La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XXIII
De muchas hechizerías y supersticiones que usavan los antiguos en el dar a mamar a sus hijos, de las quales se deven guardar los buenos christianos.


Aunque no cuente muchos, contaré al propósito algunos muy antiguos y muy estremados exemplos. Strabo, en el su libro De situ orbis, dize que, después de los assirios, los primeros que reynaron en el mundo y hizieron señorío fueron los siciomios, los quales después de muchos tiempos los llamaron archades, do uvo los grandes y muy famosos luchadores y esgrimidores. Y de aquí eran los mil gladiatores que para sus juegos tenían los romanos; porque, según dize Trogo Pompeyo, los romanos hallaron por experiencia que no avía mejor gente para cosas de veras que la de España y para cosas de burlas que la de Arcadia. Estos siciomios, como fueron tan antiguos, tuvieron muchas fatuidades en sus ritos, y entre las otras fue que adoravan por dios a la luna, y todo el tiempo que parecía la luna en el cielo entonces davan a mamar al niño, imaginando que, si dava en los pechos a la madre la luna, que faría muy gran provecho la leche a la criatura. Es auctor desto Cina Catulo, libro De educandis pueris. Según dize el mismo historiador, los egypcios fueron grandes enemigos de los siciomios; y fue en tanta manera, que todo lo que los unos eligieron, los otros lo contrario de aquello tomaron. Paresce esto ser verdad en que los siciomios fueron amigos de olivos, de bellotas, de vestirse de lino, de adorar a la luna y tenerla por dios. Por contrario, los egipcios no criavan entre sí olivos, no consentían enzinares, no se vestían de lino y adoravan al sol por dios; y, sobre todo, como los [485] siciomios davan a mamar a sus hijos delante la luna, assí los egypcios delante el sol.

Entre las otras innocencias que tenían los caldeos fue que adoravan al fuego por dios; y fue en tanta manera que, ninguno que no era casado podía en su casa encender fuego; porque dezían ellos que la guarda de los dioses no se avía de fiar sino de hombres ya ancianos. En los casamientos tenían esta orden, en que el día que se casava un egypcio los sacerdotes venían a su casa a encender fuego nuevo, el qual jamás se avía de acabar hasta que el hombre uviesse de morir. E si acaso durante la vida del marido y muger, el fuego que les dieron el día de la boda hallavan muerto, el casamiento de entrambos era deshecho, aunque uviessen xl años estado en uno. Desta costumbre que tenían los caldeos salió aquel proverbio antiguo, de muchos leýdo y de pocos entendido, que dize: «No me hagáys tanto que eche agua en el fuego.» Usavan destas palabras los caldeos quando querían desfazer los casamientos; porque si la muger estava descontenta de su marido, en echar un poco de agua en el fuego libremente podía casarse con otro marido; y si el marido, por semejante, matava el fuego, a la ora podía contraer con otra muger matrimonio. Yo no he sido casado, pero dende agora adevino que ay muchos christianos que querrían en este caso tener la libertad de los caldeos, y soy cierto que avría hartos hombres que echarían agua en el fuego por escapar de sus mugeres, y aun también juro que avría hartas mugeres que no sólo matarían el fuego, mas enterrarían el rescoldo por ahorrar cada una de su marido, en especial si es zeloso y mezquino. Tornando, pues, a nuestro propósito, los caldeos todas las cosas notables hazían a la lumbre como que las hazían delante de su dios. Ca comían al fuego, dormían al fuego, negociavan y hazían todos los contratos al fuego, y las madres jamás davan a mamar a sus criaturas sino al fuego; porque imaginavan ellos que entonces aprovechava la leche a la criatura quando delante el fuego que era su dios la mamava. Es autor de lo sobredicho Cina Catulo.

