Obras completas de PlatónPlatón

Patricio de Azcárate

Introducción

 

Al aparecer por tercera vez nuestro nombre al frente de una obra de Filosofía, debemos recordar lo que en trabajos anteriores dijimos acerca del patriótico fin, a cuya realización nos proponíamos contribuir, consagrando nuestra actividad a esta clase de trabajos.

Decíamos en el Examen histórico-crítico de los sistemas filosóficos modernos, que nuestro pueblo había sido, a raíz del Renacimiento, eminentemente filosófico, y lo fue en la dirección única posible, dadas las circunstancias en que España entonces se encontraba. El sostenimiento de una guerra de siete siglos contra el Islamismo hizo que patria y religión fuesen una misma cosa, no pudiéndose concebir la una sin la otra, y esta circunstancia dio lugar a que se produjera en nuestro país un espiritualismo radical, que ha formado constantemente la base del carácter nacional de España. Y se engañan grandemente los que creen que esta identificación de patria y religión, que aparece siempre en las grandes crisis de nuestra historia, como ha sucedido recientemente en la guerra de la Independencia y aún en medio de nuestras disensiones políticas, sea obra exclusiva de un fanatismo religioso exagerado. [VI]

En Francia, Alemania e Inglaterra combatían los partidarios de distintas creencias cristianas unos contra otros; pero era para todos base común el espiritualismo. En nuestro país combatió el cristianismo, eminentemente espiritualista, con la religión o secta materialista de Mahoma, y como el triunfo de la religión era el triunfo de la patria, de ahí que echara tan profundas raíces el espiritualismo, unido de esta suerte a la causa de nuestra independencia.

Pero con la conquista de Granada, este gran suceso que dio existencia a la nacionalidad española, coincide el Renacimiento, que despertaba las inteligencias, descubriendo nuevos horizontes, desconocidos en la Edad Media, y que comenzaba por la aparición de los antiguos sistemas: el platonismo, el aristotelismo en sus fuentes originales, el estoicismo, el epicureismo y todas las demás doctrinas filosóficas, que ponían de manifiesto las antiguas glorias de la Grecia, y mostraban los grandiosos resultados que puede alcanzar el espíritu humano, mediante el cultivo de su razón. Nuestro país, que en aquel momento ocupaba una posición elevada entre las naciones, tanto por su poderío como por su ciencia, y que abrigaba en su seno ese instinto que le llevaba a identificar el sentimiento nacional con el sentimiento católico, se inclinó naturalmente al platonismo, prefiriendo dentro de esta doctrina la tendencia determinada por los alejandrinos, que fue la que apareció en el Renacimiento.

No contribuyó poco a esto el terrible poder que por aquel tiempo ejercía ya nuestro tribunal de la fe, que, fuera de ésta, tenía cerrada toda salida al pensamiento. [VII] De aquí esa pléyade de místicos nacionales del siglo XVI, que, aún en tan estrecho recinto, no pudieron moverse sin graves peligros, como lo muestra sobradamente nuestra historia. Sin embargo, a pesar de tales obstáculos, el sentimiento religioso y el filosófico con sus formas místicas marcharon a la par en aquel siglo. Mas esto no fue ni podía ser duradero; en el siglo siguiente campeó sólo el sentimiento religioso, que privado del auxilio que en el anterior le prestaban las ciencias filosóficas, degeneró, quedando reducido a un brutal fanatismo, sostenido por las hogueras de la Inquisición. El pensamiento filosófico se extinguió y dejamos de pertenecer a la Europa culta.

Es cierto que en el siglo último se han hecho esfuerzos para recobrar el terreno perdido, siendo muy dignos de estimación los trabajos de muchos sabios que consagraron sus vigilias a propagar entre nosotros ciertos conocimientos útiles; y bastante hicieron consiguiendo mejorar nuestra educación en la esfera de las artes, de la literatura, de la administración y del orden económico. Pero si esto hizo el siglo XVIII en aquellas ramas de la ciencia, toca al XIX arraigar entre nosotros la Filosofía, que ocupa la cumbre del saber humano, ya que van desapareciendo los obstáculos que lo impedían. Por esto es un deber para todos los que amen de corazón a su patria, trabajar para que se acelere este movimiento, que ha de colocarnos al nivel de las naciones que marchan delante de nosotros, y para darle la dirección más conveniente y la más análoga con nuestro carácter. Esta fue la idea que nos movió a publicar las Veladas y el Examen histórico-crítico de los sistemas filosóficos modernos, y que nos mueve hoy [VIII] a publicar la traducción de las obras de los grandes filósofos con que se honra la humanidad.

