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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XVI
Do Marco Aurelio prosigue su carta, y llora y nunca acaba de exclamar por qué Roma tomó guerra con Asia, y de los grandes daños que se siguen en los pueblos de que sus príncipes toman guerras con reynos estraños.


¡O!, triste de ti, Roma, que no solía en ti aver esta malaventura, sino que quanto más te vas haziendo antigua, tanto te veo más desdichada; porque en las escripturas lo leemos, y aun con los ojos lo vemos, que quanto una ciudad o persona fue en los principios más fortunada, tanto en la vejez le es más contraria la fortuna. Por cierto en los tienpos antiguos y en aquellos siglos gloriosos (digo quando tú eras poblada de verdaderos romanos, y no como agora, que no tienes sino hijos espurios), tan disciplinadas eran las huestes que salían de ti, ¡o! Roma, como los philósophos y academias que estavan en Grecia. Si las escripturas griegas no me mienten, Philipo, el gran rey de Macedonia, por esso es tan nombrado en las hystorias, y su hijo, el Magno Alexandro, por esso fue tan venturoso en las guerras, porque tenían sus huestes tan corregidas, que más parescía Senado que regía que no campo que peleava. A lo que podemos colegir de Tito Livio y de los otros escriptores, desde el ditador Quinto Cincinato hasta el noble Marco Marcelo fueron los tiempos más prósperos que uvo en el Imperio Romano; porque de antes fatigáronla reyes, y después fue perseguida de tyranos. En aquellos tiempos tan felices, una de las mayores felicidades que tenía Roma era tener la disciplina militar muy corregida, y entonces Roma començó a descaer quando nuestros exércitos se començaron a dañar; porque si los de la guerra tienen [710] treguas con los vicios, no podrán los de la república tener paz con las virtudes.

¡O!, maldita seas Asia, y maldito el día que contigo tomamos conquista; porque el bien que se nos ha seguido de ti hasta agora no le emos visto, y el daño que de ti nos vino para siempre en Roma será llorado. ¡O!, Asia maldita, gastamos en ti nuestros thesoros y tú empleaste en nosotros tus vicios; a troque de hombres fuertes, embiástenos tus regalos; expugnamos tus ciudades y tú triumphaste de nuestras virtudes; allanamos tus fortalezas y tú destruyste nuestras costumbres; triumphamos de tus reynos y tú degollaste a nuestros amigos; hezímoste cruda guerra y tú conquistástenos la buena paz; de fuerça tú fueste nuestra y de grado nos somos tuyos; injustos señores somos de tus riquezas y justos vassallos de tus vicios; finalmente eres, ¡o! Asia, un triste sepulcro de Roma, y tú, Roma, eres fétida sentina de Asia.

Pues nuestros antiguos padres se contentavan con Roma sola, ¿por qué nosotros, sus hijos, no nos contentaremos con Roma y Italia, sino que fuemos a conquistar a Asia, do aventuramos nuestra honra y gastamos toda nuestra riqueza? Si aquellos antiguos romanos, (siendo como eran varones tan heroycos en el vivir, y tan estremados en el pelear, y tan cuerdos en el mandar, y tan moderados en el tener) se contentavan con aquel poco término, ¿por qué nosotros, no siendo tales como ellos, no nos contentaremos con un reyno rico y vicioso? No sé yo qué locura nos tomó de yr a conquistar a Asia y no contentarnos con Roma, ca no estava Italia tan pobre de riquezas, ni tan despoblada de ciudades, ni tan huérphana de gentes, ni tan sola de ganados, ni tan inculta de bastimentos, ni tan seca de buenas fructas, que de todas estas cosas no teníamos más que tuvieron nuestros padres, y aun que merecimos tener nosotros sus hijos. Para comigo diría yo que es falta de juyzio o sobra de sobervia querer nosotros exceder a nuestros passados en señorío no ygualando con ellos en mérito.

