Filosofía en español 
Filosofía en español


Academia

Célebre escuela filosófica fundada por Platón (427-346) en los jardines de su amigo Academo, situados en las orillas del Cefiso, hacia la parte de Cerámico, a seis estadios de las murallas de Atenas. Academo los cedió a la ciudad y Cimon los adornó con hermosas alamedas de olivos y plátanos; en su entrada se levantaba el altar y la estatua del Amor, y en su centro había otra ara consagrada a las Musas con las estatuas de las tres Gracias. Platón vivía en sus inmediaciones, y al regreso de sus viajes por Oriente y Occidente, comenzó a explicar su filosofía a la sombra apacible de aquellos jardines memorables, cuyo nombre ha pasado a la posteridad, como sinónimo de templo de la ciencia y asamblea de sabios.

Las vicisitudes porque pasó la filosofía platónica al ser explicada por sus discípulos, llamados académicos, dividieron la Academia en tres grandes ramas; que se conocen en la historia de la filosofía con los nombres de Academia antigua o primera, Academia media o segunda, y Academia nueva. La Academia antigua es la que fundó Platón, el más célebre de los discípulos de Sócrates y el más sublime de los filósofos griegos. A ella pertenecía Aristóteles, fundador de la escuela peripatética que dio renombre al Liceo, émulo y rival de la Academia. Muerto Platón el año 346 a los 81 de edad, le sucedió en la regencia de la Academia su sobrino Speusipo hasta el año 339, en que murió. Adulteró las doctrinas de su maestro introduciendo en ellas la teoría pitagórica de la emanación, haciendo frecuentes aplicaciones de la teoría de los números a la filosofía platónica. Además, creyó que la voluntad y la perfección son atributos esenciales y propios de las criaturas más bien que de Dios. Escribió muchas obras, ninguna de las cuales ha llegado hasta nosotros. Víctima de un ataque de perlesía, y no pudiendo continuar sus lecciones en la Academia, llamó a su condiscípulo Xenócrates para que le sustituyera en su difícil cargo. Xenócrates pronunció más el carácter pitagórico dado por Speusipo a la filosofía de la Academia, encerrando las sublimes teorías de Platón en el círculo de hierro de las fórmulas matemáticas, y el mismo Dios fue objeto de sus cálculos aritméticos. En sus doctrinas han encontrado muchos filósofos el germen de la escuela de Alejandría, que floreció algunos siglos después.{1} Muerto Xenócrates a los 88 años de edad, y 25 de su regencia, le sucedieron Polemon el ateniense y Crates de Triasio, que vivieron juntos en la misma casa y fueron enterrados en la misma sepultura. Polemon, de costumbres disolutas en su adolescencia, ordenó su vida de resultas de una lección que le dio Xenócrates sobre la temperancia. Comenzó a regentar la Academia en el año 315, y murió el 273. Solía decir que conviene ejercitarse en las obras y no en especulaciones dialécticas. Entre sus discípulos estuvo Arcesilao, fundador de la Academia segunda, Crates y Zenon. El último de los regentes de la Academia antigua fué Crates, natural de Atenas, según Diógenes Laercio, o más bien, de una aldea llamada Triasio. Escribió algunas obras filosóficas y varias comedias, según el testimonio de Apolodoro. Tuvo por discípulos a Arcesilao, Bion de Borístene y Teodoro. La lucha de los filósofos atenienses y la multitud de sistemas que se disputaban la primacía en el campo filosófico, dio lugar a la aparición del escepticismo defendido por Pirron e introducido en la Academia por Arcesilao de Pitana (316-241). Sucesor de Crates en la escuela fundada por Platón, atacó el dogmatismo de Zenon, jefe de los estoicos, resucitando el método socrático y basando sus doctrinas en la llamada acataíeptia, o sea en la negación de la certeza por los sentidos. Admitía con los estoicos la certidumbre moral, pero negaba rotundamente la certeza metafísica diciendo: ni aun sé de cierto que no sé nada, avanzando un poco más que Sócrates en el camino del escepticismo.{2} Estas teorías dieron un carácter nuevo a la Academia, inaugurando su segunda era, conocida con el nombre de Academia media. Fue Arcesilao elocuente filósofo, buen matemático, lógico sutil y un enemigo temible de los estoicos por la elegancia de su palabra y lo vigoroso de su dialéctica. Sus principales discípulos y sucesores fueron Lacides de Cirene, Evandro de la Fócide y Hegesimo de Pérgamo. Diógenes Laercio{3} llama a Lacides fundador de la Academia nueva, pero Cicerón{4} asegura que siguió fielmente las opiniones de su maestro, y todos los demás historiadores convienen en atribuir a Carneades la fundación de la tercera Academia. Comenzó a enseñar el año 241 y murió 26 años después. Carneades, el fundador de la Academia tercera o nueva, nació en Cirene el año 213; tuvo por maestros al estoico Crisino y al académico Hegesimo. Los atenienses le enviaron a Roma en clase de embajador (155) para negociar la reducción de un tributo de 500 talentos; allí abrió una escuela de filosofía, llamando la atención de los romanos por sus doctrinas y elocuencia, hasta que Catón mandó expulsarle (162) por considerar peligrosa su permanencia en la ciudad. Negaba la divinidad y la creencia en los oráculos: decía que solo los dioses pueden comprender la verdad, y que el hombre debe contentarse con una apariencia de ella. Sus teorías se diferencian de las de Arcesilao, más bien en el método que en el fondo; ambos admitieron la imposibilidad de conocer la realidad objetiva de las cosas; pero Carneades acentuó en sentido más idealista la doctrina de Arcesilao, distinguiéndose por la crítica sutil y universal de los sistemas filosóficos, especialmente del estoicismo, del cual fue enemigo irreconciliable. Le sucedieron Clitómaco el cartaginés y Filón de Larisa, que amante de las tradiciones de la Academia antigua, trató de desterrar de ella el escepticismo, volviendo al dogmatismo moderado de sus primeros maestros. Admitió la certeza y aun la evidencia, según Sexto Empírico, pero no pudo ver completada la obra de restauración que no hizo más que iniciar. El encargado de desarrollar sus planes fue Antioco de Ascalon, a quien algunos llaman fundador de la Academia novísima; pero su doctrina, si bien distaba mucho del escepticismo idealista de Arcesilao y de Carneades, más bien que el dogmatismo de los primeros académicos, puede considerarse como la transición del escepticismo al sincretismo, que preparó el camino al eclecticismo superior y sistemático de la escuela alejandrina.{5} Cuando la escuela académica perdía en Atenas su importancia, estaba brillantemente representada en Roma por el célebre orador y filósofo Marco Tulio Cicerón. Su filosofía está basada en las doctrinas de la Academia nueva, que le enseñó su maestro Antioco, y solo en algunas partes parece inclinarse al escepticismo de la Academia segunda. No se atrevió a rechazar resueltamente los principios de Arcesilao, pero trató de atenuar su rígido escepticismo.{6} Así se explican las frecuentes contradicciones que se encuentran en sus obras.