Los mauritanos, que en nuestros tiempos se llaman el reyno de los Marruecos, fueron en otro tiempo gente muy bellicosa, [486] con quien el pueblo romano siempre tuvo muy gran conquista. Y quanto los hombres eran diestros en la guerra, tanto sus mugeres eran hechizeras y dadas a la idolatría; porque el marido que de su muger haze gran ausencia no se maraville si la tomare en alguna falta. Dize Cicerón, libro De natura deorum, y muy más largo lo cuenta Bocacio, que quantos hombres y mugeres avía en aquel reyno cada uno tenía para sí un dios solo, de manera quel dios del uno no era dios del otro, y esto se entendía en los días de entresemana, que para los días festivos otros dioses tenían diputados, los quales adoravan ellos estando todos juntos. La manera que tenían en elegir dioses era ésta. Quando estava una muger preñada, ývase al sacerdote del ýdolo y dezíale que ella estava preñada, que le diesse un dios para su hijo de que lo uviesse parido; y el sacerdote dávale un ýdolo de piedra, o de plata, o de oro, o de palo, y echávasele la madre como nómina al pescueço; y todas las vezes que mamava el niño la teta, la madre le ponía el ýdolo sobre la cara; porque de otra manera no diera al niño a mamar una gota si primero no fuera a su dios la leche y la teta consagrada. Poco es lo que he dicho respecto de lo que quiero dezir, y es que, si acaso el niño moría antes de tiempo, o acaso moría algún mancebo por algún desastrado caso, o por ventura se moría algún hombre antes que fuesse viejo; juntávanse los padres y parientes del muerto, y tomavan aquel ýdolo, y apedreávanle, o ahorcávanle, o arrastrávanle, o quemávanle, o empozávanle, diziendo que, pues los dioses matavan a los hombres a sin justicia, que es muy justo los hombres maten a los dioses por justicia.

Cuenta el mismo Bocacio, libro ii De natura deorum, que los allobros (que agora por otro nombre se llaman la tierra del Delfinazgo), tenían en costumbre que a los que avían de ser sacerdotes de los dioses, desde el vientre de su madre eran elegidos. Y assí era que, en nasciendo la criatura, antes que tomasse la teta le llevava el sacerdote a su casa; porque tenían ellos en sus ritos que el hombre que uviesse gustado las cosas del mundo no merescía ni devía servir a los dioses en el templo. Una de las leyes que tenían los sobredichos sacerdotes era que no sólo no podían con violencia derramar [487] sangre humana, pero aun ni verla ni tocarla, por manera que luego que el sacerdote acaso sangre humana tocava, luego el sacerdocio perdía. Vino tanto apurarse el rigor desta ley, que los sacerdotes de los allobros no sólo no derramavan, ni bevían, ni tocavan sangre humana quando eran ya hombres, pero aun ni les dexavan mamar leche de sus madres siendo niños; y la razón desto era que dezían ellos que no es otra cosa mamar leche sino bever sangre; porque la leche blanca no es sino sangre cozida, y la sangre colorada no es sino leche cruda. Dize Pulión, libro ii De educandis pueris, que los antiguos tenían un género de caña que, partiéndola por medio, salía della leche muy blanca, y que con ésta criava cada muger a su criatura. Sea lo que fuere, que esta ley de quitar leche a los niños que criavan para sacerdotes de los templos más me paresce de supersticiosos hechizeros que no de sacerdotes religiosos; porque no ay ley divina ni humana que quiera ni mande prohibir aquello sin lo qual la vida humana no puede passar.

Éstas eran las costumbres y ritos que tenían los antiguos acerca de criar y dar a mamar a sus hijos, y a la verdad yo no me maravillo de lo que hazían, ca los gentiles por tan dios tenían ellos a un maldito ýdolo como tenemos nosotros al summo Dios verdadero. Todas estas antigüedades de la gentilidad he querido contar para que las princesas y grandes señoras huelguen de las leer y saber, pero no para que por ninguna manera las ayan de imitar; porque según la fe de nuestra religión christiana, quan ciertos somos de la ofensa que hazían a Dios en hazer tales supersticiones, tan ciertos somos del servicio que hazemos nosotros en dexarlas. Quánto tiempo devan dar a mamar las madres a sus hijos, y en quánto tiempo puntualmente sea bueno destetarlos, ni por lo que he leýdo ni por lo que he preguntado en este caso estoy satisfecho, mas de quanto Aristótiles en el libro sobredicho determinó que el niño deve mamar a lo más dos años, y a lo menos año y medio; porque si mama menos está en peligro de ser enfermo y si mama más oblígase a ser regalado.

