Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía [1961]
Fondo de Cultura Económica, México 1963 (2ª 1974)
páginas 778-781

Materialismo

(ingl. materialism; franc. materialisme; alem. Materialismus; ital. materialismo). Este término fue usado por primera vez por Robert Boyle en el escrito de 1674 intitulado The Excellence and Grounds of the Mechanical Philosophy (cf. Eucken, Geistige Strömungen der Gegenwart, 5ª ed., 1916, p. 168; trad. esp.: Las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo, Madrid, 1914). En general, el término designa toda doctrina que atribuye la causalidad solamente a la materia. En todas sus formas, históricamente individualizables y fuera del uso polémico del término, el materialismo consiste, en efecto, en afirmar que la única causa de las cosas es la materia. La vieja definición de Wolff, según la cual son materialistas «los filósofos que admiten sólo la existencia de los entes materiales, o sea de los cuerpos» (Psychol. rationalis, § 33), no es suficiente para individualizar las formas históricas del materialismo porque llevaría a incluir en esta comente a doctrinas que lo repudian (véase infra). Se pueden, sobre esta base, distinguir: 1) el materialismo metafísico o cosmológico, que se identifica con el atomismo filosófico; 2) el materialismo metodológico, según el cual la única explicación posible de los fenómenos es la que recurre a los cuerpos y a sus movimientos; 3) el materialismo práctico, que es el que reconoce en el placer la única guía de la vida; 4) el materialismo psicofísico, que es el que admite la estrecha dependencia causal entre los fenómenos psíquicos y los fisiológicos. Éstas son las formas, reconocibles históricamente, que adopta el materialismo, además de las conocidas bajo los nombres de materialismo dialéctico y materialismo histórico, que se consideran aparte. No se puede, en cambio, considerar como históricamente legítimo el [779] significado que Berkeley atribuye al término, entendiendo por materialistas a todos los que de alguna manera reconocen la existencia de la materia (Principles of Human Knowledge, § 74), ya que en este sentido serían materialistas también Aristóteles y los aristotélicos. Tampoco se puede denominar materialistas a los estoicos, aun cuando consideraran que todo lo que está en la naturaleza es cuerpo (Dióg. L., VII, 1, 56; Plut., De Com. Not.), ya que admitían un principio racional divino como causa del mundo, y tampoco Tertuliano puede ser considerado como materialista, por análogos motivos; aunque asimismo afirma que «todo lo que existe es cuerpo» (De An., 7; De carne Christi, 11).

1) El materialismo cosmológico se caracteriza por las siguientes tesis: a) el carácter originario o inderivable de la materia, que precede a todo otro ser y es su causa. Por lo tanto, no es un materialismo la doctrina de Gassendi, según la cual los átomos que constituyen el universo han sido creados por Dios. b) La estructura atómica de la materia, c) La presencia en la materia, por lo tanto en los átomos, de una fuerza capaz de hacerlos mover y combinarse en modo tal que dan origen a las cosas. Demócrito admitía que los átomos se mueven por su cuenta desde la eternidad (Arist., Fís., VIII, 1, 252a 32) y este supuesto se ha mantenido en todas las formas del atomismo. La última forma histórica que el materialismo ha adquirido, la que tuvo máxima difusión en los últimos decenios del pasado siglo, por obra del biólogo alemán Ernst Haeckel, admitía, por lo demás, que los átomos están dotados, aparte de movimiento, también de vida y de sensibilidad (Die Welträtsel, 1899; trad. esp.: Los enigmas del Universo, Valencia, s. a.), d) La negación del finalismo del Universo y, en general, de todo orden que no consista en la simple distribución de las partes materiales en el espacio, e) La reducción de los poderes espirituales humanos a la sensibilidad, o sea al sensismo. En esta forma, se presentó el materialismo en la Antigüedad en las doctrinas de Demócrito y de Epicuro y en la edad moderna en las doctrinas de algunos iluministas y en las de muchos positivistas del siglo XIX.

2) El materialismo metódico fue defendido por vez primera por Hobbes y su tesis fundamental consiste en considerar que la noción de materia, o sea de cuerpo y de movimiento, es el único instrumento disponible para la explicación de los fenómenos. Hobbes, en efecto, afirmó que el conocimiento de una cosa es siempre conocimiento de su génesis y que la génesis es movimiento. Por lo tanto, todo conocimiento es conocimiento del movimiento y el movimiento implica cuerpo. Por ello, denominó De Corpore (1655) a su tratado de filosofía primera. Desde este punto de vista la explicación materialista es la única posible también por lo que respecta al espíritu y a las cosas espirituales. Así Hobbes objetaba a Descartes: «¿Qué diremos si el razonamiento no es más que un conjunto y una relación de nombres por medio de la palabra ‘es’?» Resulta de esta tesis que mediante la razón no podemos concluir nada que se refiera a la naturaleza de las cosas, sino solamente con referencia a sus apelativos o sea que, con ella, nosotros veremos solamente si los nombres de las cosas se reagrupan bien o mal, según las convenciones que hayamos establecido a nuestro arbitrio para sus significados. Si es así, como bien puede suceder, el razonamiento dependerá de los nombres, los nombres de la imaginación y la imaginación quizá (esto según mi opinión) del movimiento de los órganos corporales y así el espíritu no será más que un movimiento de determinadas partes del cuerpo orgánico» (III, Objections, 4). El cuerpo es, por lo tanto, según Hobbes, el único objeto posible del saber humano y la filosofía se divide en dos partes, la filosofía natural y la filosofía civil, según estudie el cuerpo natural, o sea la naturaleza, o el cuerpo artificial, o sea la sociedad (De Corp., I, 9).

