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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XIX
Que trata en quánta veneración eran tenidos entre los gentiles los que de los dioses eran muy cultores.


Los antiguos hystoriadores romanos cuentan que siete reyes fueron los que en el principio governaron a Roma por espacio de ccxlj años, el segundo de los quales fue Numa Pompilio, el qual entre todos los sobredichos siete es el más estimado, y no por más de por aver sido muy gran cultor de los dioses; porque los príncipes romanos tanto eran amados por servir a los dioses como por vencer a los enemigos. Fue en tanta manera, que consagró a los dioses a toda Roma, y él hizo para sí fuera de la ciudad una casa; porque era ley entre los antiguos que la casa que estuviesse a los dioses consagrada, ningún hombre humano era osado morar en ella.

El quinto rey de romanos fue Tarquino Prisco, y quan malo fue Tarquino el superbo, tanto fue éste de bueno y del pueblo amado; y entre las otras cosas le loan mucho que era muy temeroso de los dioses y que muy continuamente visitava los templos; y no contento con los que halló hechos, él edificó en la plaça del Capitolio el muy famoso templo de Júpiter; porque ningún príncipe romano podía para su persona edificar casa sin que primero hiziesse un templo para los dioses de la república. Fue tenido en tanto este templo, que assí como a Júpiter tenían los romanos por dios de todos los dioses, assí era tenido este templo por cabeça de todos los templos.

Teniendo guerra los romanos contra los falisques y contra los capenates, dos capitanes de Roma fueron vencidos, y el uno dellos muerto, que avía nombre Gemecio, y cayó tanto temor sobre los vencidos, que muchos, desamparada la guerra, [148] se tornaron a Roma; porque este privilegio tienen los victoriosos, que, aunque sean pocos, siempre son de los vencidos temidos. Por esta ocasión los romanos como hombres prudentes de nuevo pusieron otros capitanes, y cierto acertaron en ello; porque muchas vezes acontece que, mudados los caudillos de la guerra, se muda la próspera o adversa fortuna. Fue elegido por capitán de aquella guerra Marco Furio Camillo, el qual, aunque era capitán esforçado y valeroso, antes que fuesse a la guerra hizo a los dioses grandes sacrificios en Roma, y hizo voto que haría un solemne templo si bolvía con victoria; porque era costumbre que en aceptando el capitán romano la empresa, luego prometía de hazer alguna notable cosa en Roma. Como bolviesse, pues, con victoria Camillo, no sólo edificó el templo, mas aun dotóle de todas las riquezas que a él le cupieron del despojo y triumpho; y, como fuesse desto retraýdo, diziendo que los capitanes romanos avían de ofrecer los coraçones a los dioses y los thesoros repartir a los exércitos, respondió él estas palabras: «Yo como hombre no pedí a los dioses más de un triumpho, y ellos como dioses diéronme muchos triumphos; pues avido a esto respecto, justo es que si yo fui corto en el prometer, que sea largo en el cumplir; porque assí como yo les agradecí mucho lo que me dieron allende lo que yo les pedí, assí ellos ternán en mucho lo que les doy allende de lo que les prometí.»

Aviendo grandes guerras entre Roma y la ciudad de Neye, tuviéronla los romanos cercada cinco años continuos. Finalmente, por ocasión de una niña fue la ciudad tomada; porque cada día acontesce en las guerras ganarse por maña lo que por fuerça se sustenta. El dictador romano que allí estava por capitán, que era Marco Furio, mandó pregonar que, al tiempo que se tomasse la ciudad, no fuesse muerto ningún enemigo sino el que hallassen armado; y, como fue sabido por los enemigos, desarmáronse todos, y assí escaparon todos; y de verdad fue este exemplo muy digno de notar; porque los capitanes quanta ferocidad muestran hasta ser vencedores, tanta piedad han de tener después con los vencidos. Fue loado aquel dictador por otra cosa que hizo muy mayor que la sobredicha, y fue ésta, conviene a saber: que no sólo no consintió [149] robar los templos ni maltratar a los dioses, pero él mismo con gran reverencia tomó todas las cosas sagradas de los templos y a los dioses que estavan en ellos, especial a la diosa Juno, y llevólos todos a Roma; porque fue ley entre los antiguos que los dioses de los vencidos no podían venir en suerte de los capitanes vencedores. Y en el monte Aventino hizo un solemníssimo templo Camillo, y allí puso a todos los dioses juntos con todas las cosas sacras que truxo; porque los romanos quanto mayor triumpho avían de los enemigos, tanto mejor tratavan a los dioses de los vencidos.

Ítem es de saber que los romanos, después de muchas victorias, acordaron de hazer una corona de oro muy grande y muy rica para ofrecerla al dios Apolo, y, como estuviesse el erario pobre (en que avía poco oro y plata), las matronas romanas liberalmente deshizieron todas sus joyas de oro y plata para hazer aquella corona; porque en Roma para servicio de los dioses, para reparar los templos, para rescatar captivos, jamás entre los romanos faltavan dineros. El Senado estimó en tanto este servicio, que les concedieron tres cosas a las mugeres, conviene a saber: tener guirlandas en las cabeças, yr en carros a los juegos públicos, yr públicamente en las fiestas de los dioses; porque eran tan honestas las antiguas romanas, que jamás ponían oro en las cabeças y a las fiestas siempre yvan atapadas. Que hiziessen esto los antiguos romanos con las matronas romanas no se deve nadie maravillar, porque tenían por costumbre en Roma que la paga de un servicio avía de ser con muchas y muy señaladas mercedes.

