Filosofía en español 
Filosofía en español


Benito Gerónimo Feijoo y Montenegro

La elevada y noble figura del P. Feijoo es una de las que más honran a la España y a la orden benedictina a principios del siglo XVIII. Feijoo, sin participar en lo más mínimo de las pretensiones arrogantes de nuestro siglo, bien podemos decir que vivió en él. Nació en Casdemiro, al lado de la provincia de Orense, en el año 1676, y después de haber estudiado las humanidades en su país, pasó a la Universidad de Oviedo, en donde se graduó de maestro en artes, y en 1717 entró en el convento de San Benito que había en dicha ciudad.

En su nuevo estado, a la vez que las ciencias sagradas, cultivó con resultados asombrosos el estudio de las lenguas, bellas letras, historia, matemáticas y ciencias naturales. Adquirió profundos conocimientos en los autores clásicos latinos, griegos, españoles, franceses, ingleses e italianos: era verdaderamente un monstruo de actividad; apenas concedía cuatro horas al sueño; su retraimiento del mundo era casi absoluto, y solo se ponía en contacto con las gentes, cuando le obligaban a ello el cumplimiento de sus obligaciones o la caridad, sin caer por esto en el extremo vicioso de los huraños o misántropos. Esto forma un notable contraste con el profundo conocimiento que adquirió del corazón humano en general, y de los individuos en particular. Pero nada de esto debe extrañarse, atendidas su inmensa capacidad, gran penetración y prodigiosa memoria.

Prueba de tan poderosas disposiciones, es que a la temprana edad de 23 años publicó muchos sermones y algunas obras teológicas, el haber sido laureado con el grado de doctor de todas las facultades de la Universidad de Oviedo, y nombrado profesor de teología a una edad muy temprana. Pero lo que más dio a conocer sus vastos y variados conocimientos, así como la rectitud y penetración de su crítica, fue su inmortal y tan conocida obra, titulada: El Teatro crítico universal.

Para comprender la justa y bien merecida aceptación que tuvo esta obra maestra del siglo XVIII, basta saber que en solo el año 1720 se agotaron dos numerosas ediciones, lo que alentó a su autor a continuar trabajando hasta completarla, y aparecer impresa en Madrid el año 1738, constando de ocho tomos en 8.º En esta época, Feijoo entró en relaciones íntimas con su paisano el célebre Campomanes, ministro de Hacienda, el que le hizo repetidas instancias para que dejase la vida del claustro y entrara en el de las dignidades con que el mismo Campomanes le brindaba: el severo benedictino solo procuró desembarazarse del cargo de Abad del Monasterio de San Vicente de Oviedo, que hacía bastantes años venía desempeñando, para poder entregarse más de lleno a sus tareas literarias, y por cierto que no dejó de aprovechar el tiempo; pues desde 1740 á 1746, apareció el Suplemento, que consta de otros ocho tomos, y del mismo tamaño que los anteriores.

La fama y crédito del sabio benedictino voló a los países extranjeros; varios periódicos, y muy particularmente El Mercurio de Francia, hizo grandes elogios de la obra de Feijoo, aún antes de estar terminada, pues dicho periódico empezó a ocuparse de ella en los años de 1730 y 173l, cuando aún no se había publicado todo el Teatro crítico. Inmediatamente fue traducida a todas las lenguas de Europa; así es que en el año 1742 apareció la traducción francesa por D'Hermille; en 1744 la italiana de Roma, y al siguiente año la de Génova; en 1777 a 1780, también se tradujo la mayor parte en inglés, por el capitán de la marina real inglesa John Brett.

Si prez y gloria no vulgares adquirió el Padre Feijoo en su Teatro crítico, no fueron menores las que le atrajeron sus Cartas eruditas y curiosas, que por primera vez aparecieron impresas en Madrid en ocho tomos en 8.º (1740-1741). Muy justo encontramos el juicio compendioso que de estas dos obras hace uno de sus biógrafos, cuando dice: “Que si en la primera se deja ver el hábil y juicioso observador, en la segunda se admira al sabio profundo” Y en efecto, en este precioso almacén de erudiciones, apenas se echará de menos algún punto de ciencias sagradas, profanas, naturales, literatura y artes, que el buen Feijoo no trata con una maestría muy superior a su siglo.

Un hombre de tales circunstancias no era posible, según el orden tristemente regular de las cosas humanas, que se viese libre de críticos exagerados. Feijoo les dejó que se despachasen a su gusto, y la justa consideración que le dispensaban a porfía las personas desapasionadas e instruidas, pudieron ver los tales críticos la respuesta que merecían. Sin embargo, a todos ellos contestó el Padre Sarmiento, teólogo benedictino del convento de Madrid, en sus Demostraciones crítico-apologéticas del Teatro universal del Padre Feijoo, obra impresa en Madrid en 1751, en dos tomos en 8.º

Feijoo, después de una vida tan laboriosa, y habiendo alcanzado una gran parte del honor que merecía por sus trabajos, por sus talentos tan bien aprovechados, rectitud de corazón, pureza de costumbres y afabilidad de carácter, murió en Oviedo a la avanzada edad de 88 años, el 16 de Mayo de 1764, con sentimiento universal.

El erudito escritor D. Vicente de Lafuente ha hecho un largo juicio crítico de Feijoo y de sus obras al principio del tomo LVI de la Biblioteca de autores españoles de Rivadeneyra. De él tomamos el siguiente punto, que es como un compendio de dicho juicio: “Cierto que Feijoo no es un escritor de primer orden por su originalidad, por sus grandes descubrimientos, por su lenguaje castizo y correcto. Cierto que adolece de algunos defectos, y que por su falta de pureza en el lenguaje no puede figurar entre nuestros clásicos. Tocóle vivir en una época de transición, decadencia y mal gusto, y aun cuando se elevó mucho entre sus contemporáneos, fue de los que más contribuyeron a sacar al país del atraso y postración en que yacía; dio impulso al estudio y a la crítica severa y razonada, y facilitó el conocer la literatura extranjera, casi desconocida entonces entre nosotros: con todo, hubo de resentirse no poco de la época en que le tocó vivir. Milagro hubiera sido que saliera incólume en medio de tantos males y de tal contagio. Pero en Feijoo hemos de considerar, no solamente al escritor crítico y erudito, sino también al político hábil y enérgico, al físico entendido y adelantado, y sobre todo al bienhechor de la humanidad, pues entre los hombres distinguidos en España como altamente benéficos lofue el Padre Feijoo. En este último concepto figuran sus escritos en primera línea, y a la verdad, para los que buscan más lo útil que lo brillante, lo sólido que lo ameno, las obras del sabiobenedictino tienen una importancia muy superior a la de otros muchos que figuran como clásicos, cuyas obras amenas, si se pregunta para qué sirven, no sabrán qué responder ni aún sus encomiadores mismos, a no ser que las califiquen de honesto pasatiempo, si lo honesto les cuadra.”

En suma, se debe reconocer el mérito de Feijoo como polígrafo, en crítica, historia, filosofía, literatura y moral filosófica y cristiana, aun omitiendo sus vastos conocimientos en ciencias físico-matemáticas, historia natural y medicina, y los grandes servicios que hizo al país combatiendo preocupaciones, que quizá sus mismos detractores hubieran profesado y sostenido si vivieran en aquella época.

Riva.