Filosofía en español 
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22 de enero

Quintiliano

A España, que, según la valiente frase de Claudiano, le dia a Roma por tributo Césares, cupo también la gloria de que uno de sus hijos fuera el primer profesor oficial o retribuido por el Estado que tuvo la capital del orbe. Marco Fabio Quintiliano fue este hombre insigne: había nacido en Calahorra hacia el año 42 después de Cristo, y era hijo de un abogado que le envió a Roma, donde estudió bajo la dirección de Domicio Aper y otros afamados retóricos, y después volvió a nuestro país con el procónsul Galba, que le cobró entrañable afecto. Así fue que, cuando aquel general se insurreccionó contra Nerón y llegó a reemplazarle en el trono (68), se llevó consigo al joven abogado español, ya acreditado en el Foro, y le nombró profesor público, asignándole un sueldo decoroso, que no solo le conservaron los sucesores de aquel emperador, sino que Vespasiano le elevó a la cantidad de 100.000 sextercios (cerca de 30.000 reales).

Por espacio de veinte años ejerció nuestro compatriota el elevado ministerio de la enseñanza, viéndose siempre rodeado de una juventud brillante, que corría presurosa a escuchar sus lecciones. Entre sus discípulos se encontraba Plinio el Joven, y según algunos, también Tácito: lo fueron igualmente los sobrinos del emperador Domiciano, quien recompensó los servicios del ilustre pedagogo concediéndole el rango de patricio romano y aun, como otros pretenden, elevándolo al consulado; de suerte que, lleno de honores y riquezas, falleció por los años de 120.

Quintiliano, después que se retiró de la enseñanza pública, se dedicó a escribir una obra que, fruto de su larga experiencia y de su claro talento, había de ceñir a su nombre la aureola de la inmortalidad. Este grandioso monumento literario lleva por título De Institutione oratoriae: consta de 12 libros y no es tan solo, como pudiera creerse por dicho título, un tratado completo de Retórica, tal como esta materia se entendía entonces, sino un verdadero plan de estudios para el orador, desde los rudimentos de la gramática hasta los más altos vuelos de la elocuencia. En efecto, el libro del preceptista español toma al discípulo desde la cuna, dirige su crianza, le impone en los elementos de la primera instrucción, le conduce luego a las aulas públicas y le acompaña por fin al foro y al seno de las relaciones sociales. En la parte técnica y mecánica sigue por lo general a Aristóteles, aunque no servilmente, pues en muchas cosas expone criterio muy distinto. Su estilo recuerda el de Cicerón, a quien toma por modelo; aunque algunos de los preceptos que da, no son hoy aplicables, por la enorme diferencia que hay entre la sociedad moderna y el mundo antiguo, puede afirmarse que esta obra es el código eterno de donde han sacado los retóricos de todos tiempos la legislación literaria del clasicismo.

Hase atribuido también a Quintiliano un Diálogo sobre las causas de la corrupción de la elocuencia; más ya convienen todos las eruditos en adjudicar a Tácito la paternidad de este libro, cuyo manuscrito original se encontró por casualidad en Suiza el año 1419. Niega asimismo la crítica que sean suyos 145 discursos que como tales se han tenido por mucho tiempo, y que son afectadísimas declamaciones o ampulosos ejercicios oratorios, indignos del elocuente y docto profesor, a quien su paisano Marcial llamaba y con razón, «gloria de la toga romana.»