De todas cosas estoy contento yo de mis antepassados, excepto que fueron un poco sobervios y bulliciosos, y en esto bien les parescemos sus hijos, en que no sólo somos sobervios y bulliciosos, mas aun cobdiciosos y maliciosos; por manera [711] que en las cosas de virtud quedamos muy atrás, y en las obras no lícitas passámosles muy adelante. ¿Qué es de las grandes victorias que nuestros passados uvieron en Asia? ¿Qué es de la infinidad de oro que robaron en aquella tierra? ¿Qué es de la muchedumbre de captivos que captivaron en aquella guerra? ¿Qué es de la ferocidad de los animales que embiaron a Italia? ¿Qué son de las riquezas que cada uno truxo para su casa? ¿Qué son de los poderosos reyes que prendieron en aquella conquista? ¿Qué son de las fiestas y triumphos con que entraron triumphando en Roma? ¿Qué quieres que te diga, mi Cornelio, en este caso?, sino que todos los que inventaron la guerra son muertos, todos los que fueron a Asia son muertos, todos los que defendían aquella tierra son muertos, todos los que entraron triumphando en Roma son muertos; finalmente todas las riquezas y triumphos que nuestros padres truxeron de Asia, ellas y ellos al fin en breve tiempo uvieron fin, si no son los vicios y regalos de los quales no vemos fin.

¡O!, si supiessen los príncipes cuerdos qué cosa es inventar guerras en reynos estraños, qué trabajos buscan a sus personas, qué cuydados a sus pensamientos, qué alborotos a sus vassallos, qué fin a sus thesoros, qué pobreza a sus amigos, qué plazeres a sus enemigos, qué perdición para los buenos, qué libertad para los malos y qué dan que dezir a los estrangeros; finalmente siembran un universal daño en sus naturales reynos y dexan una mala ponçoña a sus erederos proprios. A ley de bueno te juro, que si como yo lo siento lo sintiessen, y como yo lo gusto lo gustassen, y aun como yo lo he experimentado lo experimentassen, no digo yo que con derramamiento de sangre tomaría reynos por fuerça, pero aun ofreciéndomelos con lágrimas no los tomaría de balde; porque (hablando la verdad) no es de príncipes cuerdos no más de por substentar lo ageno, poner en peligro lo suyo proprio.

Pregunto agora yo: ¿qué provecho saca Roma de la conquista de Asia? Pongo caso que sea osada de conquistarla, sea poderosa en expugnarla, sea importuna en combatirla y sea dichosa en tomarla; ¿por ventura será fortunada en sustentarla? En este caso digo y afirmo, y de lo que digo no me arrepiento, que [712] Asia es possible tomarla, pero es locura presumir de sustentarla. ¿No te parece suprema locura presumir de substentar a Asia, pues jamás nos viene nueva de una victoria que no sea víspera de otra batalla, y para substentar aquella guerra nos roban a toda Italia? En Asia se gastan nuestros dineros, en Asia perescen nuestros hijos, en Asia murieron nuestros padres, para Asia nos echan tributos, en Asia se consumen los buenos cavallos, a Asia llevan nuestros graneros, en Asia se crían todos los ladrones, de Asia nos vienen todos los bulliciosos, en Asia perecen todos los buenos, de Asia nos embían todos los vicios; finalmente en Asia se gastan todos nuestros thesoros y en Asia nos matan a todos los excellentes romanos. Pues si este es el servicio que Asia haze a Roma, ¿para qué quiere Roma continuar la guerra de Asia?

Otros príncipes primero que nosotros conquistaron a Asia, y tomaron a Asia, y posseyeron a Asia, pero al fin, como vieron que era tierra do ni temían a los dioses, ni conocían subjeción a príncipes, ni estavan atados a leyes ni fueros, acordaron de dexarlos; porque hallaron por experiencia que toda la gente de Asia ni con guerras les cansan los cuerpos, ni con beneficios les pueden ganar los coraçones. ¿No se atrevieron aquellos príncipes sustentar a Asia por tierra, y pensamos nosotros socorrerla por mar? ¿Desamparáronla ellos, siendo vezinos, y queremos nosotros sustentarla de lexos? A mi parescer, Asia es una tierra do todos los cuerdos emplearon su cordura, do todos los locos probaron su locura, do todos los sobervios mostraron su sobervia, do todos los príncipes entraron con potencia, do todos los tyranos emplearon su vida; pero al fin fin ni aprovechó a los unos el querer, ni a los otros el saber, ni muy menos el poder. Yo no sé quál es el hombre que esté bien con Asia, quiera bien a Asia, diga bien de Asia, ni favorezca las cosas de Asia, pues ella nos da ocasión a que tengamos que dezir cada día, tengamos que suspirar cada noche y tengamos que llorar cada hora. Si los hombres alcançassen el secreto de saber los hados en que criaron los dioses a Asia, no debatirían tanto en la conquista della; porque los dioses criáronla en tal signo para que fuesse un pasto común do todos pazcan, una plaça común do todos vendan, un hostal [713] común do todos posen, un tablero común do todos jueguen, una casa común do todos moren, una patria común do todos quepan, y de aquí viene que Asia es desseada de muchos y es enseñoreada de pocos; porque, siendo como es común patria, quiere cada uno hazerla su tierra propria.

