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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXXV
Que los príncipes y grandes señores deven tener particular cuydado en ser abogados de las biudas y ser padres de los huérfanos.


Aurelio Macrobio, en el tercero libro de sus Saturnales, dize que en la generosa ciudad de Athenas avía un templo que se llamava el templo de la Misericordia, y teníanle los athenienses tan cerrado y tan guardado, a que sin licencia del Senado no podía entrar en él alguno; porque allí solamente estavan las estatuas de los príncipes piadosos, y no entravan a orar allí sino los hombres misericordiosos. Muy gran vigilancia traýan los athenienses en no hazer algunas obras atroces, a causa de no ser notados de crueles, y de aquí vino que en Athenas la mayor injuria que podían dezir a uno era que nunca avía entrado en la Academia de los filósofos a deprender, ni que avía entrado en el templo de la Misericordia a orar, por manera que en lo uno le notavan de simple y en lo otro le acusavan de cruel.

Dizen los historiadores que la más generosa estatua que en aquel templo avía era de un rey atheniense, el qual fue muy rico y fue muy dadivoso, y sobre todo fue muy piadoso. Y déste se dize que, allende de los thesoros que dio a los templos y de las riquezas que distribuyó entre los pobres, tomó por empresa de criar en Athenas a todos los huérfanos y dar de comer a todas las biudas. ¡O!, quánto mejor parecía en aquel templo la estatua de aquel rey piadoso, el qual criava a los huérfanos, que no las vanderas que cuelgan en la iglesia del capitán que robó las biudas. Todos los príncipes antiguos (digo de los que fueron generosos y valerosos, y que no [814] tuvieron resabio de tyranos), aunque en algunas cosas fueron denotados, siempre se preciaron de ser clementes y benignos, por manera que la ferocidad y crueldad que mostravan con los enemigos, recompensavan en la benignidad y clemencia que usavan con los huérfanos.

Plutharco en su Política dize que ordenaron entre sí los romanos que todo lo que sobrava en los combites que se hazían en las bodas o en los triumphos, que todo fuesse para las biudas y huérfanos; y era ya tan introduzida esta costumbre en Roma, que si algún rico se aprovechava de lo que avía sobrado, se lo podían los huérfanos pedir por hurto. Arístides philósopho, en una oración que hizo de las excellencias de Roma, dize que tenían en costumbre los príncipes de Persia de no assentarse a comer hasta que a las puertas de sus palacios se tañiessen unas trompetas, las quales eran más sonorosas que sabrosas, y esto para que concurriessen allí todos los huérfanos y biudas; porque era ley entre ellos que todos los manjares que sobravan de aquellas reales mesas, todo era para personas necessitadas. Phálaris el tyrano, escriviendo a un amigo suyo, dize estas palabras:

«Rescebí tu letra corta, y junto con ella recebí tu reprehensión, que era más áspera que larga. Y, dado caso que luego me dio pena, después que torné en mí rescebí alegría; porque a la fin más vale una amorosa reprehensión del amigo que no una fingida adulación del enemigo. Entre otras cosas de que allá me acusan, dizes que dizen allá que me tienen por muy tyrano porque desobedezco a los dioses, desacato a los templos, mato a los sacerdotes, persigo a los innocentes, robo a los pueblos y (lo peor de todo) que ni me dexo rogar, ni me consiento conversar. A lo que dizen que desobedezco a los dioses, ellos por cierto dizen la verdad; porque si yo hiziesse todo lo que los dioses quieren, muy poco haría de lo que los hombres me piden. A lo que dizen que desacato los templos, también digo que es verdad; porque los inmortales dioses más quieren a nuestros coraçones limpios que no que tengamos sus templos dorados. A lo que dizen que mato a los sacerdotes, también [815] confiesso que es verdad; porque son tan absolutos y tan dissolutos, que más servicio hago yo a los dioses en matarlos que no hazen ellos en ofrecer sacrificios. A lo que dizen que robo a los pueblos, también confiesso que es verdad; porque defendiéndolos como los defiendo de los enemigos, justa cosa es que den ellos de comer a mí y a mis criados. A lo que dizen que no me dexo rogar, digo también que es verdad; porque piden ellos cada día cosas tan injustas, que para ellos y para mí es muy mejor no otorgárselas. A lo que dizen que no me dexo conversar, digo que dizen verdad; porque todas las vezes que vienen a mi casa no es tanto por darme alegría, quanto es por pedirme o cohecharme alguna cosa. A lo que dizen que no soy piadoso con los míseros ni oyo a los huérfanos, esto digo que no quiero consentir; porque yo juro por los immortales dioses que a huérfanos y a biudas jamás estuvieron mis puertas cerradas.»

Trebilio Pulión, en la Vida de Claudio, Emperador, dize que una muger muy pobre y biuda vino una vez delante Claudio el Emperador toda llena de lágrimas a pedirle justicia. Fue movido a tanta piedad aquel buen príncipe, a que no sólo lloró como llorava ella, mas con sus manos le alimpió las lágrimas de la cara. Y, como estuviessen con el Emperador muchos nobles romanos, dixo al Emperador Claudio uno dellos: «Abasta para la auctoridad y gravedad de los príncipes romanos que oyan a sus súbditos de justicia, sin que con sus manos les enxuguen las lágrimas de la cara.» Respondió a esto Claudio el Emperador: «Los buenos príncipes no se han de contentar con hazer no más de lo que hazen los juezes justos, sino que en hazer justicia se conozca en ellos ser piadosos; porque muchas vezes los que vienen delante los príncipes más contentos van con el amor que les muestran, que no con la justicia que les hazen. (E dixo más.) A lo que dizes que es de poca auctoridad y de menos gravedad ponerse un príncipe a llorar con una pobre biuda y enxugarle con sus manos la cara, a esto te respondo que más quiero con mis súbditos tomar parte de sus angustias, que no darles ocasión a que [816] tengan sus ojos llenos de lágrimas.» Por cierto éstas fueron palabras dignas de notar y aun de imitar.

