La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Gómez Pereira

Gómez Pereira
Los precursores españoles de Bacon y Descartes
por Eloy Bullón Fernández

(Salamanca 1905)


La influencia de Luis Vives, notoria en varias de nuestras escuelas filosóficas del siglo XVI, según acabamos de ver, se manifiesta de un modo más directo y genuino en el grupo de pensadores independientes, que, en lugar de militar bajo las banderas de ninguna escuela, prefirieron recorrer libremente el campo de la ciencia trabajando con distinto éxito, pero con igual nobleza de miras, por la reforma de los métodos y la restauración filosófica.

Entre ellos se distinguió por el bizarro temple de su ánimo y la originalidad de sus doctrinas el celebrado médico Gómez Pereira.

De su vida, tenemos pocas noticias, pues hasta anda en litigio el lugar de su nacimiento; [94] pero por fortuna nos quedan sus obras que bastan para cimentar su reputación y darle renombre imperecedero en los anales de la ciencia patria. De éstas, que no pasan de dos, pues, aunque tenía preparadas otras varias, no llegó a publicarlas, la más digna de estudio, bajo el punto de vista filosófico es la Antoniana Margarita {(1) Antoniana Margarita, opus nempe Physicis, Medicis ac Theologis non minus utile quam necessarium. Per Gometium Pereiram, medicum Methymnae Duelli; quae hispanorum lingua Medina de el Campo apellatur nunc primum in lucem editum. Anno MDLIIII, decima quarta die Mensis Augusti. (Al fin) Methymnae Campi excusum est hoc opus in officina Calchographica Guillielmi de Millis 1554. Fol. de 208 hojas de texto a dos columnas y 16 hojas de preliminares sin foliar. La segunda edición se hizo en Madrid en el año 1749 (Ex typographia Antonii Marin). Nicolás Antonio cita otra edición dc Francfort de 1610, pero como de ella no aparece ejemplar alguno, ni nadie dice haberlo visto, y por otra parte los que reimprimieron la Antoniana en 1749 tuvieron su edición por segunda y así lo expresaron en la portada, que reza textualmente: nunc secundo in lucem editum, parece lo más probable, que la edición de 1610, que cita N. Antonio, no haya existido. De lo contrario, sería inverosímil que no hubiese llegado a conocimiento y aun a manos de los editores de la Antoniana en 1749. De la primera edición de la Antoniana Margarita he visto dos ejemplares, uno en la Biblioteca de la Facultad [95] de Medicina de Madrid y otro en la Universitaria de Salamanca. En la Biblioteca de Medicina de Madrid hay también dos ejemplares de la edición de 1749}, que bautizó con tan extraño título [95] para conmemorar los nombres de sus padres. En ella nos dejó el fruto de sus meditaciones filosóficas, sobre todo, acerca de las cuestiones de psicología que son las que principalmente estudió. Al exponer, aunque brevemente, las originalísimas doctrinas, que desarrolló Gómez Pereira en este libro, veremos que con perfecto derecho debe ser considerado como el más genuino de los precursores de Descartes.

Algunos autores, sin más argumento que la procedencia galáica del apellido Pereira, hacen a nuestro filósofo natural de Galicia, aunque sin precisar el pueblo, ni provincia de su naturaleza; pero vista la futilidad de esta vaga afirmación y a falta de datos más claros y terminantes, parece lo menos expuesto a error, suspender el juicio en este punto o suponer a Gómez Pereira nacido en Medina del Campo, en donde consta de un modo cierto que publicó sus obras y vivió la mayor parte de su vida.

De todas suertes, sea de esto lo que quiera, es indudable que la gloria conquistada por Gómez Pereira irradía sobre Medina del Campo, donde vivió, escribió y publicó sus obras, así como también sobre Salamanca, en las aulas [96] de cuya famosa Universidad recibió la enseñanza.

Ignórase también el año en que murió Gómez Pereira, pero consta que había nacido en el de 1500, puesto que en 1554, al publicar la Antoniana Margarita iba a cumplir los cincuenta y cuatro años de edad, según él mismo nos dice: me in quinquagessimum quartum agentem annum. Sabemos también por su propia confesión que en la Universidad de Salamanca, en donde hizo sus estudios, tuvo por maestro, en las ciencias físicas, al Cardenal Martínez Silíceo.

Terminados los estudios de Medicina, Gómez Pereira ejerció esta profesión durante muchos años en Medina del Campo. Hay quien dice que fue nombrado por Felipe II médico de la Real Cámara, cosa muy verosímil si se atiende a los vastos conocimientos médicos que poseía. Se sabe al menos, por confesión suya, que había prestado su asistencia facultativa al desventurado príncipe Don Carlos, al cual dedicó su importante obra Novae Veraeque Medicinae Prima Pars, publicada en Medina del Campo en 1558. En dicho libro anuncia la publicación próxima de otras obras de Medicina, que tenía en preparación; pero como estas obras no llegaron a publicarse, ni hay [97] noticias de su autor posteriores a 1558, es de creer que fallecería poco después de dicha fecha.

Vivió, pues, Gómez Pereira en el período más brillante de nuestra historia, y harto demostró pertenecer dignamente a aquella generación de titanes que, además de hacer al mundo antiguo teatro de sus triunfos, descubrieron y conquistaron un nuevo continente. De carácter emprendedor e indomable, no se contentó con menos que con declarar guerra sin cuartel a la autoridad científica, no admitiendo en el orden de las ciencias humanas más guía que la razón, y combatiendo sin tregua ni descanso la dictadura, que injustamente venían ejerciendo Galeno en la Medicina y Aristóteles en la Filosofía.

