La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro I

Capítulo XLII
De una carta que embió Marco Aurelio Emperador a un sobrino suyo, en la qual le cuenta cómo desde niño le huvo criado y puesto al estudio, y que después ha salido muy vicioso. Y, como este moço presumiesse de muy dispuesto, pruévale por muchas y altas razones que preciarse los hombres de hermosos es señal de ser livianos. Finalmente habla de la miseria humana, diziendo que es ajeno de toda razón nos dé a la rodilla la vida y nos arrastre la locura.


Cuenta Sexto Cheronense, libro ii De vita Aurelii, que el buen Marco Aurelio Emperador tuvo una hermana por nombre Annia Milena, la qual parió un hijo que se llamó Epésipo, y fue este moço no sólo sobrino mas aun discípulo de Marco; y, después que fue criado Emperador, embió al sobrino a Grecia para que estudiasse la lengua griega, por destetarle de los vicios de Roma. Era este mancebo Epésipo de muy claro juyzio, dispuesto en el cuerpo y en estremo muy hermoso en el rostro; y, como en su juventud se preciasse más de hermoso mancebo que no de eloqüente philósopho, el tío como lo supo en Roma escrivióle una carta a Grecia en esta forma.

Comiença la carta

Marco, Emperador romano, cónsul primero, tribuno del pueblo, Pontífice magno; a ti, Epésipo, mi sobrino y discípulo, salud y disciplina te dessea. En las tres calendas de deziembre vino Annio Vero, tu primo, y toda la parentela se [299] holgó con su venida, y más en dezirnos nuevas de Grecia; porque a la verdad quando el coraçón tiene absencia de lo que mucho ama, hora ni momento está sin sospecha. Después que Annio Vero, tu primo, en general habló a todos y a todos dio nuevas de sus amigos y hijos, él y yo nos retraýmos, y diome una carta tuya, la qual es muy contraria a todo lo que de allá me escriven de Grecia; porque tú escrívesme te embíe dineros para continuar el estudio, y de allá me escriven que cada día eres más moço y te metes más en el mundo. Eres mi carne, eres mi sangre, eres mi sobrino; fuiste mi discípulo y fueras mi hijo si fueras bueno; pero nunca los dioses lo manden que tú seas mi sobrino ni yo te llame mi hijo durante el tiempo que tú fueres moço liviano; porque con el hombre vicioso ningún bueno puede ni deve tener parentesco. No puedo negar sino que te amava de coraçón, y assí de tu perdición me pesa de coraçón; y, quando leý las cartas de tus desatinos, hágote saber que se me saltaron las lágrimas de los ojos; pero quiero tener paciencia, porque los hombres sabios y cuerdos aunque les pena oýr semejantes cosas, plázeles por remediar sus pérdidas.

Bien sé que no te acordarás, pero también sé que lo avrás sabido que Annia Milena, tu madre y hermana que fue mía, quando murió la desdichada murió muy moça, por manera que no avía sino deziocho años, y tú no tenías edad de quatro oras; ca tú naciste a la mañana y ella murió al medio día, de manera que quando el hijo començó la vida, la madre gustó la muerte. Séte dezir que perdiste una madre y yo perdí en ella una hermana que dudo oviesse otra mejor en Roma, ca era sabia, cuerda, prudente, honesta y hermosa; y por nuestros tristes hados prudencia, honestidad y hermosura no de ligero se halla en una muger romana. Allende que tu madre era mi hermana, en averla yo criado y casado, era de mí muy querida, y quando ella murió aquí en Roma, a la sazón leýa yo en Rodas retórica; porque era tan estrema mi pobreza, que por ninguna manera otra cosa yo no tenía sino lo que a leer retórica ganava.