Por ventura pensarás tú, mi Cornelio, que he dicho ya todos los males de Asia. Pues oye, que agora de nuevo quiero formar una querella, ca según los daños que se le han seguido de Asia a nuestra madre Roma, faltará tiempo para escrevir, mas no materia que dezir. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, conviene a saber: que jamás capitán romano mató a diez mil asianos con las armas que llevó de Roma, que no perdiesse más de cien mil romanos con los vicios que truxo a Roma, de manera que ellos murieron a manos de sus enemigos con honra y a nosotros nos prostraron los vicios con infamia. Pregunto agora yo: ¿quáles fueron los que inventaron comer en los ausonios públicos, cenar en los huertos secretos, vestirse las mugeres como hombres en el theatro, enmascararse las caras los sacerdotes de Jano, ungirse los hombres como mugeres en el baño, yr oliendo los senadores al Senado, vestir púrpura los príncipes contra el decreto antiguo, comer dos vezes al día como comía Dionisio el tyrano, tener muger y concubina como lo hazen los de Tyro, dezir tales blasfemias a los dioses quales jamás fueron oýdas en el Imperio? Estos diez vicios de Asia, Asia los embió presentados a Roma. En los tiempos que en aquellas partes de Oriente andava muy encendida la guerra, diez muy valerosos capitanes truxeron estos x vicios a Roma, y pérdonales aquí los nombres de no querer nombrarles mi pluma, porque sus tan torpes culpas no obscurezcan sus claras hazañas. Antes que Roma tomasse conquista con Asia, éramos ricos, éramos pacíficos, éramos sobrios, éramos sabios, éramos honestos y, sobre todo, vivíamos contentos; pero después acá hémonos dado tan buena maña a olvidar la policía de Roma y a deprender los regalos de Asia, que assí pueden oy deprenderse todos los vicios en Roma, como oýr todas las sciencias en Grecia. Por lo sobredicho podrán ver todos los príncipes guerreros qué provecho sacan de conquistar reynos estraños. [714]

Dexemos agora los vicios que en las guerras se cobran, de las virtudes y virtuosos que allí se pierden. Hablemos de los dineros, los quales los príncipes tanto buscan y aman. Y en este caso digo que no ay rey ni reyno puesto en estremada pobreza, sino el que toma con reyno estrangero estremada conquista. ¡O!, mi Cornelio, ¿y tú no has visto cómo los príncipes más por voluntad que no por necessidad pierden sus thesoros, piden los agenos, no les abastan los suyos, toman los de los templos, buscan grandes empréstidos, inventan crudos tributos, dan que dezir a los estraños, enemístanse con los suyos; finalmente ruegan a sus vassallos y humíllanse a sus enemigos?

Pues te he dicho los daños de la guerra, quiérote agora dezir quál es el origen de la guerra; porque es impossible que el médico aplique al paciente congrua medicina si no sabe de qué humor aquella enfermedad peca. Los príncipes, como nacieron de hombres, se criaron con hombres, se aconsejan con hombres y viven con hombres, y al fin al fin ellos son hombres, ora por sobervia que les sobra, hora por consejo que les falta, ymaginan ellos (y aun dízenles otros) que, aunque tienen mucho, respecto de otros príncipes pueden poco. Ítem les dizen que, si es grande su hazienda, ha de ser muy mayor su fama. Ítem les dizen que el buen príncipe en muy poco han de tener lo que eredó de sus padres respecto de lo mucho más que ha de dexar a sus hijos. Ítem les dizen que jamás príncipe dexó de sí buena memoria sino inventando una cruda guerra. Ítem les dizen que la hora que a uno eligen emperador de Roma libremente puede conquistar toda la tierra. Oýdas, pues, por los príncipes estas frívolas razones, como es baxa su fortuna y altos sus pensamientos, luego se declaran contra sus enemigos, luego abren sus tesoros, luego juntan grandes exércitos, y al fin de todo permiten los dioses que, pensando ellos de tomar lo ajeno, gastan y pierden lo suyo proprio.

¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, que, podiendo con paz ser ricos, queréys con guerra ser pobres. ¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, que, deviendo y podiendo ser amados, buscáys con que seáys aborrecidos. ¡O!, príncipes, no sé [715] quién os engaña, que, pudiendo gozar de la vida segura, os cometéys a los baybenes de la fortuna. ¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, en que tengáys en poco lo mucho vuestro y tengáys en mucho lo poco ajeno. ¡O!, príncipes, no sé quién os engaña, en que, teniendo todos necessidad de vosotros, vosotros os ponéys en necessidad de todos. Hágote saber, mi Cornelio, que por muy agudo y solícito que sea un príncipe más que todos los que le precedieron en Roma, es impossible que le sucedan prósperamente todas las cosas de la guerra; porque en lo más peligroso de la guerra o le faltan los dineros, o no le acuden los vassallos, o los tiempos le son contrarios, o halla passos peligrosos, o le faltan los bastimentos, o se le amotinan los capitanes, o viene socorro a sus contrarios; de manera que se vee el triste tan triste, que más guerra hazen a su coraçón los pensamientos, que no a su tierra los enemigos. Aunque un príncipe no tomasse guerra sino por no sufrir la gente de guerra, devría dexar qualquiera guerra. Pregúntote, mi Cornelio: ¿qué igual trabajo a su persona, o qué mayor daño a su reyno del rey pueden hazer sus enemigos, que sea igual ni mayor que el que hazen sus exércitos? Los enemigos, a lo más, roban la frontera, mas nuestros exércitos roban toda la tierra; a los enemigos osámoslos y podémoslos resistir, mas a los nuestros ni podemos, ni los osamos hablar; los enemigos, quando más más, saltean una vez al mes y vanse, mas los nuestros roban cada día y quédanse; los enemigos tienen miedo a sus enemigos, pero los nuestros ni temen a sus enemigos, ni han piedad de sus amigos; los enemigos, quanto más van, más afloxan y se desminuyen, pero los nuestros quanto más van, más se encruelescen y crescen. Yo no sé qué más guerra que tener los príncipes en sus reynos gente de guerra; porque, según nos muestra la experiencia, éstos son delante los dioses muy culpados, a los príncipes importunos, a los pueblos enojosos, de manera que viven en daño de todos y sin provecho de ninguno. Por el dios Mars te juro, mi Cornelio, y assí él en las batallas rija mi mano, que más quexas tengo en el Senado de los robos que hazen mis capitanes en el Illírico, que no de todos los enemigos del Pueblo Romano. [716]

Por esto que digo, y por mucho más que me callo, yo tengo más temor de criar una vandera de cien hombes de guerra que dar a treynta mil hombres una cruda batalla; porque aquélla, bien o mal, en una hora la despacha ventura, mas con éstos no me puedo apoderar en toda mi vida. Dirásme tú, mi Cornelio, que, pues soy emperador romano, por qué no pongo en esto remedio, pues todo lo conozco y todo me es notorio; ca el príncipe que en dissimulación se passa la culpa ajena, con razón le condenaremos en que es ya suya propria. A esto respondo que yo no soy poderoso para poner en ello remedio sin que deste remedio no nasciesse otro mayor daño. Y, como tú no has sido príncipe, no podrás caer en esto que digo; porque muchas cosas conoscen los príncipes con su cordura, para el remedio de las quales ellos no tienen potencia. Assí fue, assí es y assí será; assí lo hallé, assí lo tengo y assí lo dexaré; assí lo leý en los libros, assí lo vi con mis ojos y assí lo oý de mis passados; finalmente te digo que assí lo inventaron nuestros padres, assí lo sustentamos nosotros, sus hijos; y, por su mal, assí lo dexaremos a nuestros erederos. Diréte una cosa, y imagino que no yerro mucho en ella; y es que, visto el mucho daño y ningún provecho que trae la gente de guerra a nuestra república, pienso que hazerla y sustentarla, o es locura de los hombres, o açote dado de los dioses; porque no puede ser cosa más justa que permitir los dioses que sintamos en nuestras casas proprias lo que hazemos que otros lloren en casas agenas.

Todas estas cosas te he escripto, mi Cornelio, no porque va nada en que las sepas, sino que descansa mi espíritu en dezírtelas; porque, según dezía Alcibíades, las arcas y las entrañas siempre a los amigos han de estar abiertas. Panucio, mi secretario, va de mi parte a visitar essa tierra. Dile para ti de camino essa carta. Aý te embío dos cavallos; pienso que te contentarás dellos, porque son lusitanos. Las armas y riquezas que tomé a los parthos ya las tengo todas repartidas, pero todavía te embío dos carros dellas. Mi Faustina te saluda y te embía un espejo muy rico para tu hija y un joyel de pedrería para tu hermana. No más, sino que pido a los dioses a ti den buena vida y a mí buena muerte. Marco, el tuyo, escrive a ti, Cornelio, el suyo. [717]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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