Ni la aureola de que aparecían revestidos estos nombres prestigiosos, ni el ver tan arraigadas y extendidas las doctrinas que se proponía combatir, fueron parte a disuadirle de su temeraria empresa; antes tomando nuevos brios a la vista de tantos y tan temibles enemigos e impulsado por su ardiente amor a la verdad, arremetió con fogoso empuje contra las teorías de antiguos y modernos, presentando frente a ellas los descubrimientos que él había realizado por sí mismo después de prolijas meditaciones {(1) Admirado de su intrepidez, decía a Gómez Pereira el teólogo Miguel de Palacios en sus Objectiones contra la [98] Antoniana Margarita: «Porro audatiam –quod venia dixerim– tuam mirari satis non valeo nisi parum putas cum omni Philosophorum gymnasio manus conserere, agminaque ipsorum ad tuam unius provocare pugnam. Arcitum namque Lycaeum spernis, gravissimam Stoam despicis, divinamque Academiam nihilo ducis; quae excerpta, quae recepta, quae numerosis saeculis longa patrum serie, prudentissimis calculis sunt comprobata.» Objectiones Licentiati Michaelis a Palacios adversus nonnulla ex multiplicibus paradoxis Antonianae Margaritae.– Metimnae Campi, anni 1555. Se reimprimieron las Objeciones de Palacios al fin de la Antoniana Margarita en la edición de Madrid de 1749}.

Este brío e independencia en el pensar y el ardoroso convencimiento con que Pereira defiende sus opiniones por paradógicas que sean, son los rasgos salientes de su personalidad filosófica. A su juicio, fuera de la esfera sobrenatural en que el hombre debe rendir su entendimiento a la autoridad infalible de las doctrinas reveladas, nada más perjudicial para el progreso científico, ni más bochornoso para el entendimiento humano que rendirse al testimonio ajeno y no a la evidencia de los razonamientos. Por su parte reniega de militar bajo las banderas de ninguna escuela y proclama audazmente, sin ambages, ni rodeos, que en el terreno de la ciencia toda autoridad debe despreciarse, [99] atendiendo únicamente a los dictados de la razón {(1) Prius vos moneo me nullius quantumvis gravis auctoris dum de religione non agitur sententiam receptarum, sed tantum rationibus innixurum. Miror quidem nonnullos doctos scriptores qui cum aliquam quaestionem ex his quae frecuenter in physicis occurrunt explicandam sumunt, quod alteram partium quam veram esse credunt abunde roborare existiment dum Aristotelem sibi faventem duxerint, inmemores quam leviter adversi etiam in suas partes eumdern trahere valeant, ipso adeo obscure ex profeso scribente, ut ego existimo, ut duci in utramvis partem idem contextus facile possit, obliti etiam in rebus quae speculationi et non fidei attinent auctoritatem quamlibet contemnendam. Certe satis hujusmodi scriptores lecturis consuluissent si validis rationibus quod verum esse credebant probassent, quam futilibus auctoritatibus mentibus docendorum irretirent. Rationes enim sunt quibus intellectus potius in unam quam in aliam partem levatur duciturque. Dum enim ea quae pietas credere praecipit aguntur intellectus obtemperare jussis tenetur, ut in aliis spatiari ipsum in speculationis et naturae campos permittere, non exigua commoda affert; hoc enim scientiae inventae, additae, adultaeque sunt. Antoniana Margarita. Prólogo}.

De esta suerte y en términos tan claros sacudía Gómez Percira el yugo de la autoridad científica.

Pero es aún más digno de alabanza porque no se limitó a declamar contra el dogmatismo y la [100] rutina, sino que se esforzó en buscar por sí mismo la verdad, mediante la observación atenta de la naturaleza y de los fenómenos conscientes.

El método de observación interior o psicológico que el médico de Medina proclamó como necesario para el conocimiento del alma, es consecuencia lógica de su principio capital de atender a los dictados de la razón y no al testimonio de otros. Porque si en toda ocasion juzgaba nocivo el renunciar a la investigación personal y seguir servilmente el parecer ajeno, ¿cuánto más irracional no había de estimar semejante conducta, cuando se tratase del conocimiento de los fenómenos internos, producto de nuestra propia actividad y presentes directamente a nuestra conciencia?

Ir a preguntar a otros lo que está delante de nuestros ojos, sería verdaderamente ridículo, y no lo sería menos el buscar el conocimiento de los fenómenos psicológicos por medio de intrincados razonamientos a priori, en lugar de escudriñar minuciosamente mediante la reflexión los repliegues de la conciencia. Por eso Gómez Pereira, dando prueba de buen sentido, pone de relieve la necesidad y la importancia de la observación interna para el estudio de la ciencia psicológica.

«Antes de explicar las funciones internas y externas del aIma –escribe en las primeras [101] páginas de la Antoniana Margarita {(1) Pág. 25 de la edición de Madrid de 1749, a la cual se refieren también las demás citas de la Antoniana Margarita, que hago en este capítulo}– debo advertir a mis lectores que juzguen de la verdad de lo que voy a exponer por lo que ellos mismos en el sentir o en el entender hayan experimentado, porque no se trata aquí de esta o la otra situación del orbe en que es preciso dar crédito a aquellos que la han visto, sino que se discuten y explican los actos del alma, de que cada cual tiene conciencia tan clara, que, como dijo Aristóteles en la introducción de sus libros De Anima, la ciencia psicológica es la más cierta de todas. Nadie se extrañe, pues, de que alguna vez me vea obligado a separarme del común sentir de los hombres, pues así lo haré si no experimento dentro de mi lo que otros han afirmado sin fundamento.»