Quando me llegó la triste nueva en cómo Annia Milena, mi hermana, era muerta, absentándose de mí toda la consolación humana, apoderósse en mí tanto la tristeza que me [300] temblavan los mienbros, se me descoyuntavan los huessos, lloravan sin descansar los ojos, apressurávanse los solloços, a cada passo le tomavan al coraçón mil desmayos, de lo íntimo de las entrañas dava los sospiros; finalmente, esecutando en mí su privilegio tristeza, la alegre compañía me dava pena y con la muy sola soledad descansava. No puedo dezirte por palabra quán de coraçón sentí la muerte de mi hermana Milena, ca durmiendo la soñava, despierto se me representava, acordávame de quando era viva, lastimávame en acordarme que era muerta, descontentávame tanto la vida que holgara meterme en su sepultura; porque a la verdad aquél siente de veras la muerte agena que siempre tiene en tristeza a su vida propria.

Acordándome, pues, de lo mucho que mi hermana me quiso en la vida y en qué se lo pagaría yo después de su muerte, ymaginé que en ninguna cosa le podía yo ser tan grato, como en criarte a ti, que eras su hijo y quedavas tan niño; porque éste es el supremo trabajo entre todos los trabajos: quando muere una muger y dexa por criar a sus hijos. Muerta mi hermana, lo primero que hize fue venir a Roma y embiarte a ti a criar a Capua, y allí te dieron a mamar dos años a costa de mis ojos, que como sabes lo que ganava en Rodas a leer rhetórica apenas abastava para la porción quotidiana, sino que de noche leýa extraordinario algunas horas y de aquello pagava la leche que mamavas, de manera que tu criança fue a costa de mi vida. Después ya que te destetaron, embiéte a Bietro a un amigo mío y pariente mío que se llamava Lucio Valerio, con el qual estuviste hasta cumplir los cinco años, dando yo para ti y para él los bastimentos, ca era en estremo muy pobre y era en estremo muy plático, en tanta manera que a todos era enojoso y a mí era pesado; porque a la verdad tan de buena voluntad se han de dar dineros a un hombre muy parlero porque calle como a un sabio porque hable. Cumplidos los cinco años, embiéte a Toringo, ciudad de Campania, a un maestro que estava allí de enseñar niños, que avía nombre Emilio Torquato, el qual porque te enseñasse a leer y escrevir tres años, me dio un hijo suyo porque le leyesse yo griego quatro, de manera que no podía en ti aver [301] provecho sin que a mí no se me recreciesse trabajo. Ya después que avías ocho años y sabías bien leer y escrevir, embiéte a la famosa ciudad de Taranto a estudiar y allí te sostuve quatro años, pagando a tus maestros hartos dineros; porque oy por nuestros tristes hados no ay hombre que quiera enseñar a otro si no es a peso de dinero.

No sin lágrimas lo digo, que en los tiempos cincinos, que fueron desde Quinto Cincinato fasta Cina y Catulo, jamás en Roma los maestros de philosophía llevaron dinero por leerla, sino que todos los maestros eran por el Sacro Senado pagados, y ninguno dexava de estudiar por falta de dineros; porque en aquellos tiempos a todos los que querían darse a la virtud y deprender sciencia, a todos los sustentavan del dinero de la república. Nuestros antiguos padres, como eran tan concertados, en todas las cosas tenían orden, ca no sólo repartían por orden los oficios, mas aun pagavan por orden los dineros. De manera que pagavan del erario público lo primero a los sacerdotes de los templos, lo segundo a los maestros de los estudios, lo tercero a las pobres biudas y huérfanos, lo quarto a los cavalleros estrangeros que por su voluntad se avían hecho ciudadanos romanos, lo quinto a todos los veteranos que avían xxvi años continuos servido en la guerra; porque a los tales después que se retraýan a su casa muy honradamente los sustentava en sus casas la república.

