Filosofía en español 
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18 de Enero

Montesquieu

Entre los grandes hombres que la vecina Francia produjo en la anterior centuria y que prepararon con sus escritos la gran revolución de 1789, debemos contar a Carlos de Secondat, barón de la Brede y de Montesquieu, bajo cuyo último título se ha hecho celebérrimo su nombre; y decimos que debe incluírsele entre los escritores del siglo XVIII, porque, aun cuando nació en el XVII, los frutos de su ingenio privilegiado caen del lado acá del ano 1723 en que hizo dimisión del cargo judicial que desempeñaba, a fin de poder consagrarse plenamente al estudio, que era su ocupación mas grata. Tenia ya entonces treinta y cuatro años, pues había venido al mundo el día 18 de Enero de 1689 y en el castillo de la Brede, cerca de Burdeos.

Su familia era toda de magistrados, y el joven Carlos, siguiendo las tradiciones de la casa y el consejo paterno, emprendió también la carrera del Foro, obteniendo, tan pronto como la terminó, una plaza de Consejero, y poco después, en 1715, la presidencia del Parlamento de Guyena, que, como antes dijimos, renunció ocho años más tarde, entregándose desde entonces a trabajos literarios.

Ya antes de esta fecha había hecho un brillante ensayo de sus fuerzas en aquel terreno dando a luz varios opúsculos, y en 1721 había publicado las famosas Cartas persas, de cuya obra ha dicho el docto Villemain que es “el más profundo de los libros frívolos” y cuyo éxito fue tan extraordinario, que, ciñendo a su autor la aureola de una reputación universal, le abrió en 1728 las puertas de la Academia francesa. Entonces el sabio quiso completar los estudios que había hecho en su biblioteca con otros que hiciese en el gran libro del mundo, y al efecto emprendió largos viajes por Italia, Suiza, Inglaterra, Holanda y Alemania, retornando luego a su retiro de Brede a confeccionar la más popular de sus obras, la que lleva por título Consideraciones sobre las causas del engrandecimiento y decadencia de los romanos. Este gran estudio histórico apareció en 1736 y sirvió para confirmar en la opinión pública el alto concepto que ya se tenía formado de su autor.

Reconozcamos que las condiciones en que este trabajaba, eran, dado su ingenio y laboriosidad, las más favorables para producir obras concienzudas y de gran erudición. Ya Cervantes decía que “el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos y la quietud del espíritu, son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento;” a lo cual nosotros podríamos añadir, sí nos atreviéramos a poner nuestras palabras junto a las del autor del Quijote, que para dar a luz el Espíritu de las leyes, la obra maestra de Montesquieu necesitaba vivir este en un apartado y silencioso castillo feudal, donde tranquilamente, sin priesa, con todas las comodidades reunidas y todas las necesidades satisfechas, copiosa biblioteca, expertos amanuenses y trabajo lento y moderado, elaboraba sus ideas y corregía mil veces lo escrito, siguiendo el consejo de Horacio que recomienda tener el original de toda obra en el pupitre por lo menos nueve años. Así escribían también los felices moradores de los conventos y así nos dejaron los benedictinos aquellas obras que son monumentos de ciencia y de paciencia.

Montesquieu empleó en este libro doce años, pues trabajó en él constantemente desde 1736 en que dio a la estampa, según queda dicho, su Estudio sobre las causas del engrandecimiento y decadencia de los romanos, hasta 1748 en que admiró al mundo con el Espíritu de las leyes. En este mismo año publicó también un Diálogo de Sila y de Eucrates, y en los posteriores compuso varias obras de menor importancia, entre las que se cuentan: Lisímaco, Ensayo sobre el gusto; Cartas, &c.; y las mejores ediciones de sus obras completas son, las de Lefevre, 6 tomos, 1816, y la de Lequieu, 8 tomos, 1819. Montesquieu pasó a mejor vida en 1755.