Tan persuadido se hallaba Gómez Pereira de ser éste el método propio de los estudios psicológicos, que no se cansa de repetirlo así varias veces en el transcurso de su obra. En ella dice que la experiencia que tenemos de los actos internos, no es menos evidente que la que adquirimos de los objetos exteriores percibidos por los sentidos {(2) Non enim minus evidentes sunt res quas de nostris actibus experimur quam illae quae de extrinsecis rebus habentur}, pudiéndose decir, por lo [102] tanto que el hombre es testigo ocular de los fenómenos de su conciencia {(1) Neque ea intelligi a me fatebor quae me nunquam intelligere expertus fuero quamquam non desint scriptores qui se talia et talia intelligere affirment; sed dumtaxat id scriptis mandabo cujus ipse testis oculatus dici vere possini. (pág. 80)}. Verdad es –añade Pereira– que por razón de la unión íntima entre alma y cuerpo precede siempre en nosotros el conocimiento de alguna cosa extrínseca al conocimiento reflejo del alma; pero éste aparece en seguida, y mediante el conocimiento mismo de cualquier objeto llegamos a adquirirlo, puesto que por el mero hecho de existir en nosotros el pensamiento, tiene que existir el alma, es decir, el sujeto pensante.

Esta doctrina del médico de Medina es, como vemos, igual a la de Descartes y hasta se parece a la del filósofo francés en la forma de la exposición, puesto que Gómez Pereira, al deducir la propia existencia de la existencia del pensamiento, condensa su argumentación en un silogismo que viene a coincidir con el famoso cogito; ergo sum del pensador de la Haya.

«En nosotros –escribe Gómez Pereira– ha de preceder siempre alguna noción de cosa extrínseca al conocimiento con que el alma se conoce a sí misma. Y de aquí se seguirá que esa [103] noción sólo puede servir de antecedente conocido, de donde saque el alma la consecuencia de que se conoce a sí misma, procediendo de este modo: Conozco que yo conozco algo; todo lo que conoce es; luego yo soy.» Nosco me alquid noscere, et quidquid noscit est; ergo sum {(1) De Inmortalitate animorum Antonianae Margaritae, &c... (pág. 498)}.

De dos maneras puede entenderse el principio, cogito; ergo sum: como expresión de un hecho de conciencia de evidencia inmediata, o como verdadera argumentación, en cuyo caso, para proceder lógicamente y poder deducir la existencia propia de la existencia del pensamiento por vía de silogismo, es preciso suponer de antemano como verdadero este principio general: todo lo que piensa existe.

Bajo este aspecto, claro es que ni el principio de Gómez Pereira formulado, en forma de silogismo, ni el de Descartes, propuesto en forma de entimema, reductible asímismo a un silogismo, pueden aspirar al título de principios fundamentales.

Conociéndolo Descartes, se cuidó muy bien de advertir que al emplear el principio o proposición: pienso, luego existo, no deducía del pensamiento la existencia propia como por [104] medio de un silogismo, sino que la afirmaba como conocida en sí misma por la directa inspección del espíritu.

San Agustín y Santo Tomás habían ya puesto de relieve la imposibilidad de dudar de la propia existencia, fundándose en que la afirmación de ésta va implícitamente contenida en todo pensamiento, y por consiguiente, en el acto mismo de dudar. «Nulla in his vero –decía San Agustín– academicorum formido dicentium: quid si falleris? Si enim fallor sum, nam quinon est utique nec falli potest, ac per hoc sum si fallor.» Santo Tomás escribió con igual claridad: «Nullus potest cogitare se non esse cum assensu; in hoc enim quod cogitat percipit se esse.»

La doctrina psicológica de Gómez Pereira, basada toda ella en los principios metodológicos que quedan expuestos, reviste el mayor grado de sencillez.

Admitiendo como única fuente de conocimiento psicológico la observación interna y fiel al principio de los nominalistas, tan alabado por Leibnitz, de que no se han de multiplicar los seres sin necesidad, rechaza el entendimiento agente, el sentido común, considerado como facultad distinta de los demás sentidos y las especies inteligibles, defendiendo los fueros del conocimiento directo con no menores bríos y [105] número de razones que la escuela escocesa. No admite tampoco distinción real entre el acto de entender y la facultad cognoscitiva, ni entre ésta y la substancia del alma (actus intellectus idem cum anima); ni siquiera considera como de naturaleza distinta el conocimiento sensible y el intelectual. En suma, el médico de Medina reduce todos los fenómenos psicológicos al pensamiento, y éste para él no es otra cosa que el alma misma modificada diversamente por los objetos {(1) Anima ipsa sine ullo accidente est virtus sentiens aut intelligens et apellatur sensus communis cum quinque sensibilium propriorum differentiam percipit. En otro lugar escribe: Animam ipsam taliter se habentem tantum universas notiones suas esse}. Por la diversidad de éstos recibe el conocimiento diversos nombres, llamándose sensible cuando los objetos son materiales y afectan directamente nuestros órganos, y recibiendo el nombre de intelectual en caso contrario; pero en realidad, ni uno ni otro son de naturaleza diversa, ni consisten en acidente alguno distinto del alma. Impossibile enim existimamus, dice el filósofo de Medina, cognitionem ullam esse rem distinctam entitative a cognoscente.

En consecuencia, Gómez Pereira rechaza la teoría escolástica del conocimiento, como un [106] tejido de sutilezas y una pura fantasmagoría sin fundamento en la realidad.

Júzguese el escándalo que produciría entre sus contemporáneos esta doctrina del médico de Medina del Campo, que tanto chocaba con la que era entonces comúnmente admitida en las escuelas.

