Filosofía en español 
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Estilita

Nombre que se dio a ciertos solitarios que pasaron una parte de su vida sobre una columna ejercitándose en la penitencia y contemplación: esta palabra viene del griego Στήλη, columna: los latinos los llamaron sancti columnares.

La Historia Eclesiástica hace mención de muchos estilitas: se dice que los hubo desde el siglo II, aunque nunca los hubo en número considerable. El más célebre de todos es San Simeón Estilita, monje sirio, que vivía en el siglo V en las cercanías de Antioquía: vivió muchos años sobre una columna de cuarenta codos de alto, cuyo capitel no tenía mas que tres pies de diámetro, de modo que le era imposible acostarse. Estaba rodeada de una especie de apoyo o balaustrada, sobre la cual descansaba el santo cuando le fatigaba la debilidad o el sueño. Este género de vida tan extraordinario le hizo célebre, no solo en el Oriente, sino también en todas partes. Murió el año 459, de edad de 69 años.

Los protestantes no podían menos de sacar partido de esta especie, ridiculizando a los estilitas, y los incrédulos copiaron fielmente sus sarcasmos. Bingham, Orig. Ecles., lib. 7, cap. 2, § 5, habló de ellos con moderación: se contenta con referir brevemente lo que de ellos dijeron los antiguos, sin aprobar ni vituperar este género de vida.

Mosheim hizo lo mismo en su Hist. Ecles., sig. 5. 1ª parte, cap. 1, § 3. Confesaba, fundándose en los historiadores, que los libaniotas, vecinos de Antioquía, se libraron de una multitud de bestias feroces por haber abrazado el cristianismo siguiendo la exhortación y promesa que les hizo San Simeón Estilita: que éste convirtió también a la fe a los habitantes de un cantón de Arabia; y por consiguiente no titubeó en darle el nombre de santo. Pero en la segunda parte, c. 3. § 12, cambió de lenguaje, calificando el género de vida de Simeón y sus semejantes de una superstición, de una santa locura, y de una forma insensata de religión. Su traductor inglés aumentó mucho estas expresiones sirviéndose de los términos más injuriosos que puede sugerir una pasión. Barbeyrac, Traité de la moral des Peres, cap. l7, § 12, no fue más moderado que Mosheim, dando a Simeón el nombre de monje fanático, y comparándole con Diógenes. Le acusa de haber empeñado al emperador Teodosio el joven a revocar la ley, por la cual condenaba a los cristianos a establecer las sinagogas de los judíos. Basnage en su Historia de la Iglesia se redujo a ridiculizar los milagros de Simeón estilita el joven, que vivió cerca de Constantinopla en el siglo VI.

Examinemos a sangre fría el juicio de todos estos críticos.

1.º El género de vida de Simeón era extraordinario, singular, y (si se quiere) ridículo: pero produjo grandes efectos que no hubiera causado sin duda un género de vida común y ordinario. ¿Era indigno de la sabiduría de Dios valerse de un gran espectáculo para convertir a los paganos, o negaremos a Dios la libertad de ligar sus gracias a los medios que son de su agrado, y de atraer los pueblos a la fe, más bien por la admiración que por discursos y exhortaciones? Además de los libaniotas y los árabes, atrajo también Simeón al cristianismo a muchos persas, armenios y laces{*}, habitantes de la Cólquide, que venían por curiosidad a verle y oírle. Los príncipes y los grandes de la Arabia acudían a recibir su bendición. Varano V, rey de Persia, aunque enemigo declarado del cristianismo, no pudo resistirse a respetarle. Los emperadores Teodosio II, León y Marciano tuvieron muchas veces motivos para alegrarse de haber escuchado sus consejos. La emperatriz Eudogia renunció el eutiquianismo por haber oído sus exhortaciones: todos estos hechos refieren y aseguran muchos autores contemporáneos, y los mas testigos oculares.

Aun cuando llegáramos a persuadirnos a que toda el Asia en el siglo V estaba poblada de espíritus débiles y de conocida imbecilidad, de esto mismo concluiríamos que era preciso un ejemplo como el del estilita para hacer en ellos alguna impresión: diríamos con San Pablo que Dios eligió a los hombres insensatos y despreciables según el mundo, para confundir a los sabios y filósofos: 1.ª ad Corint., cap. 1, v. 27. Deberían los protestantes reflexionar que los sarcasmos que vomitaron contra Simeón estilita los copiaron después los incrédulos aplicándolos contra los antiguos profetas: Isaías, andando por las calles de Jerusalén desnudo en forma de esclavo; Jeremías, con cadenas al cuello y enviándolas después a los reyes vecinos de la Judea; Ezequiel, recostado cuarenta días sobre su lado derecho, y quemando el estiércol de los animales para cocer su pan; Oseas, casándose por orden de Dios con una prostituta, &c., no parecieron más sabios a nuestros críticos que Simeón colocado sobre su columna.

Observa Mosheim que habiendo querido hacerse también estilita junto a Tréveris un tal Vulsilaico, le obligaron los obispos a bajarse de su columna. Hicieron muy bien: este impostor no tenía las costumbres ni las virtudes, ni la fe pura de Simeón el clima de Tréveris no es como el de la Siria, el más bello del universo, donde se duerme sobre los tejados y sobre el empedrado de las calles; el estilita del Norte podía vivir en el estío, pero moriría en el invierno. Nosotros nos tenemos por sabios, porque no vivimos ni pensamos como los orientales: y estos nos desprecian y detestan porque no nos parecemos a ellos.

