Filosofía en español 
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Bathybius

El célebre naturalista inglés Huxley ha dado este nombre, en 1868, a una masa gelatinosa y amorfa que recientemente se había recogido en el fondo de mares hondísimos, y que se suponía dotado de vida por haber comprobado en ella movimientos confusos al observarla con ayuda de poderosos microscopios.

El Bathybius (ser viviente en el fondo del mar) metió mucho ruido en el mundo evolucionista, que encontró en él apoyo inesperado para su sistema. Parecía que lo que se acababa de descubrir era el paso de la naturaleza inorgánica a la orgánica, de la materia a a vida, porque evidentemente aquella substancia todavía desprovista de organización había nacido espontáneamente en la profundidad del Océano.

De manos de Huxley pasó el supuesto Bathybius a las del corifeo del partido evolucionista en Alemania, o sea de Haeckel, que en 1870 lo hizo objeto de detenido estudio, y proclamó sin rebozo la naturaleza orgánica de la nueva substancia bajo el pretexto de que sufría el influjo de los reactivos, de idéntica manera que las sarcodas y que la materia organizada ordinaria. M. Gümbel, de Munich, fue quizá más lejos al suponer que aquella substancia se encontraba no sólo en mares muy hondos, como sostenían Huxley y Haeckel, sino en todos los mares y a todas las profundidades.

Por su parte, los geólogos se creyeron autorizados por el mencionado descubrimiento para afirmar con mayor resolución que nunca la animalidad del Eozoon Canadiense, humilde fósil que se ha creído encontrar en los terrenos calcáreos laurencianos del Canadá, es decir, en los más antiguos terrenos de sedimento. La organización del Eozoon no era menos sencilla que la del supuesto Bathybius.

Efímero ha sido en este punto el triunfo de los evolucionistas, pues es sabido que hacia 1875 el Gobierno inglés confió a una comisión de sabios naturalistas el encargo de explorar científicamente los mares por medio de dragas y de sondas. La campaña realizada con tal objeto a bordo del Challenger no duró menos de tres años, y es célebre en los anales de la ciencia. Los sabios que la emprendieron creían, fiados de Huxley y de Haeckel, en la existencia del Bathybius. M. John Murray, que fue uno de ellos, nos lo dice expresamente. No fue, por tanto, culpa suya el llegar a comprobar el error de los primeros experimentadores. ¡Grande fue su sorpresa durante el primer año por no encontrar nada que al Bathybius se pareciera; pero he aquí que el mejor día reconocen la mencionada substancia en el agua de mar que conservaban en espíritu de vino; sólo que, sin duda alguna, la tal substancia, antes calificada de materia orgánica, sarcoda o protoplasma, era ni más ni menos que un vulgar precipitado de sulfato de cal! Experiencias repetidas lo demostraron, pues sólo se producía cuando se mezclaba agua del mar con alcohol en exceso; condición necesaria para que el sulfato de cal, siempre contenido en el agua marina, llegue a ser parcialmente soluble.

Respecto de los movimientos notados en la substancia examinada por Huxley diremos que carecen de importancia, porque es sabido hace tiempo que la materia dividida en partículas muy tenues y sumergida en un líquido experimenta a veces, según se puede observar con un poderoso microscopio, movimientos que a primera vista inducen a error. Esto es lo que se ha llamado movimiento browniano, del nombre del sabio que lo descubrió al estudiar las cavidades contenidas en los cristales de cuarzo.

Las comprobaciones verificadas por los naturalistas del Challenger han sido, por tanto, fatales para el Bathybius. Sometido al mismo Huxley el precipitado que se formó al contacto del alcohol, reconoció también su identidad con la materia que había juzgado viva, desengañándose completamente, y manifestándose dispuesto a “tragar la píldora”, según su frase textual. Ha dicho además que le había inducido a errar el exceso mismo de precauciones tomadas contra el error, pues que había exigido que toda muestra de sedimento marino fuera, acto continuo de retirarla del mar, sumergida en alcohol concentrado y remitida a su laboratorio; con lo cual, sin saberlo, tomaba las precauciones necesarias para obtener el precipitado de sulfato cálcico.

Después de tales experiencias, la causa del Bathybius parecía del todo perdida. Haeckel, que las presenció, se veía precisado a tragar su parte de píldora, y M. de Lapparent fue quizás el primero que las puso en conocimiento del público del lado acá del Estrecho. (Revue des questions scientifiques: Enero, 1878.) Pero ¡cuál no sería el general asombro cuando en Agosto de 1879 M. Allman, presidente de la Asociación británica reunida en Sheffield, renovó la leyenda del Bathybius y felicitó a Huxley por su descubrimiento!