Pero no era él hombre que retrocediera ante lo avanzado de sus teorías, si las juzgaba verdaderas, ni que se intimidase por tener que habérselas con las opiniones reinantes en su tiempo, ni aun con el común sentir de la humanidad. Harto lo demostró en la valentía y el tesón, digno de mejor causa, con que trató de probar en su Antoniana Margarita la insensibilidad de los animales. Esta viene a ser la tesis capital de su libro, y no en vano hizo Gómez Percira tanto hincapié en defenderla amontonando razones en su apoyo hasta cuando trataba de materias no relacionadas con aquella cuestión, pues en ella se halla condensada su teoría ideológica, siendo la insensibilidad de los brutos la consecuencia lógica de los principios que había sentado acerca de la identidad de naturaleza entre el conocimiento sensitivo y el intelectual, y de uno y otro con la esencia del alma. Porque si la sensación es una misma cosa con el conocimiento intelectual, el ser que sea capaz de sentir lo será también de entender, y, por [107] lo tanto, de admitir verdaderos sentidos en los brutos, habrá que reconocer en ellos facultades intelectuales igualándolos al hombre. De ahí que Gómez Pereira, para no verse obligado a aceptar esta consecuencia, prefiera negar a los animales toda suerte de conocimiento y apetito, convirtiéndolos en meras máquinas. De lo contrario –decía–concedida la sensibilidad a los brutos hay que concederles la conciencia; conocerán que ven, conocerán que oyen, podrán juzgar de sus propios actos y distinguir los accidentes de la substancia. Y como por otra parte muchos animales realizan operaciones maravillosas y muestran extraordinaria habilidad, si esto procediera en ellos de verdadero conocimiento habría que concederles perfecciones intelectuales superiores a las nuestras. Además nos veríamos forzados a juzgarles capaces de lenguaje, puesto que el grado de inteligencia necesario para poder hablar no es superior al que supondrían las raras muestras de prudencia y destreza que admiramos en muchos animales.

Gómez Pereira se desentiende cómodamente de estas dificultades, despojando a los brutos de sensibilidad y atribuyendo todos sus actos y operaciones a diversas simpatías y antipatías y a movimientos y fuerzas de índole igual a las del mundo inanimado. De este modo antes que [108] retractarse de los principios sentados equivocadamente, prefería admitir todas las absurdas consecuencias a que le conducían, sin tener reparo alguno en contradecir las creencias comunes de la humanidad y el testimonio clarísimo de los sentidos.

Por lo demás, la teoría audacísima del filósofo de Medina iba encaminada a noble fin, puesto que con ella no trataba en último término sino de enaltecer más y más las perfecciones del hombre; pero procedió con criterio estrecho en demasía y no anduvo acertado al alegar las pruebas de su absurda tesis. Ninguna de ellas tiene valor, puesto que están fundadas en una confusión lamentable entre el conocimiento sensible y el racional, entre la conciencia directa y la refleja, y entre lo que en los brutos es efecto de una inclinación irreflexiva y rutinaria y lo que procede en el hombre de la libre determinación de la voluntad iluminada por el entendimiento.

Por eso, aun admitiendo que los brutos están dotados de vida sensitiva, como por fuerza hay que admitirlo, para no incurrir en contradicción con el sentido común y con la experiencia de todos los días, quedan todavía muchas y esenciales diferencias entre el conocimiento de los brutos y el alcance intelectual del hombre, sin que haya peligro de que padezcan menoscabo [109] alguno las justas y legítimas preeminencias de nuestra naturaleza racional. No había, pues, motivo para que Gómez Pereira, celoso en extremo de las prerrogativas del alma humana, cercenase injustamente las funciones cognoscitivas de los brutos hasta el punto de convertirlos en meros autómatas.

De todas suertes, aunque el sistema del automatismo de las bestias formulado por Pereira sea evidentemente absurdo, no cabe negar que su autor demostró al defenderlo algunas cualidades dignas de alabanza. Porque si el oponerse al común sentir de las gentes por mero prurito de originalidad merece únicamente censuras, en cambio, el hacerlo por defender firmes convencimientos nacidos de perseverante meditación, revela altas condiciones de valentía intelectual, muy digna de encomio. ¿Qué prueba mayor que esa puede darse de la firmeza y arraigo de las propias convicciones y de amor a la ciencia?

Aparte de esto, en problema tan obscuro, tan complejo y tan difícil como el de la vida de los brutos ¿quién se atreverá a dar por liso y llano el descubrimiento de la verdadera solución, tachando de frívolas y vanas todas las demás? ¿Acaso se ha descubierto ya un sistema que explique satisfactoriamente y sin dejar la menor sombra de duda el obscurísimo arcano [110] de la vida de esos seres inferiores al hombre, pero superiores a las plantas, cuya admirable variedad de razas y especies, y cuyos raros artificios y peregrinas aptitudes nos sorprenden y maravillan? Dejando a un lado las razones que pueden aducirse contra el sistema defendido por Gómez Pereira acerca de los brutos, es indudable que encierra, en medio de su paradógico atrevimiento, cierta grandeza de concepción. Porque ¿cómo negar que hay algo de sublime y que arguye un altísimo concepto de la omnipotencia divina el suponer una multitud de máquinas de diversa perfección tan prodigiosamente organizadas y en las que todo está tan ordenado y previsto, que sin principio vital y consciente que dirija sus movimientos y sin más impulso que el nacido de su particular mecanismo, produzcan constante y uniformemente la admirable trama de las operaciones y artificios que tanto nos maravillan en las diversas especies del reino animal?

Algo más que vulgaridad y extravagancia habrá en esta teoría del automatismo de las bestias, cuando hombres de la talla intelectual de Descartes y de los pensadores ilustres que siguieron más de cerca sus doctrinas, no tardaron en hacerla suya, defendiéndola con prolijidad y cariño.

Por lo que a Descartes se refiere, su doctrina [111] acerca de esta cuestión es igual en lo substancial a la de Gómez Pereira, y está fundada en los mismos principios. Hasta en la forma de la exposición son iguales a los del médico de Medina la mayor parte de los argumentos aducidos por el filósofo francés en apoyo de su tesis.

«Es cosa digna de reflexión –escribe en su Discours de la Methode (parte 5ª)– que aunque muchos animales muestran mayor habilidad que nosotros en algunas de sus acciones, en cambio son completamente ineptos para otras, de lo cual se infiere, no que tengan entendimiento, pues en tal caso sería superior al nuestro, y nos vencerían en todo, sino que carecen de alma y que sólo la naturaleza guía sus actos según la disposición de sus órganos, a la manera que un reloj, compuesto solamente de ruedas y resortes, mide el tiempo y cuenta las horas mejor que nosotros a pesar de toda nuestra prudencia.»