Tratándose de esto, necesariamente habíamos de fijarnos en primer término en el divino Platón, para enlazar nuestras tradiciones del siglo XVI con las aspiraciones del siglo XIX; no presentando la doctrina de este filósofo con el colorido místico con que apareció en aquel siglo, debido a la filosofía alejandrina, sino en toda su pureza, tal como resulta de sus obras originales, grabadas con el sello de ese puro espiritualismo que ha constituido constantemente el fondo de nuestro carácter nacional, y cuya permanencia será siempre una de las glorias de España, y acción patriótica cuanto se haga para conservarlo.

Además, la humanidad se ha inspirado constantemente en las obras del filósofo, a quien por espacio de veinticuatro siglos ha dado el nombre de divino, y en mucho tiempo no puede dejar de acudir a esta fuente de pura doctrina. Después de su muerte, la aparición de los escritos de su discípulo Aristóteles, que combatía la teoría de las ideas, base y fundamento de la filosofía platoniana, y la de nuevos sistemas, como el epicureismo, el estoicismo y otros, y la falta, siempre irreparable, del genio fundador, único que con su voz e inteligencia puede sostener el prestigio de sus propias concepciones, hicieron que casi desapareciera el platonismo como escuela, pero no desapareció la indeleble y profunda impresión causada por los escritos de este hombre grande en la marcha y progreso de los conocimientos humanos. Renació posteriormente con el nombre de Nueva Academia, bajo los auspicios de Arcesilao y Carneades, pero su dogma, que consistía en [IX] admitir como único criterio de verdad la probabilidad, con lo cual creían poder combatir el dogmatismo y el escepticismo, es tan pobre y está tan en pugna con el sólido e indestructible dogmatismo de Platón, que bien puede decirse que la nueva Academia fue platoniana sólo en el nombre.

Bajo mejores auspicios apareció en Alejandría con el nombre de neo-platonismo. Ammonio, Sacas, Plotino, Jamblico, Proclo, Porfirio y otros, quisieron, en aquel centro de la civilización entonces conocida, reducir a un cuerpo de doctrina la mitología oriental y la filosofía griega, proclamando que el sabio se iniciaba en todos los misterios, en todas las escuelas, en todos los métodos, valiéndose, para descubrir la verdad, de la iniciación, de la historia, de la poesía y de la lógica. Así que los alejandrinos, a la vez griegos y bárbaros, filósofos y sacerdotes, aunque tomaron por fundamento de su doctrina la de Platón, la exageraron hasta el punto de convertir la unidad platoniana en una unidad vacía de sentido, a la que se llegaba por el arrobamiento y el éxtasis, concluyendo en un iluminismo desesperado, y en proclamar la impotencia de la razón para descubrir la verdad.

En los siglos medios es indudable que Aristóteles ejerció una visible preponderancia sobre Platón, debido a la diferencia radical de sus doctrinas, y no poco a la distinta forma en que fueron presentadas. El sistema de Aristóteles es racionalista, pero encerrado en la naturaleza exterior tiene un sello indudable de empirismo; mientras que el sistema de Platón, también racionalista, tiene el sello del idealismo, que eleva el alma del que le [X] estudia y contempla a las regiones del infinito; y esta misma circunstancia le hizo menos aceptable a la generalidad de las inteligencias. Aristóteles clasificó las ciencias, tratando cada una por separado, con un orden rigorosamente didáctico, cosa desconocida hasta entonces; con una explicación directa, seca y tan severa como la requiere la ciencia. Platón, poeta más que filósofo en la forma, optó por el método de los oradores y no por el de los geómetras; y en vez de clasificaciones científicas y de un lenguaje sencillo de explicación, usa del diálogo, introduce interlocutores, pinta con la imaginación y aparecen resueltos los más vastos problemas con las bellezas del estilo y los encantos que sólo se encuentran en los poetas inspirados. Estas diferencias fueron causa de la preferencia que alcanzó Aristóteles, que fue mirado como el fundador de la metafísica, de la psicología, de la moral, de la política, de la lógica, de la retórica, de la poética, de la economía política, de la física, de la historia natural y de todos los ramos tratados en obras separadas e independientes. Mas con la invasión de los bárbaros y otras concausas de tal manera se desnaturalizaron y corrompieron las doctrinas del Estagirita, que hasta llegaron a desconocerse las obras originales, sustituyéndose la verdadera ciencia peripatética con la ciencia grotesca y bárbara de los escolásticos. Sin embargo, en aquellos mismos siglos, Platón fue altamente considerado y mereció siempre la atención de los sabios, como había merecido en alto grado la de los padres de la Iglesia, debido indudablemente a la afinidad que se advierte entre la filosofía platoniana y los principios del cristianismo. [XI]