Dado caso que la clemencia en todas las cosas merezca ser alabada, mucho más deve ser loada quando en las mugeres se executa; y, si generalmente en todas, mucho más y más en las que están tristes y desconsoladas; porque las mugeres muy fácilmente se atribulan y con gran dificultad se consuelan. Plutharco y Quinto Curcio alaban el buen tratamiento que hizo el Magno Alexandro a la muger y hijos del rey Darío después que Darío fue del todo vencido, y engrandescen todos tanto esta clemencia, que aýna le darían a Alexandro tanta gloria por la piedad que uvo con los hijos, como por la victoria que uvo del padre. Como supo el infelice rey Darío la clemencia que con su muger y hijos avía usado el buen Alexandro, embióle unos embaxadores para que de su parte le diessen muchas gracias por lo passado y le rogassen hiziesse lo mismo en lo porvenir, diziendo que ya podría ser que los dioses y fortuna amansassen contra él la saña y se lo pagasse en la misma moneda. A estos embaxadores respondió Alexandro estas palabras: «Dezid de mi parte al rey Darío que no me dé gracias por la buena obra que a estas mugeres captivas he hecho, pues es cierto que ni la fiziera porque fuera mi amigo, ni la dexara de hazer porque fuera mi enemigo, sino que la hize por lo que es obligado a hazer un gentil príncipe en tal caso; porque yo tengo de emplear mi clemencia con las mugeres que no saben sino llorar, y han de sentir mi gran potencia los príncipes que no saben sino pelear.» Fueron por cierto estas palabras dignas de tal príncipe.

Muchos tienen embidia al sobrenombre de Alexandro, que es llamarse grande, y llámase Alexandre Magno porque si fue grande su coraçón en las cosas que emprendía, fue muy mayor su ánimo en las ciudades y reynos que dava. Muchos tienen embidia al renombre de Pompeyo, que es el Gran Pompeyo, y llámase assí porque este excellente romano se vio vencedor de xxii reynos y se halló otra vez acompañado de veynte y cinco reyes. Muchos tienen embidia del renombre de Scipión Africano, y llámase Africano porque venció la generosa ciudad de Cartago, la qual en riquezas era mayor que Roma y en [817] armas y potencia competía con toda Europa. Muchos tienen embidia al renombre de Scipión Asiano, y llámase Scipión Asiano porque venció y domó a la superba Asia, la qual hasta su tiempo no era sino un general cimenterio de Roma. Muchos tienen embidia al inmortal renombre de Carlomagno, y llámase Carlos el Grande porque, siendo como era un rey pequeño, no sólo venció y triumphó de muchos reyes y reynos estraños, mas aun dexó la gran silla del Imperio en sus reynos proprios.

No me maravillo de los superbos príncipes que tengan embidia destos tan valerosos príncipes; mas, si yo fuesse ellos, no sé qué me haría, pero ellos siendo yo, digo y afirmo que más embidia ternía al renombre del Emperador Antonio Pío que al nombre ni renombre de todos los príncipes del mundo. Los otros príncipes, si alcançaron aquellos superbos nombres, fue con robar a muchas tierras, derrocar muchos templos, tyranizar muchos pueblos, dissimular con muchos tyranos, persiguiendo a muchos innocentes y quitando a muchos buenos no sólo las haziendas, mas aun las vidas; porque tiene tan mala propriedad el mundo, que para hazer muy famoso el nombre de uno ha de obscurescer los nombres de muchos. Ni en tal empresa, ni con tal título alcançó su nombre y renombre el Emperador Antonio Pío, sino que si le llaman Antonio el piadoso, es porque no supo sino ser padre de huérfanos y no se preciava sino ser abogado de biudas. Deste excellentíssimo príncipe se lee que él mismo oýa y juzgava en Roma las querellas de los huérfanos, y para los pobres y biudas siempre en su palacio estavan las puertas abiertas, por manera que los porteros que tenía en su palacio no eran para prohibir la entrada a los pobres, sino para detener que no entrassen los ricos. Muchas vezes los escriptores dizen que dezía este buen príncipe: «Los buenos y generosos príncipes a los huérfanos y biudas las entrañas han de tener abiertas para remediarlos, y nunca cerrar las puertas para oýrlos; porque el dios Apolo dixo que el príncipe que no advertiere en juzgar bien los negocios de los pobres, nunca los dioses permitirán sean bien obedescidos de los ricos.» ¡O!, altas y muy altas palabras, las quales pluguiesse no al dios Apolo, sino al Dios [818] verdadero que en los coraçones de los príncipes estuviessen escriptas; porque no puede ser cosa más injusta y desonesta que en casa de los príncipes y grandes señores los ricos y los locos hallen cabida, y las biudas y los huérfanos aun no hallen audiencia.

Bienaventurado, y no una sino muchas vezes será bienaventurado, el que tuviere tanta memoria y hiziere tanta cuenta de los pobres y aflictos que les abra su coraçón para consolarlos y no cierre sus arcas para remediarlos; porque el tal desde agora le protesto y asseguro que en el estrecho día del juyzio sea el processo de su vida con piedad juzgado. [819]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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