Passados los xii años, fui yo mismo a Taranto y tráxete a Roma, y allí te leý retórica, lógica y philosophía, y aun mathemáticas y astrología, teniéndote en mi casa, en mi compañía, en mi mesa, en mi cama y, sobre todo, te tenía en mi coraçón y ánima, lo qual has de tener en más que no darte mi casa y hazienda; porque sólo aquél es verdadero beneficio que sin respecto ni interesse es hecho. Túvete comigo desta manera en Laurento, en Rodas, en Partínuples y en Capua, hasta que los dioses me hizieron emperador de Roma, y entonces acordé de embiarte como te embié a Grecia para que deprendiesses la lengua griega, y aun porque de hecho te acostumbrasses a obrar lo que quiere la verdadera philosophía; porque los verdaderos y virtuosos philósophos han de confirmar con las obras lo que pregonan con las palabras. No ay igual infamia [302] en uno que presume de sabio y quiere que le tengan por virtuoso que hablar mucho y obrar poco; porque el hombre de dulce lengua y de mala vida, éste es el que encona y echa a perder la república. Quando te embié a Grecia y te saqué de Roma, no fue por echarte de mi compañía, de manera que aviendo gustado de mi pobreza no gozasses de mis prosperidades; sino que, considerando que eras moço, eras dispuesto, eras libre, tuve miedo que te perdiesses en palacio, mayormente que presumieras de privado, acordándote que eras mi sobrino; porque a la verdad los príncipes que huelgan que sean sus queridos y privados los moços, dan ocasión a que los tengan a ellos no por muy cuerdos y a los moços juzguen por muy livianos.

Hete contado lo que en ti y por ti hize en Italia. Quiérote agora hazer saber cómo es notorio todo lo que has hecho y hazes en Grecia, conviene a saber: que, preciándote de moço dispuesto, has dexado el estudio; y menospreciando mis consejos buenos, haste acompañado con moços livianos; y que los dineros que te embío para libros, tú los gastas en vicios y juegos, lo qual todo si es en daño tuyo, no menos es en afrenta mía; porque general cosa es quando un moço sale loco echar la culpa a aquél con quien fue criado. No me pesa porque te di a criar, ni me pesa porque te hize enseñar a leer, ni me pesa porque te hize estudiar, ni me pesa porque te tuve en mi casa, ni porque te tuve en mi mesa, ni te tuve a mi cama, ni aun me pesa porque gasté contigo tanta hazienda; pero pésame de coraçón verdadero que me has dado ocasión a que no te haga ningún beneficio; porque ninguna cosa da tanta pena a los coraçones de los príncipes generosos como no hallar personas ábiles para hazerles beneficios. Hanme dicho que eres dispuesto en el cuerpo y hermoso en el rostro; y que tú presumes dello; y que por gozar de tu gentileza has dexado la philosophía. Mucho me pesa dello; porque al fin al fin la hermosura corporal tarde o temprano perece en la sepultura, pero la virtud y la sciencia fazen al hombre de eterna memoria.

Nunca los dioses lo manden, ni las academias de Italia y Grecia lo permitan, tener lleno de philosophía el ánimo estando el rostro gordo y el cuerpo polido; porque el verdadero [303] filósopho entre lo más olvidado tiene las cosas del cuerpo. El verdadero philósopho, para que sea y parezca philósopho, ha de tener los ojos turbados, las pestañas quemadas, la cabeça pelada, las mexillas hundidas, el rostro amarillo, el cuerpo flaco, la carne seca, los pies descalços, la vestidura pobre, el comer poco y el velar mucho; finalmente deve vivir como lacedemonio y hablar como greciano. Las insignias del famoso capitán son heridas y las señales del estudioso philósopho son asperezas; porque tanto se ha de afrentar el sabio en que le llamen gruesso y dispuesto como a un capitán que le llamen covarde y perezoso. Bien me plaze, aunque el philósopho estudie las antiguas antigüedades de sus passados, escriva cosas profundas para los siglos advenideros, enseñen doctrinas salubérrimas a los que agora son bivos, inquiran con diligencia los movimientos de los astros, consideren de dónde se causan las alteraciones en los elementos; pero yo te juro, Epésipo, que jamás estas cosas alcançó ningún sabio de Roma ni de Grecia sino buscando el reposo del espíritu y acoceando los regalos del cuerpo. Yo tengo deudo con los animales por parte del cuerpo y tengo parentesco con los dioses por parte del espíritu; si condescendo a las bestialidades de la carne, torno a mí menos que a mí; y si me inclino y sigo las cosas del espíritu, subo a mí encima de mí; porque a la verdad la sensualidad házenos inferiores de las bestias y la razón házenos superiores que los hombres. Naturalmente la malicia y presunción humana dessea más subir que descendir, y dessea antes valer que desmedrar, dessea antes mandar que no querer ser mandada. Pues si esto es verdad como es verdad, ¿por qué nos abatimos a ser menos que bestias por los vicios, pudiendo encumbrarnos y fazernos más que hombres por las virtudes?