No pueden leerse a San Justino, San Clemente de Alejandría, ni a ninguno de los padres griegos, sin advertir cuán instruidos estaban en las obras de Platón. San Agustín mismo{1} dice: «puesto que Dios, como Platón lo repite sin cesar (esto supone una lectura muy asidua), tenía en su inteligencia eterna, con el modelo del universo, los ejemplares de todos los animales, ¿cómo podría dejar de formar todas las cosas?» Quidquid à Platone dicitur vivit in Agustino, se decía.

Si de aquí pasamos a la época del Renacimiento, una nueva gloria se prepara para Platón. Sus obras, desconocidas en el Occidente, aparecieron traducidas por Marsilio Ficino{2} y Juan Serres{3}, y desde entonces su lectura se hizo general entre los hombres de letras; y aunque posteriormente se lamentaba el abate Fleury{4}, el autor de la Historia eclesiástica, de que no eran tan estudiadas las obras de Platón como lo reclamaba el amor a la ciencia, es lo cierto que eran generalmente conocidas en toda Europa, y que Leibnitz, que advertía las tendencias espiritualistas que iban determinando entre los sabios, decía: «si alguno llegase a reducir a sistema la doctrina de Platón, haría un gran servicio al género humano»{5}. No fue extraña España a este movimiento, y si [XII] bien se dio la preferencia a las obras de Aristóteles como sucedía en el resto de Europa, llegando a veintidós lógicas las que se publicaron en los siglos XVI y XVII en nuestro país sobre la base del Organum de Aristóteles, también aparecieron una traducción latina concordante de Platón y de Aristóteles en el Timeo, en el Fedon y en los libros de la República, debida a la pluma de Sebastián Foxio, y una traducción en lengua castellana del Cratilo y de Gorgias por Pedro Simón Abril; indicaciones harto evidentes del espíritu místico o neo-platónico que se infiltró en nuestros sabios en los siglos que siguieron al Renacimiento.

El siglo XVIII fue funesto para el platonismo, como lo fue para todos los sistemas racionalistas. El yugo de hierro que impuso a las inteligencias en la vecina Francia la filosofía empírica, sostenida por Locke y Condillac, hizo que se miraran con horror el platonismo, el malebranchismo, el cartesianismo, los cuales, decía Garat, imponen al hombre agentes o ídolos que han obtenido del espíritu humano un culto supersticioso, culto que convirtió las escuelas en templos; pero cuyas estatuas y altares despedazó primero el gran Bacon{6}.

Pero la reacción comenzada en Alemania a fines del siglo último, y realizada en el presente en toda Europa, es inmensa, ya por el descrédito en que ha caído el empirismo, ya por la altura a que se han elevado todas las cuestiones filosóficas en el campo del idealismo, y ya por [XIII] el conocimiento más profundo que se tiene de la dignidad y grandeza de nuestro ser, que tiende sus miradas a las regiones del infinito a que le llaman sus altos destinos. Para honra del género humano, Platón se ha levantado del descrédito injurioso del siglo XVIII y el conocimiento de sus obras se va haciendo general; y día llegará en que no habrá hombre de ciencia que no vea honrada su librería, por modesta que sea, con los diálogos del divino Platón. Este gran filósofo está ya hablando en todas las lenguas cultas; en Inglaterra, Tailor{7}; en Alemania, Mendelssohn y Schleiermacher{8}; en Italia, Ruggiero Bonghi{9}; en Francia, de una manera parcial, Le Clerc{10}; y de una manera general Cousin{11} y posteriormente Chauvet y Amadeo Saisset{12}, han llevado a cabo esta tarea en sus respectivas lenguas, animados por el deseo de propagar las ideas platonianas, que tanto contribuyen a ensanchar la esfera del saber en el inmenso campo de la ciencia.