En la Edad media, lo mismo que en los tiempos modernos, se llamaron Academias no tan solo las escuelas filosóficas que profesaban las doctrinas de Platón más o menos modificadas, sino en general las reuniones de sabios, de literatos y de artistas. Así fueron verdaderas Academias la escuela palatina de Carlo-Magno y las llamadas Cortes de Amor. Algunas tuvieron nombres raros, como la Academia de los impacientes, de los insensatos, &c. Todas las naciones cultas del mundo tienen sus Academias, y entre sus miembros han figurado siempre los que con su inspiración y su talento honraron las ciencias y las artes. Nos ocuparemos de las más notables, de las que pueden considerarse como verdaderas instituciones.

En España merece ocupar el primer puesto la Academia española de la lengua, fundada por iniciativa del marqués de Villena y autorizada en 1713 por Real decreto de Felipe V, que educado en una Corte en donde las letras eran honradas y protegidas, quiso dar impulso al renacimiento científico y literario que comenzó en España durante su reinado. Tiene por objeto velar por la pureza de la lengua castellana, y se compone de veinticuatro académicos de número, de académicos supernumerarios y de correspondientes, impropiamente llamados corresponsales. Sus individuos, según el decreto de fundación, gozan de los mismos privilegios que la servidumbre real. Fue tanta la actividad con que esta respetable corporación se consagro al cumplimiento del alto fin que le estaba encomendado, que en 1726 pudo ya publicar el primer tomo del Diccionario de la lengua castellana, terminado ocho años después. Este importantísimo trabajo se fue completando poco a poco con la publicación de numerosas enmiendas y adiciones, pero la timidez de los académicos en la adopción de voces, la falta de principios fijos en ortografía, y la negligencia que revelaban algunas definiciones, detuvieron los rápidos progresos de la Academia. En 1742 publicó la Ortografía castellana, y en 1771 la primera edición de la gramática, que tuvo por base una serie numerosa de disertaciones en que resplandece más la erudición que la filosofía. La Academia de la lengua fomenta el cultivo de las letras ofreciendo premios anuales a las mejores obras en prosa y verso sobre temas determinados por ella propuestos.