Entre todas las elaciones que de sí pueden tener los hombres, no ay cosa más tierna para se quebrar ni ay cosa más dañada para se corromper como es la buena y elegante disposición de que nos queremos ensobervescer; porque a mi parescer no es otra cosa preciarnos de ser dispuestos y hermosos sino preciarnos que soñamos ser muy ricos y poderosos, y en despertando nos hallamos pobres y abatidos. Parece esto ser verdad por lo que quiero dezir. Qué cosa es ver a un mancebo en su [304] primera edad, la cabeça pequeña, los cabellos ruvios, la frente ancha, los ojos negros, las mexillas blancas, la nariz aguileña, los labrios colorados, la barba hendida, el rostro alegre, la garganta sacada, el cuerpo de buena cintura, los braços medianos y los dedos largos; finalmente es tan asseado y tan proporcionado en sus miembros, que se cevan los ojos en mirarle y se emplean los coraçones en amarle. Si este mancebo assí hermoso y dispuesto permaneciesse con la fermosura algún largo tiempo, bien sería dessearla, bien sería procurarla, bien sería guardarla, bien sería alabarla, bien sería conservarla; porque al fin al fin si amamos la hermosura en los animales y en los edificios, con más razón la hemos de dessear en nosotros mismos. Pero ¿qué diremos?, que quando no catamos a esta florezita que ayer en el árbol estava sana, entera y hermosa, y sin sospecha de su pérdida, la elada de una calentura la quema, el viento importuno de una tribulación la tuerce, el cuchillo del enemigo la corta, las abispas de los inopinados casos la desçuman, el agua de las tribulaciones la deshaze, y el calor de las persecuciones la consume; finalmente el gusano de la breve vida la roe y para marchita y después el pedrisco de la muerte la derrueca por tierra.

¡O vida humana, que siempre estás en desdichas!, a los hados llamo crueles y a ti llamo desdichada, pues, ellos lo queriendo y tú dello no reclamando, los plazeres te dan entre sueños y los pesares te dan estando velando; el trabajo te dan en las manos que le gustes y al descanso sólo permiten que le oyas; la adversidad quieren que la prueves, mas a la prosperidad no sino que la veas; finalmente dante por onças la vida y la muerte sin medida. Dizen los malos y viciosos que es gran plazer vivir en plazeres y regalos; pues yo les juro que jamás ninguno de los mortales tuvo tanta consolación y compañía con los vicios, que no quedasse con mayor pena y soledad quando se viesse despedido dellos; porque en el coraçón do mucho tiempo el vicio tuvo su assiento siempre dexa allí un no sé qué ressabio por do quando buelve es recebido.

Querría yo que todos abriessen los ojos y viessen cómo viven engañados, ca todos los regozijos que regozijan el cuerpo hazénnos encreyente que vienen de assiento, y por otra parte [305] pássanse de largo por otro camino, y por contrario las enfermedades y tristezas que cauterizan el espíritu, dizen que vienen por huéspedes y alçánsenos por moradores. Maravillado me tienes, Epésipo, porque no sospechas que será de tu hermosura en el tiempo advenidero lo que tú vees agora en la sepultura que es de los del tiempo passado. Quando los árboles están en las huertas, por la variedad de las frutas se conocen sus diferencias, conviene a saber: la enzina en las bellotas, la palma en los dátiles, el plátano en las hojas, las viñas en los razimos, pero después que se seca la raýz, se corta el tronco, se coge la fruta, se cae la hoja, y los echan en el fuego y se tornan ceniza, pregunto agora yo: en essa ceniza, ¿conocerá alguno de un árbol a otro en qué fue la diferencia? Por esta comparación quiero dezir que entretanto que la vida desta muerte y la muerte desta vida viene, todos somos como árboles en la huerta, los quales unos se conocen en las raýzes de sus passados, otros en las hojas de sus palabras, otros en las ramas de sus favores, otros en las frutas de sus riquezas, otros en la corteza de ser feos, otros en las flores de ser hermosos, otros en ser baxos como enanos, otros en ser altos como gigantes, otros en ser secos como viejos, otros en ser verdes como moços, otros en ser fructíferos como ricos, otros en ser estériles como pobres. Finalmente en una cosa sola todos nos parecemos, en que todos sin quedar ninguno a la sepultura caminamos.