Un materialismo metodológico ha sido sostenido en época reciente por los filósofos del círculo de Viena y especialmente por Carnap, pero, sin embargo, en un sentido diferente al enunciado por Hobbes y refiriéndose al lenguaje; tal materialismo es la exigencia de traducir, a términos del lenguaje físico, los datos protocolares, para construir con ellos un lenguaje intersubjetivo. Este materialismo se identifica, [780] por lo tanto, con el fisicalismo (véase) y no implica ninguna afirmación acerca de la existencia de la materia (cf. Erkenntnis [Conocimiento], 1931, p. 447). Tal materialismo no implica ni siquiera la deducibilidad de las leyes biológicas y psicológicas a través de las leyes físicas. La unificación de las leyes de la ciencia es, sin duda y desde este punto de vista, una meta de la ciencia misma, pero no se puede excluir ni prever que esta meta sea lograda (Carnap, Logical Foundations of the Unity of Science, 1938, p. 61).

3) En su significado práctico o moral, el materialismo es un término que pertenece al lenguaje común más que al filosófico. Se habla, en efecto, de «época materialista», de «tendencias materialistas» o del «materialismo» de grupos o círculos de personas para indicar la tendencia al bienestar o, más exactamente, de una ética que considera al placer como única guía de la conducta. El término filosófico apropiado a esto es hedonismo (véase). El hedonismo acompaña a menudo al materialismo, pero no necesariamente. La ética de Epicuro y de los materialistas del siglo XIX es hedonista, pero no lo es la ética de Demócrito. Por lo demás, el hedonismo puede ser inherente a filosofías no materialistas y así, por ejemplo, fue aceptado por los cirenaicos y por los empiristas del siglo XVIII. En su forma extrema, sin embargo, el hedonismo constituyó una manifestación característica del materialismo psicofísico del siglo XVIII que, en este punto, fue una continuación del libertinismo (véase). La obra de Helvetius, De l’esprit (1758) es particularmente significativa a este respecto, porque contiene una indiscriminada exaltación del placer, como asimismo otra obra, anterior algunos años, de La Mettrie, L’art de jouir ou l’école de la volupté (1751).

4) El materialismo psicofísico consiste en afirmar la estrecha dependencia causal de la actividad espiritual humana de la materia, esto es, del organismo, respecto del sistema nervioso o del cerebro. Esta tesis se presentó en diferentes formas durante los siglos XVIII y XIX. Una de estas formas es la concepción del hombre máquina. La expresión fue usada por el francés La Mettrie como título de una obra famosa suya (1748), pero el concepto se encuentra asimismo expresado en la obra de David Hartley, Observations of Man (1749) y en la de Joseph Priestley, Disquisitions Relating to Matter and Spirit (1777). El Système de la nature de Holbach es quizá la mejor expresión de este punto de vista, según el cual todas las facultades humanas son modos de ser y de obrar que resultan del organismo físico del hombre, a su vez determinado por la máquina del Universo. Una forma más restringida y específica de este materialismo es la que adquiere en la obra del médico francés Pierre Cabanis, Rapports du physique et du moral de l’homme (1802) que insiste en la dependencia de las actividades psíquicas respecto del sistema nervioso. Hacia mediados del siglo XIX, esta dependencia causal de los poderes espirituales humanos del sistema nervioso pareció a muchos filósofos científicos un hecho establecido. El materialismo de esta época se basa precisamente en este hecho. El zoólogo Karl Vogt en un escrito de 1854, La fe del carbonero y la ciencia (Köhlergiaube und Wissenschaft, 1854) afirmó que «el pensamiento tiene con el cerebro la misma relación que la bilis con el hígado o la orina con los riñones», afirmación que coincidía con la del historiador y literato francés Hipolite Taine: «El vicio y la virtud son producidos como el vitriolo o el azúcar, y todo dato complejo nace del encuentro de otros datos más simples de los cuales depende» (Histoire de la littérature anglaise, 1863, Introd.). Otra forma más atenuada o, si se quiere, más distinguida de la misma doctrina es aquella según la cual la conciencia es el epifenómeno de los procesos nerviosos, en el sentido de que aunque es producida por ellos no obra sobre ellos, lo mismo que la sombra no obra sobre el objeto que la produce (Huxley, Clifford, Ribot). La Historia del materialismo (Geschichte des Materialismus, 1866) de Friedrich Albert Lange basa su exposición precisamente en el materialismo psicofísico, en el cual ve un saludable memento contra la pretensión de extender el saber humano más allá de ciertos límites. El materialismo, según Lange, renace siempre que el hombre olvida estos límites y pretende dar valor objetivo a [781] construcciones metafísicas que solamente tienen valor imaginativo.

Tanto el materialismo metafísico como el materialismo psicofísico de la mitad del siglo XIX tienen un carácter romántico. No quieren, por lo tanto, limitarse a ser tesis filosóficas dotadas de mayores o menores posibilidades de confirmación, que pretenden ser doctrinas de vida, destinadas a derrotar la religión y sustituirla. Esta pretensión da a tales doctrinas un tono violentamente polémico y profético, por el cual la «Ciencia» resulta la nueva tabla de la verdad absoluta. Esta actitud se denominó cientismo (véase) y constituye la vanguardia romántica de la ciencia del siglo XIX. El materialismo constituyó el credo de tal cientismo, un credo que la ciencia misma contribuyó en buena parte a desmantelar, con la crisis en que entró, en los últimos decenios del siglo, su concepción mecanicista.


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