Esta manera de argüir por reducción ad absurdum, como dirían los dialécticos es, como vemos, igual a la que empleó Gómez Pereira. También es muy semejante al de Gómez Pereira, hasta el punto de parecer casi copiado de sus palabras otro de los argumentos que Descartes emplea para demostrar que los animales no sienten. [112]

«No hay –escribe– hombre tan necio, ignorante o insensato, que no sea capaz de juntar unas cuantas palabras y dar a entender su pensamiento, lo cual no hace ningún animal por perfecto y hábil que se le suponga. Y no es por falta de órganos, puesto que vemos a las picazas y a los papagayos pronunciar palabras como nosotros, pero no hablar, puesto que no tienen conciencia de lo que dicen. En cambio los sordomudos, careciendo de órganos y estando por lo mismo más incapacitados que las bestias, inventan por sí propios algunos signos y se hacen entender de los que habitualmente los tratan. Lo cual demuestra no sólo que los brutos tienen menos razón que el hombre, sino que absolutamente carecen de ella.»

Veamos ahora los términos en que Gómez Percira había formulado el mismo argumento y compárense sus palabras con las que acabo de transcribir de Descartes. «Si los brutos –dice– son capaces de realizar acciones tan sublimes ¿por qué no aprenden nuestro lenguaje y llegan a comunicarse con nosotros, si no por las palabras, al menos por señales?» {(1) Antoniana Margarita, pag. 8}. «Casi todos los recién nacidos –añade en otro lugar– aprenden a hablar antes de los dos años, mientras que los animales por perfectos y hábiles [113] que sean no llegan a adquirir esta facultad en todo el transcurso de su vida, aun cuando haya personas muy aptas que intenten enseñarlos. Ni vale decir que a los brutos les ocurre esto porque carecen de órganos convenientes, puesto que hay muchos hombres que se comunican por señas y ademanes, lo mismo que podrían hacerlo con palabras. Así lo harían también los animales, sobre todo los que se distinguen por sus raros artificios, si no fuera porque totalmente carecen de conocimiento.» {(1) Experimenta potius nostris partibus favent quam tuis cum omnes ferme infantes intra bimatum loqui discant, et nullae bestiae quadrupedes quamtumvis vivaces sint per totam vitam id assecuantur etsi doctissimos magistros sortiantur. Neque defectum instrumentorum in bestiis causare poteris, cum multi homines nutibus conceptus suos exprimant, ut vocales vocibus; quod si sentirent bruta, erant effectura, praecipue illa quae adeo ingeniosas operationes exercent.– Respuesta de G. Pereira a las Objeciones de Miguel de Palacios. Vid. la edición de la Antoniana Margarita de 1749, pág. 328.}

A pesar de semejanza tan notoria entre los argumentos de Gómez Pereira y los de Descartes, éste no cita al filósofo español, quizás porque no había leído sus obras; pero aun siendo así, no parece probable que Descartes desconociera la teoría de Gómez Pereira, puesto que ésta fué ampliamente discutida en varios libros [114] de los siglos XVI y XVII, muy divulgados en Europa.

De ahí que no pasase inadvertida para los impugnadores del filósofo de la Turena, la semejanza entre su teoría y la del médico de Medina. El docto obispo de Avranches, Pedro Daniel Huet, dice terminantemente en su Censura PhiIosophiae Cartesianae {(1) Capítulo VIII, página 215 de la edición de Bolonia de 1723}: «Nadie defendió con más calor, ni enseñó más claramente esta teoría (la del automatismo) que Gómez Pereira, el cual, rotas las cadenas del Liceo en que había sido educado, y dejándose llevar de la libertad de su ingenio, defendió en España en su Antoniana Margarita esta y otras muchas paradojas.»

No son menores que las indicadas hasta aquí, otras semejanzas que existen en puntos capitales de las enseñanzas filosóficas de Gómez Pereira y de Descartes. Conducidos por los mismos razonamientos uno y otro escritor, establecen en el hombre un divorcio radical entre el espíritu y la materia, separando por completo las operaciones anímicas de las funciones orgánicas. Según Gómez Pereira, el cuerpo no colabora con el alma ni siquiera en las operaciones de la vida sensitiva, que considera tan [115] espirituales como los actos del entendimiento y de la voluntad. En resumen, a juicio del insigne médico de Medina del Campo, entre el alma y el cuerpo no hay unión substancial, sino accidental, y el alma, lejos de ser forma del cuerpo, está encerrada en él como en una prisión. «El alma racional que informa al cuerpo –escribe Gómez Pereira– es semejante a un hombre encerrado en una cárcel y sumido en un profundo sopor, del cual sólo le despierta algún golpe en el enrejado o algún objeto visible, odorífero o sonoro, que por las ventanas de los sentidos se le ofrece. El organismo sirve sólo para excitar y despertar al espíritu, porque mientras vive unido al cuerpo perecedero, no puede percibir ningún objeto interior ni exterior, sin que antes se verifique una alteración en alguno de los sentidos. A esta impresión hecha por el objeto en el órgano, sigue luego la sensación, que es debida únicamente, a la energía psíquica.» {(1) Antoniana Margarita, pág. 265.} De esta separación de las substancias material e inmaterial en el hombre, deduce Gómez Pereira, como consecuencia clarísima, la inmortalidad del alma. «El alma –leemos en su tratado De Inmortalitate Animorum, que forma la última parte de la Antoniana Margarita– puede ejecutar sin el cuerpo las principales [116] operaciones sensitivas e intelectuales; luego puede vivir sin el cuerpo, puesto que no depende de él ni en el ser, ni en el obrar, como los accidentes dependen de la substancia, ni necesita tampoco del sujeto para reparar las partes perdidas, porque siendo indivisible no puede perder partes que no tiene.»