Pregunto agora yo: quando la muerte barajare a todos éstos en lo último de la vida, ¿qué diferencia avrá entre hermosos y feos en la estrecha sepultura? Por cierto, no avrá una ni ninguna diferencia, y si parece que avrá alguna es de parte de los sepulcros que inventaron los hombres vanos, y no me arrepiento llamarlos vanos; porque no ay igual liviandad en que no contentos los hombres ser vanos en la vida quieren sustentar su vanidad con solemne sepultura. A mi parecer, porque el cedro sea alto y hermoso no por esso su carbón es más blanco, y porque la enzina sea más baxa y fea no por esso su ceniza es más negra. Quiero dezir que muchas vezes permiten los dioses que sean más honrados los huessos de un pobre philósopho que vivió en asperezas que no los huessos [306] de los príncipes que vivieron en muchos regalos. No quiero más amenazarte con la muerte, que, según agora tú estás metido en los vicios desta vida, no querrías que aun te la mentassen por palabra; pero quiero dezirte una cosa aunque recibas pena de oýrla, y es que te criaron los dioses para morir, que te engendraron los hombres para morir, que naciste de las mugeres para morir, que vives en este mundo para morir; finalmente digo que con tal condición nacen oy unos con que mañana se morirán y darán su lugar a otros. Quando los árboles grandes y fructíferos brotan fijos por las raýzes, señal es que se llega el tiempo de cortarles las ramas secas. Quiero dezir que no es otra cosa nacer los niños en casa sino emplazar a los padres y abuelos para la sepultura.

Si me preguntan qué cosa es muerte, yo diría que es un atolladero do atollan todos los desta mísera vida; porque a la verdad el que pensó passar más seguro, para siempre quedó allí entrampado. Siempre lo leý de los passados, y muchas vezes lo vi en los presentes, y pienso que lo mismo será en los siglos futuros; que, quando a uno es más dulce la vida, entra de súbito por sus puertas la muerte; y por contrario, quando uno tiene más aborrecida la muerte, sin dezir nada se le despide la vida. ¡O!, dioses immortales, ni sé si os llame crueles, ni sé si os llame piadosos; porque nos days carne, nos days huessos, nos days honra, nos days hazienda, nos days amigos, nos days plazeres, finalmente days a los hombres que sobre todas las cosas sean poderosos, si no es la tassa de la vida, que guardastes para vosotros mismos. Pues no puedo lo que quiero, de necessidad tengo de querer lo que puedo; pero si en mi querer se dexara, yo quisiera más un día seguro de vida que no toda la riqueza de Roma; porque ¿qué aprovecha trabajar de aumentar la honra y la hazienda desminuyéndose cada día un día menos de vida?