Esta misma idea y el amor a mi patria son las razones que me impulsaron a publicar mis anteriores libros, y me mueven hoy a ofrecer al público, en lengua castellana, las obras de Platón. La experiencia me ha hecho conocer lo arduo de la empresa; pero mi fe inquebrantable, y el [XIV] creer que hago un verdadero servicio a mi país, contribuyendo, con lo poco que puedo, a que arraiguen en él los buenos principios, me han llevado a un trabajo muy superior a mis débiles fuerzas. Pasar a una lengua viva lo que hace veinticuatro siglos se ha escrito, no en el lenguaje sencillo de la ciencia, que presenta siempre cierta homogeneidad en todas las lenguas, como se advierte en las obras de Aristóteles, sino en forma de diálogos, con todas las galas del buen decir y con todas las especialidades y modismos que lleva consigo un lenguaje que se supone hablado y no escrito, es una dificultad inmensa y en ocasiones insuperable.

He tomado como base para mi trabajo la traducción en latín de Marsilio Ficin, que con el original griego publicó lo Sociedad Bipontina en la ciudad de Dos-puentes, en Alemania, en el año de 1781, en doce tomos; el último de los cuales es un juicio crítico del historiador de la filosofía Diet. Tiedemann; he consultado en los casos dudosos la magnífica traducción de Cousin, y la de Chauvet y Saisset, tomando de esta última las noticias biográficas, la clasificación de los diálogos, como menos defectuosa, los resúmenes y algunas notas.

Réstanos sólo decir, por qué nos hemos abstenido de entrar en la crítica de la doctrina de Platón, limitando esta introducción a explicar el móvil que nos impulsa a publicar la Biblioteca Filosófica y la razón que hemos tenido para comenzar por las obras de aquel filósofo. Deseando asociar a la patriótica empresa que emprendemos las personas que en nuestro país han consagrado, más o menos, su actividad al cultivo de los estudios filosóficos, [XV] hemos rogado a algunas de aquellas que tomaran a su cargo el escribir un Juicio crítico de cada uno de los filósofos, cuyas obras formaran parte de la Biblioteca, a fin de que de este modo nos ayudaran eficazmente en este trabajo superior a nuestras escasas fuerzas. Pues bien, tenemos la indecible satisfacción de decir, que este ruego ha sido atendido del modo que era de esperar de quienes tantas muestras tienen dadas de su amor a la ciencia y a su país. Reciban todos el sincero testimonio de nuestra profunda gratitud. En su virtud, el conocido profesor de Metafísica de la Universidad de Madrid, D. Nicolás Salmerón y Alonso, se ha encargado de escribir el Juicio crítico de Platón, con el cual se cerrará la publicación de las obras de este filósofo. De la crítica de los demás se ocuparán a su tiempo los señores D. Manuel A. Berzosa, D. Ramón de Campoamor, D. Francisco de Paula Canalejas, D. Federico de Castro, D. Francisco Giner de los Ríos, D. Gumersindo Laverde Ruiz, D. Nicomedes Martín Mateos, D. José Moreno Nieto, D. Juan Valera y Don Luis Vidart. Por este motivo, la sección correspondiente a cada filósofo comenzará con la biografía, que siempre facilita la inteligencia de los escritos de un autor, y concluirá con el Juicio crítico de su doctrina.

Al citar los nombres de estos ilustrados críticos; al pensar que no son solos, sino que antes bien a la par de ellos cultivan las ciencias filosóficas otros profesores, jurisconsultos y literatos; al ver cómo de día en día crece en la juventud el amor al estudio de la filosofía; no podemos menos de celebrar con alborozo este notable progreso en la cultura de nuestro país, en el que hace pocos [XVI] años eran, sólo por excepción, cultivados los estudios filosóficos.

¡Quiera el cielo que este movimiento civilizador se acelere y sea dirigido del modo más conveniente para el engrandecimiento de nuestra querida patria!

Patricio de Azcárate

———

{1} De la Ciudad de Dios, XII, XXVI, c.f. VIII, IV.

{2} Nacido en Florencia en 1433, y muerto en 1499.

{3} Nacido en Villanueva de Berg en 1540, y muerto en 1598.

{4} Discurso sobre Platón, dirigido a Monseñor de Samoignon de Basville.

{5} Leibnitz, edic. Erdonann, p. 725 y 701. Cartas a Montmort.

{6} Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos, tomo IV, p. 39.

{7} 1804; 5 vol. en 4º.

{8} Berlín, 1817-1828; 6 vol., 2ª edición.

{9} Milán, 1857.

{10} Pensamientos de Platón. París 1824, 2ª edición.

{11} Obras completas de Platón. París 1824-1840; 13 vol.

{12} Obras completas de Platón, de MM. Chauvet y Amadeo Saisset, compuestas de 10 vol., 1861.

 
{Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate,
tomo primero, Madrid 1871, páginas V-XVI.}

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