2.º ¿Qué motivo tuvo Simeón para emprender tan extraordinario método de vida? ¿Era el humor salvaje, la singularidad de carácter, la ambición de hacerse célebre, y la vanidad de ver llegar a los pies de su columna los mayores personajes de su siglo? No: estos vicios no son compatibles con la dulzura, la docilidad, la paciencia y la humildad del estilita de Antioquía. Los monjes del Egipto, indignados de su modo de vivir, le mandaron intimar una excomunión, y él la sufrió sin réplica; pero mejor informados de sus virtudes, le pidieron después su comunión. Al principio se amarró a su columna con una cadena: el obispo de Antioquía le hizo presente que si el espíritu está constante, no hay necesidad de encadenar el cuerpo: no replicó Simeón; mandó que viniese un cerrajero y rompiese la cadena. Los obispos y abades de Siria le mandaron bajar de la columna, y se creyó obligado a obedecer, pero se contentaron con su docilidad. Informado por viajeros de las virtudes de santa Genoveva, se encomendó humildemente a sus oraciones. No encontramos las señales de orgullo y fanatismo que sus enemigos quieren atribuirle.

Se nos pregunta qué diferencia se halla entre Diógenes y el estilita; y respondemos: la misma que entre la malignidad de un cínico y la caridad de un cristiano. Diógenes despreciaba en su tonel a todo el universo, insultaba a los pasajeros, no corregía los vicios sino con sarcasmos, traspasaba todos los límites de la decencia, no se avergonzaba de ninguna deshonestidad: ¿se puede acusar a Simeón de haber cometido alguno de estos defectos? Ya que un protestante se atreve a hacer este paralelo, nos arriesgamos a decirle que mucho más se parecen al cínico de Atenas Lutero, y los más fogosos predicantes de la reforma, que el estilita de la Siria.

3.º ¿Son imaginarios y fabulosos los milagros y las conversiones que obró este varón célebre, como lo suponen los protestantes? No: no solo los refieren los autores contemporáneos, sino también muchos testigos de vista. Teodoreto, obispo de Sir, ciudad vecina a la de Antioquía, había visto muchas veces a Simeón y conversado con él: es uno de los más sabios y más juiciosos escritores eclesiásticos, como lo acreditan sus obras, y no aguardó a la muerte del santo estilita para escribir la relación de sus acciones, virtudes y milagros, habiéndola publicado quince o diez y seis años antes del fallecimiento del santo, para instruir y edificar con ella a los contemporáneos y a la posteridad. El monje Antonio, discípulo de Simeón, publicó la suya inmediatamente después de la muerte de su maestro. Un presbítero caldeo, llamado Cosmas, la escribió casi al mismo tiempo en lengua caldea. Evagrio, vecino de Antioquía, magistrado y oficial del emperador, escribió en el siglo siguiente la Historia del estilita, y dice que escribe lo que averiguó por testigos oculares. Estos cuatro autores de distintos países y lenguas, no se puede decir que se copiaron mutuamente. Otros contemporáneos, escribiendo sobre otras materias, confirman al mismo tiempo la verdad de esta Historia. ¿En qué pueden fundar los protestantes su pirronismo histórico? El ignorante más estúpido puede ser incrédulo; pero nunca lo será el verdadero sabio.

4.º El mismo argumento pusieron contra la vida de los ascetas, monjes, solitarios y penitentes de todos los siglos, que contra los estilitas. Jesucristo, dicen, no mandó este género de vida, ni le autorizó con su ejemplo, ni los Apóstoles exhortaron a emprenderle. Si esto fuese una práctica loable, estaría obligado a ella todo cristiano: la virtud es un deber para todo el mundo: ¿en qué vendría a parar todo el género humano? &c.

Es bien seguro que la vida de Jesucristo y de los Apóstoles no fue ordinaria ni común, porque en este caso San Pablo no hubiera dicho: “Nosotros hemos llegado a ser un verdadero espectáculo a los ojos del mundo, de los ángeles y de los hombres: parecemos insensatos por Jesucristo” 1ª Ad Corint., cap. 4, v. 9. Es falso que todas las virtudes son a propósito para todos los hombres; Jesucristo dice lo contrario en San Mateo, cap. 19, v. 11, por las siguientes palabras: “No todos comprenden lo que yo digo, sino aquellos a quienes fue concedido.” Lo mismo repite San Pablo, diciendo: “cada uno recibió de Dios el don que le es propio, unos de una manera y otros de otra.” 1.ª ad Corint., cap. 7, v. 7. Por lo mismo, a nadie mandó el Salvador la vida de los anacoretas. Solamente la alabó en San Juan Bautista, y San Pablo en los antiguos profetas. Luego es un acto de virtud abrazarla cuando Dios llama, y no se opone a ninguno de los deberes de caridad y justicia. No temamos que peligre la sociedad ni el género humano por las virtudes de los solitarios: Dios proveyó a todo por la variedad de sus dones; pero como los protestantes no quieren oír hablar de los consejos evangélicos, sostendrán primero mil absurdos que los admitan. (Véase Consejos evangélicos.)

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{*} Laces, Lesgos o Lescos, pueblos tártaros que habitan las montañas del Daghestan junto al mar Caspio, del que distan veinte o treinta leguas: son salvajes, tienen la tez oscura, el cuerpo robusto, la cara espantosamente fea, los cabellos negros y gruesos: en el día reciben la circuncisión como los mahometanos. Saquean y roban a los pasajeros. Su jefe se llama Schenkal, y reside en Tarkú.