Filosofía en español 
Filosofía en español


San Isidoro de Sevilla

Nuevo Salomón y Daniel, en frase del inmortal Pontífice San Gregorio el Grande; pasmo y asombro de los que le escucharon, en otra de San Ildefonso; hombre universal, según San Braulio, su discípulo, y doctor de su época, nuevo ornamento de la Iglesia, y sapientísimo de los siglos, cuyo nombre debe pronunciarse con reverencia, según los Padres del santo Concilio de Toledo. San Isidoro vio la primera luz en Sevilla, según la más autorizada opinión, aunque el erudito Flórez, fundado en los antiguos Breviarios y en la del Cerratense, atribuía esta gloria a Cartagena, donde su padre era Gobernador, teniendo por hermanos a los Santos Leandro, Fulgencio y Florentina, esta última encargada de la educación del pequeño Isidoro, que tan grande había de manifestarse en el siglo VII de la Iglesia española para su patria, para todo el mundo y para los siglos venideros.

Dos anécdotas singulares nos ha trasmitido la leyenda y conservado la tradición acerca de la infancia y juventud de el hijo de Severiano y de Túrtura, tan esclarecidos por su linaje como por sus virtudes: refiérese la primera al misterioso enjambre de abejas que depositaron dulce panal en su boca, como presagio de su futura suavidad y elocuencia; y la segunda a su huida de la casa paterna, y regreso inmediato a ella, mejor que el pródigo del Evangelio, a consecuencia de su atenta observación sobre el desgaste de la soga de un pozo sobre el brocal, advertencia enviada, sin duda, por el cielo, para corregirle en su desaplicación al estudio, y afanarle con la perseverancia y el trabajo, en disipar y suplir la rudeza natural de su talento.

Muerto su hermano Leandro, Arzobispo de Sevilla, y cuando ya Isidoro se había distinguido suficientemente, no solo en nuestra patria, sino en el mundo todo, y en especial cerca de la Sede Pontificia, por sus heroicas virtudes y sus eminentes escritos, fue designado para ocupar su puesto, en el que brilló con cualidades superiores, distinguiéndose sobre todo en la instrucción de los jóvenes levitas, y siendo el fundador de la celebrada escuela episcopal sevillana, de la que salieron hombres tan aventajados en espíritu y en letras, como San Braulio y San Ildefonso: favoreció además la erección de monasterios, muchos de los cuales fueron edificados a su costa; y se le reputa asimismo como el protector y restaurador del rito mozárabe, establecido en España por los siete Obispos apostólicos.

Sus renombradas obras, que ciertamente forman época en la patrología de nuestra patria, pueden clasificarse en cuatro grupos: exegéticas, dogmáticas, morales y profanas.

Pertenecen al primero las siguientes:

1.ª Exposición de los misterios místicos o cuestiones del Antiguo Testamento, en la cual está expuesto en dicho sentido El Génesis, en 31 capítulos: El Éxodo, en 59: El Levítico, en 17: Los Números, en 42: El Deuteronomio, en 22: Josué, en 18: Los Jueces, en 9: el primer Libro de los Reyes, en 21; el segundo, en 6; el tercero y cuarto en 8 cada uno de ambos: Esdras, en tres y los dos de Los Macabeos, en uno.

2.ª Algunas alegorías de la Sagrada Escritura. Libro en que expone en sentido alegórico los principales nombres y hechos del Antiguo y Nuevo Testamento.

3.ª Libro de los Proemios. Epítome o compendio de lo que contiene de particular cada uno de los libros de la Santa Escritura en perfecta síntesis.

4.ª Exposición del Cántico de los Cánticos. En cuya obra expone en sentido místico ese admirable libro en ocho capítulos.

Pueden colocarse con mayor o menor razón entre las obras dogmáticas, estas otras:

1.ª El Tratado de las sentencias, el cual consta de tres libros: en el primero trata de Dios y de sus atributos; del mal y de su origen; del ángel, del hombre y del alma humana; de Cristo; del Espíritu-Santo; de la Iglesia, de los herejes y de los gentiles; de la diferencia entre ambos Testamentos; del credo y de la oración dominical; del bautismo y de la comunión; del martirio y de los milagros de los santos; del Anticristo y de sus señales; de la resurrección, del juicio, de la gloria de los justos y de las penas de los réprobos, en 30 capítulos.

El segundo comprende las virtudes teologales, predestinación y gracia, conversión de los pecadores, pecado, conciencia, juramento y mentira, virtudes y vicios en general, en 44.

Y finalmente, el tercero trata de los peligros que rodean al hombre, en cuanto al alma, durante la vida, y de los medios para evitarlos; del estudio, su método y utilidad, de la ciencia soberbia, y de los perjuicios de la lectura de los autores paganos; de la vida monástica; de la jactancia, hipocresía, envidia, simulación y odio; de la amistad, y de la corrección fraterna; de los superiores eclesiásticos y sus súbditos; de los príncipes, de los gobernadores, de los tribunales; de los pobres oprimidos y de la brevedad y fin esta vida, en 62: en elogio de esta inmortal obra solo puede indicarse que no pocos eruditos suponen que en ella trazó de antemano el plan de la Summa Theológica del doctor angélico.

2.ª De la fé católica contra los judíos. Libro dedicado a su hermana Florentina: es una brillante apología del cristianismo, colocada frente a la obstinación y perfidia judaica: está dividida en dos partes o libros, conteniendo el primero 72, y el segundo 27 capítulos: esta obra solo se halla en la edición romana hecha en 1797, y bajo otro título se ha atribuido por algunos críticos a Isidoro Pelusiota.