Poco tiempo después (1734), a influjo del primer médico de Felipe V, D. José Cervi, natural de Parma, se fundó en Madrid la Academia de Medicina, «con objeto (dice su reglamento) de enseñar los verdaderos y útiles principios de la medicina y cirugía conforme a la experiencia y observación, de mostrar las ventajas de la física experimental, de tratar de generalizar los conocimientos anatómicos, de clasificar con método los experimentos químicos, y, por último, de investigar todo cuanto pueda ser útil en la diversidad admirable de la historia natural».

En el mismo reinado (1738) nació en la Biblioteca Real de Madrid la Academia de la Historia. Las notabilidades que concurrían a dicha Biblioteca, conociendo la necesidad de rectificar y ampliar la historia nacional, concibieron la idea de una asociación dedicada exclusivamente a tan importante objeto, y la propusieron al rey por medio de su secretario particular D. Agustín Montiano y Luyando. Felipe aceptó el pensamiento, y expidió un Real decreto (1738) igualando a los individuos de la nueva Academia en honores y prerrogativas con los académicos de la lengua. «El objeto del instituto, dice su reglamento, es el purgar nuestra historia de las fábulas que la afean, e ilustrarla por medio de datos seguros, ofreciendo noticias verídicas, por lo cual se ocupará ante todas cosas de redactar anales universales, cuyo índice completo podrá servir de diccionario histórico-crítico universal de España, y más tarde se pensará en componer todas las historias particulares cuya publicación parezca necesaria a los adelantos de las ciencias y artes, así como a la instrucción de los sabios y literatos.» Tan vasto proyecto se redujo, por razón de sus grandes dificultades, a un bosquejo de la historia universal, con observaciones críticas que sirviese como de introducción a la historia particular de España. Se emprendieron los trabajos preparatorios en el reinado de Fernando VI, bajo la protección real. Tres literatos, conocidos por su afición a los estudios históricos, el P. Andrés Marcos Burriel, de la Compañía de Jesús, don Francisco Pérez Bayer, célebre orientalista valenciano, y Velázquez de Velasco, marqués de Valdeflores, recibieron el encargo de visitar los monumentos de la Península, autorizados para reconocer todos los edificios, registrar los archivos públicos y privados, acompañados de dibujantes. Toledo, Mérida, Salamanca, todas las provincias de Andalucía fueron reconocidas por los sabios exploradores, que sacaron a luz tesoros hasta entonces ignorados. Cerca de 14.000 documentos originales, entre los que 439 eran de escritores contemporáneos, fueron el fruto primero de estas excursiones, que lo abrazaban todo, pues además recogieron unos 7.000 diplomas, 4.134 inscripciones, 2.021 medallas y diferentes piezas de pintura, escultura y arquitectura. Cada viajero hizo sobre sus descubrimientos una Memoria en que se consignaba el mérito y la importancia de cada documento. Estas riquezas están en su mayor parte intactas, aguardando una mano diestra que sepa colocarlas en el majestuoso manto de la historia de España.

Se intentó en tiempo de Fernando VI la creación de una Academia universal de ciencias y letras, propuesta en vano a su antecesor, pero obstáculos desconocidos hicieron fracasar el proyecto que con igual desgracia se trató de realizar después en Cádiz.{7}

Además cuenta España con Academias tan notables como la Academia de San Fernando, para el fomento de las bellas artes, fundada en 1744. La Academia de jurisprudencia y legislación, aprobada por Real decreto de 1830. La Real Academia de música y declamación, fundada en 1844. Las de Ciencias naturales, morales y políticas, &c.

De las Academias extranjeras las más dignas de mencionarse son:

En Francia: la Academia Francesa, que tuvo su origen en la sociedad libre de Valentín Conrard, convertida por Richelieu en sociedad pública por carta patente de 2 de Enero de 1635. Se componía de cuarenta miembros, y tenía por objeto la redacción del Diccionario de la lengua francesa. Publicó su primera edición en 1694 y la sexta en 1835. Suprimida en 1793 y restablecida después, forma desde 1816 una de las cinco Academias que componen el Instituto.

La Academia de inscripciones y bellas letras, fundada por Colbert en 1663 con el nombre de Petite académie. Posteriormente se le dio el nombre de Academia de inscripciones y medallas, que conservó hasta 1716. Se compone de cuarenta miembros numerarios, diez libres, ocho asociados extranjeros y miembros correspondientes.