Este argumento es, como vemos, exactamente igual al que empleaba Descartes para demostrar la inmortalidad del alma humana; Gómez Pereira aduce también algunas otras razones en prueba de la inmortalidad de nuestro espíritu, fundadas asimismo en la independencia de las operaciones anímicas respecto del organismo; pero en cambio rechaza por débiles y puramente retóricos, los argumentos que solían alegarse por los autores en defensa de esa creencia tan arraigada en el corazón humano.

Fue este problema de la inmortalidad del alma uno de los más ampliamente discutidos en las escuelas del Renacimiento. En su defensa escribieron hermosos libros muchos españoles esclarecidos como el ya citado Gómez Pereira, Fox Morcillo, Martínez de Brea, Pedro Navarro y el P. Mariana; pero no faltaron dentro y fuera de España algunos pensadores que desconfiando del alcance de nuestra inteligencia llegaron a sostener que la inmortalidad del [117] alma era indemostrable por razones naturales por más que nos constase, de un modo cierto, por revelación divina. Exagerando aún más la tendencia de estos escritores, Pedro Pomponazzi sostuvo que la doctrina de la inmortalidad del alma era verdadera según la fé, pero falsa según la razón; distinción absurda y vana, puesto que siendo única la verdad como es una la realidad de las cosas, es imposible que una doctrina sea verdadera y faIsa al mismo tiempo. Por eso decía muy cuerdamente Luis Vives refiriéndose a esta distinción empleada por Pomponazzi y la escuela Averroista de Padua: «Algunos, queriendo echárselas de filósofos, dicen que el alma, según la fé, es inmortal; pero que según la razón, es mortal; y ciertamente, no creo que pueda decirse cosa más necia. Porque bueno fuera emplear tales distinciones si nosotros tratásemos de inquirir lo que las cosas parecen y no lo que las cosas son; mas lo que a nosotros nos importa averiguar no es lo que las cosas parecen a la luz de la razón o la luz de la fé, sino lo que son ellas en la realidad, y claro es, que en el orden real no pueden ser sino de una sola manera.» {(1) Quidam affectantes videri philosophi aiunt in fide pietatis animam esse inmortalem, in lumine vero naturae mortale; quo quid dici potest imperitius aut dernentius? [118] Quasi nos quid videatur disputemus, non quid sit; nos vero nec fidei lumen nec naturae inquirimus sed veritatem ipsam, quae non gemina est, sed unica.– De Anima et Vita, libro II, cap. IX.}

El buen sentido y la ardiente fé religiosa, característica de nuestro pueblo, sobre todo en el siglo XVI, hizo que no tuviera partidarios en España la hipócrita teoría de Pomponazzi acerca de la inmortalidad del alma; pero no faltaron algunos escritores, incluso entre los eclesiásticos y religiosos, que defendieran la indemostrabilidad en el terreno científico de esa verdad fundamental.

Así opinaron entre otros el insigne sevillano Juan Montes de Oca, que tanta celebridad alcanzó en las Universidades italianas en las que enseñó filosofía durante muchos años {(1) Fué profesor, entre otras poblaciones, en Roma, Padua, Pisa y Florencia, estableciéndose verdadero pugilato entre las ciudades de Italia por recibir sus enseñanzas. Algunos de los autores que recientemente se han ocupado de este insigne filósofo, colocan su muerte en el año 1524, siguiendo sin duda a Facciolati, que así lo afirma en sus Fasti Gymnasii Patavini, publicados en 1757, pero como ya demostró el abate Lampillas en su Ensayo Histórico Apologético (Tomo II, Disert. V, § 3º) Montes de Oca no falleció en 1524, sino en 1532, habiendo desempeñado durante los siete años comprendidos entre ambas fechas el cargo de profesor en Pisa y en Florencia, y el de Visitador del Colegio español de San Clemente de Bolonia. En 1529 cumplimentó a Carlos V en Génova en [119] unión del Cardenal de Médicis, acompañando después al Emperador hasta Bolonia, en donde asistió a su coronación solemne, verificada en Febrero del siguiente año} y [119] el notable filósofo jesuíta Rodrigo de Arriaga. Ya antes que Montes de Oca y Arriaga habían profesado la misma opinión el cardenal Cayetano, que es uno de los más célebres comentaristas de Santo Tomás y el insigne Escoto.

Aunque Gómez Pereira se consagró principalmente al estudio de las cuestiones psicológicas, no dejó también de cultivar con fruto las ciencias físicas y naturales, llamando la atención sobre la necesidad de emplear en ellas con preferencia a todo otro método, el de observación.

En prueba de ello puede citarse su notable obra Novae Veraeque Medicinae Prima Pars, en la cual sacudiendo el yugo de Galeno que hasta entonces venía siendo oráculo inapelable en la Medicina, discutió con criterio independiente las principales y más difíciles cuestiones de dicha ciencia cimentando sus razonamientos en las observaciones y experiencias que él mismo había realizado. Así lo reconoce el erudito historiador de la Medicina, Hernández Morejón, que resume los méritos de Gómez Pereira como médico en estos términos: «Sus ideas prácticas sobre las fiebres en general, sus [120] reflexiones sobre las lesiones locales, sobre la calentura lenta héctica, sus pensamientos sobre el tifo y las viruelas están copiadas de la misma naturaleza y si hubiera leído Alberto Haller los escritos de este español no hubiera dicho que escribió poco de Medicina y Boerhaave y Stoll le habrían prodigado los elogios que han dado a Sydenhan, el cual no ha dicho tanto ni tan bien como el médico de Medina.» {(1) Historia Bibliográfica de la Medicina Española por D. Antonio Hernández Morejón, tomo III, pág. 42.}