Tornando, pues, a lo primero, conviene a saber: que te precias de dispuesto y hermoso, querría yo saber de ti y de los otros que soys moços y hermosos si os acordáys que avéys de ser viejos podridos; ca, si avéys de vivir poco, no es razón que tengáys la hermosura en mucho; porque muy ageno de toda razón es que nos dé a la rodilla la vida y nos arrastre la [307] locura. Si los moços pensáys llegar a viejos, devéys acordaros y jamás en esto descuydaros, que el cuchillo que sirve mucho, quando no cata se le acaba el azero. Por cierto, el hombre moço no es más que un cuchillo nuevo, el qual por discurso de tiempo un día se mella en los sentidos, otro día se despunta en el juyzio; oy pierde el azero de las fuerças, mañana le toma el orín de las enfermedades; agora se tuerce con adversidades, agora se embota con prosperidades; quando de muy agudo salta por rico, quando de muy gastado no corta por pobre; finalmente muchas vezes acontesce que quanto más con regalos el filo se haze delgado, tanto más se pone la vida en peligro. Quán cierta cosa es que son necessarios pies y manos para subir a las vanidades de la mocedad, y después de un puntapié rodando descendemos en las miserias de la vejez; porque a nuestro parescer ayer conocimos a uno que era moço y hermoso, y quando no catamos, en haziendo assí, le vemos viejo podrido. Quando yo me paro a pensar y mirar a muchos hombres amigos y no amigos, a los quales no ha muchos años que yo los conoscí muy verdes y muy hermosos, y agora los veo viejos y secos y enfermos y feos, pienso que lo soñé entonces, o que no son ellos agora. Qué cosa es tan espantable y si acaeciesse en uno como acaesce en muchos, casi sería increýble, ver a un hombre mísero y esto en espacio de poco tiempo que se le muda la proporción del rostro, se le pierde el lustre de la cara, la barba ruvia se torna blanca, la cabeça negra se torna calva, en las mexillas hazen surcos las rugas, las nuves ciegan los ojos como cortinas, a los dientes como marfil blancos negrece la tova, a los pies ligeros echa grillos la gota, en los braços rezios pone pasmo la perlesía, la garganta lisa con rugas está plegada y el cuerpo muy derecho en sí mismo está embevido. Sobre todo lo dicho digo esto a ti, Epésipo, que presumes de hermoso, que aquél que por su gentileza era espejo de todos quando moço, tal se vee después de viejo que dubda si es él o otro.

Haz lo que quisieres, y préciate de tu hermosura quanto mandares, que al fin al fin no es otra cosa la hermosura en los moços sino un velo para los ojos, unas piuelas para los [308] pies, unas esposas para las manos, una liga para las alas, un sayón del reposo, un ladrón del tiempo, una ocasión de peligros, un terrero de embidia, una sima de luxuria, y finalmente es un mullidor de ruydos y un verdugo de hombres zelosos. Pues has dexado el estudio, ya yo no tengo obligación de embiarte dineros, mayormente gastándolos como los gastas en cosas de moço. Esto no obstante, con Aulo Vegeno te embío dos mil sextercios para tus vestidos, y de verdad que serás muy ingrato si no me reconoces tan buen beneficio; porque más se ha de agradecer lo que se faze por voluntad que no lo que se haze por necessidad.

De acá no ay qué hazerte saber, sino que Annia Salaria tu hermana es casada, y ella dize que está contenta. Plega a los dioses que assí sea, porque en los casamientos los hombres pueden ayudar con dinero, pero los dioses son los que han de dar el contentamiento. Si quieres saber de Toringa, tu prima, sabe que embarcó con la flota que yva a España, y a la verdad nunca pensé yo menos della desque estuvo tres días ascondida vía Salaria; porque la moça que temprana haze la vendimia, señal es que ha de parar con gente de guerra. De Annio Rufo, tu amigo y compañero, fágote saber que es ydo a la isla de Ponto, y va con poder y autoridad del Senado para entender en el govierno; y, aunque es moço, junto con ello es sabio, y por esso pienso que dará buena cuenta de lo a él cometido; porque de dos estremos que son, viejos que declinan, moços que saben, yo más me aternía a la prudencia de los moços que no a las canas de los viejos.

Mi Faustina te saluda, y sey cierto que en tus negocios a lo menos comigo te es muy propicia, y cada día me importuna que no tenga contigo yra, diziendo que los hombres cuerdos no han de hazer cuenta de las liviandades de los moços, y que no ay viejo sabio sino aquél que en todo fue moço. No te digo en este caso más, sino que siendo tú bueno, al fin no te podré negar que no seas mi sobrino, y mi antiguo criado y discípulo, para que, si en ti viere la emienda, de mí se alce la yra; porque a la verdad entre los coraçones que se aman no ay cosa que desraygue del coraçón la voluntad mala si no es la emienda de la aviessa y mala vida. [309]

Por importunidad de mi Faustina te he escrito esta palabra, y no digo más, sino que de su parte y de la mía nos encomiendes a toda la Academia. Los dioses sean en tu guarda, y a ellos plega de dar emienda en tu vida. Marco, Emperador romano, a ti, Annio Epésipo, te escrive de su propria mano. [310]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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