Filosofía en español 
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29 de Diciembre

Adelardo López de Ayala

Es innegable que desde el promedio de la actual centuria hase verificado en nuestra literatura dramática una radical transformación que coincide, como no podía menos, con el cambio de ideas y aspiraciones verificado en las masas; porque, sino la escuela de las costumbres, el teatro es seguramente el fiel espejo de la sociedad. El gusto del público se ha modificado: ya no sufre aquel romanticismo de la época del Don Álvaro, ni le satisface el drama histórico, ni mucho menos la antigua comedia de capa y espada, como tampoco la del género moratinesco. Ahora se quiere el drama psicológico y social, que sea el problema en acción de la vida presente, que reproduzca al vivo el cuadro de los conflictos morales, dudas y pasiones que atormentan a la generación contemporánea. A satisfacer esta necesidad estética dando fórmula al pensamiento general, vinieron, formando pléyade brillante, juveniles talentos, sobre los cuales descolló bien pronto, quantum solent inter ipsa viburna cupresi, que dice Virgilio, el dramaturgo insigne con cuyo nombre y boceto biográfico honramos esta hoja de nuestro libro.

Guadalcanal, pueblo de la provincia de Sevilla y el mes de Marzo de 1829 vieron nacer a D. Adelardo López de Ayala. Sus padres, labradores bien acomodados, le enviaron, cuando tenía 14 años, a la Universidad de Sevilla con el objeto de hacerle abogado; pero él, que sintió desde luego la atracción de su destino, fue siempre un mal estudiante. Como sucede a todos los poetas, salvas algunas excepciones, aburríanle sobre manera las matemáticas, cuyas áridas verdades no interesan ni conmueven: lo propio le aconteció más tarde con el derecho; y así, faltando con demasiada frecuencia a las aulas, recorría las perfumadas orillas del Bétis componiendo versos o deleitándose con la lectura de amenos libros.

En 1849 pasó a Madrid con el fin aparente de concluir su carrera, pero en realidad con la esperanza de dar al teatro algunos dramas que ya por entonces tenía escritos. Considerando el mejor uno que lleva por título El hombre de Estado, le entregó por medio de un amigo al célebre Gil y Zárate, con toda recomendación fue admitido en el Teatro Español y representado con éxito que, si no correspondió por completo a las ilusiones del novel autor, le facilitó ya el acceso a aquel templo del Arte para nuevas producciones. Tampoco la segunda le proporcionó el triunfo que soñaba, pero la tercera, que fue El tejado de vidrio, anunció ya un gran poeta; y en fin El tanto por ciento, estrenado en el teatro del Príncipe la noche del 18 de Mayo de 1861, enriqueció la dramática española con una de sus más perfectas creaciones. El entusiasmo público ofreció entonces al autor una corona costeada por suscripción popular; pero otra más espléndida e inmarcesible le van tejiendo los años que pasan. Esa magnífica producción será siempre de actualidad, porque retrata fotográficamente la sociedad, invadida y gangrenada por un grosero positivismo. Las demás obras de Ayala, son: El nuevo Don Juan, Los Comuneros (zarzuela), Consuelo, y algunas otras que no han llegado a la altura de El tanto por ciento.

Pero la varonil inteligencia y el animoso corazón del poeta andaluz no podían encerrarse solo en el mundo del Arte: pusiéronse también a servicio de la cosa pública, aunque no siempre en defensa de una misma causa; pues Ayala comenzó su carrera política escribiendo El Padre Cobos, famoso periódico satírico que hizo una ruda campaña contra la situación progresista de 1854 a 1856 en nombre de los principios conservadores, y luego (desde 1857) apareció en las Cortes afiliado al partido de la Unión liberal. Cuando los hombres de esta agrupación hicieron causa común con los progresistas y demócratas para derribar el trono de Doña Isabel II, el antiguo redactor de El Padre Cobos marchó a Canarias en busca del general Serrano, que estaba desterrado allí, escribió luego el célebre manifiesto de Cádiz (1868) en que se quería España con honra, y concurrió en fin a la batalla de Alcolea, sirviendo de parlamentario entre el ejército liberal y el acaudillado por el general Pavía.

Triunfante la Revolución, desempeñó la cartera de Ultramar; y aunque en uno de sus discursos prometió solemnemente que «no cometería la indignidad de buscar un refugio entre los escombros de lo caído,» fue luego partidario de la Restauración y obtuvo la presidencia de las Cortes. Hallábase ejerciendo tan alta magistratura, cuando se sintió acometido de la aguda dolencia que le privó de la vida en 30 de Diciembre de 1879; pero teniendo nosotros reservado ese día para la conmemoración de una personalidad más descollante y simpática, adelantamos la de este hombre cuyas veleidades políticas desdoran bastante su corona de poeta.