La Academia de ciencias, fundada por Colbert en 1666. Publica Memorias desde 1699. Se compone de sesenta y seis miembros, divididos en once secciones, dos secretarios perpetuos fuera de las secciones, diez académicos libres, ocho asociados extranjeros y miembros correspondientes.

La Academia de escultura y pintura, fundada por Mazarino en 1648, reorganizada por Colbert en 1667, que agregada a la Academia de arquitectura, fundada en 1671, forma desde 1816 la Academia de bellas artes. Consta de cuarenta miembros, de los cuales catorce son pintores, ocho escultores, ocho arquitectos, cuatro grabadores y seis compositores de música. Tiene además diez miembros libres, diez asociados extranjeros y socios correspondientes.

La Academia de ciencias morales y políticas, fundada en 1795, suprimida en 1803 y restablecida en 1832. Se compone de cincuenta académicos numerarios, seis libres, asociados extranjeros y socios correspondientes. Estas cinco Academias reunidas forman el Instituto de Francia. Hay además la Academia de medicina, compuesta de cuarenta miembros; la Academia de las artes mecánicas del Louvre, &c.

En Italia: la Academia de los Arcades, fundada en Roma por Juan María Crescimbeni en 1690, con objeto de combatir el mal gusto. Se compone de poetas.

La Academia del Cimento, fundada en Florencia en 1657, para el estudio de las ciencias físicas.

La de la Crusca, fundada en la misma ciudad en 1582. Publicó la primera edición del gran Diccionario italiano en 1612.

Además son dignas de mencionarse la Academia de ciencias de Turín, fundada en 1759; la Academia filosófico-médica de Santo Tomás de A quino de Bolonia, y la Academia Tomista, fundada en Roma por Nuestro Santo Padre León XIII, actual Pontífice, con el objeto de fomentar el estudio de las obras del Doctor Angélico y publicar la edición monumental de sus escritos.

En Alemania: la Academia de los amantes de la naturaleza, fundada en Schveinfurt (Baviera) en 1652, llamada Leopoldina desde que Leopoldo I se declaró su protector en 1677.

La Academia de ciencias de Munich, fundada en 1759, y la Real de ciencias de Berlín, fundada por Federico I en 1700.

En Austria: la Academia de ciencias de Viena, fundada en 1846; se divide en dos secciones; una que comprende las ciencias históricas y filosóficas, y otra que abraza las ciencias matemáticas y naturales.

En Suecia: la Academia de Upsal, para el estudio de las lenguas escandinavas, fundada en 1710, y la Academia de ciencias de Stockolmo, en 1729.

En Dinamarca: la Academia Real de ciencias de Copenhagne, fundada por Christiam VI en 1742.

En Rusia: la Academia imperial de ciencias de San Petersburgo, fundada en 1724; publica Memorias desde 1728.

En Portugal: la Academia Real de ciencias de Lisboa, fundada en 1779.

Las instituciones de esta naturaleza se llaman en Inglaterra Sociedades, así se dice: Sociedad Real de Londres, Sociedad Asiática, &c.

En los siglos XVII y XVIII se llamaban Academias los lugares destinados al juego y las escuelas de equitación. Entre esta clase de academias fue célebre la que fundó en el Louvre Pluvinel, escudero de Enrique IV.

También se llaman Academias las juntas que se celebran en las Universidades, seminarios, liceos, &c., con el objeto de ejercitar a los alumnos en la teoría y práctica de sus respectivas facultades. «En las Universidades, dice el plan de estudios, habrá academias donde los escolares puedan tener conferencias sobre puntos relativos á los estudios de aplicación inmediata al ejercicio de sus respectivas profesiones». En los seminarios está dispuesto que las haya todos los jueves y días de media fiesta, en la forma que dispone el tít. VIII del plan de estudios de los seminarios.

S. Castellote.

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{1} González, Historia de la Filosofía tom. 1, pág. 262.

{2} «El escepticismo académico es bastante análogo al escepticismo idealista de Barkeley y al criticismo escéptico de Kant en los tiempos modernos. Más todavía; la analogía entre Arcesilao y Kant hácese más notable si se tiene en cuenta que así como el filósofo de Kcenisberg colocó el orden moral fuera del principio escéptico por una feliz inconsecuencia, así también el filósofo griego no extiende ni aplica al orden práctico el rigorismo acatalíptico que profesa en el orden especulativo». González, Hist. de la FU., tomo 1, página 356.

{3} Diog. Laer., lib. IV.

{4} Accadem., quaest., lib. II.

{5} González, lug. cit.

{6} Quam (academiam) quidem ego placeré cupio, submovere non audeo.

{7} Historia de España, continuada por Chao, tomo IV.