3.ª De los oficios eclesiásticos. En dos libros, de 45 y 27 capítulos, respectivamente, en el primero trata del origen de dichos oficios, de los templos y coros, de la salmodia y oficio divino; de los Libros Sagrados en ambos Testamentos, asignando a cada uno de ellos su respectivo autor; del santo sacrificio de la misa, de su origen, partes, oraciones y ceremonias; de las horas canónicas; de las vigilias y solemnidades de la Iglesia, y de los preceptos de la abstinencia y del ayuno.

En el segundo, de los clérigos, del origen de la tonsura clerical, del sacerdocio de los Obispos auxiliares, de los presbíteros, y de todos los órdenes y grados, y de los diversos estados de la Iglesia; del credo y de la regla de fe, y del bautismo, confirmación y crisma; siendo por lo tanto una obra teológico-canónica o dogmático-disciplinar, tan admirable, acabada y completa, como todas las que brotaron de su fecunda pluma.

Finalmente, entre las profanas en general, deben contarse las siguientes:

1.ª Los libros de las Etimologías, tan justamente celebrados por constituir una obra verdaderamente enciclopédica: son veinte, y en ellos se ocupa de las siete artes liberales, y de otros arcanos de la ciencia profana: de la religión, de la razón, de la historia, geografía, astronomía, música, matemáticas, medicina, arquitectura, arte de la guerra, derecho, retórica, dialéctica y de todos los ramos del saber humano, que prueban la universalidad del genio de su autor.

2.ª El Tratado de las diferencias, o sea de las palabras: en dos libros, que tratan de la etimología y sinonimia de muchas frases, estableciendo su distinto sentido, y procediendo para ello con riguroso método y orden alfabético, que completa en el segundo, que es un apéndice del primero.

3.ª El Libro de la naturaleza de las cosas: precioso tratado de física y de astronomía, en 46 capítulos, según la edición de Madrid, y 47 según la de París: es libro curiosísimo y grandemente científico, dados los adelantos modernos no conocidos aún en aquella época.

4.ª El Cronicón, historia dividida en seis épocas, desde la creación del mundo hasta sus días, o sea hasta los tiempos del Emperador Heraclio.

5.ª El Libro de los varones ilustres, en el cual en 46 capítulos trata de otros tantos insignes escritores eclesiásticos, al que añadió su querido discípulo, San Braulio, otro referente al mismo San Isidoro.

6.ª Del nacimiento y muerte de los Padres, de que se hace mención honorífica en la Santa Escritura: consta de dos libros o partes, comprendiendo entre ambas 86 capítulos, y respondiendo cada parte o libro a los personajes más notables del Antiguo y Nuevo Testamento.

7.ª Historia de los Godos, Vándalos y Suevos, en cuya obra se ocupa del origen de dichas razas, enumerando las que han reinado en el mundo con los principales hechos de sus reinados, y un catálogo de los Monarcas visigodos en nuestra patria: los datos están tomados en su mayor parte del Cronicón de Idacio.

Al grupo tercero, o sea de obras de moral, corresponden estas:

1.ª El Libro de los sinónimos o lamentos del alma pecadora, diálogo precioso entre el hombre y su razón, contenido en dos partes o libros, de los cuales en el primero se representa al vivo la situación tristísima del hombre apartado de Dios, pero consolado por la misma razón natural, que claramente demuestra el camino de la calma y de la alegría; y en el segundo, termina la instrucción con excelentes consejos, sobre las tentaciones, la vida ociosa, la humildad, la fuga de todos los vicios y la práctica de todas las virtudes de la vida sinceramente cristiana.

2.ª La regla de los monjes, en 24 capítulos: prescribe San Isidoro en este libro verdaderamente apreciable, las condiciones que deben tener los monasterios, la elección de superiores, conducta de monjes y novicios, vida interior y exterior, y todo cuanto puede apetecerse en orden a la vida religiosa y monástica.

3.ª Del conflicto o de la lucha entre vicios y virtudes: libro excelente, dirigido con especialidad a probar que frente a la tentación que nos conduce al mal, existe en cada pasión y vicio la virtud opuesta, y sobre todo la conciencia que retrata vivamente, y de la que hace grandes elogios.

4.ª Algunas cartas y dedicatorias de sus obras, que asignamos a este grupo, por contener en su mayor parte consejos morales: las hay indubitables, como dos a San Braulio cuando solamente era arcediano, y tres más siendo ya Prelado: una al duque Claudio, otra a Eugenio, otra a Leufrado, Obispo, y otra a Eladio, y a otros Obispos reunidos con el mismo en Córdoba; y dudosas como la dirigida al Obispo Masano, a Redecupv, El libro de la vida y muerte de los Santos y el de El orden de las criaturas.

Las obras citadas se encuentran en las siguientes ediciones. –París, 1580 por Marganino de la Vigne. –Madrid, por Grial, protegida por Felipe II y otra en 1778; y finalmente, por el P. Arévalo, de la Compañía de Jesús, Roma 1797, la cual es la más notable de todas.

Murió en 4 de Abril del año 636, habiendo gobernado su Iglesia cerca de 40 años: sus restos fueron sepultados en la de Santa Justa y Rufina, al lado de los de sus hermanos Leandro y Florentina, y allí permanecieron hasta el de 1063 en que fueron trasladados a la entonces corte de León, en tiempo de D. Fernando I.

Dr. Casimiro de Erro e Irigoyen, Magistral de Zamora.