio de la gula notados; porque muy gran nota es en un Privado, en el cual tiene puestos los ojos todo el Pueblo, que sea voraz en el comer, y desordenado en el beber. A los Privados más que a otros conviene, que sean en su comer templados, y en su beber muy reglados; y la causa de esto es, que como tengan con ellos muchas cosas que negociar, y ellos tengan graves negocios de la República que expedir, cosa es muy cierta, que después que estén muy hartos, no estarán hábiles para negocios; porque el mucho comer acarrea sueño, y el mucho beber embota el juicio. En el oficial del Príncipe, cosa sería de maravillar, y aun digna de reprehender, en que al tiempo que el pobre negociante le estuviese contando sus angustias, él estuviese por dormir dando cabezadas. Asimismo decimos, que sería muy gran infamia para su persona, y no pequeño daño para la República, que se platicase entre los Cortesanos, y negociantes, estar el Privado debe temple en una hora, y de otra condición en otra; por manera, que el negociante tuviese esperanza de despachar después de cenar, lo que no pudo despachar a la mañana. El Rey Filipo, padre que fue de Alejandro Magno, aunque fue Príncipe muy ilustre, fue notado, e infamado en beber vino, y como diese una vez sentencia [218] contra una mujer y pobre, y viuda, dijo luego ella, que apelaba de la sentencia. Preguntada por los Caballeros que allí estaban, ¿que para ante quien apelaba, pues el Rey había dado la sentencia? Respondióles la mujer: Apelo del Rey Filipo, que está ahora borracho, para cuando estuviere sobrio. Según dicen los historiadores que esto cuentan, no se engañó la mujer en esta apelación que hizo; porque a la hora que el Rey Filipo reposó, y durmió un poco, revocó, y anuló todo lo que había mandado. Por bravo, o doméstico que sea un animal, jamás deja de ser animal, sino es el hombre, que muchas veces no sabe si es hombre; porque el comer, y el beber demasiado, enajena al hombre de sí mismo. A los Privados de los Príncipes, menos que a otros les conviene hacer grandes, y costosos convites; porque tienen sobre sí tantos veedores, que dicen unos, que no hacen aquellos convites, sino de lo que les presentan, y otros dicen, que no los hacen, sino de lo que roban. Avisóles que en este caso, no se fíen de pensar, que si se retrae a comer, no es sino con sus aliados, y familiares, y amigos; y como la envidia que tenemos del tener, y valer que tienen otros, no perdona a los amigos, ni se acuerda de los parientes, ni aun hace cuenta de los beneficios recibidos, salidos de allí los convidados, entre sí lo dicen, y con otros lo murmuran, diciendo: que vale más lo que en la despensa del Privado se pierde, que no lo que en la mesa del Príncipe se pone. Aviso, asimismo, al Privado del Príncipe, que mire bien de quien se fía, y a los que a su mesa pone; porque si son cuatro los convidados, el uno va a comer, y los tres a le acechar, y lo que es más, que muchos comen con el que querrían comer de él. Deben mucho advertir los Privados de los Príncipes, en que si son regalados en el comer, no sean desenfrenados en el hablar; porque los convidados que allí se hallaren, ténganle por dicho, que los manjares que les dieren llevarán en el estómago, mas las palabras sobradas que le oyeren, depositarán en el corazón. Todo lo que el Privado allí hablare, no dicen que lo dijo él, sino el Príncipe que habla en él; y lo que más peligroso es, que después no dicen lo que el Privado dijo, sino lo que a ellos les parece que querría decir; por manera, que no hay tantas glosas sobre la Biblia, como hay juicios sobre alguna palabra que oyeron al Privado a la mesa. Costumbre es en todos los estados, que en las mesas opulentas, y hartas, ser los convidados muy largos en el [219] comer, y no cortos en el maldecir, lo cual el Privado del Príncipe, no debe de hacer, ni menos en su casa consentir; porque el buen convite ha de ser de manjares muy bien aderezados; mas no de vidas de prójimos. ¡Oh cuántos convites se hacen en las Cortes de los Príncipes, en los cuales sin comparación son más las vidas de que allí se tratan, que no los manjares que allí se comen! Lo cual no se debía hacer, ni menos consentir, porque ninguno pone la lengua en vida ajena que no condene a su conciencia propia. Todos los hombres deben vivir mucho sobre aviso, para ver cómo hablan de la fama de sus próximos; porque las cosas de la infamia, y de la honra, son fáciles de decir, y difíciles de restituir. Aconsejo, y amonesto a los Privados de los Príncipes, que se guarden, no sólo de hacer banquetes, mas aun de recibirlos; porque se han de tener por dicho, que son muy pocos los que los aman, y muy muchos los que los aborrecen, y podría de aquí suceder, que otro hiciese la costa, y él escotase la vida. No se fíe el Privado en pensar, que si come, y huelga, no es sino con los que son hechura de sus manos, y por quien él ha despachado graves negocios; porque los semejantes desastres, y traiciones, no se negocian con el dueño de la casa, sino con el que sirve a la mesa de copa o con el que tiene cargo de la cocina. Ni tampoco se fíe el Privado, en pensar que ya muchas veces, y en muchos convites se ha hallado, y ha sido convidado, y que nunca sospecha, ni traición de quererle matar ha sentido: en lo cual, él por cierto vive engañado, y de mi consejo no debería comer en cada parte descuidado; porque los pájaros que continúan mucho los cebadores, algún día quedan allí encerrados. Unos de los grandes trabajos, y por mejor decir peligros, que tienen los que son Privados es, que todos los Cortesanos, y aun no pocos Ciudadanos, les desean ver caer, o ver morir; porque piensa cada uno entre sí, que con la mudanza, que habrá de ser el Privado muerto, o abatido, él subirá, o a lo menos se mejorará. De comer el Privado en convites ajenos, se le sigue otro inconveniente, y es que por ventura se dirán palabras deshonestas, y se moverán pláticas muy perjudiciales, la cuales aunque esté él a la mesa, y se digan en su presencia no las podrá remediar, ni menos atajar; y por decirle delante del Privado del Príncipe, cobra crédito el que las dice, y piérdese, el que las oye. Y aun también hay otro inconveniente, de recibir banquetes el Privado del [220] Príncipe, y es, que el que le convida, no le convida, porque fue en algún tiempo su conocido, ni porque es su deudo, ni porque es su cordial amigo, ni aun porque tiene de él cargo, sino para tenerle para sus negocios ganado; porque muy pocos son los que se arrojan a hacer grandes servicios, sino es con esperanza de algunas mercedes. Al privado que acepta banquete ajeno, una de dos cosas le han de suceder, es a saber, que ha de despachar el negocio de su huesped, aunque sea malo, o ha de quedar para siempre su perpetuo enemigo; porque la cosa que más enemista a un hombre con otro es, cuando el uno de ellos es muy manual para recibir, y muy pesado para remunerar. Oh cuántas veces el que convida, ruega por algún negocio al que convidó, el cual es tan malo, y tan indigesto, que el Privado se da a sí, y a lo que allí ha comido al demonio; porque si no lo hace, queda el que le convidó quejoso, y si lo hace es en perjuicio de otro tercero. Sobre todas las cosas aviso, amonesto, y ruego a los oficiales de los Príncipes, no quieran vender, ni trocar, ni empeñar su libertad; porque el día que se dieren a banquetear, o a presentes recibir, o familiaridades estrechas tomar, o en bandos, y pasiones se meter, pocas veces harán lo que quieren, y muy muchas lo que no deben.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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