Pero, aparte de sus descubrimientos en las ciencias médicas y filosóficas puede también alegarse como prueba del espíritu investigador de Gómez Pereira y de su competencia en los estudios experimentales el nuevo y curioso sistema de elevación y conducción de aguas que llegó a inventar. No sabemos el mecanismo especial en que consistía el invento, ni si dió o no los resultados favorables que su autor se proponía; pero del invento no cabe dudar, puesto que su autor mismo nos dejó noticia de él en la Dedicatoria de su Novae Veraeque Medicinae Prima Pars al Príncipe D. Carlos {(2) Cum nuper coram celsitudine tua, serenissime princeps, exemplo ostenderem inventum illud nostrum quo fluminum et fontium aqua ad quantumvis distancia loca sine cuniculis, ac pontibus posset deduci etsi inter media montosa et multo origine fluminis aut fontis altiora aut [121] flumine fonteve ipso profundiora fuissent, firmum ac perpetuum esse; memoror causam ascensus aquae illius Celsitudiuem tuam a me petiise; tibique amplissimo Principi respondisse: dilucide ipsam tibi posse me ostendere putare si edoctus (hactenus enim per aetatem non licuit) in physica facultate fuisses...}.

Cuestión capital en la Cosmología e íntimamente relacionada con las ciencias físicas es la relativa a la constitución esencial de los cuerpos. Gómez Pereira se ocupó también de ella resolviéndola en sentido francamente atomista y rechazando en consecuencia con duros calificativos la teoría de la materia prima y de la forma substancial, que a juicio de los escolásticos, constituyen la esencia de las substancias corpóreas, aquélla, como elemento potencial, pasivo y determinable, y ésta como elemento determinante, activo y actual. Este es un nuevo punto de semejanza, que puede señalarse entre las doctrinas filosóficas de Gómez Pereira y de Descartes.

Ya antes de Gómez Pereira había combatido la teoría peripatético-escolástica de la materia y de la forma otro médico español, natural de Valencia, llamado Pedro Dolese, quien, como afirma Isaac Cardoso en su Philosophia Libera, publicó una Suma de Filosofía y Medicina, en la que sigue las doctrinas atomísticas de Demócrito acerca de la constitución de [122] los cuerpos. Las campañas de Dolese encontraron pronto continuadores, pues además de Gómez Pereira, combatieron la teoría escolástica acerca de los principios constitutivos de los cuerpos inclinándose más o menos resueltamente al atomismo el insigne médico y filósofo Francisco Vallés, el teólogo Pedro Fernández de Torrejón y el médico Barreda. Pero más detenidamente aún, que estos escritores, impugnó la teoría de la materia y de la forma defendiendo con decisión el atomismo en sentido gassendista el célebre médico hebraico-hispano Isaac Cardoso, que dedicó al estudio de esta cuestión largas páginas de su eruditísima PhiIosophia Libera, publicada en Venecia en 1673.

Una de las razones que tanto Gómez Pereira como Isaac Cardoso, esgrimían contra la teoría de la materia y de la forma, era la innecesidad de acudir a estos principios para explicar la constitución de los cuerpos, y por lo tanto su falta de fundamento real, toda vez que, según el aforismo de la escuela nominalista, no se han de multiplicar los seres sin necesidad.

Este era uno de los principios favoritos de Gómez Pereira, enemigo acérrimo de las entidades abstractas y de las distinciones reales. Su ideal científico, era la sencillez y la claridad: su lema el sabio: Ne quid nimis, que [123] Durando ostentaba por divisa. Así, al tratar la cuestión de la distinción entre los accidentes y la substancia, si bien no llegó a las exageraciones de Descartes, decapitó, no obstante, muchos entes de razón, identificando la mayor parte de los accidentes, y entre ellos la cuantidad, con la substancia corpórea, ni más ni menos que había identificado el pensamiento, con la substancia del alma.

Además de Gómez Pereira, defendieron también la identificación de la cuantidad con la substancia corpórea, anticipándose en esto a Descartes, otros dos filósofos españoles del siglo XVI, Rodrigo de Arriaga y Francisco Vallés.

De este último, me ocuparé en seguida con alguna detención. Limitándome ahora a Gómez Pereira, y teniendo en cuenta la valentía y genialidad de su concepción filosófica, y las muchas semejanzas de método y doctrina que le unen con el padre del Cartesianismo, forzoso será reconocer que debe en justicia, ser considerado como el más legítimo precursor de Descartes.

Descartes, encuentra infundados y confusos los conocimientos filosóficos que había adquirido en los libros de su tiempo, y rechazándolos todos, acomete la arriesgada empresa de rehacer por sí mismo la síntesis científica, tomando como única guía la razón y como [124] punto de partida la afirmación del yo, que halla en el fondo de su conciencia. También Gómez Pereira, rechaza por sofísticas e insubstanciales las doctrinas del Escolasticismo, en que se había educado y proclamando intrépidamente el principio de la independencia filosófica, lanza a la luz pública nuevas e inauditas teorías que encuentra mediante la callada y atenta observación de los fenómenos de su alma. Audebo de his disserere quae nullus ante nos nec verbis; nec scriptis protulit, dice resueltamente al principio de su Antoniana Margarita.

Descartes, espiritualista convencido y a veces exagerado, separa cuidadosamente los fenómenos conscientes, de los fenómenos orgánicos, estableciendo un divorcio radical entre el alma y el cuerpo, del que deduce la inmortalidad del alma. Del mismo modo, Gómez Pereira que da como suprema razón de la inmortalidad de nuestro espíritu la absoluta separación de operaciones que existen entre ella y el cuerpo corruptible, no se cansa de enaltecer la condición espiritual de los fenómenos psiquicos, en cuya producción no concede intervención directa a los órganos materiales.