No dexaré de contar lo que cuenta Sexto Cheronense en el iiii libro de su República (y haze mención dello Bocacio, [488] libro iii De natura deorum), y es esto. En tiempo que el Magno Alexandro passó en la Yndia, entre otros famosos philósophos passó con él uno por nombre Aretho; y acaso estando en Nissa, ciudad muy antigua de la Yndia, andándole un yndio a mostrar todas las cosas de la ciudad como a estrangero, el buen philósopho mirávalas como philósopho cuerdo y sabio; porque el hombre simple mira solamente los efectos como acontecen, pero el hombre sabio inquire y pregunta las cosas cómo y de dónde proceden. Entre las otras cosas mostráronle a este philósopho Aretho una gran casa que estava al cabo de la ciudad, y en ella estavan muchas mugeres, y cada muger tenía una cámara, y en cada cámara avía dos camas, y cabe la una cama estavan unas yervas a manera de hortigas, y cabe la otra cama estavan unas ramas de otro árbol a manera de romero, y en medio de la casa estavan muchas sepulturas de niños.

Preguntó Aretho, el philósopho, que para qué era aquella casa tan grande, y respondióle aquel yndio: «Esta casa es para criar los niños huérfanos quando son por muerte o por otra causa desamparados; porque es costumbre en esta tierra que, quando al moço se le muere el padre, luego la ciudad le toma por fijo; y, dende en adelante, hase de llamar hijo de la ciudad que le crió, y no hijo del padre que le engendró.»

Preguntó Aretho, el filósofo, lo segundo que por qué en aquella casa avía tantas mugeres sin estar entre ellas un solo hombre. Respondióle aquel yndio: «En esta tierra es costumbre que las mugeres estén apartadas de los maridos todo el tiempo que se ocupan en criar a los niños; porque no es voluntad de nuestros dioses que la muger después que está preñada con su marido tenga más compañía, y esto no sólo hasta que sea parida, mas aun hasta que la criatura esté destetada.»

Preguntó lo tercero el philósopho Aretho: «¿Por qué, siendo la casa no más de una está cada muger por sí apartada?» Respondió aquel yndio: «Ya sabes tú, pues eres philósopho, que naturalmente en la muger reyna tanta malicia humana, que siempre tiene embidia de la felicidad agena; y, si estuviessen todas juntas, avrían entre sí unas con otras tantos enojos, que corromperían la leche que avían de mamar los niños.» [489]

Preguntó lo quarto el philósopho Aretho: «¿Para qué en cada cámara ay una cama grande y otra cama pequeña, pues no ay más de una muger y una criatura?» Respondióle aquel yndio: «En esta Yndia no se consiente que las criaturas pequeñas duerman en una cama con sus amas; porque muchas vezes las mugeres, como tienen el sueño pesado, descuýdanse y ahogan al niño que tienen en la cama consigo.»

Preguntó lo quinto: «¿Para qué están cabe las camas las hortigas, como sea una yerva insípida para comer y lastimosa para tocar?» Respondióle aquel yndio: «Hágote saber que en esta Yndia contra toda naturaleza ningún niño llora al tiempo que se cría, y a esta causa tienen cabe las camas las hortigas: para hazer llorar a las criaturas; porque nos dizen nuestros philósophos que, si llora un niño dos horas cada día, aprovéchale no sólo para la salud de la persona, mas aun para alargar más la vida.»

Preguntóle lo sexto el philósopho Aretho por qué cabe las camas tenían aquellas ramas que parescían romero. Y respondióle el yndio: «Hágote saber que en esta India es ya plaga muy antigua que no nos podemos defender de mugeres hechizeras y magas, las quales con sus hechizos y mirar de ojos matan a muchos niños, y dízennos que todo niño que con esta yerva fuere sahumado, con ojo de mala muger no puede ser empecido.» [490]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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