Acontesció otra cosa muy notable en Roma, y fue que los romanos embiaron a dos tribunos, los quales se llamavan Caulio y Sergio, a la ysla Delfos a llevar un gran presente al dios Apolo y a visitarle; porque, según dize Tito Livio, cada año embiava Roma un presente al dios Apolo y Apolo embiava un consejo a Roma. Como navegassen por el mar de Trinacria, dieron al través los tribunos y cayeron en manos de unos piratas cossarios; y assí, presos con todo su thesoro, los llevaron a la ciudad de Liparia; y, sabido en la ciudad cómo lo que llevavan eran cosas sagradas para el dios Apolo, no sólo los soltaron y todas las cosas les tornaron, mas aun les dieron guías que fuessen y [150] viniessen con ellos hasta sacarlos de todos los peligros. Tornados los mensageros a Roma con salud, tomaron los romanos tanta alegría, que ordenaron en Roma que los generosos de Liparia fuessen patricios romanos y todos los otros fuessen sus confederados y que en el templo de Júpiter uviesse siempre dos sacerdotes dellos, y este privilegio jamás se concedió a estrangeros sino a éstos; porque los romanos tenían tan gran zelo de sus dioses, que no fiavan el servicio de los templos sino a los naturales más antiguos y a los hombres más virtuosos.

En los tiempos que estava Quinto Fabio y Publio Decio en la guerra contra los sanites y contra los esturques y contra los umbros, fueron en Roma vistas muchas señales terribles y espantables, las quales pusieron temor no sólo a los que las vieron, pero aun a los que las oyeron; por cuya ocasión los romanos y las matronas romanas hazían de noche y de día muchos y muy grandes sacrificios a los dioses, porque dezían ellos que si ellos aplacavan una vez a los dioses en Roma, no tenían temor de sus enemigos en la batalla. Fue el caso que, andando las matronas romanas por los templos a fin de aplacar a sus dioses, vinieron al templo de la castidad muchas señoras patricias a sacrificar; porque en el tiempo de la gran policía de Roma las mugeres romanas sacrificavan en el templo de los dioses. A la sazón sobrevino Virginia, hija de Aurio Virgíneo, cónsul plebeyo, y fue desechada del sacrificio porque no era señora patricia, sino muger plebeya, como si dixessen era labradora y no fijadalgo; porque en Roma eran en tanta veneración tenidas las patricias, que no parecían sino esclavas suyas las mugeres plebeyas. La noble romana Virginia, como se vio de las otras matronas afrentada, fizo de su casa propria un templo a la diosa de la castidad, a la qual ella servía con tanta reverencia, y fue tal que a poco tiempo venían allí a sacrificar todas las mugeres casadas de Roma; porque es la fortuna tan variable, que muchas vezes aquellos que con sobervia nos negaron la entrada por sus puertas, con humildad después vienen a servirnos a nuestras casas. Por esta causa fue en tanto tenida la fundadora Virginia, que en vida los romanos la hizieron patricia y en muerte le pusieron en el alto Capitolio una estatua. Encima desta estatua estavan esculpidas unas letras griegas que en [151] sentencia dezían estas palabras: «Ésta es la ymagen de la gran matrona Virginia, la qual porque dio su casa a los dioses en vida, los dioses la llevaron a su casa en la muerte.»

De todas las historias sobredichas haze mención Tito Livio en la primera Década, libro ij, v, ix; y aunque él las pone por más estenso, pero abasta esto para lo que haze a mi propósito. He querido entre los gentiles buscar estos pocos de exemplos para confundir y reprehender a los príncipes christianos, en que vean quánto zelo tenían al servicio de sus dioses falsos aquéllos y quán tibios y descuydados en el servicio del nuestro Dios verdadero somos nosotros. Vergüença es de dezir cómo los antiguos romanos a los dioses de burla servían de veras, y los más de los christianos al Dios de veras sirven de burla; porque los hijos deste siglo no quieren sobre sí trabajo sino solamente por los deleytes del cuerpo. Muchos se maravillan qué sea la causa que Dios hazía tanto por ellos, ellos no haziendo nada por Dios, y a esto se puede dezir que si ellos a un Dios verdadero conocieran, todo lo que a muchos dioses sacrificavan, a un Dios sacrificaran, y, como nuestro Dios es justo, remunerávales en estas prosperidades temporales no porque acertavan, sino porque desseavan acertar; porque en nuestra sancta ley no mira Dios quáles somos, sino quáles desseamos ser.

Los príncipes christianos maravíllanse qué es la causa que ellos no son assí de Dios socorridos y prosperados como lo fueron los gentiles, y a esto se puede dezir que o ellos son buenos o malos. Si son buenos, por cierto gran injuria les faría Dios en pagarles sus fieles servicios en estos bienes mundanos, porque más valen diez mil de juro perpetuo en la gloria que cien mil de juro de por vida en esta triste vida; pero si los tales príncipes y grandes señores son malos en sus personas, no solícitos en governar sus tierras, no favorecedores de pupilos y biudas, no muy temerosos de Dios y de sus iglesias, y, sobre todo, que jamás se acuerdan de hazer a Dios un servicio sino quando se veen metidos en algún peligroso trabajo, en tal caso ni quiere Dios oýrlos, ni menos favorecerlos; porque sin comparación es más acepto el servicio que se haze por voluntad, que no el que se ofrece por necessidad. [152]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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