Descartes, en fin, llevado por su doctrina acerca de la identidad entre las funciones intelectuales y las sensitivas, y sin temor a chocar con el común sentir de las gentes, convierte a los animales en meros autómatas para no verse precisado a reconocer en ellos un alma espiritual. No de otra suerte Gómez Pereira, antes que reconocer en los brutos funciones intelectuales como se vería obligado a hacerlo de admitir en ellos verdadera sensibilidad, inseparable, a su juicio, de la razón, despoja a los brutos de todo conocimiento y apetito, aunque para ello tenga que entrar en liza con una de las convicciones más difundidas y arraigadas en la humanidad.

Por consiguiente, siendo tantas y tales las semejanzas de doctrina entre Descartes y Gómez Pereira y teniendo en cuenta que el médico español publicó sus obras muchos años antes de que Descartes naciera, ¿quién se atreverá a negarle el carácter de genuíno precursor del filósofo francés?

Y si en parte de la obra realizada por Descartes, en la que evidentemente le precedió Gómez Pereira, hay justo motivo de alabanza, ¿por qué no concedérsela al médico de Medina del Campo, mucho más habiendo sido el primer mantenedor de tales doctrinas? No vence seguramente Descartes a Gómez Pereira ni en la valentía del pensamiento, ni en los alientos reformadores, ni en el análisis minucioso y delicado de los fenómenos de conciencia.

Y no cabe decir que las doctrinas de [126] Gómez Pereira pasaron inadvertidas o que su nombre yace totalmente ignorado. Verdad es que el autor de la Antoniana Margarita no ha sido tan afortunado en este punto como Descartes por muchas razones de diversa indole que seria prolijo enumerar; pero aparte de que la popularidad y la fama más se deben a la suerte y a circunstancias extrínsecas que no al propio mérito, es lo cierto que no quedó el nombre de Gómez Pereira tan obscuro que nadie se volviera a acordar de él, ni sus doctrinas han sido nunca tan malaventuradas que no hayan encontrado en todo tiempo expositores, o panegiristas.

Hicieron mención de él y expusieron y comentaron sus teorías en los siglos XVII y XVIII entre otros escritores que podríamos citar Huet, Bayle, Isaac Cardoso, Nicolás Antonio, Calmet, Feijoo, el P. Ulloa, el P. Isla, Piquer y Forner, escritores, como se ve, de distintas escuelas y naciones, y algunos de ellos de singular nombradía; en el siglo XVIII (año 1749) se reimprimió la Antoniana Margarita, y finalmente entre los escritores, que han elogiado y seguido algunas de sus opiniones antes del siglo XIX, merecen citarse los ya nombrados Piquer y Cardoso.

¿Qué más? Las disputas que suscitaron las obras de Gómez Pereira a poco de publicadas, [127] y las impugnaciones que de ellas hicieron escritores tan conspicuos como Miguel de Palacios, Francisco Suárez y Francisco Vallés, al primero de los cuales replicó Pereira con agudeza y desenfado: ¿no prueban por ventura que las doctrinas del médico de Medina del Campo distaron mucho de pasar inadvertidas?

El hecho de que sabios tan eminentes como los citados se creyeran en el caso de combatir algunas de las opiniones de Gómez Pereira, demuestra que éstas no fueron tenidas en poco.

Además el Endecálogo del Doctor Francisco Sosa contra la Antoniana Margarita, obra de lectura fácil y amena y por añadidura escrita en castellano, contribuiría mucho, seguramente, a popularizar el nombre de Pereira y a extender la noticia de sus atrevidas paradojas. {(1) Acerca del Endecálogo contra la Antoniana Margarita, refutación burlesca o más bien sátira ingeniosa contra la doctrina de Gómez Pereira sobre la insensibilidad de los animales, puede verse el minucioso extracto que de él ha hecho el infatigable y afortunado investigador de nuestra historia literaria, D. Cristóbal Pérez Pastor en su obra La Imprenta en Medina del Campo. Allí publica también algunos documentos relativos al doctor Sosa, autor de aquel curiosísimo opúsculo. El Endecálogo, se publicó en Medina del Campo en 1556, y por lo tanto un año después que las Objectiones, de [128] Miguel de Palacios, de las cuales hace mención, y dos con posterioridad a haber visto la luz la Antoniana Margarita.}

¿Y qué razón prohibe el afirmar que las obras del filósofo de Medina llegaron a manos de Descartes y que despertando en él curiosidad y simpatía le movieron a estudiar aquellos mismos problemas y aún a aceptar las soluciones propuestas por el médico español? Las semejanzas que existen entre Descartes y Gómez Pereira son, en efecto, demasiado numerosas y estrechas para que puedan atribuirse a fortuita coincidencia.

Así lo reconocieron muchos impugnadores del filósofo francés, que siguiendo el parecer de Huet no dudaron en afirmar que Descartes se había inspirado en la obra de Gómez Pereira.

Por otra parte, si Descartes no leyó las obras del médico de Medina, pudo al menos tener noticia de sus peregrinas teorías por alguno de los escritores que las impugnaron, ptincipalmente por la Philosophia Sacra de Francisco Vallés, que por haber alcanzado numerosas ediciones en los siglos XVI y XVII en Francia, Italia y Alemania, y por haber sido comunmente celebrada en aquellos tiempos, es muy verosimil que llegase a manos del filósofo de la Turena. [129]

De ello son nuevo indicio las notorias semejanzas que se advierten entre varias doctrinas de Descartes y las que antes que él había expuesto Francisco Vallés en la obra mencionada.

Tantas son estas semejanzas, que justifican también a favor de Francisco Vallés el titulo de precursor del Cartesianismo.


{Eloy Bullón y Fernández, De los orígenes de la filosofía moderna. Los precursores españoles de Bacon y Descartes, Imprenta de Calatrava a cargo de L. Rodríguez, Salamanca 1905, Capítulo IV: Gómez Pereira, páginas 93-129.}


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