Figúrese el lector el embarazo que Huxley, precisamente encargado de contestar al Presidente, debió experimentar; pero, gracias a su ingenio, salió del apuro con las siguientes palabras: “Nuestro Presidente ha aludido a cierta... cosa, en verdad, que no sé cómo debo nombrarla (risas) y que ha llamado Bathybius, indicando que yo la di a conocer; por lo menos yo fui quien la bautizó (nuevas risas), y en cierto sentido su más antiguo amigo (carcajadas). Poco después de que el interesante Bathybius saliera al mundo, muchas personas muy notables lo tomaron de la mano e hicieron de él una gran cosa (risas); y como el Presidente ha tenido la bondad de deciros, dichas personas repitieron y confirmaron todas las comprobaciones que a este propósito me había arriesgado a verificar; y marchando tan bién el asunto, llegué a figurarme que mi amiguito el Bathybius me daría alguna honra (nuevas risas). Pero tengo el sentimiento de decir que no ha cumplido las promesas de su juventud (carcajadas), porque primeramente nunca se conseguía hallarlo donde debía esperarse su presencia, cosa muy mal hecha (risas), y además, cuando parecía se oía de él todo género de historias. Ciertamente que me duele confesároslo; pero algunas personas de mal humor suponen que el tal es solamente un precipitado gelatinoso de sulfato cálcico que arrastró en su caída materias orgánicas (risas); y de ser así me disgusta, porque si otros compartieron el error, es indudable que yo soy el primer responsable. Por mí mismo, sin embargo, nada se del asunto.”

De desear era que M. Huxley confesara francamente su error; pero esto habría sido humillarse y humillar al Presidente, a quien estaba encargado de cumplimentar. Por lo demás, como observa M. de Lapparent en una segunda nota sobre este asunto (Revue des questions scientifiques: Enero, 1880): “para quienes saben leer entre renglones será evidente que el sabio profesor no conserva ilusión ninguna sobre la suerte de su antiguo cliente, y que si por su propia cuenta tuviera que disertar sobre el oficio natural del protoplasma, se guardaría muy bien de citar el Bathybius en favor de su tesis.”

Los que abriguen alguna duda sobre el Bathybius, pueden leer en el número citado de la Revue des questions scientifiques una carta de M. John Murray que resuelve el asunto una vez más, y de la cual resulta que sus padrinos Huxley y Haeckel lo han abandonado decididamente.

Cúmplenos manifestar, sin embargo, que los naturalistas franceses que a bordo del Travailleur han sondeado los mares no han deducido de su exploración el mismo concepto del Bathybius: las palabras que M. Alfonso Milne-Edwards, uno de ellos, pronunció en Octubre de 1882 ante las cinco Academias reunidas, merecen ser conocidas textualmente:

“A bordo del Travailleur nos prometíamos no cometer descuido que impidiera el hallazgo y estudio del Bathybius; la investigación no fue difícil. A veces en medio del fondo descubrimos esta enigmática substancia, y después de examinarla al microscopio nos hemos convencido de que no merece los honores y las páginas elocuentes que se le han dedicado. El Bathybius es un depósito de las mucosidades que las esponjas y algunos zoofitos sueltan cuando rozan fuertemente con los aparejos de pesca, y por tanto, después de haber entretenido demasiado al mundo científico, debe descender de su pedestal y anonadarse.”

Como se ve, de creer a M. Alfonso Milne-Edwards, la substancia decorada con el nombre de Bathybius no debe ser buscada solamente en el fondo de los frascos que contengan mezcla de agua de mar y de alcohol concentrado, sino mejor quizás en el fondo de los mares, donde los naturalistas ingleses, después de una exploración de tres años, no han logrado descubrirla.

¿Quién tiene razón? No lo sabemos; pero existe una conclusión común a los sabios de ambos países, y que es preciso proclamar, ya que, si los maestros se han rendido ante los hechos, los discípulos no han dado muestras de tanta buena fe, a saber: que procede anonadar el famoso protozoario inventado por Huxley. La ciencia no debe mencionarlo sino para recordar sus desventuras y para inspirarse en lo sucesivo en reglas de prudencia que nunca debe olvidar.

H.