Averroes
Muchas páginas pueden escribirse contando la vida y comentando los escritos numerosos de este sabio árabe, que gozó de gran renombre en las escuelas filosóficas de la Edad Media; pero las cortas dimensiones de un artículo de Diccionario nos imponen el deber de ser concisos, apuntando únicamente lo más importante. Su verdadero nombre en árabe es Aboulwalid-Mohammed-Ibn-Ahmed-Ibn-Mohammed-Ibn-Roschd. El último dio origen al de Averroes, único nombre por el cual fue conocido en Occidente, al pasar del árabe al español. Averroes, perteneciente a una noble familia de jurisconsultos y magistrados, nació en Córdoba en el primer tercio del siglo XII, aunque no es fácil determinar el año a punto fijo. Según M. Hoefer, en la nueva Biografía general, de Didot, Averroes nació el año de 1120, y según M. Renan, en su libro Averroes y el averroísmo (París 1861), el año de 1126. Su abuelo Aboulwalid-Mohammed desempeñaba en Córdoba el cargo de cadí (juez mayor), y fue uno de los jurisconsultos más célebres del rito amalekita. Además, Córdoba era entonces célebre por su escuela, como si dijéramos la Atenas de los árabes españoles, y naturalmente, tanto su familia, como su ciudad natal, debieron influir poderosamente en la educación e instrucción de Averroes. Dedicáronle, pues, al estudio desde su más tierna infancia, y llegado a edad a propósito estudió ante todo teología según los Aschanitas; después Derecho conforme al rito amalekita; más adelante medicina, en cuya ciencia tuvo por maestro a Abou-Djafan-Ibn-Haroum, de Trujillo; se dedicó también a las matemáticas, y consagró, por último, la mayor parte de su vigor intelectual a las lucubraciones filosóficas, ciencia en la cual tuvo por profesor oral a Ibn-Badjá, y por verdadero maestro a Aristóteles, de cuya celebridad ha participado el filósofo árabe, que nos ocupa.
Muerto su padre, le sucedió en los varios e importantes cargos que aquel desempeñaba, siendo también nombrado cadí, y por lo tanto, juez supremo y jefe de los sacerdotes. Ocupó honrosamente tan altos puestos, y desempeñó a satisfacción de muchos sus cargos; pero adquirió mayor celebridad como sabio y filósofo que como magistrado, tanto que el sultán de Marruecos Abd-el-Momnem, príncipe ilustrado, le llamó a su corte, y permitiéndole conservar todas las dignidades que desempeñaba en España, extendió sus funciones de cadí a la Mauritania, y le confió una misión importantísima. «El año de 1153 (dice M. Renan) encontramos a Ibn-Rosch (Averroes) en Marruecos, ocupado quizás en secundar las miras de Abd-el-Momnem en la organización de los colegios que entonces fundaba; pero sin desatender por esto sus observaciones astronómicas». Al sultán Abd-el-Momnem sucedió su hijo Yatroub-Youssouf, de cuya protección y confianza continuó gozando Averroes, gracias al sabio Ibn-Tofail (llamado por los escolásticos Abubaser), que se complacía en rodear al príncipe de los hombres más célebres de su tiempo en todos los ramos del saber. Yatroub-Youssouf, aficionado en extremo a las obras de Aristóteles, que corrían entre las gentes ilustradas de su pueblo, mal traducidas al árabe, latín y persa, encargó un comentario claro y breve de las obras del Estagirita. He aquí como refiere el caso el historiador árabe Abd-el-Walid con palabras que atribuye al mismo Averroes: «Abou-Been-Ibn-Tofail me hizo llamar un día y me dijo: –Hoy he oído hablar al jefe de los creyentes (el sultán Yatroub-Youssouf) de la vaguedad que reina en la exposición de Aristóteles o en la de sus traductores, y quejarse de la oscuridad de las ideas de este filósofo, diciendo: –Si sus libros encontraran un sabio que los compendiara aclarándolos, y pusiera sus ideas más al alcance de la inteligencia, después de haberlos comprendido él mismo, de seguro que estarían más al alcance del mundo, y por consiguiente serían más fácilmente adoptados. He aquí lo que me ha dicho. Si tú te sientes, pues, con fuerzas para emprender semejante trabajo, hazlo; porque conociendo el despejo de tu inteligencia, la claridad de tu talento y tu afición a las ciencias filosóficas, estoy seguro del buen resultado que te espera». Esto decidió a Averroes a escribir el comentario que se le pedía, obra que le valió el sobrenombre de Comentador de Aristóteles, con que fue conocido y reputado en las escuelas de la Edad Media. Satisfecho debió de quedar el sultán de los comentarios de Averroes, porque el filósofo cordobés disfrutó siempre de gran favor y de los puestos más altos en la corte de Youssouf.
Muerto este príncipe, le sucedió en 1184 Abou-Youssouf-Yakoub, apellidado Ikoub-Al-Mansour-Billah (Almanzor). Por de pronto gozó Averroes de gran familiaridad y privanza con el nuevo soberano, el cual gustaba de platicar con el filósofo su valido, y le colmó de honores y distinciones cuando vino a Córdoba en 1195 para emprender la guerra con Castilla; pero cayó al fin en desgracia, y fue procesado y perseguido como reo de heterodoxia musulmana; se le confiscaron todos sus bienes, y se le desterró, por último, a Lucena (Elisana) prohibiéndole que saliese del lugar de su destierro. De diversa manera, y con anécdotas varias, refieren los historiadores las causas de la desgracia de Averroes. Los escritores árabes Ansari y Abd-el-Wahid, León Africano, Bayle, Brucker, Hottingue, Hoefer, Dozy, Renan, &c., publicaron a este propósito varias anécdotas más o menos verosímiles, pues no falta quien le supone judío y hasta maestro del rabino Maimónides; pero es indudable que la persecución de Averroes fue producida por motivos religiosos, aunque quizás hábilmente preparada y conseguida por sus enemigos envidiosos, que al fin hundieron al partido que podríamos llamar filosófico de la corte. Según Ansari, lo que más afectó a Averroes en su desgracia, fue el verse afrentosamente expulsado por el pueblo de la mezquita mayor de Córdoba un día que había entrado en ella con su hijo. El populacho le insultaba también frecuentemente en Lucena, por lo cual huyó del lugar de su destierro, y se refugió en Fez; pero pronto fue conocido, preso y encarcelado. Compadecido Almanzor del desgraciado filósofo, le hizo prometer la libertad y el perdón si se retractaba públicamente de sus anti-mahometanas opiniones en la puerta de la mezquita de Fez; accedió a ello Averroes, abjuró y purgó su herejía, y algún tiempo después regresó a Córdoba, en donde vivió oscurecido, retirado y pobre. Parece que en sus últimos años recobró el favor del sultán, y reclamado para cadí por la Mauritania, fue rehabilitado y repuesto en su antiguo cargo de juez mayor de aquella provincia africana, muriendo en Marruecos el día 10 de Diciembre del año 1198 según Ansari y otros, y siete u ocho después, según León Africano. Afirma también aquel historiador árabe, que los restos mortales de Averroes fueron enterrados en el cementerio que hay en Marruecos fuera de la puerta de Tangazont, exhumados tres meses después y trasladados a Córdoba, depositándolos en el mausoleo de su familia.